PRIMERA LECTURA
Leían el libro de la Ley, interpretando el sentido
Lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del séptimo mes.
Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera, que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo -porque estaba más alto que todos- y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie.
Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!» Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra.
Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: «Este es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren». Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
Después añadió: «Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque éste es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes».
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 18, 8-10. 15
R. Tus palabras, Señor; son Espíritu y Vida.
La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple. R.
Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos. R.
La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R.
¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor! R.
SEGUNDA LECTURA
Ustedes son el Cuerpo de Cristo,
y cada uno es miembro de ese Cuerpo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 12-30
Hermanos:
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: «Como no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él? y si el oído dijera: «Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿acaso dejaría de ser parte de él? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?
Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito», ni la cabeza, a los pies: «No tengo necesidad de ustedes». Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios, y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera.
Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios. ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de sanar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de sanar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
Palabra del Señor.
Alois Stöger
En el Jordán es Jesús «ungido con Espíritu Santo y con poder»; por la fuerza de este Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por la virtud del Espíritu. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida. El ángel había sido enviado por Dios a una ciudad de Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la despreciada «Galilea de los gentiles» brota la salvación por la virtud del Espíritu. La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por toda la región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en Galilea se extenderá hasta los confines de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la virtud del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero.
La primera actividad de Jesús consiste según Lucas en enseñar, según Marcos en proclamar al modo de un pregonero: «Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva». Lucas piensa: con la venida de Jesús está ya presente el tiempo de la salvación: Jesús no lo proclama como pregonero, sino que enseña lo que es y lo que aporta este tiempo de salvación.
Las sinagogas con su liturgia semanal de la palabra y de oración son el sitio indicado para la actividad docente de Jesús. Su doctrina es también exposición de la Escritura; ahora se cumplen las predicciones y promesas proféticas. Los apóstoles procederán como Jesús cuando lleven al mundo la palabra de Dios, comenzando por las sinagogas proclamarán el cumplimiento de las promesas.
En todas partes adonde llega la fama de Jesús, comienza su glorificación; su fama tiene por eco sus alabanzas. El espacio adonde se extenderá su fama será el mundo entero; todos, todos literalmente, le glorificarán. El Espíritu de Dios no descansa hasta que «toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre». La palabra de Dios se lanza a la carrera para la glorificación de Dios.
En Nazaret
En una ciudad de Galilea llamada Nazaret fue concebido Jesús, fue criado, llegó a ser hombre y hubo de comenzar su obra según la voluntad del Espíritu. Sus comienzos recibieron la impronta de esta ciudad, que carecía de importancia y era incrédula, que se escandalizó de su mensaje y trató de quitarle la vida. Sus comienzos son comienzos de la nada, de la incredulidad, del pecado, de la repulsa… Y sin embargo comenzó.
Jesús comenzó por lo que era usanza consagrada en la liturgia de la sinagoga, el sábado, en el orden del rito observado en el culto. «Nació bajo la ley», como lo ha mostrado el relato de la infancia. Su tiempo es tiempo del cumplimiento de todas las predicciones y promesas. La historia de la salvación no destruye lo comenzado, sino que lo lleva a su perfección última.
En la liturgia del sábado se recitaban oraciones y se leía la Sagrada Escritura. Los libros de la ley (los cinco libros de Moisés) se leían en forma continuada, los libros proféticos estaban dejados a la libre elección. Todo israelita varón tenía el derecho de ejecutar esta lectura y de añadirle una exposición, unas palabras de exhortación. Como señal de que quería hacer uso de tal derecho se levantaba de su asiento. Jesús se puso en pie. Con esto comienza el ritual de la lectura de la Escritura, que la rodea como un marco, como el engaste rodea a la piedra preciosa. Lucas describe hasta los últimos detalles del ceremonial: le fue entregado el libro del profeta Isaías; él lo abrió. Acaba la lectura, enrolló el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. Jesús se amolda al ritual. La Escritura contiene la palabra de Dios; por eso merece respeto y se debe tratar santamente.
El pasaje que leyó estaba tomado del libro del profeta Isaías. Jesús lo halló, no casualmente, sino bajo la guía del Espíritu Santo, con el que estaba ungido y en cuya virtud obraba. Isaías era el profeta de los que aguardaban en tiempos de Jesús. María lo oyó en la anunciación, Simeón se inspiró en él, el Bautista reconoce por él su misión, con él reanimaban las gentes de Qumrán. También Jesús expresa su misión por medio de él.
Las palabras son de Isaías 61,1s. Sólo se ha cambiado una línea. «A poner en libertad a los oprimidos» está en lugar de «para sanar a los de corazón quebrantado». Con esta modificación queda muy bien articulado todo el pasaje. La primera y la segunda línea hablan de dotación con el Espíritu y de encargo recibido de Dios; las otras cuatro líneas hablan de la obra del portador de la salvación. La primera y la última línea y las dos del medio se corresponden; la primera y la última hablan del anuncio y del mensaje, las del medio, de la actividad salvífica del Señor. El portador de salvación actúa de palabra y de obra, es salvador y mensajero de victoria.
