PRIMERA LECTURA
Los confines de la tierra
verán la salvación de nuestro Dios
Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
¡Qué hermosos son sobre las montañas
los pasos del que trae la buena noticia,
del que proclama la paz,
del que anuncia la felicidad,
del que proclama la salvación
y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»
¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz,
gritan todos juntos de alegría,
porque ellos ven con sus propios ojos
el regreso del Señor a Sión.
¡Prorrumpan en gritos de alegría,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor consuela a su Pueblo,
El redime a Jerusalén!
El Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
y todos los confines de la tierra
verán la salvación de nuestro Dios.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
R. Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Canten al Señor un canto nuevo,
porque Él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria. R.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios nos habló por medio de su Hijo
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1 -6
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.
Él es el resplandor de su gloria
y la impronta de su ser.
El sostiene el universo con su Palabra poderosa,
y después de realizar la purificación de los pecados,
se sentó a la derecha del trono de Dios
en lo más alto del cielo.
Así llegó a ser tan superior a los ángeles,
cuanto incomparablemente mayor que el de ellos
es el Nombre que recibió en herencia.
¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel:
«Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy»?
¿Y de qué ángel dijo:
«Yo seré un padre para él
y él será para mí un hijo»?
Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice:
«Que todos los ángeles de Dios lo adoren».
Palabra de Dios.
ALELUIA
Aleluia.
Nos ha amanecido un día sagrado;
vengan, naciones, adoren al Señor,
porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra.
Aleluia.
EVANGELIO
La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él, al declarar:
«Éste es Aquél del que yo dije:
El que viene después de mí
me ha precedido,
porque existía antes que yo».
De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Dios Hijo único,
que está en el seno del Padre.
Palabra del Señor.
La gracia y la verdad del Logos encarnado
Jn 1,14-18
Juan contempla el mismo rostro del Logos encarnado: su trascendencia, su venida a los hombres, su influjo salvador en los fieles. Vuelve a recordar el testimonio de Juan. Sólo olvida en esta definitiva contemplación la infidelidad de los judíos.
14 Hemos llegado a la cumbre del prólogo y de la fe cristiana. Dios que vive visible entre los hombres, a través de las obras y palabras de su humanidad, para darles la gracia y la verdad, la salvación. El verso tiene cinco proposiciones: las tres primeras van precedidas de la conjunción kai,, de sentido copulativo. Las otras dos son más bien incisos y aposiciones, que explican «la gloria» del Logos encarnado. En los cinco miembros hay un trasfondo bíblico lógico y verbal, que es necesario tener presente para penetrar en la hondura del pensamiento.
a) Y el Verbo se hizo carne. Tenemos el mismo sentido probo del «kay» y la misma forma paratáctica del principio del prólogo. La conjunción «kay» suple al sujeto «Logos» en la proposición b) y c). El «Logos» es el sujeto acentuado de todas las proposiciones, que ahora reaparece y marca el comienzo de la estrofa literaria definitiva. El aoristo ege,neto señala un momento de la historia y se aplica en el prólogo a las criaturas que empiezan (1,3.6.13). La misma persona, que es Dios (1,1), se hace hombre, sin transformarse, pues posee la gloria de Dios y sigue siendo el Unigénito (1,18).
Carne, en hebreo basar, tiene sentido concreto de hombre, designado según su parte frágil (Is 40,5; Lc 3,6; Mt 24,22; Jn 17,2). Tanto por el trasfondo bíblico (antítesis entre el pneuma y la carne, entre Dios y el hombre), como por la unión material del «Logos carne», dejando para el final el verbo, prueban un contraste y antítesis marcado, según Is 40,6-8. Los dos extremos, infinitamente distantes y antitéticos, se unen por la encarnación. El mismo que existe ab aeterno ahora empieza a existir como hombre. Pablo expresa lo mismo, diciendo que Cristo es hijo de David «según la carne» (Rom 1,3).
En la insistencia de Juan sobre la realidad humana de Cristo (1 Jn 4,2-3; 2 Jn 7) se puede ver cierta intención apologética contra el docetismo naciente, aunque la idea principal es el acercamiento de Dios a los hombres, que subraya el verbo habitó, que sigue a continuación y antes ha expresado con la frase «Estaba en el mundo» (v.10).
b) Habitó tiene un profundo sentido teológico, como prueba el trasfondo bíblico de la habitación de Yavé en medio de su pueblo, y el mismo verbo eskh,nwsen. Existe una historia y teología de «la presencia» en la Escritura. Yavé habitaba en el tabernáculo (Ex 29,43-46; Lev 26,12; Sal 77,60) y más tarde en el templo (Sal 25,8; 3 Re 8,10-13). Los profetas han dado un sentido mesiánico a esta habitación de Yavé y alargado su perspectiva (Jl 4,17; Ez 37,26s; Zac 2,14). Siguiendo la proyección de los profetas, 2 Cor 6,16 habla de la habitación del Dios vivo en el templo vivo de los creyentes. En esta misma línea habla Juan de la habitación del Logos en medio de los suyos. Habitación que es real y sensible. Ahora se cumple el Immanû-el de Is 7,14.
A la misma teología de «la presencia» nos lleva el verbo skhno,w, literalmente levantar la tienda; el uso le dio el sentido general de habitar. En Juan corresponde a una terminología bíblica concreta. Se encuentra cuatro veces en Ap 7,15; 12,12; 13,6; 21,3 con un sentido técnico, que se refiere a la presencia de Dios en medio de su pueblo, sensiblemente perceptible por su gloria (Ap 21,3-4). La misma acepción técnica tiene en Ecli 24,3-4.7-8, aplicada a la habitación de la Sabiduría, que ha bajado del cielo para estar en medio del pueblo escogido. Juan depende de Ecli. La presencia de Yavé en el tabernáculo o en el templo se expresa con Sakan, que tiene las mismas consonantes que skhno,w y que Aquila, Símaco y Teodoción traducen con skhno,w y los LXX más frecuentemente con episkia,zw. De Sakan deriva Sekináh, habitación o presencia, usada por los rabinos como sustitutivo de Yavé. La presencia divina se hace sensible por «la gloria». «Miskan Kebôdekha», habitatio gloriae tuae. Israel sabe que Yavé habita en medio de él, porque «ha visto su gloria» (Ex 40,34s; 3 Re 8,10s).
Entre nosotros, aunque puede abarcar a todos los hombres, de una manera especial se refiere a los creyentes, a los que han recibido la luz. La presencia de Yavé era esencialmente dinámica, activa, a favor de Israel y en contra de sus enemigos. Israel veía la gloria de aquella presencia y experimentaba la acción salvadora de la misma. Esto mismo ocurre ahora. La presencia del Logos es activa y dinámica, a favor de los suyos, que son también los que contemplan su gloria.
c) Contemplamos con los sentidos, como cosa admirable y grata. El sentido físico y corporal es constante en Juan (cf. 1 Jn 1,1; Jn 1,32.38; 4,35; 6,5; 11,45); aunque no excluye la contemplación interior y espiritual de la fe, el ojo propio para ver la gloria del Verbo.
Gloria, do,xa, kabôd en hebreo, yekara en arameo, con un sentido ontológico y objetivo. Se puede identificar con el mismo ser de Dios, en cuanto se revela en obras y palabras. Yekara es también uno de los términos que sustituyen en la literatura rabínica el tetragrama divino. La presencia de Dios va siempre acompañada de la gloria. El templo es Miskan kebôdekha, habitación de tu gloria (Sal 25,8). La gloria de Yavé varía según sus manifestaciones. En el tabernáculo, en la nube, en el templo, en el arca y en los querubines se manifiesta a favor de Israel como poder salvador, gracia y fidelidad misericordiosa. Estamos, pues, ante un término esencialmente divino y soteriológico, propio también del Mesías, como Juan expresamente afirma, cuando aplica a Jesús Is 6,1-3. El carácter divino de esta gloria lo explicará en la proposición d) y el soteriológico y vital en la e), cuando la declare por la gracia y la verdad. La encarnación—el Verbo se hizo carne—debe entenderse en el sentido que subrayan las frases que le siguen: «habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria». La gloria corresponde al Logos; la habitación y contemplación, a la carne. Porque Jesucristo era el Logos, tenía la gloria de Dios; porque el Logos se hizo hombre, habitó entre los hombres y los hombres pudieron contemplar la gloria de Dios.
La encarnación en este verso es toda la línea y realidad visible del Verbo en la tierra. Ni es sólo el principio, ni sólo el fin. La contemplación de la gloria culmina «en la hora de Jesús», en la pasión y resurrección, pero no excluye el resto de la presencia visible del Logos en la tierra. Toda su vida, desde la encarnación, refleja la gloria de Dios.
d) Como. La Vg traduce quasi, que se presta a la idea de semejanza y limitación (casi), idea que excluye, con el contexto, el Crisóstomo. Aquí el adverbio es non similitudinis neque parabolae, sed confirmationis et definitionis, es decir, la gloria que corresponde al que es Unigénito, Logos divino. La lectura que une wj con Unigénito es cierta críticamente. Que viene del Padre, literalmente del Padre. La preposición para., ¿se une con gloria o con Unigénito? Unen con gloria Lagrange, Braun, Durand; con Unigénito, la mayoría (Toledo, Maldonado, Murillo, Dorado, Knabenbauer, Tillmann, Wikenhauser, Schich, Leonard, Bauer, Bultmann, Barret). La gramática les favorece, pues se une materialmente con Unigénito. La idea de que la gloria procede del Padre es de Juan (5,41.44; 17,22.24), pero del Unigénito se dice que ha salido del Padre (3,15-17; 1 Jn 4,9), o que está en el Padre (1,18). El Hijo ha venido del Padre y se expresa con la misma preposición (6,46; 9,16.33; 16,28; 17,8). Esta preposición no sirve para expresar la generación eterna, sino la misión temporal, el punto de partida de la misión del Logos. La idea de generación está incluida en el término de Unigénito y se expresa con la preposición ek, ex (1 Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1.4.18), aunque, como observa Bernard, en la koiné tiende a desaparecer la diferencia de estas preposiciones. Aunque Unigénito carece de artículo, tiene aquí un sentido concreto y trascendente, determinado por su coordinación con autou, el Logos, y por la do,xa, que es divina. Monogenh,j se aplica siempre a Jesús en Juan y corresponde al agaphto,j de los sinópticos y al hebreo yahid, que se refiere siempre a un hijo, según la naturaleza. Los LXX lo traducen con Monogenh,j o agaphto,j indiferentemente. La filiación de Jesús tiene todos los caracteres del orden ontológico. Es natural y distinta de la nuestra. Jesús, como hijo de Dios, nunca se coloca en el mismo plano de los demás (20,17). De la relación que guarda la gloria con la filiación única deduce Maldonado que es «natural y plena».
¿Es el Logos Unigénito por razón de una filiación eterna o temporal? El texto y el contexto exigen el primer sentido. A Cristo, como hombre, le corresponde ciertamente el título de Hijo de Dios en sentido propio, pero también como Logos asarkos es Unigénito. Si el ser Unigénito funda y da la medida de la gloria divina y exclusiva de Dios, se sigue que el ser Unigénito es independiente de la encarnación. Como Unigénito viene del Padre al mundo. Es Unigénito en el seno del Padre (1, 18). Dios entrega a su Unigénito (3,16), lo envía al mundo (1 Jn 4,9), la gloria la tiene antes de la creación (17,5). Es frecuente llamar a Dios, que envía, «Padre» (5,36.37; 6,44) y al que es enviado «Hijo» (5,23; 3,16s; 1 Jn 4,9s.14). Como el Logos y la vida, que estaban en el Padre, «se han dejado ver» (1,1; 1 Jn 1,2), así el «Hijo de Dios» se ha dejado ver (1 Jn 3,8).
e) Lleno, plh,rhj. La Vg lo considera como nominativo (plenum) y lo concierta con Verbum. Pero es demasiada la distancia y, como en la koiné, plh,rhj es indeclinable, puede concertar con el genitivo monogenouj, Unigeniti, que está más próximo. Orígenes lo une con do,xan. Es preferible unirlo con monogenouj, porque plh,rhj con genitivo se suele unir en el NT con una persona (Act 6,3.5.8; 7,35; 11,24; 13,10). El concepto de plenitud es relativo. Un grado de plenitud tiene Jesús (Lc 4,1) y otro Esteban (Act 7,55) y Bernabé (Act 11,24), aunque todos estén llenos. También podría ser una expresión hiperbólica para decir que tiene mucho. Aquí por razón del sujeto, el Logos y el Unigénito, hay que explicarlo en sentido propio y máximo. El Logos es Dios y recibe del Padre toda la gloria que corresponde al Hijo único suyo. Dios le ha dado el Hijo todo sin limitación (3,35). La plenitud que ahora se expresa con el adjetivo, luego en el v.16 se expresa con el sustantivo abstracto de plerwma.
