PRIMERA LECTURA
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar
Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:
«¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34
R.Señor, envía tu Espíritu
y renueva la faz de la tierra.
O bien:
Aleluia.
Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
¡Qué variadas son tus obras, Señor!
la tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento,
expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,
y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre,
alégrese el Señor por sus obras!
que mi canto le sea agradable,
y yo me alegraré en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu
para formar un solo Cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad,
dulce huésped del alma
suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de la pasiones,
alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina
no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas,
riega nuestra aridez,
cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles,
que confían en tí,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud,
salva nuestras almas,
danos la eterna alegría.
ALELUIA
Aleluia.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Aleluia.
EVANGELIO
Como el Padre me envió a mí, yo también os
envío a vosotros: Reciban el Espíritu Santo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Palabra del Señor.
Nota: Donde los fieles deben o suelen asistir a Misa el lunes y martes después de Pentecostés, pueden utilizarse las lecturas del Domingo de Pentecostés, o las indicadas para la administración de la Confirmación.
P. Antonio Royo Marín, O. P.
El Espíritu Santo en la Sagrada Escritura
Acerca del Espíritu Santo y de las otras dos divinas personas de la Santísima Trinidad, nada sabemos fuera de los datos que nos proporciona la divina revelación. La razón natural, abandonada a sus propias fuerzas, puede demostrar con toda certeza la existencia de Dios, deducida, por vía de causalidad necesaria, de la existencia indiscutible de las cosas creadas1. El reloj reclama inevitablemente la existencia del relojero.
La demostración científica de la existencia de Dios nos lleva también al conocimiento científico de ciertos atributos divinos, tales como su simplicidad, inmensidad, bondad, eternidad, perfección infinita, etc. Pero de ningún modo nos puede llevar al conocimiento de las realidades divinas, que rebasan y trascienden la vía del conocimiento natural que el hombre puede obtener de la contemplación de los seres creados. Entre estas verdades infinitamente trascendentes figura, en primerísimo lugar, el inefable misterio de la trinidad de personas en Dios. Sin la divina revelación, la razón natural no hubiera podido sospechar jamás la existencia de tres distintas personas en la unidad simplicísima de Dios.
Veamos, pues, lo que la Sagrada Escritura, que contiene el tesoro de la divina revelación escrita, nos dice acerca de la divina persona del Espíritu Santo. Vamos a verlo, por separado, en el Antiguo y Nuevo Testamento.
- Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento no aparece con claridad y distinción la persona divina del Espíritu Santo, como tampoco las del Padre y el Hijo. Sin embargo, hay multitud de indicios y vestigios que, a la luz del Nuevo Testamento, aparecen como claras alusiones al Espíritu de Amor.
La expresión hebrea ruahYavé( = espíritu de Dios) aparece en la Antigua Ley en diversos sentidos. Son cuatro los grupos principales que pueden establecerse:
a) En primer lugar, significa el viento, por el que Dios da a conocer su presencia, su fuerza o su ira. Así aparecerá incluso en el cenáculo el día de Pentecostés.
Es también, ya desde el principio, el soplo de vida que Dios inspira en el hombre y hasta en los animales. Cuando Dios lo retira, sobreviene la muerte, y, si selo da a los muertos, resucitan.
Finalmente, en un sentido más amplio, es el soplo creador, el viento de Dios que hace salir al mundo de la nada.
b) A veces hay ciertos fenómenos de carácter específicamente religioso que se presentan en dependencia muy íntima del ruahYavé. Tales son, principalmente, el arte de los obreros del tabernáculo, el poder de gobernar al pueblo recibido por Moisés y transmitido por él a los ancianos y a Josué, la fuerza guerrera y el valor de los libertadores de Israel y, sobre todo, la inspiración profética. Esta es recibida individual o colectivamente, de un modo transitorio o también permanente, con o sin fenómenos exteriores, por los jefes del pueblo y por los ancianos, o por individuos que no pertenecen a la jerarquía; y se transmite por contagio o se traspasa.
c) En un tercer grupo de textos, el ruahYavése nos muestra como un soplo de santidad. En el Miserere de David aparece por primera vez la expresión ≪Espíritu Santo≫. Sus efectos son firmeza, buena voluntad, contrición y humildad, sumisión a la voluntad de Dios y enderezamiento de nuestro caminar, rectitud, justicia y paz, conocimiento de la voluntad divina y don de sabiduría. Los rebeldes, en cambio, los que forjan proyectos o establecen pactos sin ese Espíritu, acumulan pecados sobre pecados y contristan al Espíritu Santo de Dios.
d) Finalmente, el ruahYavé se nos presenta como un fenómeno esencialmente mesiánico, primero parque d Mesías será poseído sin límites por d Espíritu de Dios, y, además, porque en la época de Mesías se producirá una intensa efusión de Espíritu de Yahvé.
- Nuevo Testamento
Aquí es donde aparece la plena revelación del Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu de Dios llena al Bautista antes de nacer, lleva a María el dinamismo del Altísimo, se transmite a Isabel, por contagio, y a Zacarías, descansa sobre Simeón.
Jesús tiene sobre sí el Espíritu de Dios, es «movido» por El, arrastrado por su dinamismo, con la plenitud que le confiere su doble cualidad de Mesías y de Hijo. Comienza su ministerio «lleno del Espíritu Santo», que posee como Hijo. Se lo enviará a sus apóstoles después de su ascensión y les comunicará el dinamismo y ardor necesarios para llevar su testimonio hasta los confines de la tierra.
Se realizó el día de Pentecostés con viento y fuego, según la profecía de Joel, el anuncio del Bautista y la promesa de Jesús. Efusión primera, renovada luego colectivamente en ocasiones diversas, bien por iniciativa divina, bien a petición de los apóstoles, como donación directa de Dios, y, más precisamente, de Jesús, o mediante el rito de imposición de las manos.
El Espíritu así recibido es un Espíritu profético, el que ha hablado por los profetas; es también un Espíritu de fe y de sabiduría o de dinamismo, como el de Cristo. Hace hablar en todas las lenguas y da la facultad de perdonar los pecados. Desciende de un modo permanente sobre todos los discípulos de Jesús, como sobre Jesús mismo; dirige constantemente a los apóstoles y a sus colaboradores como Maestro, pero también se le puede resistir.
En su maravilloso sermón de la Cena, Jesús les dice a sus apóstoles que el Espíritu Santo les ensenara todas las cosas y les traerá a la memoria todo lo que Él les ha dicho, les guiara hacia la verdad completa y les comunicara las cosas venideras; glorificara a Cristo, porque tomara de lo de Él y lo dará a conocer a los apóstoles.
San Pablo precisa maravillosamente la teología del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios y de Cristo; su operación es la misma que la del Padre y del Hijo y hace a los justos templos de Dios y del propio Espíritu Santo. Para los fieles, es el principio de la vida en Cristo, si bien es cierto que vivir en Cristo y en el Espíritu son una misma cosa. Es el distribuidor de todo don; escudriña los secretos de Dios; es el don por excelencia; nos mueve de forma que agrademos a Dios y no debemos contristarle jamás.