La salvación se dirige a los pobres. El tiempo de salvación que anuncia el profeta es un año de gracia, como el año del jubileo, del que se dice: «Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella. Será para vosotros jubileo, y cada uno de vosotros recobrará su propiedad, que volverá a su familia»
A la lectura de la Escritura sigue la instrucción. Está comprendida en una frase lapidaria de gran fuerza y énfasis. Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura. En cabeza de la frase está el «hoy», al que habían mirado los profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora está presente. Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo increíblemente nuevo de esta hora. Las piadosas usanzas y las palabras de la Escritura, que eran promesa tienen ahora cumplimiento.
Escuchado por vosotros. Que ha comenzado el tiempo de salvación y que ya está presente el portador de ella, es algo que sólo se puede saber mediante la audición de este mensaje; no se ve ni se experimenta. El mensaje exige la fe, la fe viene de oír, es respuesta a una interpelación.
La predicción que ahora se cumple es el programa de Jesús, que no lo ha elegido él mismo, sino que le ha sido prefijado por Dios. Él es enviado por Dios; por medio de él visita Dios mismo a los hombres. Hoy ha tenido lugar la visita salvadora, que no se debe desperdiciar.
Jesús actúa de palabra y de obra, enseñando y sanando. El tiempo de gracia ha alboreado para los pobres, los cautivos y los oprimidos. Precisamente el Jesús del Evangelio de san Lucas es el salvador de estos oprimidos. El gran presente que hace Jesús es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la pobreza y de la servidumbre, liberación del pecado.
En tanto mora Jesús en la tierra, dura el apacible y suspirado «año de gracia del Señor». En él tenían puestos los ojos las gentes antes de Jesús, hacia él vuelve la Iglesia los ojos. Es el centro de la historia, la más grande de las grandes gestas de Dios. En el gozo y en el esplendor de este año queda sumergido lo que Isaías había dicho también sobre este año: «Para publicar el año de perdón de Yahveh y el día de la venganza de nuestro Dios». El Mesías es ante todo y por encima de todo el que imparte la salvación, y no el juez que condena.
(Alois Stöger, El Nuevo Testamento y su Mensaje http://www.mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/CARTEL_NT_MENSAJE.htm)
San Juan Pablo II
Todo el rico contenido de las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo se podría encerrar en dos expresiones: “cuerpo” y “palabra”.
Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como “Cuerpo de Cristo”. Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque “hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1 Cor 12,13) y “hemos bebido del mismo Espíritu” (Ib.). Así pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar y hablar también de los “órganos” del cuerpo e incluso de las “células” del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.
Y baste esto sobre el tema “cuerpo”.
El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la “palabra”. El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando Él fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).
De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.
El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.
La palabra de la predicación de Cristo -y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia- es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan a Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la palabra de Cristo mismo, anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.
(Homilía en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y San Felipe Mártir, 27 de enero de 1980)
SS. Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Entre las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy está el célebre texto de la primera carta a los Corintios en el que san Pablo compara a la Iglesia con el cuerpo humano. El Apóstol escribe: “Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” ( 1 Co 12, 12-13). La Iglesia es concebida como el cuerpo, cuya cabeza es Cristo, y forma con él una unidad. Sin embargo, lo que al Apóstol le interesa comunicar es la idea de la unidad en la multiplicidad de los carismas, que son los dones del Espíritu Santo. Gracias a ellos, la Iglesia se presenta como un organismo rico y vital, no uniforme, fruto del único Espíritu que lleva a todos a una unidad profunda, asumiendo las diversidades sin abolirlas y realizando un conjunto armonioso. La Iglesia prolonga en la historia la presencia del Señor resucitado, especialmente mediante los sacramentos, la Palabra de Dios, los carismas y los ministerios distribuidos en la comunidad. Por eso, precisamente en Cristo y en el Espíritu la Iglesia es una y santa, es decir, una íntima comunión que trasciende las capacidades humanas y las sostiene.
Me complace subrayar este aspecto mientras estamos viviendo la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”, que concluirá mañana, fiesta de la Conversión de san Pablo. Según la tradición, por la tarde celebraré las Vísperas en la basílica de San Pablo Extramuros, con la participación de los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma. Invocaremos de Dios el don de la plena unidad de todos los discípulos de Cristo y, en particular, según el tema de este año, renovaremos el compromiso de ser juntos testigos del Señor crucificado y resucitado (cf. Lc 24, 48). La comunión de los cristianos hace más creíble y eficaz el anuncio del Evangelio, como afirmó el propio Jesús pidiendo al Padre en la víspera de su muerte: “Que todos sean uno…, para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
Por último, queridos amigos, deseo recordar la figura de san Francisco de Sales, cuya memoria litúrgica se celebra el 24 de enero. Nacido en Savoya en 1567, estudió derecho en Padua y en París y, llamado por el Señor, se hizo sacerdote. Se dedicó con grandes frutos a la predicación y a la formación espiritual de los fieles, enseñando que la llamada a la santidad es para todos y que cada uno —como dice san Pablo con la comparación del cuerpo— tiene su lugar en la Iglesia.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos conceda progresar siempre en la comunión, para transmitir la belleza de ser uno en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
(Ángelus Plaza de San Pedro, Domingo 24 de enero de 2010)