Gracia y verdad. Toda la frase «lleno de gracia y verdad» va en aposición con «gloria como de Unigénito que viene del Padre» y sirve para explicar mejor la gloria del Logos, que han contemplado los discípulos de Jesús. «Gracia y verdad» se identifican objetivamente con «gloria». Tienen, pues, un sentido objetivo y real transcendente, lo mismo que gloria. Ese sentido objetivo se deduce también del adjetivo «lleno» y del verbo «hemos contemplado». Tanto la gloria como la gracia y la verdad del Logos han sido objeto de contemplación sensible. «La gracia y la verdad» tienen otra cualidad más: «han sido hechas por Jesucristo»; «la gracia» es también participada por los mismos que la han contemplado en el Logos (1,16.17). Es decir, que «la gracia y la verdad» son atributos divinos del Logos, sensibles y comunicables. Pertenecen al ser propio del Logos Unigénito y al ser propio de los que se unen a él. «Gracia y verdad» entran aquí en el plano soteriológico, en el plano de la misión y obra del Logos. Como «la vida y la luz» se consideran en el Verbo por su relación con los hombres, así también «la gracia y la verdad». Están en el Logos como en causa, origen y fuente. Con toda razón relaciona Toledo gracia con vida y verdad con luz (1,4). Cristo es vida y verdad (14,6). «La gracia» es la misma vida denominada por uno de sus efectos: la complacencia que causa en el Padre. La «verdad» es la luz sin el ropaje figurado y expresada en una forma más lógica y helénica. Como la luz se convierte en vida, así la verdad se convierte en gracia en los que la reciben. La fórmula hesed we-emeth que los LXX traducen con «misericordia y verdad», «gracia y fidelidad», no responde exactamente al lenguaje de Juan. Gracia tiene en el prólogo un sentido técnico y teológico, que ya tiene en San Pablo, y corresponde a vida. Verdad no corresponde exactamente a la fidelidad, sino que equivale a «palabra», «mandamiento», «revelación» y doctrina. Es todo el mensaje divino y la ciencia de salvación que trae el Logos encarnado, de cuya aceptación depende en el hombre la gracia y la vida. Cristo, como Unigénito, vive en Dios y conoce todos los secretos de Dios. El solo nos ha podido revelar todo el misterio divino de gracia y salvación (1,18). Gracia es un término esencialmente paulino. Raro en Juan (1,14.16.17; 2 Jn 3; Ap 1,4; 22,21). El hecho de que no la use en el evangelio y solamente en el prólogo favorece el contenido teológico y técnico que le hemos dado. En el evangelio se sirve del equivalente «vida», que es el término histórico usado por Cristo. Verdad es muy frecuente en el evangelio y alterna con palabra, preceptos. Siempre tiene un sentido esencialmente religioso.
15 Conforme al estilo cíclico, reaparece en esta tercera estrofa el testimonio de Juan, que se mencionó en 6-8, pero tiene ahora un colorido más vivo y más histórico. Se determina más el contenido. Da testimonio, presente histórico. Clama, en griego perfecto con significación de presente, propio de la koiné. La voz de Juan sigue resonando para el evangelista, como recuerdo de infancia. Era, eco de un testimonio pasado, al que alude. En 1,30 se sirve del presente. Juan había hablado de Jesús antes de que lo señalara con el dedo, como presente. Entre el bautismo de Jesús y Jn 1,29ss, Juan habló repetidas veces del Señor. Después, la preposición griega opi,sw puede tener sentido local (detrás) o temporal, que cuadra mejor aquí. Superior, la preposición emprosze,n tiene en el NT sentido de dignidad y excelencia. Es, ge,gonen, el verbo de las cosas que empiezan, alude al nacimiento temporal de Jesús. La preexistencia eterna está expresada con el h=n existía. Antes que yo, prwto,j mou, positivo con sentido de comparativo, propio de la koiné. El conocimiento de la preexistencia de Jesús prueba que Juan ha conocido su divinidad. Entre los judíos el concepto de preexistencia se confunde con el de eternidad.
16a El testimonio del Bautista termina en el v.13. En los v. 16.17 y 18 habla el evangelista. En el v.17 aparece el nombre de Jesucristo que es nombre totalmente cristiano. En el 18 el nombre de Unigénito, como en el 14, también es del evangelista. El v.16 está estrechamente unido por la forma y el contenido con los dos versos siguientes. El aoristo y el sujeto «todos nosotros» se explica mejor si habla el evangelista. Así lo interpretan hoy todos los autores.
Porque, como el final del v. 15 y el principio del 17. En 15 tiene un sentido abiertamente causal. Aquí y en 17a conserva su sentido causal con tendencia a explicar por qué Jesús está por encima del Bautista, porque de su plenitud todos reciben. La Vg tiene et.
Plenitud. Tanto por la terminación como por el uso este nombre tiene un sentido pasivo: una persona o cosa que está llena. En San Pablo y en la literatura hermética y estoica tiene un sentido propio y técnico, con un sentido ambivalente. Por una parte es algo pasivo: el kosmos es pleróma porque está lleno de un espíritu vivificador; Dios es pleróma porque es el conjunto vital del bien y de la vida. Pero precisamente porque Dios está lleno, puede también llenar. Es una plenitud desbordante. San Pablo dice que en Cristo reside todo el pleróma (Col 1,16), que en él habita el pleróma de la deidad (Col 2,9), que es el pleróma de Dios (Ef 3,19), que llena todas las cosas (Ef 4,10). Sentido también ambivalente. Cristo está lleno y se desborda para llenar. De su plenitud todos hemos recibido. Aquí San Juan se une con San Pablo, para quien la Iglesia (todos nosotros) es el pleróma de Cristo, porque está llena de sus riquezas (Ef 1,22-23; 4,12-13). Más que a la esencia de Cristo, se refiere a lo que San Pablo llama sus «riquezas» (Ef 2,7; 3,8). Aquí en concreto la plenitud de Cristo se refiere a la gracia y a la verdad.
Todos nosotros. El evangelista se identifica con sus lectores.
16b A saber, corresponde al kai., que tiene sentido explicativo, como el wau hebreo. Gracia por gracia. El sentido de gracia es el mismo que le hemos dado en el v.14; el sentido técnico y teológico de San Pablo y de la literatura cristiana. La frase quiere explicar lo que «hemos recibido» de la plenitud del Verbo. Así se deduce de la aposición, del kay explicativo y del acusativo ca,rin, que se refiere a algo nuestro. El sentido más particular depende de la explicación que se dé a toda la frase. Hay varias interpretaciones: a) la gracia del Espíritu Santo en lugar de Cristo. Así D’Alés. Es una idea del evangelio, sobre todo en el sermón de la cena, pero impropia del contexto presente. b) La economía nueva de la gracia, la presencia actual de Cristo en lugar de la antigua ley y de la Shekinah o presencia de Yavé en Israel. Así el Crisóstomo con bastantes antiguos. Modernamente Frangipane. Explica el sentido de la preposición, pero choca con el contexto. En el NT nunca se llama gracia a la antigua economía y en el v.17 expresamente se opone la ley a la gracia. c) Hoy es frecuente considerar como un modismo toda la frase y traducir con Lagrange: «gracia sobre gracia», multitud de gracias, abundancia de gracias. Las dos veces tendría «gracia» el mismo sentido de gracia creada. En este sentido se cita un ejemplo de Filón y otro del poeta griego Geognis. Esta sentencia tiene gran probabilidad. Responde al contexto y puede salvar el sentido y uso de la preposición. Siempre queda por explicar por qué Juan usó avnti, y no usó evpi,, que es la preposición indicada para este modismo de abundancia. d) Toledo salva mejor el contexto y el valor de la preposición admitiendo un sentido de causalidad, proporción y relación entre la gracia nuestra y la de Cristo. Sentencia que hace suya Bover citado por Blass-Debrunner y W. Bauer. Es la sentencia de Joüon y Bernard, que cita también a J. A. Robinson. Gramatical y filológicamente supera a c). El contexto inmediato le favorece más: la gracia que nosotros recibimos se debe a la gracia de Cristo (1,14), corresponde y se proporciona a ella. Esta idea está clara en el prólogo y se encuentra abiertamente expuesta por San Pablo. Toledo cita Rom 5,15; Ef 1,6. Directamente expresa la relación causal y proporcional de nuestra gracia con la de Cristo. Indirectamente expresa también la abundancia de nuestra gracia. A la plenitud de Cristo corresponde la abundancia de la nuestra. El hemistiquio b) corresponde plenamente al a) de esta manera: por gracia, pro gratia (de Cristo) corresponde a de su plenitud; gracia (gratiam) nuestra corresponde a hemos recibido. En el v.14 el Logos está lleno «de gracia».
17 Por primera vez se menciona el nombre solemne de Jesucristo, que volverá a salir en 17,3. Jesús es el nombre = Jesua — Yehósuach = Yavé es salvación, ¡Yavé salva! Cristo es sobrenombre o Ungido = Mesías, Mesiah. Los dos forman un mismo nombre compuesto y personal. El contenido funcional de Ungido o Mesías casi ha desaparecido en el lenguaje cristiano. Porque tiene sentido causal-explicativo. ¿Por qué hemos recibido todos de la plenitud del Verbo? ¿Por qué hemos recibido la gracia? ¿Por qué hemos recibido del Verbo y no de otro? Porque la gracia y la verdad son obra de Jesucristo Verbo encarnado. Si algún otro pudiera entrar en cuenta, seria Moisés, autor de una economía religiosa. Pero esa economía no fue la de la gracia, sino la de la ley.
Aquí Juan se une con Pablo tanto en el sentido amplio que tienen ley y gracia como en su contraste. Ley es toda la economía religiosa precristiana de los judíos. Gracia, verdad resumen la economía cristiana. Tienen un contenido de plenitud y perfección por razón de su oposición a «ley» y por razón de su autor, Cristo «lleno de gracia y de verdad». Parecida antítesis existe entre el maná, dado por Moisés, y el verdadero, perfecto pan del cielo, dado por Cristo (6,32). La antítesis es completa: entre las dos personas y los dos términos. Moisés fue siervo y ministro; Cristo, Hijo y Señor: Moisés dio la ley, Cristo la gracia y la verdad.
18 Tres lecturas: a) o monogenh.jb) O Monogenhvj uio,j, c) monogenh,j Qeo,j. a) Tiene a su favor San Efrén, Cir. Jer., Victoriano, Ambrosio. Los críticos modernos no le dan valor ninguno. Boismard, con todo, la admite.
b) Es la lectura ordinaria de Jn 3,16.18; 1 Jn 4,9 de las antiguas versiones lat.sir.cur.Vg, Atanas,Cris.Greg Nz, PP. Latinos, Tisch. Bover, Barret.
c) Es la lectura de los mss. S B C L 33. Versiones sah boh eth, Pesch, P66.75, Clem, Al,Oríg.Epif.Didim.Basil.Greg.Nis.Cir. Al. y de los críticos WH, Nestle, Vogels, Harnack, Zahn, Merk, Lagr, Durand, Bauer, Bernard, Braun, Hendriksen.
Es la lectura de los mejores códices y la más difícil de explicar. En los otros pasos siempre leemos Unigenitus filius (3,16.18; 1 In 4,9). «Dios» se aplica al Padre y al Logos en 1,1. En el prólogo el Logos es Dios. Como Dios está en el seno del Padre y puede conocer a Dios.
18a El primer hemistiquio alude claramente a los textos en que la Escritura dice que Moisés vio a Dios. Juan precisa. No fue visión propiamente tal. La visión propia sólo le corresponde al Unigénito. La misma precisión hace en 6,32. Por el contexto se trata de visión directa e inmediata de Dios. Dios es el padre, considerado según su esencia, por la que es invisible (cf. Ex 33,18.20.23). La misma afirmación en Jn 5,37; 6,46; 1 Jn 4,12.20,
18b De la regla general se excluye el Unigénito, que es Dios Y por eso está en el seno del Padre (cf. Jn 6,46; 8,38; 3,11-13). Está, o wn, presente de duración. Estuvo y está. Es la razón de por qué pudo hablar de Dios. En el seno, frase figurada para indicar la intimidad e igualdad (cf. Lc 16,22; Núm 11,12; Dt 28,54.56; 2 Sam 12,3).
