PRIMERA LECTURA
Ésta es la sangre de la alianza
que el Señor hace con ustedes
Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8
En aquellos días:
Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor».
Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho».
Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 115, 12-13. 15-18
R. Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor.
O bien:
Aleluia.
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el Nombre del Señor. R.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el Nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.
SEGUNDA LECTURA
La sangre de Cristo purificara nuestra conciencia
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 1 1-15
Hermanos:
Cristo, a diferencia de los sacerdotes del culto antiguo, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua —no construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado—, entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.
Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!
Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: * Éste es el pan de los ángeles.
Glorifica, Sión, a tu Salvador,
aclama con himnos y cantos
a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas,
porque Él está sobre todo elogio
y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza
que hoy se nos propone
es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena
Cristo entregó a los Doce,
congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría,
que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día
en que se renueva la institución
de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua de la nueva alianza
pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo,
las sombras se disipan ante la verdad,
la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena,
mandó que se repitiera
en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza,
consagramos el pan y el vino
para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos
que el pan se convierte en la carne,
y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves
es atestiguado por la fe,
por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino,
que son signos solamente,
se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos,
está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente,
sin que nadie pueda dividirlo
ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil,
tanto éstos como aquél,
sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben,
pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para los justos;
mira cómo un mismo alimento
tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento
está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta,
sólo se parten los signos,
y Cristo no queda disminuido,
ni en su ser ni en su medida.
* Éste es el pan de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres peregrinos:
es el verdadero pan de los hijos,
que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron:
el sacrificio de Isaac,
la inmolación del Cordero pascual
y el maná que comieron nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero,
ten piedad de nosotros:
apaciéntanos y cuídanos;
permítenos contemplar los bienes eternos
en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo,
Tú, que nos alimentas en este mundo,
conviértenos en tus comensales del cielo,
en tus coherederos y amigos,
junto con todos los santos.
Aleluia Jn 6, 51
Aleluia.
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente», dice el Señor.
Aleluia.
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14. 12-16. 22-25
El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?” Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Palabra del Señor.
Manuel de Tuya
Preparación de la última cena
(Mc.14,12-16)
Mc, al decir que esta preparación va a hacerse el «primer día de los Ácimos», matiza para los lectores gentiles, que es «cuando se sacrificaba la Pascua». Esto ocurre el 14 de Nisán, ya que desde el mediodía se comía pan ácimo por precaución de transgresión legal, y en el uso vulgar de esta época venía a llamarse día de los ácimos también este día previo.
A diferencia de Mt, que lo presenta más desdibujado, destaca que Cristo los envió a Jerusalén, y que al llegar les «saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua». Les manda seguirle, y, donde entre, que le digan al dueño que él desea celebrar en su casa la Pascua con sus discípulos, que son los apóstoles. Debe de tratarse de un amigo o discípulo de los que tenía en Jerusalén, y que incluso le hubiese invitado a celebrar la Pascua en su casa. Pero la indicación y coincidencias se presentan como proféticas. Mc no da el nombre de estos dos discípulos, que eran Pedro y Juan (Lc).
Institución de la Eucaristía
(Mc.14,22-25)
La narración de la institución eucarística de Mc forma un grupo muy marcado con Mt, diferenciándose accidentalmente, aunque manifiestamente, del grupo Lc-Pablo.
«Mientras comían» tiene lugar la institución eucarística. Para Lc, «después de haber comido». La razón es que Lc precisa el momento; fue después de haber terminado la cena estricta, comiéndose el cordero pascual, pero continuándose con los ritos de la cena. Mc-Mt sólo dicen que se celebró durante ella, sin más precisiones.
En cambio, al relatar la consagración del cáliz Mc tiene una redacción extraña. Según él, Cristo tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio, y bebieron todos de él. Y después de esto consagra su sangre. Mc seguramente lo relata así por lograr una «eliminación» del tema en orden a una mayor claridad. Desea hacer ver que todos bebieron de aquel único cáliz consagrado. Para sus lectores no podía haber la menor confusión, ya que conocían y vivían el rito histórico preciso en la «fractio panis».
El provecho de esta sangre es por «muchos». Es semitismo por «todos», como se ve en diversos contextos neotestamentarios y en la literatura rabínica. Hay además una alusión literaria al «Siervo de Yahvé», que sufre por «muchos».
En Mc, como en Mt, se omite la orden de repetir la celebración eucarística, que aparece en Lc y Pablo. Acaso se deba a que la tradición de Mc no recogió este elemento, o que él mismo lo omitió por innecesario, ya que estaba incluido en el hecho de la celebración. Pues una «rúbrica no se la recita, se la ejecuta». Sin embargo, es doctrina definida en Trento que con esas palabras Cristo ordenó sacerdotes a los apóstoles y preceptuó el sacrificio eucarístico.
Como Mt, pone a continuación la frase «escatológica» de reunirse con ellos en la fase celeste del reino, representada, en el medio ambiente, bajo el símbolo de un banquete.
(DE TUYA, M., Biblia Comentada, Va Evangelios, BAC, Madrid, 19773, p. 579 – 581)
R. P. Carlos M. Buela, I.V.E.
Sacrificio vivo
Doctrina del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II enseña repetidamente que la Misa es el sacrificio Eucarístico: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera».[1] «Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1Cor 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención».[2]
«El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante».[3] «Es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas por el profeta: Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura (Ml 1,11)».[4] Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo, único Mediador (1Tim 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en el cual, representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles,[5] representando y aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada[6]».[7]
«La comunidad cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el Sacrificio Eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico».[8] «Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio… Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía , hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio , que comienza con el mensaje del Evangelio , saca su fuerza y poder del Sacrificio de Cristo y busca que “todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza y los presbíteros contribuirán a la gloria de Dios cuando ofrezcan el sacrificio eucarístico…”».[9]
«Como ministros sagrados, sobre todo en el Sacrificio de la Misa , los presbíteros ocupan el lugar de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran; ya que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias. En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en que los sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención y, por tanto, se recomienda encarecidamente su celebración diaria, la cual, aun cuando no puedan estar presentes los fieles, es acción de Cristo y de la Iglesia».[10] «De este modo, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral, encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye, sobre todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero; de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto, no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración , en el misterio de Cristo».[11] «…Ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los sacramentos».[12] «En llevar a cabo la obra de la santificación procuren los párrocos que la celebración del Sacrificio Eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana».[13]
Los laicos: «Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición».[14] La Iglesia a los religiosos : «los encomienda a Dios y les imparte una bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico».[15] «Al celebrar, pues, el Sacrificio Eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma comunión ».[16]
No se puede, cuerdamente, dudar que el Concilio Vaticano II enseña de manera indubitable que la Misa es Sacrificio.
Enseñanza del Misal Romano
También, de manera reiterada, se enseña en el Misal Romano que la Misa es un verdadero y propio sacrificio .
