PRIMERA LECTURA
Bernabé les contó en qué forma Saulo
había visto al Señor en el camino
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31
En aquellos días:
Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor.
Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.
La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Salmo 21,26b-27.28.30.31-32
R. Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.
O bien:
Aleluia.
Cumpliré mis votos delante de los fieles:
los pobres comerán hasta saciarse
y los que buscan al Señor lo alabarán.
¡Que sus corazones vivan para siempre! R.
Todos los confines de la tierra
se acordarán y volverán al Señor;
todas las familias de los pueblos
se postrarán en su presencia. R.
Todos los que duermen en el sepulcro
se postrarán en su presencia;
todos los que bajaron a la tierra
doblarán la rodilla ante Él. R.
Mi alma vivirá para el Señor,
y mis descendientes lo servirán.
Hablarán del Señor a la generación futura,
anunciarán su justicia a los que nacerán después,
porque esta es la obra del Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Su mandamiento es éste:
que creamos y nos amemos
Lectura de la primera carta de san Juan 3, 18-24
Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.
Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 15, 4a.5b
Aleluia.
Permanezcan en mí,
como Yo permanezco en ustedes.
El que permanece en mí, da mucho fruto.
Aleluia.
EVANGELIO
El que permanece en mi, y Yo en él, da mucho fruto
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-8
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que Yo les anuncié. Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid,
tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y Yo en él,
da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Palabra del Señor.
Sobre la Primera lectura: (Hechos 9, 26-31)
La conversión de Pablo es el hecho más trascendental de la Iglesia naciente:
– El ‘Resucitado’ se aparece al más encarnizado perseguidor de la Iglesia; y no sólo le convierte, sino que le trueca en el más valiente Testigo de la Resurrección, en el Predicador más esforzado que jamás ha tenido la Iglesia. El que encabezará sus cartas: ‘Pablo, siervo de Jesús, llamado al apostolado, escogido para predicar el Evangelio’ (Rom 1,1). El que ya solo tiene una idea y un amor: ‘Me propuse no saber otra cosa sino a Jesucristo, y Este crucificado’ (1 Cor 2, 2).
– San Lucas en este pasaje de los Hechos nos da en dos rasgos el tema y el estilo de la predicación de San Pablo: el tema es el ‘Nombre’, es decir, Jesucristo; el estilo queda expresado en los dos adverbios: públicamente y osadamente. Jamás conoció Pablo ni los silencios cobardes, ni las adaptaciones, ni mucho menos las adulteraciones de la Palabra de Cristo: ‘No somos como tantos que trafican con la Palabra de Dios; sino que predicamos con noble sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, en Cristo… Teniendo, pues, una tan grande confianza, procedemos con plena libertad’ (2 Cor 2, 17; 3, 12).
– La predicación de Pablo provocó siempre recelos entre los judíos y entre los helenistas (judíos nacidos fuera de Palestina). Los judíos convertidos al cristianismo seguían estimando en mucho la Ley Mosaica y las tradiciones de los mayores. Pablo, elegido para llevar el Evangelio a los gentiles, bien que había sido fariseo ferviente amador de la Ley, sabe que acabó la Era de la Ley, con su culto, su Templo, su sacerdocio; y que sólo nos salva Cristo. Esta doctrina la expuso con toda gallardía, antes que todos, Esteban. Pablo, a la luz de Damasco, ha comprendido como nadie el mensaje del mártir Esteban y ha cogido su bandera. Esto le va a ganar el odio a muerte de los judíos y helenistas no convertidos (v 29), que le consideraban traidor a Moisés; y el odio más disimulado, pero no menos doloroso, de muchos judíos convertidos (‘falsos hermanos’ los llama él) que no le perdonan su desdén por la Ley Mosaica y las tradiciones patrias.
Sobre la Segunda lectura (3, 18-24)
Una vez más, en este breve pasaje San Juan parafrasea su tema: son equivalentes: ‘Amar’ = ‘Andar en verdad’ = Cumplir la voluntad de Dios. En Juan la moral nace de la teología y de ella se nutre: Y abarca al hombre todo en sus zonas: intelectiva, afectiva y operativa.
– El amor debe ser auténtico. Lo es el de obra y en verdad. No lo es el de sólo palabra o lengua.
– Si tenemos esta caridad auténtica somos del bando de la verdad, con derecho a gozar de los frutos de la verdadera caridad, que son: Paz interior (v 19). Seguridad de contar con el magnánimo perdón de Dios cuando la conciencia nos acusa, y con su infinita bondad cuando la conciencia no nos acusa (v 20. 21). Confianza de ser atendidos en todas nuestras peticiones (v 22). La oración es de eficacia infalible si sale de un corazón caritativo.
– El cumplimiento de los mandamientos (=amar = andar en verdad) lo resume San Juan en estos dos: Fe en Jesús-Mesías-Hijo de Dios y amor para con todos los hermanos, hijos de Dios.
Sobre el Evangelio (Juan 15, 1-8)
La alegoría de la Vid es riquísima en valores Teológicos. Cristológicos y Eclesiales; Vid ‘Verdadera’ se contrapone a Vid imperfecta o (‘umbrátil’) cual era el Antiguo Testamento:
– En el frontón del atrio del Templo de Jerusalén se esculpió una vid de oro. Simbolizaba a Israel. Los Profetas reprochan a Israel ser la Vid que siempre defrauda a Dios (Is 5,7; Jr 2,11). No da fruto. Sólo da agraces. Por eso Jesús, que personaliza al Israel de Dios, puede decir: ‘Yo soy la Vid verdadera’: La Vid en la que se complacerá el Padre. La Vid que nos vivificará a todos.
