PRIMERA LECTURA
Su dominio es un dominio eterno
Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14
Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; Él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta Él.
Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 92, 1-2.5
R. ¡Reina el Señor, revestido de majestad!
¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido,
se ha ceñido de poder. R.
El mundo está firmemente establecido:
¡no se moverá jamás!
Tu trono está firme desde siempre,
Tú existes desde la eternidad. R.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa
a lo largo de los tiempos. R.
SEGUNDA LECTURA
El Rey de los reyes de la tierra hizo de nosotros
un Reino sacerdotal para Dios
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8
Jesucristo es el «Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra». Él nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.
Él viene sobre las nubes y todos lo verán, aun aquéllos que lo habían traspasado. Por Él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.
Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.
Palabra de Dios.
ALELUIA Mc 11, 9. 10
Aleluia.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene,
el Reino de nuestro padre David!
Aleluia.
EVANGELIO
Tú lo dices: Yo soy rey
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 33b-37
Pilato llamó a Jesús y le preguntó: « ¿Eres Tú el rey de los judíos?»
Jesús le respondió: « ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
Pilato replicó: « ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí».
Pilato le dijo: « ¿Entonces Tú eres rey?»
Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».
Palabra del Señor.
P. Joseph Maria Lagrange, O.P.
JESÚS, ACUSADO POR LOS JUDÍOS DELANTE DE PILATO
(Lc. 23, 2; Jn 18, 29-32)
Advertido Pilato de aquella demostración, y de seguro avisado por la policía, salió a algún balcón de la calle o tal vez a una gradería o descanso de escalera.
Después de algunas palabras de saludo, el procurador fue al grano: « ¿Qué alegáis contra este hombre?» Los del Sanedrín creyeron oportuno preparar el terreno para su sensacional denuncia. ¡Se trataba de un asunto muy grave! Conocedor de sus marrullerías, Pilato, sin duda informado de que era asunto de carácter religioso, quiso desentenderse del problema: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley». Aquellas palabras de Pilato, ¿eran en verdad una autorización para sentenciarle a muerte? Tal sentencia no había sido pronunciada. Los judíos aclaran sus intentos. «A nosotros no nos está permitido matar a nadie». Después, para probar a Pilato que el asunto era verdaderamente serio y de sola su incumbencia: «Hemos hallado a este hombre que pervierte la nación y prohíbe dar tributo al César, diciendo que Él es el Mesías, el rey» (según Lc 23, 2). Supieron muy bien dar a este asunto carácter político con notas bien perfiladas para excitar la irascibilidad de Pilato.
INTERROGATORIO DE PILATO
(Lc 23, 2; Mc 15, 2-5; Mt 27, 11-14; Jn 18, 33-38)
Volvió al pretorio, llamó a Jesús y se puso a preguntarle: « ¿Eres tú rey de los judíos?» En los labios de un romano, semejante pregunta era acusar a Jesús de ser revolucionario. Jesús no podía responder afirmativamente en el sentido que se le preguntaba. Dice un proverbio árabe «que la pregunta es madre de la respuesta». Para saber lo que se le reprochaba, pide Jesús a Pilato si habla en nombre propio o sólo es eco de lo que los judíos han dicho. Aunque en nada se extralimitaba de su derecho de defensa, se concibe que haya desagradado a Pilato al verse obligado a confesar que tomaba a su cargo acusar de lo que no comprendía. Pilato replica con desdén: « ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Sumos Sacerdotes te han puesto en mis manos; ¿qué hiciste?» El procedimiento es claramente el de un juez que instruye un proceso en que los cargos son abrumadores. Para arrancar una confesión franca supone imperturbable que alguna culpabilidad existe.
Jesús se atiene a la acusación formulada contra Él, Él jamás se las había dado de rey político; si por tal se tuviera, contaría con sus partidarios y habrían sacado sus espadas para defenderle. Pilato ve que nada tiene de rey. Su reino no es de este mundo. Atónito y embarazado con esta distinción, Pilato, poco hecho a nociones espirituales, se repliega a sus posiciones: «Luego tú eres rey». Jesús está en el sentido ya indicado: «Tú lo dices: soy rey», y precisando su pensamiento dice que vino al mundo para dar testimonio de la verdad. Él reina en primer término sobre las almas y es seguido por aquellos que aman la verdad. Pilato, de inteligencia poco despierta, no creyéndose obligado, como otros muchos personajes más grandes que él, a dar su nombre a una secta filosófica, miraba con desprecio, como todos los hombres prácticos y por otra parte excelentes funcionarios, las altas especulaciones: «¿Y qué es la verdad?» Hace la pregunta y poco le importa la respuesta; pero su buen sentido le hizo ver claramente que de parte de Jesús no había ningún peligro para los intereses de Roma. Si perturbó el orden público, sería por algún debate religioso, que tanto excitaban las pasiones de los judíos. En efecto, los clamores de fuera se levantaban más y llegaban hasta el palacio. Jesús, hecha su declaración, se calló. Hubiera querido Pilato, aunque sólo fuera por curiosidad, saber su respuesta. Presentía que los judíos le andaban armando algún enredo que les sirviera de pretexto para acusarlo delante de Roma. ¿Tenían todos el mismo pensamiento? ¿Qué pensaba de esto Herodes Antipas y los demás príncipes judíos, que lo habían acusado a Roma por motivo de los escudos.
(Lagrange, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, Madrid. 2002. Pag.489-491)
P. Alfredo Sáenz, S.J.
Cristo Rey
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el sentido plenario del misterio de la Realeza de Cristo.
- Rey ante todo por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es la Imagen perfecta del Dios invisible, su Palabra eterna, al tiempo que la base de sustentación, el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de la entera creación. Todo fue hecho para Él, por Él y en Él, y nada de lo que se hizo se hizo sin Él, nos dice San Juan.
- Pero es también Rey por su Encarnación. Así lo proclamó el ángel del Señor cuando anunció el prodigio: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
Precisamente de eso lo acusarían ante Pilatos en el momento culminante de su misión: “Pretende ser Cristo Rey”. El Señor no lo disimuló: “En verdad yo soy Rey, para esto he nacido, para esto vine al mundo”. Reyecía de Cristo escondida al principio en el seno de su Madre, porque ya desde entonces “plugo al Padre que habitase en él toda la plenitud de la divinidad”. Reyecía de Cristo que se expresa paradojalmente en los instrumentos de su valía; en aquella caña de ignominia que le entregaron por burla, pero que fue en realidad su cetro real; en la corona de irrisión que sustentaba aquel irónico letrero: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”, pero que al estar escrito en los tres idiomas de la universalidad, latín, griego y arameo, significaba la victoria de la catolicidad. Realeza de Cristo que se manifiesta en la exaltación de la Cruz, elevado a la cual atraería hacia sí todas las cosas, Cruz de la entronización real a la que accede Aquel que al extenderse sobre ella quiso verticalmente reconciliar el cielo con la tierra, y horizontalmente extender sus brazos para abarcar la historia, con sus espacios y sus tiempos. Reyecía que resplandece señorialmente el día de su Resurrección, cuando resurgió cual “primogénito de entre los muertos” y como cabeza del cuerpo “para que en todo tenga él la primacía. Reyecía que se explicitará de manera palmaria en su segunda venida, en su Parusía gloriosa, cuando retorne para juzgar a vivos y muertos. Cúmplese así aquello que oímos en la segunda lectura de hoy, en aquel texto del Apocalipsis donde el Señor dice de sí mismo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso”.
Tal es, en síntesis, el misterio de la Realeza de Cristo: Rey natural, porque Dios; Rey por herencia, porque Hijo de Dios; Rey por dominio, porque creador; Rey por derecho de conquista, porque vencedor del demonio. Nada, pues, de extraño que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que el Ungido del Padre ha sido entronizado en la sede real de la gloria.