Luego de la presentación de los dones, dice el sacerdote en voz baja: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio…».[17] Luego dirigiéndose al pueblo: «Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso», o bien: «En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia…», o bien: «Orad, hermanos para que, …nos dispongamos a ofrecer el sacrificio…».[18] Y el pueblo responde: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio…».[19]
En la Plegaria eucarística I se dice: «te pedimos que aceptes y bendigas este sacrificio: santo y puro que te ofrecemos»,[20] «te ofrecemos … este sacrificio de alabanza…»,[21] «te ofrecemos … el sacrificio puro, inmaculado y santo…».[22] En la Plegaria eucarística III: «para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso»,[23] «te ofrecemos… el sacrificio vivo y santo».[24] En la Plegaria IV: «Te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo»,[25] «Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio…».[26] En las Plegarias eucarísticas V: «Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda ; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por este sacrificio, nos abre el camino hacia ti». En la de Reconciliación I: «…participando del único sacrificio de Cristo» y en la de Reconciliación II: «…el sacrificio de la reconciliación perfecta». En la Plegaria eucarística para las Misas con niños II: «Él se ha puesto en nuestras manos para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro» y en la III: «En este santo sacrificio que Él mismo entregó a la Iglesia, celebramos su muerte y resurrección».
Son referencias, harto explícitas, acerca de la Misa como sacrificio.
El sacrificio vivo
Acabamos de recordar que en la Misa ofrecemos «el sacrificio vivo».[27]
¿Por qué es vivo el Sacrificio de la Misa?
La Misa es un Sacrificio vivo por varias razones muy profundas.
Se trata de un sacrificio vivo por oposición a los sacrificios del Antiguo Testamento que no daban la gracia: ni el holocausto, ni el sacrificio por los pecados, ni el de las hostias pacíficas. Más aún, luego que Cristo instaura la Nueva Ley , pasado el período de vacatio legis, esos sacrificios del Antiguo Testamento se volvieron muertos (porque no obligan a nadie, ya que no tienen virtud expiatoria) y mortíferos (porque pecan mortalmente los que los practican, conociendo la vigencia de la Nueva Ley).[28]
Es vivo: porque no se trata de un sacrificio con víctimas muertas como en el Antiguo Testamento .
Es vivo: porque la Víctima de la Misa es una Víctima en estado glorioso. Es la misma Víctima viva, resucitada y resucitadora. «Víctima viva e inmortal», la llama San Juan Damasceno.[29]
Es vivo: porque la Víctima permanece viva después de la inmolación, porque es una: «imagen perfecta y viviente del sacrificio de la Cruz».[30]
Es vivo; porque se mantiene siempre la misma Oblación : mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados (Heb 10,14).
Es vivo: porque engendra la vida,[31] ya que es un sacrificio de salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Es vivo: porque clama destruyendo al pecado y promoviendo el bien.[32]
Es vivo: porque es el mismo Sacerdote principal quien sacrifica y que es eterno.[33]
Es vivo: porque es el sacrificio de Aquel que es la Vida.[34]
Es vivo: porque es «Santo, Inocente, Inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos» el Sumo Sacerdote de ese sacrificio.[35]
La Misa es ¡un sacrificio vivo! No es de una pieza de museo, aunque muy venerable. No es el sacrificio de una víctima que hay que poner en formol o en un freezer o en la morgue para que no se descomponga. No se trata de una víctima que se la perfuma con desodorante para que no hieda o se le pone naftalina para prevenir la acción de las polillas, sino que es una Víctima que se la sahuma con incienso de olor agradable.
La Misa es ¡el sacrificio vivo! porque el sacerdote está en pie…[36] Y porque su Madre junto a la cruz [37] y junto a cada altar, también está en pie. Siempre, de pie, al pie de la cruz, junto ¡al sacrificio vivo!
¡Por la redención del mundo!
[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia «Sacrosanctum Concilium», 47.
[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 3.
[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10.
[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 17.
[5] cfr. 1Cor 11,26.
[6] cfr. Heb 9,14–28.
[7] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 28.
[8] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la iglesia «Ad Gentes», 15.
[9] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2.
[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 13.
[11] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 14.
[12] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius», 4.
[13] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 30.
[14] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 11.
[15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 45.
[16] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 50.
[17] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[18] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[19] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[20] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[21] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[22] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[23] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[24] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[25] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
[26] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
[27] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[28] cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I–II,103, 4,ad1.
[29] Cit. I. Gomá, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 200.
[30] G. Rohner, «Sacrificio de la Misa – Sacrificio de la Cruz», Diálogo 12 (1995) 116.
[31] cfr. Jn 10,10.
[32] cfr. Heb 2,17.
[33] cfr. Heb 7,24.
[34] cfr. Jn 14,6.
[35] cfr. Heb 7,26.
[36] cfr. Heb 10,11.
[37] Cfr. Jn 19,25.
San Juan Pablo Magno
La Iglesia vive de la Eucaristía
- La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida cristiana ».1 « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ».2 Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
- Durante el Gran Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, donde, según la tradición, fue realizada la primera vez por Cristo mismo. El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Allí Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: « Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros » (cf. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1 Co 11, 24). Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: « Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados » (cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Estoy agradecido al Señor Jesús que me permitió repetir en aquel mismo lugar, obedeciendo su mandato « haced esto en conmemoración mía » (Lc 22, 19), las palabras pronunciadas por Él hace dos mil años.
Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del Triduum sacrum, es decir, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el mysterium paschale; en ellos se inscribe también el mysterium eucharisticum.
- Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y « su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra » (Lc 22, 44).La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención: « Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros […] penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna » (Hb 9, 11-12).
- La hora de nuestra redención. Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su « hora »: « ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! » (Jn 12, 27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: « ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación » (Mt 26, 40-41). Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su « hora », la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
« Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ». A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la proclamación: « Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus ». Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual para proclamar: « Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya ».
- « Mysterium fidei! – ¡Misterio de la fe! ». Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús! ».
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y « concentrado » para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa « contemporaneidad » entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.
- Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este « asombro » eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».3 Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron » (Lc 24, 31).
(…)
- Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades… Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.
- La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902),5 Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947)6 y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).7
El Concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y en la Constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium.
Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico en la Cátedra de Pedro, con la Carta apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980),8 he tratado algunos aspectos del Misterio eucarístico y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros. Hoy reanudo el hilo de aquellas consideraciones con el corazón aún más lleno de emoción y gratitud, como haciendo eco a la palabra del Salmista: « ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre » (Sal 116, 12-13).
- Este deber de anuncio por parte del Magisterio se corresponde con un crecimiento en el seno de la comunidad cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar. En muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.
(San Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistía”, Jueves Santo 2003, nº 1-10)
1 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
2 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
3 Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 21: AAS 95 (2003), 19.
4 Éste es el título que he querido dar a un testimonio autobiográfico con ocasión del quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio.