P. Alfredo Sáenz, S.J.
EL DOMINGO Y LA PALABRA
Mediante la liturgia de la palabra, la Iglesia nos exhorta hoy a reflexionar sobre la importancia del día del Señor. La primera lectura, tomada del libro de Nehemías, nos relata la solemne lectura del libro de la Ley, llevada a cabo por el sacerdote y escriba Esdras, frente al pueblo reunido en su presencia. Ello acaeció en Jerusalén, después de la repatriación de Babilonia. Este retorno del pueblo a su patria había suscitado en todos emoción y alegría. La lectura comenzó con la bendición a Dios por el don de la Ley, a lo cual respondió todo el pueblo, levantando las manos: “Amén, amén”. El texto bíblico destaca el respeto de los allí presentes, que se inclinaron profundamente, adorando al Señor con el rostro en tierra. Y se dijo a todos los circunstantes: “Este es un día consagrado al Señor, nuestro Dios; no estéis tristes, ni lloréis”. Esto mismo repitieron Esdras y los levitas, porque la multitud “lloraba al oír las palabras de la Ley”. Era el primer día del séptimo mes, el día santo del Señor. Indirectamente el texto sagrado señala las mejores disposiciones para escuchar la palabra de Dios: respeto, atención, humillación y revisión de conductas pasadas en relación a la norma predicada.
El domingo, día del Señor
La lectura del libro de Nehemías nos lleva como de la mano a reflexionar sobre el significado del domingo. Se ha perdido en nuestros tiempos el sentido religioso de este día. Habitualmente lo destinamos a ocuparnos de lo que no pudimos hacer durante la semana, o también, para distracciones meramente terrenas.
El domingo, como la misma palabra lo indica, es el día del Señor, el día en que Cristo resucitó de entre los muertos, realizando así la redención y la recreación de los hombres. Por ello dicho día nos recuerda, al tiempo que presencializa, el “Misterio Pascual” del Señor, su paso salvífico por la tierra. En cuanto que es el primer día de la semana, nos trae a la memoria la primera creación; en cuanto que es octavo, nos significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo.
Día octavo, decimos, porque sigue al día séptimo, el sábado judío. Desde que el Señor realizó su obra redentora, desde que injertó el cielo en la tierra, ya no podemos seguir teniendo el sábado como su día, porque El ha inaugurado la nueva vida en el tiempo. Este día cumple plenamente la realidad espiritual del sábado judío y además preanuncia el descanso eterno en el Día sin ocaso que será el cielo.
Sabemos que como día que es del Señor, lo debemos dedicar a Él. Todos los fieles cristianos tienen la obligación de asistir a la Santa Misa, y participar en ella con más devoción que la que tuvieron los israelitas al escuchar la Ley de Dios. Somos más deudores que ellos, ya que al encarnarse el Hijo de Dios, y al acceder a comunicarnos su Nueva Ley, la del amor, tenemos mayor obligación de bendecir y agradecer al Señor, que se ha tomado el trabajo de venir en Persona a revelarnos su palabra. Es por esto mismo que debemos hacer un alto en el ajetreo de la vida cotidiana, para levantar nuestros ojos y nuestras plegarias a Dios. Y, así como el pueblo de Israel, meditando sobre la ley, trataba de adecuar a ella su conducta, con mucha mayor razón nosotros hemos de observar la ley de Cristo, reductible a la práctica del amor a Dios y al prójimo.
Para que así sea, será conveniente que hagamos un alto en las actividades de rutina, descansemos, tomemos parte en el Santo Sacrificio del Altar, y meditemos la palabra de Dios. No nos excusemos fácilmente de asistir a la Santa Misa. Es Dios quien nos invita a su banquete. Aprendamos incluso a ordenar nuestra semana en tomo a este Día que hizo el Señor.
Además de ir a Misa, y de dedicar un tiempo a Dios y al descanso, la Iglesia nos recomienda que nos demos más a la relación familiar. Todavía existe en nuestros países cristianos la costumbre de reunirse familiarmente en la hora del almuerzo para compartir este día. Es una tradición que debe ser respetada como buena y mantenida para las futuras generaciones. Cuando tras haber transcurrido nuestra estadía en la tierra, lleguemos a la Casa del Padre, y nos sentemos en el Banquete de Bodas del Cordero, para celebrar el domingo eterno, gozaremos para siempre de Dios, en el seno de la gran Familia cristiana reunida en la Paz del Señor, que ya no se verá perturbada.
Es cierto que a veces nos veremos ineludiblemente obligados a trabajar el domingo. El Catecismo Católico dice a este respecto: “Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo al descanso… Los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino.”
