PRIMERA LECTURA
Yo juzgaré entre oveja y oveja
Lectura de la profecía de Ezequiel 34, 11-12. 15-17
Así habla el Señor:
¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.
Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor- . Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia.
En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».
Palabra de Dios.
SALMO Sal 22, 1-3. 5-6 (R.: 1)
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
Él me hace descansar en verdes praderas.
Me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. R.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo. R.
SEGUNDA LECTURA
Entregará el Reino a Dios, el Padre,
a fin de que Dios sea todo en todos
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 20-26. 28
Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.
En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su Venida.
En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte.
Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.
Palabra de Dios.
ALELUIA Mc 11, 9. 10
Aleluia.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene,
el Reino de nuestro padre David!
Aleluia.
EVANGELIO
Se sentará en su trono glorioso y separará a unos de otros
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 31-46
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».
Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».
Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron»
Éstos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»
Y Él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo».
Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».
Palabra del Señor.
José María Solé – Roma, C.F.M.
Solemnidad de Cristo Rey
EZEQUIEL 34, 11-12. 15-17:
El Profeta nos promete que en la Era Mesiánica el Hijo de David, el Mesías, será nuestro Rey-Pastor:
— Por culpa, de sus jefes, Israel es un rebaño disperso. El Destierro de Babilonia es una calamidad que amenaza la misma supervivencia de Israel. Por eso va a intervenir Yahvé y va a realizar un plan de Redención y Salvación: «Porque así dice el Señor Yahvé: Aquí estoy Yo; Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él» (11). Y ante todo las rescata de todos los sitios adonde han sido desterradas y dispersadas; las reúne y congrega; las retorna al aprisco y a los pastos de Israel (12-14). Después del Destierro ya no se restauró la Monarquía; el Rey-Pastor será Yahvé.
— Y ahora, desechados y castigados los malos pastores que en vez de ocuparse de las ovejas, egoístas y avaros sólo buscaron las propias conveniencias (1¬8), Yahvé mismo se hace Pastor de su pueblo: «Yo mismo apacentaré mis ovejas, Yo mismo las llevaré a reposar. Oráculo de Yahvé» (15).
— Esta maravilla de amor la realizará Dios enviando al Mesías. El Mesías, enviado de Dios, será el nuevo y eterno Rey-Pastor: «Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David; él las apacentará y será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios y mi siervo David será Rey en medio de ellos» (23). Dios reinará en su pueblo, Dios apacentará su rebaño por medio del Mesías. Jesús, en la parábola del Buen Pastor (Jn 10,11-8), reivindica para Sí este título y esta función Mesiánica. Él es el Buen Pastor: «Yo soy el buen Pastor… Y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10, 14. 15). Es único Pastor de todas; propietario a una con el Padre del rebaño: «Yo a mis ovejas les doy la vida eterna; y no perecerán jamás, ni las arrebatará nadie de mi mano. Mi Padre que me las dio es superior a todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y Yo somos una misma cosa» (Jn 10, 29-30). El recuerdo de David, que de pastor es elevado a Rey, permite a los Profetas dibujar esta hermosa estampa del Mesías, hijo de David, Rey-Pastor.
1 CORINTIOS 15, 20-26. 28:
Jesús es ya Rey-Pastor Entronizado. Lo es desde su Resurrección:
— El dogma de la Resurrección de Cristo, ocupa un lugar clave. La predicación, la fe y la redención se apoyan en ella. Con la Resurrección sube Cristo a ocupar su trono regio y quedan todas las cosas sometidas a su poderío (26).
— Y esta Resurrección de Cristo entraña y postula la nuestra. El resucita como primicias. El resucita como Cabeza (20) Los que son de Cristo resucitarán como Él (23). La redención quedaría mutilada sin la resurrección. Esta tendrá lugar en la «consumación» (24). Terminado el estadio combativo y militante del Reino Mesiánico, vencidos todos los poderes del mal (24-25), vencido el Pecado y con él, por fin, derrotada la Muerte (26), el Rey-Mesías, cumplido el plan eterno del Padre (27), someterá al Padre el Reino, para que el Padre reine sobre todos y beatifique con su gloria a todos (28). Por Cristo nos salvamos. Por Cristo entramos en el Reino del Padre.
— San Juan, en el Apocalipsis, nos presenta este bellísimo cuadro del Rey-Pastor y de las ovejas que Él pastorea. El cuadro es ya ahora rica realidad, bien que encubierta en velos de fe. En el cielo será plena visión y gozo pleno: «Vi una ingente multitud que nadie era capaz de calcular puestos de pie delante del Trono y delante del Cordero. Todos en grandísimo coro aclamaban: ¡La salvación por nuestro Dios y por el Cordero! … No tendrán ya más hambre ni padecerán ya más sed. Porque el Cordero que está en medio del Trono los pastoreará (Cordero y Pastor) y los conducirá a las fuentes de las aguas» (Ap 7, 10. 17). Son muy expresivos estos binomios a veces antagónicos (Cordero-León), a veces, complementarios (Cordero-Pastor), tan del gusto de Juan (Ap 5, 6; 7, 17).
MATEO 25, 31-46:
Mateo en este cuadro escatológico nos presenta al Rey-Pastor en su función de Rey-Juez:
— Con la escena aquí descrita se cierra el advenimiento en fe y amor que a lo largo de la etapa peregrinante ha realizado Cristo. Hasta ahora ha sido aceptado y amado por las almas fieles. Ahora se inicia la etapa del reino glorioso y eterno. Cristo hace su epifanía o Parusía de Rey-Juez. El cuadro del Juicio final queda descrito con mano maestra: La gloria del Juez; los ángeles que ejecutan sus órdenes; los hombres que son todos examinados; la sentencia de vida eterna para los buenos, de eterno tormento para los malos.
— El examen se hace sustancialmente sobre la caridad u obras de misericordia (35. 42) realizadas como fruto y exigencia de la fe. En la medida que ganamos en amor crece el Reino de Dios. Por eso cada celebración eucarística es realización y desarrollo del Reino.
— El Juez es Cristo, que se nos presenta, una vez más, como Rey-Pastor. Y su juicio será separar las ovejas de los cabritos. El Buen Pastor entra a todas las ovejas que el Padre le ha confiado, a todas las que en Él han creído y le han amado en el aprisco seguro de la vida eterna (34). El juicio del Rey-Pastor será más riguroso contra los que, infieles a su responsabilidad de guiar a las ovejas, las han descarriado: « ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Mas vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas pingües; no habéis apacentado a mi rebaño» (Ez 34, 2-3). En el Juicio final esos pastores egoístas, avaros, mercenarios, cobardes, aprovechados, son castigados. Han servido al demonio y no a Cristo. Con el demonio sufrirán eternamente (41).
— El catálogo de obras o servicios al prójimo es indicativo, no exhaustivo. En toda necesidad, espiritual, cultural, corporal, de cualquiera de nuestros «hermanos», debemos sentirnos interpelados. Mejor, debemos ver en todo prójimo necesitado a Cristo «Pobre». El mínimo servicio de caridad al prójimo tiene valor de amor y de servicio a Cristo.
El destino escatológico se nos presenta en línea de continuidad con la conducta de acá. Quien vivió en el amor, entrará en el Reino del amor. El de acá fue amor de servicio, en entrega y sacrificio; el de allá será amor de gozo, en eterna y plena visión y fruición de Dios. Quien, empero, vivió en egoísmo, entrará en el reino del frío y del odio. El infierno es el desamor; es el egoísmo gélido. Y todo a nivel de eternidad. Es decir, sin esperanza, sin término, sin alivio.
SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 280-283
P. Carlos Miguel Buela, I.V.E.
Solemnidad de Cristo Rey
Homilía del padre Carlos Miguel Buela, VE
Lo declaró Él con palabras bien claras, de tal manera que cuando Pilatos pregunta: ¿Entonces tú eres rey?, Él responde: Tú lo dices (Jn 18,37).
1. ¿Por qué razones Cristo es Rey?
Jesús es Rey por varios motivos:
En primer lugar, es Rey porque es Dios, y Dios es absolutamente dueño de todas las cosas, de todas las personas, de todos los pueblos, de todos los hombres y mujeres. Es Él el que ha creado a cada hombre y mujer, ha creado el alma espiritual e inmortal de todos ellos.
En segundo lugar, Nuestro Señor Jesucristo no solamente es Rey porque es Dios, sino que es Rey aun en cuanto hombre, y es Rey porque el Padre Celestial le ha dado dominio sobre todas las cosas, como dice el Evangelio de San Juan o como hemos escuchado en la segunda lectura, cuando se dice que Cristo es el alfa y la omega, el principio y fin.
Cristo, además, es Rey en cuanto hombre por el derecho de conquista, de rescate, porque es Él el que derramó su sangre en la cruz para redimir a todos los hombres, por tanto cada hombre ha sido redimido al precio infinito de la sangre de Cristo. Es por eso que, para nosotros, todo hombre y toda mujer tienen un valor infinito, aun aquellos que no tienen plena capacidad, como los chicos de nuestros hogarcitos. Todo hombre tiene un alma y por esa alma murió Cristo en la cruz, y por eso cosa hermosa es asistir a Cristo en los más pobres de los pobres.
2. ¿Cómo reina Cristo en nosotros?
Y ¿cómo es que Cristo quiere reinar en nosotros? Reina en nosotros en nuestra inteligencia. ¿Y cómo reina Cristo en nuestra inteligencia? Reina en tanto y en cuanto nosotros aceptamos la verdad revelada, la verdad que en última instancia es Él: Yo soy la verdad (Jn 14,6). ¿Y en dónde más quiere reinar en nosotros? Reina sobre nuestra voluntad libre, en tanto y en cuanto se sujete, se someta libremente a la voluntad de Él, sujeción que es vivir en plenitud la caridad, por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. De tal manera que si uno ve un alma que vive la caridad, en esta alma está reinando Cristo.
Por eso es que donde se juega el reino de Cristo es, en primera instancia, en cada uno de nosotros; somos cada uno de nosotros los que debemos trabajar para que Él reine cada vez más en nuestra inteligencia, rechazando todo lo que no sea Él −de manera particular el espíritu del mundo− trabajando para que reine siempre en nuestra voluntad viviendo la caridad tal como Él la vivió.
3. Muchos no quieren que Cristo reine
Pero en estos tiempos, especialmente, pareciera que se cumple aquello del salmista: ¿Por qué se amotinan las naciones y traman los pueblos proyectos vanos? … contra el Señor y contra su Mesías (Sal 2, 1.2). Lo hemos visto y lo seguimos viendo y esto hasta el cansancio. En estos momentos, en nuestra Patria y a nivel mundial, sobretodo en los medios de comunicación social, hay un ataque despiadado a la Iglesia Católica en la persona del Papa, de los Obispos, de los sacerdotes y en la persona de las religiosas.
A muchos les molesta el testimonio de la castidad, de la pobreza, de la obediencia, les molesta porque son las tres cosas que van justamente en contra de lo que este mundo apetece desmedidamente. Apetece el placer, el tener y el poder, de cualquier forma. Por eso no puede entender la penitencia, no solamente la penitencia exterior, ni siquiera la penitencia interior entienden.
Este mundo que nos toca vivir es un mundo consumista donde la gente cree que es más el que tiene más, cree que quien tiene más dinero es más, entonces no puede entender el testimonio nuestro de la pobreza, de que vivamos colgados de la Divina Providencia, no lo puede entender. Ni tampoco puede entender este mundo tan infatuado en sí mismo, tan esclavo de sí que incluso se cree creador de las cosas, no puede creer que haya almas que quieran sujetarse en todo, renunciando hasta la voluntad propia por amor del Señor, que fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Y esta obra contra el Señor y contra su Mesías, en última instancia es una obra satánica, porque quiere que Cristo no reine. Esta guerra contra Cristo Rey no solamente afecta a las personas consideradas de manera individual, sino que afecta a las personas en lo que es su manifestación social, pública, en esa suerte de persona multiplicada que es la sociedad. En esto desde hace siglos que viene trabajando la masonería, para que Cristo sea ignorado en los lugares donde se decide la paz y la guerra, para que Cristo sea ignorado en los lugares donde se educa la inteligencia y el corazón del hombre y de la mujer. En nuestra misma patria hemos tenido añares la ley laica 1420 por la cual, sí, hay que enseñarle al niño a sumar 1+1=2; 2+2=4; 4+4=8…, pero ¿quién es Dios?, NO. ¿Cuáles son los mandamientos de su Ley? NO. No se enseña a Dios ni en la primaria, ni en la secundaria, ni en la universidad. Quien se forma en esos establecimientos, ¿con qué cultura sale? Con una cultura atea. Y de esas escuelas primarias ateas, de esos secundarios ateos, de esas universidades ateas salen nuestros dirigentes que en última instancia son ateos. No lo serán a lo mejor todos, porque les queda un poco de devoción que les enseñó la madre cuando eran niños, y quieren a la Virgen, y le rezan. Nuestros jóvenes que murieron en Malvinas con el Rosario al cuello lo hicieron, pero eso no se lo enseñaron en la escuela oficial.
Ésta es la triste realidad que se ve ahora en el mundo. He traído ahora de los Estados Unidos y espero que lo puedan ver en todos lados las Servidoras, un video muy duro (a mí me impresionó, me dio asco, y eso que las escenas más escabrosas no las reprodujeron), el video se llama «Hollywood vs el Catolicismo». Un trabajo hecho en forma interesante, con una presentación que hace Monseñor John Patrick Foley, del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, donde presentan escenas de películas de Hollywood, donde aparecen «monjas» bailando, o también el caso del teleteatro donde aparecía una que era «monja» de día, y modelo a la noche.; son cosas tan ridículas de las que uno siempre se ha reído. Pero la tesis principal de la película que denuncia el ataque al catolicismo es que nada de lo que sucede en el mundo de las películas está hecho sin intención, todo lleva una intención, la intención ¿cuál es?, es que Cristo no reine. La intención es mentir para que la gente crea todos esos embustes que aparecen en esas películas, pero blasfeman contra Cristo, contra el Papa, contra todos. Presentan siempre a los sacerdotes como tontitos. Nunca van a presentar a uno bien plantado como Dios quiere, como gracias a Dios lo son la mayoría. Todo eso, queramos o no queramos, penetra de una forma u otra, porque esas películas no las verán todos, pero alguno la va a ver y le puede quedar eso.
Hay gente que ha trabajado y trabaja para que Cristo sea un extraño en la sociedad. En nuestros pueblos lo vemos hasta el cansancio. Acaban de declarar los Obispos de América Latina cómo hay grupos que se unen para trabajar en contra del catolicismo; y también se trabaja a nivel mundial para que Cristo sea un extraño en la vida internacional de las naciones y de los pueblos. También, lamentablemente, algunos falsos hermanos, que están con nosotros, pero no eran de los nuestros(1Jn 2,19), trabajan también para que Cristo sea un extraño en su Iglesia. También en la parte, digamos así, predilecta, preferida de la Iglesia, que es la parte de la vida consagrada, tanto la vida sacerdotal como la vida religiosa, tanto la vida contemplativa como la vida apostólica. Así algunos han llegado a decir disparates respecto a la vocación, desde negar que sea un don de Dios y que es Dios quien da la vocación y que llama a quien quiere, hasta el modo de vivir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Por eso que en este día de Cristo Rey debemos pedirle a Él la gracia de que realmente Él reine en cada uno de nosotros, reine en nuestra Congregación, reine en la Patria, reine en todo el mundo. La fiesta de Cristo Rey que instituyó el Papa Pío XI quiso ser una vacuna contra las plagas, que ya había en aquel entonces y ahora están mucho más extendidas, del laicismo o secularismo o desacralización, que en el fondo es todo lo mismo, ya que es no querer que Cristo reine.