Ven, ei.j alternan y casi no se diferencian en la koiné. Por esto «in sinum= in sinu». El, evkeinoj, con sentido enfático, él solo. Ha revelado, en el griego falta el pronombre lo. Exhgh,sato, propiamente sacar fuera, educo, foras educo; por extensión, narrar, explicar. Como término técnico se aplicaba a la revelación de un misterio hecha por los sacerdotes, los profetas. El verdadero y único «mistagogos» es Jesucristo, quien, como Dios e Hijo de Dios, está dentro de todos los misterios divinos. La revelación supone la encarnación. Aunque expresamente sólo habla de la ciencia divina, el texto no se opone a que la humanidad participase en la ciencia inmediata de Dios. La comparación con los demás hombres y la antítesis favorece más bien la ciencia de visión de la misma humanidad. Cristo conoce por visión inmediata, no sólo por revelación, los secretos divinos. Esta ciencia de Cristo y esta revelación apoyan el sentido que hemos dado a la verdad, que se identifica con la palabra, con el evangelio y la revelación.
El prólogo se termina con una idea clave del evangelio: Dios-hombre que revela a Dios. Ya Dios no está escondido en las nubes. Con esta idea se abre la carta a los Hebreos: ahora Dios nos ha hablado por su Hijo. El contenido de la revelación se resume en una sola palabra: Dios. Esto es lo que Cristo nos ha traído: la ciencia de Dios, el conocimiento de Dios, y por este conocimiento, la vida de Dios (17,3).
DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 799-808
EVANGELIO DEL NACIMIENTO
[Jn 1, 1-14] Jn 1, 1-18
En la noche de Navidad la Iglesia lee en las dos primeras misas la mitad del Capítulo II de San Lucas; y en la tercera, el Prólogo del Evangelio de San Juan, que se lee también al final de todas las misas del año. En San Lucas están los pormenores tan conocidos del nacimiento del Salvador, que el arte cristiano ha popularizado en todo el mundo.
Primero está marcado el tiempo: fue en el tiempo del gran Censo o empadronamiento general ordenado por Augusto César en todo el Imperio; y en la Siria –de que era gobernante–, por el Propretor Quirinius en el año 42 del César114. Por este orden, debió bajar de Nazareth José con su esposa encinta a la ciudad-cabeza Bethleem, patria del Rey David, de quien ambos descendían; para que se cumpliera la Escritura:
Mas tu, Bethleem de Ephratah
pequeña entre los millares de Judá,
De ti me saldrá el que señoreará a Israel
y su origen de muy antiguo,
de los días de mayor antigüedad.
El Jahué los entregará [a los judíos] hasta el tiempo
en que la que ha de parir parirá
y los demás hermanos volverán a Israel.
Y se robustecerá con la fortaleza de Jahué
con la majestad del nombre de su Dios Jahué
Y entonces habrá seguridad
porque su prestigio irá hasta los fines de la tierra
(Miqueas V, 1-3)
Dante Alighieri dice muy alegre que Cristo es romano, porque eligió nacer en el Imperio Romano y obedeciendo a una orden del Emperador… Sí, nació en el Imperio para pagar un nuevo impuesto, y para no encontrar una alcoba donde nacer; y al fin de su vida, los soldados imperiales lo crucificarán. Cristo es de todo el mundo, así como antes de encarnarse no era deste mundo. Parejamente el P. Lombardi dice que Dios ha prometido a Italia el “primado religioso” en el mundo, porque los vicarios de Cristo viven en Roma. Son cuentos; cuentos patrióticos, como el del negro Falucho… un negro que no existió.
El lugar fue una caravanera y un pesebre. “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre; porque no había para ellos lugar en la posada”. No hubo para Cristo recién nacido ni un cubículo de fonda; y este rasgo asombroso y de tan gran patetismo está puesto por Lucas de paso, en una frase incidental. ¡Si habrán decantado sobre él los predicadores!
Cristo quiso nacer en la mayor pobreza, quiso hacernos ese obsequio a los pobres. La piedad cristiana se enternece sobre ese rasgo y hace muy bien; pero ese rasgo no es lo esencial de este misterio: no es el misterio. El misterio inconmensurable es que Dios haya nacido. Aunque hubiese nacido en el Palatino, en local de mármoles y cuna de seda, con la guardia pretoriana rindiendo honores, y Augusto postrado ante El, el misterio era el mismo. El Dios invisible e incorpóreo, que no cabe en el Universo, tomó cuerpo y alma de hombre, y apareció entre los hombres, lleno de gracia y de verdad; ése es el misterio de la Encarnación, la suma de todos los misterios de la Fe. Bueno es que los niños se enternezcan ante las pajas del pesebre, la mula y el buey; que los poetas canten:
Caído se le ha un clavel
Hoy a la Aurora del seno
¡Qué glorioso que está el heno!
Porque ha caído sobre él.
…………………………………..
Las pajas del pesebre
Niño de Belén
Hoy son flores y rosas
Mañana serán hiel;
y que los predicadores derramen lágrimas sobre la pobreza del Verbo Encarnado; pero los adultos han de hacerse capaces de la grandeza del misterio y han de espantarse no tanto de que Dios sea un niño pobre, sino simplemente de que sea un niño.
La herejía contemporánea, que consiste en una especie de naturalización del dogma, no tiene inconveniente en celebrar la “Fiesta de la Familia” y en enternecerse ante el “niño divino”; con tal que sea divino como todos los otros niños son “divinos”. El cristiano debe estar atento: no es un niño como los otros niños. El profeta Miqueas dice en el mismo capítulo del nacimiento:
Aquel día te quitaré los caballos
dice Jahué, y destruiré tus carros
Y abatiré las ciudades de tu tierra
y arruinaré todos tus fortines
Y te quitaré de las manos las hechicerías
y no habrá cabe ti agorerías
Destruiré tus ídolos y tus cipos
y no te postrarás ante la obra de tus manos
Y arrancaré del medio tus lucos sacros,
y derribaré tus árboles idolátricos.
Y en ira y furor haré venganza en tus gentes
que no quisieron escucharme.
Los paganos de hoy celebran “el día del Niño” y después se vuelven a sus espiritismos; cuando no lo celebran con hechicerías o con excesos paganos o animales. El cristiano celebra la Noche-Buena con santa alegría, pero con profundo sobrecogimiento.
Os anuncio una gran alegría
Que será para todos los pueblos:
Hoy os nació en la ciudad de David
Un Salvador, el Mesías y el Señor.
Y ésta es la señal: encontraréis un niñito
envuelto en pañales
y reclinado en un pesebre,
dijo el Ángel a los pastores.
El acontecimiento de los acontecimientos fue anunciado antes que a todos a unos pobres pastores que velaban en torno de una hoguera en la noche helada. Ellos creyeron, y corrieron, y hallaron “lo que el Señor les había hecho saber”; aunque al ver al espíritu luminoso “temieron grandemente”; mas no pudieron temer al rey de los ángeles hecho niño pequeño. Ellos fueron los primeros ciudadanos del Reino, y sus primeros evangelistas. Ellos presenciaron el júbilo de los “ejércitos celestiales” sobre la caravanera, después de María y José, y antes que los Magos. Salieron contando el suceso y hubo pasmo y una gran esperanza entre la pobre gente. “Pero María conservaba todas estas palabras rumiándolas en su corazón”. De ella sin duda las obtuvo muchos años después el médico griego meturgemán de San Pablo llamado Lucas, el evangelista de la niñez de Cristo y de la virginidad de María, de quien se dice también que hizo una pintura de Nuestra Señora; porque era tan mal médico y mal pintor como excelente “recitador”.
Tunc prius ignaris pastoribus ille creatus
Emicuit, quia Pastor erat. ..,
canta el poeta latino Sedulius:
Por eso primero que a todos a pobres pastores
Mostróse; porque era Pastor….
La palabra “primogénito” que pone San Lucas, ha dado pie a muchos herejes (Joviniano, Hevidio, Ebión y Eunomio; así como algunas sectas protestantes) para aseverar que la Santísima Virgen Nuestra Señora tuvo después de Cristo otros hijos; cosa que reproduce el judío Schalom Asch en su pesado novelón que como “historia de Cristo” escribió con el título de El Nazareno. Pero la palabra griega protótokon significa tanto primogénito, como unigénito, según los peritos. Es como la palabra primeriza que usan los libros de Medicina, que se refiere al primer parto sin determinar si es único; o uno seguido de otros.
El cántico de los ángeles sobre el khan de Belén (“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”115) ha sido traducido diversamente y dado pie a muchas discusiones. La traducción más exacta es:
Gloria
en el cielo
a Dios; paz
en la tierra
a los hombres del beneplácito.
Tés eudokías significa en griego a los hombres bien enseñados; es decir, a los creyentes; de los cuales los primeros fueron los Pastores; que si fueron tres pastores –como dice San Agustín– o doce pastores –como dice Teofilacto– no lo sabemos.
San Lucas dice que María “dio a luz su hijo, lo fajó y lo reclinó en el pesebre”, sin ayuda de obstétricas o comadronas: el nacimiento de Cristo fue milagroso y virginal. “Los pañales –escribe San Cipriano de África– están en lugar de las púrpuras, y las fajas en lugar de las holandas de los reyes. La misma madre que da a luz es la obstetriz que presta al recién nacido sus cuidados: lo toca, lo abraza, lo besa, lo amamanta; todo ello inundada de gozo. No hay en este parto dolor ni lesión alguna… Por sí mismo se desprendió del árbol este fruto maduro”.
La tradición del pueblo cristiano ha retenido desde los primeros tiempos que había en el khan de Belén una mula y un buey: los Santos Padres antiguos se han complacido en aplicar a los dos humildes animales el versículo de Isaías, 1, 3: “Conocerá el buey a su dueño – Y el asno el pesebre de su Señor”. La tradición española tiene que San José llevaba el buey para pagar el tributo al Déspota Imperial, y la mula para cabalgadura de María; puesto que de Nazareth a Belén hay cuatro días de camino a pie. El bueno de Maldonado se opone a esta tradición, diciendo que si tenían una mula no eran tan pobres, y no les hubieran negado lugar en la fonda. Pero ¿no se puede ser pobre y tener una pobre mula?
Para mí que la mula fue prestada.
Y así pasó esa noche que habría de ser recordada como Buena por excelencia en todo el mundo por siglos sin fin, sin que nada pasara en el mundo fuera de un movimiento de pastores y una nueva estrella desconocida que vieron tres astrónomos caldeos en el cielo de Oriente. El Verbo de Dios se hizo hombre, y los periodistas de aquel tiempo no se enteraron de nada. Pasó la noche y vino el Alba y un nuevo día. “Caído se le ha un clavel – Hoy a la Aurora del seno…”.
“Y pecaron los hombres como todos los días”, dijo el poeta Paúl Fort. Esto se puede poner en verso ¿por qué no? por lo menos para no aparecer como enemigo de los “villancicos”.
Hoy ha nacido un niño y hay un gran parabién
Hay cánticos de ángeles y hay luces en Belén.
Hoy ha nacido un niño: una mula lo aceza
Un obrero lo adora y una virgen lo besa.
Hoy ha nacido un niño; y unos pobres pastores
Vienen de prisa a verlo con corderos y flores.
Gloria a Dios en los cielos, paz a los que han creído
¿Cuál pensáis será el nombre de este recién nacido?
Paz a los que han creído y a los que han de creer
¿Quién pensáis será Este nacido de mujer?
Hoy ha nacido un niño muy antiguo de días
Más que el Hermón nevado con su testa de armiño
Que viene de las últimas místicas lejanías
Hoy ha nacido un niño y es Dios que se ha hecho niño
Y pecaron los hombres como todos los días.
El pueblo judío era un buey pesado y bruto; y era cabezudo como una mula y tan ignorante y mistificado como el pueblo argentino: tenía que haber pensado que si Dios se hacía hombre –si se realizaba en el mundo la perfección de la Humanidad en un hombre– ese hombre iba a pasar desapercibido, y que había que abrir bien los ojos. Así que el buey reconoció a su Señor; y el Pueblo Elegido pasó la Noche Buena como todas las otras noches; y sigue pasándola.
CASTELLANI, El Evangelio de Jesucristo, Dictio Buenos Aires 1977, 426-32
SOBRE EL MODO, EL LUGAR Y EL TIEMPO DEL NACIMIENTO DE CRISTO
ARTÍCULO 6
Si Cristo nació sin dolores de la madre
Dificultades. Parece que Cristo no nació sin dolores de la madre.
