PRIMERA LECTURA
Comerán y sobrará
Lectura del segundo libro de los Reyes 4,42-44
En aquellos días:
Llegó un hombre de Baal Salisá, trayendo pan de los primeros frutos para el profeta Eliseo, veinte panes de cebada y grano recién cocido, en una alforja.
Eliseo dijo: «Dáselo a la gente para que coman».
Pero su servidor respondió: «¿Cómo voy a servir esto a cien personas? »
«Dáselo a la gente para que coman, replicó él, porque así habla el Señor: “Comerán y sobrará”».
El servidor se lo sirvió; todos comieron y sobró, conforme a la palabra del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 144, 10-11. 15-18
R. Abres tu mano, Señor, y nos colmas con tus bienes.
Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder. R.
Los ojos de todos esperan en ti,
y Tú les das la comida a su tiempo;
abres tu mano y colmas de favores
a todos los vivientes. R.
El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquéllos que lo invocan,
de aquéllos que lo invocan de verdad. R.
SEGUNDA LECTURA
Un solo Cuerpo, un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-6
Hermanos:
Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz.
Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza,
a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.
Palabra de Dios.
ALELUIA Lc 7, 16
Aleluia.
Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros
y Dios ha visitado a su Pueblo.
Aleluia.
EVANGELIO
Distribuyó a los que estaban sentados.
dándoles todo lo que quisieron
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Palabra del Señor.
Raymond Brown
La multiplicación de los panes
(Jn.6,1-15)
Después de un intervalo de tiempo indefinido, Juan retoma el relato en Galilea, la primavera sucesiva (cf. Jn.2,3). Estamos cerca de la segunda Pascua. La multiplicación de los panes y de los peces es narrada, en los cuatro evangelios, sustancialmente de la misma forma, con variantes menores sobre la localidad y la circunstancia. (El lector debería prestar particular atención a confrontar entre sí las versiones de San Juan y de San Marcos). Lucas y Juan tienen una sola multiplicación de los panes. Mateo y Marcos relatan dos. (…)
En Juan no se encuentra ninguna enseñanza antes de la multiplicación de los panes (cf. Mc.6,34). Jesús está sentado sobre la cima de un monte (¿recuerdo del Sinaí?) en espera de la muchedumbre y pone la cuestión de cómo procurar alimento para tanta gente. El ingreso en escena de los nuevos personajes Felipe y Andrés es típico de Juan (cf. Jn.1,40.43-44; 12,22). Solamente Juan menciona un joven (o ‘siervo’) y algunos panes de cebada, detalles que hacen pensar al milagro de Eliseo (2Re.4,42-44).
El relato de la multiplicación de los panes en el cuarto evangelio presenta algunos detalles determinados tendientes a recordar al lector cristiano la eucaristía (sobre la cual vuelve el relato en los vv. 51-58). En efecto, sólo Juan: a) utiliza el vervo eucharisteo, “dar gracias”, del cual deriva “eucaristía”; b) sólo Juan dice que fue Jesús mismo el que distribuyó los panes, como hará en la última cena; c) solamente Juan cuenta que Jesús ordenó a sus discípulos recoger los fragmentos para que no se pierdan (el término griego “recoger” es synágo, de donde proviene “sinaxis”, la primera parte de la misa. El término griego que se usa para decir “fragmentos”, klasma, aparece en la literatura cristiana primitiva como nombre técnico para indicar la hostia eucarística).
En Marcos, Jesús obliga a los discípulos a partir inmediatamente (cf. Mc.6,45); solamente Juan da la razón de esto, es decir, que la muchedumbre quería tomar a Jesús y hacerlo rey (nótese el modo en que Jesús es tentado en los capítulos 6-7 y compáreselo con la tercera tentación, Mt.4,8-9).
(BROWN, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve comentario, Ed. Queriniana, Brescia, 1994, p. 58-60; traducción del equipo de Homilética)
Fr. Joseph M. Lagrange, O.P.
Primera multiplicación de los panes
(Lc.11,10-17; Mc.6,30-44; Mt.14,13-21; Jn.6,1-15)
(…)
Jesús tenía una buena razón para retirarse, y era la necesidad de reposo que tenían sus apóstoles después devolver de la misión (Mc 6, 31). En la soledad y a su lado recobrarían sus fuerzas: tenían muchas cosas que contarle y muchas más que aprender de Él, y en Galilea la concurrencia extraordinaria del pueblo no les permitía platicar en paz.
Se alejó, pues, Jesús con sus discípulos en una barca, tomando el rumbo de Betsaida para pasar aun más allá, a un lugar desierto. Betsaida estaba enclavada en el territorio del tetrarca Filipo, que la había embellecido, acaso transportándola más al norte (et-Tell), y le había dado el nombre de Julias en honor de Julia, hija de Augusto, tan tristemente célebre.
Las ruinas del pueblecillo de pescadores están probablemente representadas por el Aradj, cerca de la desembocadura del Jordán. Al sudeste se extendía una gran llanura limitada por las colinas, y podía calificarse de desierto, sobre todo si se le comparaba con la llanura de Genesaret, de prodigiosa fertilidad. En primavera, sin embargo, lo mismo el desierto de Judá que la llanura y las colinas se cubrían de verdor. Los tres primeros evangelistas, hablando de la verde hierba, están en perfecto acuerdo con san Juan, que también habla de la hierba y de la proximidad de la fiesta de Pascua (Jn 6, 10 y 4), la fiesta de la primavera.
Atravesando el Lago en barca, la pequeña compañía debió llegar primero; pero, comprendidos los designios de Jesús, los ribereños del éste se apresuraron, y muy pronto se juntaron con los de Cafarnaún. Jesús, bien fuera por la calma o por la pesada temperatura de principios de abril, que imposibilita los brazos de los remeros, se retrasó en la travesía, y a la hora de desembarcar se vio rodeado de una turba numerosa.
¡Admirable sencillez la de los evangelistas, que no reparan en esta aparente contrariedad! ¡Más bien la han subrayado: Jesús quería un lugar retirado y se ve asaltado por todo un pueblo. Más admirable aún la bondad de Jesús, que no da la vuelta, buscando la soledad, sino que, compadecido de aquellas ovejas sin pastor, empieza en seguida y muy largamente a instruirlos!
Parece olvidarse de la hora que es. Los discípulos veían inquietos que el sol declinaba. Era muy hermoso oír hablar del reino de Dios, pero había que pensar en las necesidades de la vida. Ya era tiempo de que Jesús terminase su discurso. A Él no se lo decían claramente, pero invitaban a todo el mundo a marchar para que buscasen su pan en los pueblos y aldeas vecinas.
Interviene entonces Jesús y, para tentar a sus discípulos encargados ordinariamente de aquellos menesteres, les dice: «¡Dadles de comer!»
Se decía fácilmente; pero, como notó Felipe, no bastarían 200 denarios. ¿Y dónde los tenían?
¡Qué animosos estos amigos del Señor! Cada uno propone una cosa y quiere ser útil. Andrés, hermano de Simón, vio a un joven que tenía cinco panes de cebada y dos peces. Debía ser un muchacho muy avisado; estaba seguro de despachar pronto y con mucha utilidad su mercancía. Lo dicho por san Andrés era una confesión de que carecían de recursos. Jesús dice: «Haced que se sienten sobre la hierba verde para comer». Acostumbrados ya a ordenar multitudes, los discípulos los colocaron por grupos de cien y de cincuenta sobre el heno florido. Eran como cinco mil.