– En esta parábola de la Vid queda muy acentuado el sentido eclesial y comunitario: La Vid verdadera es Cristo, que comunica la savia y fecundidad a los sarmientos; es decir, a nosotros, que estamos vinculados a Él por medio de la Iglesia y nada sin Él podemos (L. G. 6). Por tanto, la Vid de Dios, la Vid verdadera es única: La forma Cristo y nosotros, Cepa y sarmientos. Es decir, sólo somos Vid de Dios si vivimos en Cristo. Vivimos en Cristo si vivimos en la Iglesia, que es la presencia de Cristo ausente. El sarmiento desgajado de la Vid (de Cristo o de su Iglesia) queda sin savia: se seca, es echado al fuego La unión vital a la Vid se realiza mediante la fe (vv 1. 2).
– Los frutos de esta unión vital a la Vid son:
Pureza de vida (v 3). Segura eficacia de la oración (v 7: Ya no oramos nosotros: Oramos ‘en’ Cristo. Progreso en la santidad personal y en la santidad comunitaria (v 8). Una vez más notemos como en el estilo de San Juan: ‘Permanecer en Cristo’ (4), ‘En su Palabra’ (7),’En su amor’ (9),’En sus mandamientos’ (10), son una misma cosa. Todo, pues, vida, gracia, caridad, vigor, fecundidad, gozo, santidad, está condicionado a la unión a Cristo. Muy bellamente dice San Buenaventura: ‘Cristo es Vid nacido de Vid, Dios engendrado de Dios. Mas para que diera mayores frutos fue trasplantado a la tierra, concebido en el seno de la Virgen’. Injertados nosotros en esta Vid, que nace de María Virgen, tenemos vida divina y damos fruto abundante (v 5). Pero desunirse de la Vid es ir a la muerte: ‘Sin Mí nada podéis hacer’: ‘¡Oh Dios, de quien nos viene la redención y el don de la adopción, mira benigno a los hijos de tu amor a fin de que por la fe en Cristo les sea otorgada la verdadera libertad y la eterna heredad!’ (Collecta).
– ‘Vivir en Cristo’, ‘Fructificar en Cristo’, Glorificar a Cristo se implican y complementan. Para una vida cristiana auténtica débense integrar y llevar a perfección todas estas fórmulas.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
San Juan Pablo Magno
Sarmientos todos de la única vid
El misterio de la Iglesia-Comunión
18. Oigamos de nuevo las palabras de Jesús: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (…). Permaneced en mí, y yo en vosotros’ (Jn 15, 1-4).
Con estas sencillas palabras nos es revelada la misteriosa comunión que vincula en unidad al Señor con los discípulos, a Cristo con los bautizados; una comunión viva y vivificante, por la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos unidos a la vid.
La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu santo: los cristianos se unen al Padre al unirse en el vínculo amoroso del Espíritu.
Jesús continúa: ‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos’ (Jn 1, 5). La comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participación en la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por ella Jesús pide: ‘Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’ (Jn 17, 21).
Esta comunión es el mismo misterio de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio Vaticano II, con la célebre expresión de San Cipriano: ‘La Iglesia universal se presenta como ‘un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Al inicio de la celebración eucarística, cuando el sacerdote nos acoge con el saludo del apóstol Pablo: ‘La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros’ (2 Co 13, 13), se nos recuerda habitualmente este misterio de la Iglesia-Comunión.
Después de haber delineado la ‘figura’ de los fieles laicos en el marco de la dignidad que les es propia, debemos reflexionar ahora sobre su misión y responsabilidad en la Iglesia y en el mundo. Sin embargo, sólo podremos comprenderlas adecuadamente si nos situamos en el contexto vivo de la Iglesia-Comunión.
El Concilio y la eclesiología de comunión
- Es ésta la idea central que, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a proponer de sí misma. Nos lo ha recordado el Sínodo extraordinario de 1985, celebrado a los veinte años del evento conciliar. ‘La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio. La koinonia-comunión, fundada, en la Sagrada Escritura, ha sido muy apreciada en la Iglesia antigua, y en las Iglesias orientales hasta nuestros días. Por esto el Concilio Vaticano II ha realizado un gran esfuerzo para que la Iglesia en cuanto comunión fuese comprendida con mayor claridad y concretamente traducida en la vida práctica. ¿Qué significa la compleja palabra ‘comunión’? Se trata fundamentalmente de la comunión con Dios por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esta comunión tiene lugar en la palabra de Dios y en los sacramentos. El Bautismo es la puerta y el fundamento de la comunión en la Iglesia. La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana (cf. Lumen gentium, 11). La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1 Co 10, 16 s.)’.
Poco después del Concilio, Pablo VI se dirigía a los fieles con estas palabras: ‘La Iglesia es una comunión. ¿Qué quiere decir en este caso comunión?. Nos os remitimos al parágrafo del catecismo que habla sobre la sanctorum communionem, la comunión de los santos. Iglesia quiere decir comunión de los santos. Y comunión de los santos quiere decir una doble participación vital: la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión a Cristo y en Cristo; y unión entre los cristianos dentro de la Iglesia’.
Las imágenes bíblicas con las que el Concilio ha querido introducirnos en la contemplación del misterio de la Iglesia, iluminan la realidad de la Iglesia-Comunión en su inseparable dimensión de comunión de los cristianos con Cristo, y de comunión de los cristianos entre sí. Son las imágenes del redil, de la grey, de la vid, del edificio espiritual, de la ciudad santa. Sobre todo es la imagen del cuerpo tal y como la presenta el apóstol Pablo, cuya doctrina reverbera fresca y atrayente en numerosas páginas del Concilio. Este, a su vez, inicia considerando la entera historia de la salvación, y vuelve a presentar la Iglesia como Pueblo de Dios: ‘Ha querido Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y sin ninguna relación entre ellos, sino constituyendo con ellos un pueblo que lo reconociese en la verdad y le sirviera santamente’. Ya en sus primeras líneas, la constitución Lumen gentium compendia maravillosamente esta doctrina diciendo: ‘La Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano’.