5 Leonis XXIII Acta(1903), 115-136.
6 AAS 39 (1947), 521-595.
7 AAS 57 (1965), 753-774.
8 AAS 72 (1980), 113-148.
R. P. Carlos M. Buela, I.V.E.
Pan y Vino
La Eucaristía es una realidad tan maravillosa que, desde cualquier punto de vista que se la mire, supera todo lo que el entendimiento humano pueda pensar, aún desde aquel punto de vista que alguno pudiera considerar que es secundario, como ser lo que constituye la materia del sacrificio eucarístico.
- La materia del sacrificio
¿Cuál es la materia? Pan y vino.
¿Qué calificación teológica tiene esta doctrina? Es de fe definida por el Concilio de Trento[1] que la materia para la confección de la Eucaristía es el pan y el vino.
¿Qué pan y qué vino? Pan de trigo y vino natural de la vid (que el pan sea ácimo o fermentado no es una diferencia sustancial).
¿Por qué esto es así? Hay una sola razón: Porque el Señor así lo determinó. En efecto, nuestro Señor, en la Última Cena, empleó pan y vino[2]. Por eso: “En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino…”[3].
Acerca de la materia del sacrificio, debemos hacer notar varias cosas:
- La materia es sencilla, ya que pocas cosas hay más sencillas que el pan y el vino.
2. Fue materia viva, es decir, animada por un alma vegetal y tiene, por tanto, la nobleza de todo lo que fue vivo.
3. Pero es materia elaborada por el hombre, porque no se dan naturalmente el pan y el vino, sino que es necesario el trabajo del hombre[4].
4. Es materia cocinada. Ha tenido que pasar por un proceso de cocción. Con los granos de trigo molidos se produce la harina que se mezcla con agua y debe ser cocinada por el fuego y los granos de uvas luego de ser molidos tienen una suerte de cocción por el “calor natural”[5] del mosto.
5. Además, es una materia compuesta por muchas unidades: el pan por muchos granos de trigo que el hombre tuvo que moler para hacerlos harina y el vino es formado por muchos granos de uva que el hombre tuvo que triturar en el lagar.
6. Es materia doble: pan y vino, ya que en todo banquete hay comida y bebida. El pan tiene por función nutrir y el vino deleitar.
7. Es materia no cruenta, porque ahora es materia inanimada.
8. Por último, es materia sensible, visible, que vela lo invisible. De ahí la necesidad de la fe para comprender lo que pasa en la Eucaristía más allá de lo sensible.
- Hubo quienes usaron otras materias
Como suele pasar con muchas otras cosas, ha habido (y hay), quienes pretendieron corregirle la plana a Jesucristo en la elección que Él hizo acerca de la materia del sacrificio eucarístico. El ridículo y la necedad suelen hacer brillar con mayor esplendor la verdad y la sabiduría.
Los artotyritas, como dice San Agustín y Teodoreto, usaban de pan y queso, porque suponían que era lo que los primeros hombres ofrecían a Dios, como dice el Génesis, que eran los frutos de la tierra y de los animales, simbolizados en los productos indicados: el pan, fruto de la tierra, y el queso, hecho de leche de ovejas[6].
Los catafrigios y pepucianos usaban pan de harina amasado con sangre de niños, para manifestar la realidad sacrificial de la eucaristía con la sangre inocente de los niños[7].
Los ebionitas y encatritas sólo ofrecían agua (de ahí que también se los llamara acuarios), bajo pretexto de sobriedad. En esto los imitaron los severianos y los maniqueos. Otros usaron sólo agua, por miedo en tiempo de las persecuciones, a quienes reprende San Cipriano[8]. El Papa Julio[9] reprende a los que “guardan durante el año un paño empapado en mosto y, cuando quieren sacrificar, lavan en agua una de sus partes y así ofrecen”[10].
Los calvinistas sostienen que en caso de necesidad se puede usar como materia todo lo que tenga alguna analogía con el pan y con el vino[11].
Hace años escuché a alguno argüir en contra del pan y del vino porque en Alaska no se dan[12], no dándose cuenta que si el Señor hubiese elegido una materia que abundara en Alaska, ésta, probablemente faltaría en el resto del mundo. Más modernamente, en USA, uno propuso que sería más popular que la materia fuese pizza y Coca-Cola. En Salta un delirante afirmó que el pan de trigo era cancerígeno y algunos periodistas en vez de apuntar a las panaderías, apuntaron a la Eucaristía; no faltó quien dijo que la materia se podía cambiar si Roma lo autorizaba, ignorando que ni un Papa ni todos los Papas juntos, ni un Concilio ni todos los Concilios juntos, pueden cambiar la materia establecida por Jesucristo.
- Conveniencias[13]
Digamos una vez más que la materia de los sacramentos es elegida libremente por Dios para ser signos visibles y eficientes (es decir, que causan lo que significan) de la gracia invisible. Pero no ha sido una elección arbitraria, sino conveniente.
- Por el modo de usar el sacramento que es a la manera de manjar. El pan y el vino, que son comida común de los hombres, se reciben en este sacramento como manjar espiritual, que sostiene, aumenta, repara y deleita.
2. Porque representa la Pasión de Cristo en que la sangre fue separada de su cuerpo; por eso en este sacramento, que es su memorial, se toman por separado el pan como sacramento del cuerpo y el vino como el sacramento de su sangre.
3. Por el efecto que produce en los que lo reciben, ya que sirve de defensa del alma y del cuerpo. Por eso se ofrece la carne de Cristo, bajo especie de pan, como salud del cuerpo, y la sangre de Cristo, bajo especie de vino, para la salud del alma.
4. Por lo que obra en toda la Iglesia constituida por muchos fieles, causando su unidad, como el pan se hace de muchos granos para formar una sola cosa y el vino de muchas uvas también para formar una sola cosa, así en la Iglesia “dado que uno es el pan, un cuerpo somos los muchos; pues todos participamos del único pan” (1 Co 10, 17).
5. La primacía del pan y del vino sobre los otros alimentos del hombre por ser los más nobles y principales frutos del reino vegetal. San Ireneo[14] los llama primicias de las criaturas, primicias de los dones de Dios[15].
¡Qué magníficas son las determinaciones del Señor! ¡Realizar algo tan grandioso con elementos tan sencillos como el pan y el vino! ¡Los miles de millones de seres humanos formamos un solo Cuerpo porque el Pan y el Vino son Uno!
Por si esto fuese poco todavía nos resta considerar otro pequeño “detalle”.
- …y un poco de agua[16]
Ya en el siglo II se habla expresamente de esta conmixtión en la Eucaristía[17]. “El Sacrosanto sacrificio eucarístico debe ofrecerse con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua” preceptúa la ley universal de la Iglesia[18]. Al hecerlo el diácono, o el sacerdote, dice en secreto: «El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana»[19].Ello es así porque se cree que el Señor instituyó la eucaristía con vino mezclado con agua, según costumbre del pueblo elegido en la Cena pascual [20].