Todos los evangelistas notan que entonces Jesús oró solemnemente, levantó sus ojos al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, ordenando a los apóstoles que los repartiesen. Hizo lo mismo con los peces. Todos comieron hasta saciar su hambre. Después Jesús mandó que recogiesen las sobras, para que no se perdiesen. La costumbre judía, más que en aprovechar las sobras, consistía en recoger las migajas de pan caídas de la mesa.
La intención de Jesús claramente se vio que era dar a aquel refrigerio improvisado, que hubiera podido tomarse en pie, el carácter de verdadera comida. Los convidados se sentaron sobre la hierba, pero con cierto orden. El mismo amo de la casa parte el pan echándole la bendición como lo exige una buena costumbre; se recogen las sobras como si se estuviese en un comedor. Se acercaba la Pascua, y en la Pascua siguiente Jesús distribuiría entre sus apóstoles su cuerpo bajo la forma de pan. Sería un error decir que el Sacramento de la Eucaristía fue instituido entonces para la muchedumbre; pero era un preludio que el Maestro proponía a la reflexión. Así, san Juan llama acción de gracias, eucaristía, a la oración que los textos rabínicos llaman sencillamente bendición. Toda la importancia de esta escena se halla en su simbolismo. Por maravillosa que sea en sí misma, lo es mucho más como presentimiento del porvenir y, sin embargo, se hace así más accesible al espíritu y al corazón, como signo sensible ordenado en una realidad espiritual, no sólo más alta, sino de otro orden.
Es un hecho que en el mundo entero, los fieles católicos reciben, bajo la forma del mismo pan, lo que la fe les dice que es el verdadero cuerpo de Jesús. Algunos lo profanan, otros lo reciben por vanidad, un número mayor por rutina: una multitud innumerable encuentra en él verdaderamente el alimento del alma, una invitación más viva para servir a Dios y un impulso nuevo para mejor amarle. Que esta prodigiosa institución estaba figurada en la multiplicación milagrosa del pan, parecerá plausible, y que el milagro haya dado tales frutos de bendición, lo hace verosímil. La armonía entre la figura y la realidad convence.
En sí mismo aquel milagro fue a la vez tan incomprensible y tan público, que un entusiasmo inmenso brotó de todos los pechos. Sólo san Juan nos da cuenta del entusiasmo y nos da también la clave de la situación. Aún no se pronunciaba el nombre de Mesías, porque Jesús no se había manifestado como rey; pero, sin duda, era el gran profeta esperado, porque ningún profeta había hecho cosas tan divinas en favor de Israel. Este profeta llegaría a ser el Mesías, si era coronado rey. Lo era ya en persona; sólo faltaba que lo reconociesen como tal y que Él quisiera empezar a ejercer funciones reales. Pretendieron, pues, obligarle a ejercerlas; pero no era ése el designio de Jesús.
(LAGRANGE, J. M., Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa, Madrid, 1999, pág. 189-92)
Benedicto XVI
La multiplicación de los panes como signo
El tema del pan ya lo hemos abordado detalladamente al tratar las tentaciones de Jesús; hemos visto que la tentación de convertir las piedras del desierto en pan plantea toda la problemática de la misión del Mesías; además, en la deformación de esta misión por el demonio, aparece ya de forma velada la respuesta positiva de Jesús, que luego se esclarecerá definitivamente con la entrega de su cuerpo como pan para la vida del mundo en la noche anterior a la pasión. También hemos encontrado la temática del pan en la explicación de la cuarta petición del Padrenuestro, donde hemos intentado considerar las distintas dimensiones de esta petición y, con ello, llegar a una visión de conjunto del tema del pan en todo su alcance. Al final de la vida pública de Jesús en Galilea, la multiplicación de los panes se convierte, por un lado, en el signo eminente de la misión mesiánica de Jesús, pero al mismo tiempo en una encrucijada de su actuación, que a partir de entonces se convierte claramente en un camino hacia la cruz. Los tres Evangelios sinópticos relatan que dio de comer milagrosamente a cinco mil hombres (cf. Mt 14, 33-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 10b-17); Mateo y Marcos narran, además, que también dio de comer a cuatro mil personas (cf. Mt 15, 32-38; Mc 8, 1-9).
No podemos adentramos aquí en el rico contenido teológico de ambos relatos. Me limitaré a la multiplicación de los panes narrada por Juan (cf. Jn 6, 1-15); tampoco se la puede analizar aquí en detalle; así que nuestra atención se centrará directamente en la interpretación del acontecimiento que Jesús propone en su gran sermón sobre el pan al día siguiente en la sinagoga, al otro lado del lago. Hay que añadir una limitación más: no podemos considerar en todos sus pormenores este gran sermón que ha sido muy estudiado, y frecuentemente desmenuzado con meticulosidad por los exegetas. Sólo quisiera intentar poner de relieve sus grandes líneas y, sobre todo, ponerlo en su lugar dentro de todo el contexto de la tradición a la que pertenece y a partir del cual hay que entenderlo.
El contexto fundamental en que se sitúa todo el capítulo es la comparación entre Moisés y Jesús: Jesús es el Moisés definitivo y más grande, el «profeta» que Moisés anunció a las puertas de la tierra santa y del que dijo Dios: «Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande» (Dt 18, 18). Por eso no es casual que al final de la multiplicación de los panes, y antes de que intentaran proclamar rey a Jesús, aparezca la siguiente frase: «Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo» (Jn 6, 14); del mismo modo que tras el anuncio del agua de la vida, en la fiesta de las Tiendas, las gentes decían: «Éste es de verdad el profeta» (7, 40). Teniendo, pues, a Moisés como trasfondo, aparecen los requisitos que debía tener Jesús. En el desierto, Moisés había hecho brotar agua de la roca, Jesús promete el agua de la vida, como hemos visto. Pero el gran don que se perfilaba en el recuerdo era sobre todo el maná: Moisés había regalado el pan del cielo, Dios mismo había alimentado con pan del cielo al pueblo errante de Israel. Para un pueblo en el que muchos sufrían el hambre y la fatiga de buscar el pan cada día, ésta era la promesa de las promesas, que en cierto modo lo resumía todo: la eliminación de toda necesidad, el don que habría saciado el hambre de todos y para siempre.
Antes de retomar esta idea, a partir de la cual se ha de entender el capítulo 6 del Evangelio de Juan, debemos completar la imagen de Moisés, pues sólo así se precisa también la imagen que Juan tiene de Jesús. El punto central del que hemos partido en este libro, y al que siempre volvemos, es que Moisés hablaba cara a cara con Dios, «como un hombre habla con su amigo» (Ex 33, 11; cf. Dt 34, 10). Sólo porque hablaba con Dios mismo podía llevar la Palabra de Dios a los hombres. Pero sobre esta cercanía con Dios, que se encuentra en el núcleo de la misión de Moisés y es su fundamento interno, se cierne una sombra. Pues a la petición de Moisés: «¡Déjame ver tu gloria!» —en el mismo instante en que se habla de su amistad con Dios, de su acceso directo a Dios—, sigue la respuesta: «Cuando pase mi gloria te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que yo haya pasado, y cuando retire la mano, verás mis espaldas, porque mi rostro no se puede ver» (Ex 33, 18.22s). Así pues, Moisés ve sólo la espalda de Dios, porque su rostro «no se puede ver». Se percibe claramente la limitación impuesta también a Moisés.