1. Porque así como la muerte de los hombres fue una consecuencia del pecado de los primeros padres, según Gn 2,17: “En cualquier día que comiereis, moriréis”; así también los dolores del parto: “Con dolores parirás los hijos” (Gn 3,16). Pero Cristo quiso sufrir la muerte; luego parece que, de igual modo, su nacimiento debió ir acompañado de dolores.
2. El fin corresponde al principio; pero el fin de la vida de Cristo fue con dolor, según las palabras del profeta: “De verdad que llevó nuestros dolores” (Is 53,4); luego parece que también en su nacimiento hubo los dolores del parto.
3. Se cuenta en el libro “De la natividad del Salvador” que al nacimiento de Cristo acudieron las parteras, las cuales son necesarias a la parturienta a causa de los dolores; luego parece que la bienaventurada Virgen dio a luz con dolores.
Por otra parte, está la autoridad de San Agustín, que en un sermón, hablando a la Virgen, dice: “Ni en la concepción fue lesionado el pudor ni en el alumbramiento padeciste dolor”.
Respuesta. El dolor de la parturienta es producido por la apertura de los conductos por donde sale la criatura; pero fue dicho atrás (S.Th. 3,28,2) que Cristo salió del seno materno cerrado, y que no hubo allí ninguna apertura. De aquí se sigue que en aquel parto no hubo dolor alguno, como no hubo ningún menoscabo de la integridad de la madre, sino la mayor alegría, porque “nacía a la luz del mundo el Hombre-Dios”, según las palabras de Isaías: “Florecerá como el lirio, florecerá y exultará con júbilo y cantos de triunfo” (Is 35,1-2).
Soluciones. 1. El dolor del parto en la mujer es consecuencia de la unión carnal con el varón. Y así en el Génesis, después de decir: “Parirás los hijos con dolor”, añade: “Y estarás bajo la autoridad del varón” (Gn 3,16). Mas, como dice San Agustín en el sermón de la Asunción de la bienaventurada Virgen, de esta sentencia queda excluida la Virgen, Madre de Dios, la cual, “porque concibió a Dios sin la impureza de pecado y sin detrimento del comercio carnal con el varón, dio a luz sin dolor y sin la violación de su integridad, conservando entera su virginidad”. Cristo de su voluntad recibió la muerte para satisfacer por nosotros, pero no por la necesidad de aquella sentencia, pues no era deudor de la muerte.
2. Como Cristo “muriendo destruyó la muerte” (2 Tm 1,10), así con sus dolores nos libro de los dolores. Esta es la causa por que quiso morir con dolores. Pero los dolores de la madre en su alumbramiento no pertenecían a Cristo, que venía a satisfacer por nuestros pecados. Y por eso no convenía que la madre le diera a luz con dolores.
3. Según San Lucas, la misma bienaventurada Virgen “envolvió al Niño en pañales y lo colocó en el pesebre” (Lc 2,7). De aquí se sigue que la narración de ese libro apócrifo es falsa. Por eso dice San Jerónimo contra Helvidio: “No hubo allí partera ninguna, ni la multitud de mujerzuelas. La misma que fue madre, hizo también de partera, y ella le envolvió en pañales y le puso en el pesebre. Esto prueba que la narración de los apócrifos es un delirio”.
ARTÍCULO 7
Si Cristo debió nacer en Belén
Dificultades. Parece que Cristo no debió nacer en Belén.
1. Dice Isaías: “De Sión saldrá la ley; y la palabra del Señor, de Jerusalén” (Is 2,3). Pero Cristo es con toda verdad el Verbo, la Palabra de Dios; luego en Jerusalén debió de nacer a este mundo.
2. De Cristo se halla escrito: “Que será llamado Nazareno” (Mt 2,23). Esto está tomado de Isaías, que dice: “De su raíz nacerá una flor” (Is 11,1). “Nazaret” quiere decir flor. Pero es uso denominar a uno por el lugar de su nacimiento; luego Cristo debió nacer en Nazaret, donde fue concebido y criado.
3. El Señor nació en el mundo para anunciar la fe de la verdad, según aquellas palabras: “Para esto nací y a esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Pero esto lo hubiera cumplido mejor de haber nacido en la ciudad de Roma, que tenía entonces el dominio del orbe; por lo cual escribe San Pablo: “Vuestra fe es anunciada a todo el mundo” (Ro 1,8); luego parece que no debió nacer en Belén.
Por otra parte tenemos el dicho de Miqueas: “Y tú, Belén de Éfrata, de ti me vendrá el que domine en Israel” (Mi 5,2).
Respuesta. Quiso Cristo nacer en Belén por dos razones: Primera, porque “Él nació de la descendencia de David según la carne” (Ro 1,3). A David había sido hecha la especial promesa de Cristo, según se lee en los Reyes: “Dijo el varón a quien fue hecha la promesa del Cristo de Dios de Jacob” (2 Re 23,1; 2 S 23,1). Por esto quiso nacer en Belén, donde David había nacido, para que del mismo lugar de su nacimiento se demostrase el cumplimiento de la promesa. Esto viene a indicar el mismo evangelista al decir: “Por cuanto era de la casa y familia de David” (Lc 2,4).
Segundo, porque, como dice San Gregorio, “Belén quiere decir “casa de pan”, y Cristo dice de sí mismo: “Yo soy el pan vivo que bajé del cielo”.
Soluciones. 1. Como David nació en Belén (1 Re 17,12), así también eligió luego a Jerusalén por sede de su reino, y dispuso allí la edificación del templo (2 Re 5,5), por lo cual Jerusalén vino a ser la ciudad real y a la vez sacerdotal. Ahora bien, el reino y el sacerdocio de Cristo se consumaron principalmente en su pasión, y así muy razonablemente escogió Belén para su nacimiento y Jerusalén para su pasión.
Con esto vino a confundir el orgullo de los hombres que se glorían de traer su origen de ciudades nobles, de las cuales buscan también los honores. Muy al revés hizo Cristo, que quiso nacer en lugar humilde y padecer oprobios en una ciudad ilustre.
2. Cristo quiso florecer en una vida virtuosa y no distinguirse por su origen carnal. Y así quiso criarse en Nazaret y nacer en Belén como extranjero, porque, como dice San Gregorio, “en la humanidad, que había tomado, nace como en casa ajena, no cual correspondía a su poder sino a la naturaleza”. Y San Beda dice, por su parte, que, “por carecer de lugar en el mesón, nos preparó muchas mansiones en la casa de su Padre”.
3. Se lee en cierto sermón del concilio Efesino: “Si hubiera elegido la ilustre ciudad de Roma, hubieran pensado que con el poder de sus ciudadanos había logrado introducir tal cambio en el orbe de la tierra. Si fuera hijo de un emperador, hubieran atribuido sus triunfos al poder imperial. Para qué reconociesen que la divinidad había reformado el orbe de la tierra, eligió una madre pobre y una patria más pobre”.
“Eligió Dios lo flaco del mundo para confundir lo fuerte” (1 Co 1,27), según dice San Pablo. Por esto, para mostrar más su poder en la misma Roma, cabeza del orbe, estableció en ella el centro de su Iglesia, en señal de perfecta victoria y a fin de que extendiese de allí a todo el universo, según las palabras de Isaías: “Humilló la ciudad soberbia; la conculcaron los pies del pobre –es decir de Cristo–, los pasos de los menesterosos” (Is 26,5) a saber, de los apóstoles Pedro y Pablo.
ARTÍCULO 8
Si Cristo nació en tiempo conveniente
Dificultades. Parece que no nació Cristo en el tiempo debido.
1. Vino Cristo para dar libertad a los suyos; pero nació en tiempo de universal servidumbre, pues el hecho del empadronamiento general ordenado por Augusto muestra que el mundo todo le era tributario, como consta por San Lucas (Lc 2,1ss). Luego no parece haber nacido en el debido tiempo.
2. No a los gentiles fueron hechas las promesas mesiánicas, sino a los judíos, “cuyas son las promesas” (Ro 9,4) según dice San Pablo. Pero Cristo nació en tiempo en que dominaba sobre Israel un rey extranjero, como aparece por San Mateo: “Habiendo nacido Jesús en los días del rey Herodes” (Mt 2,1). Luego parece que no nació en el tiempo conveniente.
3. Se compara al día el tiempo de la presencia de Cristo en el mundo, por cuanto Él es la luz del mundo.
Por donde dice: “Me conviene cumplir la obra del que me envió, mientras es de día” (Jn 9,4). Pero en el estío son los días más largos que en el invierno; luego, habiendo nacido el Señor en lo profundo del invierno –el 25 de diciembre–, no parece haber nacido en el tiempo conveniente.
Por otra parte tenemos el dicho de San Pablo: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4,4).
Respuesta. Esta diferencia existe entre Cristo y los otros hombres: que éstos, en el nacer, están sujetos a la necesidad del tiempo; pero Cristo, como Señor y Criador de todos los tiempos, escogió el tiempo en que había de nacer, así como escogió la madre y el lugar. Y porque “cuanto viene de Dios procede con orden” (cf. Ro 13,1) y conveniente disposición (cf. Sb 8,1), síguese que Cristo nació en el tiempo más conveniente.
Soluciones. 1. Cristo vino a sacarnos de la esclavitud para darnos la libertad. Por esto, así como recibió nuestra mortalidad para conducirnos a la inmortalidad, así, dice San Beda, “se dignó encarnarse y nacer en aquel tiempo en que se hacía el empadronamiento ordenado por el César, y, por amor de nuestra libertad, Él mismo se sometió a la servidumbre”.
En aquellos días todo el mundo vivía bajo la autoridad de un soberano y en suma paz. Convenía, pues, que en este tiempo naciese Cristo; que es “nuestra paz, el cual hace de dos pueblos uno” (Ef 2,14). Y San Jerónimo dice, comentando a Isaías (Is 2,4): “Si revolvemos las antiguas historias, hallaremos que hasta el año 28 de César Augusto dominó en todo el orbe de la tierra la discordia; pero, al nacer el Señor, todas las guerras cesaron”, según el dicho de Isaías: “No levantará gente contra gente la espada”.
También convenía que, al tiempo en que Cristo naciese, un solo príncipe dominase en el mundo, ya que Él venía a “reunir a los reyes en uno y hacer que no hubiere más que un solo rebaño y un solo Pastor”, como leemos en San Juan (Jn 11,15; Jn 10,16).
2. Quiso Cristo nacer en tiempo de un rey extranjero, para que se cumpliera la profecía de Jacob: “No desaparecerá el cetro de Judá ni el jefe de su descendencia hasta que venga el que ha de ser enviado” (Gn 49,10). Pues, como dice San Crisóstomo, “mientras la nación judía vivió bajo sus propios reyes, aunque pecadores, les eran enviados profetas para su remedio. Pero ahora, cuando la ley de Dios vino a poder de un rey inicuo, nació Cristo, porque una enfermedad grande y desesperada exigía un médico más hábil”.
3. Según se dice en la obra “Cuestiones del Nuevo y Antiguo Testamento”, “quiso Cristo nacer cuando la luz del día empieza a crecer”, a fin de mostrar que venía para hacer que los hombres creciesen en la luz divina, según aquello que leemos en San Lucas: “Para iluminar a los que moran en las tinieblas y sombra de muerte” (Lc 1,79).
También escogió para nacer la crudeza del invierno, a fin de padecer desde entonces las aflicciones de la carne por amor nuestro.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, IIIª parte, cuestión 35, artículos 6-8
4114 Según las fechas que pone Josefo en sus Antiguedades Judaicas, el Propretor Cirino o Quirinus fue enviado a hacer esta “capitación” de la Siria, muerto ya Herodes y desterrado a las Galias su hijo Arquelao; lo cual pone una discrepancia de 11 años con la cronología de Lucas. Lo probable es que Flavio Josefo haya confundido las fechas más bien que Lucas. Otros resuelven la dificultad diciendo que había dos legados de Augusto, uno para el empadronamiento y otro jefe del ejército: Saturnino y Quirino; y que Lucas nombró solamente a Quirino, como al jefe principal, omitiendo a Saturnino, que es el legado mencionado por el historiador judío.
5115 Vulgata latina.
Mons. Fulton Sheen
El nombre de Jesús.
El nombre de “Jesús” era muy corriente entre los judíos. En la forma hebrea originaria era “Josué”. El ángel dijo a José que María
Parirá un hijo, al que darás el nombre de Jesús;
Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.
