PRIMERA LECTURA
Traerán a todos los hermanos de ustedes
de entre todas las naciones
Lectura del libro de Isaías 66, 18-21
Así habla el Señor:
Yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria. Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones extranjeras, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Ellos traerán a todos los hermanos de ustedes, como una ofrenda al Señor, hasta mi Montaña santa de Jerusalén. Los traerán en caballos, carros y literas, a lomo de mulas y en dromedarios —dice el Señor— como los israelitas llevan la ofrenda a la Casa del Señor en un recipiente puro. Y también de entre ellos tomaré sacerdotes y levitas, dice el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 116, 1-2
R. Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio.
O bien:
Aleluia.
¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos! R.
Es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
El Señor corrige al que ama
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Hermanos:
Ustedes se han olvidado de la exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos:
Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Porque el Señor corrige al que ama y castiga a todo aquél que recibe por hijo.
Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre?
Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.
Por eso, «que recobren su vigor las manos que desfallecen y las rodillas que flaquean. Y ustedes, avancen por un camino llano», para que el rengo no caiga, sino que se sane.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Aleluia Jn 14, 6
Aleluia.
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí», dice el Señor.
Aleluia.
Vendrán muchos de Oriente y de Occidente,
a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 13, 22-30
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas". Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».
Palabra del Señor.
Alois Stöger
La salvación ofrecida a todos
La vida itinerante de Jesús es renuncia. Así debe ser por disposición divina. Como tal, ha de ser modelo para los que le sigan, y muy en particular para sus discípulos. La primera sección del relato del viaje comenzó con el llamamiento a seguir a Jesús en su marcha hacia Jerusalén (9,51-62), la segunda muestra claramente adónde se va: a Jerusalén, a la ciudad de la glorificación de Jesús, pero también a la ciudad de su muerte. Quien quiera ser glorificado con él, debe estar también resuelto a tomar en serio su seguimiento como discípulo y a elegir. La tercera sección del relato del viaje conducirá cerca de Jerusalén: el reino de Dios está ya presente, el Hijo del hombre ha de venir. ¿Cuáles son las condiciones para que la venida no acabe en condenación, sino en salvación (17,11-19,27)? Lo que tiene lugar durante la marcha de Jesús hacia Jerusalén servirá de enseñanza a la Iglesia, que entra en la gloria mediante una labor itinerante de misión y pasando por persecuciones y sufrimientos. (…)
a) La ciudad de la glorificación (Lc/13/22-30).
22 Y atravesaba ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino a Jerusalén.
Jesús está en camino. Su viaje es viaje de misión, su caminar es acción, su acción es enseñar (Cf.4,15.31; 5,3.17; 6,6; 13,10; 19,47; 20,1.21; 21,37; 23,5). Enseña que las promesas divinas de salvación, contenidas en la Escritura, se están cumpliendo ahora por medio de él (4,21); enseña el camino de Dios (20,21), la forma de vida que aguarda Dios de los hombres; enseña los caminos de salvación (Hec_16:17), lo que es necesario para alcanzar la salvación eterna (cf. 13,23).
Expone su doctrina en ciudades y aldeas; a todos se ofrece la salvación que él anuncia. Todos son llamados a tomar una decisión, a optar por la voluntad de Dios o contra ella en este tiempo de salvación, que se inaugura. Los dos escritos de Lucas están llenos de una dinámica apostólica sin reposo, impuesta por la necesidad de la misión divina (13,33), la voluntad salvadora de Dios. Jesús, que camina de un lugar a otro, es modelo de los apóstoles itinerantes, su camino prepara el testimonio apostólico. De los apóstoles se dice: «Después de dar pleno testimonio y de predicar la palabra del Señor... iban evangelizando muchas aldeas de samaritanos» (Hec_8:25). «Felipe se encontró en Azoto y de paso iba evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hec_8:40). Sobre todo Pablo es, según los Hechos de los apóstoles, el viajero infatigable. La aparición de Jesús en Israel indica la futura misión de la Iglesia y es su presupuesto histórico. La meta de la marcha de Jesús es Jerusalén (Lc_9:51). Allí le aguarda la «elevación»: pasión y glorificación, muerte y ascensión al cielo. El término de su peregrinación es el cielo; los apóstoles le miraban mientras «se iba» al cielo (Hec_1:10). Lo que Jesús experimenta y enseña en su marcha indica a los discípulos el camino de la resurrección personal y de la salvación. Los apóstoles son «siervos del Dios Altísimo, que anuncian el camino de salvación» (Hec_16:17). «Confirman los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que por muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino de Dios» (Hec_14:22).
23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
¿Quién se salva? ¿Quién va al cielo? ¿Quién entra en el reino de Dios? Estas son preguntas candentes que se presentan en el camino de la vida. ¿A quién no le escuece en el alma la cuestión de la salvación y de la salud? Uno le pregunta por el número de los que se salvan. ¿Son pocos? Aquel hombre se dirige a Jesús como al Señor. Para él es Jesús una autoridad destacada en cuestiones de la salvación al final de los tiempos. Le hacían estas preguntas: «¿Qué haría yo para heredar la vida eterna?» (Lc_18:18), «¿Cuándo vendrá el reino de Dios?» (Lc_17:20), «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» (Hec_1:6). Como Señor que es, dispone del reino, porque el Padre se lo ha confiado (Lc_22:29).