La Palabra proclamada
El texto evangélico de este domingo se refiere a otra proclamación de la Palabra, más modesta en su forma que la de Esdras, pero en realidad infinitamente más solemne. Era sábado, y habiendo ido el Señor a la sinagoga, lo invitaron a leer un pasaje de la Escritura. Le fue entregado el rollo, con un texto del Profeta Isaías. Como nada es casual, sino que la Providencia, es decir, el mismo Cristo, como Dios encamado que es, lo dispone, quiso que viniera a sus manos justamente ese pasaje. En él se describe admirablemente el objeto del ministerio del Mesías que había de venir, sólo que los judíos allí presentes no sabían que dicho preanuncio ya se estaba cumpliendo en Jesús. En dicho texto se decía cómo obraría el futuro Mesías la redención de la humanidad, con especial referencia a los más humildes.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a evangelizar a los pobres…” Sólo Cristo, el Ungido, podía leer este pasaje en primera persona. El mismo, el Verbo, lo había preparado todo. El mismo, la Palabra, se lo había comunicado al Profeta para que lo escribiese. El mismo, ahora presente, lo verifica en sí, dándole su sentido y explicación. Por eso Jesús, una vez terminado aquel anuncio, dice: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabáis de oír”. El, que era la meta y el cumplimiento de todo el Antiguo Testamento, se encuentra allí presente en Persona, lleno del Espíritu Santo, para anunciar a los hombres que ya no hay por qué temer, que ya no hay por qué desesperar, pues ha llegado la redención y el día del Señor.
La Palabra de Dios, presente entre los hombres, hablando a los hombres, nos explica los designios de la voluntad eterna. Así como los judíos, según nos lo relata el texto sagrado, tenían los ojos fijos en el Señor, esperando qué era lo que iba a decir, de manera análoga también los fieles deben estar atentos a lo que en la Santa Misa les dice el celebrante en su homilía. El sacerdote es el representante de Jesús, enviado por Él para que en su nombre se pronuncie y explique el misterio del Evangelio. El sacerdote es como un nuevo Esdras, o mejor, es más que eso, es el mismo Jesús que nos habla por sus labios. Y así como Cristo proclamó la palabra de Dios con toda solemnidad, para desgranar su sentido, así ha de hacerlo el sacerdote, de modo que los fieles se sientan luego movidos a glorificar a Dios.
Preparación para escuchar
Nosotros todavía somos viajeros que se dirigen hacia la Patria Prometida, hacia la Jerusalén celestial. Mientras vamos de camino, como Pueblo peregrinante, reflexionamos en el mensaje evangélico.
Durante la semana hemos de estar ansiosos de oír al Señor que nos habla por medio de su Evangelio. Debemos estar deseosos de escuchar su mensaje, y guardar su palabra como lo hizo la Virgen Santísima, conservándolo en su corazón. Para que esa semilla se deposite en nuestra alma y dé mucho fruto, será preciso que nosotros mismos, con la ayuda de la Gracia, roturemos nuestra tierra, que debe estar deseosa de recibir tal semilla, y luego la abonemos con la oración, para que la palabra prenda fuertemente. Pero al deseo ardiente agreguemos la humildad. Muchas veces el mensaje de Jesús nos hace doler, y nos lleva a revisar nuestra conciencia. Así sucede porque es un mensaje de salvación, que busca desarraigar de nosotros todo lo que no condiga con la ley y la voluntad de Dios. Nos relata el Evangelio que en cierta ocasión los judíos, luego de escuchar a Jesús, se irritaron con Él, y quisieron despeñarlo. El motivo fundamental, que los impulsaba a proyectar esa terrible acción, era su cerrazón a la gracia, su falta de humildad y de acogimiento a la palabra divina. Aprendamos a ser cada vez más dóciles al mensaje de Dios, especialmente en los tiempos que nos tocan vivir, donde el hombre, en su soberbia, pretende enmendar el mensaje evangélico, queriéndolo adaptar a sus pareceres, aun a costa de tergiversaciones sustanciales.
Frente a la Palabra de Dios, seamos humiles, sencillos y sumisos.
Pidámosle a la Santísima Virgen María, que penetró como nadie en el Misterio de su Hijo, porque meditaba asiduamente la Palabra de Dios, que nos ayude a ser conscientes de la importan cia del Domingo, donde escuchamos esa Palabra, además de tomar parte en la renovación del misterio salvífico. Pidámosle que nos ayude a poner en práctica lo que escuchamos, y que en nuestras vidas se goce el Sembrador, porque con su ayuda damos fruto centuplicado.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 75-80)
P. Gustavo Pascual
Lc 1, 1-4; 4, 14-21
“Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos”.
En este versículo Cristo se aplica dos veces su misión de Libertador.
El hombre desea la libertad. Es que está llamado a la libertad: “vuestra vocación es la libertad”. Pero ¿una libertad para todo? No, “no para el egoísmo” sino “para el amor”.
Y ¿sólo en Cristo está la verdadera libertad? “Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” pues “para ser libres nos ha liberado Cristo”.
Cristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte “porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte” y de la esclavitud del demonio.
La libertad verdadera está en Cristo porque la libertad se alcanza imitando la Verdad. Y la Verdad es Cristo: “Yo soy la Verdad” y “la verdad os hará libres”.