Mt, 1, 21
La primera indicación de la naturaleza de su misión sobre la tierra no hace mención de su doctrina, ya que la doctrina sería ineficaz a menos que primero hubiera la salvación. Al mismo tiempo se le dio otro nombre, el de “Emmanuel”.
He aquí que la Virgen concebirá
Y dará a luz un hijo;
Y será llamado Emmanuel;
Que traducido, quiere decir: Dios con nosotros.
Mt 1, 23
Este nombre fue tomado de la profecía de Isaías, y aseguraba algo además de la divina presencia: junto con el nombre “Jesús”, significaba una divina presencia que libera y salva. El ángel también dijo a María:
Y he aquí que concebirás en tu seno,
Y darás a luz un hijo, y le darás el nombre de Jesús.
Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará el trono de David su padre,
Y reinará sobre la casa de Jacob eternamente;
Y su reino no tendrá fin.
Lc 1, 31-33
El título de “Hijo del Altísimo” es el mismo que dio al Redentor el mal espíritu que tenía obseso el joven de Gerasa. De este modo, el ángel caído confesó que Él era lo mismo que el ángel no caído había anunciado que sería:
¿Qué quieres de mí, Jesús,
Hijo del Dios Altísimo?
Mc. 5, 7
La salvación que se promete con el nombre de “Jesús” no es una salvación social, sino más bien espiritual. No habría de salvar necesariamente a la gente de la pobreza, sino del pecado. Destruir el pecado es arrancar las raíces de la pobreza. El nombre de “Jesús” evocó para los judíos el recuerdo de aquel gran caudillo que los llevó a la tierra prometida. El hecho de que Jesús estuviera prefigurado por Josué indica que poseía las cualidades necesarias para la victoria final sobre el mal, victoria que provendría de la aceptación gozosa del sufrimiento, del valor inquebrantable, de la resolución de la voluntad y de la firme devoción al mandato del Padre.
El pueblo judío, esclavizado bajo el yugo romano, anhelaba liberación; de ahí que presintiera que todo cumplimiento profético de Josué tendría algo que ver con la política. Más tarde la gente le preguntaría cuándo iría a liberarlos del poder del césar. Pero aquí, en el mismo comienzo de su vida, el divino soldado afirmaba por medio de un ángel que habría que vencer a un enemigo mayor que el césar. De momento tenían que dar al césar las cosas que fuesen del césar, ya que la misión de Él era librarlos de una tiranía mucho más grande, la del pecado. Durante toda su vida, el pueblo continuaría materializando el concepto de salvación, creyendo que la liberación había de interpretarse solamente en términos de política. El nombre de “Jesús”, o “Salvador”, no le fue dado después de haber obrado la salvación, sino en el preciso instante en que fue concebido en las entrañas de su madre. El fundamento de su salvación se hallaba en la eternidad, y no en el tiempo.
“Primogénito”
Y alumbró su Hijo primogénito.
Lc 2, 7
El término “primogénito” no quería decir que nuestro Señor hubiera de dar a luz otros hijos según la carne. Existía siempre un lugar de honor asignado por la ley al primogénito, aun cuando no vinieran otros hijos después. Es posible que Lucas empleara este término con vistas al relato que va a hacer más adelante acerca de la santa Madre al presentar a su Hijo en el templo “como el Hijo primogénito”
El árbol genealógico de Cristo.
Aunque su naturaleza divina procedía de la eternidad, su naturaleza humana tenía una base judía. La sangre que corría por sus venas era de la casa de David, por medio de su madre, que, aunque pobre, pertenecía al linaje de aquel gran rey. Sus contemporáneos le llamaron el “hijo de David”. El pueblo jamás habría consentido mirar como Mesías a ningún pretendiente que no cumpliera este requisito indispensable. Ni tampoco nuestro Señor desmintió nunca su origen davídico. Únicamente afirmó que su filiación davídica no explicaba las relaciones con que se hallaba unido al Padre en su persona divina.
Las primeras palabras del evangelio de Mateo sugieren la generación de nuestro Señor. El Antiguo Testamento empieza con la generación o génesis del cielo y de la tierra por medio de Dios, el cual creó todas las cosas. El Nuevo Testamento tuvo otra clase de génesis, en el sentido en que describe la creación nueva de todas las cosas. La genealogía que se da en dicho libro implica que Cristo era “un segundo Hombre”, y no simplemente uno de entre tantos que habían surgido de Adán. Lucas, dirigía su evangelio a los gentiles, remontó los ascendientes de nuestro Señor hasta el primer hombre, pero Mateo, que dirigía su evangelio a los judíos, lo presentó como el “hijo de David e hijo de Abraham”. La diferencia entre la genealogía que presenta Lucas y la que presenta Mateo es debida al hecho que Lucas, al escribir a los gentiles, ponía cuidado en dar la ascendencia natural; mientras que Mateo, al escribir a los judíos, puso claro empeño en demostrar a los judíos que nuestro Señor era el heredero del reino de David. A Lucas le interesa el Hijo del hombre; a Mateo, el rey de Israel. De ahí que Mateo empiece así su evangelio:
Genealogía de Jesucristo,
Hijo de David, hijo de Abraham.
Mt 1,1
Mateo presenta las generaciones que van desde Abraham hasta nuestro Señor como si hubieran pasado a través de tres ciclos de catorce cada uno. Sin embargo, ello no representa una genealogía completa. Se mencionan catorce desde Abraham hasta David; catorce desde David hasta el cautiverio de Babilonia, y catorce desde el cautiverio de Babilonia hasta nuestro Señor. La genealogía desborda el fondo judío para incluir a unos pocos no judíos. Debió de haber alguna muy buena razón para ello, como debió de haberla para incluir a otros que no tenían la mejor reputación. Una de estas personas fue la ramera Rahab, y otra fue Rut, que era extranjera, aunque admitida en la nación israelita; un tercer antepasado de mala fama fue la pecadora Betsabé, cuyo pecado con David arrojó oprobio sobre la línea de descendencia real. ¿Por qué había de haber tales manchas en el escudo de armas, como Betsabé, cuya pureza femenina fue mancillada; Rut, que, aunque moralmente buena, fue un elemento que introdujo sangre extranjera en la descendencia? Posiblemente fue debido a que se quería indicar la relación de Cristo con respecto a los mancillados y a los pecadores, a las prostitutas, e incluso a los gentiles, los cuales fueron incluidos en su mensaje y en su redención.
En algunas traducciones de la Escritura, la palabra se emplea para describir la genealogía es la palabra “engendró”, por ejemplo, “Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob”; en otras traducciones hallamos la expresión “fue padre de”, por ejemplo; “Jeconías fue padre de Salatiel” Una u otra manera de traducir es lo de menos; lo que llama la atención es que esta monótona expresión se usa a lo largo de cuarenta y una generaciones. Pero se omite al llegar a la generación cuarenta y dos. ¿Por qué? Debido al nacimiento virginal de Jesús.
Y Jacob engendró a José,
Marido de María;
Del cual nación Jesús,
Que es llamado el Cristo.
Mt, 1, 16
Mateo, al trazar la genealogía, sabía que nuestro Señor no era hijo de José. De ahí que desde las primeras páginas del evangelio se presenta nuestro Señor relacionado con la raza que, no obstante, no le produjo enteramente. Que llegó a formar parte de esta raza era evidente; sin embargo, era distinto de ella.
Si había una sugerencia al nacimiento virginal en la genealogía de Mateo, también la había en la genealogía de Lucas. En Mateo no se dice que José hubiera engendrado a nuestro Señor, y en Lucas se llama a nuestro Señor:
Hijo (según se creía) de José.
Lc. 3, 23
Quería decir con estas palabras que corrientemente se suponía que nuestro Señor era hijo de José. Combinando las dos genealogías: en Mateo, nuestro Señor es hijo de David y de Abraham; en Lucas, es el hijo de Adán y es también la simiente de la mujer que Dios prometió habría de aplastar la cabeza de la serpiente. Personas inmorales son convertidas, mediante la providencia de Dios en los instrumentos de su divina política: así, David, que asesinó a Urías, es, sin embargo, el canal por el cual la sangre de Abraham fluye hasta la sangre de María. Había pecadores en su árbol genealógico, y El parecería el más grande pecador de todos cuando pendiera del árbol genealógico de la cruz, haciendo a los hombres hijos adoptivos del Padre celestial.
Belén. Pág. 23
César Augusto, el mayor burócrata del mundo, se hallaba en su palacio cerca del Tíber. Ante él tenía extendido un mapa en que se veía la siguiente inscripción; orbis terrarum, Imperium Romanum. Estaba a punto de decretar un censo del mundo, ya que todas las naciones del mundo civilizado se hallaban sometidas a Roma. No había más que una sola capital para este mundo: Roma; una sola lengua oficial; el latín; un solo gobernante, el césar. La orden partió hacia todas las avanzadas, hacia todos los sátrapas y gobernantes del imperio: todo súbdito romano había de ser empadronado en su propia ciudad. En los confines del imperio, en el pequeño pueblo de Nazaret, unos soldados fijaron en las paredes el bando que ordenaba que todos los habitantes fueran a empadronarse en las ciudades de donde sus familias eran oriundas.
Jesús, el artesano, un oscuro descendiente del gran rey David, tuvo que ir a empadronarse a Belén, la ciudad de David. Conforme a lo decretado, María y José partieron de Nazaret para encaminarse a Belén, que se encuentra a unos ocho kilómetros más allá de Jerusalén. Quinientos años antes, el profeta Miqueas había profetizado con respecto a aquel pueblecillo:
Y tú Belén de Judá,
No eras de ninguna manera el menor entre los príncipes de Judá,
Porque de ti saldrá un jefe
Que pastoreará a mi pueblo Israel.
Mt 2,6
José se hallaba lleno de esperanza cuando entró en la ciudad de su familia, y estaba completamente convencido de que no tendría dificultad alguna en encontrar albergue para María, sobre todo teniendo en cuenta el estado en que se hallaba. Pero José anduvo de casa en casa y todas estaban atestadas de gente. En vano buscó un sitio donde pudiera nacer aquel a quien pertenecen el cielo y la tierra. ¿Sería posible que el Creador no encontrara un hogar en la creación? José subió la empinada cuesta de una colina, en dirección a una débil luz que brillaba suspendida de una cuerda, delante de una puerta. Debía de ser la posada del pueblo. Allí era donde había mayores posibilidades de encontrar alojamiento. Había sitio para los soldados de Roma que brutalmente habían sojuzgado al pueblo judío; había sitio para las hijas de los ricos mercaderes orientales; había sitio para aquellos personajes ricamente vestidos que vivían en los palacios del rey; había sitio en realidad para todo aquel que tuvo una moneda que entregar al posadero, mas no lo había para quien venía a ser la Posada de todo corazón que tuviera sin hogar en este mundo. Cuando el libro de la historia esté completo hasta la última palabra en lo temporal, la línea más triste de todas será la siguiente: “no había sitio para ellos”
Por último, José y María descendieron de la colina, se dirigieron a una cueva que servía de establo, adonde a veces los pastores llevaban sus rebaños durante las tormentas, y allí buscaban su cobijo. Allí, en un sitio de paz, en el abandono solitario de una cueva barrida por el frío viento; y allí, debajo del suelo del mundo, aquel que nació sin madre en el cielo había de nacer sin padre en la tierra.
De todos los demás niños que vienen al mundo, las personas amigas de la familia pueden decir que se parecen a su madre. Esta fue la primera vez en el tiempo que hubiera podido decirse que la madre se parecía al Hijo. Tal es la hermosa paradoja del Hijo que hizo a su propia madre; la madre, por su parte, era sólo una criatura. Fue también la primera vez en la historia en que alguien pudo haber pensado que el cielo se encontraba en algún otro lugar más que “en alguna parte de allá arriba”: cuando el Niño se hallaba en sus brazos, María, no sólo bajar la cabeza, podía contemplar el cielo.
En el sitio más repugnante del mundo, en un establo, había nacido la Pureza, Aquel que más tarde había de ser sacrificado por hombres que actuaban como bestias, nació entre bestias. Aquel que habría de denominarse a sí mismo “el pan de la vida que descendió del cielo”, fue colocado en un pesebre, que es principalmente el lugar en que comen las reses. Siglos antes, los judíos habían adorado el becerro de oro, y los griegos el asno. Los hombres se inclinaban ante estos animales como ante Dios. El buey y el asno se hallaban ahora presentes para realizar su inocente reparación inclinándose delante de su Dios.
