PRIMERA LECTURA
Si ofrece su vida en sacrificio, verá su descendencia
Lectura del libro de Isaías 53, 10-11
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento.
Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado.
Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 32,4-5. 18-20. 22
R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
La palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor:
Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Vayamos confiadamente al trono de la gracia
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16
Hermanos:
Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Palabra de Dios.
Aleluia Cf. Mc. 10,45
Aleluia.
El Hijo del hombre vino para servir
y dar su vida en rescate por una multitud.
Aleluia.
EVANGELIO
El Hijo del hombre vino para dar su vida
en rescate por una multitud
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
Él les respondió: « ¿Qué quieren que haga por ustedes?»
Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
«Podemos», le respondieron.
Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.
Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 42-45
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.
Palabra del Señor.
P. Joseph M. Lagrange, O. P.
LA AMBICIÓN QUE HAN DE TENER LOS QUE QUIERAN
REINAR CON CRISTO: LOS HIJOS DEL ZEBEDEO
(Mc 10, 35-41; Mt 20, 20-24)
Entre los que seguían a Jesús se hallaban intrépidas galileas que suplían con sus cuidados a su indiferencia de bienestar. Las mujeres, sobre todo las madres, eran menos pesimistas que los hombres; sobre la frente de sus hijos veían un hermoso rayo del porvenir que les animaba a desafiarlo todo. La madre de los hijos del Zebedeo, cuyo nombre probablemente era Salomé, se mantuvo confiada viendo a Jesús caminar con tanta resolución. Había llegado la hora propicia de alcanzar el compromiso de que diese a sus dos hijos los dos primeros puestos. Conociendo sus deseos, se hizo complaciente intérprete de ellos.
Se acercó, pues, a Jesús, y viendo ya con la imaginación al Mesías en su trono, se prosternó delante de Él, indicio bastante claro de que iba a solicitar alguna gracia. Jesús le dice: « ¿Qué quieres?» La respuesta no se hizo esperar: «Di que se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a la izquierda en tu reino». Jesús había adivinado la ingeniosa treta de los dos hermanos, y a ellos se dirige: «No sabéis lo que pedís». ¿No habían oído o no habían comprendido lo que acaba de decirles, que él mismo no estaría en la gloria sin antes haber sufrido? ¿Era decoroso solicitar puestos a su lado en la gloria, no estando dispuestos a tener parte en sus dolores e incluso en la muerte? Los sufrimientos y la muerte los compara a un cáliz amargo que deben beber (Sal 74, 9; Is 51, 17-22; Ez 23, 31) y también a una agua profunda en que deben ser sumergidos. Los dos hermanos, en otra ocasión denominados «hijos del trueno» (Mc 3, 17) no consultaron más que a su corazón: «Podemos». Jesús acepta la confianza en su fidelidad: «El cáliz que yo bebo, beberéis, y en el bautismo en que yo debo ser bautizado, seréis también bautizados». Por aquellos sufrimientos serán seguramente recompensados, pero al Hijo de Dios en su misión de Mesías no le está confiado señalar puestos a su derecha o a su izquierda; esto pertenece al Padre. Los dos hermanos, sin duda, no distinguían con claridad el reino del Mesías que venía a fundar en la tierra, que era especialmente su reino (Mt 13, 41) y el reino de los elegidos, que es el del Padre. Su pensamiento iba con miras a la gloria. La gloria era la bienaventuranza al lado de Dios, donde Jesús reinaría también, pero sus grados estaban designados por Dios por un decreto eterno.
La pretensión de los dos hermanos no fue, pues, tenida en cuenta, ni la reconocía ni la rechazaba, porque los designios del Padre no debían ser revelados. Su destino en el mundo, empero, estaba predicho: serían asociados a los sufrimientos de su Maestro. ¿En qué medida? Fue evidente para Santiago el Mayor, a quien Herodes Agripa mandó decapitar (Hch 12, 2) algunos años después de la muerte de Jesús, en el año 44.
La tradición antigua daba por cierto que san Juan había terminado su vida de muerte natural, aunque, relegado a Patmos, había sufrido por su Maestro pruebas durísimas. Tertuliano creyó poder añadir que había sido metido por orden de Domiciano en una cuba de aceite hirviendo. Según otros, le obligaron a beber, aunque sin consecuencias, un cáliz emponzoñado. Aun a falta de estas tradiciones, la metáfora del cáliz y del bautismo no pormenoriza tanto, que no puede entenderse de una larga vida de apostolado y, por consiguiente, de trabajos, sufrimientos y persecuciones.
Algunos modernos son más exigentes y quieren en absoluto deducir de la lectura de San Marcos la convicción del evangelista de que los dos hermanos habían sufrido la muerte de los mártires cuando él escribía. Esta ingeniosa manera de quitar a san Juan, hijo del Zebedeo, la composición del cuarto Evangelio, jamás prevalecerá contra una tradición constante. ¿Es, pues, el único caso en que los términos figurados del Evangelio deben ser entendidos con todo rigor?
Los otros diez apóstoles no entendieron la predicción de Jesús de un modo tan trágico. Les impresionó menos la animosa fidelidad de los dos hijos del Zebedeo que su ambición. En vez de compadecerlos, se indignaron contra ellos. Su imaginación los llevaba más fácilmente hacia la gloria del Mesías que hacia sus sufrimientos. La madre de los hijos del Zebedeo hubiera deseado una conversación confidencial; pero, colocados los otros a poca distancia, lo habrían oído todo. Jesús les hizo acercarse para darles a todos la lección que merecía su tendencia común de ambicionar honores, lección que se hacía más oportuna por no querer entender, a causa de la terquedad de ellos, su misión como Mesías.
JESÚS VINO PARA OFRECER SU VIDA EN RESCATE
(Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 25-26 y 30b)
A los doce, reunidos alrededor de sí, dijo Jesús (Mc 10, 42 s.): «Los que poseen el dominio sobre las naciones las gobiernan con imperio, y los grandes ejercen su poder sobre el pueblo. Pero no sea así entre vosotros». Muy lejos esté de vosotros desear la compañía de los grandes y de los primeros, y si habéis de ejercer cargos de interés general, sed verdaderos servidores unos de otros. En efecto, entre los cristianos, el que es llamado a mandar debe resueltamente figurar como jefe, pero no será aceptado por tal si no se le ve humilde y, en su propio sentir, el último de todo. El Romano Pontífice, Pastor supremo, ha querido ser llamado «el siervo de los siervos de Dios», y esto por imitar al Hijo del hombre, que ha venido a servir, no a ser servido. Después de este ejemplo, la palabra servir, de significado poco grato, se ha convertido en nobilísima. Revelando entonces Jesús el motivo íntimo de su caritativo abatimiento, cuya hora había ya llegado, les dice: El Hijo del hombre, que ha venido para servir, va a dar su alma, es decir, su vida, en rescate por muchos, por su rebaño (Jn 10, 15), como ya había indicado el buen Pastor.
¿Qué quería decir con esto? Estas palabras son oscuras, si se quieren aplicar todos los términos directamente a Jesús. Aquel gentío parece estar allí para representar a la multitud humana librada por un solo hombre. La humanidad, pues, gemía cautiva. ¿De quién? ¿A quién debía ser pagado el rescate? ¿Cómo pudo ser considerada la muerte de Jesús como pago de un rescate? Antiguos autores se han ocupado de estas cuestiones, exagerando algunas veces la estricta aplicación de un término parabólico a la redención. Los que escuchaban a Jesús comprendían al menos esto, que Él se comparaba a un servidor apasionado por su Señor condenado a perder la vida, si nadie consentía en morir en su lugar, y que Él ofrecía su vida como en rescate. El Hijo del hombre, bajo la modesta figura de uno de tantos y de siervo, ofrecía su vida, no por una persona sola, sino por todos. Consentía en morir por ellos y en alguna manera en lugar de ellos. Dios aceptaba este sacrificio hecho con el más grande amor por la salvación de los hombres.
