PRIMERA LECTURA
¿Acaso estás celoso a causa de mí?
¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor!
Lectura del libro de los Números 11, 16-17a. 24-29
El Señor dijo a Moisés:
«Reúneme a setenta de los ancianos de Israel —deberás estar seguro de que son realmente ancianos y escribas del pueblo— llévalos a la Carpa del Encuentro, y que permanezcan allí junto contigo. Yo bajaré hasta allí, te hablaré, y tomaré algo del espíritu que tú posees, para comunicárselo a ellos».
Moisés salió a comunicar al pueblo las palabras del Señor. Luego reunió a setenta hombres entre los ancianos del pueblo, y los hizo poner de pie alrededor de la Carpa.
Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo.
Dos hombres —uno llamado Eldad y el otro Medad— se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis.
Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento».
Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: «Moisés, señor mío, no se lo permitas».
Pero Moisés le respondió: « ¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque Él les infunde su espíritu!»
Palabra de Dios.
SALMO 18, 8.10.12-14
R. Los preceptos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple. R.
La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R.
También a mí me instruyen:
observarlos es muy provechoso.
Pero ¿quién advierte sus propios errores?
Purifícame de las faltas ocultas. R.
Presérvame, además, del orgullo,
para que no me domine:
entonces seré irreprochable
y me veré libre de ese gran pecado. R.
SEGUNDA LECTURA
Las riquezas de ustedes se han echado a perder
Lectura de la carta de Santiago 5, 1-6
Ustedes, los ricos, lloren y giman por las desgracias que les van a sobrevenir. Porque sus riquezas se han echado a perder y sus vestidos están roídos por la polilla. Su oro y su plata se han herrumbrado, y esa herrumbre dará testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un fuego.
¡Ustedes han amontonado riquezas, ahora que es el tiempo final! Sepan que el salario que han robado a los que trabajaron en sus campos está clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor del universo.
Ustedes llevaron en este mundo una vida de lujo y de placer, y se han cebado a sí mismos para el día de la matanza. Han condenado y han matado al Justo, sin que él les opusiera resistencia.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Jn 17, 17ba
Aleluia.
Tu palabra, Señor, es verdad;
conságranos en la verdad.
Aleluia.
EVANGELIO
El que no está contra nosotros está con nosotros.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros».
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies al infierno.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque mi te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojad con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego, no se apaga».
Palabra del Señor.
Rudolf Schnackenburg
Palabras sobre el escándalo
(Mc/09/42-48)
La nueva unidad sentencial está formada mediante la palabra nexo scandalon («tropiezo»). Enlaza con lo que antecede a través de la palabra nexo «pequeños»; el versículo 42 forma contraste con el v. 41: al anuncio de una recompensa por el buen comportamiento en favor de los «pequeños» (los discípulos), sigue ahora una terrible amenaza para cuantos den ocasión de tropiezo a «cualquiera de estos pequeños». El enlace está, pues, justificado desde el punto de vista del contenido; pero la nueva trilogía acerca de los miembros del cuerpo que ocasionan tropiezo sólo tiene una vinculación externa con esa sentencia. El «tropiezo» que cualquiera ocasiona a un discípulo de Jesús, se trata de una sacudida a la fe, de un poner en peligro la salvación de otro, cosa que atraen sobre el autor el castigo más severo en el tribunal divino; de ahí la imagen drástica del anegamiento en el mar.
Con el tropiezo que procede de los miembros corporales, se piensa en las tentaciones de tipo moral que le vienen al hombre de su misma naturaleza y que debe superar radicalmente de raíz, mediante la «mutilación» de los miembros, a fin de no incurrir en la condenación. La palabra griega, que ha entrado en nuestra lengua bajo la forma de «escándalo», no tiene la resonancia sensacionalista que ha adquirido entre nosotros. No se trata de la conmoción que provoca en la opinión pública sino de un peligro interno que corre la persona a la que se escandaliza. El vocablo, cuyos orígenes no se han esclarecido plenamente, hace pensar en la caída ocasionada por un tropiezo o una trampa en el camino. En el contexto de la sagrada escritura, ese «tropiezo», cualquiera que sea su origen, representa un peligro para la salvación. En el entorno de Jesús había seguramente hombres que disuadían su seguimiento a los «pequeños», los discípulos sencillos, y querían destruir su fe y lealtad a Jesús. El Maestro ha observado lleno de cólera tales manejos y ha pronunciado esa terrible amenaza.
La «piedra de molino de las que mueven los asnos» era una piedra notablemente grande que -a diferencia del molino de mano-, en el tipo de molino fijo, descansaba sobre otra piedra y tenía un agujero en el centro. Esa clase de molino se llamaba «molino de asno», o bien porque era movido por un asno o bien porque la piedra inferior se llamaba «asno» a causa de su forma. Para un hombre que extravía a los otros en la fe sería preferible, según la palabra de Jesús, que le colgasen al cuello una de esas grandes piedras y lo hundiesen en lo profundo del mar. Es una imagen muy conforme al lenguaje vigoroso de Jesús y cuyo sentido es éste: mejor es la muerte y el exterminio que robar la fe a otro.