Cristo nos enseña con su vida a vivir en libertad. La libertad de Cristo lo llevó a la máxima prueba de amor: dar la vida por los amigos. Cristo por su muerte fue libre y nos liberó y la libertad que nos consigue es para que también nosotros lo imitemos entregando nuestra vida por los hermanos.
“Ama y haz lo que quieras” verdadera libertad porque el que ama al prójimo ha conquistado la plena libertad pues “la caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”.
La libertad que nos presenta el mundo es la libertad para todo y para todos pero sin barreras. En ella se incluye el egoísmo aún en perjuicio del prójimo y por tanto la esclavitud a sí mismo. La libertad de Cristo implica el olvido de sí mismo. Porque podemos ser esclavos de lo material. Quizá podemos franquear esta barrera pero la última barrera por franquear en el camino de la libertad está en nosotros mismos, somos nosotros mismos, es nuestro egoísmo. Hasta que no nos desatemos de nuestra dura esclavitud no seremos totalmente libres.
¿Hay una libertad absoluta? Para el hombre no. No, por ser creado.
Ser creado implica una naturaleza propia: la humana en este caso que tiene sus leyes. Estas leyes las ha puesto el que la creó. Por eso la naturaleza obedece al Creador y cada uno de los individuos tiene una ley de naturaleza que no puede eludir sin salirse del orden natural y volverse en cierta manera un monstruo.
Es evidente que hay un orden en toda la naturaleza y que el hombre que es parte de esa naturaleza entra en un orden que tiene que obedecer si quiere mantenerse en su existir propio.
No hay libertad absoluta para el hombre por ser creado. El hombre es libre si actúa según su naturaleza.
Pero si hubiese una ley superior a la naturaleza y el hombre acatara esa ley ¿crecería notablemente por sobre el orden natural?
Somos esclavos de Dios porque nos ha creado en esta naturaleza y somos esclavos de Cristo porque nos ha recreado a un orden sobrenatural.
“La verdad os hará libres”. ¿Cuál verdad? La verdad de nuestra creaturidad, la verdad de nuestra vida sobrenatural. Vivir la creaturidad es someternos al Creador y vivir la filiación divina es someternos a Cristo y a su ley de gracia.
Si el hombre ambiciona una libertad absoluta se pone en lugar de Dios y se aparta de la verdad.
El hombre que vive en absoluta libertad cae en la esclavitud de las criaturas, de sí mismo, del dinero, de la concupiscencia del mundo y en definitiva del demonio. Se sale de la órbita de la verdad y fuera de la verdad solo hay mentira. Es la mentira del hombre moderno. Es la mentira que estamos viviendo hoy. Libertad para todos y para todo. Falsa libertad que manifiesta claramente su malicia por los efectos, por los frutos se conoce el árbol.
[Para formar una verdadera fraternidad] es necesario un verdadero camino de liberación interior. Cristo nos ha liberado. Su cruz nos da una doble certeza: la de ser amados infinitamente y la de poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar de modo pleno y definitivo estas certezas y la libertad que deriva de ellas. Gracias a ellas, cualquier persona se libera progresivamente de la necesidad de colocarse en el centro de todo y de poseer al otro, y del miedo a darse a los hermanos; aprende más bien a amar como Cristo ha amado y darse como ha hecho el Señor. En virtud de este amor, nace la comunidad como un conjunto de personas libres y liberadas por la Cruz de Cristo.
Este camino de liberación, que conduce a la plena comunión y a la libertad de los hijos de Dios, exige, sin embargo, la valentía de la renuncia a sí mismo en la aceptación y acogida del otro, a partir de la autoridad. Se trata de un compromiso ascético necesario e insustituible para toda liberación capaz de hacer que un grupo de personas sea una fraternidad cristiana. Es una respuesta que exige un paciente entrenamiento y una lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad de los deseos.
San Ambrosio
Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros.
- Muchas cosas entre nosotros tienen los mismos orígenes y las mismas causas que entre los antiguos judíos: episodios semejantes se desarrollan con el mismo ritmo, con el mismo éxito; los acontecimientos se corresponden desde el comienzo hasta el fin. Pues, así como muchos, animados del Espíritu divino, profetizaron en aquel pueblo; otros, por el contrario, pretendían profetizar y traicionaban su profesión con sus mentiras, pues eran falsos profetas y no profetas, como Ananías, hijo de Azot. Ese pueblo tenía el don del discernimiento de espíritus para conocer a los que debía contar entre el número de los profetas y a los que, como un cajero experto, debía rechazarlos como fabricados de materia corrompida, desprovista del brillo y resplandor de la verdad. Del mismo modo, ahora, en la Nueva Alianza, han intentado escribir evangelios que los cajeros experimentados no han aprobado: uno tan solo, escrito en cuatro libros, les ha parecido digno de ser retenido.