La doctrina de los fariseos dominante en la época de Jesús decía: «Todo Israel tiene participación en el mundo venidero» (Mishna, Sanhedrín 10,1) En otros círculos se pensaba en forma más pesimista: «Sólo a pocos traerá alivio el mundo venidero, a muchísimos, en cambio, fatiga» (4Esd_5:47). ¿Qué decir? Jesús no zanja la cuestión, no quiere zanjarla. ¿Por qué pregunta el hombre por el número? ¿No busca ocultamente seguridad en el número? Si todo Israel se ha de salvar, entonces está uno seguro. Si el número es pequeño, ¿para qué, pues, molestarse? Los números son un impedimento para lo que quiere Jesús con su predicación. Jesús llama a tomar partido por el actual ofrecimiento de Dios. Esto es lo que importa, no saber el número...
23b él les contestó: 24 Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; que muchos -os lo digo yo- intentarán entrar, pero no lo conseguirán.
La salvación al final de los tiempos se asemeja a un banquete que se celebra en una sala cuya puerta es estrecha. Hay que imaginársela muy estrecha. Con una imagen un tanto atrevida dice Jesús en una ocasión que es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios (Lc_18:25). Delante de la puerta se produce gran aglomeración. Todos quieren entrar y participar en el banquete. Sólo el que emplea la fuerza puede abrirse paso entre la multitud apiñada. Sólo el que se impone las fatigas de una competición puede lograr entrar.
El deportista pone en juego en los últimos minutos todas las fuerzas que han de decidir la victoria. Para salvarse es necesario emplear todas las fuerzas. Jesús invita: Esforzaos. Los escritos apocalípticos, que por los días de Jesús hablaban mucho del tiempo final y de la gloria, contaban entre las mayores satisfacciones de los que iban por los caminos del Altísimo, «el haber combatido en dura pelea para sofocar la malicia ingénita, de modo que ésta no los lleve de la vida a la muerte» (4Esd_7:92). Jesús mismo combatió de esta manera en el huerto de los Olivos y poniendo en tensión todas sus fuerzas tomó en su mano el cáliz de la pasión y la muerte que le estaba reservada (Lc_22:44). Para llegar a su elevación al cielo tiene que pasar por esta tensión y por este forcejeo. E1 camino de la salvación es el seguimiento de Jesús por el camino de Getsemaní y del Calvario, por la aceptación de la muerte y por la muerte misma (Lc_9:57-62). De estos esfuerzos y de este combate escribe Pablo: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, para la que fuiste llamado y cuya profesión hiciste en una hermosa confesión ante muchos testigos» (1Ti_6:12). Y otra vez: «He combatido el buen combate, he realizado plenamente la carrera, he guardado la fe. Y ahora está ya preparada para mí la corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel día el Señor, el juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan mirado con amor su aparición» (/2Tm/04/07s).
La puerta estrecha sólo está abierta por cierto tiempo. Desde que Jesús anunció el tiempo de salvación, está abierta la puerta (Lc_4:21). El plazo vencerá cuando venga el Señor a juzgar. ¿Cuándo será esta hora? ¿Cuándo se cerrará la puerta? Nadie lo sabe. Aun cuando el tiempo se «extienda» hasta el fin, permanece incierto el momento en que se ha de cerrar la puerta. Se ha inaugurado el tiempo de salvación, ahora es el tiempo final. El llamamiento de Jesús impele a tomar una decisión, que no se puede diferir.
Muchos... no lo conseguirán. Los discípulos, a quienes el Padre ha tenido a bien dar el reino, son sólo un pequeño rebaño (Lc_12:32). «Es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella» (/Mt/07/14). Así pues, Jesús, con estas palabras, ¿indica, con todo, un número y resuelve la cuestión de aquel hombre innominado con el pesimismo del libro cuarto de Esdras? Jesús no quiere indicar ningún número; lo que sí quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las fuerzas, llamar a una decisión.
25 Después que el amo de casa se haya levantado a cerrar la puerta, vosotros os quedaréis fuera y comenzaréis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Pero él os responderá: No sé de dónde sois vosotros.
La situación ha cambiado. El amo de casa se ha levantado, el banquete comienza, se cierra la puerta. El que no haya entrado todavía tendrá que quedarse fuera. Los que están fuera llaman. Por un agujero de la puerta hablan con el amo de casa. Él había enseñado por sus calles. Ellos eran sus contemporáneos. El amo de casa es Jesús. Todo llamar y todo rogar (Lc_11:9 s) resulta inútil. No se utilizó la puerta que estaba abierta. Se ha perdido definitivamente el «ahora» para entrar. La llamada de Jesús no consiente dilaciones; es la llamada del profeta que prepara para el tiempo final, es la llamada de última hora. Una vez que ha pasado el tiempo de salvación, sólo queda el juicio. El que no aceptó la salvación ofrecida, queda excluido y no es reconocido por Jesús, amo de la casa (cf. 12,9).
26 Entonces os pondréis a decir: Hemos comido y bebido en tu presencia, y en nuestras plazas enseñaste. 27 Pero él os repetirá: No sé de dónde sois; alejaos de mí todos los ejecutores de injusticia.
Los que quedan excluidos recuerdan al amo de la casa sus pasadas relaciones con él. Le recuerdan la comunidad de mesa: Hemos comido y bebido en tu presencia; le recuerdan la comunidad de maestro y discípulos: en nuestras plazas enseñaste. El Señor había entrado con ellos en la comunión del dar y recibir. Había vivido en su pueblo, había ejercido su actividad en medio de ellos. Todas las invocaciones de esta comunidad son ahora en vano. Su palabra no fue tomada en serio, no se procedió según la voluntad de Dios por él anunciada. Son ejecutores de injusticia.