Esto bastaría para excitara las almas a amar a quien tanto nos ha amado y amar también a los hombres y consagrarse como Él a su servicio, inspirados por la caridad.
Sabido es con qué entusiasmo desarrolló san Pablo el dogma de la muerte redentora de Cristo. Pero es preciso hacer constar aquí que esa enseñanza emana del mismo Jesús. En vano podrá decirse que es un rastro de paulinismo en el Evangelio. Es más bien que en las palabras de Jesús está el germen fecundo de una doctrina de salvación, todavía vuelta en la forma de parábola, como era costumbre suya. En san Juan, es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas; en san Marcos y san Mateo, es un siervo que ofrece la vida por su señor. La revelación es la misma bajo imágenes diferentes. En san Juan, como en los dos Sinópticos, está reservada a un momento de la predicación ya cercana a la Pasión. Después de haber dicho muchas veces que su oficio era sufrir y morir, explica Jesús, al fin, que aceptaba esta muerte por la salvación de los hombres.
(LAGRANGE, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, 2002. Pag. 368-372)
Xavier Leon – Dufour
Servir
La palabra servicio adopta dos significados opuestos en la Biblia, según designe la sumisión del hombre a Dios o la sujeción del hombre por el hombre bajo la forma de esclavitud. La historia de la salvación enseña que la liberación del hombre depende de su sumisión a Dios y que “servir a Dios es reinar” (Bendición de los ramos).
- SERVICIO Y ESCLAVITUD. En las mismas relaciones humanas servir significa ya dos situaciones concretas profundamente diferentes: la del*esclavo, tal como aparece en el mundo pagano, en que el hombre en servidumbre está puesto al nivel de los animales y de las cosas, y la del *servidor, tal como la define la ley del pueblo de Dios: el esclavo no deja de ser hombre y tiene su puesto en la familia, de modo que siendo verdadero servidor puede llegar a ser en ella hombre de confianza y heredero (Gén 24,2; 15,3). El vocabulario también es ambiguo: `abad (hebr.) y duleuein (gr.) se aplican a las dos situaciones. Sin embargo hay servicios, en los que la dependencia tiene carácter honorífico, sea el servicio del rey por sus oficiales (hebr. serat), sean los servicios oficiales, en el primer rango de los cuales se halla el servicio cultual (gr. leiturgein).
- AT: SERVICIO CULTUAL U OBEDIENCIA. Servir a Dios es un honor para el pueblo con el que él ha hecho alianza. Pero nobleza obliga. Yahveh es un Dios celoso que no puede soportar rivales (Dt 6,15), como lo dice una Escritura que citará Cristo: “Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás” (Mt 4,10; cf. Dt 6,13). Esta fidelidad debe manifestarse en el culto y en la conducta. Tal es el sentido del precepto, en que se acumulan los sinónimos del servicio de Dios: “Seguiréis a Yahveh, le temeréis, guardaréis sus mandamientos, le obedeceréis, le serviréis y os allegaréis a él” (Dt 13,4-5).
- Servicio cultual. Servir a Dios es primero ofrecerle dones y sacrificios y asumir el cuidado del templo. A este título los sacerdotes y los levitas son “los que sirven a Yahveh” (Núm 18; lSa 2,11.18; 3,1; Jer 33,21s). El *sacerdote se define, en efecto, como el guardián del santuario, el servidor del Dios que lo habita,. el intérprete de los oráculos que pronuncia (Jue 17,5s).
A su vez el fiel que cumple un acto de culto “viene a servir a Yahveh” (2Sa 15,8). Finalmente, la expresión designa el culto habitual de Dios y viene a ser poco a poco sinónimo de *adorar (Jos 24,22).
- Obediencia. El servicio que exige Yahveh no se limita a un culto ritual; se extiende a toda la vida mediante la *obediencia a los mandamientos. Los profetas y el Deuteronomio no cesan de repetirlo: “La obediencia es preferible al mejor sacrificio” (lSa 15,22; cf. Dt 5,29ss), revelando la exigente profundidad de esta obediencia: “Lo que yo quiero es amor, no sacrificios” (Os 6,6; cf. Jer 7).
III. SERVIR A Dios SIRVIENDO A LOS HOMBRES. Jesús utiliza los términos mismos de la ley y de los profetas (Mt 4,10; 9,13) para recordar que el servicio de Dios excluye cualquier otro culto y que en razón del amor que lo inspira debe ser integral. Puntualiza el nombre del rival que puede poner obstáculo a su servicio: el dinero, cuyo servicio hace al hombre injusto (Lc, 16,9) y cuyo amor dirá el Apóstol, haciéndose eco del Maestro, que es un culto *idolátrico (Ef 5,5). Es preciso escoger: “No se puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24 p). Si se ama al uno, se odiará y se despreciará al otro. Por eso la renuncia a las riquezas es necesaria a quien quiera *seguir a Jesús, que es el *siervo de Dios (Mt 19,21).
- El servicio de Jesús. El Hijo muy amado, enviado por Dios para coronar la obra de los servidores del AT (Mt 21,33… p), viene a servir. Desde su infancia afirma que le reclaman los asuntos de su Padre (Lc 2,49). El desarrollo de su vida entera está bajo el signo de un “hay que”, que expresa su ineluctable dependencia de la *voluntad del Padre (Mt 16,21 p; LG 24,26); pero tras esta necesidad del servicio que lo lleva a la cruz revela Jesús el amor, único que le da su dignidad y su valor: “Es preciso que el mundo sepa que amo a mi Padre y que obro como me lo ha ordenado el Padre” (Jn 14,30).
Sirviendo a Dios salva Jesús a los hombres reparando así su negativa de servir, y les revela cómo quiere ser servido el Padre : quiere que se consuman en el servicio de sus hermanos como Jesús mismo lo hizo, Jesús que es su señor y su maestro: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida” (Mc 10,45 p); “Yo os he dado ejemplo… El servidor no es mayor que el amo” (Jn 13,15s); “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).
- La grandeza del servicio cristiano. Los servidores de Cristo son en primer lugar los servidores de la *palabra (Act 6,4; Le 1,2), los que anuncian el *Evangelio cumpliendo así un servicio sagrado (Rom 15,16; Col 1,23; Flp 2,22), “con toda *humildad”, y si es preciso “en lágrimas y en medio de las *pruebas” (Act 20, 19). En cuanto a los que sirven a la comunidad, como lo hacen en particular los diáconos (Act 6,1-4), Pablo les enseña en qué condiciones este servicio será digno del Señor (Rom 12,7.9-13). Por lo demás, todos los cristianos por el bautismo han pasa-do, del servicio del pecado y de la ley, que era una esclavitud, al servicio de la justicia y de Cristo, que es la libertad (Jn 8,31-36; Rom 6-7; cf. lCor 7,22; Ef 6,6). Sirven a Dios como hijos y no como esclavos (Gál 4), pues sirven en la novedad del Espíritu (Rom 7,6). La gracia, que los hizo pasar de la condición de servidores a la de *amigos de Cristo (Jn 15,15) les da poder servir tan fiel-mente a su Señor que están ciertos de participar en su gozo (Mt 25,14-23; Jn 15,1Os).
-> Culto – Esclavo – Libertad – Obediencia – Siervo de Yahveh.
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001)
San Juan Pablo II
“El Hijo del hombre ha venido para servir”
- “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45).
Estas palabras del Señor, amadísimos hermanos y hermanas, resuenan hoy, jornada mundial de las misiones, como buena nueva para toda la humanidad y como programa de vida para la Iglesia y para cada cristiano. Lo ha recordado al inicio de la celebración el cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, informando de que se hallan presentes, esta mañana, en esta plaza, delegados de 127 naciones que han participado en el Congreso misionero internacional, y estudiosos de varias confesiones que han venido para el Congreso misionológico internacional. Agradezco al cardenal Tomko las palabras de felicitación que me ha dirigido y todo el trabajo que, juntamente con los miembros de la Congregación que preside, lleva a cabo al servicio del anuncio del Evangelio en el mundo.