La realidad de la Iglesia-Comunión en entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del ‘misterio’ o sea del designio divino de salvación de la humanidad. Por esto la comunión eclesial no puede ser captada adecuadamente cuando se la entiende como una simple realidad sociológica y psicológica. La Iglesia-Comunión es el pueblo ‘nuevo’, el pueblo ‘mesiánico’, el pueblo que ‘tiene a Cristo por Cabeza (…) como condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios (…) por ley el nuevo precepto de amar como el mismo Cristo nos ha amado (…) por fin el Reino de Dios (…) (y es) constituido por Cristo en comunión de vida, de caridad y de verdad’. Los vínculos que unen a los miembros del nuevo Pueblo entre sí -y antes aún, con Cristo- no son aquellos de la ‘carne’ y de la ‘sangre’, sino aquellos del espíritu; más precisamente, aquellos del Espíritu Santo, que reciben todos los bautizados (cf. Jl 3, 1).
En efecto, aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única e indivisa Trinidad, aquel Espíritu que ‘en la plenitud de los tiempos’ (Ga 4,4) unió indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia.
Una comunión orgánica: diversidad y complementariedad
20. La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión ‘orgánica’, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación.
El apóstol Pablo insiste particularmente en la comunión orgánica del Cuerpo místico de Cristo. Podemos escuchar de nuevo sus ricas enseñanzas en la síntesis trazada por el Concilio. Jesucristo -leemos en la constitución Lumen gentium- ‘comunicando su Espíritu constituye místicamente como cuerpo suyo a sus hermanos, llamados de entre todas las gentes. En este cuerpo, la vida de Cristo se derrama en los creyentes (…). Como todos los miembros del cuerpo humano, aunque numerosos, forman un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. 1 Co 12,12). También en la edificación del cuerpo de Cristo vige la diversidad de miembros y funciones. Uno es el Espíritu que, para la unidad de la Iglesia, distribuye sus múltiples dones con magnificencia proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los servicios (cf. 1 Co 12, 1-11). Entre estos dones ocupa el primer puesto la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu somete incluso los carismáticos (cf. 1 Co 14). Y es también el mismo Espíritu que, con su fuerza y mediante la íntima conexión de los miembros produce y estimula la caridad entre todos los fieles. Y por tanto, si un miembro sufre, sufren con él todos los demás miembros, si a un miembro lo honoran, de ello se gozan con él todos los demás miembros (cf. 1 Co 12, 26)’.
Es siempre el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Leemos nuevamente en la constitución Lumen gentium:’Para que nos renovásemos continuamente en Él (Cristo) (cf. Ef 4, 23), nos ha dado su Espíritu, el cual, único e idéntico en la Cabeza y en los miembros, da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, de manera que los santos Padres pudieron parangonar su función con la que ejerce el principio vital, es decir el alma, en el cuerpo humano’. En otro texto, particularmente denso y valioso para captar la ‘organicidad’ propia de la comunión eclesial, también en su aspecto de crecimiento incesante hacia la comunión perfecta, el Concilio escribe: ‘El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (cf., Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción filial (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). Él guía la Iglesia hacia la completa verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en la comunión y en el servicio, la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Hace rejuvenecer la Iglesia con la fuerza del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la perfecta unión con su Esposo. Porque el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡’Ven’! (Cf. Ap. 22, 17)’.
La comunión eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espíritu Santo, que los fieles laicos están llamados a acoger con gratitud y al mismo tiempo, a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y misión de la Iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas.
El fiel laico ‘no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto a los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio (…). De esta manera, los carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión. Son riquezas que se complementan entre sí en favor de todos, bajo la guía prudente de los Pastores’.
(San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles Laici, n. 18-20)
Mons. Fulton J. Sheen
La despedida del Divino Amante
Las palabras del Maestro corrían ahora más libremente desde que se había suprimido la presencia embarazosa del traidor. Además, la partida de Judas hacia su misión traicionera hacia que la cruz estuviera a una distancia más concreta y mensurable de nuestro Señor. Este habló a sus apóstoles como si ya sintiera en su carne el contacto del ignominioso madero. Si su muerte había de ser glorificadora, debíase a que con ella había de realizarse algo que no habían hecho sus palabras, sus milagros, ni su curación de enfermos. Durante toda su vida había estado tratando de comunicar su amor a la humanidad, pero mientras su cuerpo, a modo del vaso de alabastro de Maria, no se rompiera, no era posible que el aroma de su amor se difundiera por todo el universo. Dijo también que, en la cruz, su Padre seria glorificado. Esto fue porque el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo ofreció para salvar a los hombres. Dio un sentido nuevo a su muerte: que de su cruz irradiarían la clemencia y el perdón de Dios.
Ahora se dirigía a sus apóstoles como un padre moribundo a sus hijos y como un Señor moribundo a sus siervos.
