PRIMERA LECTURA
Los pensamientos de ustedes no son los míos
Lectura del libro del profeta Isaías 55, 6-9
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar,
llámenlo mientras está cerca!
Que el malvado abandone su camino
y el hombre perverso, sus pensamientos;
que vuelva a Señor, y él le tendrá compasión,
a nuestro Dios, que es generoso en perdonar.
Porque los pensamientos de ustedes no son los míos,
ni los caminos de ustedes son mis caminos
-oráculo del Señor -.
Como el cielo se alza por encima de la tierra,
así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos
a los caminos y a los pensamientos de ustedes.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18 (R.: 18a)
R. El Señor está cerca de aquellos que lo invocan.
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.
¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza:
su grandeza es insondable! R.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas. R.
El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad. R.
SEGUNDA LECTURA
Para mí la vida es Cristo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 1, 20b-26
Hermanos:
Estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo. Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo.
Tengo la plena convicción de que me quedaré y permaneceré junto a todos ustedes, para que progresen y se alegren en la fe. De este modo, mi regreso y mi presencia entre ustedes les proporcionarán un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Hech 16, 14b
Aleluia.
Señor, toca nuestro corazón,
para que aceptemos las palabras de tu Hijo.
Aleluia.
EVANGELIO
¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 19, 30 – 20, 16
Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: “¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?” Ellos les respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: “Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”.
El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
Palabra del Señor.
W. Trilling
Parábola de los obreros de la viña
(Mt 20,1-16)
(En algunos manuscritos a continuación del v. 16 siguen las siguientes palabras: «Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.» (…).)
(…) En la pregunta de Pedro se trató de la recompensa (Mat_19:27), en la parábola también se trata de lo mismo. Allí Jesús en su respuesta habló de una recompensa muy superior, que es la vida eterna (Mat_19:29). Aquí al último se le da un jornal que es mucho mayor del que puede esperar la justicia. Allí en la frase final (Mat_19:30) se invirtió la norma humana mediante la decisión divina, aquí sucede lo mismo. Así pues, el relato está interiormente enlazado con lo precedente por medio de varios hilos.
Escucharemos la parábola tal como nos la da a entender el evangelista, es decir como ulterior instrucción sobre la recompensa de Dios para los discípulos, y también sobre nuestra recompensa, que esperamos conseguir. El suceso que Jesús describe está tomado de la vida real, como en la mayoría de las parábolas. En efecto, hay hombres que en el mercado aguardan que alguien les contrate como jornaleros.
Un denario corresponde al salario medio de un día de trabajo. Se puede comprender que el dueño de la viña contrate obreros varias veces, porque la necesidad eventual de trabajo es muy grande, si se piensa en el tiempo de la vendimia. Suena algo raro que el dueño de la viña contrate obreros hacia la hora nona, más aún hacia la hora undécima. No es probable que poco antes de terminar el trabajo, todavía haya hombres que esperen ganar algo aquel día. Tampoco es probable que el dueño de la viña recorra por cuarta vez el camino del mercado. Con todo se fundan estos rasgos en la disposición del relato. Explican el suceso sin hacerlo inverosímil. Sólo con los primeros trabajadores se concierta el jornal; de los segundos sólo se dice sin precisar que recibirán lo que sea justo. También esto prepara la liquidación del salario tal como debe efectuarse al final del relato, que se narra minuciosamente y de un modo diáfano en conjunto, pero sólo como preparación para el punto principal. El pago de los jornales al atardecer nos indica el objeto de la parábola. El dueño encarga a su administrador que después de terminar el trabajo pague el jornal comenzando por los últimos y acabando por los primeros. Tiene que seguirse este orden, para que los primeros vean cómo se paga a los últimos, cuando aquellos aún no se hayan ido con su sueldo. Mientras se les paga, se advierte en seguida la indignación de los obreros y también nuestro asombro. Los últimos cobran el mismo jornal que se concertó con los primeros, un denario por el corto tiempo de trabajo. Es muy comprensible que se levante una murmuración. Los siguientes esperan cobrar más, puesto que a los últimos ya se les ha pagado un denario. Pero todos cobran lo mismo. La conducta del dueño de la viña se puede llamar arbitrariedad extravagante, enorme despreocupación o injusticia directamente social. Así piensan aquí los obreros, así piensa el hombre en general. ¿Cómo se justificará el dueño? Nuestra conciencia social sumamente sensible está intranquila.
En la respuesta en primer lugar se trata de la cuestión de la justicia. A los primeros no se les hace ningún agravio por el hecho de que se les pagara el jornal que se había concertado, o sea un denario por la jornada. Aunque los otros recibieran lo mismo, no por eso se perjudica a los primeros. El propietario también ha conocido y manifestado que los murmuradores en fin de cuentas no protestaban por ver que se quebrantaba la justicia, sino por envidia personal. ¿O es tu ojo malo…? El ojo-malo revela una mala manera de pensar o un corazón ofuscado. «Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo quedará en tinieblas» (6,23a). La indignación no la ha causado el celo por el debido orden sino la rivalidad y la malicia. Pero eso sólo es una parte de la respuesta. La parte principal está en el contraste entre los dos miembros siguientes: ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? El propietario no procedió por un capricho inconsiderado o por una injusticia consciente, sino por bondad. Eso es lo que propiamente importa. El propietario no quiso dañar a los primeros, sino que quiso ser generoso con los demás. Su manera de pensar ya no se revela como la manera de pensar de un propietario rural terreno, sino como la manera de pensar del Padre divino. El propietario rural no podría decir de sí tranquilamente: «¿Es que yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera?» Pero Dios sí puede hacer lo que quiera. Porque la recompensa que él tiene que dar, no hay que conseguirla por causa de la justicia, sino por razón de la gracia. No se puede merecer la vida eterna, sino que se adjudica al hombre como don libre. En la vida eterna dejan de existir la lógica humana y la inteligencia calculadora, más aún, deben ser superadas directamente en esta pregunta del propietario. En Dios están vigentes otras reglas. porque Dios piensa de otra manera. Y tiene que pensar de otra manera, porque su recompensa es distinta del jornal pagado por el rendimiento del trabajo del hombre. El Dios propietario puede regalar libremente lo que quiera. Y el hombre no le puede impedir que dé a quien quiera y cuanto quiera. Lo único que debemos saber es que Dios da por bondad. Sólo podemos fiarnos de la bondad de Dios y contar sólo con ella. Nunca se puede contar con el rendimiento del propio trabajo, con el supuesto titulo jurídico, con la correspondencia entre rendimiento y jornal. Estas cosas son muy importantes para el orden de nuestra vida entre los hombres, pero tienen muy poco valor y son inválidas en el orden divino de la gracia, y nuestra parábola sólo habla de este orden. Contiene una de las grandes revelaciones de Dios y de su modo de pensar como la contiene la parábola del deudor despiadado (18,22-35), aunque sea de una forma distinta. Los rabinos calculaban la recompensa y establecían para cada obra buena un correspondiente sueldo divino. Mediante la parábola se suprime este modo de pensar sobre la recompensa. ¿Qué podríamos esperar, si se pagara la recompensa según nuestro rendimiento? ¡Qué esperanza puede tener ahora quien crea que Dios también puede proceder con él por bondad y que no tiene que proceder por justicia!
(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
P. Leonardo Castellani
La Parábola de los Obreros de la Viña
Mt.20, 1-16
La Parábola de los Obreros de la Viña no es muy fácil de entender.