La forma de expresión recuerda las palabras de Jesús acerca del hombre que iba a traicionarle: «más le valiera a tal hombre no haber nacido» (Mar_14:21). No se trata de sentencias condenatorias inapelables, pero son palabras que pintan a la perfección la terrible realidad de un hecho. La imagen y el arcaísmo de la forma lingüística señalan su origen en el pensamiento judío y no permiten dudar de que bajo las mismas se esconde una palabra personal de Jesús. La comunidad (…) entiende, bajo aquéllos cuya fe sufrirá quebranto, a todos los creyentes que forman parte de la misma, y no (o no exclusivamente) a los niños, y de un modo muy especial a los mensajeros de la fe. (…). Siempre será algo terriblemente grave poner en peligro y destruir la fe en el corazón de los hombres sencillos.
En la tradición sentencial de Mateo y Lucas se agrega: «es imposible que no haya escándalos, ¡pero ay de aquel por quien vienen (los escándalos)!». Jesús contempla de un modo realista la situación del mundo; pero advierte a los seductores y está decidido a proteger a quienes creen en él. La fe de la gente sencilla -cf. los infantes de Mt 10,25- es un bien que ningún hombre puede robar sacrílegamente. En ningún caso hay que entender las palabras de Jesús como si uno no hubiese de reflexionar sobre la fe y solucionar sus problemas. Se piensa en los seductores malintencionados o irresponsables.
El grupo de sentencias relativas a los miembros del cuerpo que pueden convertirse en causa de ruina moral, muestra el carácter radical de las exigencias éticas de Jesús. Hablaba en serio cuando quería que se hiciese todo lo imaginable con tal de tener parte en el reino de Dios (cf. Luc_13:24). Cuando está de por medio el objetivo final no cabe indecisión alguna. En nuestro texto Jesús habla de «la vida» como el objetivo del hombre, que le proporciona la verdadera salvación, y después habla en el mismo sentido del «reino de Dios». (…) El «fuego» que «no se extingue» (…) como «el gusano» que «no muere»; (…) ya estaban unidas en un pasaje del Antiguo Testamento que se cita en este v. 48 (Isa_66:24). Allí se trata de los hombres ajusticiados por Dios, cuyos cadáveres se amontonan en el valle de Hinnom, junto a Jerusalén. Yacen insepultos, expuestos a la corrupción -¡el gusano!- o al fuego aniquilador.
Del valle de Hinnom, en hebreo Gehinnom, que desde tiempos antiguos en Israel pasaba por ser el lugar del juicio, se ha derivado la expresión griega gehenna para indicar el infierno. Del lugar histórico de castigo se ha forjado ya en Isa_66:24 el lugar de castigo escatológico; del fin temporal de los malvados, el tormento eterno. (…) No «entrar en la vida», en la vida eterna de Dios, no tener parte en su reino futuro, equivale para el hombre a fallar el objetivo transcendente que se le ha señalado, y esto es la pérdida más espantosa que puede sucederle a un hombre. Su vida terrena no tuvo sentido y con la muerte corporal cae para siempre en el absurdo, en la «muerte eterna», en la aniquilación de su humanidad que estaba destinada a la vida eterna.
No se dice en qué consisten las tentaciones de la «mano», el «pie» y el «ojo». Basta saber que el hombre encuentra ocasiones de pecar en su propia constitución psicofísica. Los miembros externos sólo se consideran como ocasión de pecado. En otro pasaje dice Jesús que los malos pensamientos y deseos nacen de dentro, del corazón del hombre (Mar_7:21 ss). En las palabras sobre los miembros corporales que son ocasión de pecado, se contiene la experiencia de que también en el hombre que aspira al bien surgen tentaciones que pueden llevarle a la caída, en razón, precisamente, de su capacidad de ser tentado. Es una advertencia a no sobrevalorar las propias fuerzas y una amonestación a resistir inmediatamente y con decisión el ataque del mal. En el sermón de la montaña, Mateo ha relacionado el ojo que extravía y la mano que induce al pecado con el adulterio (Mar_5:29s). Muestra así cómo la Iglesia primitiva interpretaba de un modo concreto y aplicaba las palabras de Jesús. De manera similar cada cristiano debe preguntarse dónde están para él las posibles ocasiones de caída en el pecado y los peligros para su salvación. La palabra del Señor le invita a una renuncia radical a las seducciones del pecado y al corte inmediato, y a menudo doloroso, cuando está amenazada la salvación de toda su persona.
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)
Xavier Leòn – Dufour
Escándalo
Escandalizar significa hacer caer, ser para alguien ocasión de caída. El escándalo es concretamente la trampa que se pone en el camino del enemigo para hacerle caer. En realidad, hay diferentes maneras de “hacer caer” a alguien en el terreno moral y religioso : la tentación que ejercen *Satán o los hombres, la *prueba en que pone Dios a su pueblo o a su hijo, son “escándalos”. Pero siempre se trata de la fe en Dios.