Finalmente, la fórmula del bautismo, dictada por el mismo Cristo, coloca al Espíritu Santo en un plano de igualdad con el Padre y el Hijo; y en las epístolas de San Pablo aparecen sin cesar asociadas las tres personas divinas. De este modo, el Espíritu de Dios, que se cernía sobre el caos primitivo en la aurora de la creación, aparece después como un ser personal que se manifiesta en la promoción de las almas fieles y de la sociedad cristiana, y que nos hace invocar con gemidos inenarrables la revelación de los hijos de Dios y la redención de nuestros cuerpos. El será quien realice la venida definitiva de Cristo
Estos son los datos fundamentales que nos proporciona la Sagrada Escritura acerca de la persona del Espíritu Santo. A base de ellos y de los que suministra la tradición cristiana— fuente legítima de la divina revelación al igual que la Biblia, en las debidas condiciones— han construido los teólogos la teología completa del Espíritu Santo en la forma que iremos viendo en las páginas siguientes.
(Royo Marín, A., El gran desconocido, BAC, Madrid, 1987, p. 20 – 24)
1Lo definió expresamente el concilio Vaticano I con las siguientes palabras: “Si alguno dijere que el Dios uno y verdadero, Creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema” (D 1806).
P. Antonio Royo Marín, O. P.
Diferentes nombres del Espíritu Santo
Para conocer un poco menos imperfectamente la naturaleza íntima, propia o apropiada, de alguna de las personas divinas en particular, es muy útil y provechoso examinar los distintos nombres conque la Sagrada Escritura, la tradición y la liturgia de la Iglesia denominan a esa determinada persona, pues cada uno de ellos encierra un nuevo aspecto o matiz que nos la da a conocer un poco mejor.
Para entender esto en sus justos límites es menester explicar la diferencia que existe entre las operaciones propias de cada una de las divinas personas y las que, aunque sean realmente comunes a lastres, se apropian a una .determinada persona por encajar muy bien con las propiedades que le son peculiares y exclusivas. A este propósito escribe admirablemente el insigne abad de Maredsous2: “Como sabéis, en Dios hay una sola inteligencia, una sola voluntad, un solo poder, porque no hay más que una naturaleza divina; pero hay también distinción de personas. Semejante distinción resulta de las operaciones misteriosas que se verifican allá en la vida íntima de Dios y de las relaciones mutuas que de esas operaciones se derivan. El Padre engendra al Hijo, y el Espíritu Santo procede de entrambos. Engendrar, ser Padre, es propiedad personal y exclusiva de la primera persona; ser Hijo es propiedad personal y exclusiva de la segunda; y proceder del Padre y del Hijo por vía de amor es propiedad personal y exclusiva del Espíritu Santo. Esas propiedades personales establecen entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo relaciones mutuas, de donde proviene la distinción. Pero fuera de esas propiedades y relaciones personales, todo es común e indivisible entre las divinas personas: la inteligencia, la voluntad, el poder y la majestad, porque la misma naturaleza divina indivisible es común a las tres personas. He aquí lo poquito que podemos rastrear acerca de las operaciones íntimas de Dios.
Por lo que atañe a las obras exteriores, o sea las acciones que se terminan fuera de Dios (operaciones ad extra),ya sea en el mundo material—como en la acción de dirigir a toda criatura a su fin—, ya sea en el mundo de las almas—como en la acción de producir la gracia—, son comunes a las tres divinas personas. ¿Por qué así? Porque la fuente de esas operaciones ad extra, de esas obras exteriores a la vida íntima de Dios, es la naturaleza divina, y esa naturaleza es una e indivisible para las tres personas. La Santísima Trinidad obra en el mundo como una sola causa única.
Pero Dios quiere que los hombres conozcan y honren no solo la unidad divina, sino también la trinidad de personas. Por eso la Iglesia, por ejemplo, en la liturgia, atribuye a tal persona divina ciertas acciones que se verifican en el mundo y que, si bien son comunes a las tres divinas personas, tienen una relación especial o afinidad íntima con el lugar—si así puedo expresarme—que ocupa esa persona en la Santísima Trinidad, o sea con las propiedades que le son peculiares y exclusivas.
Siendo, pues, el Padre fuente, origen y principio de las otras dos personas—sin que eso implique en el Padre superioridad jerárquica ni prioridad de tiempo—, las obras que se verifican en el mundo y que manifiestan particularmente el poderío, o en que se revela sobre todo la idea de origen, son atribuidas al Padre; como, por ejemplo, la creación, por la que Dios saco al mundo de la nada. En el Credo decimos: ≪Creo en Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra≫. ¿Sera, tal vez, que el Padre tuvo más parte, manifestó más su poder en esta obra que el Hijo y el Espíritu Santo? Error fuera el pensarlo. El Hijo y el Espíritu Santo actuaron en la creación del mundo tanto como el Padre, porque—como hemos dicho—en sus operaciones hacia fuera (ad extra) Dios obró por su omnipotencia, y la omnipotencia es común a las tres divinas personas. ¿Cómo, pues, habla de ese modo la Iglesia? Porque, en la Santísima Trinidad, el Padre es la primera persona, principio sin principio, de donde proceden las otras dos. Esta es su propiedad personal exclusiva, la que le distingue del Hijo y del Espíritu Santo. Y precisamente para que no olvidemos esa propiedad se atribuyen al Padre las obras exteriores que nos la sugieren por tener alguna relación con ella.
Lo mismo hay que decir de la persona del Hijo, que es el Verbo en la Trinidad, que procede del Padre por vía de inteligencia, por generación intelectual, que es la expresión infinita del pensamiento divino, que se le considera sobre todo como Sabiduría eterna. Por eso se le atribuyen las obras en cuya realización brilla principalmente la sabiduría.
E igualmente, en lo que respecta al Espíritu Santo, ¿qué viene a ser en la Trinidad? Es el término último de las operaciones divinas, de la vida de Dios en sí mismo. Cierra, por decirlo así, el ciclo de esta intimidad divina; es el perfeccionamiento en el amor y tiene, como propiedad personal, el proceder a la vez del Padre y del Hijo por vía de amor. De ahí que todo cuanto implica perfeccionamiento y amor, unión y, por ende, santidad—porque nuestra santidad se mide por el mayor o menor grado de nuestra unión con Dios—, todo se atribuye al Espíritu Santo. Pero ¿es, por ventura, más santificador que el Padre y el Hijo? No, la obra de nuestra santificación es común a las tres divinas personas. Pero repitamos que, como la obra de la santidad en el alma es obra de perfeccionamiento y de unión, se atribuye al Espíritu Santo, porque de este modo nos acordamos más fácilmente de sus propiedades personales, para honrarle y adorarle en lo que del Padre y del Hijo se distingue.