La clave decisiva para la imagen de Jesús en el Evangelio de Juan se encuentra en la afirmación conclusiva del Prólogo: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). Sólo quien es Dios, ve a Dios: Jesús. Él habla realmente a partir de la visión del Padre, a partir del diálogo permanente con el Padre, un diálogo que es su vida. Si Moisés nos ha mostrado y nos ha podido mostrar sólo la espalda de Dios, Jesús en cambio es la Palabra que procede de Dios, de la contemplación viva, de la unidad con Él. Relacionados con esto hay otros dos dones de Moisés que en Cristo adquieren su forma definitiva: Dios ha comunicado su nombre a Moisés, haciendo posible así la relación entre Él y los hombres; a través de la transmisión del nombre que le ha sido manifestado, Moisés se convierte en mediador de una verdadera relación de los hombres con el Dios vivo; sobre esto ya hemos reflexionado al tratar la primera petición del Padrenuestro. En su oración sacerdotal Jesús acentúa que Él manifiesta el nombre de Dios, llevando a su fin también en este punto la obra iniciada por Moisés. Cuando tratemos la oración sacerdotal de Jesús tendremos que analizar con más detalle esta afirmación: ¿en qué sentido revela Jesús el «nombre» de Dios más allá de lo que lo hizo Moisés?
El otro don de Moisés, estrechamente relacionado tanto con la contemplación de Dios y la manifestación de su nombre como con el maná, y a través del cual el pueblo de Israel se convierte en pueblo de Dios, es la Torá; la palabra de Dios, que muestra el camino y lleva a la vida. Israel ha reconocido cada vez con mayor claridad que éste es el don fundamental y duradero de Moisés; que lo que realmente distingue a Israel es que conoce la voluntad de Dios y, así, el recto camino de la vida. El gran Salmo 119 es toda una explosión de alegría y agradecimiento por este don. Una visión unilateral de la Ley, que resulta de una interpretación unilateral de la teología paulina, nos impide ver esta alegría de Israel: la alegría de conocer la voluntad de Dios y, así, poder y tener el privilegio de vivir esa voluntad.
Con esta idea hemos vuelto —aunque parezca de modo inesperado— al sermón sobre el pan. En el desarrollo interno del pensamiento judío ha ido aclarándose cada vez más que el verdadero pan del cielo, que alimentó y alimenta a Israel, es precisamente la Ley, la palabra de Dios. En la literatura sapiencial, la sabiduría, que se hace presente y accesible en la Ley, aparece como «pan» (Pr 9, 5); la literatura rabínica ha desarrollado más esta idea (Barrett, p. 301). Desde esta perspectiva hemos de entender el debate de Jesús con los judíos reunidos en la sinagoga de Cafarnaún. Jesús llama la atención sobre el hecho de que no han entendido la multiplicación de los panes como un «signo» —como era en realidad—, sino que todo su interés se centraba en lo referente al comer y saciarse (cf. Jn 6, 26). Entendían la salvación desde un punto de vista puramente material, el del bienestar general, y con ello rebajaban al hombre y, en realidad, excluían a Dios. Pero si veían el maná sólo desde el punto de vista del saciarse, hay que considerar que éste no era pan del cielo, sino sólo pan de la tierra. Aunque viniera del «cielo» era alimento terrenal; más aún, un sucedáneo que se acabaría en cuanto salieran del desierto y llegaran a tierra habitada.
Pero el hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que alimente al hombre en cuanto hombre debe ser superior, estar a otro nivel. ¿Es la Torá ese otro alimento? En ella, a través de ella, el hombre puede de algún modo hacer de la voluntad de Dios su alimento (cf. Jn 4, 34)- Sí, la Torá es «pan» que viene de Dios; pero sólo nos muestra, por así decirlo, la espalda de Dios, es una «sombra». «El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33). Como los que le escuchaban seguían sin entenderlo, Jesús lo repite de un modo inequívoco: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed» (Jn 6, 35).
La Ley se ha hecho Persona. En el encuentro con Jesús nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el «pan del cielo». De acuerdo con esto, Jesús ya había dejado claro antes que lo único que Dios exige es creer en Él. Los oyentes le habían preguntado: «¿Cómo podremos ocuparnos del trabajo que Dios quiere?» (Jn 6, 28). La palabra griega aquí utilizada, ergázesthai, significa «obtener a través del trabajo» (Barrett, p. 298). Los que escuchan están dispuestos a trabajar, a actuar, a hacer «obras» para recibir ese pan; pero no se puede «ganar» sólo mediante el trabajo humano, mediante el propio esfuerzo. Únicamente puede llegar a nosotros como don de Dios, como obra de Dios: toda la teología paulina está presente en este diálogo. La realidad más alta y esencial no la podemos conseguir por nosotros mismos; tenemos que dejar que se nos conceda y, por así decirlo, entrar en la dinámica de los dones que se nos conceden. Esto ocurre en la fe en Jesús, que es diálogo y relación viva con el Padre, y que en nosotros quiere convertirse de nuevo en palabra y amor.
Pero con ello no se responde todavía del todo a la pregunta de cómo podemos nosotros «alimentarnos» de Dios, vivir de Él de tal forma que Él mismo se convierta en nuestro pan. Dios se hace «pan» para nosotros ante todo en la encarnación del Logos: la Palabra se hace carne. El Logos se hace uno de nosotros y entra así en nuestro ámbito, en aquello que nos resulta accesible. Pero por encima de la encarnación de la Palabra, es necesario todavía un paso más, que Jesús menciona en las palabras finales de su sermón: su carne es vida «para» el mundo (6, 51). Con esto se alude, más allá del acto de la encarnación, al objetivo interior y a su última realización: la entrega que Jesús hace de sí mismo hasta la muerte y el misterio de la cruz.
Esto se ve más claramente en el versículo 53, donde el Señor menciona además su sangre, que Él nos da a «beber». Aquí no sólo resulta evidente la referencia a la Eucaristía, sino que además se perfila aquello en que se basa: el sacrificio de Jesús que derrama su sangre por nosotros y, de este modo, sale de sí mismo, por así decirlo, se derrama, se entrega a nosotros.
Así pues, en este capítulo, la teología de la encarnación y la teología de la cruz se entrecruzan; ambas son inseparables. No se puede oponer la teología pascual de los sinópticos y de san Pablo a una teología supuestamente pura de la encarnación en san Juan. La encarnación de la Palabra de la que habla el Prólogo apunta precisamente a la entrega del cuerpo en la cruz que se nos hace accesible en el sacramento. Juan sigue aquí la misma línea que desarrolla la Carta a los Hebreos partiendo del Salmo 40, 6-8: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo» (Hb 10, 5). Jesús se hace hombre para entregarse y ocupar el lugar del sacrificio de los animales, que sólo podían ser el gesto de un anhelo, pero no una respuesta.