No había sitio en la posada, pero lo hubo en el establo. La posada es el lugar de concurrencia de la opinión pública, el centro de las maneras mundanas, el sitio donde se cita la gente del mundo, los que tienen popularidad y gozan del éxito. Pero el establo es el lugar de los proscritos, de los oscuros, de los olvidados. El mundo no podía haber esperado que el Hijo de Dios naciera –si es que en realidad había de nacer- en una posada. Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser esperado. La Divinidad se halla donde menos se espera encontrarla.
Ninguna mente mundana podría haber sospechado jamás que aquel que pudo hacer que el sol calentara la tierra hubiera de necesitar un día un buey y a un asno para que le calentasen con su aliento; que aquel que, en el lenguaje de las Escrituras, podía detener la carrera de la estrella de Arturo, le sería decretado, en virtud de un censo imperial, el lugar del nacimiento; que aquel que vistió de hierba los campos habría de estar desnudo; que aquel cuyas manos crearon los planetas y los mundos vendría un día en que con sus brazos diminutos no podría alcanzar siquiera a tocar las cervices del ganado; que los pies que hollaban las eternas colinas serían un día demasiado flacos para caminar sobre la tierra; que la eterna Palabra estaría muda; que la omnipotencia se vería envuelta en pañales, que la salvación se recostaría en un pesebre; que el pájaro llegaría a ser incubado en el nido que él mismo se había construido… nadie habría sospechado que al venir Dios a esta tierra se hallara hasta tal punto desvalido. Y ésta es precisamente la razón por la que muchos no quieren creer en Él. La Divinidad se halla siempre donde menos se espera encontrarla.
Los pastores que estaban guardando sus rebaños por allí fueron advertidos por los ángeles:
Ya llevaba entonces su cruz, la única cruz que un recién nacido podía llevar, una cruz de pobreza, de destierro y limitación. Su intención de sacrificio se traslucía ya en el mensaje que los ángeles cantaron a las colinas de Belén:
Hoy, en la ciudad de David,
Os ha nacido un Salvador,
Que es Cristo el Señor.
Lc, 2, 11
Ya entonces su pobreza había desafiado a la ambición, mientras que el orgullo tenía que habérselas con la humillación de un establo.
Que el divino poder, que no admite trabas, pudiera estar fajado con los pañales de un niño es de una idea tal que, concebirla, exige una contribución demasiado fuerte para que puedan pagarla las mentes que no piensan más que en el poder. No pueden concebir la idea de la condescendencia divina, o el “hombre rico que se hace pobre para poder llegar a ser rico mediante su pobreza”. Los hombres no habrían de tener un signo mayor que la Divinidad que la ausencia de poder en el momento en que los esperan, el espectáculo de un Niño que dijo que vendría en las nubes del cielo, siendo ahora envuelto en pañales en la tierra.
Aquel al que los ángeles llaman “Hijo del Altísimo” descendió al barro del que todos nosotros nacimos para llegar a ser uno con el hombre débil, con el hombre caído, igual a él en todas las cosas, salvo en el pecado. Y éstos son los pañales que constituyen su “señal”. Si el que es la omnipotencia misma hubiera venido en medio de rayos y truenos, no habría habido señal alguna. No hay señal a menos que ocurra algo contrario a la naturaleza. El resplandor del sol no es ninguna señal, pero un eclipse sí lo es. Él dijo que en el último día su venida sería anunciada por “señales en el sol”, quizás una extinción de la luz. En Belén, el divino Hijo se eclipsó, de suerte que sólo los humildes de espíritu pudieran reconocerle.
Sólo dos clases de personas encontraron al Niño: los pastores y los magos; los sencillos y los doctos; aquellos que sabían que no sabían nada y aquellos que sabían que no lo sabían todo. Nunca ha sido visto por el hombre de un solo libro; tampoco lo ha sido nunca por el hombre que cree saber. ¡Ni siquiera a Dios le es posible decir algo al orgulloso! Sólo los humildes pueden encontrar a Dios.
Mons. Fulton Sheen, Vida de Cristo. Ed. Herder, Barcelona. 1996, pág. 31 ss
Fray Luis de Granada
EL NACIMIENTO DEL SALVADOR
En aquel tiempo, dice el evangelista que mandó el emperador César Augusto que todas las gentes fuesen a sus tierras a escribirse. Por cuya causa la sagrada Virgen caminó de Nazaret a Betleem a cumplir este mandamiento; donde, cumplidos los nueve meses, parió su Hijo, y, como dice el evangelista, lo envolvió en pañales y recostó en un pesebre, porque no tenía otro más conveniente lugar en aquella posada.
Aquí puedes primeramente considerar el trabajo que la Virgen pasaría en este camino, pues el tiempo era tan contrario al caminar, y ella era tan delicada, y la despensa y provisión para el camino tan pobre. Camina, pues, tú con el espíritu en esta santa romería, y sigue estos pasos piadosos, y sirve en lo que pudieres a estos santos peregrinos, y mira cómo en todo este camino unas veces hablan de Dios, otras van hablando con Dios, unas veces orando, otras dulcemente platicando: y así alternando los ejercicios, vencían el trabajo del caminar.
Pon luego los ojos en la sacratísima Virgen, y mira con qué amor y reverencia abrazaría aquel santo Niño, como lo adoraría, con que devoción lo arrimaría a sus pechos y le daría su leche, y cuáles serían allí las alegrías de su corazón, cuántas las lágrimas de sus ojos, viéndose madre de tal Hijo, viéndose abrazada en tal tesoro, y viéndose finalmente parida sin dolor ni menoscabo de su pureza virginal.
Mira luego con cuánta devoción y compasión lo acostaría en aquel pesebre: donde hallarás maravillosos ejemplos de humildad, pobreza, aspereza y caridad del Hijo de Dios. ¿Qué mayor humildad que nacer en un establo? ¿Qué mayor pobreza que los pañales en que fue envuelto? ¿Qué mayor aspereza que ser en tan tierna edad reclinado en un pesebre? ¿Qué mayor caridad que ponerse a padecer todos éstos trabajos por nuestra causa el Señor de todo lo criado? Y mira como las cosas más bajas escogió Dios: por do parece que éstas deben ser las mejores, aunque todo el mundo lo contradiga.
También tienes aquí que mirar, demás de aquellas dos resplandecientes lumbres Madre y Hijo, las lágrimas y alegría del santo Josef, los cantares de los ángeles, y particularmente la devoción de los pastores. Y si tú quieres que te quepa alguna parte de esta fiesta como a ellos, trabaja por imitar la simplicidad, la humildad, la pobreza y las vigilias de ellos, y serás visitado de los ángeles y cercado de luz como ellos. No seas doblado, ni malicioso, ni ambicioso: conténtate con las riquezas de la simplicidad, vive según naturaleza, y luego este Niño, amador de simples y de niños, te hará participante de estos misterios.
En cabo de todo esto mira cómo la sacratísima Virgen meditaba y confería todos estos misterios en su corazón, como dice el evangelista, para que por aquí veas cuán alto y cuán divino ejercicio sea la consideración de la vida de Cristo, pues aquella que fue consumadísimo dechado de toda perfección y contemplación, tan a la continua se ejercitaba en él.
FRAY LUIS DE GRANADA, Vida de Cristo, el nacimiento.
Benedicto XVI
MISA DE NOCHEBUENA
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
¡Queridos hermanos y hermanas!
Acabamos de escuchar en el Evangelio lo que en la Noche santa los Ángeles dijeron a los pastores y que ahora la Iglesia nos proclama: « Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,11s.). Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza. Sólo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: « un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado » (Is 9,5). Tampoco a nosotros se nos ha dado una señal diferente. El ángel de Dios, a través del mensaje del Evangelio, nos invita también a encaminarnos con el corazón para ver al niño acostado en el pesebre.
La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo. Los Padres de la Iglesia, en su traducción griega del antiguo Testamento, usaron unas palabras del profeta Isaías que también cita Pablo para mostrar cómo los nuevos caminos de Dios fueron preanunciados ya en el Antiguo Testamento. Allí se leía: « Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado» (Is 10,23; Rm 9,28). Los Padres lo interpretaron en un doble sentido. El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance. Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A amar a los débiles. A respetar a los niños. El niño de Belén nos hace poner los ojos en todos los niños que sufren y son explotados en el mundo, tanto los nacidos como los no nacidos. En los niños convertidos en soldados y encaminados a un mundo de violencia; en los niños que tienen que mendigar; en los niños que sufren la miseria y el hambre; en los niños carentes de todo amor. En todos ellos, es el niño de Belén quien nos reclama; nos interpela el Dios que se ha hecho pequeño. En esta noche, oremos para que el resplandor del amor de Dios acaricie a todos estos niños, y pidamos a Dios que nos ayude a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que se respete la dignidad de los niños; que nazca para todos la luz del amor, que el hombre necesita más que las cosas materiales necesarias para vivir.
Con eso hemos llegado al segundo significado que los Padres han encontrado en la frase: « Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado ». A través de los tiempos, la Palabra que Dios nos comunica en los libros de la Sagrada Escritura se había hecho larga. Larga y complicada no sólo para la gente sencilla y analfabeta, sino más todavía para los conocedores de la Sagrada Escritura, para los eruditos que, como es notorio, se enredaban con los detalles y sus problemas sin conseguir prácticamente llegar a una visión de conjunto. Jesús ha «hecho breve» la Palabra, nos ha dejado ver de nuevo su más profunda sencillez y unidad. Todo lo que nos enseñan la Ley y los profetas se resume en esto: « Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Mt 22,37-39). Esto es todo: la fe en su conjunto se reduce a este único acto de amor que incluye a Dios y a los hombres. Pero enseguida vuelven a surgir preguntas: ¿Cómo podemos amar a Dios con toda nuestra mente si apenas podemos encontrarlo con nuestra capacidad intelectual? ¿Cómo amarlo con todo nuestro corazón y nuestra alma si este corazón consigue sólo vislumbrarlo de lejos y siente tantas cosas contradictorias en el mundo que nos oscurecen su rostro? Llegados a este punto, confluyen los dos modos en los cuales Dios ha “hecho breve” su Palabra. Él ya no está lejos. No es desconocido. No es inaccesible a nuestro corazón. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado a sí mismo. Por nosotros asume el tiempo. Él, el Eterno que está por encima del tiempo, ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro tiempo. Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. ¡Dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente! Entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios. Así la agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta. Y en las comidas de estos días de fiesta recordemos la palabra del Señor: «Cuando des una comida o una cena, no invites a quienes corresponderán invitándote, sino a los que nadie invita ni pueden invitarte» (cf. Lc 14,12-14). Precisamente, esto significa también: Cuando tú haces regalos en Navidad, no has de regalar algo sólo a quienes, a su vez, te regalan, sino también a los que nadie hace regalos ni pueden darte nada a cambio. Así ha actuado Dios mismo: Él nos invita a su banquete de bodas al que no podemos corresponder, sino que sólo podemos aceptar con alegría. ¡Imitémoslo! Amemos a Dios y, por Él, también al hombre, para redescubrir después de un modo nuevo a Dios a través de los hombres.
Finalmente, se manifiesta un tercer significado de la afirmación sobre la Palabra hecha «breve» y «pequeña». A los pastores se les dijo que encontrarían al niño en un pesebre para animales, cuyo cobijo normal es el establo. Leyendo a Isaías (1,3), los Padres han deducido que en el pesebre de Belén había un buey y una mula. E interpretaron el texto en el sentido de que estos serían un símbolo de los judíos y de los paganos –por lo tanto, de la humanidad entera–, los cuales precisan de un salvador, cada uno a su modo: del Dios que se ha hecho niño. Para vivir, el hombre necesita pan, fruto de la tierra y de su trabajo. Pero no sólo vive de pan. Necesita sustento para su alma: necesita un sentido que llene su vida. Así, para los Padres, el pesebre de los animales se ha convertido en el símbolo del altar sobre el que está el Pan que es el propio Cristo: la verdadera comida para nuestros corazones. Y vemos una vez más cómo Él se hizo pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de pan, Él se da a sí mismo.
De todo eso habla la señal que les fue dada a los pastores y que se nos da a nosotros: el niño que se nos ha dado; el niño en el cual Dios se ha hecho pequeño por nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de mirar esta noche el pesebre con la sencillez de los pastores para recibir así la alegría con la que ellos tornaron a casa (cf. Lc 2,20). Roguémoslo que nos dé la humildad y la fe con la que san José miró al niño que María había concebido del Espíritu Santo. Pidamos que nos conceda mirarlo con el amor con el cual María lo contempló. Y pidamos que la luz que vieron los pastores también nos ilumine y se cumpla en todo el mundo lo que los ángeles cantaron en aquella noche: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». ¡Amén!