Hijitos, todavía un poco estoy con vosotros. (Jn 13, 33)
Aquí estaba hablando en términos de la más profunda intimidad a los que se hallaban a su alrededor, respondiendo una tras otra a las pueriles preguntas de ellos. Puesto que eran como niños en cuanto al grado en que les era dado entender el misterio de su sacrificio, Jesús empleó el sencillo símil de un camino por el que de momento ellos no podían ir:
A donde yo voy, vosotros no podéis venir. (Jn 13, 33)
Cuando vieran las nubes de gloria que ocultaban al Señor en su ascensión a los cielos comprenderían por qué no podían ir con El de momento. Más adelante le seguirían, pero primero necesitaban pasar por la escala del Calvario y de Pentecostés. Lo poco que los apóstoles entendían la vida de Jesús se echa de ver en la pregunta que hizo Pedro:
Señor, ¿adónde vas? (Jn 13, 36)
Incluso en su curiosidad se revelaba el hermoso carácter de Pedro, ya que no podía soportar la idea de tener que separarse de su Maestro. Nuestro Señor le respondió:
A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde. (Jn 13, 36)
Pedro no era apto aún para darse cuenta de una manera más profunda de lo que había de ser la resurrección. La hora del Salvador había llegado, pero la de Pedro todavía no. De la misma manera que en el monte de la transfiguración quería Pedro la gloria sin la muerte, así ahora habría querido la compañía del divino Maestro sin tener que pasar por la cruz. Pedro consideró que el Señor, al responderle que le seguiría más tarde, estaba aludiendo a su valor y fidelidad, por lo cual hizo otra pregunta y declaróse capaz de todo por su Maestro:
Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daría mi vida por ti. (Jn 13, 37)
El vehemente deseo de Pedro en aquel instante era seguir a Jesús; pero, cuando se ofreciera la ocasión para ello, no quería hallarse en el Calvario. Escudriñando en el corazón de Pedro, nuestro Señor le predijo lo que ocurriría al ofrecérsele una ocasión para ir en pos de El:
Darías tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces. (Jn 13, 38)
La mente omnipotente de nuestro Señor describió así la apostasía de uno a quien El mismo había designado como ‘la Roca’. Pero, después de la venida de su Espíritu, Pedro le seguiría. La significación de esto se nos ha conservado en una hermosa leyenda que nos presenta a Pedro huyendo de la persecución de Nerón en Roma. Pedro encontró al Señor en la via Apia, y le dijo: ‘¿Adónde vas, Señor?’ Nuestro Señor le contestó: ‘Voy a Roma a ser crucificado de nuevo’. Pedro regresó a Roma y fue crucificado en el lugar donde actualmente se encuentra la basílica de San Pedro. El sagrado corazón miraba ahora más allá de aquella hora tenebrosa, hacia los días en que El y sus apóstoles y sus sucesores serian una sola cosa con El en Espíritu. Si algún momento había más apropiado para apartar la mente del futuro, era precisamente aquel momento aciago. Pero, comoquiera que ya había hablado Jesús de la unidad de El y sus apóstoles por medio de la eucaristía, ahora volvería a tocar el mismo tema bajo la figura de la vid y los sarmientos. La unidad de que les hablaba no era como la que existía en aquel momento, puesto que dentro de una hora ellos le abandonarían y huirían. Más bien se trataba de la unidad que quedaría consumada por medio de su glorificación. La figura de la viña que Jesús empleó era muy familiar en el Antiguo Testamento. Israel se comparaba a una vid, aquella que había sido tomada de Egipto. Isaías decía que Dios había plantado aquella vid escogida. Jeremías y Oseas se lamentaban de que no produjeran fruto. De la misma manera que nuestro Señor, en comparación con el maná que fue dado a Moisés, se llamaba a Si mismo el ‘verdadero Pan’; como en comparación con las brillantes luces de la fiesta de los tabernáculos, se designó a si mismo como la ‘verdadera Luz’; como, en comparación al templo construido por manos de hombre, se llamó a si mismo el ‘Templo de Dios’, así ahora, comparándose a la vid de Israel, dijo:
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. (Jn 15,1)
La unidad entre El y sus seguidores del nuevo Israel seria semejante a la unidad que existe entre la vid y los sarmientos; la misma savia o gracia que corría por El correría a través de ellos.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que mora en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (Jn 15,5)
Separado de El, una persona no es mejor que un sarmiento separado de la vid, seco y muerto. El sarmiento ostenta los racimos, es cierto, pero no los produce; sólo El puede producirlos. Cuando estaba encaminándose a la muerte les dijo que viviría, y que ellos vivirían con El. Veía más allá de la cruz, y afirmaba que la vitalidad y la energía de ellos procedería de El, y que su relación sería orgánica, no mecánica. Estaba viendo a los que profesaban estar unidos externamente a El, pero que, sin embargo, estarían separados de El interiormente. Vio a otros que precisarían de que el Padre los purificara por medio de una cruz y a esto aludía al hablar de una poda que había de realizarse:
Todo sarmiento en mi que no lleva fruto, lo quita mas todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto. (Jn 15,2)
El ideal de la nueva comunidad es la santidad, y el que tiene en sus manos la podadera es el Padre celestial. El objeto de la poda no es castigar, sino castigar y perfeccionar juntamente, salvo en el caso de aquellos que son inútiles sarmientos; éstos quedan cortados, excomulgados de la vid. Cuando nuestro Señor llamó por primera vez a los apóstoles, hizo presente a todos ellos que debían sufrir por causa de El. Al ir hacia la cruz, les dio a comprender de una manera nueva aquel primer mensaje de que habían de tomar todos los días la cruz e ir en pos de El. La unidad con El no la alcanzarían simplemente por medio del conocimiento que tuvieran de sus enseñanzas, sino principalmente cultivando dentro de ellos el elemento divino, por medio de la poda de todo lo que fuera indigno de Dios:
Si alguno no permaneciere en mi será echado fuera como un sarmiento, y se secará; y a los tales los recogerán, y los echarán en el fuego, y serán quemados. (Jn 15,6)
Uno de los efectos que produciría la autodisciplina encaminada a lograr esta unión entre ellos y El, sería el gozo. La abnegación no produce tristeza, sino, al contrario, felicidad.
Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo. (Jn 15, 11)
Hablaba de gozo cuando faltaban pocas horas para que recibiera el beso de Judas; pero el gozo a que estaba refiriéndose no se hallaba en la perspectiva del sufrimiento que le aguardaba, sino más bien se trataba del gozo de someterse completamente en amor a su Padre por el bien de la humanidad. De la misma manera que hay una especie de gozo en dar la vida por la humanidad. El gozo de la abnegación era el que El les prometió que experimentarían si guardaban los mandamientos que El les daba como mandamientos recibidos de su Padre celestial. Aquellos pobres apóstoles, que estaban viendo cómo se desvanecía la ilusión que se habían forjado de un reino puramente terreno, no eran capaces de comprender el verdadero sentido de las palabras de Jesús al hablarles de aquel gozo espiritual; lo comprenderían más adelante, cuando el Espíritu viniera sobre ellos. Inmediatamente después de Pentecostés, hallándose delante del mismo sanedrín que había condenado a muerte a Cristo, los corazones de ellos se sentirían tan dichosos debido a que, al igual que sarmientos, habían sido podados para hacer de ellos. una sola cosa con la Vid:
En cuanto a ellos, se fueron del sanedrín, gozosos de haber sido considerados dignos
de padecer ultrajes a causa del nombre. (Hechos 5,1).