- Se cita otro evangelio que se dice escrito por los Doce. Basílides no ha temido escribir uno que se llama evangelio según Basílides. Se habla también de otro intitulado evangelio según Tomás. Yo he conocido otro atribuido a Matías. Hemos leído algunos, para que no se lean; los hemos leído para no ignorarlos; los hemos leído, no para retenerlos, sino para rechazarlos y para saber de qué se exalta el corazón de estos infatuados. Sin embargo, la Iglesia, con los cuatro libros del Evangelio que ella posee, llena el universo con sus evangelistas; con todos sus libros, los herejes no tienen ni siquiera uno. “Muchos”, en efecto, “han intentado”, pero les ha faltado la gracia de Dios. Muchos han recogido en una síntesis lo que en los cuatro evangelios les ha parecido más conforme con sus doctrinas envenenadas. De este modo, la Iglesia, que sólo tiene un evangelio, no enseña más que un solo Dios; mientras que ellos, con la distinción del Dios del Antiguo Testamento del Dios del Nuevo Testamento, han establecido, con la ayuda de muchos evangelios, no un solo Dios, sino muchos.
- Como muchos, dice, han intentado. Han intentado, evidentemente, los que no pudieron acabar. Muchos, pues, han comenzado, pero no han acabado. Nos rubrica esto San Juan, con un testimonio explícito, cuando nos dice que muchos han comenzado. El que ha intentado lo ha hecho con un esfuerzo personal, y no ha terminado. No existe esfuerzo en los dones y en la gracia de Dios, que, cuando se difunde en un lugar, lo fertiliza tanto que la esterilidad cede su lugar a la abundancia. Ningún esfuerzo en Mateo, ningún esfuerzo en Marcos, ningún esfuerzo en Juan, ningún esfuerzo en Lucas, sino que ilustrados por el Espíritu Santo de todo: palabras y hechos, ellos han concluido su obra sin ningún esfuerzo. Tiene, pues, razón en decir: Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros o que abundan en nosotros.
- La abundancia no deja lugar a desear; y en cuanto al feliz término, nadie lo duda, pues el resultado da fe de ello y el éxito testimonio. Así el Evangelio ha sido terminado y se extiende sobre todos los fieles del mundo entero, fertilizando todas las inteligencias y robusteciendo todos los corazones. Luego aquel que, fundado sobre la piedra, ha recibido con la plenitud de la fe una constancia inquebrantable, dice rectamente que se han cumplido entre nosotros; pues no son los milagros ni los prodigios, sino la inteligencia, la que hace discernir lo verdadero de lo falso a los que describen lo que el Señor ha hecho por nuestra salvación o que aplican su corazón a sus maravillas. ¿Qué hay tan razonable, cuando lees que aquellas cosas que han sido hechas superiores al hombre se han de atribuir a una naturaleza superior, y cuando se encuentran signos de mortalidad, hay que ver las afecciones del cuerpo que ha sido revestido? De esta forma, la inteligencia y la razón, no los milagros, son los que sirven de base a nuestra fe.
- Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. Esta frase no debe hacernos creer más en el misterio de la palabra que en escucharla. No se trata de una palabra articulada, sino de este verbo sustancial que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros. Comprendámoslo bien, los apóstoles no han sido ministros de una palabra cualquiera, sino de este Verbo divino. Sin embargo, se lee en el Éxodo que “el pueblo veía la voz del Señor”, es claro que la voz no se ve, sino que se oye; ¿qué es, pues, la voz, sino un sonido que no se ve con los ojos, sino que se percibe con los oídos? Por lo tanto, un pensamiento profundo es el que ha determinado a Moisés a afirmar que se ve la voz de Dios; se ve en la contemplación de la mente. Más en el Evangelio no es la voz lo que se ve, sino el Verbo, que es superior a la voz. Por eso dice el evangelista San Juan: Lo que era desde el principio; lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos tocaron acerca del Verbo de la Vida; y la vida se manifestó, y la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna, la vida que estaba cabe Dios, y se manifestó a nosotros.
Has visto que el Verbo de Dios ha sido visto y también oído por los apóstoles. Han visto al Señor no sólo en su cuerpo, sino también en cuanto es Verbo; han visto al Verbo aquellos que con Moisés y Elías han visto la gloria del Verbo. Han visto a Jesús los que lo han visto en su gloria, no los otros que no han podido ver más que su cuerpo; pues no se ve a Jesús con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma.
- Más aún, los judíos, viéndole, no le han visto. Abrahán lo vio, porque está escrito: Abrahán ha visto mi día y se ha regocijado. Luego Abrahán lo ha visto, y es cierto que no ha visto al Señor en su cuerpo. Mas verlo en espíritu es verlo corporalmente; por el contrario, verlo corporalmente sin verlo en espíritu, equivale a no ver corporalmente al que veían. Isaías lo ha visto y, como él lo veía en espíritu, lo ha visto igualmente en su cuerpo. ¿No ha dicho él: No había en El ni apariencia ni hermosura? Los judíos no lo han visto: Se entenebreció su insensato corazón. El mismo nos atestigua en otro lugar que no podía ser visto por los judíos: ¡Guías de ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! No lo vio Pilatos, ni lo vieron los que gritaban: Crucifícale, crucifícale; si le hubiesen conocido, jamás hubiesen crucificado al Señor de la gloria Ver a Dios es, pues, ver al Emmanuel, es decir, a Dios con nosotros. El que no ha visto a Dios con nosotros no ha podido ver a Aquel que una Virgen ha dado a luz. Los que no creyeron en el Hijo de Dios, tampoco han creído en el Hijo de la Virgen.