Pero, ¿Rey de quién? ¿Rey para qué?
- Él quiere, sin duda, ganar el universo, pero prefiere hacerlo conquistando primero los individuos. Anhela ser Rey de nuestros corazones. Vino al mundo para dominar la rebeldía de los pueblos, mas ésta había surgido precisamente en el corazón del hombre que le negó su obediencia y su afecto. El insensato combate contra Dios se entabla, pues, en dicho terreno, y Cristo ha querido vencer justamente en ese campo. “Mi reino está dentro de vosotros”, dijo. Es cierto que ya le pertenecemos de hecho, porque por naturaleza somos de Él, pero debemos entregarle también nuestro amor como nuevo título personal de dominio. Aprovechemos el día de hoy para ofrecerle aquellas zonas de nuestro interior que todavía no han aceptado del todo su imperio salvador, dejemos que su luz indeficiente ilumine aquellas franjas de nuestra vida que en cierta manera yazcan todavía en las tinieblas de la idolatría.
- Cristo quiere, pues, poner su trono en nuestros corazones. Pero ello no es todo. También ha dicho: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Es el eco de lo que profetizara Daniel, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy: “Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas”. Efectivamente, Cristo quiere ser también el Rey de las sociedades. Los hombres no se independizan de Él por el hecho de haberse organizado en sociedad. Hay quienes querrían ofrecer a Cristo el incienso de Dios, pero no el oro de su Realeza en el orden temporal. Y sin embargo el Apocalipsis nos describe al Cordero soberano, revestido con un largo manto en cuya orla está escrito: “Rey de los reyes y Señor de los señores”.
Es el anhelo que se manifiesta en el antiguo himno de Vísperas del Oficio Divino de hoy: “Que con honores públicos te ensalcen los que tienen poder sobre la tierra; que el maestro y el juez te rindan culto, y que el arte y la ley no te desmientan”. He aquí todo un programa de acción apostólica. Porque en el mundo de hoy no son pocos los que se empeñan en querer destronar a Cristo, haciendo suya aquella terrible imprecación: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. Sin embargo, la Palabra de Dios permanece: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen”. Y nosotros, súbditos indignos de su Reino, hemos sido llamados para colaborar con Dios en la edificación de la casa, hemos sido convocados para “instaurar todas las cosas en Cristo”, según la feliz expresión de San Pablo, escogida como lema pontificio por San Pío X.
A lo largo de estos últimos siglos se ha desencadenado un complejo proceso de descristianización. Negación de la Iglesia verdadera, ante todo, con la Reforma protestante. Negación de Cristo, luego, en el deísmo y racionalismo del siglo pasado. Negación lisa y llana de Dios, en el ateísmo contemporáneo, sea bajo forma militante, en el marxismo, sea bajo forma de marginación, en el liberalismo. Negación, como puede verse, progresiva: Iglesia, Cristo, Dios, que concluye en la gran apostasía contemporánea, con su intento de crear un paraíso en la tierra donde el verdadero rey sea el hombre autónomo, con la desgraciada colaboración de no pocos católicos ingenuos o cómplices.
Frente a este proceso y a esta situación, el Papa Pío XI instituyó la fiesta de hoy y al instituirla afirmó: “Cuanto más se pasa en vergonzoso silencio el nombre de Cristo, así en las reuniones internacionales como en los Parlamentos, tanto es más necesario aclamarlo públicamente, anunciando por todas partes los derechos de su real dignidad”. Tal es nuestra tarea, amados hermanos, impregnar todo el orden temporal —la política, la economía, la cultura, el arte— con el espíritu del Evangelio—.
“Una y mil veces dichosas —dijo Pío XII— las naciones donde las leyes se inspiran en el Evangelio y en las que se reconoce públicamente la majestad de Cristo Rey”.
- No perdamos la confianza al menos en la victoria final. Frente al triste espectáculo de tantas personas y de tantas sociedades que se resisten pertinazmente a la acción redentora del Señor, y que parecen ir dominando el mundo, frente a la crisis que hoy sacude a la Iglesia y provoca en no pocos de sus hijos aquello que un sagaz teólogo contemporáneo dio en llamar “apostasía inmanente” “apostasía”, porque con el corazón ya se han separado de la Iglesia; “inmanente”, porque aparentemente siguen permaneciendo en ella, frente a todo esto, decíamos, al pesar de todo esto, nunca dejemos de esperar y de anhelar aquel Día en que el Reino de Cristo encontrará su realización plenaria y acabada. El día en que Cristo, sentado, no ya sobre la Cruz de Ignominia, sino sobre su Trono Judicial, convocará a la humanidad toda ante su presencia. El día profetizado por Isaías, el verdadero “día del Señor”, el día de la asamblea de los expatriados, de la reunión de los dispersos, el día del retorno al Paraíso, al Paraíso Reconquistado.
Durante este tiempo —el tiempo de la historia— Cristo sigue llevando adelante su trabajo de someter a Sí todo lo que consiente ponerse bajo su cetro. Hasta que llegue aquel Día del fin de la historia, el último Domingo, y todo le quede sometido; entonces Él mismo, como hombre, se someterá al Padre, y Dios será todo en todas las cosas.
Mientras quedamos a la espera de un acontecimiento tan glorioso, se nos concede hoy, amados hermanos, tomar parte en el Santo Sacrificio de la Misa. Decíamos antes que la Cruz había sido el trono real del Señor. Pues bien, ahora se renovará sobre el altar aquel sacrificio. El altar será el nuevo trono del sacrificio de Cristo. Unamos nuestra oblación a la suya, para poder acercarnos luego a la mesa del Señor, y adelantar así, en cierto modo, el Día final de Salvación. Que Cristo penetre hoy en nuestros corazones como entró un día en el seno purísimo de su Madre, y encuentre que con los pañales de nuestra humildad hemos sabido prepararle un pequeño trono desde donde pueda reinar sin trabas sobre cada uno de nosotros.
En ese momento podremos decirle: “Señor, hoy quiero ofrecerte toda mi vida. Impregna mi interior con tu sangre redentora para conquistarlo y ponerlo bajo tu cetro real. No permitas que zona alguna de mi alma se mantenga orgullosa en su vacua autonomía. Reúne, Señor, todo lo que en mí se haya dispersado para que, unificado en mi interior, reinando sobre mis pasiones, me convierta en un súbdito leal de tu Reino, sin connivencia alguna con el enemigo. Reina, Señor, sobre las sociedades, principalmente sobre nuestra dilacerada Patria, y no permitas que nos sintamos suficientes sin Ti. Haz que todos los hombres y todas las naciones puedan dar por Ti, contigo y en Ti al Padre omnipotente, en unión con el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria. Amén”.
(Alfredo Sáenz, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed. Gladius, 1993, 299 – 304)
Mons. Fulton Sheen
Proceso ante Pilatos
[…] Cuando los miembros del sanedrín llegaron al pretorio (la casa del gobernador), Pilato salió a su encuentro, porque sabía que si los obligaba a entrar se considerarían impuros. Siguiendo la tradición de los romanos en cuanto al respeto de la ley, declaró que no dictaría sentencia hasta tener pruebas de la culpabilidad del reo. Así, preguntó a los del sanedrín:
¿Qué acusación traéis contra este hombre?
Ioh 18, 29
Para granjearse la buena voluntad de Pilato, le invitaron a que confiara en la sentencia que ellos mismos habían ya pronunciado. Además, aseguraron a Pilato que, ciertamente, no harían ningún mal a un hombre inocente:
Si este hombre no fuera un malhechor,
no te lo hubiéramos entregado.
Ioh 18, 30
No hablaron de blasfemia. Sabían que esta acusación no haría mella en el ánimo de un gentil, un vencedor, uno a quien ellos despreciaban; así pues, usaron el término genérico de «malhechor».