Además del gozo, otro efecto de la unión con El sería el amor.
Éste es, pues, mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. (Jn 15,12-13)
El amor es la relación normal de los sarmientos unos para con otros, porque todos tienen un asiento en la vid. El amor de Jesús seria un amor sin limites. Una vez, Pedro puso un limite al amor al preguntar cuántas veces había de perdonar. ¿Siete veces, acaso? Nuestro Señor le respondió que era preciso perdonar setenta veces siete, lo cual significaba un número ilimitado de veces y negaba todo cálculo matemático. El amor de Jesús carecía de límites, pues El había venido a este mundo para dar su vida.
Nuevamente hablaba ahora del propósito de su venida, o sea de la redención. El carácter voluntario de ella quedó subrayado al decir que El daba espontáneamente su vida, sin que nadie se la quitara. Su amor sería como el sol: aquellos que estuvieran más cerca, experimentarían su calor y se sentirían dichosos; aquellos que estuvieran lejos, todavía tendrían ocasión de conocer su cruz.
Sólo mediante la muerte para bien de los otros era como podía demostrar su amor. Su muerte no era como la de una persona que se sacrifica por otra, como un soldado que muere por su patria, puesto que para el hombre que se salva también llegará un momento en que habrá de morir. Por grande que fuera su sacrificio, no sería más que un pago prematuro de una deuda que un día u otro tenía que pagar. Pero, en el caso de nuestro Señor, El no tenía necesidad de morir nunca. Nadie podía arrebatarle la vida. Aunque llamaba ‘amigos’ a aquellos por los cuales iba a morir, la amistad estaba toda entera de su parte y no de la nuestra, ya que nosotros, por ser pecadores, éramos enemigos de El. Más adelante Juan expresó esto de una manera acertada al decir que Cristo murió por nosotros a pesar de que éramos pecadores.
Los pecadores pueden manifestar un amor reciproco al tomar sobre si el castigo merecido por otro. Pero nuestro Señor no sólo estaba tomando sobre si el castigo, sino también la culpa, como si fuera suya. Además, esta muerte que pronto iba a sufrir era completamente distinta de la muerte de los que padecieron el martirio por causa suya, ya que éstos tuvieron el ejemplo de su muerte y la esperanza de la gloria que les estaba prometida. Pero morir en una cruz sin una mirada compasiva, rodeado por una muchedumbre que le escarnecía, y morir sin tener obligación de morir… esto si que era el colmo del amor. Los apóstoles no podían por el momento comprender este abismo de amor, pero lo comprenderían más tarde. Pedro, que en aquellos instantes nada entendía acerca de tal amor que se sacrifica por los demás, más adelante, al ver a sus ovejas dirigirse a la muerte durante la persecución romana, les diría:
Porque es una gracia soportar agravios por conciencia para con Dios, padeciendo injustamente. Pues, ¿qué gloria es soportar los golpes si habéis cometido una falta? Pero si cuando hacéis bien, y padecéis por ello, lo sufríos con paciencia, esto es una gracia de Dios.
Porque a esto mismo fuisteis llamados; pues que Cristo también sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pisadas. (1 Pedro 2, 19-21).
También Juan parafrasearía lo que oyó aquella noche mientras se recostaba sobre el pecho de Cristo:
En esto conocemos el amor, porque El puso su vida por nosotros; y nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. (1 Jn 3, 16)
(Mons. Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Editorial Herder)
Concilio Vaticano II
Las figuras con las que Cristo revela el Reino
6. Como en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.
La Iglesia es, pues, un “redil”, cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1 Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).
La Iglesia es “agricultura” o labranza de Dios (1 Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss).
La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).
Muchas veces también la Iglesia se llama “edificación” de Dios (1 Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22).
Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1 Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1 Tim., 3,15), en que habita su “familia”, habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, “templo” santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra,y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén.
Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1 Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).
La Iglesia, que es llamada también “la Jerusalén de arriba” y madre nuestra (Gal., 4,26; cf. Ap., 12,17), se representa como la inmaculada “esposa” del Cordero inmaculado (Ap., 19,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo “amó y se entregó por ella, para santificarla” (Ef., 5,26), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la “alimenta y abriga” (cf. Ef., 5,24), a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros que supera toda ciencia (cf. Ef., 3,19).
Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2 Cor., 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col., 3,1-4).
(Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 6)
San Juan Crisóstomo
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”
LA IGNORANCIA vuelve al alma tímida y débil; así como la instrucción en los dogmas celestiales la hace magnánima y la levanta muy alto. Es porque si no se la instruye en los dogmas, será miedosa, no por su naturaleza, sino por determinación de su voluntad. Cuando yo veo a un hombre valiente que ahora se atreve, ahora se acobarda, no puedo decir que se trata de un defecto natural, pues lo natural no cambia. Y cuando veo a algunos ahora miedosos y enseguida atrevidos, procedo de igual modo; es decir que todo lo atribuyo al libre albedrío.