Con este título Giovanni Papini escribió un libro de siluetas históricas, entre las cuales incluyó a Homero, Virgilio y César, como si estos paganos, al lado del Dante y de Manzoni, fueran también Obreros del Paterfamilias en la edificación de la Cristiandad Occidental; como no se puede negar que en cierto modo lo fueron; de esta Cristiandad que se nos está desedificando.
En este Domingo se predica esta semejanza que suele dejar descontento al predicador y provocar resistencia en el oyente: Dios es semejante a un Patrón que se conduce de una manera insólita; que si no es injusta, parece por lo menos estrafalaria. Es prepotente; o por lo menos le gusta hacer las cosas como a él se le ocurre; y diferente de los demás patrones.
Al principio y al fin de esta perícopa se halla este anuncio, proferido en tono de amenaza: “Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”, que podría tomarse si se quiere como un programa anárquico de ponerlo todo patas arriba y una amenaza destructiva al pobre e imperfecto orden humano: como no han dejado de tomarlo, en el curso de la Historia, desde los albigenses a los socialistas, muchos movimientos de resentimiento social. “Cristo fue el primer comunista”, les enseñan a los comunistas. Pero… veamos.
Hay un patrón que anda alistando peones de cosecha: no hay falta de trabajo; al contrario, falta de brazos. Contrata varias tandas durante todo el santo día, a saber, “a la hora de prima, de tercia, de sexta, de nona y de undécima”, como dice el Evangelio. Con los primeros que halla, al salir el sol (hora de prima) convienen el jornal a un dólar, es decir, a unos 130 pesos; a los demás les dice simplemente: “Les daré lo que sea justo.”
A la hora duodécima (puesta del sol) le da orden al capataz de pagar en esta forma: primero a los que entraron último; y un dólar a todo el mundo. Los que habían entrado al amanecer se pasmaron grandemente, y comenzaron a refunfuñar lo que vieron que recibían igual los que habían trabajado una hora, que ellos que habían cinchado cerca de doce horas. Y el Dueño de Casa agarró a uno y lo paró agriamente, llamándole incluso “bizco” o “tuerto” o “legañoso” o algo por el estilo.
Esta parábola es difícil y ha tenido varias interpretaciones inaceptables; porque un predicador es como el carpincho, que cuando se ve rodeado, dispara por donde puede.
¿Quiere decir que Dios es libre y dueño de repartir sus dones diferentemente entre los hombres? Eso es verdad desde luego; pero la parábola no trata de dones gratuitos, sino de trabajo pagado, contratado y obligatorio. ¿Quiere decir que los Obreros de la Hora Undécima trabajaron con mucho más ahínco, e hicieron cundir más “al corto tiempo con su aliento largo”? El Evangelio no dice nada de mayor ahínco; que hubiera tenido que ser 12 veces mayor, lo cual es imposible. ¿Se refiere Jesucristo al hecho de que los judíos iban a ser sustituidos por los Gentiles en el beneplácito y favor de Dios, como explican Bover y Cantera? Esa interpretación no pega con la parábola por ningún lado; y yo mismo sería capaz de hacer una semejanza mejor, en tal caso. El dólar a todos por igual ¿significaría la vida eterna, pago del trabajo de esta vida, que es igual para todos los que se salvan, sean niños, hombres o viejos? No es igual para todos los que se salvan… Y así otros sentidos figurados, que suprimen la dificultad, pero a costa de mutilar el texto.
Veamos primero la moraleja oficial de la fabulita: “los últimos serán los primeros”, o como dice al comienzo más atenuado: “muchos de los que ahora son los primeros serán de los últimos”. Eso significa que las cosas del Reino de Dios son muy diferentes que las del Reino del Hombre; son al revés; lo cual corresponde a aquello del Profeta: “Las vías vuestras son una cosa y las vías Mías son otra cosa”; o sea, como dice la gente: “¡Ojo, que la vista engaña!”. En las cosas del Reino de Dios somos todos medio bizcos. ¡Ojo, por lo tanto! ¡Mucho ojo! Éste es el significado general de esta oscura semejanza.
Dios es trascendente. Los dioses de los paganos eran guapos mozos y hermosas mujeres. El Yahveh de los judíos era ciertamente más que un hombre, pero se parecía bastante, sobre todo en este tiempo en que Cristo predicaba, a un Sultán invisible y peleador; pero el Dios que predicó Jesucristo es trascendente, y es paradójico: es enormemente heterogéneo al hombre por un lado y por otro se parece a lo que hay de más humano entre los hombres: a un padre. Por eso las parábolas de Cristo son paradojas, tienen un rasgo desmesurado o, digamos, algo como un giro humorístico. “¿Por qué predicas así?” ––le preguntaron una vez; y eso está en Mateo XIII, 13––. “¡Para que no entiendan!”, respondió Cristo, con humor evidentemente.
El humor y el patetismo son los estilos propios del hombre religioso cuando habla a los otros hombres, al hombre ético y al hombre estético.
Puesto esto, expliquemos una a una las palabras del Patrón Veleidoso:
– “Porque yo sea buenazo, ¿vos tenés que ver bizco?”. La justicia de Dios no es como la justicia de los hombres; y cuando Dios se sale de la justicia no es para caer en lo tuerto como los hombres, sino para caer en la bondad. Con estas palabras, Dios se alabó de ser “demasiado bueno”, como decimos, por ejemplo, de las madres.
–”¿–No te he dado yo a vos lo que es justo?” Dios no hace injusticia positiva a nadie.
– “¿No puedo hacer de lo mío lo que se me ocurra?” No podemos juzgar la justicia positiva de Dios en la distribución de los destinos de los hombres, porque está arriba de nuestros alcances.
–”¿Y si a mí se me ocurre, porque si, darles un dólar también a éstos?” El famoso dólar (“denario”) de la parábola significa los bienes ordinarios de esta vida. En esta vida, Dios trata aparentemente igual a los justos y a los injustos. Por justo que sea yo, si hay un terremoto, puede pillarme a mí lo mismo que a Nerón, Lollobrígida o Benito Mussolini. Más aún, aparentemente los justos la pasan peor; porque como dijo un poeta:
Un santo se sacó la lotería,
y a Dios le daba gracias noche y día;
pero un ladrón peor que el Iscariote
se la retó por medio de un garrote:
Dios premia al bueno; pero viene el malo
le quita el premio y le sacude un palo.
Aparentemente, los que se levantan temprano son los que soportan “todo el peso del día y el calor”; y después encima tienen que temblar y tragar saliva porque les pagan los últimos y encima los reprenden; de modo que los pobretes se quejan y dicen:
El sol molesta al justo y al injusto
y la lluvia igualmente los joroba
pero al justo más bien; porque el injusto
el paraguas le roba.
Pero “los últimos serán los primeros”: las injusticias de la Providencia son aparentes tan sólo; la otra vida está allí para equilibrarlo todo; y en una forma tan radical que parece violenta; porque comparado a la Eternidad, el Tiempo es nada. Mas la otra vida ya comienza en ésta, en cierto modo: la Eternidad está injertada en el Tiempo: y eso es lo que llamamos la Gracia. De modo que en una forma poco visible, ese movimiento de Caja Compensatoria por el cual los últimos comienzan a volverse los primeros, ya algunos lo alcanzan a ver. La verdad es, por ejemplo, que la parte mayor –o mejor– de los bienes corresponde a los justos, incluso en esta vida, si se hace un balance total.