Las palabras de Jesús sobre el pan, por un lado, orientan el gran movimiento de la encarnación y del camino pascual hacia el sacramento en el que encarnación y Pascua siempre coexisten, pero por otra parte, introduce también el sacramento, la sagrada Eucaristía, en el gran contexto del descenso de Dios hacia nosotros y por nosotros. Así, por un lado se acentúa expresamente el puesto de la Eucaristía en el centro de la vida cristiana: aquí Dios nos regala realmente el maná que la humanidad espera, el verdadero «pan del cielo», aquello con lo que podemos vivir en lo más hondo como hombres. Pero al mismo tiempo se ve la Eucaristía como el gran encuentro permanente de Dios con los hombres, en el que el Señor se entrega como «carne» para que en Él, y en la participación en su camino, nos convirtamos en «espíritu». Del mismo modo que Él, a través de la cruz, se transformó en una nueva forma de corporeidad y humanidad que se compenetra con la naturaleza de Dios, esa comida debe ser para nosotros una apertura de la existencia, un paso a través de la cruz y una anticipación de la nueva existencia, de la vida en Dios y con Dios
Por ello, al final del discurso, donde se hace hincapié en la encarnación de Jesús y el comer y beber «la carne y la sangre del Señor», aparece la frase: «El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve de nada» (Jn 6, 63). Esto nos recuerda las palabras de san Pablo: «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo. El último Adán, en espíritu que da vida» (1 Co 15, 45). No se anula nada del realismo de la encarnación, pero se subraya la perspectiva pascual del sacramento: sólo a través de la cruz y de la transformación que ésta produce se nos hace accesible esa carne, arrastrándonos también a nosotros en el proceso de dicha transformación. La devoción eucarística tiene que aprender siempre de esta gran dinámica cristológica, más aún, cósmica.
Para entender en toda su profundidad el sermón de Jesús sobre el pan debemos considerar, finalmente, una de las palabras clave del Evangelio de Juan, que Jesús pronuncia el Domingo de Ramos en previsión de la futura Iglesia universal, que incluirá a judíos y griegos -a todos los pueblos del mundo—: «Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (12, 24). En lo que denominamos «pan» se contiene el misterio de la pasión. El pan presupone que la semilla —el grano de trigo— ha caído en la tierra, «ha muerto», y que de su muerte ha crecido después la nueva espiga. El pan terrenal puede llegar a ser portador de la presencia de Cristo porque lleva en sí mismo el misterio de la pasión, reúne en sí muerte y resurrección. (Así, en las religiones del mundo el pan se había convertido en el punto de partida de los mitos de muerte y resurrección de la divinidad, en los que el hombre expresaba su esperanza en una vida después de la muerte.
A este respecto, el cardenal Schönborn recuerda el proceso de conversión del gran escritor británico Clive Staples Lewis, que leyendo una obra en doce volúmenes sobre esos mitos llegó a la conclusión de que también ese Jesús que tomó el pan en sus manos y dijo «Éste es mi cuerpo», era sólo «otra divinidad del grano, un rey del grano que ofrece su vida por la vida del mundo». Pero un día oyó decir en una conversación «a un ateo convencido… que las pruebas de la historicidad de los Evangelios eran sorprendentemente persuasivas» (Schönborn, pp. 23s). Y a él se le ocurrió: «Qué extraño. Toda esta historia del Dios que muere, parece como si realmente hubiera sucedido una vez» Kranz, cit. en Schönborn, pp. 23s).
Sí, ha ocurrido realmente. Jesús no es un mito, un hombre de carne y hueso, una presencia del todo real en la historia. Podemos visitar los lugares donde estuvo y andar por los caminos que El recorrió, podemos oír sus palabras a través de testigos. Ha muerto y ha resucitado. El misterio de la pasión que encierra el pan, por así decirlo, le ha esperado, se ha dirigido hacia Él; y los mitos lo han esperado a Él, en quien el deseo se ha hecho realidad.) Lo mismo puede decirse del vino. También él comporta una pasión: ha sido prensado, y así la uva se ha convertido en vino. Los Padres han ido más lejos en su interpretación de este lenguaje oculto de los dones eucarísticos. Me gustaría mencionar aquí sólo un ejemplo. En la denominada Didaché (tal vez en torno al año 100) se implora sobre el pan destinado a la Eucaristía: «Como este pan partido estaba esparcido por las montañas y al ser reunido se hizo uno, que también tu Iglesia sea reunida de los extremos de la tierra en tu reino» (IX, 4).
(Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I), Ed. Planeta, Santiago de Chile, 2007, pág. 310-20)
P. Leonardo Castellani
La Promesa de la Eucaristía
El Evangelio de hoy narra la primera Multiplicación de los Panes, símbolo claro de la Eucaristía. Para hacerlo más claro aún, superclaro, Cristo lo conectó al día siguiente en la Sinagoga de Cafarnaum con el Sermoncito o recitado llamado “la Promesa de la Eucaristía”. A mí me parece que vivimos un momento muy malo del mundo (si me equivoco es mejor) y que necesitamos de la Eucaristía simplemente como remedio; como cafiaspirina.
Los milagros que Cristo repitió tienen un sentido simbólico importante: las dos Pescas milagrosas, las dos Tempestades calmadas, las dos Limpiezas del Templo —y las dos “Multipanificaciones”. Alguien dijo que las verdades que nos importan vienen siempre a medias palabras; pero esta verdad, que es el centro del dogma y el culto católico, Cristo no quiso que nos viniese a medias palabras. Los demás Sacramentos sí (excepto el Bautismo) nos vinieron a medias palabras. Verdad es que la Eucaristía la reveló en dos momentos, uno la Promesa, otro la Institución; pero cada una es una palabra completa.
La Eucaristía es un misterio inverosímil; pero tan clara es su revelación, que ningún hereje la negó hasta el siglo XVI. Salto a Berengario, que fue un demente, y a los Albigenses del siglo XII, porque ésos negaban todo, no dejaban títere con cabeza: quisieron fundar no una herejía sino una nueva religión, monstruosa y enteramente anticatólica, parecida al Comunismo actual: demente también. Pero en el siglo XVI Lutero mismo no negó la Presencia Real, aunque la echó a perder con una teoría suya llamada la “empanación”, según la cual Cristo está en la hostia y el pan también está en la hostia, vaya a saber cómo: Cristo está empanado. Pero Calvino negó la Presencia Real y su sentencia predominó al fin en todo el Protestantismo. Verdad es que los luteranos practican todavía lo que llaman “la Cena”; pero no saben claro lo que significa.
Cristo multiplicó 5 panes en más de 5.000 en el segundo año de su predicación, en el despoblado cerca del Mar de Tiberíades. Los Galileos quisieron proclamarlo Rey, primer paso del Mesías, creían ellos. Los Galileos eran una especie de irlandeses; querían el “home rule” o independencia de hacia los judíos, los cuales los despreciaban: eran rudos, recios y más religiosos que los judíos. Cristo huyó a la montaña, y al día siguiente apareció en Cafarnaum, en la barca de Pedro. Su público lo encontró y comenzó a hacerle reproches. Cristo les dijo buscasen más bien el pan del cielo —lo mismo que contestó al Diablo en la primera tentación. —”¿Cuál es el Pan del Cielo? Moisés nos dio el maná en el desierto; y tú ¿qué nos das de mejor?” Cristo comienza un sermoncito, interrumpido tres veces, en que les predica primero la fe en Él, que es el Pan del Cielo, y después, sin solución de continuidad, el Sacramento de la Fe, la Eucaristía.
Les dice paladinamente que tendrán que comer su cuerpo y beber su sangre; y de no, no tendrán la vida eterna. Y como se escandalizaran de eso que les pareció canibalismo, les explicó que no habían de comerlo carnalmente sino espiritualmente; es decir, que su cuerpo estaría en un estado especial, parecido al de los ángeles, el “estado sacramental” que le decimos. Aquí salta el Protestante y dice: “¿Ha visto Ud.? Es lo que yo digo: lo comemos espiritualmente, en figura solamente”. —No es lo que dices; pues Cristo se apresuró a añadir: “pero… mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”; como para atajar de antemano ese error herético del siglo XVI.