Es voluntad de Dios que se oiga y se ponga en práctica el llamamiento de Jesús, que se siga su doctrina, que se acepte el ofrecimiento hecho por Dios por medio de él. No aprovecha el haber sido del mismo pueblo que Jesús, y ni siquiera el haber sido discípulo suyo, si no se pone en práctica lo que él proclama. «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (/Mt/07/21).
No salva la comunidad de mesa con Jesús y el bautismo, ni el haber oído su palabra como discípulo, si todo esto no va unido con la obediencia de obra a las palabras de Jesús, con la decisión personal en su favor. Aunque nosotros, cristianos, tengamos comunidad de mesa con Jesús que mora entre nosotros, aunque oigamos su palabra en la liturgia y aunque comamos su carne y bebamos su sangre, todo esto no nos salva si no le obedecemos, si no cumplimos la voluntad de Dios anunciada por él, si no nos decidimos por él (cf. 1Co_10:1-11).
28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios y vosotros echados fuera. 29 En cambio, habrá quienes vengan de oriente y de occidente, del norte y del sur, a ponerse a la mesa en el reino de Dios. 30 Porque mirad que hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos.
Allí, delante de la puerta cerrada, habrá llanto y rechinar de dientes. Es el conocido dolor de la desesperación, tantas veces expresado (Mat_8:12; Mat_13:42.50 ; Mat_22:13; Mat_24:51; Mat_25:30). Los que se han quedado fuera, los que han sido excluidos, descubren que rechazaron a la ligera la gracia de Dios y que ahora están irremisiblemente perdidos. Lloran. El remordimiento desesperado sacude todo su ser, su alma y su cuerpo, les rechinan los dientes. Ellos mismos se atormentan pensando que no aprovecharon el momento oportuno ni pusieron en juego todas sus fuerzas para alcanzar la salvación ofrecida.
Su dolor y los reproches que se hacen son tanto mayores, por cuanto ven en los patriarcas y profetas la espléndida salvación que también para ellos estaba preparada, que les estaba destinada especialmente, porque Abraham, Isaac y Jacob eran sus patriarcas e intercesores, porque ellos tenían la enseñanza de los profetas, que conduce a la salvación. «Lanzan gritos los pecadores cuando ven cómo resplandecen aquéllos (los justos)» (Henoc 108,15). Les es especialmente doloroso ver la recompensa que está reservada a los que creyeron en los testimonios del Altísimo (4Esd_7:83). Jesús habla de las suertes escatológicas en el estilo de la apocalíptica de la época, pero lo nuevo de su predicación está en que la decisión sobre salvación o perdición se pronuncia en razón del cumplimiento de su palabra, del seguimiento de Jesús, de la decisión personal en su favor.
Nadie puede culpar a Dios si no logra salvarse, pues hasta los gentiles pueden entrar en el reino de Dios. Ahora se cumple la predicción profética de la peregrinación escatológica a la montaña de Dios: «Yahveh Sebaot preparará a todos los pueblos, sobre este monte, un festín de vinos generosos, de manjares grasos y tiernos, de vinos selectos y clarificados… Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra» (Isa_25:6-8). Los que se hayan salvado cantarán el cántico de acción de gracias a que aluden las palabras del texto: De oriente y de occidente, del norte y del sur: «Alabad a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Digan así los rescatados de Yahveh, los que él redimió de mano del enemigo, y los que reunió de entre las tierras de oriente y de occidente, del aquilón y del austro» (Sal_106:1-3).
Los últimos tiempos invierten las condiciones presentes: Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos. Hay paganos que entrarán en el reino de Dios, y judíos que serán excluidos de él. Los judíos habían sido privilegiados en la historia de la salvación. Por sus antepasados habían recibido las promesas llenas de bendiciones de Dios, y por los profetas la palabra y la guía de Dios; pero esta posición privilegiada no basta para salvarlos. Los gentiles estaban privados de los privilegios del pueblo de Dios, pero son admitidos en la celebración del banquete que es imagen del reino de Dios. Se salva el que acepta el mensaje de Jesús, se decide por él y le sigue.
En el tiempo de salvación, que se ha inaugurado con Jesús, ofrece Dios a los judíos como a los gentiles la salvación, de la que se decide según la posición adoptada frente a Jesús. Su palabra exige esfuerzo y lucha, seguimiento en el camino de Jerusalén, donde le aguarda la muerte y la ascensión al cielo. ¿Serán sólo pocos los que se salven? Nadie puede hacer valer derecho alguno a la salvación, pero en Jesús ha ofrecido Dios la salvación a todos.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
Catecismo de la Iglesia Católica
El cielo y el infierno
EL CIELO
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San Cipriano, ep. 56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
EL INFIERNO
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88).
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1023 – 1029; 1033 – 1037)
P. Alfredo Saénz, S. J.
El amor a la cruz
Mientras iba Jesucristo predicando por campos y aldeas, bien sea porque su doctrina parecía dura a sus oyentes o bien por la referencia a las cosas últimas del cielo y del infierno, que acababa de hacer, le proponen la delicadísima cuestión del número de los que se salvan. La pregunta puramente teórica era ociosa y de simple curiosidad. Jesús hubiera preferido, sin duda, que le preguntaran: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para salvarme?", como lo hizo el joven rico. Sin responder directamente, para no satisfacer la solicitud indiscreta de sus oyentes, lo hace de una manera verdadera pero práctica, indicando el camino que debemos seguir para llegar al cielo. De esta manera, a partir de una cuestión abstracta e inútil, hace entrar a los oyentes dentro de sí mismos, para excitar en ellos un vivo interés por la propia salvación y dejarles un mensaje bien provechoso: el camino del cielo es arduo y difícil.