Si alguien aquí me dijere que eso sería antes, no se lo discuto. En los siglos de fe, a causa de esta parábola, se tenía un gran respeto a los últimos, a los débiles, a los pequeños, a los malsortidos o de mala estrella; eran los tiempos en que las reinas curaban a los leprosos. Ahora que la fe va menguando, también los últimos se van hundiendo; y la pobreza por ejemplo se va volviendo día a día una maldición y un crimen, como entre los paganos. Todavía no lo llevan preso a uno por ser pobre; pero vamos hacia eso. Yo confieso que soy un hombre pobre; pero mi excusa es que no lo he hecho adrede.
“Muchos son los llamados y pocos los escogidos”, termina San Mateo, sentencia que parece no pega mucho aquí: no hay que olvidar que Mateo es un sinóptico, es decir, un resumen. Esta sentencia no quiere decir propiamente que los que se salvan son los menos –de eso no sabemos nada– como predicó Massillon, y Jansenius y Tertuliano y otros… Significa exactamente que no todos los llamados son escogidos: puesto que los llamados a trabajar en la Viña del Paterfamilias son, en una hora ignota, todos los hombres sin excepción, son “muchos”. Y vemos con los ojos del cuerpo que no todos los hombres responden a ese llamado.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 139-143)
P. José A. Marcone, IVE
Los obreros de la última hora
(Mt 19,30 – 20,16)
Introducción
“La parábola de los Obreros de la Hora Undécima es la más difícil que hay en el Evangelio”1. Por esta razón, para poder interpretarla correctamente, será conveniente más que nunca, recordar el principio básico de las parábolas de Cristo: cada una de ellas dejan una sola enseñanza global y hay que resistir a la tentación de alegorizar, es decir, de encontrar para cada detalle de la parábola un significado particular. No que en ellas haya algo que sobre o que sea puro ornamento, como erróneamente afirmaba Maldonado. Se trata de un justo equilibrio: en las parábolas de Cristo no sobra nada, son perfectas, pero no son alegorías en las que cada detalle tiene un significado teológico.
Lo que se dice de Santo Tomás de Aquino acerca de sus obras teológicas se aplica de la misma manera a sus comentarios de la Sagrada Escritura: “En sus libros aprovecha más el hombre en un solo año que en el estudio de los demás durante toda la vida”2. Así sucede con esta parábola: más aprovecha el hombre leyendo media hora el comentario de Santo Tomás a San Mateo que leyendo muchas horas los otros comentarios3.
1. El mensaje central de la parábola
El primer gran acierto de Santo Tomás es ubicar nuestra parábola en su contexto amplio, es decir, en la unidad constituida por los capítulos 19 y 20 de San Mateo. Para Santo Tomás el tema principal de esos dos capítulos es la entrada en el Reino. Reino entendido en sentido amplio, es decir, tanto la Iglesia militante como la Iglesia triunfante. Dice Santo Tomás: “En el capítulo 19, el Señor trata acerca de la entrada al Reino por la vía común de salvación (se refiere al matrimonio, Mt 19,1-12) y por la vía de perfección (se refiere al sacerdocio y la vida consagrada, el joven rico, Mt 19,14-30). Y dado que algunos creen que pueden entrar de una manera indebida, por eso los rechaza. Y esto lo hace en el capítulo 20. Primero rechaza a aquellos que quieren entrar al Reino basados en la anterioridad temporal (propter temporis antiquitatem; se refiere a la parábola de hoy, Mt 20,1-16). En segundo lugar, rechaza a aquellos que quieren entrar al Reino basados en el origen carnal (propter carnis originem; se refiere a los hijos del Zebedeo que piden los primeros puestos por ser hijos del Zebedeo, Mt 20,17-34)”4.
Por lo tanto, según Santo Tomás, esta parábola está dirigida a rechazar y confutar a aquellos que pretenden entrar y pertenecer al Reino basados en prerrogativas humanas. Si bien Santo Tomás reserva la expresión propter carnis originem (‘a causa del origen carnal’) para los hijos del Zebedeo, sin embargo, el pretender entrar y pertenecer al reino propter temporis antiquitatem (‘a causa de la antigüedad o anterioridad en el tiempo’) es, propiamente hablando, también un ‘origen carnal’. Y Dios de ninguna manera se deja condicionar por los orígenes carnales o humanos. Éste es el núcleo, la esencia de la parábola de hoy.
Mil veces hemos escuchado la explicación de esta parábola aplicada a las distintas etapas de una vida humana (niñez, adolescencia, juventud, adultez, senectud). Y esto no está mal, siempre y cuando se haga la aclaración que hace Santo Tomás. No se trata estrictamente de un análisis del hombre según las etapas de su vida sino de explicar que no hay preeminencia alguna a causa de prerrogativas que tienen su origen en condicionamientos humanos, como es, en este caso, la anterioridad o antigüedad en la aceptación del Reino.
Quizá la palabra clave de la parábola de hoy sea ésta: origen. La parábola de hoy también podría resumirse de la siguiente manera: para Dios no vale nada el origen humano; para Dios no vale nada la procedencia humana.
El texto que mejor expresa, quizá, esta realidad es Jn 1,12-13. Allí se dice que, a los que recibieron al Verbo “se le dio potestad de ser hijos de Dios (…), a aquellos que no nacieron (egennéthesan) ni de sangre (ek haimáton) ni de voluntad de la carne (ek thelématos sarkós) ni de voluntad de hombre (ek thelématos andrós) sino que nacieron de Dios”. En este breve versículo están todas las palabras claves que sirven para rechazar y confutar a aquellos que quieren entrar al Reino por algún título humano, al igual que sucede con nuestra parábola de hoy, como dice Santo Tomás.
Efectivamente, en Jn 1,13 se dice que ‘no nacieron’. Se usa aquí el verbo gennáo, que significa ‘nacer’ y de donde provienen las palabras castellanas ‘engendrar’, ‘génesis’, ‘género’, ‘gen’5, ‘generación’6, etc. ¿De dónde no fueron engendrados? Ni de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón. Es imposible rechazar de una manera más insistente y más clara el origen humano para llegar a ser ‘hijos de Dios’, es decir, pertenecer al Reino7.
Dios no se atiene a la carne. Dios es absolutamente soberano, independiente, autónomo. Dios es libre en sentido absoluto. Dios es emancipado, es decir, libre de toda patria potestad, de toda tutela o servidumbre, de cualquier clase de subordinación o dependencia. Dios es exento, es decir, no sometido a ningún condicionamiento ni jurisdicción. Dios está separado de cualquier influencia. Dios está desembarazado de cualquier condicionamiento humano. Dios es “el Trascendente”. He aquí el mensaje principal de la parábola de hoy.
Por esta razón es que la Iglesia quiere poner como primera lectura ese texto del profeta Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos – oráculo del Señor -. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” (Is 55,8-9).
2. Algunas particularidades de la parábola
La explicación de algunas de las particularidades de la parábola nos ayudará a comprender más profundamente el mensaje central. En primer lugar, el que unos hombres sean conchabados para trabajar con un salario representa a los hombres que son llamados a trabajar “al servicio de Dios”8 dentro de la Iglesia Católica y, por ese trabajo, ganan méritos9. Pero esos méritos no están sujetos a una regla fija que pueda medirse según los esfuerzos humanos, sino que están sujetos a la libertad y a la misericordia de Dios. O mejor, a la libérrima misericordia de Dios. O mejor todavía, a la misericordiosísma libertad de Dios.