- CRISTO, ESCÁNDALO PARA EL HOMBRE. 1. Ya el AT muestra que Dios puede ser causa de ‘escándalo para Israel; “Él es la *piedra de escándalo y la *roca que hace caer a las dos casas de Israel… muchos tropezarán, caerán y serán quebrantados” (Is 8,14s). Es que Dios, por su manera de obrar, pone a prueba la fe de su pueblo.
Asimismo Jesús apareció a los hombres como signo de contradicción. En efecto, fue enviado para la salvación de todos y de hecho es ocasión de *endurecimiento para muchos: “Este niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción” (Lc 2,34). En su persona y en su vida todo origina escándalo. Es el hijo del carpintero de Nazaret (Mt 13,57); quiere salvar al mundo no mediante algún mesianismo vengador (11,2-5; cf. Jn 3,17) o político (Jn 6,15), sino por la pasión y la cruz (Mt 16,21); los discípulos mismos se oponen a ello como Satán (16,22s) y escandalizados abandonan a su maestro (Jn 6,66). Pero Jesús resucitado los reúne (Mt 26,31s).
- Juan pone de relieve el carácter escandaloso del Evangelio : Jesús es en todo un hombre semejante a los otros (Jn 1,14), cuyo origen se cree saber (1,46; 6,42; 7,27) y cuyo designio redentor por la *cruz (6,52) y por la *ascensión (6,62) no se llega a comprender. Los oyentes todos tropiezan en el triple misterio de la encarnación, de la redención y de la ascensión; pero a unos los levanta Jesús, otros se obstinan: su pecado no tiene excusa (15,22ss).
- Al presentarse Jesús a los hombres los puso en la contingencia de optar por él o contra él: “Bienaventurados los que no se escandalizaren en mí” (Mt 11,6 p). La comunidad apostólica aplicó también a Jesús en persona el oráculo de Isaías 8,14 que hablaba de Dios. Él es “la piedra de escándalo” y al mismo tiempo “la piedra angular” (1Pe 2,7s; Rom 9,32s; Mt 21,42). Cristo es a la vez fuente de vida y causa de muerte (cf. 2Cor 2,16).
- Pablo debió afrontar este escándalo tanto en el mundo griego como en el mundo judío. Por lo demás, ¿no había él mismo pasado por esta experiencia antes de su conversión? Descubrió que Cristo, o si se prefiere, la *cruz, es “*locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es el *poder de Dios” (1 Cor 1,18). En efecto, Cristo crucificado es “escándalo para los judíos y locura para los paganos” (ICor 1,23). La sabiduría humana no puede comprender que Dios quiera salvar al mundo por un Cristo humillado, *doliente, crucificado. Sólo el Espíritu de Dios da al hombre poder superar el escándalo de la cruz, o más bien reconocer en él la suprema *sabiduría (lCor 1.25; 2,11-16).
- El mismo escándalo, la misma prueba de la fe continúa también a través de toda la historia de la Iglesia. La Iglesia es siempre en el mundo un signo de contradicción, y el odio, la *persecución son para muchos ocasión de caída (Mt 13,21; 24,10), aun cuando Jesús anunció todo esto para que los discípulos no sucumbieran (Jn 16,1).
- EL HOMBRE, ESCÁNDALO PARA EL HOMBRE. El hombre es escándalo para su hermano cuando trata de arrastrarlo alejándolo de la *fidelidad a Dios. El que abusa de la debilidad de su hermano o del poder que ha recibido de Dios sobre él, para alejarlo de la alianza, es culpable para con su hermano y para con Dios. Dios detesta a los príncipes que retrajeron al pueblo de seguir a Yahveh: Jeroboán (IRe 14,16; 15,30. 34), Ajab o Jezabel (1 Re 21,22.25), y asimismo a los que quisieron arrastrar a Israel por la pendiente de la helenización, fuera de la verdadera fe (2Mac 4,7…). Por el contrario, son dignos de elogio los que resisten al escándalo para guardar la fidelidad a la alianza (Jer 35).
Jesús, cumpliendo la alianza de Dios, concentró en sí el poder humano del escándalo; es, pues, a sus discípulos a los que no se debe escandalizar. “¡Ay del que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí!, más le valiera que se le atase al cuello una muela de molino y se le arrojase en las profundidades del mar!” (Mt 18,6). Pero Jesús sabe que estos escándalos son inevitables: falsos doctores (2Pe 2,1) o seductores, como la antigua Jezabel (Ap 2,20), están siempre actuando.
Este escándalo puede incluso venir del discípulo mismo; por eso Jesús exige con vigor y sin piedad la renuncia a todo lo que pueda poner obstáculo al reino de Dios. “Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y lánzalo lejos de ti” (Mt 5,29s; 18,8s).
Pablo, a ejemplo de Jesús que no quería turbar a las almas sencillas (Mt 17,26), quiere que se evite escandalizar las conciencias débiles y poco formadas: “Guardaos de que la libertad de que vosotros usáis sea ocasión de caída para los débiles” (1Cor 8,9; Rom 14,13-15.20). La *libertad cristiana sólo es auténtica si está penetrada de caridad (Gál 5, 13); la fe sólo es verdadera si sostiene la, fe de los hermanos (Rom 14,1-23).