Dios quiere que tomemos, por decirlo así, tan a pechos el honrar su trinidad de personas, como su unidad de naturaleza. Por eso quiere que la Iglesia recuerde a sus hijos, no solo que hay un solo Dios, sino que ese único Dios es trino en personas.
Esto es lo que en teología llamamos apropiación. Se inspira en la divina revelación, y la Iglesia la emplea continuamente. Tiene por fin poner de relieve los atributos propios de cada persona divina. Al hacer resaltar esas propiedades, nos las hace también conocer y amar más y más”. Hasta aquí la cita de Dom Columbia Marmion.
Veamos, pues, ahora cuáles son los nombres que pertenecen al Espíritu Santo de una manera propia y perfecta, y cuáles otros sólo por una muy razonable apropiación.
- Nombres propios de la tercera persona divina
Según Santo Tomás de Aquino, los tres nombres más propios y representativos de la tercera persona divina son: Espíritu Santo, Amor y Don. Vamos a examinarlos uno por uno.
- Espíritu Santo. — Si se consideran por separado las dos palabras que componen este nombre, convienen por igual a las tres divinas personas; las tres son Espíritu y las tres son santas. Pero, si se las toma como un solo nombre o denominación, convienen exclusivamente a la tercera persona divina, ya que sólo ella procede de las otras dos por una común espiración de amor infinitamente santa. En torno a este nombre santísimo, la doctrina católica nos enseña:
1.° Que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo:≪qui ex Patre Filioque procedit≫. Está expresamente definido por la Iglesia (D 691) contra los ortodoxos griegos, que rechazan el filioque y afirman que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre.
- º La doctrina católica es clara. Si, por un imposible, el Espíritu Santo no procediera también del Hijo, de ninguna manera se distinguiría de Él. Porque las divinas personas no pueden distinguirse por algo absoluto—ya que entonces la esencia divina no sería una misma en todas ellas—, sino por algo relativo y opuesto entre sí, o sea por una relación de origen, que es, cabalmente, lo que constituye las personas divinas como distintas entre sí.
- ° El Espíritu Santo no procede del Padre por el Hijo en el sentido de que el Hijo sea causa final, formal motiva o instrumental de la espiración del Espíritu Santo en el Padre, sino en cuanto significa que la virtud espirativa del Hijo le es comunicada por el Padre.
- ° El Padre y el Hijo constituyen un solo principio del Espíritu Santo, con una espiración única y común a los dos
- º El Espíritu Santo no es hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo (D 39).
- Amor. La palabra amor, referida a Dios, puede tomarse en tres sentidos:
- a) Esencialmente, y en este sentido es común a lastres divinas personas.
- b) Nocionalmente, y así conviene únicamente al Padre y al Hijo: es su amor activo, que da origen al Espíritu Santo.
- c) Personalmente, y de esta forma conviene exclusivamente al Espíritu Santo, como término pasivo del amor del Padre y del Hijo.
Puede afirmarse que el Padre y el Hijo se aman en el Espíritu Santo, entendiendo esta fórmula de su amor nocional u originarte; porque en este sentido amar no es otra cosa que espirar el amor, como hablar es producir el verbo, y florecer es producir flores
- Don.— Los Santos Padres y la liturgia de la Iglesia (Veni, Creator) emplean con frecuencia la palabra don para designar al Espíritu Santo, lo cual tiene su fundamento en la Sagrada Escritura(Jn 4,10; 7,39; Act 2,38; 8,20).Hay que hacer aquí la misma distinción que en el nombre anterior. Y así:
- a) En sentido esencial significa todo lo que graciosamente puede ser dado por Dios a las criaturas racionales ya sea de orden natural o sobrenatural. En este sentido conviene por igual a las tres divinas personas y a la misma esencia divina, en cuanto que, por la gracia, puede la criatura racional gozar y disfrutar de Dios.
- b) En sentido nocional u originante significa la persona divina que, teniendo su origen en otra, es donada o puede ser donada por ella a la criatura racional. En este sentido, el nombre don solamente puede convenir al Hijo y al Espíritu Santo; no al Padre, que no puede ser donado por nadie, pues no procede de nadie.
- c) En sentido personal es la misma persona divina a la cual conviene, en virtud de su propio origen, ser razón próxima de toda donación divina y de que ella misma sea donada de una manera completamente gratuita a la criatura racional. Y en este sentido personal, el nombre don corresponde exclusivamente al Espíritu Santo, el cual, por lo mismo que procede por vía de amor, tiene razón de primer don, porque el amor es lo primero que damos a una persona siempre que le concedemos alguna gracia.
- Nombres apropiados al Espíritu Santo
Son muchos los nombres que la tradición, la liturgia de la Iglesia y la misma Sagrada Escritura apropian el Espíritu Santo. Se le llama Espíritu Paráclito, Espíritu Creador, Espíritu Consolador, Espíritu de verdad, Virtud del Altísimo, Abogado, Dedo de Dios, Huésped del alma, Sello, Unión, Nexo, Vínculo, Beso, Fuente viva, Fuego, Unción espiritual, Luz beatísima, Padre de los pobres, Dador de dones, Luz de los corazones, etc.
Vamos a examinar brevemente los fundamentos de esos nombres apropiados al Espíritu Santo.
- Espíritu Paráclito. —El mismo Jesucristo emplea esta expresión aludiendo al Espíritu Santo (Jn 14,16 y26; 15,26; 16,7). Algunos la traducen por la palabra Maestro, porque dice el mismo Cristo poco después que ≪os enseñará toda verdad≫ (Jn 14,26). Otros traducen por Consolador, porque impedirá que los apóstoles se sientan huérfanos con la suavidad de su consolación (Jn 14,18).Otros traducen la palabra Paráclito por Abogado, que pedirá por nosotros, en frase de San Pablo, ≪con gemidos inenarrables≫ (Rom 8,26).
- Espíritu Creador. — ≪El Espíritu Santo—dice Santo Tomas—es el principio de la creación≫ La razón es porque Dios crea las cosas por amor, y el amor en Dioses el Espíritu Santo. Por eso dice el salmo: ≪Envía tu Espíritu y serán creadas≫ (Sal 103,30).
- Espíritu de Cristo. — El Espíritu Santo llenaba por completo el alma santísima de Cristo (Le 4,1). En la sinagoga de Nazaret, Cristo se aplicó a sí mismo el siguiente texto de Isaías: ≪El Espíritu Santo está sobre mí≫ (Is. 61,1; cf. Le 4,18). Y San Pablo dice que, ≪si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de Cristo≫ (Rom8,9); pero ≪si el Espíritu de aquel que resucito a Jesús habita en vosotros…, dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros≫(Rom 8,11).