“El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos”. Estas palabras constituyen la autopresentación del Maestro divino. Jesús afirma de sí mismo que vino para servir y que precisamente en el servicio y en la entrega total de sí hasta la cruz revela el amor del Padre. Su rostro de “siervo” no disminuye su grandeza divina; más bien, la ilumina con una nueva luz.
Jesús es el “Sumo Sacerdote” (Hb 4, 14); es el Verbo que “estaba en el principio en Dios: todo fue hecho por él, y sin él no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 2). Jesús es el Señor, que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo” (Flp 1, 6-7); Jesús es el Salvador, al que “podemos acercarnos con plena confianza”. Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), el pastor que ha dado la vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11), el jefe que nos lleva a la vida (cf. Hch 3, 15).
- El compromiso misionero brota como fuego de amor de la contemplación de Jesús y del atractivo que posee. El cristiano que ha contemplado a Jesucristo no puede menos de sentirse arrebatado por su esplendor (cf. Vita consecrata, 14) y testimoniar su fe en Cristo, único Salvador del hombre. ¡Qué gran gracia es esta fe que hemos recibido como don de lo alto, sin ningún mérito por nuestra parte! (cf. Redemptoris missio, 11).
Esta gracia se transforma, a su vez, en fuente de responsabilidad. Es una gracia que nos convierte en heraldos y apóstoles: precisamente por eso decía yo en la encíclica Redemptoris missio que “la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros” (n. 11). Y también: “El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble” (ib., 91).
Fijando nuestra mirada en Jesús, el misionero del Padre y el sumo sacerdote, el autor y perfeccionador de nuestra fe (cf. Hb 3, 1; 12, 2), es como aprendemos el sentido y el estilo de la misión.
- Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión. Entregarse significa, ante todo, reconocer al otro en su valor y en sus necesidades. “La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que “en el hombre había”, por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que “sopla donde quiere”” (Redemptor hominis, 12).
Como Jesús reveló la solidaridad de Dios con la persona humana asumiendo totalmente su condición, excepto el pecado, así la Iglesia quiere ser solidaria con “el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos” (Gaudium et spes, 1).
Se acerca a la persona humana con la discreción y el respeto de quien quiere prestar un servicio y cree que el servicio primero y mayor es el de anunciar el Evangelio de Jesús, dar a conocer al Salvador, a Aquel que ha revelado al Padre y a la vez ha revelado el hombre al hombre.
- La Iglesia quiere anunciar a Jesús, el Cristo, hijo de María, siguiendo el camino que Cristo mismo recorrió: el servicio, la pobreza, la humildad y la cruz.
Por tanto, debe resistir con fuerza a las tentaciones que el pasaje evangélico de hoy nos permite entrever en el comportamiento de los dos hermanos, los cuales querían sentarse “uno a la derecha y otro a la izquierda” del Maestro, y también de los demás discípulos, que se dejaron llevar del espíritu de rivalidad y competencia. La palabra de Cristo traza una neta línea de división entre el espíritu de dominio y el de servicio. Para un discípulo de Cristo ser el primero significa ser “servidor de todos”.
Es una alteración radical de valores, que sólo se comprende dirigiendo la mirada al Hijo del hombre “despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento” (Is53, 3). Son las palabras que el Espíritu Santo hará comprender a su Iglesia con respecto al misterio de Cristo. Sólo en Pentecostés los Apóstoles recibirán la capacidad de creer en la “fuerza de la debilidad”, que se manifiesta en la cruz.
Y aquí mi pensamiento va a los numerosos misioneros que, día tras día, en silencio y sin el apoyo de fuerzas humanas, anuncian y, antes aún, testimonian su amor a Jesús, a menudo hasta dar su vida, como ha acontecido también recientemente. ¡Qué espectáculo contemplan los ojos del corazón! ¡Cuántos hermanos y hermanas consumen generosamente sus energías en las avanzadillas del reino de Dios! Son obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que nos representan a Cristo, lo muestran concretamente como Señor que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por amor al Padre y a los hermanos. A todos va mi aprecio y mi gratitud, así como un afectuoso estímulo a perseverar con confianza. ¡Ánimo, hermanos y hermanas: Cristo está con vosotros!
Pero todo el pueblo de Dios debe colaborar con quienes trabajan en la vanguardia de la misión “ad gentes”, dando cada uno su contribución, como intuyeron y subrayaron muy bien los fundadores de las Obras misionales pontificias: todos pueden y deben participar en la evangelización, incluso los niños, incluso los enfermos, incluso los pobres con su óbolo, como el de la viuda cuyo ejemplo señaló Jesús (cf. Lc 21, 1-4). La misión es obra de todo el pueblo de Dios, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado por la Providencia.
- Las palabras de Jesús sobre el servicio son también profecía de un nuevo estilo de relaciones que es preciso promover no sólo en la comunidad cristiana, sino también en la sociedad. No debemos perder nunca la esperanza de construir un mundo más fraterno. La competencia sin reglas, el afán de dominio sobre los demás a cualquier precio, la discriminación realizada por algunos que se creen superiores a los demás y la búsqueda desenfrenada de la riqueza, están en la raíz de las injusticias, la violencia y las guerras.
Las palabras de Jesús se convierten, entonces, en una invitación a pedir por la paz. La misión es anuncio de Dios, que es Padre; de Jesús, que es nuestro hermano mayor; y del Espíritu, que es amor. La misión es colaboración, humilde pero apasionada, en el designio de Dios, que quiere una humanidad salvada y reconciliada. En la cumbre de la historia del hombre según Dios se halla un proyecto de comunión. Hacia ese proyecto debe llevar la misión.
A la Reina de la paz, Reina de las misiones y Estrella de la evangelización le pedimos el don de la paz. Invocamos su maternal protección sobre todos los que generosamente colaboran en la difusión del nombre y del mensaje de Jesús. Que ella nos obtenga una fe tan viva y ardiente que haga resonar con fuerza renovada a los hombres de nuestro tiempo la proclamación de la verdad de Cristo, único Salvador del mundo.
Al final deseo recordar las palabras que pronuncié, hace veintidós años, en esta misma plaza. “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo!”.
(San Juan Pablo II, Homilía, Jornada mundial de las misiones, Domingo 22 de octubre de 2000)
P. Carlos M. Buela, I.V.E.
¿Podemos?
“El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (…) Debe, con su inquietud, incertidumbre e, incluso, con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo”.(Redemptor Hominis, 10a).
Los hombres suelen definirse, aun a veces sin querer, por medio de alguna palabra o imagen. Tenemos el caso de los Apóstoles Santiago y Juan que no son una excepción, ellos se definen con una palabra: ¡PODEMOS! Ellos fueron y son, ¡nada menos!: el primer Apóstol mártir y el primer Apóstol virgen. Ellos son aquellos a quienes, por el ímpetu de su espíritu, apodó el Señor; Boanerges (Mc 3,17), o sea, “Hijos del Trueno”.
Por eso me parece que esta palabra Podemos es una hermosísima definición de la vida y de la obra de los dos hermanos, hijos de Zebedeo y de María Salomé, los compañeros de Simón como dice San Lucas (5,10). Cf. Mt 20,22
Hoy también nos pregunta a nosotros Nuestro Señor Jesucristo:
¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? ( Mt 20,22). Pregunta que, a mi modo de ver, encierra todo el magnífico programa que Jesús propone a los jóvenes cuando los llama a su seguimiento más de cerca.
¿Podéis…renunciar a padre, madre, hermanos, amigos…?