Hoy día se sigue repitiendo el grito impío: no queremos que éste reine sobre nosotros (Lc 19,14). Por eso cada vez que recemos el Padrenuestro, cuando digamos venga a nosotros tu reino (Mt 6,10), démonos cuenta que estamos pidiendo a nuestro Padre Celestial que venga a nosotros el reino de su Hijo, que nosotros queremos que Él reine en nosotros, que queremos extender ese reino de justicia, de verdad, de amor y de paz.
San Juan Pablo II
Solemnidad de Cristo Rey
1. Hemos escuchado uno de los Salmos más famosos en la historia de la cristiandad. El Salmo 109, que la Liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, es citado repetidamente por el Nuevo Testamento. De manera particular se aplican a Cristo los versículos 1 y 4, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en Salmo mesiánico.
La popularidad de esta oración se debe también a su recitación constante en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el Salmo 109, en la versión latina de la «Vulgata», ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han salpicado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la praxis elegida por el Concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del Salmo, que por cierto sólo tiene 63 palabras, el violento versículo 6. Recalca la tonalidad de los «Salmos de imprecación» y describe al rey judío cuando avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.
2. En él se pueden distinguir con claridad dos partes. La primera (Cf. versículos 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a quien el Salmista llama «mi Señor», es decir, al rey de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David «a la derecha» de Dios. El Señor, de hecho, se le dirige con estas palabras: «siéntate a mi derecha» (versículo 1). Probablemente nos encontramos ante la referencia a un rito, según el cual, el elegido se sentaba a la derecha del Arca de la Alianza para recibir el poder de gobierno del rey supremo de Israel, es decir, del Señor.
3. Como telón de fondo se perciben fuerzas hostiles, neutralizadas por una conquista victoriosa: los enemigos son representados a los pies del soberano, que camina solemnemente entre ellos, rigiendo el cetro de su autoridad (Cf. versículos 1-2). Ciertamente es el reflejo de una situación política concreta, que se daba en los momentos del paso de poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos subalternos y con intentos de conquista. Pero el texto hace referencia a un enfrentamiento de carácter general entre el proyecto de Dios, que actúa a través de su elegido, y los designios de quienes quisieran afirmar un poder hostil y prevaricador. Se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que tiene lugar en las vicisitudes históricas, a través de las cuales Dios se manifiesta y nos habla.
4. La segunda parte del Salmo contiene, sin embargo, un oráculo sacerdotal, que también tiene por protagonista al rey davídico (Cf. versículos 4-7). Garantizada por un solemne juramento divino, la dignidad real abarca también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, la antigua Jerusalén (Cf. Génesis 14), busca justificar quizá el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Es sabido, además, que la Carta a los Hebreos se basará precisamente en este oráculo –«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Salmo 109, 4) – para ilustrar el perfecto y particular sacerdocio de Jesucristo.
5. Como conclusión, sin embargo, queremos volver a leer el versículo inicial del Salmo con el oráculo divino: «siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Lo haremos con Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés hace este comentario: «Según nuestra costumbre, el trono se ofrece a quien, tras haber realizado una empresa, al llegar vencedor, merece sentarse en un puesto de honor. Del mismo modo, el hombre Jesucristo, al vencer con su pasión al diablo, abriendo con su resurrección los reinos bajo tierra, llegando victorioso al cielo, al haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: “Siéntate a mi derecha”. No hay por qué sorprenderse por el hecho de que el Padre le ofrezca el trono al hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre… El Hijo se sienta a la derecha porque, según el Evangelio, están las ovejas, mientras que a la izquierda están los cabritos. Es necesario, por tanto, que el primer Cordero esté en el lugar de las ovejas y que su Cabeza inmaculada tome posesión con anticipación del lugar destinado al rebaño inmaculado que le seguirá» (40,2: «Scriptores circa Ambrosium», IV, Milano-Roma 1991, p. 195).
Intervención que pronunció San Juan Pablo II en la audiencia general en la que meditó sobre el Salmo 109, «El mesías, rey y sacerdote». El miércoles 26 noviembre 2003.
San Alberto Hurtado
Reino de Cristo
Vamos a hacer una meditación trascendental para los Ejercicios y para toda nuestra vida. Es una especie de Principio y Fundamento para todo lo que hayamos de hacer por Cristo. Es una invitación a la conquista de la santidad, no de la santidad en abstracto, sino de mi santidad, bien en concreto, en el estado actual de naturaleza redimida.
Composición de lugar. Ver a Jesús recorriendo los campos, llamando a las puertas de las casas, invitando a Mateo, a los pescadores, a Zaqueo… seguido por sus Apóstoles y predicando la Buena Nueva. Petición: no ser sordo a su divino llamamiento, sino presto y diligente para cumplirlo (cf. EE 91).
(…)
Si viniera un Rey elegido de la mano de Dios –dice San Ignacio- ¿qué harían los buenos y valientes, sino seguirlo en su empresa de conquista? (cf. EE 94).
Reyes menores han venido y los han seguido. El alma humana ha sido creada a imagen y semejanza de Dios: ama como Dios lo bello, lo bueno, lo grande, lo noble. El problema está en dárselo a conocer. Si lo conoce, marchará.
Y estamos en este momento de los Ejercicios. Lo que sigue sólo se dirige a los hombres de corazón grande, a los magnánimos, a los que son capaces de entusiasmarse por un ideal que va más allá de lo estrictamente obligatorio, a los chiflados por Cristo… Los que no lo estén, o no tengan siquiera el ideal de estarlo, mejor es que se bajen del buque, porque no van a ser sino un peso muerto; lo que se va a decir no tendrá sentido para ellos… Harán más mal que bien, desalentando a los valientes con sus miedos y temores estériles. Los que tengan mucho subiecto, los que mucho se querrán señalar y afectar en el servicio de su Señor, que digan: ¡Presente! (cf. EE 97).
III. El Jefe
En estos momentos se me presenta Cristo; viene de camino, como de esos cuadros de la casa de Ejercicios… Tiene 30 años. Alto, fuerte, mirada penetrante, lleno de paz, serenidad y fortaleza; camina con paso firme y decidido… me mira, me invita…
¿Quién es Él? El Dios eterno que existe desde antes que el mundo fuera; antes que la tierra fuera una nebulosa, Él era; Es “El que es” (cf. Ex 3,14).
El Dios fuerte… por Él ha sido hecho cuanto ha sido hecho (cf. Jn 1,3); las montañas Él las elevó; los abismos Él los hundió… las estrellas lejanas Él las ha hecho girar y las mantiene…
El Dios santo… En Él no hay mancha alguna. Todo lo que es belleza física o moral arranca de Él, es un reflejo tenue de la belleza que es Él: Él es la belleza, como es Él la santidad…
El Dios amor. Los hornos son fríos frente al ardor de su amor. Es tal el amor que tiene a su Padre, que ese amor es una persona subsistente, el Espíritu Santo, Amor eterno e increado. ¿Qué amores humanos pueden compararse al de Él?… Si está en la tierra es por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que nos dio a su Hijo unigénito” (Jn 3,16).