- Espíritu de verdad. —Es expresión del mismo Cristo aplicada por Él al Espíritu Santo: ≪El Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce≫ (Jn 14,17). Significa, según San Cirilo y San Agustín, el verdadero Espíritu de Dios, y se opone al espíritu del mundo, a la sabiduría embustera y falaz. Por eso añade el Salvador ≪que el mundo no puede recibir≫, porque ≪el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios. Son para él necedad y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente≫ (1 Cor 2,14).
- Virtud del Altísimo. —Es la expresión que emplea el ángel de la anunciación cuando explica a María de qué manera se verificará el misterio de la Encarnación: ≪El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra≫ (Le 1,35). En otros pasajes evangélicos se alude también a la ≪virtud de lo alto≫(cf. Lc 24,49).
- Dedo de Dios. —En el himno Veni, Creator Spiritus, la Iglesia designa al Espíritu Santo con esta misteriosa expresión: ≪Dedo de la diestra del Padre≫: Digitus paternas dexterae. Es una metáfora muy rica de contenido y muy fecunda en aplicaciones. Porque en los dedos de la mano, principalmente de la derecha, está toda nuestra potencia constructiva y creadora. Por eso la Escritura pone la potencia de Dios en sus manos: las tablas de la Ley fueron escritas por el ≪dedo de Dios≫ (Dt 9,10); los cielos son ≪obra de los dedos de Dios≫ (Sal 8,4); los magos del faraón hubieron de reconocer que en los prodigios de Moisés estaba ≪el dedo de Dios≫ (Ex 8,15; Vulg.19), y Cristo echaba los demonios ≪con el dedo de Dios≫(Le 11,20). Es, pues, muy propia esta expresión, aplicada al Espíritu Santo, para significar que por Él se verifican todas las maravillas de Dios, principalmente en el orden de la gracia y de la santificación.
- Huésped del alma.—En la secuencia de Pentecostés se llama al Espíritu Santo ≪dulce huésped del alma≫:dulcis hospes animae. La inhabitación de Dios en el alma del justo corresponde por igual a las tres divinas personas de la Santísima Trinidad, por ser una operación adextra (cf. Jn 14,23; 1 Cor 3,16-17); pero como se trata de una obra de amor, y estas se atribuyen de un modo especial al Espíritu Santo, de ahí que se le considere a Él de manera especialísima como huésped dulcísimo de nuestras almas (cf. 1 Cor 6,19).
- Sello.—San Pablo dice que hemos sido ≪sellados con el sello del Espíritu Santo prometido≫ (Ef 1,13), y también que ≪es Dios quien nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones≫ (2 Cor 1,21-22).
- Unión, Nexo, Vínculo, Beso…—Son nombres con los que se expresa la unión inseparable y estrechísima entre el Padre y el Hijo en virtud del Espíritu Santo, que procede de los dos por una común espiración de amor.
- Fuente viva, Fuego, Caridad, Unción espiritual. Expresiones del himno Veni, Creator, que encajan muy bien con el carácter y personalidad del Espíritu Santo.
- Luz beatísima, Padre de los pobres, Dador de dones, Luz de los corazones…—Todas estas expresiones las aplica la santa Iglesia al Espíritu Santo en la magnífica secuencia de Pentecostés, Veni, Sánete Spiritus.
Estos son los principales nombres que la Sagrada Escritura, la tradición cristiana y la liturgia de la Iglesia apropia al Espíritu Santo por la gran afinidad o semejanza que existe entre ellos y los caracteres propios de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Todos ellos, bien meditados, encierran grandes enseñanzas prácticas para intensificar en nuestras almas el amor y la veneración al Espíritu santificador, a cuya perfecta docilidad y obediencia está vinculada la marcha progresiva y ascendente hacia la santidad más encumbrada.
(Royo Marín, A., El gran desconocido, BAC, Madrid, 1987, p. 25 – 33)
1Cf. Dom Columba Marmion, Jesucristo, vida del alma 6,1.
Benedicto XVI
Pentecostés
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
La primera lectura y el evangelio del domingo de Pentecostés nos presentan dos grandes imágenes de la misión del Espíritu Santo. La lectura de los Hechos de los Apóstoles narra cómo el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, bajo los signos de un viento impetuoso y del fuego, irrumpe en la comunidad orante de los discípulos de Jesús y así da origen a la Iglesia.
Para Israel, Pentecostés se había transformado de fiesta de la cosecha en fiesta conmemorativa de la conclusión de la alianza en el Sinaí. Dios había mostrado su presencia al pueblo a través del viento y del fuego, después le había dado su ley, los diez mandamientos. Sólo así la obra de liberación, que comenzó con el éxodo de Egipto, se había cumplido plenamente: la libertad humana es siempre una libertad compartida, un conjunto de libertades. Sólo en una armonía ordenada de las libertades, que muestra a cada uno el propio ámbito, puede mantenerse una libertad común.
Por eso el don de la ley en el Sinaí no fue una restricción o una abolición de la libertad, sino el fundamento de la verdadera libertad. Y, dado que un justo ordenamiento humano sólo puede mantenerse si proviene de Dios y si une a los hombres en la perspectiva de Dios, a una organización ordenada de las libertades humanas no pueden faltarle los mandamientos que Dios mismo da. Así, Israel llegó a ser pueblo de forma plena precisamente a través de la alianza con Dios en el Sinaí. El encuentro con Dios en el Sinaí podría considerarse como el fundamento y la garantía de su existencia como pueblo.
El viento y el fuego, que bajaron sobre la comunidad de los discípulos de Cristo reunida en el Cenáculo, constituyeron un desarrollo ulterior del acontecimiento del Sinaí y le dieron nueva amplitud. En aquel día, como refieren los Hechos de los Apóstoles, se encontraban en Jerusalén, “judíos piadosos (…) de todas las naciones que hay bajo el cielo” (Hch 2, 5). Y entonces se manifestó el don característico del Espíritu Santo: todos ellos comprendían las palabras de los Apóstoles: “La gente (…) les oía hablar cada uno en su propia lengua” (Hch 2, 6).
El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel -la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros-, y abre las fronteras. El pueblo de Dios, que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, ahora se amplía hasta la desaparición de todas las fronteras. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, es un pueblo que proviene de todos los pueblos. La Iglesia, desde el inicio, es católica, esta es su esencia más profunda.
San Pablo explica y destaca esto en la segunda lectura, cuando dice: “Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 13). La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres.
El viento y el fuego del Espíritu Santo deben abrir sin cesar las fronteras que los hombres seguimos levantando entre nosotros; debemos pasar siempre nuevamente de Babel, de encerrarnos en nosotros mismos, a Pentecostés. Por tanto, debemos orar siempre para que el Espíritu Santo nos abra, nos otorgue la gracia de la comprensión, de modo que nos convirtamos en el pueblo de Dios procedente de todos los pueblos; más aún, san Pablo nos dice: en Cristo, que como único pan nos alimenta a todos en la Eucaristía y nos atrae a sí en su cuerpo desgarrado en la cruz, debemos llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu.