- ¿Qué es, pues, ver a Dios? No me lo preguntéis a mí; preguntadlo al Evangelio, preguntadlo al mismo Señor; o mejor, escuchadle: Felipe, quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy con el Padre, y el Padre está en mí? No se ve el cuerpo en el cuerpo, ni el espíritu en el espíritu, sino que sólo el Padre se ve en el Hijo, como este Hijo en su Padre. No se ve al uno en el otro, en efecto, como personajes desemejantes; sino que desde el momento que existe una unidad de operación y de actividad, se ve al Hijo en el Padre y al Padre en el Hijo. Las obras que yo realizo, dice, también Él las realiza Se ve a Jesús en sus obras, y en las obras del Hijo se ve también al Padre. Se ve a Jesús viendo el misterio que Él realiza en Galilea; pues nadie sino el Señor del mundo puede transformar los elementos. Veo a Jesús cuando leo que ungió con lodo los ojos del ciego y le devolvió la vista, pues reconozco en El al que ha formado al hombre del barro y le infundió el espíritu de vida y la luz para ver. Veo a Jesús cuando El perdona los pecados, pues nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios Veo a Jesús cuando resucita a Lázaro, y los testigos oculares no lo vieron. Veo a Jesús, veo también al Padre, cuando elevo los ojos al cielo, cuando los dirijo hacia el mar o los vuelvo sobre la tierra, pues los atributos invisibles de Dios resultan visibles por la creación del mundo.
- Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. El hombre perfecto posee una doble facultad: la intención y la ejecución. El santo evangelista ve estas dos facultades en los apóstoles: no sólo, dice, han visto la Palabra, sino también que le han servido. La intención se relaciona con la visión, y la ejecución con el servicio; más el término de la intención es la ejecución, y el principio de la ejecución es la intención. Usando un ejemplo de los propios apóstoles, intención es cuando Pedro y Andrés, al oír la voz del Señor que decía: Yo os haré pescadores de hombres, sin demora alguna dejaron la barca y siguieron al Verbo. Pero la ejecución no es simultánea a la intención. Del mismo modo, no hay todavía ejecución, sino intención, cuando Pedro dice: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Mi vida daré por ti Había intención del martirio, pero no su realización; aunque ésta ya se encuentra en los ayunos, en las vigilias, en el desprecio de los placeres corporales; pues ésa es la acción del cristiano.
No es necesario que en todas las cosas la intención y la ejecución sean simultáneas, sino que lo que es la ejecución de una cosa, no es todavía más que la intención con relación a otra. Esto mismo había asentado ya Pedro con energía y constancia apostólica; por eso, cuando el Señor le dijo más tarde: Tú, sígueme, él tomó su cruz, siguió al Verbo y conoció la realidad del martirio.
- Pero supongamos que en Pedro, Andrés, Juan y en los demás apóstoles, la ejecución ha sido a la medida de la intención. No es menos verdadero que a veces la intención sobrepasa la ejecución, o la ejecución a la intención. Esta es la diferencia que el Evangelio nos muestra entre Santa María y Santa Marta: pues la una escuchaba la palabra y la otra se preocupaba del servicio: Y presentándose, dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el servicio? Dile, pues, que venga a ayudarme. Y respondiendo le dijo el Señor: Marta, Marta, María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada Luego, predomina en una la atención amante y en la otra la actividad del servicio. Por lo mismo, en ambas se encontraba el celo de estas dos virtudes: si Marta no hubiese escuchado la Palabra, no se hubiera puesto a su servicio; su actividad es índice de su atención; y en cuanto a María, tanto había progresado en la una y otra virtud, que le fue dado ungir los pies de Jesús, enjugarlos con sus cabellos y llenar la casa con el perfume de su fe.
Sucede a veces que el estudio es muy grande y la ejecución estéril, como si alguien se ocupase de la medicina y conociese todas las reglas médicas y no las aplicase, si bien la esterilidad de la realización supone también la del estudio. En algunos, por el contrario, el acto podrá ser más rico y la intención más pobre como si alguien recibiese el sacramento salvador del bautismo, mas no quisiera conocer las reglas de las diversas virtudes; con frecuencia esta negligencia en la atención hace perder el fruto del acto.
Es necesario, por consiguiente, buscar la plenitud de las dos virtudes, la cual ha sido dada a los apóstoles, de los cuales se ha dicho: Los que desde el principio han visto y han servido; para que se entienda por la visión su deseo de conocer a Dios, y por el servicio se declare su actividad.