El haber sido llamados a ocupar un puesto en la Iglesia para estar al servicio de Dios en su viña es, ya de por sí, un acto de misericordia. Y el premio o salario que recibiremos por nuestro trabajo, los méritos, son también un acto de misericordia. Todos nuestros méritos no tendrían ningún fundamento si no fuera por los méritos que ganó Jesucristo en su pasión. Por eso, con mucha razón, decía el P. Martín Descalzo hablando con Dios: “Me da un poco de risa eso de que nos vas a dar el cielo como premio. ¿Como premio de qué? Eres un tramposo: nos regalas tu cielo y encima nos das la impresión de haberlo merecido”10.
Santo Tomás lo dice de una manera más teológica: “Con otros (los de la hora tercia y los que siguen) no convino en ningún precio porque Él siempre paga más de lo que promete. Como dice San Pablo citando a Isaías: ‘Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios preparó para los que le aman’ (1Cor 2,9)”11. Y también dice Santo Tomás: “El administrador del rey no puede dar algo sino según los méritos del obrero; pero el rey sí puede dar sin méritos. Igualmente, Dios, que es Señor de todos, puede dar sin méritos, como dice el Sal 113,11: ‘Todo lo que quiere lo hace’. Y San Pablo: ‘¿Quién puede resistir a su voluntad?’ (Rm 9,19). Aquí es importante notar que en aquello que se da por misericordia es imposible que haya acepción de personas, porque de aquellas cosas que me pertenecen legítimamente yo puedo dar lo que quiero y cómo quiero sin que haya acepción de personas”12.
Esto se aplica a todos los obreros que vienen de la hora tercia en adelante, pero se realiza de una manera más patente aún con los obreros de la hora undécima, es decir, los que empezaron a trabajar a las cinco de la tarde.
Los de la primera hora quieren recibir el denario a causa de su anterioridad en el tiempo (propter temporis antiquitatem), que es una forma de título apoyado en la carne, en la sangre o en la voluntad de hombre (cf. Jn 1,13). Lo que en la parábola es una diferencia de tiempo (seis, nueve, doce, tres de la tarde, cinco de la tarde), en la enseñanza de la parábola es una diferencia entitativa, es decir, lo que en los hombres es nobleza, riqueza, virtud, responsabilidad, capacidad de trabajo, erudición o cualquier otro tipo de título humano.
Y esto los lleva a caer en el pecado de envidia y la consiguiente murmuración, como dice San Juan Crisóstomo13. Y el título ex carnis originem que esgrimen es el de haber trabajado duramente durante todo el día y haber soportado el calor agobiante: “Hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada” (Mt 20,12). Éste es el privilegio que blanden como un título que les da derecho a los dones de Dios: sus fuerzas humanas, su capacidad de trabajo, sus estudios llevados con esfuerzo, etc. Son todos títulos humanos. Son todas cosas que proceden ex carnis.
Lamentablemente, la Iglesia está llena de estos señores que, sin alejarse de la Iglesia ni perder la gracia santificante, le quieren corregir la plana a Jesucristo. Son ellos los que quieren decidir a quién y cómo va a bendecir Dios. De esta raza eran aquellos hombres del evangelio que rechazaban a Cristo porque provenía de Galilea. Cuando Nicodemo les dice que la Ley de Moisés manda escuchar al acusado antes de condenarlo, ellos responden: “¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).
Pero el Señor no renuncia a sus derechos de Señor. Con mucha caridad pero también con mucha firmeza le dice a uno que los representa a todos: “Yo soy el Señor y soy libre, independiente y autónomo. Vos no me vas condicionar con tus pensamientos humanos. Y mucho menos me vas a condicionar con tu envidia por los dones que yo derramo sobre aquellos que vos considerás indignos. Toma lo tuyo y vete”.
Ese ‘vete’ (en griego, hýpage) no implica ninguna excomunión ni castigo particular. Dice Santo Tomás: “Algunos explican este trozo de la siguiente manera: ‘Toma lo tuyo’, es decir, la condenación eterna por murmurar, y ‘vete’ al fuego eterno. Pero esto no puede ser, porque el evangelio dice que cada uno recibió un denario”14. Simplemente quiere decir: ‘Goza del Reino y de mis dones en la medida en que eres capaz. Pero te advierto que no has comprendido profundamente la naturaleza del Reino y mucho menos la naturaleza de Dios’.
Se trata de una enfermedad espiritual, de una ‘miopía espiritual’, porque no ven más allá de sus narices. Se trata también de una ‘bizquera o estrabismo espiritual’, porque tienen los dos ojos enfocados hacia ellos mismos. Además, es una bizquera porque los ojos se les extravían apuntando a direcciones distintas cuando ven grandes dones en hombres que ellos consideran indignos. Y por eso esa enfermedad se llama ‘envidia’ que significa ‘el acto de mirar con malos ojos’. La palabra ‘envidia’ viene del verbo latino in-videre, que significa ‘ver con malos ojos’ o ‘aojar’15. Esto responde exactamente a la frase que Jesús le dice en su original griego: “Tu ojo es malo” (ho ophthalmós sou ponerós estin; Mt 20,15). Algunas biblias traducen directamente: “¿O te da envidia?”.
3. Todo es gracia… pero hay que laburar
Tanto la iniciativa del llamado para pertenecer al Reino (la contratación a trabajar) como la pertenencia definitiva al Reino (el denario) dependen absolutamente de Dios. Nadie puede esgrimir ningún título personal para exigir el ser llamado a participar del Reino o el permanecer definitivamente en él.
Sin embargo, una vez contratado, la obligación es de trabajar intensamente. Tocamos aquí uno de los problemas más bravos de la teología: la relación entre naturaleza y gracia, la relación entre la gratuidad de la gracia y la colaboración del hombre para que la gracia dé frutos. Sin embargo, hay un axioma que resuelve en breves y exactas palabras este problema teológico: “Obrar y trabajar como si todo dependiera de mí, sabiendo que todo depende de Dios”.
Por eso, esta parábola también se puede resumir así: gratuidad en el llamado inicial, gratuidad en el premio final, pero trabajo en el período intermedio.
La primera consecuencia de saber que tanto el llamado como el premio son absolutamente obra de la generosidad y misericordia de Dios es que todo debe referirse a Dios. Por eso dice Santo Tomás: “El hecho de ser un buen asalariado implica necesariamente que se trabaje para el provecho de su Señor. De manera que, si trabajamos en la viña de la Iglesia, todo debemos referirlo a Dios, como dice San Pablo: ‘Haced todo para gloria del Señor’ (1Cor 10,31)”16.
La segunda consecuencia es que, desde el momento en que somos llamados, debemos trabajar intensamente. Dice Santo Tomás: “¿Para qué son contratados? (…) Se requiere que todo el día sea ocupado en trabajar. En efecto, es necesario que el que cultiva la viña del Señor gaste poco tiempo en sus propias cosas, pero que gaste todo el tiempo en el servicio de Dios, como dice San Pablo: ‘Manteneos super-abundando siempre en la obra del Señor’ (1Cor 15,58). Además, será vergonzoso comparecer delante del Señor sin haber hecho el bien; así también ahora no debe aparecer el obrero delante del Señor sino con obras buenas, como dice el libro del Éxodo: ‘Nadie se presentará a mí con las manos vacías’ (Éx 34,20)”17.
4. Una sorpresa
En medio del Comentario de Santo Tomás a este pasaje de San Mateo, de golpe, se abre un relámpago que nos revela una realidad que hasta ahora había permanecido en las sombras. Es como un relámpago porque es breve e ilumina mucho. Ese relámpago son las siguientes palabras: “Similiter praelati sunt operarii”, es decir, “De la misma manera, los operarios son los prelados”18. Sólo cuatro palabras que nos abren a una realidad nueva. Por ‘prelados’ Santo Tomás entiende a todos aquellos constituidos en autoridad dentro de la Iglesia, es decir, obispos, sacerdotes y diáconos. Por lo tanto, esta parábola puede aplicarse de una manera particular y específica a la vocación sacerdotal.