¿Podéis…renunciar a todos los bienes materiales, comodidades, confort, proyectos…?
¿Podéis…renunciar a tu patria, a tu idioma, a tus costumbres…?
¿Podéis…renunciar al uso del sexo siendo virgen no sólo en el cuerpo sino, sobre todo, en tu corazón, si Dios te llama a la vida consagrada…?
¿Podéis…comprometerte a ser fiel a tu esposo o a tu esposa por toda la vida…?
¿Podéis… renunciar a tu propio juicio, a tu propia voluntad, a tu propio honor, a tu propio gusto…?Debemos responder: “ ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos! ”
¿Podéis…?
También quiere decir: ¿Eres capaz de amarme sobre todas las cosas con todas las fuerzas de tu mente, de tu alma, de tu corazón…?
¿Podéis… eres capaz de gastar tu vida, día a día, como la lámpara del Santísimo a quien pocos, muy pocos, prestan atención…?
¿Podéis… tienes agallas suficientes para soportar todo género de calumnias, maledicencias, chismes, injurias, murmuraciones, menosprecios, persecuciones…?
¿Podéis…tienes “madera” para quemarte, como el incienso, siendo tu sacrificio sólo visto por Dios…?
¿Podéis… estás dispuesto a luchar por vivir en la auténtica libertad de los hijos de Dios, sin dejarte esclavizar por nada…?
¿Podéis… estás dispuesto a no dejar avasallar tu recta conciencia por nada ni por nadie…?
¿Podéis… estás dispuesto a engendrar, espiritualmente, con dolor, muchos hijos para Dios solo…? Debemos responder: “ ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos! ”
¿Podéis… ser fieles a la Iglesia a pesar del antitestimonio de muchos de sus miembros…?
¿Podéis… ir por todo el mundo para predicar el Evangelio, superando toda barrera geográfica, cultural, idiomática…?
¿Podéis… beber mi cáliz inmolándome en la Misa, siendo auténticos liturgos…?
¿Podéis… formar sólidas y fecundas familias cristianas?
¿Podéis… ser capaces de enseñorear para Mí toda realidad humana…?
¿Podéis… trabajar por la unidad de todos los cristianos, noobstante los casi insalvables obstáculos humanos…?
¿Podéis… intervenir en el diálogo interreligioso, evangelizar lacultura, promover la familia, el desarrollo de los pueblos, la dignidad del trabajo, la justicia social, en procurar la paz entre los pueblos y las personas…? Cf. Mc 16, 15.
¿Podéis…ser santos…? Debemos responder: “ ¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos Un pequeño miedo no vencido, puede ser causa de una gran defección.“
¡Podemos! Con la gracia todo lo podemos!
Como dijo Marcelo Javier Morsella
¡Esa debe ser nuestra convicción firmísima!
(P. Carlos Miguel Buela, Jóvenes en el Tercer milenio, Ed. IVE Press, Nueva York, 2006, pag. 385- 388)
Benedicto XVI
¿Estáis dispuestos a recorrer el camino de la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor?
[…]
Estar unidos a Cristo en la fe y en comunión con él significa estar «arraigados y cimentados en el amor» (Ef 3, 17), el tejido que une a todos los miembros del Cuerpo de Cristo.
La Palabra de Dios que se acaba de proclamar nos ayuda a meditar precisamente sobre este aspecto tan fundamental. En el pasaje del Evangelio (Mc 10, 32-45) se nos presenta el icono de Jesús como el Mesías —anunciado por Isaías (cf. Is 53)— que no vino para ser servido, sino para servir: su estilo de vida se convierte en la base de las nuevas relaciones dentro de la comunidad cristiana y de un modo nuevo de ejercer la autoridad. Jesús va de camino hacia Jerusalén y anuncia por tercera vez, indicándolo a los discípulos, el camino a través del cual va a llevar a cumplimiento la obra que el Padre le encomendó: es el camino del don humilde de sí mismo hasta el sacrificio de la vida, el camino de la Pasión, el camino de la cruz. Y, sin embargo, incluso después de este anuncio, como sucedió con los anteriores, los discípulos manifiestan toda su dificultad para comprender, para llevar a cabo el necesario «éxodo» de una mentalidad mundana hacia la mentalidad de Dios. En este caso, son los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, quienes piden a Jesús poder sentarse en los primeros puestos a su lado en la «gloria», manifestando expectativas y proyectos de grandeza, de autoridad, de honor según el mundo. Jesús, que conoce el corazón del hombre, no queda turbado por esta petición, sino que inmediatamente explica su profundo alcance: «No sabéis lo que pedís»; después guía a los dos hermanos a comprender lo que conlleva seguirlo.
¿Cuál es, pues, el camino que debe recorrer quien quiere ser discípulo? Es el camino del Maestro, es el camino de la obediencia total a Dios. Por esto Jesús pregunta a Santiago y a Juan: ¿estáis dispuestos a compartir mi elección de cumplir hasta el final la voluntad del Padre? ¿Estáis dispuestos a recorrer este camino que pasa por la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor? Los dos discípulos, con su respuesta segura —«podemos»— muestran, una vez más, que no han entendido el sentido real de lo que les anuncia el Maestro. Y de nuevo Jesús, con paciencia, les hace dar un paso más: ni siquiera experimentar el cáliz del sufrimiento y el bautismo de la muerte da derecho a los primeros puestos, porque eso es «para quienes está preparado», está en manos del Padre celestial; el hombre no debe calcular, simplemente debe abandonarse a Dios, sin pretensiones, conformándose a su voluntad.
La indignación de los demás discípulos se convierte en ocasión para extender la enseñanza a toda la comunidad. Ante todo Jesús «los llamó a sí»: es el gesto de la vocación originaria, a la cual los invita a volver. Es muy significativa esta referencia al momento constitutivo de la vocación de los Doce, al «estar con Jesús» para ser enviados, porque recuerda claramente que todo ministerio eclesial siempre es respuesta a una llamada de Dios, nunca es fruto de un proyecto propio o de una ambición, sino que es conformar la propia voluntad a la del Padre que está en los cielos, como Cristo en Getsemaní (cf. Lc 22, 42). En la Iglesia nadie es amo, sino que todos son llamados, todos son enviados, todos son alcanzados y guiados por la gracia divina. Y esta es también nuestra seguridad. Sólo volviendo a escuchar la palabra de Jesús, que pide «ven y sígueme», sólo volviendo a la vocación originaria es posible entender la propia presencia y la propia misión en la Iglesia como auténticos discípulos.
La petición de Santiago y Juan y la indignación de los «otros diez» Apóstoles plantea una cuestión central a la que Jesús quiere responder: ¿Quién es grande, quién es «primero» para Dios? Ante todo la mirada va al comportamiento que corren el riesgo de asumir «aquellos que son considerados los gobernantes de las naciones»: «dominar y oprimir». Jesús indica a los discípulos un modo completamente distinto: «No ha de ser así entre vosotros». Su comunidad sigue otra regla, otra lógica, otro modelo: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». El criterio de la grandeza y del primado según Dios no es el dominio, sino el servicio; la diaconía es la ley fundamental del discípulo y de la comunidad cristiana, y nos deja entrever algo del «señorío de Dios». Y Jesús indica también el punto de referencia: el Hijo del hombre, que vino para servir; es decir, sintetiza su misión en la categoría del servicio, entendido no en sentido genérico, sino en el sentido concreto de la cruz, del don total de la vida como «rescate», como redención para muchos, y lo indica como condición para seguirlo. Es un mensaje que vale para los Apóstoles, vale para toda la Iglesia, vale sobre todo para aquellos que tienen la tarea de guiar al pueblo de Dios. No es la lógica del dominio, del poder según los criterios humanos, sino la lógica del inclinarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la cruz que está en la base de todo ejercicio de la autoridad. En todos los tiempos la Iglesia se ha esforzado por conformarse a esta lógica y por testimoniarla para hacer transparentar el verdadero «señorío de Dios», el del amor.