Las cualidades humanas de este Jefe, ya que es realmente un hombre, ¿cómo serán?, ¿cómo podrán ser? Su inteligencia, penetrante, descubre todo lo oculto; rasga los velos de los corazones de los hombres, como del porvenir de los pueblos, y del mundo mismo. Todo le está presente: pasado, presente y porvenir… Jamás un pensamiento es demasiado elevado para Él, que vive en esa elevación sobrehumana. ¿Qué acontecimiento ocurre que Él no lo haya previsto?… La humanidad evoluciona, evoluciona… condiciones nuevas de vida que nos desequilibran, y parece que el mundo va a perecer ¿queremos una solución? Vamos al Evangelio, a las palabras de Jesús y allí está todo previsto…
¿Su corazón? Ama a Dios su Padre en el Espíritu Santo con un amparo substancial y ama a los niños pobres y desharrapados, ama a los leprosos, ama a los ciegos y a los paralíticos, y a Pedro, a Judas, a la Magdalena, a Zaqueo… ¿A quién no ama? ¡¡A mí!! Me ama… Me ama: ¡¡En esta fe y en esta confianza quiero vivir y quiero morir!! Ama hasta a los pajarillos, a los lirios, a los habitantes que debe haber quizás en otro mundos… pues este mundo es incapaz de contener su infinito amor… ¡Qué distinto del mío! Una gotita pequeñita y breve, que economizo para no agotar…
¿Su vida? Nació hace 30 años en una cruda noche de invierno… no en una casa, sino en un establo; tuvo que huir a Egipto, porque ya el odio se cernió sobre Él desde que nació. Proletario, obrero de carpintería, se ha ganado el pan con el sudor de su frente; sostén de su Madre. Bondadoso, solícito, pero lleno de reservas, de pudor, de fuerza contenida. Vive entre los hombres como uno de ellos, trabaja, duerme, se fatiga… Desde que abandonó su casa, no tiene ni siquiera una choza, vive en el monte; descansa su cabeza contra el tronco de un árbol, o bien pasa la noche en oración, o se hospeda donde encuentra un amigo bondadoso que le ofrece techo (cf. Mt 8,20).
¿Amigos? Sí los tiene… Son muy inferiores a Él, aun para los que saben su origen divino… Son pobres y rudos pescadores, algunos publicanos arrepentidos… pero Él los llama: ¡amigos! Y los quiere, los cuida, los defiende contra todos los que pretendan atacarlos. Comprende sus pequeñeces, se hace cargo de sus debilidades, pero siempre se esfuerza por levantarlos a una visión más divina de la vida.
Avanza, avanza… se acerca a mí, me mira. Ha llegado el momento decisivo de mi vida. Jesús quiere hablarme… tiene una palabra que decirme: lo presiento. ¡Oh momento! Si no la oigo, pasará… irá a otros pueblos, a otros hombres, a decir su mensaje. ¿Volverá? ¿Cuándo? Pero, ¿qué? ¡Es posible que dude yo en escucharlo! No, ¡me dirigiré hacia Él rogándole una palabra!
Jesús viene a mí… Jesús quiere hablarme. Caiga yo de rodillas. Señor, ¿que quieres que haga? Sí, Señor, habla que tu siervo escucha. ¿Qué quieres, Señor, de mí? ¡Tú de mí! Las dos voluntades se unen: la divina y la humana. La primera palabra y la última pertenecen a Dios… Todo se hace con su ayuda y cuando le place; pero la voluntad humana solicitada por Dios, tiene una palabra decisiva que decir… En efecto, salvo casos rarísimos, y sea cual sea la parte de atractivo, de llamamiento, de inspiración divina, Dios se digna pedir a su futuro apóstol su consentimiento libre, como lo pidió a su futura Madre, por medio del Arcángel Gabriel (cf. Lc 1,28-38). Es un gran honor para nuestra naturaleza. Porque depende de nosotros darle a Dios nuestro Señor lo que Él quiere pedirnos. Un “Sí”; un “hágase”, un “he aquí la Esclava del Señor” (cf. Lc 1,38), palabras a las cuales todo está ligado… Mi responsabilidad… mi grandeza… mi poder. ¡¡¡Mi sí o mi no!!!
IV. La invitación
Mi voluntad es conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto quien quiera venir conmigo ha de trabajar conmigo, para que siguiéndome en la pena me siga también en la gloria (cf. EE 93).
¿Tengo un alma entera? ¿Quiero una causa grande? ¿Me entusiasma la milicia, el apostolado, una causa desinteresada? Aquí la tengo: Conquistar todo el mundo, y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre…
Si hay algo desinteresado es esto. El mundo entero que perece, que agoniza asfixiado por ideas malsanas, ha de ser salvado… No se trata de una mina con explosión de grisú… se trata del mundo entero que agoniza y muere por falta de la verdad y de la vida. Más necesario que los generales, que los profesionales, que los artistas, son los apóstoles: ésos se necesitan ad meliunesse; éstos, ad simpliciteresse. ¡Salvar al mundo! Piénselo bien, el mundo que agoniza por el marxismo, el racismo, el individualismo, el epicureísmo… disfraces todos del egoísmo que tiende al yo con olvido de Dios… pero perece aquí y va a perecer después eternamente si no se remedia a su suerte. Y hay un médico que puede sanarlo: es Jesús. Hay una doctrina que puede devolverle la verdad: es el Evangelio. Hay una vida que puede fortalecerlo: es la de Jesús… Allí está la Fuente de aguas vivas, que brota hasta la vida eterna (cf. Jn 7,37-38). ¡Venid a beber!
Pero este trabajo quiere hacerlo no solo, sino con apóstoles que vayan con Él. Él va a mostrarnos en cortos tres años el modelo de su acción; nos va a dejar una lección vivida, de cómo vive y muere un apóstol; pero luego quiere en vez de sus pies mortales, usar los míos; en vez de su voz, usar la mía; va a perdonar a los pecadores, pero usando mis labios y mis manos… y si se los rehúso esa obra no se hará.
Y así entrar en la gloria. Entrada segura, cierta, infalible… Un breve pelear; un eterno triunfar. Él, yo, los que haya conquistado para Él. Decíamos que hay idealismo en el mundo moderno, sólo que falta mostrarle una causa digna en que pueda colocar su idealismo. ¿Habrá alguna causa más grande para dar la vida y la muerte que ésta: Conquistar todo el mundo para Cristo, y con Él y con ellos entrar en la gloria?
¿Conquistaremos en realidad todo el mundo? Trabajaremos por hacerlo; colocaremos nuestra vida en esa obra… según los planes de Dios, y la respuesta libre de cada alma, que pueda dar un sí o un no a la invitación divina. Y el resultado será muy superior a lo que merecen nuestras fuerzas. No sé lo que lograremos ver, pero lo que se obtendrá será muy por encima de todo lo que pudiéramos ver y soñar… No olvidemos que un alma, una sola, vale más que todo el mundo material. Por un alma bajó Cristo del cielo; por todos los mundos materiales, Jesús no ha derramado una gota de sangre.
Por tanto, quien quisiere venir conmigo… Ir con Cristo. Ya ha dicho su mensaje. Somos varios… somos ciento… Lo ha dicho con calma y con paz, y ahora, para dirigirlo ha tomado mis labios, mira por mis ojos, ora por mi alma. Lo ha dicho, y nos mira con una mirada, como esa mirada que tantas veces deslumbró a los apóstoles, y espera mi respuesta. ¿Quieres venir conmigo? Con Él. Con Cristo. ¿Podrá existir mejor guía, mejor jefe, mejor amigo?