Sabiendo Pilato que la situación en que los judíos se encontraban bajo el yugo de Roma no era la más apropiada para consolidar la autoridad de él, y no deseando ocuparse de aquel caso, les dijo que lo juzgaran ellos mismos conforme a su ley. Mas ellos replicaron que no tenían poder para hacer morir a ningún hombre, lo cual era verdad, puesto que se hallaban bajo el dominio de Roma. Además, no se atrevían a ejecutar ninguna sentencia de muerte en el día festivo en que sacrificaban el cordero pascual.
Entonces hicieron a nuestro Señor objeto de tres acusaciones para obligar a Pilato a que oyera aquel caso:
A éste hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y vedando pagar tributo al César,
y diciendo que Él mismo es Cristo, el rey.
Lc 23, 2
Seguían sin aludir al delito de blasfemia; ahora se trataba del crimen de sedición; Cristo era un antipatriota, demasiado mundano, demasiado político, era un enemigo del César y de Roma. En suma, se trataba de un impostor que estaba induciendo al pueblo a seguir una dirección distinta a la que Roma señalaba. En segundo lugar, instaba al pueblo a que no pagara impuesto al rey o césar. Y, en tercer lugar, se hallaba enfrentado a Pilato como un rey rival; esto era un crimen de lesa majestad. Los romanos, decían, habían de estar en guardia contra esta sedición política. Incluso hablaron de «la lealtad de nuestro pueblo» a Roma, mientras en sus corazones despreciaban tanto a Roma como a Pilato.
Cada palabra suya era una mentira. Si Cristo hubiera sido un cabecilla de sedición, o si hubiese habido indicios de insurrección relacionada con su nombre, Pilato habría tenido noticia de ello. Lo mismo cabe decir del suspicaz Herodes; pero antes de ahora no se había tenido la menor queja contra aquel hombre. En cuanto al cargo que se le hacía de que vedaba pagar el tributo el césar, únicamente había sucedido que poco antes de que se intentara prenderle en el templo había dicho al pueblo que diera «al césar lo que es del césar». La tercera acusación, de que era rey, no era que se hubiese hecho rey de los judíos, sino más bien de que era un rey que desafiaba al césar. También esto era mentira, puesto que, cuando el pueblo intentó hacer de Él un rey de esta clase, El huyó solo a la montaña.
Pilato dudaba de la sinceridad de aquellos hombres porque sabía cuánto le odiaban a él y al césar. Pero una de las acusaciones le turbaba ligeramente. ¿Era ciertamente un rey ese preso que tenía delante? Pilato hizo comparecer a, Jesús ante sí, dentro de su palacio. Una vez lo tuvo en la sala del juicio, le preguntó:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Ioh 18, 33
La acusación decía solamente que Él era rey. Pilato sabía que si Cristo se presentaba como rey rival de los romanos los gentiles testificarían contra fil. Así, le preguntó si era rey de los judíos. Nuestro Señor, en respuesta a esta pregunta, penetró la conciencia de Pilato; le preguntó si lo decía porque las falsas acusaciones do sus enemigos habían suscitado sus sospechas. Pilato había esperado una respuesta directa; la política, que era lo único que a Pilato le interesaba en aquel caso, fue la que el Maestro rechazó ; la realeza religiosa, que indicaba que Él era el Mesías, fue lo que nuestro Señor admitió. Al escéptico Pilato, nuestro Señor tuvo que explicarle que su realeza no era la de un reino terreno obtenido con la fuerza de las armas; era más bien un reino espiritual que había de ser establecido por medio de la verdad. Sólo tendría súbditos morales, no súbditos políticos; reinaría en los corazones, no en los ejércitos.
Mi reino no es de este mundo:
si mi reino fuera de este mundo,
entonces pelearían mis servidores
para que yo no fuese entregado a los judíos ; ahora, empero, mi reino no es de aquí.
Ioh 18, 36
De momento estas palabras tranquilizaron a Pilato, pues no había que temer que aquel hombre desafiara el poder de Roma. El reino de Cristo no era de este mundo; por lo tanto, no era como Judas el Galileo, hijo de Ezequías, que había acaudillado una rebelión contra Roma ‘unos decenios atrás, incitando al pueblo a que no pagara impuestos. Tal vez hubiera Pilato oído decir que la noche anterior, cuando Pedro quiso argüir con la dialéctica de la espada, nuestro Señor le reprendió y luego curó al herido. Si su reino fuera de este mundo, había dicho nuestro Señor, precisaría la ayuda de ejércitos de hombres; pero un reino celestial se bastaba a sí mismo, ya que su poder venía de arriba. Su reino estaba en el mundo, pero no era del mundo.
La actitud serena y digna de aquel hombre que tenía delante de él, atado con cuerdas, con el rostro magullado y ensangrentado por los golpes recibidos después de su primer proceso, su afirmación de que su reino no era de este mundo, de que tenía siervos que no usarían la espada y de que Él iba a establecer un reino sin luchar, todo esto intrigó sumamente a Pilato, quien hizo ahora otra pregunta. La primera vez había preguntado Pilato: « ¿Eres tú el rey de los judíos ?» Ahora inquirió:
Entonces, ¿tú eres Rey?
Ioh 18, 37
El proceso religioso se concentraba en Cristo el profeta, el Mesías, el Hijo de Dios. El proceso civil giraba en torno a su realeza.
Durante toda su vida, Jesús hablase referido siempre a su venida a este mundo; ésta era la única vez que decía había nacido. Nadar de una mujer es una cosa, venir al mundo es otra. Pero al hablar de su nacimiento añadió en seguida la expresión de venir al mundo. Al decir que había nacido, estaba reconociendo su origen humano temporal como Hijo del hombre; al decir que había venido al mundo, afirmó su divinidad. Además, el que venía del cielo, venía para dar testimonio, lo cual equivalía a morir por la verdad. Él ponte el fundamento moral para descubrir la verdad y afirmaba que ello no era sólo una búsqueda intelectual; lo que uno descubriera dependía en parte de su propia conducta moral. En este sentido, dijo nuestro Señor, sus ovejas oían su voz. Evidentemente, Pilato entendió la idea de que la conducta moral tenía algo que ver con el descubrimiento de la verdad, por lo cual recurrió al pragmatismo y al utilitarismo, y preguntó escéptico y burlón:
¿Qué cosa es la verdad?
Ioh 18, 38
Hecha esta pregunta, Pilato volvió la espalda a la verdad, mejor dicho, a aquel que es la Verdad. Quedaba por comprobar cómo la tolerancia de la verdad y el error en un rasgo de condescendencia conduce a la intolerancia y a la persecución; cuando la pregunta «¿ Qué cosa es la verdad ?» se hace en tono sarcástico, va seguida de este otro sarcasmo: «¿ Qué cosa es la justicia ?» La intolerancia, cuando significa indiferencia ante lo justo y lo injusto, a veces desemboca en odio a lo que es justo. Aquel que era tan tolerante con respecto al error hasta el punto de negar que hubiera una Verdad absoluta, era el que habría de crucificar a la Verdad. Fue el juez religioso el que le desafió diciendo: «Yo te conjuro»; pero el juez laico le preguntaba: « ¿Qué cosa es la verdad ?» El que ves tía los ropajes de sumo sacerdote invocó a Dios para repudiar las cosas que son de Dios; el que vestía la toga romana acababa de hacer profesión de duda y escepticismo.
Al decir nuestro Señor que todo el que es de la verdad oiría su voz, estaba enunciando la ley de que la verdad asimila todo lo que le es afín. La misma idea que había expresado Jesús a Nicodemo:
Todo aquel que obra el mal, aborrece la luz, y no viene a la luz,
para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que obra la verdad, viene a la luz,
para que sus obras sean puestas de manifiesto ;
por cuanto han sido hechas en Dios.