(Benedicto XVI. Homilía, Basílica Vaticana, Sábado 20 de noviembre de 2010)
San Juan Crisóstomo
Las pretensiones de los dos hermanos
- Sin embargo, nada de esto podía infundirles confianza, a pesar de que estaban constantemente oyendo hablar de resurrección. Y es que, juntamente con la muerte, lo que más los turbaba era oírle hablar de escarnios, de azotes y cosas semejantes. Ahora bien, cuando consideraban los milagros que el Señor había hecho, los endemoniados que había liberado, los muertos que había resucitado y los otros prodigios que había obrado, y le oían luego todo eso de insultos, azotes y muerte, se quedaban perplejos de que quien tales prodigios hacía, tales ignominias hubiera de sufrir. De ahí que pararan en verdadera confusión, y unas veces lo creían y otras se negaban a creerlo y no podían comprender lo que se les decía. Y hasta punto tal había llegado su confusión, que a raíz mismo de haberles hablado el Señor de su pasión, los hijos de Zebedeo se le acercaron a hablarle a Él de los primeros puestos. Porque: Queremos—le dicen— que uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda —¿Cómo, pues, dice el evangelista que comentamos, que fue la madre quien se acercó al Señor a pedirlo para sus hijos —Es natural que se dieran ambas cosas. Los discípulos tomaron consigo a su madre para dar más eficacia a su pretensión y mover así más fácilmente a Cristo. Pero que en realidad, como he dicho, la pretensión venía de ellos y que sólo por vergüenza echan por delante a su madre, pruébalo el hecho de que a ellos dirige Cristo su respuesta. Pero sepamos antes qué es lo que le vienen a pedir estos dos discípulos, con qué intención lo piden y cómo pudieron tener ese pensamiento. — ¿Cómo, pues, vinieron en ello? —Es que se veían más honrados que los demás, y de ahí nació su confianza de que habían de salir con aquella pretensión. —Pero ¿qué es en definitiva lo que piden?
Escuchad con qué claridad nos lo descubre otro evangelista. Como estaban—dice—cerca de Jerusalén y la aparición del reino de Dios parecía inminente, de ahí la súplica de los dos discípulos. Imaginábanse éstos, en efecto, que el reino de Dios estaba ya llamando a las puertas y que era, naturalmente, un reino terreno, y que, de alcanzar lo que pedían, no habían de sufrir molestias en su vida. Porque tampoco buscaban el reino por el reino, sino con intención de huir de las dificultades de la vida. De ahí también que el primer cuidado de Cristo es apartarlos de tales pensamientos, mandándoles estar dispuestos a sufrir la muerte violenta, los peligros y los más duros suplicios, Porque: ¿Podéis—les dice—beber el cáliz que yo voy he de beber? Mas nadie se escandalice de ver tan imperfectos a los apóstoles. Todavía no se había consumado el misterio de la cruz, todavía no se les había dado la gracia del Espíritu Santo. No. Si queréis conocer su virtud, mirad lo que fueron después, y los veréis por encima de toda pasión. Y si el evangelista descubre sus defectos, es justamente por que conozcáis qué tales fueron después de recibida la gracia. Porque que nada espiritual buscaban antes y que no tenían ni idea, del reino del cielo, bien patente queda en esta ocasión. Mas veamos cómo se acercan al Señor y qué le piden: — Queremos dicen — que nos concedas lo que te vamos a pedir. Y Cristo a ellos: ¿Qué queréis?—les pregunta—. No porque ignorara lo que querían, sino para obligarles a contestar y descubrir su propia llaga, y aplicarles así la medicina. Mas ellos, confusos y avergonzados por haber dado aquel paso llevados de pasión humana, tomaron al Señor aparte de los otros discípulos y así le presentaron su demanda. Porque se adelantaron—dice el evangelista—sin duda para no ser vistos de los otros, y así le manifestaron lo que querían. Y querían, según yo creo, la preminencia, por haber oído decir al Señor: Os sentaréis sobre doce tronos; querían, digo, la preferencia entre aquellos doce asientos. Que la tenían ya sobre los otros, no les cabía duda; pero temían a Pedro. Y así dicen: Di que uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda. Y le apremian con ese imperativo: Di. ¿Qué responde el Señor? Queriéndoles declarar que nada espiritual pedían, y que, de haber sabido lo que pedían, no se hubieran atrevido a pedir tamaña gracia, les dice: No sabéis lo que pedís. No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán por encima mismo de las potestades celestes está lo que pedís. Y luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber y bañaos en el baño en que yo he de bañarme? Mirad cómo inmediatamente los aparta de sus imaginaciones, hablándoles justamente de lo contrario que ellos buscaban. Porque vosotros—parece decirles—me venís a hablar de honores y coronas, pero yo os hablo a vosotros de combates y sudores. No es éste aún, el momento de los premios ni mi gloria celeste ha de manifestarse por ahora. Ahora es tiempo de derramar la sangre, de luchar y de pasar peligros. Y mirad por otra parte cómo, por el modo mismo de preguntarles, los incita y atrae. Porque no dijo: “¿Estáis disueltos a dejaros pasar a cuchillo? ¿Sois capaces de derramar nuestra sangre”?, sino ¿cómo? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego, para animarlos: ¿Que yo voy a beber? Pues el tener parte con Él había de hacerlos más animosos. Y llama nuevamente baño a su pasión para dar a entender la grande purificación que por ella había de venir al mundo entero. Seguidamente le contestan: Podemos. Su fervor les impulsa a prometérselo inmediatamente, sin saber tampoco ahora lo que decían, pero con la esperanza de que recibirían lo que pedían. ¿Qué les dice, pues, Cristo? Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, os bañaréis también vosotros. Grandes bienes les profetiza. Como si les dijera: Seréis dignos de sufrir el martirio, sufriréis lo mismo que yo he de sufrir, terminaréis vuestra vida de muerte violenta, y en eso tendréis parte conmigo. Mas el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí dároslo, sino a quienes está preparado por mi Padre.
SI PUEDE ALGUIEN SENTARSE A LA DERECHA DEL SEÑOR
- Habiendo, pues, levantado el Señor las almas de sus das discípulos, y ya que los hubo, hecho inatacables a la tristeza, pasa luego a corregir su petición. Pero ¿qué es en definitiva lo que aquí les dice? A la verdad, dos son los problemas que aquí se plantean muchos: uno, si está reservado para algunos sentarse a la derecha de Dios; y otro, si quien es Señor de todo no tiene poder de darlo a quienes les está reservado. ¿Cuál es, pues, el sentido de sus palabras? Si resolvemos el primer problema, el segundo quedará de suyo claro. ¿Qué hay, pues, que decir a la primera cuestión? Hay que decir que nadie ha de sentarse ni a la derecha ni a la izquierda de Dios. Aquel trono es inaccesible a todos. Y no digo a los hombres, a los santos y apóstoles, sino a los mismos ángeles y arcángeles ya todas las potestades de arriba. Por lo menos como privilegio del Unigénito lo pone Pablo cuando dice: ¿A quién de los ángeles dijo nunca: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Y a los ángeles dice: El que hace mensajeros suyos a los vientos. Más al Hijo: Tu trono, ¡Oh Dios!, por el siglo del siglo. ¿Cómo dice, pues, Jesús: El sentarse a la derecha o a la izquierda no me toca a mí darlo? ¿Es que pensaba que algunos habían de sentarse? —No pensaba que hubiera de sentarse nadie; nada de eso. Lo que hacía era responder conforme a la idea que tenían sus preguntantes y condescender con su flaqueza. ¿Qué sabían sus discípulos de aquel altísimo trono ni de sentarse a la diestra del Padre, cuando desconocían cosas muy inferiores a ésta y que estaban oyendo diariamente? Lo que ellos buscaban era conseguir los primeros puestos, estar delante de los otros, no tener delante de sí a nadie al lado del Señor. Ya lo he indicado antes: Como habían oído hablar de aquellos doce tronos, sin saber lo que tales tronos significaban, buscaron ellos la preferencia de asientos.