La segunda imagen del envío del Espíritu Santo, que encontramos en el evangelio, es mucho más discreta. Pero precisamente así permite percibir toda la grandeza del acontecimiento de Pentecostés. El Señor resucitado, a través de las puertas cerradas, entra en el lugar donde se encontraban los discípulos y los saluda dos veces diciendo: “La paz con vosotros”.
Nosotros cerramos continuamente nuestras puertas; continuamente buscamos la seguridad y no queremos que nos molesten ni los demás ni Dios. Por consiguiente, podemos suplicar continuamente al Señor sólo para que venga a nosotros, superando nuestra cerrazón, y nos traiga su saludo. “La paz con vosotros”: este saludo del Señor es un puente, que él tiende entre el cielo y la tierra. Él desciende por este puente hasta nosotros, y nosotros podemos subir por este puente de paz hasta él.
Por este puente, siempre junto a él, debemos llegar también hasta el prójimo, hasta aquel que tiene necesidad de nosotros. Precisamente abajándonos con Cristo, nos elevamos hasta él y hasta Dios: Dios es amor y, por eso, el descenso, el abajamiento que nos pide el amor, es al mismo tiempo la verdadera subida. Precisamente así, al abajarnos, al salir de nosotros mismos, alcanzamos la altura de Jesucristo, la verdadera altura del ser humano.
Al saludo de paz del Señor siguen dos gestos decisivos para Pentecostés; el Señor quiere que su misión continúe en los discípulos: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Después de lo cual, sopla sobre ellos y dice: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 23). El Señor sopla sobre sus discípulos, y así les da el Espíritu Santo, su Espíritu. El soplo de Jesús es el Espíritu Santo.
Aquí reconocemos, ante todo, una alusión al relato de la creación del hombre en el Génesis, donde se dice: “El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida” (Gn2, 7). El hombre es esta criatura misteriosa, que proviene totalmente de la tierra, pero en la que se insufló el soplo de Dios. Jesús sopla sobre los Apóstoles y les da de modo nuevo, más grande, el soplo de Dios. En los hombres, a pesar de todos sus límites, hay ahora algo absolutamente nuevo, el soplo de Dios. La vida de Dios habita en nosotros. El soplo de su amor, de su verdad y de su bondad.
Así, también podemos ver aquí una alusión al bautismo y a la confirmación, a esta nueva pertenencia a Dios, que el Señor nos da. El texto del evangelio nos invita a vivir siempre en el espacio del soplo de Jesucristo, a recibir la vida de él, de modo que él inspire en nosotros la vida auténtica, la vida que ya ninguna muerte puede arrebatar.ç
Al soplo, al don del Espíritu Santo, el Señor une el poder de perdonar. Hemos escuchado antes que el Espíritu Santo une, derriba las fronteras, conduce a unos hacia los otros. La fuerza, que abre y permite superar Babel, es la fuerza del perdón. Jesús puede dar el perdón y el poder de perdonar, porque él mismo sufrió las consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor. El perdón viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz.
Si comparamos los dos acontecimientos de Pentecostés, el viento impetuoso del quincuagésimo día y el soplo leve de Jesús en el atardecer de Pascua, podemos pensar en el contraste entre dos episodios que sucedieron en el Sinaí, de los que nos habla el Antiguo Testamento. Por una parte, está el relato del fuego, del trueno y del viento, que preceden a la promulgación de los diez mandamientos y a la conclusión de la alianza (cf. Ex 19 ss); por otra, el misterioso relato de Elías en el Horeb. Después de los dramáticos acontecimientos del monte Carmelo, Elías había escapado de la ira de Ajab y Jezabel. Luego, cumpliendo el mandato de Dios, había peregrinado hasta el monte Horeb.
El don de la alianza divina, de la fe en el Dios único, parecía haber desaparecido en Israel. Elías, en cierto modo, debía reavivar en el monte de Dios la llama de la fe y llevarla a Israel. En aquel lugar experimenta el huracán, el temblor de tierra y el fuego. Pero Dios no está presente en todo ello. Entonces, percibe el susurro de una brisa suave. Y Dios le habla desde esa brisa suave (cf. 1 R 19, 11-18).
¿No es precisamente lo que sucedió en la tarde de Pascua, cuando Jesús se apareció a sus Apóstoles, lo que nos enseña qué es lo que se quiere decir aquí? ¿No podemos ver aquí una prefiguración del siervo de Yahveh, del que Isaías dice: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz”? (Is 42, 2) ¿No se presenta así la humilde figura de Jesús como la verdadera revelación en la que Dios se manifiesta a nosotros y nos habla? ¿No son la humildad y la bondad de Jesús la verdadera epifanía de Dios?
Elías, en el monte Carmelo, había tratado de combatir el alejamiento de Dios con el fuego y con la espada, matando a los profetas de Baal. Pero, de ese modo no había podido restablecer la fe. En el Horeb debe aprender que Dios no está ni en el huracán, ni en el temblor de tierra ni en el fuego; Elías debe aprender a percibir el susurro de Dios y, así, a reconocer anticipadamente a aquel que ha vencido el pecado no con la fuerza, sino con su Pasión; a aquel que, con su sufrimiento, nos ha dado el poder del perdón. Este es el modo como Dios vence.
Queridos amigos, de este modo el mensaje de Pentecostés se dirige ahora directamente a vosotros. La escena de Pentecostés, en el evangelio de san Juan, habla de vosotros y a vosotros. A cada uno de vosotros, de modo muy personal, el Señor le dice: ¡la paz con vosotros!, ¡la paz contigo! Cuando el Señor dice esto, no da algo, sino que se da a sí mismo, pues él mismo es la paz (cf. Ef 2, 14).
En este saludo del Señor podemos vislumbrar también una referencia al gran misterio de la fe, a la santa Eucaristía, en la que él se nos da continuamente a sí mismo y, de este modo, nos da la verdadera paz.
En el evangelio que acabamos de escuchar resuena también una segunda expresión del Resucitado: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Cristo os dice esto, de modo muy personal, a cada uno de vosotros. El Espíritu Santo es viento, pero no es amorfo. Es un Espíritu ordenado.
Todos nosotros estamos insertados en la red de la obediencia a la palabra de Cristo, a la palabra de aquel que nos da la verdadera libertad, porque nos conduce a los espacios libres y a los amplios horizontes de la verdad. Precisamente en este vínculo común con el Señor podemos y debemos vivir el dinamismo del Espíritu. Como el Señor salió del Padre y nos dio luz, vida y amor, así la misión debe ponernos continuamente en movimiento, impulsarnos a llevar la alegría de Cristo a los que sufren, a los que dudan y también a los reacios.
Por último, está el poder del perdón. El sacramento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo.
Nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo puede superarse con el perdón. Ciertamente, debe ser un perdón eficaz. Pero este perdón sólo puede dárnoslo el Señor. Un perdón que no aleja el mal sólo con palabras, sino que realmente lo destruye. Esto sólo puede suceder con el sufrimiento, y sucedió realmente con el amor sufriente de Cristo, del que recibimos el poder del perdón.
Finalmente, os recomiendo el amor a la Madre del Señor. Haced como san Juan, que la acogió en lo más íntimo de su corazón. Dejaos renovar constantemente por su amor materno. Aprended de ella a amar a Cristo. Que el Señor bendiga vuestro camino. Amén.
Homilía del Papa Benedicto XVI el domingo 15 de mayo de 2005
Benedicto XVI
Pentecostés
Queridos hermanos y hermanas:
San Lucas pone en el capítulo segundo de los Hechos de los Apóstoles el relato del acontecimiento de Pentecostés, que hemos escuchado en la primera lectura.
Introduce el capítulo con la expresión: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar» (Hch2, 1). Son palabras que se refieren al cuadro precedente, en el que san Lucas había descrito la pequeña comunidad de discípulos, que se reunía asiduamente en Jerusalén después de la Ascensión de Jesús al cielo (cf. Hch 1, 12-14). Es una descripción muy detallada: el lugar «donde vivían» —el Cenáculo— es un ambiente en la «estancia superior». A los once Apóstoles se les menciona por su nombre, y los tres primeros son Pedro, Juan y Santiago, las «columnas» de la comunidad. Juntamente con ellos se menciona a «algunas mujeres», a «María, la madre de Jesús» y a «sus hermanos», integrados en esta nueva familia, que ya no se basa en vínculos de sangre, sino en la fe en Cristo.
A este «nuevo Israel» alude claramente el número total de las personas, que era de «unos ciento veinte», múltiplo del «doce» del Colegio apostólico. El grupo constituye una auténtica qahal, una «asamblea» según el modelo de la primera Alianza, la comunidad convocada para escuchar la voz del Señor y seguir sus caminos. El libro de los Hechos subraya que «todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu» (Hch 1, 14). Por tanto, la oración es la principal actividad de la Iglesia naciente, mediante la cual recibe su unidad del Señor y se deja guiar por su voluntad, como lo demuestra también la decisión de echar a suerte la elección del que debía ocupar el lugar de Judas (cf. Hch 1, 25).
Esta comunidad se encontraba reunida en el mismo lugar, el Cenáculo, durante la mañana de la fiesta judía de Pentecostés, fiesta de la Alianza, en la que se conmemoraba el acontecimiento del Sinaí, cuando Dios, mediante Moisés, propuso a Israel que se convirtiera en su propiedad de entre todos los pueblos, para ser signo de su santidad (cf. Ex 19). Según el libro del Éxodo, ese antiguo pacto fue acompañado por una formidable manifestación de fuerza por parte del Señor: «Todo el monte Sinaí humeaba —se lee en ese pasaje—, porque el Señor había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia» (Ex 19, 18).
En el Pentecostés del Nuevo Testamento volvemos a encontrar los elementos del viento y del fuego, pero sin las resonancias de miedo. En particular, el fuego toma la forma de lenguas que se posan sobre cada uno de los discípulos, todos los cuales «se llenaron de Espíritu Santo» y, por efecto de dicha efusión, «empezaron a hablar en lenguas extranjeras» (Hch 2, 4). Se trata de un verdadero «bautismo» de fuego de la comunidad, una especie de nueva creación.
En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por una voluntad humana, sino por la fuerza del Espíritu de Dios. Inmediatamente se ve cómo este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo una y universal, superando así la maldición de Babel (cf. Gn 11, 7-9). En efecto, sólo el Espíritu Santo, que crea unidad en el amor y en la aceptación recíproca de la diversidad, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia terrena que quiere dominar y uniformar todo.
En uno de sus sermones, san Agustín llama a la Iglesia «SocietasSpiritus», sociedad del Espíritu (Serm. 71, 19, 32: PL 38, 462). Pero ya antes de él san Ireneo había formulado una verdad que quiero recordar aquí: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu» y por eso «excluirse de la vida» (Adv. haer. III, 24, 1).
A partir del acontecimiento de Pentecostés se manifiesta plenamente esta unión entre el Espíritu de Cristo y su Cuerpo místico, es decir, la Iglesia. Quiero comentar un aspecto peculiar de la acción del Espíritu Santo, es decir, la relación entre multiplicidad y unidad. De esto habla la segunda lectura, tratando de la armonía de los diversos carismas en la comunión del mismo Espíritu. Pero ya en el relato de los Hechos, que hemos escuchado, esta relación se manifiesta con extraordinaria evidencia.
En el acontecimiento de Pentecostés resulta evidente que a la Iglesia pertenecen múltiples lenguas y culturas diversas; en la fe pueden comprenderse y fecundarse recíprocamente. San Lucas quiere transmitir claramente una idea fundamental: en el acto mismo de su nacimiento la Iglesia ya es «católica», universal. Habla desde el principio todas las lenguas, porque el Evangelio que se le ha confiado está destinado a todos los pueblos, según la voluntad y el mandato de Cristo resucitado (cf. Mt 28, 19).
La Iglesia que nace en Pentecostés, ante todo, no es una comunidad particular —la Iglesia de Jerusalén—, sino la Iglesia universal, que habla las lenguas de todos los pueblos. De ella nacerán luego otras comunidades en todas las partes del mundo, Iglesias particulares que son todas y siempre actuaciones de una sola y única Iglesia de Cristo. Por tanto, la Iglesia católica no es una federación de Iglesias, sino una única realidad: la prioridad ontológica corresponde a la Iglesia universal. Una comunidad que no fuera católica en este sentido, ni siquiera sería Iglesia.
A este respecto, es preciso añadir otro aspecto: el de la visión teológica de los Hechos de los Apóstoles sobre el camino de la Iglesia de Jerusalén a Roma.
Entre los pueblos representados en Jerusalén el día de Pentecostés san Lucas cita a los «forasteros de Roma» (Hch 2, 10). En ese momento, Roma era aún lejana, era «forastera» para la Iglesia naciente: era símbolo del mundo pagano en general. Pero la fuerza del Espíritu Santo guiará los pasos de los testigos «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8), hasta Roma. El libro de los Hechos de los Apóstoles termina precisamente cuando san Pablo, por un designio providencial, llega a la capital del imperio y allí anuncia el Evangelio (cf. Hch 28, 30-31). Así, el camino de la palabra de Dios, iniciado en Jerusalén, llega a su meta, porque Roma representa el mundo entero y por eso encarna la idea de catolicidad de san Lucas. Se ha realizado la Iglesia universal, la Iglesia católica, que es la continuación del pueblo de la elección, y hace suya su historia y su misión.