Para evocar esta dificultad se nos habla hoy de la "puerta estrecha", como otras veces habló del "camino angosto", del "ojo de la aguja" o de la necesidad de tomar la cruz y llevarla detrás suyo. En uno y otro caso está presente la dificultad que supone ante todo un auténtico espíritu de mortificación para domar nuestras inclinaciones desordenadas y sujetar nuestra voluntad a la de Dios. Aceptar la puerta estrecha significa también recibir los sinsabores que nos ofrece la vida como regalos del amor de Dios que quiere conducimos como buen Padre al destino feliz de la gloria: "Si tenéis que sufrir es para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre?", hemos oído en la segunda lectura. La dificultad que nos recuerda el evangelio de hoy supone finalmente una convicción firme, profundamente arraigada en nuestra alma, de que no llegaremos al cielo si no es sobre las huellas sangrantes de Jesucristo, llevando detrás suyo la cruz de cada día.
Esta puerta estrecha se abre ante nosotros cotidianamente. En alguna ocasión la encontramos en alguna dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un revés económico, en la muerte de alguien que queremos. Más frecuentemente consistirá en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia diaria, en un acontecimiento imprevisto con el que no contábamos y que arruina nuestros planes.
De un modo u otro la cruz siempre estará presente en nuestra vida. Aceptarla, o mejor todavía, abrazarla ansiosamente en unión a Jesús, es el secreto del acceso al reino que nos espera. Al igual que Él, llegaremos a la gloria de la resurrección si antes pasamos por los misterios de su pasión y muerte llevando la "cruz de cada día".
¡Qué enseñanza tan contradictoria para el mundo de hoy! El hombre del siglo XXI, que es el fruto de un paulatino alejamiento de su condición de creatura, de hijo de Dios, y que se ha endiosado cada vez más, no sólo vive en su persona la caricatura del Padre Eterno, creyéndose igual a Él, sino que también ha inventado un remedo del cielo reemplazando la gloria sobrenatural por un presunto paraíso en la tierra. La sed insaciable de gozar, el hedonismo, el materialismo, el confort, son las metas supremas de la vida humana, metas que se deberán lograr aquí, en este mundo de la vida terrenal. Aceptada esta cosmovisión, es absurdo siquiera pensar en la posibilidad de que la cruz tenga un lugar en la vida del hombre. Esta felicidad inmanente necesita desalojar del todo la idea del dolor y del sacrificio, que vendrían a arruinar el proyecto de gozar sin límites en que el hombre ha puesto hoy su esperanza, y por eso vemos en nuestra época el reemplazo del amor a la cruz por un verdadero horror al sufrimiento. Esta aversión al dolor corre pareja con la secularización del mundo contemporáneo. A medida que la persona pierde la fe y se aleja de Dios, más incomprensible se torna el plan divino que nos conduce por la cruz a la luz inaccesible del cielo.
Y no pensemos que esto se da sólo entre aquellos que no tienen fe. También dentro de la Iglesia encontraremos esta aversión a la cruz que incapacita para la vida eterna. La encontramos en los cristianos que están convencidos de que es fácil llegar al cielo, que podremos alcanzarlo cómodamente al precio de una vaga adhesión a Dios: "hemos comido y bebido contigo". Con frecuencia escuchamos: "Soy amigo del padre tal o de Monseñor cual, pertenezco a esta o aquella asociación y he leído las lecturas en la misa de los domingos, soy ministro de la comunión". Pero si todo esto no va acompañado de una entrega total, hasta la abnegación y la cruz, no impedirá que también hoy escuchemos la sentencia terrible de Jesús: "No sé de dónde sois". Hay personas que se plantean la vida cristiana como un excelente negocio, donde no hay nada que perder: a cambio de rezar un poco, de ir a misa los domingos y de evitar los pecados más graves, Dios me tiene que conceder todo lo mejor en esta vida, salud, bienestar económico, eximición de todo disgusto o dolor y, después, la vida eterna. Evidentemente un plan muy conveniente para el espíritu mundano, pero que nada tiene que ver con el Evangelio, donde se reitera una y otra vez que no iremos al cielo si no aceptamos la cruz.
Dentro de un momento se actualizará en nuestro altar el sacrificio del Calvario, en que el mismo Jesucristo murió crucificado por nosotros. Adorándole presente en la Eucaristía, obtendremos la fortaleza necesaria para abrazarnos al sagrado leño. A ello nos ayudará el presente soneto del poeta Rafael Sánchez Mazas:
Delante de la cruz, los ojos míos
Quédense, Señor, así mirando,
Y sin ellos quererlo, estén llorando,
Porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
Quédenseme, Señor, así cantando,
Y sin ellos quererlo estén rezando,
Porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en Vos prendida,
Y así con la palabra prisionera,
Como la carne a vuestra Cruz asida
Quédeseme, Señor, el alma entera;
Y así clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed.Gladius, 1994, pp. 248-251.
San Juan Pablo II
Todos estamos llamados a la salvación
Carísimos hermanos e hijos:
1. Consideremos, en primer lugar, la oración inicial de esta Santa Misa. Esa oración, a la vez que nos enlaza con las profundas aspiraciones expresadas en la del pasado domingo, nos abre la puerta a la aceptación, sin vanos temores, de la palabra del Evangelio que, siendo divina, es fuente de infalible certeza, aunque, a primera vista, su lectura puede aparecer turbadora.