Lo que Cristo, pues, les quiere decir es esto: “Morir, ciertamente moriréis por mí, derramaréis vuestra sangre por el Evangelio y tendréis parte en mi pasión. Pero esto no basta para que alcancéis la preminencia en los asientos y ocupéis los primeros puestos. Porque, si viniere otro que, juntamente con el martirio, posea todas las otras virtudes en grado superior a vosotros, no porque ahora os amo a vosotros y os prefiero a los demás, voy, a rechazar al que pregonan sus obras y daros a vosotros la primacía”. Claro que el Señor no les habló en estos términos para no contristarlos; pero veladamente les vino a dar a entender eso mismo al decirles: Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, también os bañaréis vosotros; mas sentarse a mi derecha o mi izquierda, no me toca a mí darlo, sino que pertenece a quienes está preparado por mi Padre. — ¿Y para quiénes está preparado? —Para quienes por sus obras han sido capaces de hacerse gloriosos. Por eso no dijo: “No me toca a mí darlo, sino a mi Padre”, pues pudieran echarle en cara debilidad e impotencia para recompensar a sus servidores. — ¿Pues cómo dijo? —No es cosa mía, sino de aquellos para quienes está preparado. A fin de que resulte más claro mi pensamiento, pongamos un ejemplo y supongamos un agonoteta y luego un buen número de valientes atletas que bajan a la palestra. Dos de ellos, íntimos amigos del agonoteta, acercan y le dicen, confiando precisamente en su amistad y benevolencia: “Haz que a todo trance se nos corone y proclame campeones”. El agonoteta les contestaría: “No me toca a mi dar eso, sino que pertenece a quienes se lo ganen por sus esfuerzos y sudores”. ¿Tendríamos en este caso por débil el agonoteta? ¡De ninguna manera! Más bien le alabaríamos por su espíritu de justicia y su imparcialidad. Ahora bien, como a éste no le tendríamos por impotente para dar la corona, sino por hombre que no quiere infringir la ley de los combates ni turbar el orden de la justicia; por semejante manera diría yo que Cristo dio esa respuesta a sus dos discípulos para impulsarlos por todos lados a que, después de la gracia de Dios, pusieran la confianza de su salvación y de su gloria en sus propias buenas obras. De ahí que diga: Para quienes está preparado. Porque ¿y si aparecen otros mejores que vosotros? ¿Y si han llevado a cabo obras mayores que las vuestras? ¿Por ventura porque seáis mis discípulos, es ello bastante razón para que consigáis los primeros puestos, si vosotros no os mostráis dignos de la elección? Porque que Él sea señor de todo, es evidente por el hecho de que Él posee todo el juicio. Y es así que a Pedro le dijo: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y lo mismo declara Pablo cuando dice: Ya sólo me falta la corona de justicia, que me dará el Señor, justo juez, en aquel día. Y no sólo a mí, sino a todos los que aman su aparición”. Y aparición de Cristo se llama su presente advenimiento. Ahora bien, que nadie ha de estar delante de Pablo, cosa evidente es para todo el mundo. Por lo más, si Cristo dijo todo esto con alguna oscuridad, no hay porqué maravillarse. Quería Él despachar prudentemente a sus discípulos para que no le molestaran más sin razón ni modo sobre primacías, ya que todo el asunto procedía de pasión humana, y no quería, por otra parte, contristarlos demasiado. Una y otra cosa consigue por aquella relativa oscuridad.
LOS APÓSTOLES SE ENFADAN
Entonces se irritaron los diez contra los dos. Entonces. Cuándo? Cuando el Señor los hubo reprendido. Porque mientras la preferencia había sido decretada por Cristo, no se irritaron, y, por muy honrados que los vieran, lo aceptaban y callaban por respeto y consideración a su maestro. Quizá allá en sus adentros lo sentían, pero nada se atrevían a sacar a pública plaza.
Y cuando también de Pedro sintieron algún celillo humano, con ocasión de pagar el didracma, no se enfadaron, sino que se contentaron con preguntarle al Señor: Luego, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos?” Mas como ahora la petición había partido de los dos discípulos, de ahí la irritación de los demás. Y ni aun ahora se irritan inmediatamente, es decir, en el momento de presentar aquéllos su petición, sino cuando Cristo los reprendió y les dijo que no habían de alcanzar los primeros puestos si no se hacían merecedores de ellos.
LA IMPERFECCIÓN DE LOS APÓSTOLES
- Ya veis cuán imperfectos eran todos, lo mismo estos dos, que intentaban levantarse sobre los diez, que los diez, que envidiaban a los dos. Mas; como anteriormente dije mostrádmelos después, y veréis cuán libres están de todas estas pasiones. Escuchad, por ejemplo, cómo este mismo Juan que ahora se presentó al Señor con esas pretensiones, luego cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto para dirigir la palabra al pueblo como para obrar milagros. Testigo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y no oculta sus merecimientos, sino que nos relata la confesión que hizo cuando los otros se callaron y cómo más adelante entró en el sepulcro, y en todo momento lo antepone a sí mismo. Porque, como uno y otro asistieron a la pasión del Señor, Juan abrevia su propio elogio, diciendo simplemente: Aquel discípulo era conocido del pontífice. En cuanto a Santiago, no sobrevivió mucho tiempo, sino que, desde los comienzos, fue tal su fervor y, dejando atrás todo lo humano, se levantó en su carrera a tan inefable altura, que fue inmediatamente degollado. Por semejante manera, todos los otros se elevaron después a la cúspide de la virtud. Mas entonces se enfadaron. ¿Qué hace, pues, Cristo? Llamándolos a sí, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas. Como los diez se habían alborotado y turbado, el Señor trata de calmarlos por el hecho mismo de llamarlos antes de hablar y por su benignidad al tenerlos a su lado. Porque, en cuanto a los otros dos, que se habían arrancado del corro de los diez, allí estaban hablando a solas con el Señor. De ahí que llame a los otros cerca de si, y por este gesto de su bondad, por el hecho de desacreditar la pretensión de los dos y exponerla ante los demás, trata de calmar la pasión de unos y de otros.