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001)
P. Alfredo Sáenz, S. J.
El escándalo
El evangelio de hoy es la continuación precisa de aquel que comentáramos el domingo anterior, donde Jesús había dicho que si alguno quería ser el primero debía hacerse el último, el servidor de todos. Y había puesto como ejemplo de sencillez y de humildad a un niño que por allí estaba.
En el texto que se acaba de leer, luego de un breve paréntesis donde se narra cómo Jesús reprendió a sus discípulos por haberse mostrado envidiosos al ver que uno expulsaba demonios en nombre de Cristo sin que perteneciera a su círculo, se retorna el tema que dejáramos la semana pasada. Jesús vuelve a hablar de la sencillez de los niños. Y amonesta gravemente: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar”. Palabras terribles del Señor, que nos enfrentan con el tema del escándalo.
- EL ESCANDALO
¿Qué es el escándalo? Etimológicamente esta palabra significa un obstáculo que se pone en el camino y que puede hacer tropezar al que se topa con él. Algo parecido significa en el plano teológico. Se da escándalo cuando, sin causa suficiente, se pone un acto exterior que constituye para el prójimo una ocasión de caída espiritual. No sería propiamente escándalo si la cosa quedara recluida en el ámbito interior, si se tratara de un pensamiento o de un deseo no manifestado, por malo que fuera. Debe ser algo exterior, una palabra, un gesto, una actitud, o incluso una omisión, que signifique para otro ocasión de pecado.
Pues bien, contra esto nos previene hoy el Señor. Nos dice que el que escandaliza a un pequeño que tiene fe merecería que lo arrojasen al mar. Quiere decir que se trata de algo grave. Y vaya si lo es. Porque el que escandaliza, obra a la inversa de Cristo y de su designio redentor. Si el Verbo eterno, en su amor infinito por los hombres, resolvió encarnarse, sufrir por ellos las terribles ignominias de la pasión, y morir en una cruz innoble para reconciliar a la humanidad caída con su Padre celestial, obra evidentemente mal quien, mediante sus palabras o sus acciones, arrastra a los otros al pecado, poniendo así a los redimidos por Cristo en peligro de perderse. Es algo serio atentar contra la vida espiritual de otro; la caridad nos impone el deber primordial de amar a nuestro prójimo, de desearle la vida eterna, e incluso de facilitársela.
Examinemos, amados hermanos, nuestro comportamiento cotidiano. Y veamos si, en ocasiones, no incurrimos en faltas de este género.
Puede escandalizar un empresario si, llamándose católico, no ejerce la justicia social con sus asalariados, si los explota, equiparándolos a las máquinas, o pensando tan sólo en el lucro, olvida que son sus hermanos en la vida y en la fe. Si así se comportara, sus obreros correrían el peligro de confundir el cristianismo con la torcida actitud de su patrón. Y entonces la conducta de éste constituiría probablemente para ellos ocasión de un resquebrajamiento en su fe. Recordemos las frases terribles que hoy hemos oído del apóstol Santiago contra los malos ricos, aquellos, dice, que han amontonado en vano riquezas sin cuento, aquellos que han retenido parte del salario justo de sus obreros, aquellos que han llevado en este mundo una vida superficial de lujo y de placer, aquellos que han condenado al justo y al inocente. Su conducta ha sido, en verdad, un escándalo.
Puede también un obrero ser ocasión de escándalo, si incubando en su alma el odio y el resentimiento, enarbola injustamente falsas reivindicaciones sociales, y para hacerlas potables, las parapeta en el evangelio. Quien así se comportase sería también causa de escándalo, porque con su conducta haría odioso el cristianismo que dice profesar.
Asimismo podría escandalizar un gobernante que se presenta como católico, que hace gala de propiciar una política cristiana, y que de hecho se despreocupa del bien común, no trata de que los ciudadanos a su cargo cuenten con los medios necesarios para vivir, ni le interesa que obren de acuerdo a la virtud. Porque al llamarse cristiano haciendo una política no cristiana, podría hacer pensar a los incautos que cristianismo es sinónimo de injusticia, poniendo así a no pocos en ocasión de renegar de su fe.
Puede también escandalizar, y en alto grado, un sacerdote, si por ejemplo aprovecha su investidura en orden a fines subalternos, o para hacer triunfar ideologías políticas, económicas o sociales del todo ajenas a la doctrina católica. Tal actitud fácilmente puede provocar una verdadera crisis de fe en muchos cristianos, al ver que sus pastores esgrimen el evangelio con fines inconfesables.
En fin, todos podemos escandalizar con nuestras actitudes. Cuidémonos de ello, amados hermanos. No hemos sido llamados a ser ocasión de pecado sino, por el contrario, ocasión de gracia. De modo que aquellos que se topan con nosotros queden verdaderamente edificados con nuestro modo de comportarnos. Y si tenemos defectos —como, sin duda, los tendremos— al menos no los defendamos amparándolos en el evangelio o en la doctrina de Cristo. Debemos tratar de ser una gracia al paso de todos los que se cruzan con nosotros. Y no un obstáculo para que alguno tuerza el pie por culpa nuestra.