Ioh 3, 20 s
Por lo tanto, si en Pilato hubiera un impulso hacia la verdad, conocería que la Verdad misma se hallaba ante él; si no era así, condenaría a Jesucristo.
Pilato era uno de esos que creen que la verdad no es objetiva, sino subjetiva, y que cada persona puede determinar por sí misma lo que es verdadero. Suele ser el defecto de los hombres prácticos, como Pilato, considerar como una especulación inútil la búsqueda de la verdad objetiva. El escepticismo no es una posición intelectual, es una posición moral en el sentido de que viene determinada no tanto por la razón como por el modo que uno tiene de actuar y comportarse. El deseo que tenía Pilato de salvar a Jesús era debido a una especie de liberalismo que combinaba la incredulidad en una Verdad absoluta con no querer, de un modo semibenévolo, perturbar a tales soñadores supersticiosos. Pilato hizo la pregunta de « ¿Qué cosa es la verdad?» a la única Persona del mundo que podía contestársela cabalmente.
Pilato comenzó ahora el primero de sus varios intentos para salvar a Cristo, tales como declarar que era inocente, proponer que se eligiera entre varios presos, hacerle azotar, apelar a la compasión, cambiar de jueces. Al no comprender Pilato que alguien pudiera morir por la verdad, no podía comprender, naturalmente, cómo la Verdad misma podía morir por los que erraban. Después de volver la espalda al Logos hecho carne, dirigióse al pueblo, que se hallaba fuera del palacio, para comunicarle su convencimiento de que aquél preso que le habían traído era inocente.
Yo no hallo en él ningún delito.
Ioh 18, 38
Si no había delito en Él, Pilato debía haberlo puesto en libertad. Al oir los miembros del sanedrín que el gobernador romano declaraba que el preso era inocente, intensificaron de modo más vio lento su acusación de que Jesús era un sedicioso y un revolucionario:
Incita al pueblo,
enseñando por toda la Judea ;
y comenzando desde Galilea, llega hasta aquí.
Lc 23, 5
El supremo interés de Pilato era la paz del estado; de ahí que el supremo interés del sanedrín fuese el de demostrar que Cristo era un perturbador de la paz. Al oír Pilato la palabra «Galilea», vio el modo de eludir el juzgar a Cristo… Ya que el sanedrín había cambiado la acusación de blasfemia por la de sedición, también Pilato pasaría la jurisdicción del proceso a uno que tenía autoridad en Galilea.
Debido a la pascua, Herodes se hallaba a la sazón en Jerusalén. Aunque él y Herodes eran enemigos, Pilato deseaba, sin embargo, transferir a Herodes la responsabilidad de absolver o condenar a Jesús.
Fulton Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pag. 380 – 385
P. Alfredo Sáenz, S.J.
México católico, despierta de tu letargo
En sus artículos y conferencias nuestro héroe (Anacleto González Flores) vuelve una y otra vez sobre la necesidad de ser realista y de enfrentar lúcidamente el momento por que pasaba su Patria. Se nos ha caído la finca, dice, hemos visto el derrumbe estrepitoso del edificio de la sociedad, y caminamos entre escombros. Pero al mismo tiempo señala su preocupación porque muchos católicos desconocen las causas del desastre y la gravedad de la situación, desconocen cómo los tres grandes enemigos [aliados o ministros de Satanás], el Protestantismo, la Masonería y la Revolución, trabajan de manera incansable y con un programa de acción alarmante y bien organizado. Estos tres enemigos están venciendo el Catolicismo en todos los frentes, a todas horas y en todas las formas. Esto es un hecho. Cristo no reina en la vía pública, en la calle, en las escuelas, en el parlamento, en los libros, en las universidades, en la vida pública y social de nuestra Patria. Quien reina allí es el demonio. En todos aquellos ambientes se respira el hálito de Satanás.
Y nosotros ¿Qué hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia, practicar algunos actos de piedad, como si ello bastase “para contrarrestar toda la inmensa conjuración de los enemigos de Dios” Les hemos dejado a ellos todo lo demás, la calle, la prensa, la cátedra en todos los niveles de enseñanza. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposición seria. Y si algunas veces hemos actuado, lo hemos hecho tan pobremente, tan raquíticamente, que puede decirse que no hemos combatido. Hemos cantado en las iglesias pero no hemos cantado a Dios en la escuela, en la plaza, en el parlamento, arrinconando a Cristo por miedo al ambiente. Urge salir de las sacristías, entendiendo que el combate se entabla en todos los campos: “sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal. Procuremos hallarnos en todas partes con el casco de los cruzados y combatamos sin tregua con las banderas desplegadas a todos los vientos” Reducir el catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes públicos “cuando éstos matan el alma nacional y carnear en plena vía la Patria, o es solamente cobardía y desorientación disculpable, es un crimen histórico religioso, público y social, que merece todas las execraciones”
Tal es la denuncia de Anacleto González Flores hacia dentro de la Iglesia, el inmenso lastre de pusilanimidad y de apocamiento, que ha llevado a buena parte del catolicismo mexicano al desinterés y la resignación. Las almas sufren de empequeñecimiento y anemia espiritual. Nos hemos convertido en mendigos, afirma, renunciando a ser dueños de nuestros destinos. Se nos ha deshojado de todas partes, y todo lo hemos abandonado. “Ni siquiera nos atrevemos a pedir más de lo que se nos da. Se nos arrojan todos lo días las migajas que deja la hartura de los invasores y nos sentimos contentos con ellas” Tal encogimiento está en abierta pugna con el cristianismo que desde su aparición es una inmersa y ardiente acometida a lo largo de veinte siglos d historia. “La Iglesia vive y se nutre de osadías. Todos sus planes arrancan de la osadía. Solamente nosotros nos hemos empequeñecido y nos hemos entregado al apocamiento”. Hasta ahora, los católicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que Él haga, que Él obre, que Él realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por eso nos hemos limitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la máscara de una presunta “prudencia”. Necesitamos de la “imprudencia de la osadía cristiana.
Justamente en esos momentos el Papa acababa de decretar la fiesta de Cristo Rey. Refiriéndose a ello, Anacleto insiste en su proposición. Desde hace tres siglos, explica, los abanderados del laicismo venían trabajando por suprimir a Cristo de la vida pública y social de las naciones. Y con evidente éxito, a escala mundial, ya que no pocas legislaturas, gobiernos e instituciones han marginado a Cristo, desdeñando su soberanía. Lo significante de la institución de esta fiesta no es tanto que se lo proclame a Cristo Rey en la vida pública y social. Ello es, por cierto, importante, pero más lo es que los católicos entendamos nuestras responsabilidades consiguientes. Cristo quiere que le ayudemos con nuestros esfuerzos, nuestras luchas y nuestras batallas. Y ello no se conseguirá si seguimos encasillados en nuestros hogares y en nuestros templos. Hasta ahora nuestro catolicismo ha sido una catolicismo de verdaderos paralíticos, y ya desde hace tiempo. Somos herederos de paralíticos, atados a la inercia en todo. Los paralíticos del catolicismo son de dos clases; los que sufren una parálisis total, limitándose a creer las verdades fundamentales sin jamás llevarlas a la práctica, y los que se han quedado sumergidos en sus devocionarios no haciendo nada para que Cristo vuelva a ser Señor de todo. “Y claro está que cuando una doctrina no tiene más que paralíticos se tiene que estancar, se tiene que Batir en retirada delante de las recias batallas de la vía pública y social y a la vuelta de poco tiempo tendrá que quedar reducida a la categoría de momia inerme, muda y derrotada”. Nuestras convicciones están encarceladas por la parálisis. Será necesario que vuelva a oírse el grito del Evangelio, comienzo de todas las batallas y preanuncio de todas las victorias. Falta pasión, encendimiento de una pasión inmensa que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado separadas de Cristo.