Los discípulos eran sobremanera tímidos antes de que fueran instruidos en los dogmas como convenía, y antes de recibir el Espíritu Santo. En cambio, después fueron más audaces que los leones. Pedro, quien no había antes soportado las amenazas de una criada, después, crucificado cabeza abajo, azotado y expuesto a mil peligros, no callaba; sino que como si todo eso lo padeciera en sueños, así de libremente predicaba. Pero esto no fue antes de la crucifixión del Señor. Por esto Cristo dice: Levantaos, vamos de aquí. Yo pregunto ¿por qué lo dice? ¿Ignoraba acaso la hora en que Judas llegaría? ¿Temía acaso que Judas se presentara y aprehendiera a sus discípulos; y que antes de terminar El aquella instrucción, los esbirros se echaran encima? ¡Lejos tal cosa! ¡Eso no dice ni de lejos con su dignidad! Entonces, si no temía ¿por qué saca de ahí a los suyos, y una vez terminado su discurso los lleva al huerto sabido y conocido de Judas?
Pero aun en el caso de que Judas se presentara, podía El cegar los ojos de los esbirros, como lo hizo luego, no estando presente Judas. Entonces ¿por qué sale del cenáculo? Lo hace para dar un respiro a sus discípulos. Pues es verosímil que éstos, por hallarse en un sitio tan público, temblaran y temieran, tanto por el sitio como por ser ya de noche. La noche había avanzado, y ellos no podían atender al Maestro, teniendo constantemente el pensamiento y el ánimo ocupados en los que los habían de acometer, sobre todo habiendo ya Jesús declarado que los males estaban inminentes.
Les dijo: Todavía un poco y ya no estaré con vosotros; y luego: Viene el príncipe de este mundo. Habiendo oído esto, y habiéndose turbado como si enseguida hubieran de ser aprehendidos, los lleva Cristo a otro lugar, con el objeto de que, creyéndose ellos ya en sitio seguro, finalmente escucharan sin temor. Por lo cual les dice: Levantaos, vamos de aquí. Luego añadió: Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos. ¿Qué quiere dar a entender con esta parábola? Que no puede tener vida quien no escucha sus palabras; y que los milagros que luego ellos harían provendrían del poder suyo.
Mi Padre es el viñador. ¿Cómo es eso? ¿Necesita el Hijo de auxilio? ¡Lejos tal cosa! La parábola no indica eso. Observa cuán exactamente va Cristo siguiéndola. No dice que la raíz goce de los cuidados del viñador, sino los sarmientos. La raíz aquí no se menciona; pero se asevera que los sarmientos nada podrán hacer sin el auxilio de su poder; y que por lo mismo deben permanecer unidos a El mediante la fe los discípulos, como los sarmientos a la vid. Todo sarmiento que en Mí no produce fruto lo cortará el Padre. Alude aquí al momento de vivir, y a que nadie puede sin buenas obras estar unido a El.
Y a todo el que produce fruto lo limpia. Es decir, procura que lleve fruto abundante. Ciertamente, antes que los sarmientos es la raíz la que necesita cuidado. Se la debe cavar en torno y quitarle los impedimentos. Pero para nada trata aquí de la raíz, sino solamente de los sarmientos, con lo cual demuestra que se basta a Sí mismo; mientras que los discípulos necesitan de grandes cuidados, aun estando dotados de virtud. Por eso dice que al sarmiento que lleva fruto lo limpia. Al que no produce fruto alguno no lo mantiene en la vid ni puede El permanecer en él; y al que produce fruto lo torna más fructífero.
Podría decirse que esto se refiere a las fatigas y trabajos que luego iban a venir. Pues lo limpiará quiere decir que lo podará, con lo que producirá mayor fruto. Declárase con esto que la tentación los torna más fuertes. Y para que no preguntaran a quiénes se refería, ni tampoco dejarlos solícitos, les dice: Y vosotros estáis purificados por la fe en la doctrina que os he enseñado. ¿Adviertes cómo aquí se muestra viñador cuidadoso de los sarmientos? Dice, pues, que Él los ha purificado a pesar de que antes dijo que eso lo hizo el Padre; pero es que en esto no hay entre el Padre y el Hijo diferencia. Conviene que además vosotros pongáis en la purificación la parte que se debe.
Y para declararles que todo eso lo llevó a cabo sin la cooperación de ellos, dice: Así como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, así tampoco el que en Mí no permanece. Y con el objeto de que no quedaran separados de El por el temor, les conforta los ánimos y los une a Sí mismo y les concede la buena esperanza. Pues la raíz permanece; y el ser separado o arrancado de la vid es cosa no de ella sino de los mismos sarmientos. Y mezclando lo suave y lo amargo, y partiendo de ambas cosas, nos exige primeramente que nosotros hagamos lo que nos toca.
Quien permanece en Mí y Yo en él. ¿Adviertes cómo concurre a la purificación el Hijo no menos que el Padre? El Padre purifica y Cristo contiene en Sí. Y el permanecer unido a la raíz es causa de que el sarmiento produzca fruto. El sarmiento no podado, aunque produzca fruto, pero no da todo lo que debía; mas el que no permanece en la vid, ningún fruto produce. Ya se demostró antes que purificar es también obra del Hijo; y el permanecer unido a la raíz es cosa del Padre, que engendra esa raíz.
¿Notas cómo todo es común al Padre y al Hijo, así el purificar como el gozar el sarmiento del jugo de la raíz? Gran mal es no poder hacer nada; pero no para aquí el castigo, sino que va mucho más allá. Pues dice: Será echado fuera y ya no se le cultivará; y se secará. Es decir, que si algo tenía de la raíz, lo perderá: si alguna gracia y favor poseía, se le despojará y juntamente quedará sin auxilios y sin vida. Y ¿en qué acabará?: Será arrojado al fuego. No le sucede eso al que permanece en la vid. Declara luego qué sea el permanecer en la vid y dice: Si mi doctrina permanece en vosotros. ¿Ves cómo con toda razón dije anteriormente que El busca la demostración del amor mediante las obras?