Esta intuición de Santo Tomás tiene un sustento real en el mismo texto del evangelio. En efecto, tal como lo trae el Leccionario, la parábola de hoy está encerrada entre dos frases gemelas: “Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”. Esta frase debe considerarse como la clave de interpretación de la parábola. El sentido es: “Los que son últimos a los ojos de los hombres (ex carnis) serán los primeros ante Dios (ek Pneúmatos Hagíou), y los primeros a los ojos de los hombres serán los últimos para Dios”.
Ahora bien, esta frase, en el versículo de Mt 19,30 está enlazada con lo anterior, pues dice textualmente: “Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros”. Y lo anterior es la historia del joven rico que es llamado al sacerdocio y no acepta la invitación de Jesucristo por su apego a las riquezas (Mt 19,16-22). Con este motivo viene una reflexión sobre el peligro de las riquezas (Mt 19,23-29). Entonces, viene la frase recién mencionada de Mt 19,30.
Y la narración de la parábola se enlaza con el tema del joven rico y el peligro de las riquezas porque comienza diciendo: “En efecto (en griego, gar), el Reino de los Cielos es semejante a…” (Mt 20,1).
Por lo tanto, podemos decir, siguiendo a Santo Tomás y asentándonos en el texto mismo del Evangelio, que la parábola de hoy tiene una especial aplicación a la vocación al sacerdocio19.
Aplicada a la vocación al sacerdocio esta parábola quiere decir: Dios llama a quien quiere y le da la perseverancia a quien quiere20. Ahora bien, una vez que alguien ha sido llamado debe trabajar mucho.
Desde este punto de vista, en esta parábola se enfrentan dos modos de ver el sacerdocio y la vocación al sacerdocio. Por un lado, la visión meramente humana21. Los trabajadores de la primera hora se quejan al patrón y le dicen: “Dios debería llamar al sacerdocio a los que somos nacidos en buenas familias, que llevamos una vida decorosa, que tenemos medios para sustentarnos, que somos trabajadores desde nuestra adolescencia, que tenemos muchas virtudes porque las hemos aprendido desde chicos en nuestras familias, que somos prolijos, que somos responsables, etc.” Ellos hacen sustentar el llamado de Dios en el origen ex carnis.
Por el otro la visión de Cristo, la visión propia de la ciencia de la cruz: Dios llama a quién quiere. Dios es trascendente. Sus pensamientos están lejos de los nuestros como el oriente del ocaso, como la tierra del cielo. Llama a personas de buenas familias, con medios para sustentarse, con virtudes que traen ya de la familia. Pero también llama a publicanos y pecadores y prostitutas, que son los últimos. Los que van en la última hora son los últimos de la sociedad, los que han andado vagando durante el día, pero ahora quieren trabajar. Y Dios los llama y ellos aceptan con gusto. Y los primeros se escandalizan del paterfamilae porque les ha dado en la Iglesia el mismo derecho que a ellos. Porque no conocen al Hombre-Dios, al paterfamiliae. Ya lo dijo Jesús de los fariseos: “Ustedes no conocen al que me envió” (Jn 7,29). Y llamó a Leví Publicano y a María Magdalena Prostituta.
La visión miope y estrábica de los obreros de la última hora respecto a la llamada de Dios al sacerdocio muchas veces se cuela dentro de la Iglesia y, en algunos casos, se convierte en la visión dominante al momento de discernir una vocación. Al no tener la sabiduría suficiente (la sabiduría como don del Espíritu Santo) para discernir si una vocación viene de Dios o no, apelan de una manera desconsiderada e imprudente a medios meramente humanos para discernir una posible vocación. Y de este modo se cae en un abuso de los métodos sicológicos.
Sin duda que el candidato a las órdenes sagradas debe tener la idoneidad suficiente, tanto física como espiritual y moral. Se le debe exigir que sea un verdadero ser humano de sexo masculino bien marcado, con una psicología normal. Pero “los formadores deben ponderar adecuadamente y con mucha prudencia la historia del candidato. Sin embargo, por sí sola, dicha historia no puede constituir el criterio decisivo, es decir, no es suficiente para juzgar la admisión o la expulsión de la formación”22.
“En cuanto fruto de un don particular de Dios, la vocación al sacerdocio y su discernimiento escapan a la estricta competencia de la psicología. Sin embargo, para una valoración más segura de la situación psíquica del candidato, de sus aptitudes humanas para responder a la llamada divina, y para una ulterior ayuda en su crecimiento humano, en algunos casos puede ser útil el recurso al psicólogo”23. “En algunos casos”, pero no de modo sistemático.
Son igualmente miopes y estrábicos aquellos que dan una importancia desmesurada a la formación humana dentro de la formación sacerdotal. Tenemos así sacerdotes impecablemente vestidos y con los zapatos lustrados pero que no han captado que la vida sacerdotal es una entrega permanente para ser comidos por los demás. La Iglesia Católica debe formar pastores como el Cura Brochero que, como quiere el Papa Francisco, tenía ‘olor a oveja’ de tanto andar entre las ovejas. Es preferible que nuestros curas y seminaristas anden un poco zaparrastrosos pero que tengan el sentido de lo sagrado, sentido sobrenatural y fe recta. Lo primero es primero, lo segundo es segundo24.
Conclusión
“Los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría; nosotros predicamos a Cristo y Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos (…). Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1Cor 1,22-23.25-29).
1 Castellani, L., Domingueras prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza, 1997, p. 51.
2 Juan xxii, Alocución en el Consistorio, 14 de julio de 1323.
3 El Comentario a San Mateo de Santo Tomás de Aquino no está traducido al castellano.
4 Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 20, lectio 1; traducción nuestra.
5 Gen. (De la raíz del lat. genus). m. Biol. Secuencia de ADN que constituye la unidad funcional para la transmisión de los caracteres hereditarios (DRAE)
6 Cf. Fontoynont, V., Vocabulario Griego, Ediciones Sal Terrae, Santander, 1966, p. 43.
7 Otro texto que expresa la misma realidad y la completa es Jn 3,6: “Lo nacido (verbo gennáo) de la carne (ek tês sarkòs), carne es; pero lo nacido (verbo gennáo) del Espíritu (ek toû Pneûmatos), espíritu es”. Digo que la completa porque expresa también la realidad de nuestra parábola desde el punto de vista positivo: el único título de nobleza para ser hijos de Dios y pertenecer al Reino es proceder del Espíritu.
Hay que tener en cuenta que aquí, en nuestra parábola, no se habla de carne en el sentido de sensualidad o lujuria o falta de castidad. Se habla de carne en el sentido de ‘voluntad humana’, como se usa en Jn 1,13 y 3,6. Otros textos del NT donde se usa el término carne en este sentido son: Rm 8,1-9; Ef 2,3; 1Jn 2,16. En este mismo sentido la usa Jesucristo cuando le dice a Pedro que ‘ni la carne ni la sangre’ le revelaron que Él era el Mesías y el Hijo de Dios, sino que el que se lo reveló fue el Padre de los Cielos (cf. Mt 16,17).
8 “In servitio Dei”, dice Santo Tomás dos veces en la explicación de esta parábola (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem).