Además, es así porque conviene a la representación de la pasión del Señor, por eso dice el Papa Alejandro: “No se debe ofrecer en el cáliz del Señor vino solo o agua sola, sino los dos mezclados, porque se lee haber salido los dos del costado de Cristo en su pasión”[21].
También, porque sirve para significar el efecto del sacramento que es la unión del pueblo cristiano con Cristo, como dice el Papa Julio: “En el agua vemos sobreentendido el pueblo[22], y el vino significa la sangre de Cristo. Por consiguiente, al añadir en el cáliz agua al vino, se une el pueblo a Cristo”[23], así también San Cipriano: “…en el agua se simboliza al pueblo…”[24]. Así como el vino absorbe el agua, así Cristo nos ha absorbido en sí mismo a nosotros y a nuestros pecados. Esta unión es tan fuerte, que nada la puede deshacer, lo mismo que es imposible separar el agua del vino.
Por último, porque es conveniente para significar el último efecto del sacramento, que es la entrada a la vida eterna. De ahí que San Ambrosio (o quien sea el autor del libro) diga: “Rebosa el agua en el cáliz y salta a la vida eterna”[25].
Hubo quienes erraron en esto. Los armenios llevados de su error monofisista creyeron que debía consagrarse el vino sin mezcla de agua, para que no se pensase que con la mezcla del vino y del agua significaban la distinción de las dos naturalezas en Cristo[26]. Los luteranos ofrecen vino puro, reprochándole a la Iglesia Católica que lo mezcle con agua. Los calvinistas también, pretendiendo que la mezcla solo tiene fundamento humano, opuesto a la pureza evangélica.
Contra eso el Concilio de Trento enseña: “Si alguno dijere que no debe mezclarse el agua con el vino en el cáliz que se ofrece, por ser esto contra la institución de Cristo; sea anatema”[27].
Con todo, la mezcla del agua no afecta a la validez del sacramento (es sólo una añadidura que tiene una significación mística accidental), pero sí a su licitud.
Por eso se pone más vino que agua. Enseña el Concilio de Florencia: “ …el sacramento de la Eucaristía, cuya materia es el pan de trigo y el vino de vid, al cual antes de la consagración se debe añadir una pequeñísima porción de agua”[28].
¿Qué ocurre con las gotas de agua? Según Santo Tomás la opinión más probable es que el agua se convierte en vino[29]. Así también se expresa el Catecismo de Trento: “Según la sentencia y el parecer de todos los eclesiásticos aquella agua se convierte en vino”[30]. Por eso debe añadirse poca agua.
Por si algo faltase a la Eucaristía, unas pocas gotas de agua, que suelen pasar desapercibidas por muchos, tiene también su significado profundo. ¡Es que nada hay en la Misa que sea superfluo! ¡Es una de las grandes obras maestras de Dios, en la que ni Él mismo se puede superar!.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Todo es admirable en la Santa Misa! ¡Todo está cargado de sentido! ¡Todo ayuda para que nos vayamos adentrando cada vez más en el misterio! ¡Hasta unas pocas gotas de agua!
Y, ¿por qué es esto así? Porque detrás de la Misa hay una inteligencia poderosa y hay un corazón muy grande. La inteligencia y la voluntad de quien la hizo: Jesucristo. Inteligencia y amor desbordantemente geniales ya que inventó algo que viene realizándose en el mundo desde hace 2000 años y que se realizará hasta el fin de él: “Hasta que Él vuelva” (1 Co 11, 26). Y ello con algo tan sencillo como pan y vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.
Debemos aprender, los sacerdotes y los fieles cristianos laicos, en la Misa, a valorar todos los hechos sencillos, los llamados medios pobres -como el pan y como el vino-, y a descubrir que nuestra vida, incluido nuestro trabajo pastoral, es una larga serie de pequeños actos, delicados y sacrificados, por medio de los cuales nuestros prójimos deben ser capaces de descubrir nuestro amor a ellos, así como el pan y el vino transubstanciados nos gritan, con voz imposible de enmudecer, ¡Cuánto nos ama el Señor!
Los medios pobres en sus manos ¡son poderosísimos!
Que la Mujer del “Sí” nos lo ayude a comprender.
[1] Dz. 877, 884; CIC 924, 926; cf. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona, 1966, p.578.
[2] Cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20; 1 Co 11, 23-26.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 1333.
[4] «Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1333).
[5] Aristóteles, IV Meteor., cap. 2, n. 4.
[6] Cf. Emilio Saurás, Madrid, Introducción a la cuestión 74, Suma Teológica, BAC, t. XIII.
[7] Cf. San Epifanio, Haer. 48, 14.
[8] Cf. Epist. 63 ad Caecilium.
[9] Gratianus, Decretum In sacramentorum, cn.7 Cum omne; cfr. Conc. Bracar. IV an. 675 cn. 2.
[10] Cf. S.Th. III, 74, 8.
[11] Cf. Beza, Ep. 25 ad Tillium.
[12] Santo Tomás, siete siglos antes ya respondía esa dificultad: «Aunque no se den en todas las regiones el pan y el vino, pueden, sin embargo, fácilmente transportarse en cantidad necesaria para su uso» (S. Th. III, 74, 1, ad 2) y «el vino verdadero puede transportarse a esas regiones en cantidad suficiente para el sacramento» (S.Th. III, 74, 5, ad 1).
[13] Cf. Santo Tomás, S. Th., III, 74, 1.3.4.6.
[14] Haer. 4, 17.
[15] Cf. Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía, BAC, Madrid, 1951, pp. 24-25.
[16] Misal romano, Ordinario de la Misa, 22.
[17] San Justino, Apol. I 65 67; San Ireneo, Ad haer., V 1.2; inscripción de Abercio (Quastem, Mon 24).
[18] CIC, 924.
[19] Idem, nota 16.
[20] Knabenbauer, Comm. In Matth., p. 442.
[21] Ep. Ad omnes orth.
[22] En el Apocalipsis el agua designa al pueblo: cf. 17, 15.
[23] Cf. nota 9.
[24] Cf. nota 8.
[25] De Sacramentis, l. 5, c. 1.
[26] Nicéforo Calixto, Hist. Eccl., l. XVIII.
[27] Dz. 956.
[28] Dz. 698.
[29] “…aqua in vinum convertitur…”(III, 74, 8, ad 2).
[30] Parte II, n.18.
Mons. Fulton Sheen
“Haced esto en memoria mía”
Repetid, renovad, prolongad a través de los siglos el sacrificio ofrecido por los pecados del mundo.