Mientras la pasada semana pedimos al Señor "la dulzura de su amor para poderle amar en todo y sobre todas las cosas", a fin de obtener "las promesas que superan todo deseo", hoy, con el mismo espíritu de humilde súplica, pedimos a Dios "amar lo que manda y desear lo que promete", a fin de que "nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría". En las dos oraciones hay una idéntica orientación fundamental del cristiano hacia los bienes que sobrepasan toda previsión y experiencia, que ningún ojo puede ver y ninguna mente imaginar; hay la misma ansia del don de Dios, único que puede transformar el corazón de sus fieles, haciéndolo sensible a sus promesas y dispuesto a afrontar, por amor, la lucha requerida contra el espíritu del mundo, superando así "la puerta estrecha".
Al pedir a Dios hoy, en especial, que nos haga "amar lo que Él manda", pedimos entrar en el secreto de la libertad cristiana, la cual induce a una decisión irrenunciable y fiel de elegir el bien, aunque vaya acompañada, como muchas veces sucede, por el cansancio, la lucha y el sufrimiento.
El cristiano, efectivamente, no obedece a un imperativo externo, sino que, afrontando la "puerta estrecha", sigue la atracción que le pone en su corazón el Espíritu Santo. He ahí por qué todos cuantos se comprometen a obedecer al Señor con la más profunda y leal generosidad, ponen en esa obediencia una espontaneidad y un amor que los profanos no saben explicarse.
Preparados así por la oración a acoger en el corazón "lo que Dios manda", nos sentimos dispuestos a no rebelarnos, a no desanimarnos, a no rechazar, antes bien a comprender y amar la palabra evangélica que Jesús hoy nos dirige.
2. En el Evangelio Jesús recuerda que todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos. La lectura profética expone con vivas imágenes el designio que Dios tiene de recoger en la unidad a todos los hombres para hacerles partícipes de su gloria. La extraída del Nuevo Testamento exhorta a soportar las pruebas como purificación procedente de las manos de Dios, "porque el Señor, a quien ama, le reprende" (Heb12, 6;Prov3, 12). Pero los motivos de esas dos lecturas puede decirse que se hallan concentrados en el pasaje del Evangelio.
La interrogación en torno al problema fundamental de la existencia: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (Lc13, 23), no nos puede dejar indiferentes. A esa pregunta, Jesús no responde directamente, sino que exhorta a la seriedad de los propósitos y de las decisiones: "Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán"(Lc13, 24). El grave problema adquiere en los labios de Jesús una perspectiva personal, moral, ascética. Jesús afirma con vigor que el conseguir la salvación requiere sufrimiento y lucha. Para entrar por esa puerta estrecha, es necesario, como dice literalmente el texto griego, "agonizar", es decir, luchar vigorosamente con todas las fuerzas, sin pausa y con firmeza de orientación. El texto paralelo de Mateo parece todavía más categórico. "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos los que dan con ella!"(Mt7, 13-14).
La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, sobre el mundo y sobre la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad de Dios, en vista de un bien superior la que realiza nuestra verdadera felicidad; es la aceptación del sufrimiento como medio de expiación y de redención, para sí y para los demás, y como expresión suprema de amor; la puerta estrecha es, en una palabra, la aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura explicación.
Es necesario, en fin de cuentas, recorrer el camino trazado por Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: "Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, se salvará"(Jn10, 9). Para salvarse, hay que tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos en las aspiraciones contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame"(Lc9, 23).
Queridos hijos y hermanos: Es el amor lo que salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para quien se olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el llanto. ¿Puede el camino parecer áspero y difícil, puede la puerta aparecer demasiado estrecha? Como dije ya al principio, semejante perspectiva supera las fuerzas humanas, pero la oración perseverante, la confiada súplica, el íntimo deseo de cumplir la voluntad de Dios, conseguirán de nosotros que amemos lo que Él manda.
Y esto es lo que pido para todos vosotros. Y sobre vuestros propósitos, sobre vuestras personas, sobre vuestras familias descienda mi afectuosa bendición apostólica.
Homilía de San Juan Pablo II el día 24 de agosto de 1980 en Castelgandolfo
San Juan Crisóstomo
LA PUERTA ESTRECHA
Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la encuentran. La verdad es que más adelante dice el Señor: Mi yugo es suave y mi carga ligera1.Y en lo que poco antes nos ha dicho, nos dio a entender lo mismo. ¿Cómo habla, pues, aquí de puerta estrecha y de camino angosto? Más aquí particularmente, si bien lo miramos, nos hace ver el Señor que su doctrina es ligera, fácil y hacedera. —Y ¿cómo —me dirás— puede ser fácil una puerta estrecha y un camino angosto? —Pues justamente porque son camino y puerta. Uno y otra, lo mismo si son anchos que estrechos, puerta son y camino. En definitiva, nada de esto es permanente; todo son cosas, lo mismo lo triste que lo alegre de la vida, por donde hay que pasar de largo. Y ya por esta sola consideración es fácil la virtud, y más fácil aún si se mira al fin a que conduce. No es el solo consuelo —y fuera suficiente consuelo— de los que luchamos el pasar de largo por los trabajos y sudores, sino el término feliz a que nos llevan, pues ese término es la vida eterna. Por una parte, pues, lo pasajero de los trabajos y, por otra, la eternidad de la corona, no menos que la consideración de que aquéllos son los primeros y ésta la que les sigue, puede ser el mayor aliento en nuestros sufrimientos. De ahí es que Pablo mismo llamó ligera a la tribulación, no porque lo sea en sí misma, sino por la generosa voluntad de los que luchan y por la esperanza de los bienes futuros. Porque una ligera tribulación —dice— nos produce un peso eterno de gloria sobre toda ponderación, comono miremos nosotros a lo visible, sino a loinvisible2. Porque, si a los marineros se les hacen ligeros y soportables las olas y el alta mar, a los soldados las matanzas y heridas, a los labradores los inviernos con sus hielos y a los púgiles los ásperos golpes por la esperanza de las recompensas, perecederas al fin y deleznables, ¿cuánta más razón hay para que no sintamos nosotros trabajo alguno, cuando se nos propone por premio el cielo, los bienes inefables y las recompensas inmortales?