Mas en el caso presente no reprime el Señor el orgullo de los discípulos del modo que lo hiciera antes. Antes les había puesto en medio un niño chiquito y les mandó imitar su sencillez y humildad. Ahora su reprensión es más enérgica, y, poniéndoles delante lo contrario, de lo que deben ellos hacer, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y los grandes les hacen sentir su autoridad. Mas entre vosotros no ha de ser así, sino quien quiera entre vosotros ser grande, ése ha de ser el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, sea el último de todos. Lo cual era darles bien claro a entender que pretender primacías era cosa de gentiles. Realmente, la pasión es muy tiránica y molesta aun a los grandes varones. De ahí la necesidad de asestarle más duro golpe. De ahí también que el Señor los hiera más en lo vivo, confundiendo la hinchazón de su alma por la comparación con los gentiles, y así corta la envidia de los unos y la ambición de los otros poco menos que diciéndoles: No os molestéis como injuriados. A sí mismos más que a nadie se dañan y deshonran los que andan ambicionando primeros puestos, ya que por ello se ponen entre los últimos. Porque no pasa entre nosotros como entre los gentiles. Los gobernantes de los gentiles, sí, dominan sobre ellos; pero conmigo, el que se haga el último, ése es el primero. Y que esto no lo digo sin razón, en lo que hago y sufro tenéis la prueba. Porque yo he hecho algo más. Siendo rey de las potestades de arriba, quise hacerme hombre y acepté ser despreciado e injuriado; y no me contenté con esto, sino que llegué hasta la muerte. Que es lo que ahora dice: Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos. Porque no me detuve—parece decir—en eso, sino que di también mi vida en rescate… — ¿De quiénes? ¡De mis enemigos! Si tú te humillas, por ti mismo te humillas; pero si me humillo yo, me humillo por ti. No temas, pues, como si te quitaran tu honra. Por mucho que te humilles, jamás podrás llegar tan bajo como llegó tu Señor. Sin embargo, este abajamiento fue la exaltación de todos, a par que hizo brillar la propia gloria del Señor. En efecto, antes de hacerse hombre sólo es conocido de los ángeles; mas después que se hizo hombre, no sólo no disminuyó aquella gloria, sino que añadió otra, la que le vino del conocimiento de toda la tierra. No temas, pues, como si al humillarte se te quitara la honra, pues con ello no haces sino levantar más tu gloria, con ello no haces sino acrecentada. La humildad es la puerta del reino de los cielos. No echemos, pues, por el camino contrario, no nos hagamos la guerra a nosotros mismos. Porque, si queremos aparecer como grandes, no seremos grandes, sino los más despreciados de todos. ¿Veis cómo siempre los exhorta por lo contrario, dándoles lo que desean? En muchos casos hemos mostrado anteriormente este modo de proceder del Señor: así lo hizo con los amantes del dinero y ” los vanidosos. Porque ¿qué razón te mueve a dar limosna delante de los hombres? ¿Para conseguir gloria? Pues no lo hagas así y la conseguirás absolutamente. ¿Y por qué razón atesoras? ¿Para enriquecerte? Pues no atesores y te enriquecerás absolutamente. Así procede también aquí. ¿Por qué ambicionas 1os primeros puestos? ¿Para estar por encima de los demás? Pues escoge el último lugar, y entonces obtendrás el primero. En conclusión, si quieres ser grande, no busques ser grande, y entonces serás grande. Porque lo otro es ser pequeño.
EL ORGULLO ABAJA, LA HUMILDAD EXALTA
- Mirad cómo los apartó de su vicio, queriéndoles mostrar que por la soberbia iban al fracaso, y por la humildad al triunfo, a fin de que huyeran de la una y siguieran la otra. Y si les hizo mención de los gentiles, fue para mostrarles de ese modo cuán reprobable y abominable era la ambición de preminencias y de mando. Porque forzoso es que el orgulloso esté bajo, y, por lo contrario, el humilde, alto. Y esta altura del humilde es la verdadera y legítima, ya que no se cifra en un puro nombre y palabras. La elevación mundana procede de necesidad y miedo; la nuestra, empero, se asemeja a la elevación misma de Dios. El humilde, aun cuando de nadie sea admirado, permanece elevado; el soberbio, empero, por más que todos le halaguen, sigue más bajo que nadie. Además, el honor tributado al orgulloso procede de fuerza; de ahí la facilidad con que se desvanece; mas el del humilde es libre y, por ende, también firme. Así admiramos a los santos; pues, siendo superiores a todos, se humillaron más que todos. De ahí que hasta hoy permanecen elevados y ni la muerte los pudo hacer bajar de su altura. Mas, si os place, examinemos esto mismo por razonamiento. Alto se dice uno cuando lo es o por su talla o cuando se halla colocado sobre un lugar prominente; y bajo, en los casos contrarios. Veamos, pues, quién es lo uno o lo otro, el arrogante o el modesto, a fin de que caigas en la cuenta de cómo nada hay tan alto como la humildad, ni más a ras de tierra que la arrogancia. Ahora bien, el arrogante quiere ser más que todos los otros, no tiene a nadie por digno de sí mismo; cuantos más honores alcanza, más ambiciona y pretende, y piensa no haber alcanzado ninguno, desprecia a los hombres y se perece por sus honras. ¿Puede haber nada más insensato? La cosa parece realmente un enigma. A los mismos que tiene por nada, de ésos pretende ser glorificado. ¿Veis cómo el que quiere exaltarse cae y se arrastra por tierra? Porque, que el arrogante tiene a todos los hombres por nada comparados consigo mismo, él mismo lo afirma y en eso cabalmente consiste la arrogancia. ¿A qué corres entonces tras el que no es nada? ¿A qué buscas honor de él? ¿A qué andas rodeado de tanta muchedumbre de gentes? ¿Veis cómo el soberbio es bajo y está en lo bajo? Pues, ea, examinemos al humilde, al de verdad alto. Éste sabe lo que es el hombre, cuán grande cosa es el hombre. Y como a sí mismo se tiene por el último de todos, de ahí que cualquier honor que se le tribute lo tiene por cosa grande. De suerte que sólo el humilde es consecuente consigo mismo, y está elevado, y no cambia de parecer. Puesto que tiene a los hombres por grandes, cree que sus honras, por pequeñas que sean, son también grandes, desde el momento que considera a aquéllos por grandes. El arrogante, en cambio, tiene por nada a quienes le honran, pero sentencia que sus honras son grandes. Además, el humilde no es presa de pasión alguna: ni la ira, ni la vanagloria, ni la envidia, ni los celos podrán molestarle, ¿Y qué puede haber más elevado que un alma exenta de estas pasiones? El soberbio, empero, por todas–estas pasiones se ve dominado, como un vil gusano que se revuelve entre el barro. Y, en efecto, los celos, la envidia, la ira, están constantemente atormentan o a su alma. ¿Quién está, pues, más alto: el que está por encima de sus pasiones o el que es esclavo de ellas? ¿El que teme y tiembla ante ellas o el que es a ellas inatacable y jamás puede ser por ellas dominado? ¿Qué ave diríamos que vuela más alta que va muy por encima de las manos y trampas del cazador la que cae en manos de éste sin necesidad de trampa alguna, por no poder volar ni remontarse por los aires? Tal es el orgulloso. Cualquier lazo le coge fácilmente, pues va siempre arrastrándose por el suelo.
PROSIGUE EL ATAQUE CONTRA EL SOBERBIO
- Mas, si os place, examinad lo que decimos por aquel malvado demonio. ¿Qué puede, en efecto, haber de más bajo que el diablo después que quiso exaltarse? ¿Qué de más alto que el hombre apenas quiere humillarse? El diablo se arrastra por el suelo, puesto debajo de nuestro talón. Porque: Caminad—dice el Señor—por encima de serpientes y escorpiones. El hombre humilde, en cambio, está arriba entre los ángeles. Mas si eso mismo lo queréis saber por los hombres soberbios, considerad aquel bárbaro que trajo consigo tan enorme ejército y que no sabía lo que es evidente a todo el mundo, por ejemplo, que una piedra es sólo una piedra, y los ídolos, ídolos. De ahí que se hallaba más bajo que piedras e ídolos. Mas los piadosos y creyentes se lanzan más allá del mismo sol. ¿Cabe elevación mayor? Pues ellos pasan todavía las bóvedas del cielo y, dejando atrás a los ángeles, se presentan ante el mismo trono regio de Dios. Por otro lado, podéis daros cuenta del poco valor de un soberbio. ¿Quién es natural que esté bajo: aquel a quien Dios ayuda o aquel a quien Dios hace la guerra? Pues oíd ahora lo, que dice la Escritura acerca de los humildes y soberbios: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes 19. Y todavía quiero haceros otra pregunta: ¿Quién estará más alto: el que ofrece sacrificio y ofrenda a Dios o el que está lejos de toda confianza en Él? — ¿Y qué sacrificio—me dirás—ofrece el humilde? —Oye a David, que dice: Sacrificio es para Dios un espíritu contrito. Dios no despreciará un corazón contrito y humillado ¿Veis la pureza del humilde? Pues mirad también la impureza del soberbio. Porque: Impuro es—dice la Escritura—delante de Dios todo altanero de corazón. Aparte de eso, sobre el humilde descansa Dios: ¿Sobre quién fijaré mi mirada sino sobre el manso y tranquilo y que tiembla de mis palabras? Más el orgulloso es arrastrado juntamente con el diablo, cuyos tormentos tendrá también que sufrir. De ahí que el mismo Pablo dijera: No sea que, hinchado de orgullo, caiga en la condenación del diablo. Por otra parte, al soberbio le sucede lo contrario de lo que quiere. Quiere, en efecto, ser orgulloso para ser honrado, y con ello no consigue sino hacerse el más vilipendiado de todos. Porque nadie tan ridículo como el soberbio, nadie tan aborrecido y enemigo de todo el mundo, tan fácil presa de sus contrarios, tan pronto para la ira, tan impuro delante de Dios. ¿Qué puede, pues, haber peor que eso? Ése es, en efecto, el límite del mal. Mas ¿qué hay más agradable, qué cosa hay más feliz que un hombre humilde? Los humildes son los queridos y predilectos de Dios, ellos gozan del honor de los hombres, a ellos los estiman como a padres, los saludan como a hermanos y los aman como miembros propios.