¿Por qué usó nuestro Señor el pan y el vino como los elementos de su conmemoración? Primeramente, porque en la naturaleza no hay dos substancias que mejor que el pan y el vino simbolicen la unidad. De la misma manera que el pan está formado de una multiplicidad de granos de trigo y el vino de una multiplicidad de granos de uva, así los muchos que creen son como uno solo en Cristo. En segundo lugar, no hay en la naturaleza otras dos substancias que hayan de sufrir más antes de llegar a ser lo que son. El trigo ha de pasar por los rigores del invierno, ha de ser triturado debajo del calvario de un molino y sometido al fuego purificador antes de llegar a ser pan. A su vez, las uvas han de pasar por el Getsemaní del lagar y ser aplastadas para poder convertirse en vino. De esta manera simbolizan la pasión y los sufrimientos de Cristo, y la condición de la salvación, puesto que nuestro Señor afirmó que, a menos que muramos a nosotros mismos, no podemos vivir en Él. Una tercera razón es que en la naturaleza no hay otras dos substancias que como el pan y el vino hayan alimentado tanto a los hombres desde los tiempos más remotos. Al llevar estos elementos al altar es como si los hombres se ofrecieran a sí mismos. Al recibir y consumir el pan y el vino, éstos se convierten en cuerpo y sangre del hombre. Pero cuando Él tomó en sus manos pan y vino los transformó en Él mismo.
Mas, puesto que la conmemoración de nuestro Señor no fue instituida por sus discípulos, sino por Él mismo, y puesto que Él no había de ser vencido por la muerte, sino que resucitaría a una nueva vida, quiso que, así como Él miraba ahora hacia adelante, hacia su muerte redentora en la cruz, de la misma manera todas las épocas cristianas, hasta la consumación del mundo, miraban hacia atrás hacia la cruz. Con objeto de que ellos no celebraran su conmemoración de una manera caprichosa o arbitraria, Él les dio el mandato de conmemorar y anunciar su muerte redentora hasta el momento en que Él volvería a la tierra. Lo que pedía a los apóstoles que hicieran era celebrar en el futuro la conmemoración de su pasión, muerte y resurrección. Lo que Él estaba haciendo ahora miraba hacia adelante, hacia la cruz; lo que ellos harían, y se ha continuado haciendo desde entonces en la misa, era mirar atrás, hacia su muerte redentora. De esta manera, lo que harían sería lo que dijo San Pablo: “Anunciar la muerte del Señor hasta que volviera” para juzgar al mundo. Rompió el pan para indicar que Él era víctima por su propia voluntad. Lo rompió por su voluntaria entrega, antes de que sus verdugos lo rompieran por la crueldad voluntaria de ellos.
Cuando más adelante los apóstoles y la Iglesia repitieran la conmemoración, el Cristo, que había nacido de María y padecido bajo Poncio Pilato, sería glorificado en el cielo. Aquel jueves santo nuestro Señor les había dado un sacrificio que no era otro que su único acto redentor de la Cruz; pero lo ofreció con una nueva clase de presencia. No sería un nuevo sacrificio, puesto que sólo hay uno; lo que ofreció fue una nueva presencia de aquel sacrificio único. En la última cena nuestro Señor actuó independientemente de sus apóstoles al ofrecer su sacrificio bajo las apariencias o especies del pan y el vino. Después de su resurrección y ascensión, y en obediencia a su divino mandato, Cristo ofrecería su sacrificio al Padre celestial por medio de ellos o dependiendo de ellos. Cada vez que en la Iglesia se conmemora el sacrificio de Cristo, hay una aplicación a un nuevo momento en el tiempo y una nueva presencia en el espacio del único sacrificio de Cristo, que ahora está en la gloria. Al obedecer su mandato, sus seguidores representarían de una manera incruenta lo que Él presentó a su Padre en el cruento sacrificio del Calvario.
Después de convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre,
Se lo dio a ellos
(Mt 14, 22)
Por medio de aquella comunión fueron hechos una sola cosa con Cristo, para ser ofrecidos con Él, en Él y por Él. Todo amor anhela la unidad. Así como en el orden humano la cima más elevada del amor consiste en la unidad de marido y mujer en la carne, de la misma manera en el orden divino la más elevada unidad estriba en la del alma y Cristo en la comunión. Cuando los apóstoles, y más adelante la Iglesia, obedecieran las palabras de nuestro Señor en cuanto a renovar la conmemoración de su muerte y resurrección y comer y beber a Él, el cuerpo y la sangre no serían los del cuerpo físico que ahora tenían delante, sino lo del Cristo glorificado en el cielo, donde continuamente intercede por los pecadores. De esta manera, la salvación de la cruz, que es soberana y eterna, se aplica y actualiza en el transcurso del tiempo por el Cristo celestial.
Cuando nuestro Señor, después de convertir el pan y el vino en su propio cuerpo y sangre, dijo a sus apóstoles que comieran y bebieran, estaba haciendo para el alma humana lo mismo que la comida y la bebida para el cuerpo. A menos que las plantas consientan en el sacrificio de ser arrancadas, no les es posible alimentar al hombre o asimilarse a él, comunicarse con él. El sacrificio de lo inferior debe preceder a la comunión con lo que es superior. Primeramente se representó místicamente la muerte de Jesús: luego siguió la comunión. Lo inferior se transforma en lo superior; los elementos químicos en plantas, las plantas en animales; las substancias químicas, las plantas y los animales se convierten en hombre; y el hombre se transforma en Jesucristo por medio de la comunión. Los seguidores de Buda no derivan energía alguna de la vida de éste, sino solamente de sus escritos. Los escritos de la cristiandad no son tan importantes como la vida de Cristo, el cual, viviendo en la gloria, derrama ahora continuamente sobre sus seguidores los beneficios de su sacrificio.
La única nota que perduró a lo largo de su vida fue su muerte y su gloria. Para esto había venido principalmente a este mundo. De ahí que en la noche que precedió a su muerte diera a sus apóstoles algo que nadie podría dar jamás al morir, a saber, se dio a sí mismo.
¡Sólo la sabiduría divina pudo concebir una conmemoración como aquélla! Los humanos, si se les hubiera dejado en libertad, tal vez habrían estropeado el drama de su redención. Con la muerte de Jesús puede que hubieran hecho dos cosas prescindiendo de su divinidad. Puede que hubiesen considerado su muerte redentora como un drama que tuvo efecto una vez en la historia, como, por ejemplo, el asesinato de Lincoln. En este caso, se trataría sólo de un accidente, no de una redención; el trágico fin de un hombre, pero no de la salvación de la humanidad. Es lamentable que sea ésta la manera que tienen muchos de considerar la cruz de Cristo, olvidando su resurrección y la efusión de los méritos de su cruz en la acción conmemorativa que Él instituyó e impuso como obligación de celebrar. En este caso, su muerte sería solamente una especie de Memorial Day, y nada más.
Puede también que lo hubieran considerado como un drama que representó sólo una vez, un drama que había de ser evocado a menudo, sólo meditando en sus detalles. En este caso, retrocederían y leerían los relatos del drama debido a los críticos que vivieron en aquellos tiempos, a saber, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se trataría solamente de una memoria literaria de su muerte, de la misma manera que Platón registra la muerte de Sócrates, y entonces la muerte de nuestro Señor no se diferenciaría de la muerte de los otros hombres.