Pero ¡no te engañes! Si vienes conmigo has de trabajar conmigo, sacrificarte, renunciar a gustos y pasatiempos… lo superfluo de una vida social, de lecturas inútiles y frívolas, has de formarte, estudiar aunque esto sea penoso; has de orar aunque estés seco y desolado; has de ir al pobre, al mendigo, al niño, aunque sean rudos y torpes; has de ir a los ricos, aunque te rechacen y murmuren de ti; has de pedir dinero, colaboración, sacrificios, la vida misma de todos ellos.
Para que siguiéndome en la pena, ya lo sabes: El que quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame… El grano de trigo, si no muere se queda solo; si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros, si a mí me han llamado Beelzebul ¿cómo os llamarán a vosotros? (cf. Mt 16,24; Jn 12,24; Mt 10,25). No haya ilusiones, en mi seguimiento hay penas… Soy Rey, pero reinaré desde la cruz, “cuando fuere exaltado de la tierra, todo lo atraeré a mí” (Jn 12,32). Muchos se desalientan de seguirme porque buscan un reino material, consuelos, triunfos, deleites, al menos espirituales… pero yo te lo digo: tendrás la paz del alma, pero has de estar dispuesto a vivir mi vida y morir mi muerte, la mía de Jesús, Salvador.
Me sigas en la gloria. El triunfo, sí ciertamente vendrá, y pronto; el triunfo eterno, ante el cual todos los dolores y sufrimientos padecidos aquí abajo serán como sombra… ¿Qué son cincuenta años ante la eternidad? Pero esos años de dolores los quiero en unión de los míos como un precio de rescate; a pesar de todo mi amor, no quiero ahorrarte a ti, ni a ninguno de los míos, esta configuración por un breve momento al dolor, para configurarlos por una eternidad a mi resurrección. Pero no hay comparación en todos los dolores que puedan tolerarse aquí abajo al peso eterno de la gloria. “¡No temas! ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 16,33).
V. La respuesta
Muchos somos los que hemos escuchado el llamamiento de Cristo… Los que se sentían cobardes, ya que quedaron fuera: desembarcaron antes de esta meditación… Pero quizás algunos han escuchado el sermón de Cristo atraídos por la belleza de su persona, la armonía del cristianismo, la estética de la doctrina, la salvación que esperan de Jesús… pero no creían que iba a dirigirles a ellos un llamamiento personal, a pedirles un sacrificio, y como el Joven Rico (Mt 19,22), al oír el sacrificio bajan la cabeza, dan media vuelta, y prefieren sumirse en la vulgaridad burguesa de su ideal terreno antes que emprender la empresa salvadora con Jesús. San Ignacio los llama a estos: los que no tienen sentido ni razón. Porque, ¿qué sentido y razón puede tener el que, comprendiendo quién es Cristo, quién es Él, el fin de su vida, la grandeza del ideal, por temor al sacrificio propuesto por un Dios que promete el triunfo, dé vuelta las espaldas y acepte mejor los bienes que no son bienes?
La segunda categoría de hombres han escuchado y con gran entereza han respondido a Cristo “ofreciendo todas sus personas al trabajo…” (EE 97). En verdad es justo y necesario, nuestro deber y salvación… Sí, ¡qué puede haber de más digno, justo, saludable y equitativo que aceptar tan hermoso y noble plan.
Ofrecen sus personas: “Todo su querer y libertad para que su divina Majestad, así de su persona como de cuanto tiene, se sirva, conforme a su santísima voluntad” (EE 5). Aceptan la invitación a la santidad, porque a esto se reduce en primer término el llamamiento de Cristo: para la conquista de las almas hay que ser otro Cristo, Cristo divinizado por la gracia santificante, Cristo obrando, como Jesús, en pobreza, humillación y dolor, que son las características más claras de la vida del Maestro. Aceptar este ideal es dejar toda ilusión de una vida entregada a la sensualidad y al amor propio, carnal y mundano, y aun al amor espiritual que consista en regalos y consuelos.
A este ideal ofrecemos, no un acto aislado, no una hora al día, o treinta horas a la semana, sino que nos ofrecemos, la persona entera como quien toma estado, pasamos a ser enteros, totalmente de Cristo y para Cristo, como los apóstoles que, dejadas todas las cosas, seguían a Jesús donde quiera que iba. Conviene que el alma que hace esta donación general de sí misma se dé cuenta que se entrega entera y que es recibida por Cristo en el número de sus discípulos y de sus amigos más queridos.
Pero hay una tercera categoría de hombres. “Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su Rey eternal y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo sino que aún haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano harán oblaciones de mayor estima y momento…” (EE 97).
¿Quiénes son éstos? Como los segundos, ofrecen todas sus personas al trabajo, pero además quieren afectarse, animarse, decidirse a ser de los más leales, de los más fieles, de la avanzada del ejército de Cristo su Rey. Esta voluntad es hija de aquel enamoramiento de Cristo clavado en cruz y muerto por mis pecados, que me hacia clamar repetidas veces: ¿Qué puedo hacer por Cristo? (cf. EE 53, cf. 197).
Su respuesta es la de San Pablo: “Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias” (Gál 5,24). Para más imitar a Jesús se ofrecen para imitarlo en toda injuria, todo vituperio, toda pobreza, así actual como espiritual. La historia de los Ejercicios está llena de estas oblaciones. San Ignacio anotaba cuánto de más difícil encontraba en la vida de los santos para realizarlo.
VI. Coloquio y ofrenda al Rey
El ofrecimiento toma la forma de oración, de concepto lleno, de expresión simple pero ardiente. Me coloco delante de la infinita bondad del Señor Eterno de todas las cosas, delante de la Virgen Santísima y de todos los Santos y Santas de la Corte del cielo. Palabras conscientes: quiero, deseo, elijo, es mi determinación deliberada: las mismas palabras del ofrecimiento del Servicio de Cristo Rey.
Me ofrezco no a actos particulares, sino “a una vida o estado” de imitación de Jesucristo en las virtudes más sólidas y perfectas, primeramente en pobreza actual y espiritual, y luego en la humillación de injurias y vituperios; y en el dolor… siempre condicionado todo al querer y voluntad divinas.
Esta imitación es más dulce y más fuerte que el simple esfuerzo contra mí mismo, porque nace de un amor sobrenatural a mi Redentor, a quien me siento ligado con los vínculos más fuertes que puede experimentar mi alma. Ahora veo claro, Señor, los principales objetos de mis afectos desordenados: el honor, la riqueza, la comodidad… Veo claro el camino de mi santidad: Seguir a Jesucristo, trabajar y luchar con Él y por Él. Veo claro que la respuesta a esta pregunta, que tantas veces me he hecho en Ejercicios: ¿qué puedo hacer por Cristo?, no es otra que ofrecer toda mi persona al trabajo y luchar contra mi sensualidad y contra mi amor carnal y mundano, llevado del amor a Cristo y del deseo de imitarlo (cf. EE 97).
Veo claro que mi proposición el día del Principio y Fundamento: Solamente queriendo y eligiendo lo que más… se convierte en ser de los que más quieran afectarse en todo servicio de mi Rey Eterno y Señor universal… Señor y Padre ¡que sea así! ¡Que viva y muera en esta fe, y en este amor!
Padre nuestro.