EXHORTACIÓN FINAL: SEAMOS HUMILDES PARA SER EXALTADOS
Seamos, pues, humildes para ser exaltados. A la verdad, Nada hay que tan profundamente nos abaje como la soberbia. Esta fue la que hundió a Faraón. Porque: No sé—dice—quién Es el Señor. Y, por haber hablado así, vino a ser más vil que las moscas, las ranas y las orugas, y, después de eso, fue hundido en el mar con sus carros y caballos. Lo contrario de Faraón fue Abrahán: Yo soy—dice—polvo y ceniza; y por esa humildad venció a infinitos bárbaros y, después de caer en medio de Egipto, logró salir de allí con más brillante trofeo de gloria que antes y, abrazado siempre con esa virtud, cada día se hizo más glorioso. Por eso es su nombre celebrado por todas partes, por eso se le corona y proclama; Faraón, en cambio, sólo es ya polvo y ceniza o cualquier cosa más vil que el polvo y la ceniza. Porque nada aborrece Dios tanto como la soberbia. De ahí que desde el principio no dejó Él piedra por mover para arrancar y destruir esta pasión. Por ella nacimos mortales, entre dolores y lamentos. Por ella nos hallamos en trabajo, en sudor y en fatiga continua y desastrada. Porque por soberbia pecó el primer hombre, al pretender hacerse igual a Dios. Por eso no conservó ni lo que tenía, sino aun eso lo perdió. Tal es, en efecto, la soberbia. No sólo no añade nada bueno a nuestra vida, sino que nos daña en lo que tenemos. Al revés de la humildad, que no sólo no nos daría en lo que tenemos, sino que nos añade lo que no teníamos. La humildad, pues, emulemos, la humildad sigamos, a fin de gozar de la presente vida y alcanzar la eterna gloria, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre gloria y poder, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía 65, Ed. BAC, Madrid, 1966, p. 338 – 354)
Guión XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Domingo 20 de octubre de 2024
Entrada
Abogado tenemos ante el Padre a Jesucristo, el Justo, que dio su vida por salvarnos. Él nos enseña con su palabra y con su vida, como antaño enseñara a sus discípulos, que para llegar a ser verdaderamente grandes, debemos hacernos por amor a Dios siervos y esclavos de todos.
Primera Lectura Isaías 53, 10-11
Cargando con los crímenes de los hombres, el Siervo de Dios se ofrece en sacrificio fecundo.
Segunda Lectura Hebreos 4, 14-16
Jesucristo es Sumo Sacerdote compasivo de nuestras debilidades porque fue sometido a nuestras mismas pruebas.
Evangelio Mc. 10, 35-45
El servicio de Jesús consiste en dar la vida en rescate por todos. Nosotros somos llamados a seguirle por el mismo camino.
Preces
Acerquémonos con confianza a Cristo nuestro Salvador para alcanzar misericordia y gracia en favor de todos nuestros hermanos.
A cada intención respondemos cantando…
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Señor Jesús, tú viniste al mundo para anunciarnos el Amor del Padre. Te pedimos por el Sucesor de Pedro, llamado por el Señor a confirmar a sus hermanos en la Fe; para que sea siempre sostenido por la oración y fortificado por la gracia en la misión de anunciar y enseñar el Evangelio de Salvación. Oremos…
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Señor Jesús, tú nos llamas a ser totalmente tuyos por medio del bautismo. Haz que todos los cristianos realicen el apostolado social más urgente que es el del testimonio auténtico que muestra al mundo que sólo contigo se construye a favor del hombre. Oremos…
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Señor Jesús, tú atendiste incansablemente a los enfermos. Te pedimos por todos los que sufren que con tu fuerza los confortes y entiendan el valor de intercesión que tienen sus dolores unidos a sus oraciones por el bien de la humanidad. Oremos…
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Señor Jesús, tú has vencido con la entrega de tu vida todo odio. Te pedimos por el dialogo interreligioso para que los creyentes de las diferentes religiones se sientan llamados a superar el odio y la indiferencia por medio del amor y de la compasión Oremos…
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Señor Jesús, tú amas a los niños y jóvenes con un amor de predilección. Te pedimos por todos los que se están preparando para recibirte en la Eucaristía para que con una diligente guía, puedan descubrirte y ser portadores tuyos y misioneros entre sus seres queridos. Oremos…
Señor nuestro Jesucristo, tu bondad es inmensa. Recibe nuestras peticiones y las de todos los que te buscan con sincero corazón. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Ofertorio
Ofreciendo nuestras vidas en el único Sacrificio de Cristo, presentamos:
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Cirios y con ellos la presencia de muchos sacerdotes y misioneros que esparcen la semilla de la Palabra de Dios.
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Pan y vino, que serán Cuerpo y Sangre de Jesús: Sacramento de Salvación para todos los hombres.
Comunión
Que alimentados y fortificados por el mismo Dios, vivamos de la fe y de la caridad que se aprende en la escuela de la santa Eucaristía.
Salida
La María Santísima, modelo y mártir de nuestra fe, que guardó todas las enseñanzas de su Hijo en su corazón, nos enseña a redescubrir la alegría de la fe, que crece y se fortalece comunicándola.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
¿Cómo será la gloria del cielo?
¿No entienden cómo en el cielo hay diversos goces, y sin embargo todos están contentos y los que gozan menos no tienen envidia de los que gozan más? Pues vamos a explicarlo con ejemplos.
Un padre tiene tres hijos de distinta edad y por lo tanto de distinta estatura. Les hace tres trajes a la medida de cada uno. Los tres están contentísimos con sus trajes. ¿Nos podríamos imaginar al más pequeño diciendo: -Yo quiero un traje tan grande como el de mi hermano mayor?
Es un banquete donde todos han comido hasta saciarse, pero unos han comido más y otros menos, según la capacidad de cada uno. Todos están contentos porque todos están hartos y esto les basta.
Se da un concierto de música. Todos oyen, todos escuchan embelesados. Sin embargo hay algunos que tienen más fino el sentimiento artístico. Estos oyen mejor y gozan más.
En el cielo, mis hermanos, se nos hará el traje de la gloria a la medida de la gracia. Todos contentos porque cada uno tiene el traje que corresponde a su estatura. Allí todos estarán hartos, sin desear nada, felices de la posesión de Dios, aunque cada uno conforme a la capacidad de su espíritu. Será aquella música divina que a todos nos llenará de dicha, aunque unos la escuchen mejor que otros por estar más cerca de Dios y más elevados en la escala de la perfección.
Procuremos por eso perfeccionarnos mucho, acaparar mucha gracia, para estar muy altos en la gloria.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 466)