La estrechez del camino, motivo para andarlo con fervor
Más si todavía hay quienes siguen creyendo que el camino es trabajoso, ello es sólo invención de su tibieza. Mirad, si no, cómo nos lo hace fácil por otro lado, al mandarnos que no nos mezclemos con los perros, ni nos entreguemos a los cerdos, ni nos fiemos de los falsos profetas. Por todas partes nos arma para el combate. Y hasta el hecho mismo de llamarlo estrecho, contribuye de modo especialísimo a hacerlo fácil, pues nos dispone a estar alerta. También Pablo nos dice que nuestra lucha no es contra la carne y la sangre3. Mas no habla así porque quiera desanimar a sus soldados, sino justamente para levantar sus pensamientos. Así aquí el Señor llamó áspero al camino justamente para sacudir la soñolencia de los caminantes. Y no sólo de ese modo nos dispuso a estar alerta, sino añadiendo también que son muchos los que tratan de echarnos la zancadilla. Y lo peor es que no atacan abiertamente, sino con disimulo. Tal es la casta de los falsos profetas. Sin embargo —dice el Señor—, no miréis que el camino es áspero y estrecho, sino adónde va a parar; ni que el camino contrario es ancho y dilatado, sino adónde os despeña. Todo esto lo dice para despertar nuestro fervor, al modo que en otra ocasión dijo: Los violentos arrebatan el reino de los cielos4. Porque, cuando el atleta ve que el presidente de los juegos admira lo trabajoso de los combates, cobra nuevo ánimo en la lucha. No nos desalentemos, pues, cuando de ahí nos resulten muchas molestias. Porque, si es estrecha la puerta y angosto el camino por donde vamos, pero no así la ciudad adónde vamos. No hemos de esperar aquí descanso; pero tampoco hay que temer allí tristeza.
Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos. Porque los más —nos dice— no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar. Lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23, 5-6, BAC Madrid 1955, pág. 482-85
* * *
No basta decir: "Señor, Señor"
1. ¿Por qué no dijo Cristo: ¿El que haga mi voluntad? —Porque por entonces bastaba que aceptaran lo que les dice, pues esotro hubiera sido demasiado fuerte para la debilidad de sus oyentes. Por lo demás, por lo uno dio a entender lo otro, como quiera que el Hijo no tiene otra voluntad que la del Padre. Más aquí paréceme a mí que trata el Señor de herir particularmente a los judíos, que todo lo hacían consistir en sus doctrinas y no se reocupaban para nada de la vida. Por la misma razón los recrimina Pablo, diciéndoles: Sí, tú te llamas judío, y descansas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad...5Más ningún provecho sacas de ahí, cuando tu vida y obras de virtud no se ven por ninguna parte.
Ni siquiera hacer milagros en su nombre
Más el Señor no se paró ahí, sino que dijo algo mucho más grande: Porque muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" Como si dijera: "No sólo es arrojado de los cielos el que tiene fe, pero ha descuidado su vida, sino hasta el que hubiere obrado con su fe muchos milagros, pero no hubiere practicado bien alguno, quedará también excluido de aquellas sagradas puertas. Porque muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" ¿Veis cómo ya ahora, que ha terminado todo su discurso, se introduce el Señor veladamente a sí mismo y les da a entender que Él es el juez? Pues que a los pecadores les espera castigo, ya lo había hecho ver anteriormente; más quién ha de castigarlos, sólo ahora lo revela. Y no dijo abiertamente: "Yo soy el juez", sino: Muchos me dirán...; con lo que aquí nuevamente viene a conseguir lo mismo. Porque, si no hubiera de ser El el juez, ¿cómo les hubiera podido decir: Y entonces yo les contestaré: "Apartaos de mí: Jamás os he conocido". Como si dijera: "No sólo no os conozco ahora en el momento del juicio, más ni siquiera entonces os conocí, cuando hacíais milagros". Por eso les decía también a sus discípulos: No tanto os alegréis de que se os sometan los demonios cuanto de que vuestros nombres estén escritos en los cielos6.Y en todas partes nos exhorta el Señor a que tengamos mucha cuenta con nuestra vida. Porque no es posible que un hombre que vive rectamente y se ha librado de todas sus pasiones, se vea jamás abandonado; y, si acaso alguna vez se extraviare del buen camino, pronto le volverá Dios mismo a la verdad. Hay quienes piensan que éstos que así hablaban lo decían mintiendo y que por eso justamente no se salvaron. Más en este caso el Señor prueba lo contrario de lo que intenta. Porque lo que aquí nos quiere hacer ver es que la fe sin las obras no vale para nada. Luego, encareciéndolo más, añadió los milagros, declarándonos que no sólo la fe, más ni el hacer milagros aprovecha nada a quien los hace si no le acompaña la virtud. Más, si aquéllos no los habían hecho, ¿cómo podía el Señor juntar aquí ambas cosas? Por otra parte, ni ellos mismos se hubieran atrevido a hablar así, mintiendo, en pleno juicio. En fin, la respuesta misma y antes la pregunta prueban que efectivamente habían hecho milagros. Y es que, como veían que el desenlace era tan contrario a lo que ellos esperaban —aquí habían sido objeto de la admiración de todo el mundo por sus milagros y ahora se veían ya con la pena encima—, preguntan espantados y maravillados: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre? ¿Cómo nos rechazas tú ahora? ¿Qué significa este desenlace tan extraño y sorprendente?" Más, si ellos se maravillaron de verse condenados después de haber obrado milagros, tú no tienes por qué maravillarte. Porque esta gracia pertenece toda al que la da y ellos no añadieron cosa de su parte; y con toda justicia se los castiga, pues fueron desconocidos e ingratos para quien de tal manera los honró, que, aun siendo indignos de ella, les hizo gracia de obrar milagros. —¿Pues qué—me dirás—, siendo unos inicuos, hicieron esos milagros? —A esto responden algunos que no fueron inicuos al tiempo de hacer los milagros, sino que cambiaron luego y entonces fue su iniquidad. Más en este caso, tampoco establece aquí el Señor lo que pretende. Porque lo que el Señor nos quiere hacer ver es que, sin la vida buena, ni la fe ni los milagros valen para nada. Exactamente lo que decía Pablo: Si tuviere una fe capaz de trasladar las montañas y conociere todos los misterios y poseyere toda la ciencia; pero no tuviere la caridad, nada soy7.