Porque habiendo dicho: Yo haré cuanto vosotros pidáis, añadió: Si permaneciereis en mí y mi doctrina permaneciere en vosotros, pedid cuanto queráis y se os concederá. Dijo esto para indicar que quienes les ponían asechanzas irían al fuego, pero ellos fructificarían. Pasado ya el miedo que sentían por los enemigos, tras de haber demostrado a los discípulos que ellos eran inexpugnables, añadió Jesús: En esto es glorificado mi Padre, en que fructifiquéis abundantemente, como corresponde a discípulos míos. Por aquí hace creíble su discurso, pues si redunda en gloria del Padre el que ellos fructifiquen, El no descuidará su gloria propia. Y os haréis mis discípulos. ¿Adviertes cómo aquel que lleva fruto ése es su discípulo? ¿Qué significa: En esto es glorificado mi Padre? Quiere decir que el Padre se goza de ver que permanecéis en Mí y hacéis fruto.
Como me amó el Padre, así os amo Yo. Ahora habla Cristo en forma más humana; puesto que semejante expresión tiene su propia fuerza, tomada como dicha a hombres. Puesto que quien quiso morir, quien en tal forma colmó de honores a los siervos, a los enemigos y a los adversarios ¿cuán grande amor no demuestra al hacer eso? Como si les dijera: Pues Yo os amo, tened confianza. Si es gloria del Padre que fructifiquéis, no temáis mal alguno. Y nuevamente, para no hacer que desmayen de ánimo, mira cómo los une consigo: Permaneced en mi amor.
Más ¿cómo podremos hacerlo?: Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Otra vez el discurso procede al modo humano, puesto que el Legislador no está sujeto a preceptos. ¿Ves cómo lo que yo constantemente digo aparece aquí de nuevo a causa de la rudeza de los oyentes? Pues muchas cosas las dice Jesús acomodándose a ellos, y por todos los medios les demuestra que están seguros y que sus enemigos perecerán; y que todo cuanto tienen lo tienen del Hijo; y que si viven sin pecado, nadie los vencerá.
Advierte cómo habla con ellos con plena autoridad, pues no les dice: Permaneced en el amor del Padre, sino: En mi amor. Y para que no dijeran: Nos has hecho enemigos de todos, y ahora nos abandonas y te vas, les declara que Él no se les aparta, sino que si quieren los tendrá unidos a Sí como el sarmiento lo está a la vid. Y para que no, por el contrario, por excesiva confianza, se tornen perezosos, les declara que semejante bien, si se dan a la desidia, no será permanente ni inmóvil. Y para no atribuirse todo a Sí mismo y con esto causarles una más grave caída, les dice: En esto es glorificado el Padre. En todas partes les demuestra su amor y el del Padre. De modo que no eran gloria del Padre las cosas de los judíos sino los dones que ellos iban a recibir. Y para que no dijeran: ya perdimos todo lo paterno y hemos quedado sin nada y abandonados, les dice: Miradme a Mí: Soy amado del Padre, y sin embargo tengo que padecer todo lo que ahora acontece. De modo que no os abandono porque no os ame. Si yo recibo la muerte, pero no la tomo como indicio de que el Padre no me ame, tampoco vosotros debéis turbaros. Si permanecéis en mi amor, estos males en nada podrán dañaros por lo que hace al amor.
Siendo, pues, el amor algo muy grande e invencible, y no consistiendo en solas palabras, manifestémoslo en las obras. Jesús nos reconcilió consigo, siendo nosotros sus enemigos. En consecuencia nosotros, hechos ya sus amigos, debemos permanecer siéndolo. El comenzó la obra, nosotros a lo menos vayamos tras El. Él no nos ama para propio provecho, pues de nada necesita; amémoslo nosotros a lo menos por propia utilidad. Él nos amó cuando éramos sus enemigos; nosotros amémoslo a El, que es nuestro amigo.
Más sucede que procedemos al contrario. Pues diariamente por culpa nuestra es blasfemado su nombre a causa de las rapiñas y de la avaricia. Quizá alguno de vosotros me diga: diariamente nos hablas de la avaricia. Ojalá pudiera yo hacerlo también todas las noches. Ojalá pudiera hacerlo siguiéndoos al foro y a la mesa. Ojalá pudieran las esposas, los amigos, los criados, los hijos, los siervos, los agricultores, los vecinos y aun el pavimento mismo y el piso lanzar continuamente semejantes voces, para así descansar nosotros un poco de nuestra obligación.
Porque esta enfermedad tiene invadido al orbe todo y se ha apoderado de todos los ánimos: ¡tiranía en verdad grande la de las riquezas! Cristo nos redimió y nosotros nos esclavizamos a las riquezas. A un Señor predicamos y a otro obedecemos. Y a éste en todo lo que nos ordena diligentemente procedemos: por éste nos olvidamos de nuestro linaje, de la amistad, de las leyes de la naturaleza y de todo. Nadie hay que mire al Cielo; nadie que piense en las cosas futuras. Llegará un tiempo en que ya no habrá utilidad en estas palabras, pues dice la Escritura: En el infierno ¿quién te confesará? Amable es el oro y nos proporciona grandes placeres y grandes honores. Sí, pero no tantos como el Cielo. Muchos aborrecen al rico y le huyen; mientras que al virtuoso lo respetan y ensalzan. Me objetarás que al pobre, aun cuando sea virtuoso, lo burlan, Sí, pero no son los que de verdad son hombres, sino los que están locos, y .por lo mismo se han de despreciar. Si rebuznaran en contra nuestra los asnos y nos gritaran los grajos; y por otra parte nos ensalzaran los sobrios y prudentes, todos en forma alguna rechazaríamos las alabanzas de éstos para volvernos hacia el ruido y clamor de los irracionales.