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI – Basílica Vaticana – Domingo 24 de diciembre de 2006
Reconoce, cristiano, tu dignidad
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PI, 54, 190-193)
* * *
El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz
Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo.
Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo.
Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión.
Cualquier hombre que cree -en cualquier parte del mundo-, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.
Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición, nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos.
Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos enseña, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido.
¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor?
La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.
Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación, que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad, sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.
El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz: y así dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 6 en la Natividad del Señor, 2-3. 5: PL 54, 213-216)
* * *
Dios ha manifestado su salvación en todo el mundo
La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.
De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por la fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para quien de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.
Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.
Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso quien, según palabras del Apóstol, nos ha hecho capaz de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas vio una grande luz; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.
Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.
También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.
Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.
Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
De los sermones de San León Magno, papa (Sermón 3 en la Epifanía del Señor, 1-3. 5: PI, 54, 240)
http://www.aciprensa.com/navidad/santos.htm
Y EL VERBO SE HIZO CARNE
UN FAVOR os voy a pedir antes de comenzar la explicación de las palabras del evangelio; y os suplico que no me neguéis lo que os pido. No pido cosa que gravosa sea ni pesada; y en cambio será útil, si la consigo, no tan sólo para mí, sino también para vosotros, si la concedéis; y aun quizá sea más útil para vosotros que para mí. ¿Qué es lo que pido? Que el primer día de la semana o el sábado mismo, tomando cada uno la parte del evangelio que luego se leerá en la reunión, sentados allá en vuestro hogar repetidamente la leáis y muchas veces la exploréis y examinéis y cuidadosamente peséis su valor y anotéis lo que es claro y las partes que son oscuras; y también lo que en las expresiones parezca contradictorio, aunque no lo sea; y así, tras de examinarlo todo, luego vengáis a la reunión. De empeño semejante nos vendrá no pequeña ganancia a vosotros y a mí.
En efecto: a nosotros no nos será necesario mucho trabajo para explicar las sentencias y su fuerza, estando ya vuestra mente acostumbrada al conocimiento de las expresiones; y vosotros, por este camino, os tornaréis más perspicaces y más agudos para penetrar, no sólo oír, y entender y enseñar a otros. Tal como ahora procedéis, muchos de vosotros os veis obligados juntamente a conocer el texto de las Sagradas Escrituras y a escuchar nuestra explicación; pero así, ni aun cuando gastemos el año íntegro, sacarán grande provecho. Porque no les será posible, así a la ligera y brevemente, atender a lo que se dice. Y si algunos pretextan sus negocios y preocupaciones del mundo y el mucho trabajo en los asuntos públicos y privados, desde luego no es pequeña culpa eso de sobrecargarse de tan gran multitud de negocios y de tal modo empeñarse y esclavizarse en los negocios seculares, que ni siquiera ocupen un poco de tiempo en las cosas que sobre todo les son necesarias.
Por otra parte, que sólo se trate de pretextos simulados, lo demuestran las conversaciones con los amigos, la frecuencia en acudir al teatro, los interminables tiempos dedicados a las carreras de caballos, en que a veces se consumen los días íntegros; y sin embargo, para todo eso no ponen obstáculo ni pretextan la cantidad de negocios. De manera que para esas cosas de nonada no hay ocupación que estorbe; pero si se ha de poner empeño en las cosas divinas, entonces éstas os parecen superfluas y de tan poca monta que juzgáis no deberse poner en ellas ni el menor empeño. Quienes así piensan ¿merecerán acaso respirar o ver este sol?
Hay otra excusa ineptísima de parte de tales hombres notablemente desidiosos: la falta de ejemplares de la Escritura. Sería cosa ridícula tratar de esto ante los ricos. Pero puesto que muchos pobres usan de tal pretexto, quisiera yo así pacíficamente preguntarles si acaso tienen íntegros y en buen estado los instrumentos de sus oficios respectivos, aun cuando ellos se encuentren en suma pobreza. Pero ¿cómo ha de ser absurdo no excusarse para eso con la pobreza y andar poniendo todos los medios para remover los impedimentos, y en cambio acá, en donde se ha de obtener crecida utilidad, quejarse de la pobreza y las ocupaciones?
Por lo demás, aun cuando hubiera algunos tan extremadamente pobres, podrán llegar a no ignorar nada de las Sagradas Escrituras, por sola la lectura aquí acostumbrada. Y si esto también os parece imposible, con razón os lo parece, puesto que muchos no ponen gran cuidado a la dicha lectura: sino que, una vez que a la ligera oyen lo que se lee, inmediatamente se marchan a sus hogares. Y si algunos permanecen en la reunión, no proceden mejor que los otros que se alejan, pues están presentes únicamente con el cuerpo.
Más, para no sobrecargaros el ánimo con mis quejas, ni consumir todo el tiempo en reprensiones, empecemos la explicación de las sentencias evangélicas, porque ya es tiempo de entrar en la materia propuesta. Atended para que no se os escape cosa alguna de las que se digan.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Habiendo el evangelista afirmado que quienes lo recibieron fueron nacidos de Dios y se hicieron hijos de Dios, pone el otro motivo de tan inefable honor, que no es otro sino haberse hecho carne el Verbo, y haber tomado el Señor la forma de siervo. Porque el Hijo se hizo hombre, siendo verdadero Hijo de Dios, para hacer a los hombres hijos de Dios. Al mezclarse lo que es altísimo con lo que es bajísimo, nada pierde de su gloria, y en cambio eleva lo otro desde lo profundo de su bajeza. Así sucedió con Cristo.
Con su abajamiento, su naturaleza no se disminuyó; y en cambio a nosotros, que prácticamente vivíamos en vergüenza y en tinieblas, nos levantó a una gloria indecible. Cuando el rey le habla con benevolencia y cariño a un pobre mendigo, no hace cosa alguna vergonzosa; y en cambio al pobre lo torna ilustre y esclarecido delante de todos. Pues si en esa pasajera y totalmente adventicia dignidad humana, la conversación y compañía con un hombre de baja clase social para nada perjudica al que es más honorable, con mucha mayor razón no perjudicará a la substancia aquella incorpórea y bienaventurada, que nada tiene de adventicio, nada que ahora tenga y ahora no tenga, sino que posee todos los bienes sin mutaciones y que eternamente permanecen. De modo que cuando oyes: El Verbo se hizo carne, no te perturbes ni decaigas de ánimo. Esa substancia divina no se derribó ni cayó en la carne (sería impiedad aun el solo pensarlo), sino que permaneciendo lo que era, tomó la forma de siervo.
Pero entonces ¿por qué el evangelista usó de esa expresión: Se hizo. Para cerrar la boca de los herejes. Como los hay que afirman ser toda esa economía de la Encarnación una simple ficción y pura fantasmagoría, para adelantarse a quitar de en medio semejante blasfemia, usó de esa expresión: Se hizo; declarando así no un cambio de substancia ¡lejos tal cosa! sino que verdaderamente se encarnó. Así como cuando dice Pablo: Cristo nos libró de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición1, no significa que la substancia divina se apartara y dejara la gloria y se convirtiera en maldición —pues tal cosa no la pensarían ni los demonios, ni los hombres más necios y locos: ¡tan grande sabor de impiedad y de necedad juntamente contiene!—; de modo que Pablo no dice eso, sino que Cristo, habiendo tomado la maldición que había en contra nuestra, no permitió que en adelante fuéramos malditos; del mismo modo acá Juan dice que el Verbo se hizo carne, no porque cambiara en carne su substancia, sino permaneciendo ésta intacta después de haberse encarnado.
Y si alegan que siendo Dios que todo lo puede, también pudo convertirse en carne, responderemos que ciertamente todo lo puede, pero permaneciendo Dios. Pues si fuera capaz de cambio, y de cambio en peor, ¿cómo fuera Dios? Sufrir cambio es cosa lejanísima de esa substancia inmortal. Por esto decía el profeta: Todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido tú los mudas y se mudan. Pero tú eres siempre el mismo y tus años no tienen fin2. La substancia divina es superior a todo cambio; porque nada hay mejor que ella de manera que pueda esforzándose llegar a eso otro. Pero ¿qué digo mejor? Nada hay igual a ella ni que siquiera un poquito se le acerque. De donde se sigue que si se ha cambiado será en algo peor. Pero en ese caso no puede ser Dios. ¡Caiga semejante blasfemia sobre la cabeza de quienes la profieren!
Ahora bien, que esa expresión: Se hizo, haya sido dicha para que no sospeches una fantasmagoría, adviértelo por lo que sigue: verás cómo esclarece lo dicho y juntamente deshace esa malvada opinión. Porque continúa: Y habitó entre nosotros. Como si dijera: no vayas a sospechar nada erróneo por esa expresión: Se hizo, pues no he significado cambio alguno en la substancia inmutable, sino únicamente he señalado el acampar y la habitación. Y no es lo mismo el habitar que la tienda de campaña en que se habita, sino cosa diferente. Un alguien habita en la otra, pues nadie habita en sí mismo y así la tienda de campaña no sería propiamente habitación. Al decir alguien me refiero a la substancia, pues por la unidad y conjunción del Verbo, Dios y la carne son una misma cosa, sin que se confundan, sin que se pierda la substancia, sino que se hacen una cosa mediante una juntura inefable e inexplicable.
No investigues cómo sea ella: se hizo en una forma que Dios conoce. Mas ¿cuál fue la tienda de campaña en que habitó? Oye al profeta que dice: Yo levantaré la cabaña ruinosa de David3. Porque verdaderamente cayó nuestra naturaleza, cayó con ruina irreparable y estaba necesitada de aquella mano, la única poderosa. No podía por otro medio levantarse, si no le tendía la mano Aquel mismo que allá al principio la creó, si no la reformaba celestialmente mediante el bautismo de regeneración y la gracia del Espíritu Santo.
Observa este secretísimo y tremendo misterio. Para siempre habita en nuestra carne; porque no la revistió para después abandonarla, sino para tenerla eternamente consigo. Si no fuera así, no le habría concedido aquel regio solio, ni lo adoraría en ella el ejército entero de los Cielos, los Ángeles, los Arcángeles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades. ¿Qué discurso, qué entendimiento podrá explicar este honor sobrenatural y escalofriante, tan excelso, conferido a nuestro linaje? ¿Qué ángel o qué arcángel será capaz de hacerlo? ¡Nadie ni en el Cielo ni en la tierra! Así son las obras de Dios. Tan grandes y sobrenaturales son sus beneficios que superan a lo que puede decir con exactitud no sólo la humana lengua, sino la misma angélica facultad.
Por tal motivo, cerraremos nuestro discurso con el silencio, únicamente amonestándoos a que correspondáis a tan excelente y altísimo Bienhechor; cosa de la cual más tarde nos vendrá toda ganancia. Corresponderemos si tenemos sumo cuidado de nuestra alma. Porque también esta obra es de su bondad: que no necesitando de nada nuestro, tenga por correspondencia el que no descuidemos nuestras almas. Sería el colmo de la locura que, siendo dignos de infinitos suplicios y habiendo alcanzado, por el contrario, tan altísimos honores, no hiciéramos lo que está de nuestra parte; sobre todo cuando toda la utilidad recae en nosotros, y nos están preparados bienes sin cuento como recompensa de que así procedamos.
Por todo ello glorifiquemos al benignísimo Dios, no únicamente con palabras, sino sobre todo con las obras, para que así consigamos los bienes futuros. Ojalá todos los alcancemos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, homilía XI (X), Tradición Mexico 1981, p. 89-93
SERMÓN 117
Tema: El Verbo de Dios (Jn 1,1-3).
Lugar: Desconocido.
Fecha: En torno al 418-420.
15. Doy a Dios infinitas gracias por haberse dignado sacarme con bien, merced a vuestras peticiones, del asunto este delicadísimo y trabajosísimo. Más, ante todo, quedaos con esto: que trasciende el Creador inenarrablemente a cuanto en la criatura hemos podido tomar, ya con el sentido del cuerpo, ya con el discurso mental. Pero ¿quieres tocarle con la mente? Purifica esa mente, limpia el corazón, limpia ese ojo, para que pueda tocarse aquello, sea ello lo que sea. Limpia el ojo del corazón, pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Sin limpieza, como estábamos, de corazón, ¿qué recurso pudo excogitar o qué dádiva más generosa pudo hacernos Dios que aquel Verbo por quien fueron hechas todas las cosas (y de quien tan excelentes cosas hemos dicho y en tanto número), para que podamos alcanzar lo que no somos? Porque nosotros no somos Dios, más podemos ver a Dios con la mente y la interior perspicacia del alma. Oscurecidos nuestros ojos, embotados por las culpas, echados a perder por la enfermedad, codician ver a Dios; más aún estamos en la esperanza, todavía no en la realidad. Somos hijos de Dios. Lo afirma Juan, el que dijo: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios; el que se apoyaba en el pecho del Señor y extrajo de las profundidades de aquel corazón estos secretos, ese mismo dice: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. He ahí lo que se nos promete.