- OCASION DE PECADO
El evangelio de hoy termina con una exhortación vigorosa del Señor: “Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la vida manco, que ir con tus dos manos a la gehena, al fuego inextinguible. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un soló ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos en la gehena”. Palabras que hacen temblar, amados hermanos.
Es cierto que no han sido dichas para que las tomemos tal cual, al pie de la letra, pero sí para que nos decidamos de una vez por todas a dar peso, a dar densidad, a lo que es el pecado en nuestra vida. Resulta preferible perder la mano, perder el pie, perder un ojo antes que ofender a Dios. Esto nos recuerda aquello que nos dijo Jesús en el evangelio de dos domingos atrás, y que, en su momento, hemos comentado: “El que quiere salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Es preciso tomar en serio el negocio de nuestra salvación. No hay términos medios: no se puede salvar la vida en esta tierra viviendo en el pecado, y al mismo tiempo el alma; en cambio, el que pierde la vida en este mundo, siendo fiel a Dios aun a costa de dolorosas “pérdidas” en el orden temporal, no dejará de salvarla en el otro. No hay vuelta de hoja: nuestra vida en la tierra es continua milicia.
Prosigamos ahora el Santo Sacrificio. En el curso de su Pasión, Jesús sufrió muchas “pérdidas” en el orden humano: golpes, heridas, sufrimientos de toda índole, difamación, abandono de los amigos, entrega de la propia vida para ser fiel hasta el fin a la obra que su Padre le había encomendado, la obra de nuestra salvación. Hoy renovará entre nosotros su heroico sacrificio. Cuando recibamos al Señor en la comunión.
Alfredo Sáenz, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed. Gladius, 1993. 260 – 264
P. Alfonso Torres, S. J.
El escándalo
El capítulo 9 del evangelio de San Marcos, desde el versículo 42 hasta el final, dice de este modo que vais a oír:
Quienquiera que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, mejor fuera que le pusieran al cuello una rueda de tahona y le arrojasen al mar.
Y si te escandalizare tu mano, córtatela; bien te está entrar en la vida manco, antes que, teniendo las dos manos, ir a la «gehenna», al fuego inextinguible.
Donde el gusano de ellos no fallece y el fuego no se apaga.
Y si tu pie te escandalizare, córtatelo; bien te está entrar en la vida cojo, antes que, teniendo los dos pies, ser lanzado en la «gehenna», al fuego inextinguible.
Donde el gusano de ellos no fallece y el fuego no se apaga.
Y si tu ojo te escandalizare, sácatelo; bien te está entrar en el reino de Dios con un ojo solo, antes que, teniendo dos ojos, ser lanzado en la «gehenna» del fuego. Donde el gusano de ellos no fallece y el fuego no se apaga.
Porque cada cual con fuego será salado, y toda víctima con sal será salada. Buena cosa es la sal; mas, si la sal se hiciere desalada, ¿con qué la sazonaréis? Tened en vosotros mismos sal y tened paz entre vosotros.
Hay en estos versículos que acabamos de leer algunas ideas muy claras que casi no necesitan comentario alguno, y después de esas ideas muy claras hay una frase, casi la última de los mismos versículos, que quizá es la más difícil y la más oscura que podamos encontrar en el evangelio de San Marcos; es aquella frase en que dice el Señor que cada uno será salado con fuego y que toda víctima ha de ser salada con fuego. Vamos a comenzar nosotros la explicación de estos versículos por las palabras más claras, y reservaremos para el final, siguiendo el orden del mismo evangelista, esa otra frase más misteriosa y oscura.
En las palabras más claras que hemos leído, las cuales abarcan casi todos los versículos de San Marcos que han de ser materia de esta lección sacra, se habla de una misma materia, considerándola desde dos puntos de vista. Se habla siempre del escándalo, o sea, de las ocasiones de pecado en que tropiezan las almas. Al principio se habla del escándalo, pronunciando unas sentencias graves, gravísimas, contra los escandalosos, es decir, contra aquellos que escandalizan a otro; y después se habla del escándalo, refiriéndose a los que se ponen en ocasión de pecar o a los que no apartan de sí los tropiezos en los cuales peligra la salvación de su alma.