Quienes admiran las cosas presentes son como los grajos y aun peores que los asnos. Si un rey terreno te alaba, para nada te preocupas del vulgo, aun cuando todos te burlen; y alabándote el Rey del universo ¿todavía anhelas los aplausos y encomios de los escarabajos y de los cínifes? Porque no son otra cosa tales hombres si con Dios se les compara; y aun son más viles que esos animalejos. ¿Hasta cuándo nos revolcaremos en el cieno? ¿Hasta cuándo dejaremos de buscar como espectadores y encomiadores nuestros a los parásitos y dados a la gula? Tales hombres pueden encomiar a jugadores, a ebrios, a glotones; pero en cambio qué sea la virtud y qué el vicio no son capaces de imaginarlo ni en sueños.
Si alguno se burla de ti porque no sabes trazar los surcos en el barbecho, no lo llevarás a mal. Por el contrario, te burlarás tú de quien te reprenda por semejante impericia. Pero cuando quieres ejercitar la virtud ¿te atendrás al juicio y harás tus espectadores a quienes en absoluto la ignoran? Por esto nunca llegamos a lograr ese ejercicio y arte; porque ponemos nuestro interés no en manos de hombres peritos, sino de ignorantes. Ahora bien: tales hombres no lo examinan según las reglas del arte, sino según su ignorancia.
En consecuencia, os ruego, despreciemos el juicio del vulgo. O mejor aún, no ambicionemos las alabanzas ni los dineros ni los haberes. No tengamos la pobreza como un mal. La pobreza maestra de la prudencia, de la paciencia y de todas las virtudes. En pobreza vivió el pobre Lázaro y recibió la corona. Jacob no pedía a Dios sino su pan. José, puesto en extrema pobreza, no solamente era esclavo, sino además cautivo; pero precisamente por esto más lo encomiamos. No lo admiramos tanto cuando distribuye el grano, como cuando vive encarcelado; no lo ensalzamos más ceñido con la diadema, como ceñido con la cadena; no lo encumbramos más cuando se asienta en su solio que cuando es acometido de asechanzas y vendido.
Pensando todas estas cosas, y también las coronas que para estos certámenes están preparadas, no alabemos las riquezas, los honores, los placeres, el poder, sino la pobreza, las cadenas, las ataduras, la paciencia, todo lo que se emplea para adquirir la virtud. Al fin y al cabo, el término de aquellas cosas está repleto de tumultos y perturbaciones y todas se acaban con la vida. En cambio, el fruto de estas otras son el cielo y, los bienes celestiales, que ni el ojo vio, ni el oído oyó. Ojalá nos acontezca a todos alcanzarlos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. —Amén.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, homilía LXXVI (LXXV), Tradición S.A. México 1981 (t. 2), pág. 271-77
Guión Domingo V de Pascua
28 de abril 2024 – CICLO C
Entrada “Permaneced en Mí”. Este mandamiento de algún modo resume toda la vida y actividad del cristiano. Por el Bautismo hemos sido injertados en Cristo. Como la vida del sarmiento depende de su unión a la vid, la vida del cristiano depende de su unión con Cristo. El misterio de Cristo y de su resurrección es de una fecundidad inagotable.
Primera Lectura Pablo predicaba decididamente en el nombre del Señor Jesús, quien se le había manifestado resucitado. Hch. 9, 26-31
Segunda Lectura El mandamiento legado por Jesús es que creamos en Él y nos amemos de verdad. 1Jn. 3, 18-24
Evangelio Es necesario permanecer unidos a Cristo para dar mucho fruto y dar gloria al Padre. Jn. 15, 1-8
Preces
Hermanos, pidamos a Dios por lo que nos hace falta y unamos a nuestra oración las necesidades de los pobres.
A cada intención respondemos:…
+ Por las intenciones del Santo Padre, para que sean promovidas en la sociedad las iniciativas que defienden y refuerzan el rol de la familia. Oremos…
+ Para que los cristianos sean cada vez más conscientes de que la fe que profesan es ante todo una decisión que afecta a toda la existencia, y que debe traducirse en obras. Oremos…
+ Por los que son perseguidos a causa de la fe en Cristo, por la fortaleza en medio de las contradicciones e injusticias. Especialmente por los cristianos víctimas de la violencia en la India. Oremos…
+ Por los responsables del destino de las naciones, especialmente por nuestros gobernantes, para que elijan los caminos que conducen al bien común y a la plenitud del hombre según el Evangelio Oremos…
+ Por los pobres, los enfermos, los que sufren penas o tristezas del alma: para que siempre reciban de nosotros todo aquello que evidencie que los amamos realmente. Oremos…
+ Por todos aquellos que se han encomendado a nuestras oraciones, que la alegría de este tiempo pascual les dé la fortaleza para vivir en esta tierra anhelando los bienes del cielo. Oremos…
Dios y Señor nuestro; ayúdanos a crecer como hijos tuyos permaneciendo siempre unidos a Jesucristo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Queremos permanecer unidos a Cristo por el Amor, y transformarnos en Él por medio de la participación en su Sacrificio.
Presentamos:
+ Alimentos, y confiando en la Providencia paternal de Dios los ofrecemos para nuestros hermanos.
+ Los dones del pan y del vino, para que se conviertan en Cristo, Vida nuestra.
Comunión En Cristo somos injertados para vivir en el Amor de Dios y así perseverar en el bien.
Salida La Santísima Virgen nos introduce en el misterio de Cristo su Hijo porque Ella es la Madre de la divina Gracia de quien alcanzamos la Vida en plenitud.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
“Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15,1)
¿Queréis conocer los efectos del pecado mortal, mis hermanos?
Mirad una vid: La savia sube vivificante por el surco abierto de sus sarmientos; la vid florece, fructifica y vive. Pero si interrumpimos la subida de la savia, la vid se seca y los racimos marchitos cuelgan incoloros al sol. Vemos que por el alma en gracia corre la savia que la hace producir frutos de vida eterna. En cambio el pecado agota la savia, y el alma no produce sino frutos de muerte y de condenación.
¡Huid del pecado que es la muerte y defended la gracia que es la vida!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 305, p. 486)