Llegados a este punto, y para concluir, el evangelio de san Juan nos presenta una palabra que armoniza muy bien con el misterio de la Iglesia creada por el Espíritu. La palabra que Jesús resucitado pronunció dos veces cuando se apareció en medio de los discípulos en el Cenáculo, al anochecer de Pascua: «Shalom», «Paz a vosotros» (Jn 20, 19. 21). La palabra shalom no es un simple saludo; es mucho más: es el don de la paz prometida (cf. Jn 14, 27) y conquistada por Jesús al precio de su sangre; es el fruto de su victoria en la lucha contra el espíritu del mal. Así pues, es una paz «no como la da el mundo», sino como sólo Dios puede darla.
En esta fiesta del Espíritu y de la Iglesia queremos dar gracias a Dios por haber concedido a su pueblo, elegido y formado en medio de todos los pueblos, el bien inestimable de la paz, de su paz. Al mismo tiempo, renovamos la toma de conciencia de la responsabilidad que va unida a este don: responsabilidad de la Iglesia de ser constitucionalmente signo e instrumento de la paz de Dios para todos los pueblos. Traté de transmitir este mensaje cuando visité recientemente la sede de la ONU para dirigir mi palabra a los representantes de los pueblos.
Pero no se debe pensar sólo en estos acontecimientos «en la cumbre». La Iglesia presta su servicio a la paz de Cristo sobre todo con su presencia y su acción ordinaria en medio de los hombres, con la predicación del Evangelio y con los signos de amor y de misericordia que la acompañan (cf. Mc 16, 20).
Entre estos signos hay que subrayar, naturalmente, el sacramento de la Reconciliación, que Cristo resucitado instituyó en el mismo momento en el que dio a los discípulos su paz y su Espíritu. Como hemos escuchado en la página evangélica, Jesús exhaló su aliento sobre los Apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 21-23).
¡Cuán importante y por desgracia no suficientemente comprendido es el don de la Reconciliación, que pacifica los corazones! La paz de Cristo sólo se difunde a través del corazón renovado de hombres y mujeres reconciliados y convertidos en servidores de la justicia, dispuestos a difundir en el mundo la paz únicamente con la fuerza de la verdad, sin componendas con la mentalidad del mundo, porque el mundo no puede dar la paz de Cristo. Así la Iglesia puede ser fermento de la reconciliación que viene de Dios. Sólo puede serlo si permanece dócil al Espíritu y da testimonio del Evangelio; sólo si lleva la cruz como Jesús y con Jesús.
Precisamente esto es lo que testimonian los santos y las santas de todos los tiempos.
Queridos hermanos y hermanas, a la luz de esta Palabra de vida, ha de ser aún más ferviente e intensa la oración que hoy elevamos a Dios en unión espiritual con la Virgen María. Que la Virgen de la escucha, la Madre de la Iglesia, obtenga para nuestras comunidades y para todos los cristianos una renovada efusión del Espíritu Santo Paráclito.
«EmitteSpiritumtuum et creabuntur, et renovabisfaciemterrae», «Envía tu Espíritu, Señor, todo se volverá a crear y renovarás la faz de la tierra». Amén.
Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro el domingo 11 de mayo de 2008
San Agustín
El Espíritu y la unidad de la Iglesia.
- La venida del Espíritu Santo ha revestido de solemnidad para nosotros este día, el quincuagésimo después de la resurrección, compuesto de siete semanas. Si contáis las siete semanas, hallaréis sólo cuarenta y nueve, pero se añade la unidad para intimar la unidad. ¿En qué consistió la venida misma del Espíritu Santo? ¿Qué hizo? ¿Cómo mostró su presencia?¿De qué se sirvió para manifestarla? Todos hablaron en las lenguas de todos los pueblos. Estaban reunidos en un lugar ciento veinte personas, número sagrado que resulta de multiplicar por diez el número de los apóstoles. ¿Cómo sucedió, pues? ¿Cada uno de aquellos sobre los que vino el Espíritu Santo hablaba una de las lenguas, unos una y otros otras, como repartiendo entre ellos las de todos los pueblos? La realidad fue distinta: cada hombre, un solo hombre, hablaba las lenguas de todos los pueblos. Un solo hombre hablaba las de todos los pueblos: he aquí simbolizada la unidad de la Iglesia en los idiomas de todas las naciones. También aquí se nos intima la unidad de la Iglesia católica difusa por todo el orbe.
- Por tanto, quien tiene el Espíritu Santo está dentro de la Iglesia que habla las lenguas de todos. Quienquiera que se halle fuera de ella, carece del Espíritu Santo. Por esta razón, el Espíritu Santo se dignó manifestarse en las lenguas de todos los pueblos, para que comprenda que tiene el Espíritu el que se mantiene en la unidad de la Iglesia, que habla en todos los idiomas. Un solo cuerpo, dice el apóstol Pablo; un sólo cuerpo y un solo Espíritu. Considerad nuestros miembros. El cuerpo consta de muchos miembros, y una sola alma da vigor a todos ellos. Ved que, gracias al alma humana por la que yo soy hombre, mantengo unidos todos los miembros. Mando a los miembros que se muevan, aplico los ojos para que vean, los oídos para que oigan, la lengua para que hable, las manos para que actúen y los pies para que caminen. Las funciones de los miembros son diferentes, pero un único espíritu unifica todo. Muchas son las órdenes, muchas las acciones, pero uno solo quien da órdenes y uno solo al que se le obedece. Lo que es nuestro espíritu o nuestra alma respecto a nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo respecto a los miembros de Cristo, al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Por eso, el Apóstol, al mencionar un solo cuerpo, para que no pensásemos en uno muerto, dijo: Un solo cuerpo. Pero te suplico: ¿este cuerpo está vivo? Sí, vive. ¿De dónde recibe la vida? De un único espíritu. Y un solo espíritu. Centrad, pues, hermanos, la atención en nuestro cuerpo y doleos de los que se desgajan de la Iglesia. Cada uno de nuestros miembros realiza sus funciones mientras estamos con vida, mientras nos mantenemos sanos; con él. Con todo, puesto que está en el cuerpo, puede sentir dolor, pero no puede expirar. ¿Qué es, pues, expirar sino perder el espíritu? Y ahora, si un miembro se separa del cuerpo, ¿le sigue, acaso, el alma? Se reconoce el miembro de que se trata: es un dedo, una mano, un brazo, una oreja; fuera del cuerpo tiene solamente la forma, pero no la vida. Lo mismo sucede al hombre separado de la Iglesia. Buscas en él el sacramento, y lo encuentras; buscas el bautismo, y lo encuentras; buscas el símbolo, y lo encuentras. Es lo exterior; pero, si el espíritu no te vigoriza interiormente, en vano te glorías externamente del rito.