En la Última Cena Cristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el Sacerdocio en forma tan clara como en la Promesa: SON LOS DOS TEXTOS MÁS CLAROS QUE HAY EN TODAS LAS SAGRADAS ESCRITURAS. Después de lavar los pies a sus discípulos, durante la Cena legal, y después de orar al Padre alzando los ojos al cielo, tomó el pan y lo bendijo diciendo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Y similarmente, después de cenar: “Tomad y bebed: éste es el Cáliz de mi sangre, la del Nuevo Testamento, que por vosotros y por muchos será derramada en remisión de los pecados. Haced esto vosotros en memoria de mí”.
¿Ve alguno de Uds. algo dudoso en estas palabras? No lo vieron los Apóstoles, que eran rudos y eran además preguntones; y de haber habido la más leve ambigüedad hubieran preguntado de inmediato.
¿Qué te vienes ahora aquí con dudas, Calvino, Zwinglio y Compañía Bella? ¿En qué forma podía Cristo haberlo dicho más clara y terminantemente? ¿Por qué han tenido que inventar Uds. dieciocho interpretaciones diferentes, a cual más descabellada, para poder poner dudas aquí? ¿Hay en toda la Biblia un texto más claro y terminante? Con razón observa Maldonado que éstos son gentes que han flaqueado en la fe; y por tanto tropiezan primero contra el escollo más grande, el Misterio mayor; pero que después van a ir tropezando en todos los otros misterios, puesto que ninguno está más claramente revelado que éste. Y la profecía de Maldonado se cumplió: el Protestantismo ha tropezado en todos los dogmas; tomado en su conjunto hoy día, no hay un solo dogma que quede en pie: unos creen en éste, otros en estotro, otros prácticamente en ninguno. Incluso en tiempo de Maldonado, hubo un calvinista quídam que escribió un libro: De arte nihil credendi; o sea El arte de no creer nada.
Los Protestantes, como son ramas desgajadas del tronco vivo de la Iglesia, persisten en remedar a la Iglesia, para no secarse del todo: hacen templos parecidos (pueden ver uno en la calle Esmeralda), hacen ceremonias parecidas, celebran la “Cena” o una especie de misa, previniendo empero que ellos no consagran, sino solamente RECUERDAN a Cristo con el pan y el vino. No han podido crear nada nuevo, sino remedar; anoser algunas extravagancias, como “el banco de los convertidos” en lugar de la Confesión. Hoy día la mayoría dellos no creen en nada, ni en la divinidad de Cristo.
He querido plantar hoy la verdad de la Eucaristía para poder hablar el Jueves Santo de la devoción al Santísimo Sacramento. Evidentemente los que negaban esa verdad, tenían lógicamente que negar todas al final. Es un misterio inverosímil e increíble, pues está no sólo sobre nuestra razón sino contra nuestros ojos; por eso Cristo quiso plantarlo con tanta fuerza. No está por encima del poder de Dios; y del amor de Dios. Es el resumen del amor de Cristo a los hombres, y su manifestación más extraña. Es el Matrimonio de Cristo con la Iglesia.
(CASTELLANI, L., Domingueras prédicas, Ed. Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 87-90)
P. Ervens Mengelle, I.V.E.
Preparando la Misa
(Jn.6,1-15)
Queridos hermanos, acabamos de escuchar el relato de la multiplicación de los panes. Uno de ellos, porque según los evangelios hay dos milagros muy semejantes de la multiplicación de los panes. Significativamente, este es uno de los pocos episodios que podemos encontrar en los cuatro evangelios, lo cual es un indicio de la importancia que tuvo este milagro en sus comienzos.
1 – La perspectiva de la Eucaristía
El domingo pasado leímos en el evangelio de san Marcos que Jesús viendo la muchedumbre se compadeció de ella, porque estaban como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato (Mc 6,34). El mismo evangelista continúa contando que, cuando se hizo tarde, Jesús realizó este milagro para alimentar a la gente. Nosotros, sin embargo, no hemos leído el relato tomándolo del evangelio de san Marcos, sino del evangelio de san Juan, ya que, como veremos los domingos venideros, con motivo de ese milagro Jesús pronunciará su “Sermón del Pan de Vida” en el cual hace una presentación del misterio de la Eucaristía.
Hay varios detalles que es útil recoger de las narraciones evangélicas. 1) Juan nos dice que la Pascua estaba cerca, con lo cual ya nos brinda un elemento valioso puesto que en la Pascua Jesús instituirá el misterio de la Misa; 2) también Juan señala que había hierba, rememorando lo del salmo 23 que leímos el domingo pasado: en verdes praderas me hace recostar… preparas ante mí una mesa; 3) la descripción que da san Marcos muestra el inequívoco enlace con la Última Cena: tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y lo daba a los discípulos para que los dieran (Mc 6,41); observemos que son palabras muy semejantes a las usadas para contar la institución de la Eucaristía el Jueves Santo; y observemos también que es a través de los discípulos que Jesús hace entrega del pan bendecido (Juan no señala este detalle pero es evidente teniendo en cuenta la cantidad de personas presentes; sólo que Juan quiere mostrar más directamente la acción de Cristo); 4) por último, el detalle de “reservar” los sobrantes para que nada se pierda. La conclusión a la cual llega la gente es significativa: este es el Profeta que iba a venir al mundo; están señalando una profecía dicha por Moisés en Dt 18,15 (De modo semejante Moisés había enseñado y alimentado al pueblo judío en su peregrinar por el desierto).
Considerando todos estos elementos de manera conjunta y más aún si tenemos en cuenta las palabras de Cristo que vienen a continuación en el evangelio de san Juan (el Sermón del Pan de Vida) vemos claramente que Cristo estaba, en cierto sentido, anticipando la Eucaristía y preparando para ella. Es digno de observar que el esquema básico usado por Cristo se ha mantenido intacto a través de los siglos: la gente se reúne alrededor de Cristo, escucha su enseñanza y es alimentada con el pan bendecido por Él.
2 – La Misa de todos los siglos
Respecto de esto hay un hermoso testimonio, muy antiguo, brindado por un mártir del siglo segundo, san Justino, quien escribió al emperador pagano Antonino Pío hacia el año 155, describiendo lo que hacían los cristianos. Escuchemos su relato:
“El día que se llama del sol [domingo] se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos esos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado [bautizado] y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna.
Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el ósculo de paz.
Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén.
Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman ‘ministros’ o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes” (cf. 1345).
Podemos apreciar claramente la estructura fundamental de la Eucaristía o Misa, con sus dos grandes partes, a saber la Liturgia de la Palabra, la cual estamos desarrollando ahora, y la Liturgia de la Eucaristía que vendrá a continuación y en la cual, luego de presentar las ofrendas (pan y vino junto con la colecta para los necesitados), vendrá la acción de gracias al Padre en el prefacio, la consagración con las mismas palabras de la institución, la anámnesis o recuerdo del misterio pascual de Cristo, las intercesiones por los vivos y difuntos, todo lo cual se cierra con el Amén, para pasar luego a la comunión. (cf. 1346-1355).