9 “Se dice que son contratados porque deben trabajar por el mérito, al modo de los asalariados” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
10 Descalzo, M., Cartas a Dios, Grupo Hoguera de Jóvenes, 2011.
11 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
12 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
13 Cf. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 64,3-4, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 323 – 328). El hecho de que haya envidia y murmuración es una prueba de que el denario no significa solamente la vida eterna, porque en la vida eterna no hay murmuración, como bien hace notar Santo Tomás. Significa la vida eterna, pero no sólo la vida eterna, sino todos los bienes, naturales y sobrenaturales, recibidos de Dios, especialmente el llamado a participar de la Iglesia (el Reino), el llamado a trabajar en ella y el premio recibido por eso (permanecer eternamente en el Reino = el cielo). Todo de una manera absolutamente gratuita.
14 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
15 Cf. Diccionario Vox, voz invideo.
16 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
17 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
18 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
19 Hay otros nexos textuales que enlazan nuestra parábola con el acontecimiento del joven rico, pero que no es posible desarrollarlos en el contexto de esta homilía. Uno de ellos es una frase que falta en algunos manuscritos, pero que, en sí misma, es una confirmación más de que Cristo piensa en los llamados al sacerdocio cuando dice esta parábola. Esa frase es: “En efecto, muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 20,16).
20 Por eso el sacerdote, después de haber consagrado el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa dice: “Te damos gracias, Señor, porque nos haces dignos de servirte en tu presencia” (Plegaria Eucarística II).
21 No nos olvidemos que lo meramente humano termina siendo, necesariamente, diabólico. Así lo dice el Apóstol Santiago: “Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca” (Sant 3,15).
22 Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la Psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, Roma, 29 de junio de 2008, nº 4.
23 Congregación para la Educación Católica, Idem, nº 5.
24 Santo Tomás no sólo nos regala esa frase en la que aplica la parábola a las vocaciones a la vida consagrada sino que también hace algunas aplicaciones particulares. Una de ellas es que hace notar que Dios puede llamar al sacerdocio incluso en la infancia: “La infancia es como una hierba que ya verdea. Por eso algunos son llamados desde la infancia, como fueron llamados desde la infancia Jeremías, Daniel y Juan Bautista” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra). Hay algunos que opinan que los Seminarios Menores ya pasaron de moda. Los que dicen estos son los que le quieren poner cortapisas al Espíritu Santo, indicándole cuándo tiene que llamar. San Juan Pablo II habla que Dios puede llamar al sacerdocio incluso en la preadolescencia, y habla también de la necesidad y valor de los Seminarios Menores (Cf. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, Roma, 1992, nº 63).
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Quizá recordéis que el día de mi elección, cuando me dirigí a la multitud en la plaza de San Pedro, se me ocurrió espontáneamente presentarme como un obrero de la viña del Señor. Pues bien, en el evangelio de hoy (cf. Mt 20, 1-16) Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la primera hora. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera “últimos”, si lo aceptan, se convierten en los “primeros”, mientras que los “primeros” pueden correr el riesgo de acabar “últimos”.
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.
El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta litúrgica, por lo demás, se celebra precisamente hoy. Me complace subrayar que san Mateo vivió personalmente esta experiencia (cf. Mt 9, 9). En efecto, antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era considerado pecador público, excluido de la “viña del Señor”. Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: “Sígueme”. Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De “último” se convirtió en “primero”, gracias a la lógica de Dios, que —¡por suerte para nosotros!— es diversa de la del mundo. “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos”, dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55, 8).
También san Pablo, de quien estamos celebrando un particular Año jubilar, experimentó la alegría de sentirse llamado por el Señor a trabajar en su viña. ¡Y qué gran trabajo realizó! Pero, como él mismo confiesa, fue la gracia de Dios la que actuó en él, la gracia que de perseguidor de la Iglesia lo transformó en Apóstol de los gentiles, hasta el punto de decir: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Flp 1, 21). Pero añade inmediatamente: “Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger” (Flp 1, 22). San Pablo comprendió bien que trabajar para el Señor ya es una recompensa en esta tierra.
La Virgen María, a la que hace una semana tuve la alegría de venerar en Lourdes, es sarmiento perfecto de la viña del Señor. De ella brotó el fruto bendito del amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Que ella nos ayude a responder siempre y con alegría a la llamada del Señor y a encontrar nuestra felicidad en poder trabajar por el reino de los cielos.
(Benedicto XVI, Ángelus del domingo 21 de septiembre de 2008, Castelgandolfo)
P. Gustavo Pascual, IVE
Los obreros de la viña
Mt 20, 1-16
“El Reino de los cielos es semejante”, en realidad, se refiere a Dios y propiamente a alguno de los atributos de Dios.
Primero, analizaremos lo más conocido, lo referido, lo que nos dice Nuestro Señor, y luego arrojaremos al lado la semejanza…
La parábola se refiere a un propietario que sale a buscar obreros para que vayan a trabajar a su viña y sale a distintas horas del día, desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde, en que llegan los últimos. La jornada de doce horas termina al caer el sol, a las seis de la tarde, a la hora de vísperas. El dueño manda pagar el jornal, un denario, empezando por los últimos contratados y les paga a todos lo convenido. Los que han comenzado a trabajar a las seis de la mañana se quejan, pero sin razón, porque como les hace ver el dueño de la viña ellos se contrataron por un denario y él les dio lo convenido.
Lo sorprendente es la generosidad del patrón, que él mismo hace notar a uno de los quejumbrosos, “¿va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”.
La parábola, así como está planteada por Jesús, hace aparecer al dueño de la viña como un tanto extravagante en el uso de sus bienes y en la forma de manifestar su bondad. Quizá al día siguiente cuando saliese a contratar obreros todos se esconderían para aparecer aunque más no fuese a partir de las doce del mediodía, pero supongo que este señor tan particular cambiaría su manera de proceder antes de su salida. Da la impresión o aparenta esta forma de obrar un incentivo a la vagancia o a ganar dinero con el menor esfuerzo.
Uno se ve tentado de ver con ojo torcido o quizá no tanto pero al menos con extrañeza este modo de obrar. Es un tanto sorprendente. Hay una extravagancia. ¿Será un toque de humor?
Vamos a arrojar al lado de la parábola el referente. ¿A qué es semejante este patrón y su actitud? Al Reino de los cielos… Sí, pero, en particular a Dios y a su bondad, como refiere la misma parábola del dueño de la viña.
Dios es bueno con todos pero es más bueno con algunos. Dios no es injusto con nadie.
La parábola culmina con las palabras: “¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?” La libertad de Dios; es señorío de su decisión que se sustrae a todo juicio; el hecho de que no hay nada sobre Él a lo cual podría elevarse una apelación […] todo esto es bondad, es amor. Realidad a la cual el Nuevo Testamento le da un nombre: gracia. Se exhorta al hombre a no encerrarse en la justicia, sino a abrirse a ese pensar y actuar divinos, que son bondad; a entregarse a la gracia, que está por encima de la justicia, y por este camino alcanzar la libertad1.
Dios a todos les da las gracias necesarias para salvarse porque “quiere que todos los hombres se salven” pero a algunos da más gracias, es más bueno con ellos porque quiere, y quien le pone cascabel al gato, es decir, quien le corta libertad a Dios para hacer lo que Él quiera.
Si alguno que desde joven vive en gracia hubiese rechazado la gracia no la tendría, en cambio, hombres que en su niñez y juventud no tuvieron la gracia Dios se las concedió cuando grandes. Si los primeros hubiesen esperado hasta ser grandes no la tendrían. Dios tiene un tiempo para cada alma y gracias destinadas según su querer.