- Me ha parecido bien. Puede ser que no haya sido el único en encontrar bueno lo que él declara haberle parecido bien; no, la voluntad del hombre no es la única para encontrar el bien, sino que tal ha sido el agrado de Aquel que habla en mí, Cristo, que hace que esto que es bueno, pueda también parecernos así. El llama a aquel del cual se apiada. Por eso el que sigue a Cristo puede responder si se le pregunta por qué ha querido ser cristiano: Porque me ha parecido bien; y al hablar así, no niega que Dios lo ha encontrado bueno: Es Dios, en efecto, el que prepara la voluntad humana. Si Dios es honrado por un santo, es gracia de Dios. Muchos han querido escribir el evangelio; mas sólo cuatro, que han merecido la gracia divina, han sido recibidos.
- Me ha parecido bien, después de haberlas investigado todas escrupulosamente desde su origen y orden. Que este evangelio es más largo que los demás nadie lo duda. Y, por lo mismo, no reivindica para sí lo que es falso, sino lo verdadero. Por lo demás, ha merecido que el mismo apóstol San Pablo dé testimonio de su exactitud. Así alaba a San Lucas: Cuyo elogio en la predicación del Evangelio está difundido por todas las iglesias Es con toda verdad digno de elogios el que ha merecido ser alabado por el gran Doctor de los Gentiles. Él ha investigado, dice, no un poco, sino todo; y cuando ha tenido conocimiento de todo, le ha parecido bien no escribir todo, sino un extracto de este todo; pues él no ha escrito todo, mas todo lo ha conocido. Hay muchas cosas que hizo Jesús, se ha dicho, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo cabrían los libros que se escribieran Se notará que ha omitido deliberadamente lo que había sido escrito por los otros; de este modo, diversas gracias refulgen en el evangelio, y cada libro tiene sus milagros, sus misterios, sus acciones propias que lo distinguen. Los soldados dividieron para sí los vestidos de Cristo, como en su lugar explicaremos más detenidamente.
- Este evangelio ha sido escrito para Teófilo, es decir, para el que es amado por Dios. Si amas a Dios, para ti ha sido escrito; si para ti ha sido escrito, recibe este regalo del evangelista, conserva con cuidado en lo más profundo de tu corazón este recuerdo de un amigo: Guarda el precioso depósito por el Espíritu Santo, que habita en nosotros; míralo con frecuencia, examínalo a menudo. La fidelidad es el primer deber para un depósito; a la fidelidad sigue la diligencia para que este depósito no sea atacado por la polilla o el hollín; pues lo que se nos ha confiado puede ser atacado. El Evangelio es un precioso depósito, más ten cuidado no sea atacado en tu corazón por la polilla o el hollín. Es atacado por la polilla si, habiéndolo leído bien, lo crees mal.
- La polilla es la herejía, la polilla es Fotino, tu polilla es Arrio. Rompe el vestido el que separa el Verbo de Dios. Fotino rompe el vestido cuando él lee: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era; la integridad del vestido pide que se lea: Y el Verbo era Dios. Rompe el vestido el que separa Cristo de Dios. Se rompe el vestido si se lee: Esta es la vida eterna, el conocerte a ti, solo verdadero Dios; hay que reconocer también a Cristo, pues conocer al Padre sólo como verdadero Dios, no es toda la vida eterna; sino conocer igualmente a Cristo como Dios verdadero, Verdad de Verdad, Dios de Dios, he aquí la vida sin fin. Es polilla conocer a Cristo sin creer en su divinidad o en el sacramento de su cuerpo. Polilla es Arrio, polilla es Sabelio. Estas polillas atacan a los espíritus fluctuantes, estas polillas atacan al espíritu que no cree que el Padre y el Hijo son una sola divinidad. Rompe lo que está escrito: Mi Padre y yo somos una sola cosa, el que divide esta unidad en sustancias distintas. Esta polilla ataca al espíritu que no cree que Jesucristo ha venido en la carne, y él mismo es polilla, pues es el anticristo. Por el contrario, los que son de Dios conservan la fe y no pueden ser atacados por la polilla que corroe el vestido. Todo lo que está dividido en sí mismo, como el reino de Satanás, no puede durar para siempre.
- Existe también el hollín del corazón cuando los placeres terrenos apartan la atención de las cosas santas o la pureza de la fe es alterada por la nube del error. El hollín del alma es el deseo, de las riquezas; el hollín del alma es la negligencia; el hollín del alma es la pasión de los honores si se coloca en estas cosas toda la esperanza de la vida presente.
Tornémonos, pues, hacia las cosas de Dios, agudicemos nuestro espíritu, ejercitemos nuestro amor, a fin de tener siempre preparada, siempre brillante, encerrada, por así decirlo, en la vaina del alma, la espada que el Señor manda comprar vendiendo el vestido. Pues las armas espirituales, poderosas en manos de Dios para allanamiento de fortalezas, han de ser portadas siempre por los soldados de Cristo, para que cuando llegue el jefe de la milicia celeste, ofendido del mal estado de nuestras armas, no nos excluya de sus legiones.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.1, 1-14, BAC Madrid 1966, pág. 49-60