Al principio de estos versículos se habla del escándalo en el primer sentido, y se emplean unas palabras que mil veces habréis repetido vosotros mismos y mil veces las habréis oído explicar. Después de haber contestado el Señor a las preguntas que le dirigiera el apóstol San Juan, según explicamos en la última lección sacra, vuelve a reanudar el hilo de su discurso. Había comenzado a hablar de cómo hemos de imitar a los niños y hacernos semejantes a los niños si queremos entrar en el reino de los cielos. Nos había dicho que quien recibía a uno de estos pequeñuelos en su nombre, merecería entrar en el reino de los cielos; en el que recibiera así a un pequeñuelo, moraría el Señor. Y ahora, reanudando este discurso que había comenzado a propósito de las ambiciones escondidas en el corazón de los apóstoles, habla de los que escandalizan a los pequeñuelos, e indica los castigos que merecen semejantes escandalosos. Como antes había dicho el premio reservado a los que recibían a un pequeñuelo en su nombre, ahora dice el castigo reservado a los que escandalizan a esos mismos pequeñuelos. No queremos decir con esto que el Señor, cuando habla aquí de los que escandalizan, se refiere exclusivamente a los que escandalizan a los niños. Ya estas palabras: los pequeñuelos que creen en mí, admiten un doble significado, porque son, o los niños que deben ser recibidos en nombre de Jesucristo, o los que se han hecho semejantes a los niños por la santa sencillez y por la verdadera humildad, y, refiriéndose indudablemente a todos ellos, habla el Señor ahora del escándalo.
Emplea unas palabras severísimas, las cuales tienen todavía más fuerza que la que indican las palabras de la traducción castellana. En los tiempos del evangelio se podía hablar de piedras de molino, que todavía se usan en Palestina, que pueden mover las mujeres para moler el trigo necesario al pan que ellas han de preparar, y había otras piedras de molino más voluminosas, más pesadas, que se solían mover con el auxilio de alguna bestia de carga, particularmente de algún asno. El texto original del evangelio habla de estas últimas piedras de molino, o sea, de las piedras de molino más pesadas; y, refiriéndose a ellas, dice el Señor que más le valiera al escandaloso que le colgaran una de esas piedras de molino más pesadas al cuello y le arrojaran al mar. Es una manera de explicar la responsabilidad gravísima que contraen los que escandalizan a los pequeñuelos, entendiendo la palabra pequeñuelos en el sentido que antes hemos explicado nosotros.
Cierto que todo el que gravísimamente escandaliza, cierto que todo el que es voluntariamente ocasión de pecado para con el prójimo, merece esta misma sentencia del Señor, aunque también es verdad que con más razón merecen esta sentencia los que escandalizan a los niños, cuanto es mayor el peligro en que están los niños, cuanto es mayor la obligación que tenemos de ser como providencias visibles de los niños, cuanto es mayor la fragilidad de los niños para dejarse seducir. Cuanto es mayor la pureza de alma del niño, tanto es mayor la responsabilidad que contrae quien los escandaliza. Este es el sentido que tiene una sentencia grave, y así, sin más atenuantes, la propone el Señor.
Sería esta ocasión oportuna para recordar a todos esa gravísima obligación de no escandalizar a los pequeñuelos; sería ocasión oportuna para dirigirse especialmente a los padres de familia, a todos los encargados de la educación de los niños, y hacerles sentir esa misma obligación; sería ésta también ocasión de hablar a todos, como otras veces lo hemos hecho, acerca de ese pecado grave y tan universal que llamamos el pecado del escándalo. La materia sería abundantísima si nos propusiéramos más bien moralizar que explicar el evangelio; pero sin extendernos a semejantes consideraciones y sin amplificar tanto, yo no puedo pasar este versículo, el primero que hoy comentamos, sin hacer una brevísima consideración, y es ésta: en el corazón de Cristo se ve que el escándalo produce un dolor agudísimo; se ve por estas palabras del evangelio que el Señor se indigna, con indignación divina, contra los escandalosos; se ve, además, lo que ya hemos tenido ocasión de ver en otros pasajes del evangelio, y veremos todavía más adelante: con qué fuerza de palabras y de pensamiento, con qué energía divina, quiere el Señor aterrar a las almas escandalosas. Todo esto equivale a decir que en este versículo aparece en cuánto tenía Jesús en su corazón el pecado de escándalo, cómo ese pecado le llenaba de amargura, de indignación y de celo.
Este es el verdadero espíritu de Jesucristo, y sería bueno establecer una comparación entre el modo como mira el Señor y como estima el pecado de escándalo y ese otro modo como el mismo pecado de escándalo es mirado por los que decimos seguir a Jesucristo. La anchura de conciencia que hay en este punto, la sumisión completa a las leyes del mundo, aunque vayan contra las leyes del Evangelio; la condescendencia y los malos ejemplos con que se difunden los vicios aun entre los mismos que dicen servir a Dios, esa manera tan especial de ver según la cual parece que los escándalos no tienen importancia o son una de esas epidemias irremediables a las cuales hubiera que someterse tácitamente, sin que se vea en los cristianos ese espíritu de celo, ese espíritu de indignación, ese espíritu de amargura al ver cómo se marchitan, hasta por los mismos ejemplos de los que nos llamamos seguidores de Cristo, las flores de la inocencia en las almas, particularmente en las almas de los niños. Es materia esta de la cual no se puede hablar con frialdad. Cuando uno considera el terror que se apodera de las almas cuando se quiere llevar a los niños por camino de piedad, de espíritu de santificación, y, en cambio, cómo se fomenta todo lo que es espíritu de mundo, y la preocupación que se tiene por que ante el mundo los niños sean irreprochables, aunque para eso tengan que poner en peligro la inocencia de sus almas, no se puede menos de pensar que esos sentimientos son antitéticos a estos sentimientos del evangelio y a estos sentimientos del corazón de Jesús. Parece como si el mundo se hubiera vuelto ciego, como si la ley del Evangelio fuera una de tantas ficciones humanas que se pueden abandonar y olvidar, y como si no hubiera más código sino el que el mundo establece en esta materia de escándalos y de perjuicios de las almas. Este sencillo contraste y esta fácil consideración es el único comentario que por hoy queremos poner a las gravísimas palabras de Jesucristo pronunciadas contra aquellos que escandalizan a los pequeñuelos.