3 – Todos se reúnen
Ahora, sin embargo, quisiera referirme tan sólo a un punto bien concreto, a saber el elemento preparatorio. Para la celebración de este misterio se realiza una convocación. No se trata de una simple reunión de amigos. La palabra con-vocación es una de las traducciones de la palabras griega ekklesía, o sea Iglesia. ¿Quién convoca? Responde el catecismo: “Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando en la persona de Cristo cabeza) preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera…” (1348).
Permítasenos subrayar esto último: “Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia… La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados…” (1140-1141). “Toda la asamblea es liturgo, cada cual según su función, pero en la unidad del Espíritu que actúa en todos…” (1144). Este elemento es tan esencial que ha provisto uno de los nombres para la Misa: “asamblea eucarística (syn-axis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los files, expresión visible de la Iglesia”, dice el catecismo (1329)
Por supuesto que cada uno tiene su función, especialmente el sacerdote que actúa no en nombre propio sino “in persona Christi”, lo cual implica el ejercicio de la potestad recibida en virtud del Orden Sagrado (cf. 1142). Pero hay otros ministerios también que deben ser adecuadamente realizados (lectores, cantores, etc. cf. 1143). Y sobre todo, es importante entender que, aunque quizás externamente parezca que no hacemos nada, sin embargo nuestra participación por la contemplación de estos misterios y nuestra adhesión a ellos es lo que realmente vale: “La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma…” (1141).
4 – Conclusión
Por eso, queridos hermanos, tengamos presente la importancia de una adecuada preparación previa para la participación en la misa. Es necesario tratar de llegar con algunos minutos de anticipación para tomar conciencia de aquello en lo que vamos a participar y para disponernos, sicológica y espiritualmente, de la mejor manera posible para una más profunda participación.
Pensemos cómo se dispondría la Santísima Virgen a participar de las misas celebradas por los apóstoles, especialmente por san Juan, quien la recibió al pie de la cruz. Cómo vería ella revividos los misterios pascuales de su Hijo y cómo procuraría alcanzar un gran fruto de esa participación.
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
San Juan Crisóstomo
“Los distribuyó entre los que estaban sentados; y se saciaron”
No nos mezclemos, carísimos, con los perversos y dañinos; pero mientras no hagan daño a nuestra virtud, procuremos ceder y no dar ocasión a sus dolos y asechanzas. De este modo se les quebrantan todos sus ímpetus. Así como los dardos cuando dan sobre un objeto duro y firme, rebotan con gran impulso contra quienes los dispararon; pero, si una vez lanzados con violencia, no encuentran objeto alguno duro ni resistente, muy luego pierden su fuerza y caen al suelo, del mismo modo los hombres feroces por su audacia, si les presentamos resistencia más se enfurecen; pero si cedemos a su furia, pronto apagamos sus ímpetus.
Así procedió Cristo. Cuando los fariseos oyeron que juntaba más discípulos que Juan y que bautizaba a muchos más, Él se apartó a Galilea, para apagar así la envidia de ellos y suavizar con su retirada el furor que aquel buen suceso les causaba; furor que era verosímil que habrían concebido. Y vuelto a Galilea, no fue a los mismos sitios que antes. Porque no se retiró a Caná, sino al otro lado del mar. Y lo seguían grandes multitudes, porque veían los milagros que hacía. ¿Qué milagros fueron ésos? ¿Por qué no los narra el evangelista? Porque este evangelista dedicó la inmensa mayor parte de su libro a los discursos. Mira, por ejemplo, cómo en el término de un año completo, y aun en la fiesta de la Pascua, no refiere otros milagros, sino la curación del paralítico y la del hijo del Régulo. Es que no intentaba referirlo todo (cosa por lo demás imposible), sino que de entre los muchos y brillantes prodigios, seleccionó y refirió unos pocos.
Dice: Y lo seguía un gran gentío porque veían los milagros que obraba. No lo seguían aún con ánimo muy firme, pues antes que tan eximias enseñanzas, más bien los atraían los milagros: cosa propia de gente ruda. Porque dice Pablo: Los milagros son no para los fieles, sino para los no creyentes En cambio Mateo no pinta así ese pueblo, sino que dice: Y todos se admiraban de su doctrina, pues los enseñaba como quien tiene potestad . Mas ¿por qué ahora se retira al monte y ahí se asienta con sus discípulos? Porque va a hacer un milagro. Que sólo los discípulos subieran con El, culpa fue del pueblo que no lo siguió. Pero no fue ése el único motivo de subir al monte, sino además para enseñarnos que debemos evitar el tumulto de las turbas y que la soledad se presta para el ejercicio de la virtud. Con frecuencia sube solo al monte a orar y pasa la noche en oración, para enseñamos que quien se acerca a Dios debe estar libre de todo tumulto y buscar un sitio tranquilo.
Preguntarás: ¿por qué no sube a Jerusalén para la festividad, sino que mientras todos se dirigían a Jerusalén, Él se retiró a Galilea; y no va solo, sino que lleva a los discípulos, y luego baja a Cafarnaúm? Poco a poco va abrogando la ley, tomando ocasión de la perversidad de los judíos. Y como hubiese levantado la mirada y viera la gran turba. Por aquí declara el evangelista que Jesús nunca se asentaba con sus discípulos sin motivo, sino tal vez para enseñarlos y hablar con mayor cuidado y para más unirlos consigo. Vemos por aquí la gran providencia que de ellos tenía, y cómo a ellos se acomodaba y se abajaba. Y estaban sentados, quizá mirándose frente a frente. Luego, habiendo explayado su mirada, vio una gran turba que venía hacia El. Los otros evangelistas refieren que los discípulos se le acercaron y le rogaron y suplicaron que no la despidiera en ayunas. Juan, en cambio, presenta al Señor preguntando a Felipe. A mí ambas cosas me parecen verdaderas, aunque no verificadas al mismo tiempo; sino que precedió una de ellas; de manera que en realidad se narran cosas distintas. ¿Por qué pregunta a Felipe? Porque sabía muy bien cuáles de los discípulos estaban más necesitados de enseñanza. Felipe fue el que más tarde le dijo: Muéstranos al Padre y esto nos basta. Por tal motivo es a él a quien primeramente instruye. Si el milagro se hubiera realizado sin ninguna preparación, no habría brillado en toda su magnitud. Por lo cual cuida Jesús de que previamente Felipe le confiese la escasez; para que con esto, el milagro le pareciera mayor.
Observa lo que dice a Felipe: ¿De dónde obtendremos tantos panes como para que éstos coman? Del mismo modo en la Ley Antigua dijo a Moisés antes de obrar el milagro: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? Y como los milagros repentinos suelen borrar de nuestra memoria los sucesos anteriores, en primer lugar ató a Felipe con la propia confesión de éste, para que no sucediera que después, herido de estupor, se olvidara de lo que había confesado; y para que por aquí, mediante la comparación, conociera la magnitud del milagro. Como en efecto sucedió.