—¿Quiénes son, pues, éstos?—me preguntarás—. Muchos de los que habían creído en el Señor recibieron carismas, por ejemplo, aquel que expulsaba los demonios y no estaba con Él8. Ejemplo también Judas. Porque Judas también, con toda su maldad, había recibido el carisma de milagros. Y en el Antiguo Testamento puede también verse cómo la gracia obra muchas veces en los indignos para beneficio de los otros. Y es que no todos eran aptos para todo. Unos eran de vida pura, pero no tenían tanta fe; otros, al contrario. De ahí que el Señor exhorta a los unos por los otros: a los de vida pura, a que tengan más fe; a los que hacen milagros, a que por esta misma gracia inefable se vuelvan mejores en su vida.
Dios da sus carismas hasta a indignos
2. Por eso repartía sus carismas con gran abundancia: Hemos hecho—le dicen—muchos milagros. Pero yoles contestaré entonces: No os conozco. Ahora creen que son amigos míos; pero entonces verán que no les hice esa gracia como amigos. Y no te maravilles de que concediera sus carismas a hombres que, creyendo en Él, no vivían de manera conforme a su fe, pues vemos que obra también maravillas en quienes no tenían ni lo uno ni lo otro. Así, Balaán ni tenía fe ni llevaba vida buena; y, sin embargo, en él obró la gracia para dispensación de otros. Y por el estilo era un Faraón; y, sin embargo, también a éste le mostró Dios lo por venir. Nadie más malvado que Nabucodonosor, y también a él le reveló Dios lo que había de suceder después de muchas generaciones; y a su hijo, que sobrepujaba en maldad a su padre, le mostró también lo futuro, dispensando grandes y maravillosas cosas. Como quiera, pues, que estaba entonces la predicación del Evangelio en sus comienzos y era menester que Dios hiciera un grande alarde de su poder, muchos, aun de los indignos, recibieron don de milagros. Sin embargo, ningún provecho sacaron de ellos, antes bien, merecieron mayor castigo. De ahí la terrible palabra que el Señor les dirige: Jamás os he conocido. Y es así que a muchos los aborrece el Señor ya desde esta vida y antes del juicio ya son condenados. Temamos, pues, carísimos, y pongamos todo cuidado en nuestra vida. No pensemos que perdemos nada porque ahora no hagamos milagros. Como ahora no perdemos nada de no hacerlos, tampoco en el juicio llevaríamos ventaja alguna por haberlos hecho. Lo que importa es que nos demos enteramente a la virtud. De los milagros, seríamos nosotros deudores a Dios; pero de la vida y obras buenas, Dios es deudor nuestro.
La virtud es el mayor bien aun en esta vida
Ya ha terminado, pues, el Señor, todo su discurso: Con toda puntualidad nos ha hablado de la virtud; nos ha puesto delante los varios linajes de gentes que la fingen, es decir, a los que ayunan y oran por sola ostentación, y los que se nos presentan vestidos de piel de oveja; y también a los que la destruyen, que son los que Él llamó perros y cerdos. Ahora, para mostrarnos cuán grande ganancia sea la virtud, aun en esta vida, y cuán grande pérdida la maldad, nos dice: Así, pues, todo el que oyeestas palabras mías y las practica, se asemeja a un hombre prudente... Los que no las practican, aun cuando hicieren milagros, ya habéis oído lo que han de sufrir; ahora es menester que sepáis qué ventajas tendrán aquellos que obedezcan a todo lo que yo mando, y eso no sólo en la vida venidera, sino ya en la presente: Porque todo el que oye estas mis palabras y las practica, se asemeja a un hombre prudente. Notad cómo matiza el Señor su discurso. Primero ha dicho: No todo el que me diga: "Señor, Señor", en lo que se revela a sí mismo. Otra vez: El que haga la voluntad de mi padre. Y otra vez, presentándose a sí mismo como juez: Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" Y yo les contestaré: No os conozco. Y aquí, finalmente, nuevamente se nos descubre a sí mismo como quien tiene poder sobre todas las cosas. Por eso dijo: Todo el que oye estas palabras mías...