- Amadísimos, mucho nos insiste Dios en la unidad. Hágaos pensar el que, al principio de la creación, cuando hizo todas las cosas, los astros en el firmamento, y en la tierra las hierbas y los árboles, Dios dijo: Produzca la tierra, y aparecieron los árboles y todo cuanto verdea; dijo: Produzcan las aguas los peces y las aves, y así -se hizo; Produzca la tierra el alma viviente de todos los animales domésticos y fieras salvajes, y así acaeció. ¿Hizo Dios, acaso, de una sola ave todas las demás; de un solo pez, de un solo caballo y de una sola fiera los restantes peces, caballos y fieras salvajes? ¿No produjo, por ventura, la tierra abundantes cosas al mismo tiempo y llenó muchos espacios con numerosos retoños? Pero llegó a la creación del hombre y creó uno solo, y de ese uno, todo el género humano. Ni siquiera quiso hacer dos, varón y mujer, por separado, sino uno solo, y de ese primer hombre hacer una sola mujer. ¿Por qué así? ¿Por qué el género humano toma comienzo de un solo hombre sino porque así se intima la unidad al género humano? También Cristo el Señor nació de sólo una mujer, pues la unidad es virginal: conserva la virginidad y se mantiene incorruptible.
- El mismo Señor encarece la unidad de la Iglesia a los apóstoles. Se les aparece, ellos creen estar viendo un espíritu, se asustan, son asegurados de lo contrario y se les dice: ¿Porqué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos; palpad y ved que un espíritu no tiene huesos ni carne, como veis que yo tengo. He aquí que, mientras ellos estaban todavía turbados por la alegría, toma alimento; no porque lo necesitase, sino porque así lo quiso; lo toma en presencia de ellos; contra los impíos, les encarece la verdad de su cuerpo y la unidad de la Iglesia. ¿Qué les dice, pues? ¿No son éstas las cosas de que os hablé cuando estaba todavía con vosotros, a saber, que convenía que se cumpliese cuanto está escrito sobre mí en la ley, en los profetas y en los salmos? Entonces les abrió la inteligencia, dice el evangelio, para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día.» He aquí nuestra cabeza, he aquí la cabeza:¿dónde están los miembros? He aquí al esposo: ¿dónde está la esposa? Lee las tablas matrimoniales; escucha al esposo. ¿Buscas conocer la esposa? Escúchalo a él: nadie le quita la suya, nadie le introduce una extraña; escucha lo que te diga él. ¿Dónde buscas a Cristo? ¿En las fábulas humanas o en la verdad de los evangelios? Padeció, resucitó al tercer día, se manifestó a sus discípulos. A él ya lo tenemos. ¿Dónde la buscamos a ella? Preguntémosle a él: Convenía que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Esto ya ocurrió, ya está a la vista. Dinos, Señor; dínoslo tú, Señor, para que no nos equivoquemos: Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Comenzó por Jerusalén y llegó hasta nosotros. Está tanto allí como aquí, pues para venir hasta nosotros no se alejó de allí; se trata de crecimiento, no de migración. Esto lo intimó luego después de su resurrección. Vivió con ellos cuarenta días; a punto de subir al cielo, nos encomendó la Iglesia otra vez. El esposo, listo para emprender el viaje, confió su esposa a sus amigos, no para que entregue su amor a alguno de ellos, sino para que siga amándolo a él como a esposo, y a ellos como a amigos del esposo, pero a ninguno de ellos como a esposo. De esto se preocupan con celo los amigos del esposo, y no permiten que pierda su virginidad en manos de un amor lascivo. Un amor de este estilo sería odio. Considerad ahora al celoso amigo del esposo: cuando ve que la esposa se entrega, por así decir, a la fornicación en brazos de los amigos del esposo, dice: Oigo decir que hay cismas entre vosotros, y en parte lo creo. Los de Cloe me han comunicado, hermanos, que hay entre vosotros discordias y que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cejas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Oh amigo! El rechaza de sí el amor de una esposa que no es suya. No quiere ser amado como esposo para poder reinar con el esposo. Se nos ha confiado, pues, la Iglesia. También, cuando ascendió al cielo, les dijo a quienes le preguntaban acerca del fin del mundo: Dinos cuándo sucederán estas cosas y cuál será el momento de tu venida. El respondió: No os corresponde a vosotros conocer el tiempo, que el Padre se reservó en su poder. Escucha lo que te enseña el maestro, ¡oh discípulo! : Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros. Y así sucedió: a los cuarenta días ascendió al cielo, y he aquí que hoy, con la llegada del Espíritu Santo, que los llenó a todos, hablan las lenguas de todos los pueblos. Una vez más se nos encarece la unidad mediante las lenguas de todos los pueblos. Nos la encarece el Señor al resucitar, Cristo al ascender al cielo, y es confirmada hoy con la venida del Espíritu Santo.
SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 268, 1-4, BAC Madrid 1983, 736-41
Solemnidad de Pentecostés – Ciclo A
21 de mayo de 2023
Entrada:
Participemos de la Santa Misa con gran docilidad al Espíritu de Dios que habla dentro de nosotros porque en nosotros mora como en su Templo.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Hechos 2, 1- 11
Cuando descendió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles empezaron a hablar en distintas lenguas.
Salmo Responsorial: 103
2° Lectura: 1 Corintios 12, 3b- 7. 12- 13
Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo.
Evangelio: Juan 20, 19- 23 o bien 14, 15- 16. 23b- 26
El envío de los Apóstoles a evangelizar es un envío en el Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.
Preces:
Hermanos, dejémonos conducir por el Espíritu de Dios y pidamos con confianza por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos cantando:
- Por todos los bautizados en Cristo, para que busquemos incansablemente la unidad como Cuerpo místico del Señor Jesús, de la cual el Espíritu Santo es su principal artífice y animador. Oremos
- Por la Iglesia, esparcida por todo el mundo para que impulsada por el viento de Pentecostés sepa inculturar el Evangelio en cada realidad humana. Oremos.
- Por los cristianos que sufren persecución por causa de su fe, o están sobrellevando duras pruebas en tierras de misión, que experimenten la presencia del Maestro interior que fortalece y consuela. Oremos.
- Por todos los miembros de nuestra Familia Religiosa, para que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, nos transformemos en imagen viviente del modo de ser y de vivir del Verbo Encarnado. Oremos.
Renovados por tu Espíritu, te presentamos nuestra oración confiada, recíbela y escúchanos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
En el Espíritu Santo presentamos las ofrendas y nos unimos al Sacrificio redentor.
Ofrecemos:
+ Incienso: suba ante la presencia de Dios las oraciones que realizamos mediante el Espíritu Consolador.
+ Flores: para unirnos a María en el Cenáculo, encomendándole la Iglesia de la que es Madre.
+ Pan y vino: que por el Espíritu vivificante se convertirán en Cristo nuestro Salvador.
Comunión:
Ven Espíritu Santo, ven y enciende nuestros corazones para recibir dignamente el Corazón eucarístico abrasado de amor de Nuestro Redentor.
Salida:
María Santísima, Señora nuestra, ejerce tu Maternidad sobre nosotros tus hijos y haznos dóciles, para que el Espíritu Santo irrumpa en nuestras almas y nos santifique.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)