Coloquio del Padre Longhaye:
“Eterno Señor de todas las cosas, que tenéis sobre mí todos los derechos, yo hago mi oblación, mejor dicho, la vuelvo a hacer y la renuevo, decidido a cumplirla con vuestro favor y ayuda; y la hago delante de vuestra infinita bondad, recordando y confesando que si me pedís que luche y trabaje y que sufra, es más para utilidad mía que para vuestro interés; es por pura bondad vuestra y sincero amor que me tenéis… y al hacer [la oblación] protesto que lo hago no por entusiasmo pasajero del corazón, sino porque yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada, aunque mi sensibilidad airada se revele de imitaros dondequiera que vayáis, sin poner de mi parte cortapisa ni condiciones. Y pues os veo sufriendo desnudez y pobreza, dolores y oprobios, con ellos me abrazaré para unirme a Vos, y mi anhelo será imitaros en pasar toda injuria y todo vituperio y toda pobreza. Y no os pido imitaros únicamente llevando con paciencia a vuestro ejemplo las privaciones, sufrimientos y humillaciones que pudieran sobrevenirme, pues que esto sería prudencia razonable y no ofrecimiento generoso, sino que os suplico que me la enviéis y os pido formal y positivamente una parte, mi parte, de vuestro cáliz. Y os lo pido no para un porvenir lejano y vago, para circunstancias excepcionales e imaginarias, sino para hoy, para mañana, para todos los días de mi vida real y normal. Os suplico no me queráis elegir y recibir en estado de pobreza, pues ya tuvisteis la bondad de hacerlo, sino que me queráis hacer sentir, aún a mi pesar, algunos efectos de esta pobreza que por voto os tengo ofrecida. Anhelo encontrar, como Vos, en mi camino injurias (con tal que las pueda pasar sin pecado de nadie), desprecios, críticas y todo vituperio. Sí, Jesús mío, que mis superiores me avisen y reprendan; que mis hermanos me critiquen, siempre que sea con caridad y sin falta de ellos; que la opinión me discuta y me censure, sea en la Compañía, sea fuera. Aún cuando de ello no tuviera necesidad para bien de mi alma, yo lo deseo, oh Rey mío; lo deseo y lo pido para parecerme a Vos y estar con Vos. Y cuando todo esto venga, si mi naturaleza se subleva, yo lo desmiento y condeno desde ahora, y en tal caso recordadme, Jesús mío, que yo mismo os lo pedí y supliqué. Y si alguna vez se me ocurre pensar que se me trata peor que a otros y menos bien de lo que mis méritos piden, recordadme, oh buen Jesús, cómo se os trata a Vos; y otorgadme que jamás quiera parecerme a otro que a Vos. Amén. Amén. Amén”.
(San Alberto Hurtado, Un disparo a la eternidad, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2004, p. 221 – 233)
Benedicto XVI
Solemnidad de Cristo Rey
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, último domingo del año litúrgico, se celebra la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.
Desde el anuncio de su nacimiento, el Hijo unigénito del Padre, nacido de la Virgen María, es definido “rey”, en el sentido mesiánico, es decir, heredero del trono de David, según las promesas de los profetas, para un reino que no tendrá fin (cf. Lc 1, 32-33). La realeza de Cristo permaneció del todo escondida, hasta sus treinta años, transcurridos en una existencia ordinaria en Nazaret.
Después, durante su vida pública, Jesús inauguró el nuevo reino, que “no es de este mundo” (Jn 18, 36), y al final lo realizó plenamente con su muerte y resurrección. Apareciendo resucitado a los Apóstoles, les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18): este poder brota del amor, que Dios manifestó plenamente en el sacrificio de su Hijo. El reino de Cristo es don ofrecido a los hombres de todos los tiempos, para que el que crea en el Verbo encarnado “no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Por eso, precisamente en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, él proclama: “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22, 13).
“Cristo, alfa y omega”, así se titula el párrafo que concluye la primera parte de la constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II, promulgada hace 40 años. En aquella hermosa página, que retoma algunas palabras del siervo de Dios (beato) Pablo VI, leemos: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones”. Y prosigue así: “Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: “Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1, 10)” (n. 45). A la luz de la centralidad de Cristo, la Gaudium et spes interpreta la condición del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como los ámbitos de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional. Esta es la misión de la Iglesia ayer, hoy y siempre: anunciar y testimoniar a Cristo, para que el hombre, todo hombre, pueda realizar plenamente su vocación.
La Virgen María, a quien Dios asoció de modo singular a la realeza de su Hijo, nos obtenga acogerlo como Señor de nuestra vida, para cooperar fielmente en el acontecimiento de su reino de amor, de justicia y de paz.
Ángelus del Papa Benedicto XVI el domingo 20 de noviembre de 2005
San Juan Pablo II
Solemnidad de Cristo Rey
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Se celebra hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Esta fiesta está situada oportunamente en el último domingo del Año litúrgico, para poner de relieve que Jesucristo es el Señor del tiempo y que en él se cumple a la perfección todo el designio de la creación y de la redención.
En la conciencia del pueblo de Israel, la figura del Rey Mesías toma forma a través de la antigua Alianza. Es Dios mismo quien, especialmente mediante los profetas, revela a los israelitas su voluntad de reunirlos como hace un pastor con su grey, para que vivan libres y en paz en la tierra prometida. Con este fin, enviará a su Ungido, “Cristo” en lengua griega, para rescatar al pueblo del pecado e introducirlo en el Reino.
Jesús Nazareno cumple esta misión en el misterio pascual. No viene a reinar como los reyes de este mundo, sino a establecer, por decirlo así, la fuerza divina del Amor en el corazón del hombre, de la historia y del cosmos.
2. El concilio Vaticano II proclamó con fuerza y claridad al mundo contemporáneo el señorío de Cristo, y su mensaje fue recogido en el gran jubileo del año 2000. También la humanidad del tercer milenio necesita descubrir que Cristo es su Salvador. Este es el anuncio que los cristianos deben transmitir con renovada valentía al mundo de hoy.
A este respecto, el concilio Vaticano II recordó la responsabilidad especial de los fieles laicos (cf. Apostolicamactuositatem). En virtud del bautismo y de la confirmación, participan en la misión profética de Cristo. Por consiguiente, están llamados a “buscar el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios” y también a llevar a cabo “en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde (…) con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres” (Novo millennioineunte, 46).
3. Entre todas las criaturas angélicas y terrenas, Dios eligió a la Virgen María para asociarla de modo singularísimo a la realeza de su Hijo hecho hombre. Es lo que contemplamos en el último misterio glorioso del santo Rosario.
Que María nos enseñe a testimoniar con valentía el reino de Dios y a acoger a Cristo como rey de nuestra existencia y de todo el universo.
Ángelus de san Juan Pablo II el domingo 24 de noviembre de 2002
Benedicto XVI
Solemnidad de Cristo Rey
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas.
El título de “rey”, referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión “rey de Israel” y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío.
En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.” (Mt 28, 18).
Pero, ¿en qué consiste el “poder” de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad.
Cristo vino “para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su “bandera”, según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.
Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 22 de noviembre de 2009
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Mt 25, 31-46
Cristo es rey. Es rey por derecho natural porque es Hijo de Dios y por El han sido creadas todas las cosas1 pero además es rey por derecho de conquista ya que recreó todas las cosas por su misterio pascual y Dios ha sometido a Él todas las cosas2.
Él se hizo hombre para traer su Reino a los hombres y para que los hombres entren en su Reino. Su Reino es el Reino del amor y sólo entran en él los que aman. Cristo ha venido a traernos a Dios y “Dios es amor”3, por eso el Reino de Cristo es amor, pues Él es Dios con nosotros y su reino es esencialmente lo que Él es por naturaleza. Su Reino, que no es de este mundo lo ha querido trasladar a este mundo. Lo ha manifestado por su vida, en especial, por su misericordia para con los hombres y en la entrega de sí mismo para la salvación de los pecados.
Nos ha dado un mandamiento nuevo que es el compendio de todos los mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, o más simplificado, amar al prójimo por amor a Dios o amar a Dios en el prójimo, “os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros”4.
Cristo ha establecido su Reino de amor en la tierra y quiere que los hombres entren en su Reino. No son distintos el Reino de Cristo y el Reino del Padre. El Reino de Cristo es una prolongación del Reino de Dios y camina a la perfección para ser uno con él.