La justicia del hombre, se nos enseña, es algo muy cuestionable. El hombre debe aspirar a ella, pero sin encasillarse en ella. Quizá acertemos a expresar el sentido del Nuevo Testamento si decimos que aquella otra justicia, a la cual se asume con pasión para hacerla fundamento del pensamiento y las actitudes, es una cosa ambigua. La verdadera justicia es fruto de la bondad. El hombre estará capacitado para la justicia recién cuando haya aprendido en la escuela del amor de Dios a contemplar al prójimo y a sí mismo tal cual él es y tal cual uno es en realidad. Para poder ser justos hay que aprender a amar”2.
1 Guardini R., El Señor…, 341
2 Ibíd., 342
San Juan Crisóstomo
La parábola de los obreros de la viña
Introducción para entender la parábola
3. ¿Qué nos quiere decir el Señor con esta parábola? Porque lo que se dice al principio no concuerda con lo que se dice al fin, sino que más bien se afirma lo contrario. La parábola nos presenta a todos los trabajadores recibiendo el mismo jornal; y no que se rechace a unos y se admita a otros. El Señor, empero, tanto antes de la parábola como después de ella, dice lo contrario, a saber, que los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros. Es decir, primeros que los mismos primeros, que no seguirán ya siendo los primeros, sino que habrán pasado a ser los últimos. Y que esto quiera significar, se ve por lo que añadió: porque muchos son llamados, y pocos escogidos. De suerte que por doble modo hiere a los unos y consuela y anima a los otros. Mas la parábola no dice eso, sino que los últimos serán iguales a los que mucho se distinguieron y trabajaron. Porque: Los has hecho —dice— iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor.
¿Qué es, pues, lo que dice la parábola? Esto es lo que ante todo es menester poner en claro para resolver luego la otra dificultad. Ahora bien, viña llama a las ordenaciones y mandamientos de Dios; tiempo de trabajo es la presente vida; obreros, a los que de diversos modos son llamados a la guarda de los mandamientos de Dios; horas de la mañana, de tercia, sexta, nona y undécima, a los que en diversas edades se vuelven a Dios y se distinguen por su virtud. Ahora el problema consiste en si los que han venido primero y se han distinguido brillantemente y han agradado a Dios y han brillado por sus trabajos el día entero, al fin se dejan dominar de aquella pasión, suma de la maldad, cual es la envidia y malquerencia. Porque, viendo a los otros que reciben la misma paga que ellos, dicen: Estos últimos no han trabajado más que una hora y los has equiparado con nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor. Sin que a ellos hubiera de seguírseles daño alguno, sin que su paga se disminuyera un ápice, se enfadan y apenan por el bien de los otros, lo que constituye la esencia misma de la envidia y malquerencia.
Y hay más, y es que el mismo amo, justificándose a sí mismo y defendiéndose ante el que así había hablado, le condena por su maldad y extrema envidia: ¿No te conviniste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y márchate, porque yo quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Porque yo soy bueno, has de ser tú envidioso? ¿Qué se trata, pues, de demostrar con esto? A la verdad, lo mismo cabe observar en otras parábolas. Así, con ese mismo sentimiento de envidia se nos presenta el hijo virtuoso al ver el honor que se daba a su hermano, el hijo disoluto, a quien se honraba más que a él mismo. Porque como estos trabajadores gozaron de la preferencia de cobrar los primeros, así el pródigo era más honrado que su hermano por la muchedumbre de agasajos que le hace su padre. Y bien lo atestigua el hijo virtuoso.
¿Qué hay, pues, que decir a todo esto? Ante todo, que no hay nadie en el reino de los cielos que necesite justificarse echando a nadie en cara tales vicios. ¡Dios nos libre de pensarlo! Limpio está aquel lugar de toda envidia y malevolencia. Porque si aun estando en la tierra dan los santos sus vidas por los pecadores, con cuánta más razón no se alegrarán viéndolos gozar en el cielo de los bienes que allí les están reservados, y que ellos consideran como propios.
¿Por qué, pues, dio el Señor esta forma a la parábola? Porque se trata justamente de una parábola, y en las parábolas no hay que llevar averiguación de sus últimos pormenores a la letra, sino mirar el fin porque fue compuesta y, éste comprendido, no llevar curiosidad más adelante.
Sentido de la parábola
¿Por qué fin, pues, fue compuesta esta parábola y qué es lo que trata de conseguir? Lo que la parábola intenta es animar más y más a los que en su última edad se han convertido a Dios y han corregido su vida y no consentirles que se tengan por inferiores. Y ésta es justamente la razón por que nos presenta a otros malhumorados por los bienes de aquellos rezagados, no porque realmente se consuman y mueran de envidia, ni mucho menos. Lo que con eso se nos quiere hacer ver es que gozan aquéllos de tan grande honor que pudiera hasta causar envidia. Es lo mismo que hacemos nosotros muchas veces, cuando decimos: “Fulano me reprendió de que te haya hecho tanto honor”. Con lo que no queremos decir que realmente hayamos sido reprendidos ni intentamos desacreditar al otro, sino mostrar la grandeza del regalo que hicimos al amigo.
Mas ¿por qué no los contrató a todos al principio? En cuanto del amo dependía, a todos los contrató; pero si no todos le obedecieron al mismo tiempo, la diferencia dependió de la distinta disposición de los que fueron llamados. De ahí que unos son llamados de mañana, otros a la hora tercia, sexta y nona, y hasta a la undécima, cada uno en el momento que ha de obedecer al llamamiento.
Esto es lo que declara también Pablo cuando dice: Mas cuando le plugo al Dios que me separó del vientre de mi madre… (Gál.1,15). ¿Y cuándo le plugo? Cuando había de obedecerle. Por parte de Dios, desde el principio lo hubiera querido; mas como Pablo no hubiera querido, entonces le plugo a Dios, cuando él había de rendirse. De este modo llamó también al ladrón, a quien indudablemente podía haber llamado antes. Pero no le hubiera obedecido. Porque si Pablo no le hubiera respondido antes, mucho menos el ladrón.
Ahora bien, si los obreros mismos dicen aquí que nadie los había contratado, en primer lugar, como ya queda dicho, no todo se ha de averiguar menudamente en las parábolas, y luego, que no es el amo, sino los trabajadores, quienes aquí dicen eso. El, sin embargo, no los reprende, pues pudieran desalentarse, y lo que quiere es atraérselos. Por lo demás, que, por lo que a El tocaba, los había llamado a todos desde el principio, la parábola misma lo da a entender al decir que salió a contratarlos desde por la mañana.
Pero todos deben practicar la virtud
4. Por todas partes, pues, resulta evidente que la parábola dirige a los que desde la primera edad, por un lado, y a los que en la vejez y más tardíamente, por otro, se dan a la virtud: aquéllos, porque no se engrían ni insulten a los de la hora undécima; a éstos, para que sepan que pueden en breve tiempo recuperarlo todo.
Y es así que, como antes había hablado acerca del fervor, del abandono de las riquezas y desprecio de cuanto se tiene, y esto requería un gran esfuerzo y un aliento juvenil, para encender en ellos la llama de la caridad y darles temple de voluntad, les hace ver la posibilidad, aun habiendo llegado tarde, de recibir paga de todo el día. Pero esto no se lo dice por el peligro de que también éstos se desvanezcan, sino que les muestra que todo es obra de su benignidad, y que, gracias a ella, tampoco ellos serán preteridos, sino que gozarán de bienes inefables.