- Forjador de caracteres.
Anacleto fue un verdadero maestro, en el sentido más rico de la palabra; no un mero transmisor de ideas, sino un auténtico profesor, un formador de almas. Consciente del estancamiento del catolicismo y de la pusilanimidad de la mayoría, o como él mismo lo dijo: “ del espíritu de cobardía de muchos católicos y del amor ardiente que siente por sus propias comodidades y por su catolicismo de reposo, de pereza, de apatía, de inercia y de inacción” se abocó a la formación de católicos militantes, que hicieron suyo “el ideal de combate”, convencidos de que “su misión es batirse hoya, batirse mañana, batirse siempre bajo el estandarte de la verdad”
A su juicio, el espíritu de los católicos debía forjarse en dos niveles, el de la inteligencia y el de la voluntad. El de la inteligencia […]
Pero Anacleto no sólo se dedicó a formar las inteligencias. Consideraba igualmente necesario preocuparse por robustecer las voluntades de los que lo seguían. Él mismo lo dijo repetidas veces: “No soy más que un herrero forjador de voluntades” Todo él era, como escribe Gómez Robledo, “Una afirmación hirviente, tumultuosa, de sangre y hoguera”. La Patria necesitaba caracteres recios. Por eso se dedicó a buscar los rescoldos del heroísmo: “Patria Mexicana, no todos tus hijos se han afeminado, no todos se han hundido en el cieno; todavía hay hombres, todavía hay héroes”
Pero don Cleto no se engañaba. Nadie sería un hombre de imperio, si primero no había aprendido a dominarse a sí mismo. Por eso convocaba a los suyos a volverse; “abanderados de su propia personalidad y caudillos de su mismo ser” Porque dentro de cada uno de ustedes, les decía, hay un forjador de ciernes. Para forjase a sí mismo no basta la cabeza bien formada, la inteligencia bien empleada. No bastan los filósofos y los maestros. Por buenos que estos sean, nunca podrán transfundir su propio carácter en los demás. La pura formación intelectual no basta. Es preciso agregar “el encarnizamiento de las propias manos, de las propias herramientas, del propio corazón…, en caso contrario, todo quedará comenzado”. Si se quiere hacer realidad la elevada y recia escultura viviente que Dios sonó para cada uno de nosotros, habrá que despertar al Fidias que duerme en nuestro interior. Si se quiere seguir siendo un mero boceto informe, un trazo borroso sin consistencia, una personalidad enclenque, habrá que curarse brazos, permanecer en espera del forjador que nunca llegará, “del obrero que debe salir de nosotros mismos y que nunc saldrá porque no hemos querido ni sospechar siquiera nuestra personalidad”
Anacleto quería que los suyos tuviesen temple de héroes, que no cediesen jamás a “transacciones” y “componendas” Si prefiriesen esto último, tarde o temprano tendrían que lamentarse bajo el fardo de su ignominiosa capitulación. Fácilmente la cobardía se camufla bajo el velo de la virtud de la prudencia. Cuidado con las falsas prudencias. Cuando habla de esto, su verbo se vuelve fuego; “¡Habéis invertido el mandamiento supremo, porque para vosotros, hay que amar a Dios bajo todas las cosas! Por evitar mayores males o despedazarán, y cada trocito de vuestro cuerpo gritará todavía dando tumbos: ¡Prudencia, prudencia!. No temáis a los que matan el cuerpo, sino el alma. Una sola noche de insomnio en el calabozo vale mucho más que años de fáciles virtudes”
Para formarse en la escuela del heroísmo recomendaba Anacleto la necesidad de escoger a los amigos, descartando los de espíritu cobarde o los que han claudicado. El contagio de los espíritus, sea para el mal o para el bien, resulta determinante. “El día en que se logre encontrar un alto y firme valor de rectitud, de ideal y carácter, habrá que sellar con él un pacto de alianza permanente y unir lo más estrechamente posible nuestras suerte, nuestro pensamiento y nuestra voluntad con ese nuevo complemento de nuestra personalidad, porque será para nosotros un manantial fecundo de aliento y vitalidad”
En medio de la borrasca política y religiosa, Anacleto soñaba con “Alzar un muro de conciencias fuertes, de voluntades recias, de caracteres que sepan derrota a la violencia bruta, no con el filo de la espada, sino con el peso irresistible y avasallador de una conciencia que rehúye las capitulaciones y espera a pie firme todas las pruebas” Él dio el ejemplo de ello, convencido de que el carácter es la base primordial de la personalidad. Como dice un compañero suyo, se había forjado una voluntad tenaz e inconmovible, exenta de volubilidad o desaliento, superior e indiferente a los obstáculos y a la magnitud de los sacrificios requeridos. Elaborado un propósito no descansaba hasta verlo realizado. La continuidad fue la característica de su acción en todos los órdenes. Fecundo en iniciativas, no abandonaba, sin embargo, la tarea comenzada, sino que la proseguía hasta el fin.
Hacia un catolicismo pletórico.
[…] En vez de un catolicismo integrado por hombres decrépitos de espíritu, González Flores soñaba con un catolicismo militante, juvenil, dispuesto a vivir peligrosamente. “Hemos pedido el sentido más profundo, más característico de la juventud, la pasión del riesgo, la pasión del peligro. Medimos todos nuestros pasos, contamos todas nuestras palabras, recomponemos nuestros gestos y nuestras actividades de manera de no padecer ni la más ligera lastimadura y de quedar en postura bellamente estudiada, no para morir, como los gladiadores romanos, sino para una sola cosa: para vivir, para vivir a todo trance” Y así, agrega, son muchos los que no se atreven a mover un dedo, por temor a despertar las iras del enemigo. Se ha formado una generación de viejos, que sólo saben calcular, contar, comprar y vender, con la fiebre característica de la vejez, que es la avaricia. Todos recomiendan “prudencia”, y par ellos prudencia, significa pensarlo todo, medirlo todo, calcularlo todo para salvar la tranquilidad y esquivar hábilmente todos los riesgos. Recomiendan quietud y media en los movimientos, al tiempo que se condena a los “exagerados”. “Y eta es la suprema enfermedad. Todas las demás parten de ella… Hemos logrado conservar nuestra vida; todavía la tenemos, todavía nos pertenecerá, pero enmohecida, como espada que nuca salió de la vaina, como árbol que no ha tenido ni agua ni sol. Se nos ofreció la vida en cambio de nuestro sosiego y de nuestro silencio y de nuestra quietud, y sólo se nos ha podido dar vejez arrugada y marchita”
Mas la juventud se completa, se robustece y se asegura contra su debilitamiento o su extinción, poniéndose bajo el aliento perpetuamente juvenil de Cristo. Incorporada la juventud de cada hombre en la juventud eterna de Cristo, se sumará una osadía a otra osadía; y sumada esas dos grandes audacias, se formará el nudo que abarcará todos los destinos” Será preciso desposar la propia juventud, que es la audacia de un día, con la juventud e Cristo, que es la audacia de lo eterno Los jóvenes deberán juntar sus domas manos, todavía mojadas en el odre de la vida, con los dos manos de Cristo, mojadas todavía en la sangre de su audacia. He ahí lo que afirmaba Lacordaire: “ La juventud es irresistiblemente bella, con la belleza del riego, es decir, con la belleza de la osadía, y también: “La juventud es sagrada a causa de sus peligros” Habrá que arrojarse en el mar del peligro, en la corriente de los riesgos, con la canción en los labios, con un gesto de desdén en la boca y con plena confianza en el éxito. Sólo harán la gran revolución, la revolución de lo eterno, las banderas tremoladas por la juventud que todavía le reza y le canta al joven carpintero que a los 33 años comenzó la única verdadera revolución, que es la revolución de lo eterno, y que pasa por nuestras vidas como un huracán de heroísmo.