Nuestro Señor no dijo nunca a nadie que escribiera acerca de su redención, pero dijo a sus apóstoles que la renovaran, la aplicaran que la conmemorasen, prolongándola a través de los tiempos, al obedecer las órdenes que Él les había dado en la última cena. No quería que el gran drama del Calvario se representara una vez, sino que se representara siempre. No quería que los hombres fueran simplemente lectores de su redención, sino actores de ella, ofreciendo a su vez su cuerpo y su sangre junto con el cuerpo y la sangre de Él, en su renovación del Calvario, diciendo con Él; “Esto es mi cuerpo y esto es mi sangre”; muriendo a sus bajos instintos para vivir a la gracia; diciendo que no les importaban la apariencia o las especies de su vida, tales como parentescos familiares, ocupaciones, deberes, aspecto físico o talento, sino que su propio entendimiento, voluntad, su propia substancia – todo lo que ellos fueran en realidad- fuesen transformados en Jesucristo; que el Padre celestial, al mirar hacia ellos, los viera en su Hijo, viera los sacrificios de ellos amasados con el sacrificio de Él, sus mortificaciones incorporadas a la muerte de Él, de suerte que un día pudieran participar también de su gloria.
(Mons. Fulton Sheen, Vida de Cristo, Herder, Barcelona, 1996. 307-310)
P. José A. Marcone, IVE
“¡Fuego he venido a traer a la tierra!”
Introducción
A esta altura del mes de junio hace ya mucho frío en el hemisferio sur. Las manos y los pies se nos entumecen; la circulación sanguínea de nuestro cuerpo se hace más lenta y dificultosa. Perdemos movilidad. Hasta los músculos del rostro se nos ponen tensos cuando estamos afuera, expuestos al viento gélido. Este frío es incómodo, no nos gusta, nos trae enfermedades, nos inmoviliza, perdemos reacción, perdemos reflejos, etc.
Si este frío del cuerpo nos resulta tan malo, ¿qué decir del frío del alma? ¿Se imaginan lo que será un alma helada, no ya un cuerpo? Un alma helada es un alma fría ante el sufrimiento de los demás, permanece inmóvil cuando ve el dolor ajeno. Un alma helada es una alma que ha quedado entumecida porque el viento gélido del egoísmo la ha convertido en un pedazo de hielo endurecido. Un alma helada es aquella por cuyas venas espirituales no corre la sangre del amor, que la calentaría y le devolvería la movilidad. Un alma helada es aquella a la que no le importan las cosas de Dios. Es un alma que permanece inmutable e inconmovible ante el crucifijo, el acto de amor más grande. Es un alma de la cual ha huido la devoción, es decir, la diligencia y el gusto para hacer las obras de Dios. Un alma helada, finalmente, es un alma que permanece impávida e imperturbable ante la misma posibilidad de la condenación eterna.
¿Cómo haremos para descongelar un alma así? ¿Cómo haremos para devolverle la sangre a las venas de esta alma? ¿Cómo la calentaremos para que vuelva a caminar y comience a moverse por amor a Dios y al prójimo?
La respuesta nos la da San Juan de Ávila: “Cuando tú alzas los ojos y ves en el altar, que es la mesa, el cuerpo sacratísimo de Jesucristo, ¿qué has de hacer? ¡Cuánto darle gracias! ¡Cuánto esfuerzo has de tomar contra todos los vicios! ¡Qué fuego había de arder en tus entrañas! Y aunque tuvieses un pie en los infiernos, has de cobrar fuerzas; y aunque vinieses helado y muerto de frío, te has de abrasar en amor. Porque este santo sacramento está figurado por el carbón encendido que tomó el ángel del altar y lo puso en los labios de Isaías, con e1 cual fue limpio. Cuando está el fuego presente, huye el frío, y cuando el buen cristiano está presente al cuerpo y sangre de Jesucristo, habían de saltar centellas de amor de su corazón, por frío que estuviese. Caro ignita, caro Christi: carne encendida es la carne de Cristo. ¿No lo dijeron los discípulos cuando iban al castillo de Emaús? (Lc. 24,32): Nonne ardens erat cor nostrum? ¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino? ¿No nos ardía el corazón con fuego de amor cuando le oíamos la explicación de las Escrituras?
“En el día del juicio ha de haber un horno de fuego que queme a los malos. Antes que venga aquel, hay acá otro horno de buen fuego que quema los corazones de los buenos, los purifica y limpia de los pecados. Y quien quisiera escapar de aquel, arda en este otro; que cosa averiguada es que quien viene tibio y frío, si se llega con reverencia a este Santísimo Sacramento, le saltan centellas de fuego ya encendido; y cuando viene a la iglesia a recibirlo, se quema en vivo fuego de devoción. ¿Qué habías de sentir, cristiano, cuando lo vieses puesto en el altar por ti?”
- “Fuego he venido a traer a la tierra…”
En la superficie de la tierra todo se ve sereno y habitable, y sin embargo, en el centro de la tierra existe el magma, el fuego que es el núcleo de todo el planeta tierra. Así también sucede con este sacramento que por fuera tiene color de pan, olor de pan y sabor de pan, pero por dentro es fuego, porque contiene real y sustancialmente a Aquel que ha venido a traer fuego sobre la tierra (cf. Lc.12,49), a Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
Para la frialdad de nuestro corazón se quedó Él mismo, que es fuego, para que Él mismo tocara nuestra alma y huyera de ella el hielo y el frío.
Y este fuego que es Él mismo nos lo dejó aquella noche en la que ardió de un modo particular su amor por sus apóstoles y discípulos. “Los amó hasta el extremo”, dice San Juan refiriéndose al amor de Jesucristo hacia nosotros demostrado en aquella Última Cena (Jn.13,1). El fuego del amor de Jesucristo ardió en esa última cena con su máxima intensidad. Y del ardor de ese fuego de amor nació este sacramento. Entonces tomó el pan y se los pasó a sus apóstoles diciendo: “Tomen y coman todos de él porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”. Luego tomó el cáliz en el que había vino y dijo: “Tomen y beban todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”.
¿Qué sucedió allí? La sustancia del pan se convirtió en la sustancia del Cuerpo de Cristo, Cristo vivo, todo Cristo. Sólo permaneció lo secundario del pan, lo accidental, es decir, lo que aparece, el color, el olor y el sabor, los accidentes del pan. Pero la sustancia pasó, de ser sustancia de pan, a ser sustancia del Cuerpo de Cristo. Por eso ese proceso se llama trans-sustanciación. Y lo mismo sucedió con el vino. La sustancia del vino se convirtió en la Sangre de Cristo, Cristo vivo, todo Cristo. Sólo permaneció lo secundario del vino, lo accidental, es decir, lo que aparece, el color, el olor y el sabor, los accidentes del vino. Pero la sustancia pasó, de ser sustancia de vino, a ser sustancia de la Sangre de Cristo.