Parece que, en cuanto el Señor tocó esta materia del escándalo, ya no pudo dejarla de la mano. Tenía estas cosas tan en el corazón, que no pudo volver los ojos a otra materia distinta; de la abundancia de su corazón hablaron sus labios. Por eso, después de haber hablado de los que escandalizan, habló largamente de los que se ponen en peligro de ofender a Dios, o sea, de los que se exponen a sí mismos al escándalo.
[…]
Quiero notar una particularidad que semejantes palabras ofrecen aquí en el evangelio de San Marcos.
El Señor habla de las ocasiones de pecado, como ya sabéis, y dice que hemos de huir de las ocasiones de pecado, del peligro de manchar nuestra alma, a costa de todos los sacrificios que sea necesario. Para significar cuáles son esos sacrificios, se vale aquí el Señor de una triple enseñanza: aunque lo que nos escandalice fuera tan necesario como uno de nuestros ojos, deberíamos renunciarlo; aunque lo que nos escandalice fuera tan necesario como una de nuestras manos, deberíamos cortarlo y apartarlo; aunque lo que nos escandalice fuera tan necesario como uno de nuestros pies, deberíamos privarnos de él. Termina siempre estas consideraciones el Señor con la misma fórmula: Es mejor hacer esa renuncia y entrar así en la vida eterna, que conservar esas cosas, que son un peligro para el alma, y condenarse para siempre. Luego añade: Donde el gusano de ellos no fallece y el fuego de ellos no se extingue.
Es un modo de hablar que parece que queda como en los oídos, y, cuando uno quiere repetir lo que ha oído, no sabe repetirlo si no es con palabras semejantes. Parece que es una de aquellas cosas que el Señor cuidó con más particular esmero que se conservaran en el ánimo de sus oyentes, y en todas estas cosas encontramos siempre la misma gravísima verdad.
Antes de exponer al alma a un peligro de pecado, de perdición, hay que llegar a todos los sacrificios que sean necesarios, aunque esos sacrificios sean tan graves como perder uno de nuestros ojos, o perder una mano, o perder un pie; aunque sea perder algo que es nuestro, porque lo que va en estos peligros es la eterna salvación, y, en comparación de la eterna salvación, todas las otras cosas que el hombre puede buscar son despreciables o son secundarias.
Pasemos de largo esta materia, que ya otras veces hemos explicado, para llegar a la frase oscura del evangelio que tiene relación con todo esto que acabamos de decir. Pero no pasemos tan de prisa que al menos no dirijamos una mirada a nosotros mismos; una mirada para preguntarnos si esa generosidad tan evangélica, tan divina, tan inculcada por Jesucristo nuestro Señor, con la cual hemos de huir de todo lo que es escándalo, de todo lo que pone a nuestra alma en peligro, es la generosidad que se estila entre las personas buenas y que sirven a Dios. Si esta generosidad es conforme con el espíritu de tolerancia, de condescendencia, de cooperación a las cosas del mundo que tantas veces vemos en las almas; si con estas palabras de Jesucristo se pueden compaginar las excusas que damos para no apartarnos de aquello que sabemos que mata nuestro espíritu y daña nuestro corazón y nos arrastra al pecado; si, cuando hablamos de los sacrificios que sería preciso hacer para apartarse de esas cosas, los sacrificios son tan grandes como los que aquí exige Jesucristo; en una palabra, si esa divina energía tan propia de los hijos de Dios, de los que creen en el Evangelio, de los que dicen amar a Dios, es la energía que tenemos en el corazón, o, por el contrario, esa energía se ha quebrado muchas veces con pretextos de necesidad, con pretextos de sacrificios insoportables, con mil pretextos y mil falacias humanas, hasta el punto de que hemos rodado al abismo, y no una vez, sino muchas veces, haciéndonos la ilusión de que teníamos fuerza para afrontar los peligros que se nos ofrecía.
Relacionadas, como vais a ver pronto, con esta materia del escándalo, sobre la cual nuestro Señor insiste tantas veces en sus predicaciones, están las palabras oscuras del evangelio de San Marcos a que aludíamos hace un momento. Vamos a ver, en primer término, qué significan esas palabras, y luego veréis, sin grande esfuerzo, la relación que tienen con estas otras enseñanzas que ahora hemos recorrido como de paso.