Alfredo Sáenz, SJ, Anacleto González Flores, Mártir de los Cristeros, Ed. Gladius, 1997, pag. 15-22
San Juan Crisóstomo
Yo he nacido para dar testimonio de la verdad
Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es discípulo de la verdad me escucha y oye mi voz (Juan XVIII, 37).
ADMIRABLE cosa es la paciencia, pues al alma, liberada de las tempestades que suscitan los espíritus malignos, la establece en un puerto tranquilo. Cristo nos la enseñó y nos la enseña, sobre todo ahora que es llevado y traído para juicio. Llevado a Anás, respondió con gran mansedumbre; y al criado que lo hirió, le contestó de un modo capaz de reprimir toda soberbia. Desde ahí fue llevado a Caifás y luego a Pilato, gastándose en eso toda la noche; y en todas partes y ocasiones se presentó con gran mansedumbre.
Cuando lo acusaron de facineroso, cosa que no le podían probar, Él, de pie, lo toleró todo en silencio. Cuando se le preguntó acerca del reino, le respondió a Pilato, pero adoctrinándolo y levantándole sus pensamientos a cosas mayores. Mas ¿por qué Pilato no examina a Jesús delante de los judíos sino en el interior del pretorio? Porque tenía gran estima de Jesús y quería examinar la causa cuidadosamente, lejos del tumulto. Cuando le preguntó: ¿Qué has hecho? Jesús nada le responde; en cambio, sí le responde acerca del reino. Le dice: Mi reino no es de este mundo, que era lo que más anhelaba saber el presidente. Como si le dijera: En verdad soy rey, pero no como tú lo sospechas, sino rey mucho más espléndido. Por aquí y por lo que sigue le declara no haber hecho nada malo. Pues quien asegura: Yo para esto he nacido y a esto vine, para dar testimonio de la verdad, claramente dice no haber hecho nada malo.
Y cuando dice: Todo el que es discípulo de la verdad oye mi voz, invita a Pilato y lo persuade a oír sus palabras como si le dijera: Si alguno es veraz y anhela la verdad, sin duda me escuchará. Con estas pocas palabras lo excita hasta el punto de que Pilato le pregunta: ¿Qué es la verdad? Pero mientras lo insta y oprime lo urgente del momento. Pues advierte que semejante pregunta necesitaba tiempo para responderse, mientras que a él lo urgía el ansia de librarlo del furor de los judíos. Por tal motivo salió afuera. Y ¿qué les dice?: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa cuán prudentemente lo hace. Porque no dijo: Puesto que ha pecado, es digno de muerte, pero ceded a la solemnidad. Sino que primero lo declaró libre de toda culpa; y hasta después, a mayor abundamiento, les ruega que si no quieren dejarlo libre como a inocente, a lo menos por la solemnidad lo perdonen como a pecador. Por tal motivo añade: Tenéis vosotros la costumbre de que en la Pascua se os dé libre un prisionero. Luego, como quien suplica, dice: ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Vociferaron todos: No a ése, sino a Barrabás. ¡Oh mentes execrables! ¡Dejan libres a criminales como ellos y de sus mismas costumbres y en cambio ordenan castigar al que es inocente! ¡Antigua era en ellos semejante costumbre! Pero tú considera la benignidad del Señor.
Y ordenó Pilato que lo azotaran, quizá para salvarlo, una vez aplacado así el furor de los judíos. Como por los medios anteriores no logró arrancárselo de las manos, esperando que con esto otro terminaría el daño, ordenó que lo azotaran y permitió que le vistieran la clámide y le pusieran la corona, a fin de amansar con esto la ira de los judíos. Por igual motivo, una vez coronado, lo sacó hacia ellos, para que viendo los ultrajes que se le habían inferido, reprimieran los judíos sus furores y vomitaran todo el veneno. Mas ¿por qué sin mandato del pretor los soldados hicieron todo esto? Para congraciarse con los judíos. También sin órdenes de él, durante la noche fueron al huerto: con ese motivo y para recibir la paga se atrevieron a todo. Yen medio de tantas y tan crueles injurias, Jesús permanecía callado, como lo estuvo también cuando nada respondió a Pilato, que lo interrogaba.
Pero tú no te contentes con oír estas cosas, sino tenlas constantemente presentes, viendo al que es rey de la tierra y de los ángeles burlado por los soldados con palabras y con obras; y cómo todo lo tolera en silencio, y procura imitarlo de verdad. Como oyeron los soldados que Pilato lo había llamado rey de los judíos, lo revistieron de un paramento risible. Y Pilato lo sacó afuera y dijo: No encuentro en él delito alguno. Salió, pues, Jesús llevando su corona; pero ni aun así se aplacó el furor de los judíos, sino que clamaban: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Como viera Pilato que en vano intentaba todos los caminos, les dijo: ¡Tomadlo allá y crucificadlo! Por aquí se ve que las afrentas anteriores fueron una concesión hecha a la ira de los judíos.
Dice Pilato: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa de cuántos modos lo justifica el juez y con cuánta frecuencia rechaza los crímenes que se le achacan. Pero nada podía alejar de la presa aquellos canes. Las expresiones: Tomadlo allá vosotros y crucificadlo son propias de quien está ya fastidiado y de quien finalmente los empuja a una cosa ilícita. Los judíos lo habían llevado al juez para que condenado por su sentencia quedara perdido por ellos. Pero sucedió lo contrario, que por sentencia del juez fue absuelto. Entonces ellos, puestos en vergüenza por ese modo, respondieron al juez: Nosotros tenemos una Ley, y según la Ley debe morir, pues se ha hecho Hijo de Dios.
Pero entonces, ¿por qué cuando el juez dijo: Tomadlo allá vosotros y según vuestra ley juzgadlo, le respondisteis: A nosotros no nos es lícito dar la muerte a nadie; y en cambio ahora acudís a vuestra ley? Advierte además la acusación: Pues se ha hecho Hijo de Dios. Pero decidme: ¿Es cosa de recriminar a quien hace obras de Hijo de Dios el que a Sí mismo se llame Hijo de Dios? ¿Qué hacía mientras Cristo? En tanto que ellos así dialogaban, él hacía verdadero el dicho del profeta: No abrirá su boca. En su humildad fue arrebatado del juicio; Él callaba. Cuando Pilato les oyó decir que Jesús so hacía Hijo de Dios, temió; y con el miedo de que fuera verdad lo que decían, tembló de parecer que obraba con injusticia. En cambio los judíos, aun sabiendo ser eso verdad por la doctrina y las obras, no temblaron sino que lo llevaron a la muerte, por los mismos motivos por los que debían adorarlo.
Pilato ya no le pregunta: ¿Qué has hecho? Conmovido por el temor cuida de interrogarlo sobre cosas más altas y le dice: ¿Eres tú el Cristo? Pero Jesús nada le respondió. Ya había oído Pilato decir: Yo para esto nací y para esto he venido; y también: Mi reino no es de este mundo. Era pues su deber oponerse a los judíos y arrancarles a Cristo de sus manos. Pero no lo hizo, sino que se dejó llevar del impulso de los judíos. Estos, una vez refutados en todo, se acogen a la acusación de un crimen político y dicen a Pilato: Quien se proclama rey se rebela contra el César. Convenía por lo tanto examinar también este capítulo con diligencia y ver si anhelaba Cristo convertirse en tirano y echar del trono al César. Pero Pilato no lo examina acerca de eso; y por lo mismo tampoco Cristo le responde, pues sabía que el pretor inútilmente preguntaba.