A la pregunta contestó Felipe: Doscientos denarios de panes no bastarían para que cada uno tomara un bocado. Esto se lo decía a Felipe para probarlo, pues Él sabía bien lo que iba a hacer. ¿Qué significa: para probarlo? ¿Acaso ignoraba Jesús lo que Felipe respondería? Semejante cosa no puede afirmarse. ¿Cuál es pues el pensamiento que encierra esa expresión? Podemos conocerlo por la Ley Antigua. También en ella leemos: Sucedió después de estas cosas que Dios tentó a Abraham y le dijo: Toma a tu hijo unigénito, al que amas, Isaac. No se lo dijo para saber si obedecería o no el patriarca, pues Dios todo lo ve antes de que acontezca; sino que en ambos pasajes habla al modo humano. Lo mismo, cuando la Escritura dice: Dios escruta los corazones de los hombres, no significa ignorancia, sino un conocimiento exacto. Igualmente cuando dice: tentó, no significa otra cosa sino que El con exactitud ya lo sabía.
Podría entenderse en este otro sentido; o sea que tuvo mayor experiencia de ellos, cuando a Abraham entonces y ahora a Felipe los lleva a un más profundo conocimiento del milagro. Por lo cual el evangelista, para que no dedujeras algo absurdo, a causa de la sencillez de la palabra, añadió: Sabía bien Él lo que iba a hacer. Por lo demás, bien está observar cómo el evangelista, siempre que hay lugar a una opinión torcida, al punto cuidadosamente la deshace. De modo que, para que los oyentes en este pasaje no imaginaran algo erróneo, aprontó esa corrección: Sabía bien Él lo que iba a hacer.
De igual modo, en el otro pasaje, cuando dice el evangelista que los judíos perseguían a Jesús: No sólo porque traspasaba el sábado, sino también porque decía que su Padre era Dios, haciéndose igual a Dios, si no hubiera sido este mismo el pensamiento de Cristo, confirmado con las obras, también habría añadido el evangelista esa corrección. Si en las palabras que Cristo habla, teme el evangelista que alguno pueda caer en error, mucho más lo habría temido en las que otros decían acerca de Cristo, si hubiera notado que no se tenía de El la verdadera opinión. Pero nada dijo, pues conocía el pensamiento de Cristo y su decreto inmutable. Por lo cual, una vez que dijo: Haciéndose igual a Dios, no añadió la corrección, porque en esto la opinión de los judíos no andaba errada, sino que era verdadera y estaba confirmada con las obras de Cristo.
Habiendo, pues, el Señor preguntado a Felipe: Respondió Andrés, el hermano de Simón Pedro: Hay aquí un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos. Pero ¿qué significa esto para tantos? Más altamente piensa Andrés que Felipe; y sin embargo, no llegó al fondo del asunto. Por mi parte, pienso que no sin motivo se expresó así; sino que teniendo noticia de los milagros de los profetas, como el de Eliseo sobre los panes, por aquí elevó su pensamiento a cierta altura, pero no llegó a la cima.
Aprendamos por aquí los que nos hemos entregado a los placeres cuál era el alimento de aquellos varones admirables, cuán pobre, de qué clase; e imitémoslos en la condición y frugalidad de su mesa. Lo que sigue demuestra una extrema rudeza y debilidad en la fe. Porque una vez que hubo dicho: Tiene cinco panes de cebada, añadió: Pero ¿qué significa esto para tantos? Le parecía que quien hacía milagros de pocos panes los haría de otros pocos y quien los hacía de muchos panes los haría de muchos otros. Pero iban las cosas por otros caminos. A pesar de que a Jesús lo mismo le daba de muchos panes o de pocos preparar una cantidad inmensa, ya que no necesitaba de materia previa, sin embargo, para que no pareciera que las criaturas estaban fuera del alcance de su sabiduría, como erróneamente afirmaban los marcionitas, usó de la criatura para obrar el milagro; y lo obró cuando ambos discípulos menos lo esperaban. De este modo obtuvieron mayor ganancia espiritual, habiendo de antemano confesado lo difícil del negocio; para que, llevado a cabo el prodigio, reconocieran el poder de Dios.
Y pues iba a obrarse un milagro ya antes obrado también por los profetas, aunque no del mismo modo; y lo iba a verificar Jesús comenzando por la acción de gracias, para que la gente ruda no cayera en error, observa cómo todo lo que hace va levantando las mentes y poniendo de manifiesto la diferencia. Cuando aún no aparecían los panes, ya Él tenía hecho el milagro; para que entiendas que tanto lo que ya existe como lo que aún no existe, todo le está sujeto, como dice Pablo: El que llama lo que no existe a la existencia, como si ya existiera. Pues como si ya estuviera la mesa puesta, mandó que al punto se sentaran a ella; y de este modo levantó el pensamiento de los discípulos.
Como ya por la pregunta anterior habían logrado provecho espiritual, al punto obedecieron y no se conturbaron ni dijeron: ¿Qué es esto? ¿Por qué ordenas sentarse a la mesa cuando aún nada hay que poner en ella? De modo que aun antes de ver el milagro comenzaron a creer, ellos que al principio no creían y decían: ¿De dónde compraremos panes? Más aún: activamente dispusieron que las turbas se sentaran. Mas ¿por qué cuando va a sanar al paralítico, a resucitar al muerto, a calmar el mar no ruega, y ahora en cambio cuando se trata de panes sí lo hace? Es para enseñamos que antes de tomar el alimento se ha de dar gracias a Dios. Por lo demás acostumbra El hacerlo en cosas mínimas para que entiendas que no lo hace porque le sea necesario. Pues si le hubiera sido necesario, más bien era en las grandes en las que lo habría hecho. Pero quien en las grandes procedía así con autoridad propia, sin duda que lo otro lo hace abajándose al modo de ser humano.
Por otra parte, estaba presente una turba inmensa a la cual era necesario persuadir de que Él había venido por voluntad de Dios. Por esto cuando obra un milagro estando solo y en privado, no procede así; pero cuando lo hace en presencia de muchos y para persuadirlos de que Él no es contrario a Dios, ni adversario del Padre, con dar gracias suprime toda sospecha errónea y acaba con ella. Y los distribuyó entre los que estaban sentados. Y se saciaron. ¿Adviertes la diferencia entre el siervo y el Señor? Los siervos, porque tenían solamente cierta medida de gracia, conforme a ella hacían los milagros; pero Dios, procediendo con absoluto poder, todo lo hacía y disponía con autoridad. Y dijo a los discípulos: recoged los fragmentos. Y ellos los recogieron y llenaron doce espuertas. No fue vana ostentación, sino que se hizo para que no se creyera haber sido aquello obra de brujería; y por este mismo motivo trabaja el Señor sobre materia preexistente. ¿Por qué no entregó los restos a las turbas para que los llevaran consigo, sino que los dio a los discípulos? Porque sobre todo a éstos quería instruir, pues habían de ser los maestros del orbe.
La multitud no iba a sacar ganancia grande espiritual de los milagros; y, en efecto, rápidamente lo olvidaron y pedían un nuevo milagro. Por lo demás, a Judas le sobrevino gravísima condenación del hecho de llevar su espuerta. Pues que el milagro se haya obrado para instrucción de los discípulos, consta por lo que se dice al fin; que tuvo Jesús que traérselo a la memoria y decirles: ¿Aún no comprendéis ni recordáis cuántos canastos recogisteis? Y el mismo motivo hubo para que el número de las espuertas fuera doce. O sea, igual al de los discípulos. En la otra multiplicación, como ya estaban instruidos, no sobraron tantos canastos, sino solamente siete espuertas. Por mi parte yo me admiro no únicamente de la abundancia de panes, sino además de la multitud de fragmentos y de lo exacto del número; y de que Jesús cuidara de que no sobraran ni más ni menos, sino los que Él quiso, pues sabía de antemano cuántos panes se iban a consumir; lo que fue señal de un poder inefable.