16. Mas, si esto no es todavía posible, para llegar después a la visión del Verbo de Dios oigamos ahora al Verbo carne; pues de carne fuimos hechos, oigamos al Verbo hecho carne. Porque a eso vino y para eso tomó nuestra flaqueza, para hacerte comprensible el robusto lenguaje de Dios, que lleva sobre sí nuestra flaqueza. De pequeños les da leche; el sólido manjar de la Sabiduría se lo reserva para cuando mayores. Ten paciencia, déjate amamantar ahora; ya se te dará otro manjar cuando puedas devorarlo. Pues ¿cómo se hace la leche que toman los niños en la infancia? ¿No es, acaso, de las viandas de la mesa? Mas, siendo el niño de pecho incapaz de comer esa vianda de la mesa, ¿qué hace la madre? Hace carne propia la vianda, y de ahí elabora la leche; nos elabora lo que podamos tomar. A ese modo, el Verbo se hizo carne para que nos alimentásemos de leche quienes éramos infantes para tomar cosa sólida. Hay, sin embargo, una diferencia: cuando hace la madre leche del manjar asimilado, el manjar se trueca en leche; mas el Verbo, permaneciendo inmutable, tomó la carne con la que formó como un tejido. No deshizo su ser, no se trocó ni se transformó y convirtió en hombre para hablarte tu lenguaje. Permaneciendo inconvertible e inconmutable y absolutamente intacto, quien es, junto al Padre, siempre el mismo, se hizo lo que tú eres para ti mismo.
17. Ese Verbo, pues, hacedor de todo, ¿qué les dice a los enfermos para que, recobrada la vista del corazón, puedan alcanzarle, siquiera en parte? Venid a mí todos los atribulados y abrumados, que yo os aliviaré. Echaos al cuello mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. ¿Qué nos predica el Maestro, el Hijo de Dios, la Sabiduría de Dios, por quien todas las cosas fueron hechas? Convoca a todo el linaje humano y les dice: Venid a mí todos los que sufrís y aprended de mí. Quizá te figurabas que iba la Sabiduría de Dios a decirte: «Aprended cómo hice los cielos y los astros; todas las cosas igualmente se hallaban en mí antes de ser hechas, como en la virtud de las razones inmutables vuestros cabellos están asimismo contados». ¿Pensabas te diría esto? No; lo que dijo fue aquello primero: Que soy manso y humilde de corazón. Lo que habéis, hermanos, de aprender, ya lo estáis viendo, es lo pequeño. Nosotros apetecemos las cumbres; para ser grandes aprendamos lo pequeño. ¿Quieres aprehender la excelsitud de Dios? Aprende antes la humildad de Dios. Dígnate ser humilde en bien tuyo, puesto que Dios se dignó ser humilde también por ti. Aduéñate de la humildad de Cristo, aprende a ser humilde, no seas orgulloso. Confiesa tu enfermedad, déjate con paciencia tratar del Médico. Cuando hayas hecho tuya la humildad suya, te levantarás con él; no digamos que se levante él en su calidad de Verbo, sino que te levantarás tú para que más y más sea el Verbo presa tuya. Si al principio tus ideas eran irresolutas y vacilantes y son después más resistentes y claras, no es él quien se agranda, eres tú quien progresa; y entonces parece como que se levanta contigo. Esa es la verdad, hermanos. Sed fieles a los divinos mandamientos, ponedlos en obra, y Dios vigorizará vuestros conocimientos. No seáis petulantes anteponiendo, digamos, el saber a los preceptos de Dios; sería inferiorizaros en vez de fortificaros. Observad el árbol: echa primero hacia abajo para crecer después hacia arriba, clava su raíz en lo humilde para lanzar al cielo su picota. ¿Dónde sino en la humildad se afianza? ¿Quieres, pues, tú, sin caridad, subir a las alturas? Buscas sin raíz el espacio; y ése no es crecimiento, sino derrumbamiento. Habite Cristo por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y fundados en la caridad, seáis llenos de toda plenitud de Dios.
SAN AGUSTÍN, Sermón 117, 15-17, BAC Madrid 1952, t. 10, p. 596-601
1 Ga 3, 13
2 Sal 101, 27
3 Am 9, 11
Guión Natividad del Señor
Misa del día
Entrada Dios ha asumido la historia de Israel, y en ella, la historia entera de la humanidad. Demos gloria y alabanza al Redentor que en su misericordia se acordó de nuestra indigencia y vino a salvarnos!
1° Lectura
Ya se ha hecho presente el Mesías que trae la paz, Él nos redime y nos consuela. Hoy vemos su salvación.
2° Lectura
Dios introduce a su Primogénito en el mundo y nos habla por medio de Él.
Evangelio
El Verbo Encarnado le muestra al hombre la imagen de Dios, por que Él estaba junto a Dios y se nos ha manifestado.
Preces Natividad
En este Santo día en que el Señor da a conocer su salvación, adoremos al Emmanuel, Dios con nosotros, y pidámosle por las necesidades de todos los hombres.
Respondemos cantando…
+ A Ti Jesús Salvador, te alabamos en tu Iglesia, bendice al Santo Padre Francisco, y mira complacido las intenciones que te dirige en esta Navidad. Oremos…
+ A Ti Deseado de los pueblos, te pedimos por la Iglesia y sus misioneros, para que al contemplar en el Pesebre el misterio anunciado por los profetas, proclamen hasta el confín de la tierra tu Nacimiento salvador. Oremos…
+ A Ti Rey de Paz, confiamos el destino de las naciones y te pedimos por los pueblos que sufren violencia y opresión, para que se alegren porque ha llegado la redención. Especialmente te pedimos fortaleza para los cristianos perseguidos. Oremos…
+ A Ti Niño nacido en pobre portal, te rogamos por los pobres y los que sufren, para que sepan que en sus vidas hay un horizonte de esperanza cierta, y experimenten el consuelo de Dios. Oremos….
+ A Ti Hijo de Dios e Hijo de María, entregamos la obra de nuestra familia religiosa en todas sus formas y apostolados, concédenos la fidelidad, la perseverancia y la gracia de extender tu reinado de amor, para que los hombres se salven. Oremos…
Mira, Señor, a tu familia reunida en oración y cólmala en tu Natividad de alegría y santidad. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Ofertorio
Los dones que hoy queremos presentar son nuestros mismos corazones rendidos en el pesebre a los pies del Niño Eterno, con ellos entregamos también:
+ Estos cirios cuya luz expresarán que nos guía la fe en Jesús, el Cristo que acaba de nacer.
+Las especies del pan y del vino para que se conviertan en Jesús Salvador.
Comunión Niño pequeño, eres la delicia de los ángeles y el consuelo de los hombres, ven y habita en nuestros corazones.
Salida Contemplemos con María al Verbo hecho carne: “entero en lo suyo, entero en lo nuestro; perfecto en la deidad y el mismo perfecto en la humanidad; todo Dios, hombre, y todo hombre Dios.”
Una Gracia de Navidad
Esto ocurrió la Noche Buena de Navidad:
Un joven que terminó sus estudios secundarios, se preparaba para empezar a estudiar en una universidad, por tanto necesitaba conseguir un poco de dinero para poder empezar.
Este joven era muy creyente, con gran celo apostólico, y participaba de la Santa Misa todos los días. El rezaba para poder conseguir un trabajo, y realizar así el sueño de empezar sus nuevos estudios.
Puso mano a la obra en buscar trabajo, recorrió todo su pueblo, y no encontró lugar. Solamente le faltaba ir a preguntar a un hombre que tenía una relojería, pero sabía que ese hombre no era creyente, y por otra parte, era muy cascarrabias; pero no le quedó otra que ir a preguntarle si le daba trabajo en su negocio de arreglar relojes:
El joven le dijo:
– Buen hombre estoy buscando trabajo para poder pagar mis estudios de la universidad el año próximo, pero no he encontrado nadie que me acepte, ¿no se si usted tendrá para mí algún trabajo en su relojería?
El hombre relojero le dijo con tono áspero y sin ganas:
– ¡Ven mañana y te daré trabajo!!!
El joven aceptó el trabajo y fue al otro día.
A todo esto faltaban cinco días para la Navidad. El primer día de trabajo fue muy exigente, de las siete de la mañana hasta las ocho de la tarde, sin comer. Y así estuvo hasta el día 23 de diciembre. Ese día llegó un reloj de pared muy antiguo, de esos que son de gran péndulo y que tocan las campanadas cada hora con gran estrépito. El hombre relojero se lo encargó al joven ayudante para que lo arreglara. El desperfecto de ese reloj era que se había estropeado la campana.
El relojero le dijo al joven:
– ¡Tendrás que quedarte a trabajar todo el día 24 y 25 de diciembre para poder entregar al dueño el reloj reparado, el día 26 de diciembre!!!
El joven pensó para sí:
– No podré participar de la Misa de Noche Buena, ni la de Navidad.
Entonces le dijo al Relojero:
– Disculpe Señor ¿podré llevarme este reloj a mi casa, así tendré mas tiempo para repararlo? Quizá lo pueda terminar el 24 por la mañana y yo pueda ir por la tarde a la Misa de Noche Buena y a Navidad.
El hombre le dijo malhumorado:
– ¡Llévatelo y tráelo arreglado!
El joven puso todo su empeño, para arreglar el reloj. Cuando llegó el día 24 de diciembre fue a trabajar por la mañana, y le dijo al relojero:
– He podido arreglar el reloj. Esta tarde y mañana día 25 de diciembre no vendré a trabajar porque es Navidad y tengo que cumplir con las cosas de la fe.
El hombre muy irritado por lo que dijo el joven, le contestó así:
– ¡Hay mucho trabajo que hacer para desperdiciarlo en la Iglesia!!!
El joven no le dijo nada, guardó silencio y rezo por él para que Dios lo convirtiera y salvase su alma.
Cuando se hizo la hora de la tarde del día 24 de diciembre, el joven le dijo al Señor Relojero:
– Señor, disculpe, me retiro… porque tengo que cumplir con las obligaciones de mi fe Católica.
El hombre le dijo:
– ¡Si es así, no vengas a trabajar el día 26, porque estás despedido!!!
El joven, no dijo nada y se retiró a cumplir con sus obligaciones de buen cristiano.
Como el Relojero, no quería saber nada de la Navidad desconectó todos sus relojes para que no sonaran las campanas a la media noche. Pero no había tomado en cuenta del Reloj que había arreglado el joven, que estaba en un rincón del negocio. Mientras tanto, él se puso a seguir sus trabajos mientras corrían los minutos, cuando de pronto se hizo la media noche…, el hombre estaba absorto en su trabajo…, y empezaron a sonar las 12 campanadas del reloj antiguo que había arreglado el joven ayudante. El hombre relojero quedó como helado, cada campanada fue un flechazo para su corazón alejado de Dios. Se le vinieron a la memoria los hermosos recuerdos de las Navidades de su niñez, que festejaba con sus padres ya fallecidos. Y recordando que sus padres les había enseñado las cosas de la fe y que él estaba ahora alejado de Dios, empezó a llorar amargamente sus malas acciones pasadas. Y cuando terminaron de sonar las doce campanadas del reloj, este hombre recapacitó, y se dio cuenta de lo mal que había vivido tanto tiempo, y especialmente lo mal que había tratado al joven. Entonces dejó de trabajar y fue a pedirle disculpas a su casa. La sorpresa fue del joven, que al escuchar que tocaban a la puerta de su casa, y al abrirla, se encontró al Relojero llorando, que lo abrazó y le pidió perdón. El joven perdonó a este hombre y lo invitó a quedarse con él y su familia esa noche.
Al otro día, 25 de Diciembre, el relojero confesó sus pecados y participó con gran alegría de la fiesta de la Navidad.
El joven ayudante del relojero, continuó trabajando con él hasta que se recibió en la universidad.
Queridos hermanos, ¿cuál será la gracia para esta Navidad?…
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, página 13. Tomo III Solemnidades y fiestas. Editorial Sal Terrae, Santander, 1959).