Por lo demás no quería Cristo, estando en pie el testimonio de sus obras, vencer con el de sus palabras ni defenderse por este medio, demostrando con esto que voluntariamente se encontraba en aquel paso. Como Él callaba, Pilato le dice: ¿No sabes que tengo poder para crucificarte? ¿Adviertes cómo a sí mismo de antemano se condena? Pues si todo está en tu mano ¿por qué no lo das libre, ya que no has encontrado en Él crimen alguno? Pronunciada así la sentencia contra sí mismo, finalmente le dice Cristo: El que me entregó a ti tiene más grave pecado, con lo que avisaba al pretor que tampoco él estaba libre de pecado.
Luego, reprimiéndole su arrogancia y soberbia, le añadió: No tendrías potestad si no se te hubiera dado. Le declaraba así que todo, iba sucediendo, no según el curso natural de las cosas, sino de un modo misterioso. Y para que Pilato al oír: Si no se te hubiera dado, no se creyera libre de crimen, añade Cristo: El que me entregó a ti tiene mayor pecado. Dirás: pero si se le había dado poder, ni él ni los judíos eran reos de pecado. Vanamente te expresas así; porque aquí la palabra dado es lo mismo que concedido. Como si dijera: Han permitido que esto sucediera, mas no por eso vosotros quedáis sin culpa. Aterrorizó Jesús a Pilato con semejantes palabras, y al mismo tiempo Él claramente se justificó. Por lo cual Pilato intentó librarlo.
Mas los judíos de nuevo clamaban: Si dejas libre a éste, no eres amigo del César. Puesto que con presentar infracciones contra la ley de ellos nada habían aprovechado, astutamente acuden a las leyes civiles y dicen: Todo el que se hace rey se rebela contra el César. Pero ¿en dónde apareció Cristo anhelando ser rey? ¿Cómo podéis comprobarlo? ¿Por la púrpura? ¿Por la diadema, por el vestido, por los soldados? ¿Acaso no andaba siempre con solos los doce discípulos? ¿Acaso no usaba de alimentos, vestido, habitación más humildes que todos? Pero ¡oh impudentes! ¡Oh miedo inmotivado! Pilato, temeroso del peligro si en eso del reino se descuidaba, salió como quien va a examinar las acusaciones (porque esto da a entender el evangelista cuando dice que se sentó al tribunal); pero luego, sin instituir examen alguno, puso a Jesús en manos de los judíos, creyendo que así los doblegaría.
Que éste fuera su pensamiento, óyelo por sus palabras: ¡He aquí a vuestro rey! Y como ellos clamaran: ¡Crucifícalo! todavía les dijo: ¿A vuestro rey he de crucificar? Pero ellos gritaban: No tenemos otro rey que el César. Espontáneamente se sujetaron al castigo. Por eso Dios los entregó a sus enemigos, ya que ellos primero se habían sustraído a su providencia y protección; y pues de común consentimiento negaron a su rey, permitió Dios que por sus mismos votos se arruinaran.
Todo el curso de lo que se había ido ventilando debía haberles calmado la ira; pero temían que si Jesús quedaba libre de nuevo congregaría al pueblo; de manera que ponían todos los medios para que eso no sucediera. Grave cosa es la ambición; grave y tal que puede perder las almas. Por tal motivo ellos nunca dieron oídos a Jesús. Pilato con oírlo, por solas sus palabras se inclina a dejarlo ir libre; pero ellos instan y claman: ¡Crucifícalo! ¿Por qué tenían tan gran empeño en darlo muerte? ¡Muerte ignominiosa era aquella! Temerosos por lo mismo de que su memoria perdurara en lo futuro, cuidan de ti que se le aplique este suplicio ignominioso, sin caer en la cuenta de que la verdad precisamente por los obstáculos más resplandece y se alza. Y que esto fuera lo que sospechaban, oyen cómo lo dicen: Nosotros hemos oído que aquel engañador dijo: Después de tres días resucitaré. Por tal motivo todo lo agitaban y revolvían con el objeto de borrar en lo futuro todo recuerdo de Jesús. Y gritaban repetidas veces: ¡Crucifícalo! Los príncipes habían corrompido a la turba desordenada.
Por nuestra parte, no únicamente leamos estas cosas, sino llevemos en nuestro pensamiento la corona de espinas, la clámide, la caña hueca, las bofetadas, los golpes dados en los ojos, los salivazos y las burlas. Tales cosas, si frecuentemente las meditamos, pueden apagar toda la ira. Aun cuando se burlen de nosotros, aun cuando suframos injusticias, repitamos muchas veces: No es el siervo más que su señor. Traigamos a la memoria lo que los judíos rabiosos le decían a Jesús: Eres poseso, eres samaritano; en nombre de Beel zebul arroja los demonios. Todo esto lo sufrió Él para que sigamos sus huellas, soportando las afrentas, que es la cosa que más duele a las almas.
En realidad Él no sólo padeció estas cosas, sino que puso todos los medios para librar del castigo preparado a quienes las perpetraron y maquinaron. Así les envió para su salvación a los apóstoles. Y a éstos les oímos que les dicen a los judíos: Sabemos que procedisteis por ignorancia; y así los atraen a penitencia. Imitemos estas cosas. Nada hay que aplaque a Dios como el amar a los enemigos y hacer bien a los que nos dañan. Cuando alguno te molesta, no te fijes en él, sino en el demonio que es quien lo mueve, e irrítate grandemente contra éste. En cambio al que éste ha movido, compadécelo. Si la mentira viene del demonio, mucho más proviene de él irritarse sin motivo. Cuando veas al que de ti se burla, piensa que es el demonio quien lo incita, puesto que semejantes burlas no son propias de cristianos.
Ciertamente aquel a quien se le ha ordenado llorar y ha oído aquella palabra: ¡Ay de vosotros los que reís a tal, carcajadas! Ese tal, cuando echa injurias a la cara o se burla o se irrita, no es digno de injurias sino de lágrimas. También Cristo se conmovió pensando en Judas. Cuidemos de poner por obra estas cosas. Si no lo hacemos, en vano hemos venido a este mundo, o mejor dicho, para nuestra desgracia. No puede la fe sin obras introducir al Cielo. Al revés, puede servir para mayor condenación de quienes viven desordenadamente.
Dice Cristo: Quien conoce la voluntad de su señor y no la cumple, será reciamente, abundantemente azotado. Y también “Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pues bien, ¿qué excusa tendremos los que habitando en los palacios reales, penetrando en el santuario, hechos partícipes de los misterios que redimen de los pecados, somos peores que los gentiles que no disfrutan de ninguna de esas cosas? Si los paganos por la gloria vana dieron tantas muestras de alta sabiduría y virtudes, mucho más conveniente es que nosotros por la voluntad de Dios ejercitemos toda clase de virtud.
Pero ahora, ni siquiera despreciamos los dineros cuando esos paganos con frecuencia despreciaron la vida; y en las guerras ofrecieron a la insania de los demonios a sus propios hijos, y para honrarlos pasaron por sobre lo que pedía la humana naturaleza. Nosotros ni siquiera despreciamos la plata por Cristo, ni deponemos la ira para agradar a Dios, sino que nos ponemos furiosos y en nada diferimos de los delirantes atacados de la fiebre. Pues así como éstos, a causa de su enfermedad están ardiendo, así nosotros como ahogados por un fuego, nunca logramos contener la codicia, sino que acrecentamos la avaricia y la cólera.
Por tal motivo me avergüenzo y me admiro sobre manera cuando veo entre los gentiles gentes que desprecian las riquezas, mientras que acá entre nosotros todos andamos enloquecidos por la codicia. Pues aun cuando veamos entre vosotros a algunos que las desprecian, pero esos tales son por otra parte, víctimas de otros vicios, como son la ira y la envidia: cosa difícil es encontrar quienes limpiamente ejerciten todas las virtudes. Y la razón es que no cuidamos de tomar los remedios que nos ofrecen las Sagradas Escrituras, ni atendernos a su lectura con el corazón contrito y con lágrimas, sino que cuando tenemos algún descanso las leemos, pero muy de ligero, y por encima.