Pero esa presencia real de Cristo en la Hostia Santa y en el Cáliz Santo tiene una finalidad bien concreta: ofrecerse en sacrificio por todos los hombres. Por eso añadió: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros”, “esta es mi sangre derramada por todos los hombres, para el perdón de sus pecados”. Es el mismo sacrificio de la cruz, adelantado en la Última Cena y actualizado en cada Santa Misa.
¿Puede haber fuego más poderoso que éste para derretir el hielo que cubre a las almas, para desentumecerlas y darles vida y calor? Se trata de Dios, que es amor, hecho hombre por nosotros y sacrificado para salvarnos. Eso es precisamente lo que hoy festejamos al festejar la fiesta de Corpus Christi y lo que realizaremos en breves momentos sobre este altar.
- “…¡y cuánto quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lc.12,49)
¿Puede un pedazo de madera encenderse si está mojado? ¿Puede un alma dejarse quemar por el fuego de Jesucristo si no tiene ciertas disposiciones? No, un alma no puede encenderse en el fuego de la Eucaristía sin no se dispone para eso. ¿Y cuáles son esas disposiciones? Son dos: participar bien de la misa y comulgar como corresponde.
- Participar bien: el modo más perfecto de participar del Sacrificio Eucarístico de Cristo, de participar del Corpus Christi es ofrecerse como sacrificio junto con ese Sacrificio de Cristo.
¿Qué significa ofrecerse a sí mismo como sacrificio? En primer lugar, significa un deseo sincero y una disposición de la voluntad a aceptar con alegría todos los sufrimientos espirituales y corporales que Dios quiera, y ofrecerlos por la salvación del mundo. En segundo lugar, significa el deseo sincero y la disposición de la voluntad de entregar todo su cuerpo y su alma al servicio de la causa de Dios, sea en el puesto que fuere. También significa que “la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo”. El martirio es el acto supremo de este sacrificio y también es el modo supremo de participar de la Misa. Las almas que mejor participan de la Santa Misa son las almas-víctimas. “Esta es la idea clamorosa: sacrificarse. Así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente”.
b. Comulgar como corresponde: para comulgar bien lo primero que hay que hacer es saber bien a Quién se va a recibir: a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre, que está real y sustancialmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Lo segundo para comulgar bien es estar en gracia de Dios, es decir, no tener conciencia de pecado mortal. Es impresionante la advertencia que hace San Pablo para los que comulgan el Cuerpo de Cristo sin estar en gracia de Dios: “Examínese el hombre a sí mismo, y entonces coma el pan y beba el cáliz, porque el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y bastantes muertos” (1Cor.11,28-30).
Lo tercero para comulgar bien es no haber comido nada una hora antes de la comunión.
Y lo cuarto es tener recta intención. Esto quiere decir que el hombre ha de ofrecer este sacrificio y recibir este alimento no por agradar a los hombres, o por provecho carnal, o por intereses temporales, sino pura y sencillamente por el honor de Dios, por la utilidad del prójimo y por aumentar el tesoro de sus méritos. “La recta intención consiste en que quien se acerca a la Sagrada Mesa no lo haga por rutina, por vanidad o por respetos humanos, sino para cumplir la voluntad de Dios, unirse más estrechamente con Él por la caridad, y remediar las propias flaquezas y defectos con esa divina medicina” (San Pio X).
Conclusión
Queridos hermanos: pongamos todos los medios necesarios para que ese fuego divino pueda hacer con nosotros lo que quiere hacer, es decir, encendernos en su mismo fuego.
La historia de la Iglesia está llena de ejemplos heroicos para aprovecharse de este fuego aún cuando había obstáculos inmensos para acceder al Cuerpo de Cristo. Juan Pablo II cuenta en su Carta Apostólica Dies Domini (nº 46) que los mártires de Abitinia (África), del siglo IV, fueron martirizados por haber participado de la Santa Misa. Cuando fueron interrogados por sus verdugos, respondieron: “¡Sin la Eucaristía no podemos vivir! ¡Sin la celebración del domingo no podemos vivir! Sine Dominica non possumus!
En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos y el pan de la esperanza.
Eusebio de Cesarea recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: “Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar…, ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisión…”.
Un ejemplo muy cercano a nosotros es el del P. Basilio, sacerdote ucraniano que vivió en San Rafael, Mendoza, Argentina. Su madre, en Ucrania, guardó durante años los vasos sagrados debajo de una falsa baldosa, soñando con la vuelta del hijo exiliado y deseando participar en la Misa celebrada por él. Y así fue: después de muchísimos años en el exilio volvió clandestinamente antes de la caída del comunismo y celebró la Misa para su madre.
El Martirologio del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la Eucaristía no podemos vivir!
Para nosotros, cristianos hoy, esto debe hacernos recapacitar y preguntarnos cuánto aprovechamos este admirable sacramento. Pidámosle a la Virgen María la gracia de dejarnos encender por este fuego que vino a traer a la tierra Jesucristo.
San Juan Crisóstomo
Cristo, vida de quien comulga
CUANDO TRATAMOS de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno ni secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: En verdad os digo, dice el Señor, si alguno no come mi carne y bebe mi sangre, no tendrá vida en sí mismo.
Puesto que le habían dicho: eso es imposible, Él les declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había El dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos lo tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abraham murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.
Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que conviene celebrarlos, absolutamente. Dice: Mi carne verdaderamente es comida y mi sangre verdaderamente es bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles sus palabras y que no vayan a pensar que lo dijo por simple parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.
Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con El. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho: Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: Como me envió el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mí permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: Vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si se la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.
¿Qué significa: Por el Padre? Solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también vivirá por Mí. No habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual seguirá la recompensa.
Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para clavarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.
Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice: Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar la diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y el demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos ni sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.
Y muy a propósito con frecuencia hace mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora El e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio se había decretado.
Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la que había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: Este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa ese intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían: ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.
Sabedor Jesús por Sí mismo de que sus discípulos murmuraban de lo que había dicho (pues era propio de su divinidad manifestar lo que era secreto), les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde antes estaba… Lo mismo había dicho a Natanael: ¿Porque te dije que te había visto debajo de la higuera crees? Mayores cosas verás. Y a Nicodemo: Nadie ha subido al Cielo, sino el que ha bajado del Cielo, el Hijo del hombre. ¿Qué es esto? ¿Añade dificultades sobre dificultades? De ningún modo ¡lejos tal cosa! Quiere atraerlos y en eso se esfuerza mediante la alteza y la abundancia de la doctrina.
Quien dijo: Bajé del Cielo, si nada más hubiera añadido, les habría puesto un obstáculo mayor. Pero cuando dice: Mi cuerpo es vida del mundo; y también: Como me envió mi Padre que vive también Yo vivo por el Padre; y luego: He bajado del Cielo, lo que hace es resolver una dificultad. Puesto que quien dice de sí grandes cosas, cae en sospecha de mendaz; pero quien luego añade las expresiones que preceden, quita toda sospecha. Propone y dice todo cuanto es necesario para que no lo tengan por hijo de José. De modo que no dijo lo anterior para aumentar el escándalo, sino para suprimirlo. Quienquiera que lo hubiera tenido por hijo de José no habría aceptado sus palabras; pero quienquiera que tuviese la persuasión de que Él había venido del Cielo, sin duda se le habría acercado más fácilmente y de mejor gana.