Y esto es lo que señaladamente quiere el Señor dejar bien asentado por medio de esta parábola. Y no es de maravillarse si luego añade: De este modo serán los últimos primeros, y los primeros últimos. Y: Porque muchos son llamados y pocos escogidos. Porque eso no lo dice como deducido de la parábola, sino que quiere sólo dar a entender que como sucedió lo uno, sucederá lo otro. Porque aquí no fueron los primeros últimos, sino que todos, contra lo que podían esperar y barruntar, recibieron el mismo pago. Ahora bien, al modo como esto sucedió, contra toda esperanza y barrunto, y los últimos vinieron a ser iguales que los primeros; así también sucederá lo que es más extraño que eso, a saber, que se pongan los últimos delante de los primeros y los primeros vengan detrás de los últimos. De suerte que una cosa es lo uno y otra lo otro.
Y, a mi parecer, eso de los últimos y primeros lo dice el Señor, de una parte, por alusión a los judíos, y también a aquellos cristianos que brillaron al principio por su virtud, pero se descuidaron luego y se quedaron atrás; de otra, por aquellos que, convertidos de la maldad, sobrepujaron luego a muchos por su virtud. Vemos, en efecto, que tales transformaciones se dan tanto en el terreno de la fe como en el de la conducta.
Por eso, yo os exhorto a que pongáis el mayor empeño no sólo en manteneros en la recta fe, sino también en llevar una vida irreprochable. Porque, si nuestra vida no corresponde a nuestra fe, sufriremos el último suplicio. Esto nos quiso dar a entender el bienaventurado Pablo, tomando pie de los antiguos ejemplos, cuando decía: Todos comieron la misma comida espiritual y todos bebieron la misma espiritual bebida, y añade seguidamente que no todos se salvaron: Porque quedaron tendidos en el desierto (1Cor.10,3-5).
Y nos lo dio también a entender Cristo en el Evangelio al presentarnos algunos que, después de haber expulsado demonios y haber profetizado, fueron conducidos al suplicio. Por otra parte, todas sus parábolas, por ejemplo, la de las vírgenes, la de la red, la de las espinas, la del árbol infructuoso, requieren la virtud demostrada por las obras.
A la verdad, sobre doctrinas, raras veces habla el Señor, pues es cosa que no exige grande esfuerzo. De la vida, empero, habla muchas veces, o, por mejor decir, siempre, pues aquí la guerra es continua, y donde hay guerra hay trabajo. Y no hablemos de la conducta entera; una parte de ella que se omita nos trae grandes males. Así, la omisión de la limosna conduce al infierno a quienes en ella faltan. Y ciertamente la limosna no es toda la virtud, sino una parte de ella. Más por no haberla tenido fueron castigadas las vírgenes fatuas y por lo mismo se abrasaba el rico glotón en el infierno, y los que no dan aquí de comer al hambriento son condenados juntamente con el diablo.
Por modo semejante, no injuriar al prójimo es parte mínima de la virtud, y, sin embargo, ello solo basta para expulsar del cielo a quienes no la practiquen: Porque el que dijere “necio” a su hermano—dice el evangelio—será reo del fuego del infierno (Mt.5,22). La castidad misma es también una parte, y, sin embargo, sin ella nadie verá al Señor: Seguid —dice el Apóstol— la paz y la castidad, sin la cual nadie Verá al Señor (Heb.12,14). Y la humildad es también una parte de la virtud, y, sin embargo, por más que uno lleve a cabo otros actos de bien, pero no practica la humildad, es impuro delante de Dios, como lo demuestra el caso del fariseo, que, no obstante abundar en tantos bienes, por falta de humildad los perdió todos.
Mas por mi parte, yo me apresuro a decir algo más que todo eso. No sólo nos cierra el cielo la omisión de una parte de ésas, sino que, aun dado caso que la practiquemos, pero no con la intensidad y perfección convenientes, el efecto es el mismo. Porque: Si vuestra justicia —nos dice el Señor— no fuere más copiosa que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt.5,20). Así, aun cuando des limosna, si no das más que los escribas y fariseos, no entrarás en el reino de los cielos. ¿Y cuánta limosna —me dirás— daban ellos? Eso es lo que yo quiero decir ahora, a fin de que, quienes no dan, se animen a dar, y los que ya dan, no se engrían por ello, sino que mas bien la acrecienten.
¿Qué daban, pues, los fariseos? Ante todo, el diezmo de todo lo que poseían; luego, otro diezmo, y aun sobre éste, un tercero. De modo que aproximadamente daban un tercio de su hacienda, pues ello viene a resultar de los tres diezmos juntos. Y juntamente con eso, aún quedaban las primicias, los primogénitos y muchas otras donaciones; por ejemplo, por los pecados, por las purificaciones, las de las fiestas, las del jubileo, las del saldo de las deudas, las de la libertad de los esclavos y de los préstamos sin interés. Ahora bien, si el que da este tercio de su hacienda, o más bien la mitad, puesto que junto todo lo dicho viene a resultar la mitad, no hace nada extraordinario, ¿qué merecerá el que no da ni la décima parte? Con razón, pues, decía el Señor que son pocos los que se salvan.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 64,3-4, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 323 – 328)
Domingo XXV Tiempo Ordinario
24 de septiembre 2023 – Ciclo A
Entrada:
Hoy, en el día del Señor, nos reunimos en torno al altar para ofrecer el único Sacrificio de Cristo. En cada Santa Misa Jesús actualiza el Sacrificio que hizo de una vez para siempre sobre el monte Calvario. Unamos todos nuestros sufrimientos a este sacrificio, para que también nuestros sufrimientos alcancen valor de redención.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Isaías 55, 6- 9
La grandeza de los planes de Dios está siempre por encima de los juicios humanos.
Salmo Responsorial: 144
Segunda Lectura: Filipenses 1, 20b- 26
El Apóstol se ve urgido por el amor de Cristo y por el bien que quiere realizar entre sus fieles.
Evangelio: Mateo 19, 30—20, 16
Dios llama a participar del Reino más allá de cualquier condicionamiento humano. Escuchemos la parábola de los obreros de la viña.
Preces: D.T.O XXV
Queridos hermanos: oremos a Dios Padre todopoderoso cuya providencia está atenta a nuestros ruegos.
A cada intención respondemos cantando:
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Por la unidad y concordia dentro de la Iglesia, para que nuestro testimonio sea motivo de credibilidad ante los que buscan a Dios y crean en El. Oremos.
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Por la paz del mundo, para que como don de Dios se extienda a todos los hombres, abrace a todos los pueblos de la tierra y detenga las intenciones y las manos de los que atentan contra ella. Oremos.
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Por quienes se sienten desalentados por sus sufrimientos, por los enfermos y ancianos que pasan sus días olvidados en los hospitales y asilos, para que el Señor los sostenga en su dolor y los consuele con la esperanza de llegar al cielo. Oremos.
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Por todos nosotros, por nuestra perseverancia en la vocación a la que Dios nos ha llamado y para que seamos fieles al designio de amor que ha trazado para nosotros en su amorosa providencia. Oremos.
Señor, escucha nuestra oración y concédenos benigno lo que te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Ofrecemos:
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Cirios, y con ellos el deseo de todos los misioneros de proclamar el Evangelio por todo el mundo.
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Los dones de pan y vino, y en ellos la ofrenda de nuestra vida unida a Cristo Señor.
Comunión: El corazón cristiano se inflama de amor al solo pensar que te recibirá en su pecho. ¿Qué será pues Dulce Jesús, comprender que por esta comunión estaremos nosotros dentro de Ti?
Salida:
Después de haber ofrecido el Sacrificio de Cristo y habernos alimentado con su Cuerpo y su Sangre, vayamos alegres al mundo para anunciar la Buena Noticia del Evangelio.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)