Por tal motivo, y habiendo entrado ya en el alma todo un aluvión de cosas seculares, éste la inunda y arrastra consigo y destruye el fruto que se haya podido conseguir. No puede ser que quien tiene una llaga y le aplica la medicina, pero la liga cuidadosamente sino que deja que el remedio se caiga y expone su úlcera al agua y al polvo, al calor y a otros contables elementos, capaces de exacerbar la llaga, aproveche algo. Y no acontece tal cosa por falta de eficacia del remedio sino por la desidia del enfermo. Y es lo que suele acontecer cuando apenas si atendemos un poco a las divinas palabras mientras que, por el contrario, continuamente nos damos a los negocios del siglo. La simiente queda ahogada y no produce fruto.
Para que esto no suceda, abramos siquiera un poquito los ojos y levantémoslos al cielo; y de ahí abajémoslos luego a los sepulcros y a las tumbas de los muertos. La misma muerte espera a todos y la misma necesidad de salir de este mundo se nos echa encima, quizá incluso antes de que llegue la noche. Preparémonos para semejante partida, puesto que necesitamos abundante viático; porque allá al otro lado hay grandes calores, mucho bochorno y gran soledad. Allá no se puede demorar en la hospedería ni comprar en la plaza: todo hay que llevarlo preparado desde acá. Oye lo que dicen alas vírgenes prudentes del evangelio: Id a los vendedores. Oye lo que dice Abraham: Grande abismo hay entre vosotros y nosotros. Escucha lo que clama Ezequiel en referencia a ese día último: Ni Noé, ni Job, ni Daniel librarán a sus hijos.
Pero… ¡lejos de nosotros que vayamos a oír tales palabras; sino que habiendo apañado acá todo el viático necesario para la vida eterna, ojalá contemplemos al Señor nuestro Jesucristo, con el cual sean al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y par siglos de los siglos.—Amén.
San Juan Crisóstomo, Explicación del Evangelio de San Juan. Homilía, LXXXIV (LXXXIII), Ed. Tradición, México, 1981, pag. 345- 352
Guión Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
24 de noviembre del 2024
Entrada:
El que deja que Cristo reine en su vida es él mismo enaltecido, constituido señor sobre el mal y el pecado, sobre la muerte.
1° Lectura: Daniel 7, 13-14
La fe inconmovible en el señorío de Cristo es condición necesaria para una vida auténticamente cristiana.
2° Lectura: Apocalipsis 1, 5-8
Todos verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo.
Evangelio: Jn. 18, 33b-37
Cristo Rey vino para dar testimonio de la Verdad.
Preces:
Unámonos en la oración común a nuestro Padre que ha puesto a su derecha a Jesucristo, Rey de Reyes.
A cada intención respondemos cantando…
- Padre Santo, atiende las súplicas del Vicario de Cristo en la tierra y confórtalo en sus pruebas para que él pueda gobernar la grey que le has encomendado. Oremos…
- Padre Bueno, que nos diste a tu Hijo para rescatarnos por medio de su Sangre, te pedimos por la fidelidad de aquellos que todos los días te hacen presente en el altar: los sacerdotes, ministros de tu Iglesia. Oremos…
- Padre que quieres que todos seamos uno en tu Hijo Jesucristo, te pedimos por todos los que profesan las diferentes religiones monoteístas, para que lleguen al conocimiento y a la fe en Cristo, Único Rey universal. Oremos…
- Padre, que has constituido a Jesucristo, Rey y Juez Universal, te pedimos por todos los gobernantes para que lo reconozcan y lo acepten como el Legislador eterno que al darnos la Ley Nueva nos rige con suavidad y justicia. Oremos…
- Padre misericordioso que has hecho a Jesucristo heredero de todas las cosas, te pedimos para los miembros de nuestra familia religiosa la gracia de que Cristo reine siempre en nuestras inteligencias, en nuestras voluntades y en nuestros corazones. Oremos…
Padre del Cielo, que nos libraste del poder de las tinieblas; danos lo que necesitamos para encaminarnos hacia Jesucristo, por quien y para quien es toda la creación. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Cristo nos ha convertido en un reino, al precio de su Sangre, por eso queremos unirnos a su Sacrificio y presentamos:
+ Incienso y con él nuestra alabanza a Aquel a quien bendicen todos los pueblos.
+ Pan y vino, que convertidos en la Eucaristía del Señor Jesús, nos será dada como alimento para reinar con Él.
Comunión: Cristo, al comulgar, queremos acoger tu reinado, queremos hacernos partícipes de tu Reino.
Salida: Al final Cristo lo será todo en todos, porque el plan de Dios es someter todo bajo el dominio de Cristo Rey pacífico. A Él le rendimos hoy y siempre honor y gloria.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
La trompeta del juicio
La trompeta del juicio ha sonado muy fuerte en los oídos de los hombres abandonados que han vuelto a Dios por temor a su justicia soberana.
Así se convirtió Bogoris, rey de los búlgaros, por los años 865. Llamó a su corte al monje San Metodio, hábil pintor, y le ordenó que pintara en su palacio algún suceso milagroso, cuya vista sirviera para adornar la regia mansión y para llenar de espanto a los que lo miaran. Se resolvió el Santo a sacar provecho de las disposiciones del príncipe.
Nada conocía de más terrible que la escena del juicio final, según lo describe el Evangelio. Su pincel, guiado por al religión, pintó el apocalíptico espectáculo en un cuadro lleno de vida y de movimiento, cuya vista bastó para llenar de terror el corazón de aquel bárbaro rey.
Se veía en la parte superior a Jesucristo, rodeado de un inmenso cortejo de espíritus celestiales, sentado sobre un trono resplandeciente de gloria, con el aspecto formidable de un Juez irritado. A su diestra en innumerable tropel los elegidos humanos llenos de resplandor y de gloria. A su izquierda los réprobos, deformes, desesperados, horrorosos, y confundidos bajo el peso de la venganza celeste. Abajo un abismo profundo, cargado de llamas de fuego, en el cual innumerables demonios se maltrataban sin piedad. Todas las partes del cuadro tenían tal fuerza, energía y viveza de expresión que hacía aún más terrible lo que era ya espantoso por sí mismo.
Bogoris, impresionado por esta espantosa escena, que no comprendía, quiso conocer el significado de ella y Metodio le respondió:
– Es el Juicio Universal en que todos los hombres, buenos y malos, recibirán el premio de sus obras.
– ¿Es por ventura una ficción inventada por tu ingenio?
– No, Majestad, es un hecho cierto y real que se verificará al fin del mundo.
– ¿Quién es aquel Juez que está sentado en majestuoso trono?
– Es Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios que se hizo hombre por salvarnos.
– ¿Y aquella innumerable multitud colocada delante de Él?
– Es todo el género humano.
– Y ¿Quiénes son aquellos que están colocados a su derecha llenos de gloria y felicidad?
– Son los justos, los que guardaron la Ley de Dios.
– ¿Y aquel abismo horrible lleno de llamas?
– Es le infierno, el lugar de los eternos suplicios.
– ¿Y dices que todos los hombres han de acudir a este Juicio? ¿Luego también tú y yo hemos de acudir a este Tribunal?
– Sí, con certeza, inevitablemente.
– ¿Y dónde estaré colocado yo? ¿estaré a la derecha o estaré a la izquierda?
– Majestad, vuestra suerte depende de Vos. Si un día queréis estar a la derecha, no tenéis más que cumplir la Ley del que ha de juzgaros.
Profundamente impresionado el rey se hizo cristiano; recibió el bautismo de manos del mismo Metodio y así se convirtió todo el pueblo de los búlgaros.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 429)