Enseguida añadió otra solución. Porque dice: El espíritu es el que vivifica. La carne de nada aprovecha. Es decir: lo que de Mí se dice hay que tomarlo en sentido espiritual; pues quien carnalmente oye, ningún provecho saca. Cosa carnal era dudar de cómo había bajado del Cielo, lo mismo que creerlo hijo de José, y también lo otro de: ¿Cómo puede éste darnos su carne para comer? Todo eso carnal es; pero convenía entenderlo en un sentido místico y espiritual. Preguntarás: ¿Cómo podían ellos entender lo que era eso de comer su carne? Respondo que lo conveniente era esperar el momento oportuno y preguntar y no desistir.
Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida; es decir, son divinas y espirituales y nada tienen de carne ni de cosas naturales, pues están libres de las necesidades que imponen las leyes de la naturaleza de esta vida y tienen otro muy diverso sentido. Así como en este sitio usó la palabra espíritu para significar espirituales, así cuando usa la palabra carne no entiende cosas carnales, sino que deja entender que ellos las toman y oyen a lo carnal. Porque siempre andaban anhelando lo carnal, cuando lo conveniente era anhelar lo espiritual. Si alguno toma lo dicho a lo carnal, de nada le aprovecha.
Entonces ¿qué? ¿Su carne no es carne? Sí que lo es. ¿Cómo pues El mismo dice: La carne para nada aprovecha. Esta expresión no la refiere a su propia carne ¡lejos tal cosa! sino a los que toman lo dicho carnalmente. Pero ¿qué es tomarlo carnalmente? Tomar sencillamente a la letra lo que se dice y no pensar en otra cosa alguna. Esto es ver las cosas carnalmente. Pero no conviene juzgar así de lo que se ve, puesto que es necesario ver todos los misterios con los ojos interiores, o sea, espiritualmente. En verdad quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida en sí mismo. Entonces ¿cómo es que la carne para nada aprovecha, puesto que sin ella no tenemos vida? ¿Ves ya cómo eso no lo dijo hablando de su propia carne, sino del modo de oír carnalmente?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía XLVII (XLVI), Tradición México 1981, p. 24-28)
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
2 de junio 2024 – CICLO B
Entrada
La fiesta que la Iglesia intitula del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo es el único día consagrado a honrar exclusivamente su persona adorable y su presencia real y viva entre nosotros. Por este sacratísimo Cuerpo nos ponemos en contacto inmediato con Jesucristo, que se convierte en nuestro alimento, que se hace nuestro Hermano y nuestro Huésped.
Primera Lectura
El Señor Dios, con la sangre de una víctima inmolada, hace alianza con su Pueblo elegido.
Ex. 24, 3-8
Segunda Lectura
Es la Sangre de Cristo la que purifica nuestras conciencias y nos obtiene una redención eterna. Hb. 9, 11-15
Secuencia
Evangelio
Cristo en la Última Cena nos dio a comer su Carne y a beber su Sangre como alianza perpetua, memorial de su Pasión. Mc. 14, 12-16. 22-25
Preces
Elevemos nuestras súplicas a Nuestro Señor Jesucristo que ha querido quedarse con nosotros para ser nuestra ayuda y asistirnos. Digámosle con confianza:
A cada intención respondemos…….
* Por el Papa, obispos, presbíteros y diáconos, para que sirvan generosamente al pueblo confiado. Oremos…
* Por la paz del mundo, para que el Sacramento del Amor inspire a los hombres de buena voluntad opciones responsables para la promoción de la paz. Oremos…
* Por los misioneros, y todos los que ayudan en la tarea evangelizadora, para que la Comunión con Jesucristo los una profundamente al Misterio de la Fe que da la Vida verdadera. Oremos…
* Por las familias, por los miembros desunidos y separados, para que la Eucaristía que es unidad a Cristo, paz en Cristo y amor de Cristo, los encamine hacia soluciones justas, Oremos…
* Por todos los miembros de nuestra Familia religiosa, para que la Eucaristía que celebramos cada día, sea causa de encuentro sincero con Jesucristo y nos haga crecer en el amor fraterno hasta la entrega de unos por otros. Oremos…
* Por nuestra Patria, para que los argentinos aprovechemos las gracias que Cristo quiere derramar a través del augusto Sacramento y sepamos irradiar la luz de nuestra fe y el amor de Cristo en todos los ambientes y circunstancias. Oremos…
Señor nuestro, Tú que has hecho alianza con nosotros de manera tan admirable, escucha con benignidad las súplicas que te dirigimos y haz que te agrademos siempre viviendo en una perpetua acción de gracias. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Ofertorio: Queremos tener los mismos sentimientos de Cristo, adoptar la condición de víctima y ofrecernos junto a Él.
* Para los más necesitados queremos entregar estos alimentos como un signo providente del Dios Bueno.
* En la ofrenda del Pan y del Vino, Cristo se ofrecerá al Padre eterno en nombre del género humano.
Comunión: La Eucaristía es nuestra fiesta. En ella se realizan las bodas de Cristo con su Iglesia. En ella hoy triunfa Cristo y el alma lo proclama su Rey.
Salida: El Corpus Christi es testimonio de Dios y del amor: testimonio de que Dios es amor. Amor que no se consume, sino que dona y al donar recibe. Que hoy Cristo reciba todo nuestro homenaje!
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
“Y vio sin dificultad el Santísimo Sacramento”
Cuenta Tomás de Kempis, el célebre asceta, una cosa de gran ejemplaridad para nosotros.
Un sacerdote, siervo de Dios y compañero suyo de monasterio, yendo a otro convento a cierto negocio encontró en el camino a un hombre lego con el que fue hablando familiarmente. Y en estas pláticas vino el hombre a contarle que le quería descubrir una cosa rara que le había sucedido. La cosa era que hacía mucho tiempo que cuando oía Misa, no podía ver jamás el Santísimo Sacramento en manos del sacerdote. Él, creyendo que aquello era por estar demasiado apartado, se llegó al altar y al sacerdote que celebraba. Pero a pesar de eso no lo pudo ver de manera alguna. Esto le duró más de un año. Y como se hallase perplejo, determinó de comunicar esto en confesión con un buen sacerdote; el cual, después de haberle examinado con prudencia, halló que este hombre estaba enemistado con un prójimo suyo. El buen sacerdote le dio a entender que si de corazón perdonaba aquellas injurias, se le perdonarías sus pecados, y entonces podría empezar a ver a Nuestro Señor.
Oyendo esto muy compungido perdonó en su corazón a su enemigo, recibió la absolución, entró en la Iglesia y vio sin dificultad al Santísimo Sacramento.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 71)