De modo que los fragmentos confirmaron ambos milagros y demostraron que no era aquello simple fantasmagoría, sino restos de los panes que habían comido. En cuanto al milagro de los peces, en esa ocasión se verificó con los peces preexistentes; pero después de la resurrección se verificó sin materia preexistente. ¿Por qué? Para que adviertas cómo también ahora usó de la materia como Señor; no porque la necesitara como base del milagro, sino para cerrar la boca a los herejes.
Y las turbas decían: verdaderamente éste es el Profeta. ¡Oh avidez de la gula! Infinitos milagros mayores que éste había hecho Jesús y nunca las turbas le habían hecho semejante confesión, sino ahora que se hartaron. Pero por aquí se ve claramente que esperaban a un profeta eximio. Allá con el Bautista preguntaban: ¿Eres tú el Profeta? Acá afirman: Este es el Profeta. Pero Jesús, en cuanto advirtió que iban a venir para arrebatarlo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo El solo a la montaña. ¡Por Dios! ¡Cuán grande es la tiranía de la gula! ¡Cuán inmensa la humana volubilidad! Ya no defienden la ley; ya no se cuidan del sábado violado; ya no los mueve el celo de Dios. ¡Repleto el vientre, todo lo han olvidado! Tenían consigo al Profeta e iban a coronarlo rey; pero Cristo huyó.
¿Por qué lo hizo? Para enseñamos que se han de despreciar las dignidades humanas y demostrar que El no necesita de cosa alguna terrena. Quien todo lo escogió humilde —madre, casa, ciudad, educación, vestido— no iba a brillar mediante cosas terrenas. Las celestiales, eximias y preclaras eran: los ángeles, la estrella, el Padre clamando, el Espíritu Santo testimoniando, los profetas ya de antiguo prediciendo; mientras que en la tierra todo era vil y bajo. Todo para que así mejor apareciera su poder. Vino a enseñamos el desprecio de las cosas presentes y a no admirar las que en esta vida parecen espléndidas; sino que todo eso lo burlemos y amemos las cosas futuras. Quien admira las terrenas no admirará las del cielo. Por eso decía Cristo a Pilato: Mi reino no es de este mundo , para no parecer que para persuadir echaba mano de humanos terrores y poderes. Pero entonces ¿por qué dice el profeta: He aquí que viene a ti tu rey, humilde y montado en un pollino cría de asna? Es que el profeta trataba del reino celeste y no del terreno. Por lo cual decía también: Yo no acepto gloria del hombre.
Aprendamos, pues, carísimos, a despreciar los humanos honores y a no desearlos. Grande honor poseemos, con el cual comparados los honores humanos son injurias y cosa de risa y de comedia; así como las riquezas terrenas comparadas con las celestiales son verdadera pobreza, y esta vida comparada con la otra es muerte. Dice Cristo: Deja a los muertos que entierren a sus muertos. De modo que si esta gloria con aquella otra se compara, es vergüenza y burla. No anhelemos ésta. Si quienes la proporcionan son más viles que la sombra y el ensueño, mucho más lo es ella: La gloria del hombre, como flor del heno. Pero aun cuando fuera duradera ¿qué ganancia sacaría de ella el alma? ¡Ninguna! Al revés, daña sobre manera y hace esclavos de peor condición que los que en el mercado se venden, puesto que han de servir no a un señor, sino a dos, a tres, a mil que ordenan mil cosas diversas. ¡Cuánto mejor es ser libre que no esclavo! Libre de la servidumbre de los hombres y siervo del Señor Dios que ordena. Pero en fin, si de todos modos has de amar la gloria, ama la gloria inmortal. Su esplendor es de más brillo y mayor es su ventaja.
Los hombres te ordenan darles gusto con gastos tuyos; mientras que Cristo, por el contrario, te devuelve el céntuplo de todos tus dones y además añade la vida eterna.
(…)
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía XLII (XLI), Tradición México 1981, p. 355-63)
Guión Domingo XVII Tiempo ordinario
(28 de julio 2024)
Entrada:
El sagrado alimento de la Eucaristía nos viene de la providencia amorosa de Dios que nos dio a su Hijo Único para salud de nuestras almas. Nosotros estamos llamados a ser instrumentos de la providencia para nuestros hermanos los hombres, tanto en el alimento corporal como en el espiritual.
Primera Lectura: Reyes 4, 42-44
Conforme a la Palabra del Señor, Eliseo obra el milagro de la multiplicación.
Segunda Lectura: Ef. 4, 1-6
El Apóstol nos exhorta a comportarnos de una manera digna de la vocación recibida.
Evangelio: Jn. 6, 1-15
Jesús realiza el prodigio de la multiplicación de los panes saciando a la multitud. Este milagro es presagio de la Eucaristía, alimento que permanece para la vida eterna.
Preces
Al Señor, que abre su mano y nos sacia de bienes dirijamos, hermanos, nuestra oración.
A cada intención respondemos…
+ Por el Santo Padre y por los obispos, para que a través del augusto Sacramento de la Eucaristía, conduzcan la grey a ellos encomendada al Reino del Padre Celestial. Oremos…
+ Por la conversión de los pueblos que están en guerra, para que en estos momentos de la historia hagan cesar sus manifestaciones terroristas y sus represalias militares promoviendo el diálogo como medio para establecer la justicia y la paz. Oremos…
+ Por todos los cristianos que deben afrontar los desafíos del racionalismo y del relativismo, para que con la fortaleza propia del Espíritu de Dios sepan no transigir con la cultura y la ideología dominante. Oremos…
+ Por la educación católica de niños y jóvenes, para que todos los que se ocupan de este ámbito, pongan el máximo empeño en la defensa y promoción de un marco legal que permita la educación integral en un contexto de libertad. Oremos…
+ Para que nosotros, reunidos para la oración en común y la fracción del pan, crezcamos en la confianza filial a nuestro Padre y entreguemos nuestras vidas unidos al sacrificio de Cristo en favor de los que sufren. Oremos…
Señor y Dios nuestro: los ojos de todos esperan en Ti y Tú les das la comida a su tiempo. Sácianos con el Pan de la Vida y concede tus dones a quienes te hemos encomendado. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
Queremos ser una ofrenda agradable para ser presentados al Padre en unión con Cristo obediente hasta la muerte.
* Con estos alimentos queremos llegar hasta los más necesitados con un gesto fraterno y ser instrumentos de la providencia de Dios.
* En el pan y el vino, queremos ofrecer nuestra voluntad de ser hostias vivas en Cristo.
Comunión La Eucaristía es una fuerza de unión; nos une al Cuerpo del Salvador y hace que seamos aquello que recibimos.
Salida: Junto a la Virgen del Magníficat queremos cantar la bondad del Señor y adorar junto a Ella su designio de salvarnos y conducirnos a la eternidad
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
El gran banquete
Están un día convidados a un gran banquete en el que se les ha preparado los manjares más exquisitos, y ustedes, mis hermanos, impacientes con el hambre, se sacian de manjares bajos que les quitan las ganas de los que les tienen preparados. Ya no gozan del banquete y ustedes han tenido la culpa.
Así hay muchos hombres: Les está preparado un banquete en el cielo con todos los manjares de Dios, y ellos se sacian de los manjares bajos de la tierra que le quitan las ganas de los manjares del cielo.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 189)