Cristo por su obediencia de amor ha vencido la rebeldía del pecado y por su amor a Dios hasta la entrega total ha vencido al diablo que personifica el odio a Dios. Cristo venció la muerte en sí mismo por amor al Padre porque el amor es más fuerte que la muerte5 y finalmente la vencerá en nosotros resucitándonos de entre los muertos para que Cristo reine sobre todas las cosas y entregue todas las cosas transfiguradas por el amor a Dios y así Dios sea “todo en todo”6, para que el amor sea la vida de la Jerusalén celeste.
Reino de Cristo fundado en la caridad y no en la filantropía. Reino que es gracia y no obra de hombres.
Cuando Cristo venga al final de los tiempos juzgará a los hombres en el amor. Las obras de misericordia hechas por amor a Cristo serán las determinantes del lugar definitivo de los hombres. Los que amaron a Cristo en el prójimo entrarán para siempre en el Reino y los que no amaron a Cristo en el prójimo quedarán excluidos eternamente de su Reino.
Al ser las obras por caridad, es decir, por Cristo, mirando a Cristo en el prójimo queda incluido en prójimo todo el necesitado de misericordia, pequeños, marginados, antipáticos, repugnantes, presos, enfermos, peregrinos o de otras naciones, etc.
No sólo los que nos pueden devolver el favor sino también los que no nos lo pueden devolver. Cristo mora en cualquier hombre, Cristo se ha hecho hombre para salvar a todos los hombres, en la humanidad asumida por Cristo están incluidos, en cierta manera, todos los hombres.
El amor a Dios, la caridad, se manifiesta en el amor al prójimo hecho por amor a Cristo. San Pablo dice que la perfección de la ley es el amor al prójimo7 y San Juan que miente quien dice amar a Dios si no ama al prójimo porque amando al prójimo manifestamos el amor a Dios8.
¿Qué hace el rey con los que no lo quieren? Los tolera. Pero si tienen que comparecer ante él por el delito de desobediencia formal son castigados. Si se niegan a reconocer su autoridad y lo odian son retirados de su presencia.
Los que no quieren a Cristo por rey se excluyen ellos mismos de su Reino y fuera del Reino del amor sólo existe el odio, eso es el infierno.
1 Cf. Jn 1, 3
2 Cf. 1 Co 15, 27
3 1 Jn 4, 8
4Jn 13, 34
5 Cf. Ct 8, 6
6 1 Co 15, 28
7 Ga 5, 14
8 1 Jn 4, 20
San Agustín
LOS JUDIOS NO LO QUISIERON POR REY (51, 15)1
15. En aquel tiempo, pues, tuvo lugar la transmigración a Babilonia a través de Jeconías, a quien le fue permitido reinar sobre el pueblo de los judíos, constituyéndose así en imagen de Cristo, a quien tampoco quisieron los judíos por rey suyo. Israel pasó a la gentilidad, es decir, los predicadores del Evangelio pasaron a los pueblos gentiles. ¿Por qué, pues, te admiras de que Jeconías sea contado dos veces? Si él era figura de Cristo en su paso de los judíos a la gentilidad, pon tú atención a lo que Cristo es entre gentiles y judíos. ¿No es acaso él la piedra angular? Considera que el ángulo es a la vez el final de una pared y el comienzo de otra. Una pared la mides hasta la piedra angular, y a partir de ella mides la otra. La piedra que une ambas paredes es contada dos veces. Jeconías, pues, siendo imagen o figura del Señor, le representaba en cuanto piedra angular. Del mismo modo que a Jeconías no se le permitió reinar sobre los judíos y acto seguido tuvo lugar la transmigración a Babilonia, así también Cristo, la piedra que rechazaron los constructores fue constituida cabeza de ángulo, para que el Evangelio pasara a la gentilidad. No vaciles, pues, en contar dos veces la cabeza del ángulo, y te saldrá exactamente el número escrito; es decir, de esta forma hay tres grupos de catorce cada uno, y, sin embargo, sumadas todas, no resultan cuarenta y dos generaciones, sino cuarenta y una. Pues como en una serie de piedras colocadas en línea recta se cuentan todas una a una, del mismo modo, cuando se tuerce la serie en manera que forme ángulo, la piedra que lo forma se cuenta oportunamente dos veces porque pertenece tanto a la serie que en ella encuentra su fin como a la que de ella toma inicio. Lo mismo acontece en la serie de generaciones: mientras se circunscribe al pueblo aquél, se mantienen con el número de catorce, sin hacer ángulo; pero cuando la serie se tuerce para la transmigración a Babilonia, puede decirse que con Jeconías se forma el ángulo, de modo que resulta conveniente contarle dos veces como figura de aquella otra piedra angular digna de veneración, Cristo.
LOS MAGOS LO RECONOCIERON EN EL REY DE LOS JUDÍOS AL REY DE LOS SIGLOS (201, 1)
1. Hace pocos días hemos celebrado el nacimiento del Señor; hoy, en cambio, celebramos, con solemnidad no menos merecida, su primera manifestación a los gentiles. En aquel día lo vieron recién nacido los pastores judíos; hoy lo adoraron los magos llegados de oriente. En efecto, había nacido aquella piedra angular en que encontraban la paz la pared de la circuncisión y la del prepucio, cuya diversidad de origen no era precisamente pequeña; había nacido para que se uniesen en él, que se convirtió en nuestra paz e hizo de los dos pueblos uno solo. Esto fue simbolizado en las personas de los pastores de Israel y en las de los magos de oriente. Entonces comenzó lo que iba a crecer y fructificar en el mundo entero. Nosotros, por tanto, consideremos estos dos días, el del nacimiento y el de la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, como fechas agradabilísimas y llenas de alegría espiritual. Los judíos fueron conducidos a él por el anuncio del ángel; los magos, por la indicación de una estrella. Estrella esta que confunde los vanos cálculos y las adivinanzas de los astrólogos, puesto que mostró a los adoradores de los astros que quien debía ser adorado era el creador del cielo y de la tierra. En efecto, quien al morir oscureció el sol antiguo, él mismo al nacer manifestó la nueva estrella. Aquella luz dio comienzo a la fe de los gentiles, aquellas tinieblas fueron una acusación contra la perfidia de los judíos. ¿Qué estrella era aquella que jamás había aparecido antes entre los astros ni permaneció después para que pudiéramos verla? ¿Qué otra cosa era sino la extraordinaria lengua del cielo aparecida para narrar la gloría de Dios y proclamar con su inusitado fulgor el inusitado parto de una virgen, a la que había de suceder, una vez desaparecida ella, el Evangelio por todo el orbe de la tierra? Finalmente, ¿qué dijeron los magos al llegar? ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? ¿Qué significa esto? ¿Acaso no habían nacido antes numerosos reyes de los judíos? ¿Por qué tanto empeño en conocer y adorar al rey de un pueblo extraño? Hemos visto, dijeron, su estrella en el oriente, y hemos venido a adorarlo. ¿Acaso le buscarían con tanta devoción, le desearían con afecto tan piadoso, si no hubiesen reconocido en el rey de los judíos al que es también rey de los siglos?