Todo lo hasta ahora dicho por el Señor, lo había referido a lo por venir: el reino de los cielos, la recompensa inexplicable, el consuelo a los que lloran y todo lo demás; mas ahora nos quiere dar los frutos que aun acá hemos de cosechar, nos quiere mostrar cuán grande sea, aun para la presente vida, la fuerza de la virtud. —¿Cuál es, pues, la fuerza de la virtud? —El vivir con seguridad, el no ser presa fácil de ninguna desgracia, el estar por encima de cuanto pudiera dañarnos. ¿Puede haber bien comparable con ése? Ni el mismo que se ciñe la diadema puede adquirirlo para sí mismo. Ese es privilegio del que practica lavirtud. Sólo éste lo posee con creces; sólo él goza de calma en medio del Euripo y mar revuelto de las cosas humanas, Porque eso es justamente lo maravilloso, que no habiendo bonanza en el mar, sino tormenta deshecha y grande agitación y tentaciones sin cuento, nada puede turbar lo más mínimo al hombre virtuoso. Porque cayeron las lluvias—dice el Señor—, vinieronlos ríos, soplaron los vientos y dieron contra la casa; pero no se derrumbó, porque estáasentada sobre la roca. Llama aquí el Señor figuradamente lluvias, ríos y vientos a las desgracias y calamidades humanas, como calumnias, insidias, tristezas, muertes, pérdidas en lo propio, daños de los extraños y todo, en fin, cuanto puede llamarse males de la vida presente. Más un alma así—nos dice el Señor—a ninguno de estos males se abate; y la razón es porque está cimentada sobre la roca viva. Y roca viva llama a la firmeza de su doctrina. A la verdad, más firmes que una roca son estos preceptos de Cristo, que nos levantan por encima de todos los oleajes humanos. El que con perfección los guardare, no sólo saldrá triunfador de los hombres que pretenden ofenderle, sino de los mismos demonios que le tiendan asechanzas.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 24, 1-2, BAC Madrid 1955, pág. 498-504
Guión Domingo XXI Tiempo Ordinario
(Domingo 21 de agosto de 2022)
Entrada:
La Santa Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz. Por él Jesucristo redimió el mundo. Dispongámonos convenientemente a participar de este Santo Sacrificio, para que nuestras vidas se llenen de la gracia de Dios.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Isaías 66, 18- 21
El Señor enviará mensajeros para anunciar su gloria, y para hacer de las naciones una ofrenda en Jerusalén.
Salmo Responsorial: 116, 1- 2
2° Lectura: Hebreos 12, 5- 7. 11- 13
Dios trata a sus hijos como un padre misericordioso, corrigiendo a los que ama y alentando a caminar por el sendero de la santidad.
Evangelio:Lucas 13, 22- 30
Nuestro Señor revela que los que entren por la puerta estrecha, vendrán a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Preces:
Invoquemos a Dios Padre, que envió a su Hijo como salvador y modelo supremo de su pueblo.
A cada intención respondemos cantando...
Te damos gracias, Señor, porque has elegido a la Iglesia para prolongar la obra de la redención, perfecciona en tus hijos el auténtico espíritu de la misión apostólica. Oremos...
Por el Santo Padre, que el impulso de su caridad pastoral produzca frutos, especialmente para la unidad de todos los cristianos, la paz del mundo y la defensa de la dignidad humana. Oremos...
Por los sacerdotes, especialmente los de nuestra Congregación, para que viviendo de los misterios que celebran, ofrezcan ante el mundo el testimonio de la salvación realizada en Cristo. Oremos...
Por los religiosos y religiosas que están en lugares difíciles de misión, para que el sacrificio que realizan trabajando en condiciones hostiles contra la fe dé abundantes frutos de conversión, para la Iglesia. Oremos...
Por nuestra Patria, para que la Virgen de Luján conceda la conversión a los que yerran, fortaleza a los que sufren y su amorosa protección sobre todos. Oremos...
Ayúdanos, Señor, con tu poder infinito y haz que todos podamos adorarte y glorificarte. Por Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio: Con espíritu humilde, ofrecemos ante el altar del Señor:
Pan y vino, en quienes por la acción del Espíritu Santo se actualizará la obra salvífica de Cristo.
Comunión:
“Nadie va al Padre sino por Mí”. Acerquémonos a recibir a nuestro Señor, el manso y buen Pastor que nos lleva por la Puerta que conduce al Reino celestial.
Salida:
La Santísima Virgen María, Madre y Señora nuestra, guíe y reúna bajo su manto a todos los hombres redimidos por la Sangre preciosa de su Hijo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Te saludo, mensajera de eternidad
Se dice que un día un hombre justo encontró a la muerte y le dijo:
- ¡Te saludo, mensajera de eternidad!
- ¿Cómo? –respondió ella-; ¿tú, hijo del polvo, no tiemblas en mi presencia? ¿no te espantan ni el cortejo de dolores que me acompañan ni la guadaña que llevo?
- No –contestó el hombre-; ¡no temo! Los dolores me anuncian tu presencia; ¡soy cristiano!
La muerte airada tocó al hombre en el corazón. Y el hombre cayó, los suyos le lloraron, pero de pronto, alzando los ojos, vieron su alma, rodeada por los ángeles, coronada por Cristo. A sus pies no había más que los despojos de un pobre cuerpo sobre el que triunfaba la muerte.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 409)
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