LOS GENTILES RECONOCÍAN EN EL AL REY DE LOS JUDÍOS (201, 2)
2. De aquí que también Pilato fue inspirado por un aura de verdad cuando en la pasión mandó escribir el título Rey de los judíos; título que los judíos, mentirosos, quisieron corregir, y a quienes él respondió: Lo que he escrito, he escrito, pues encontramos en el salmo: No cambies la inscripción del título. Consideremos este misterio grande y maravilloso. Tanto los magos como Pilato eran gentiles; los primeros vieron la estrella en el cielo, el segundo escribió el título en el madero, pero todos buscaban o reconocían no al rey de los gentiles, sino al de los judíos. Los judíos, en cambio, ni vieron la estrella ni se mostraron de acuerdo con el título. Ya estaba allí simbolizado lo que posteriormente dijo el Señor: Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán en el reino de los cielos a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob; en cambio, los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores. En efecto, los magos habían venido de oriente, y Pilato de occidente; de aquí que aquéllos le den testimonio como rey de los judíos cuando nace (oriente) y éste cuando muere (occidente) para sentarse en el reino de los cielos a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, de quienes traían su origen los judíos. No procedían de éstos por la carne, pero habían sido injertados en ellos por la fe, anticipando ya el acebuche que había de ser injertado en el olivo del que habla el Apóstol. Esta es, pues, la razón por la que los mismos gentiles no buscaban ni reconocían en él al rey de los gentiles, sino al de los judíos: porque era el acebuche que venía al olivo, no el olivo al acebuche. Con todo, las ramas que habían de ser podadas, es decir, los judíos incrédulos, al mismo tiempo que respondían que en Belén de Judá a los magos que preguntaban dónde había de nacer Cristo, obstinadamente se mostraban crueles ante Pilato, que les reprochaba el que quisieran crucificar a su rey. De esta forma, los magos lo adoraron habiéndoles mostrado los judíos el lugar del nacimiento de Cristo: es en la Escritura, dada a los judíos, donde reconocemos a Cristo. Pilato, gentil, se lavó las manos cuando los judíos le pidieron la muerte de Cristo: la sangre que los judíos derramaron es la que lava nuestros pecados. Del testimonio que dio Pilato, mediante el título en el que escribió que Cristo era el rey de los judíos hay otra ocasión para hablar: el tiempo de la pasión.
REINA SOBRE LOS GENTILES PERO SÓLO ES REY DE LOS JUDÍOS (218, 7)
7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que él decía serlo. De esta forma, Pilato simbolizaba al acebuche que iba a ser injertado en aquellas ramas quebradas; siendo gentil, mandó escribir la profesión de fe de los gentiles, de quienes con razón dijo el mismo Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene al acebuche, no el acebuche a la raíz. Y no obstante aquellas ramas desgajadas por la infidelidad, Dios no repudió a su pueblo, al que conoció de antemano. También yo soy israelita, dice el Apóstol. Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey sean expulsados a las tinieblas exteriores, vendrán, no obstante, muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que lograra cambiarlo la sugerencia de los que no lo creían. Mucho tiempo antes se le había ordenado en los salmos: No cambies la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que puede cambiar el ser del acebuche injertado en ella, mientras que el acebuche, en cambio, no puede cambiar ni el nombre del olivo.
JESÚS REY DE LOS JUDÍOS (374, 1)
1. La celebración anual de esta fecha exige de mí el sermón correspondiente debido a vuestros oídos y a vuestros corazones. Hoy, el Salvador condujo a sí a los magos, originarios de un pueblo tan lejano. Vinieron para adorar a un niño aún sin habla, la Palabra de Dios. ¿Por qué vinieron? Porque vieron una estrella nueva. ¿Y cómo reconocieron que era la estrella de Cristo? Ellos, en efecto, pudieron ver la estrella; mas ¿acaso pudo ella hablarles y decirles: «Soy la estrella de Cristo»? Sin duda, les fue revelado de otra forma mediante alguna revelación. Lo cierto es que, de forma desacostumbrada, había nacido un rey que iba a ser adorado también por gente extraña. ¿Por ventura no habían nacido con anterioridad reyes en Judea o en los distintos pueblos de la tierra entera? ¿Por qué ha de ser adorado éste, y adorado por gente extraña, sin atemorizar con ningún ejército, antes bien presentándose en la pobreza de la carne, ocultando la majestad de su poder? Cuando nació, lo adoraron los pastores israelitas, avisados por los ángeles. Pero los magos no pertenecían al pueblo de Israel; adoraban los dioses de los gentiles, es decir, a los demonios, cuyo falaz poder los tenía engañados. Vieron, pues, cierta estrella desconocida y se llenaron de admiración; sin duda, preguntaron de quién era señal aquello que estaban viendo, tan nuevo e insólito. Y oyeron la respuesta, ciertamente de los ángeles, mediante algún aviso revelador. Preguntarás acaso: «¿De qué ángeles, de los buenos o de los malos?» Efectivamente, que Cristo es Hijo de Dios lo confesaron hasta los ángeles malos, es decir, los demonios. Mas ¿por qué no oírlo también de boca de los ángeles buenos, si al adorar a Cristo lo hacían buscando su salvación y no dominados por la maldad? Pudieron decirles los ángeles: «La estrella que visteis es la estrella de Cristo; id y adoradle donde nació, y al mismo tiempo indicad quién y cuán grande es el nacido». Ellos, oídas estas palabras, vinieron y lo adoraron. Le ofrecieron oro, incienso y mirra, según su costumbre; es decir, lo mismo que acostumbraban ofrecer a sus dioses.
1Hemos utilizado algunos sermones de San Agustín para ilustrar la fiesta de Cristo Rey porque no tiene un sermón específico para esta fiesta.
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY UNIVERSAL
Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario
26 de noviembre 2023 – Ciclo A
Entrada: En esta Santa Misa celebramos a Cristo Rey del Universo. En El confluyen todos los misterios de nuestra Salvación. Participemos agradecidos de recibir en la Eucaristía a este Rey de amor.
Liturgia de la Palabra
1ª Lectura: Ez 34, 11-12. 15-17
Con solicitud de Pastor busca el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado.
Salmo Responsorial: 22
2ª Lectura: 1 Co 15, 20-26. 28
Nuestro Señor, Rey de todo el universo, se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, y así Dios será todo en todos.
Evangelio: Mt 25, 31-46
En el día del Juicio universal Cristo Rey nos juzgará según el amor con que hayamos amado a nuestro prójimo.
Preces: Cristo Rey
Unámonos en la oración común a nuestro Padre que ha puesto a su derecha a Jesucristo, Rey de reyes.
A cada intención respondemos cantando:
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Por la Iglesia católica extendida en todo el orbe, para que proclame fiel y gozosa su pertenencia a tan sublime Rey, y lo sepa manifestar con una vida digna y coherente según el Evangelio. Oremos.
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Por la conversión de todos los hombres que no conocen a Dios, y anhelan encontrarlo como respuesta a la intima búsqueda de su corazón. Oremos.
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Para que en todos los corazones y pueblos reine Cristo, solo y siempre Cristo y así se establezca la paz y la unidad entre los hombres. Oremos.
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Por todos los que se encomiendan a nuestras oraciones, para que se vean consolados por nuestra solicitud cristiana y así se acerquen más a Dios y sus sacramentos. Oremos.
Padre de Cielo, que nos libraste del poder de las tinieblas; danos lo que necesitamos para encaminarnos hacia Jesucristo, por quien y para quien es toda la creación Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
Nos ofrecemos con Cristo que desde el ara de la Cruz atrae a todos los hombres hacia sí para hacer de ellos nuevas creaturas… Y presentamos:
* incienso y con él nuestra alabanza a Aquel a quien bendicen todas las naciones.
* Pan y vino, que serán el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Rey que pacificó todas las cosas por su Cruz.
Comunión: Jesús buen pastor, guíame interiormente por esta Santa Comunión al encuentro contigo y así repose confiado sobre tu Amoroso Corazón.
Salida: María Reina de nuestra de nuestras almas, a ti con alegría te cantamos porque eres la omnipotencia suplicante que intercede siempre por estos hijos tuyos.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)