Acerca de esas palabras del evangelio de San Marcos en las cuales se dice que cada uno ha de ser salado con fuego y que toda víctima ha de ser salada, hay un gran número de opiniones, nacidas todas ellas, según mi pobre entender, de que cada comentador ha puesto un énfasis especial en cada palabra de este testimonio. Si, cuando vamos a comentar una de estas frases oscuras del evangelio, tomamos como guía una palabra determinada de la misma frase, toda la frase se transfigura, toma un cierto matiz, porque todo se explica en relación con aquella palabra que nosotros habíamos tomado como clave. Los comentadores, al leer esta frase del evangelio, han sentido provocada su atención a una palabra especial; conforme a esa palabra han querido explicar un texto que es ambiguo, y así le han dado su propia significación y su propio matiz.
Entre todas esas explicaciones, la que parece más verosímil, la que parece encuadrar mejor en este evangelio, que, por otra parte, es una explicación llena de verdad, porque la doctrina que de ella surge es una doctrina clarísima y verdadera a todas luces, es la que os voy a proponer ahora. Tomemos como clave la palabra que parece más clara. Dice el Señor que toda víctima ha de ser salada. Es una palabra que repite casi literalmente otra frase que hay en el sagrado libro del Levítico (2,13). En los sacrificios antiguos había mandado el Señor que fueran saladas las víctimas que se ofrecían. La sal era un elemento indispensable en los sacrificios. Tal vez la significación de esta ceremonia o de esta ley consistía en que la sal era como una señal de paz y reconciliación. Aparecía con frecuencia en todos los pactos que se hacían. El pacto entre Dios y el pueblo judío se recordaba en los sacrificios, y por eso en todas las víctimas había que echar sal. Alude el Señor a estas palabras del Levítico: antes de ofrecer una víctima en el altar, antes de colocarla en el fuego del sacrificio para que la consumiera, esa víctima debía ser preparada con sal.
Esta frase es clarísima, y acerca de ella no puede haber ni discrepancia ni confusión. Tomemos como punto de partida una frase semejante, y, mediante ella, averigüemos lo que significan las otras palabras más oscuras que hay en el principio de este versículo: Cada uno debe ser salado con fuego. La palabra es oscurísima. Cuando dice el Señor cada uno, no sabemos con entera exactitud a quién se refiere, a qué grupo de personas se refiere, o si se refiere universalmente a todos los hombres. No sabemos qué es esta sal de que aquí habla el Señor, porque en realidad la palabra de Cristo que dice han de ser salados con fuego, parece confundir el fuego y la sal, como si el fuego hubiera de cumplir el oficio de la sal, preparando la víctima para el sacrificio.
Estas oscuridades son patentes. Creo, sin embargo, que, si antes de leer esa frase, ponemos una breve consideración relacionada con lo que acabamos de comentar acerca del escándalo y relacionada con otra frase que se refiere a los sacrificios de la antigua ley, pronto queda diáfano el pensamiento. En las palabras relativas al escándalo se habla de sacrificio, de renuncias que es preciso llevar a cabo para evitar el peligro del alma. Ya sabéis que las tribulaciones y los sacrificios se suelen a veces traducir con la palabra fuego: es el fuego de la tribulación el que nos purifica, es el fuego de la tribulación el que nos castiga, es el fuego de la tribulación el que nos enardece; frases como éstas las empleamos a cada paso, y podemos encontrar otras equivalentes en la Sagrada Escritura.
Para ser una víctima agradable a Dios, es decir, para ofrecer nosotros al Señor el sacrificio de nosotros mismos que le debemos, para servirle a Él, para serle agradable, para conquistar el cielo, necesitamos preparar nuestra alma, y una de las preparaciones de nuestra alma guarda una cierta analogía con aquella otra preparación que, mediante la sal, se hacía a las víctimas. Hemos de prepararnos de esta forma: derramando, por decirlo así, una especie de sal en nuestro corazón, y esa sal que prepara las víctimas haciendo agradable esa misma víctima a Dios nuestro Señor es el fuego de la tribulación. ¿Por qué? Porque el fuego de la tribulación nos va purificando, y mediante esas purificaciones podemos presentarnos al Señor como una víctima agradable. Mientras no nos toque ese fuego de la tribulación y del sacrificio, seremos como víctimas impuras; pero, en el momento en que nos pruebe ese fuego del sacrificio y de la tribulación, podemos llegar a ser víctimas puras y agradables a Dios nuestro Señor. Por eso, cada uno de nosotros debe ser preparado para ofrecerse a Dios con esa sal de la tribulación, y particularmente del sacrificio voluntario.
Habla el Señor de los sacrificios voluntarios a que tiene que someterse el que está en peligro de caer en pecado antes de cometer ese pecado, aunque sean sacrificios tan dolorosos como perder un pie, una mano o un ojo; y al hablar de estos sacrificios quiere hacérnoslos amables, diciendo que ésa es la preparación para inmolarnos al Señor y para ser víctimas agradables a su divina majestad.
Así se entiende una palabra que a primera vista parece tan oscura, y es una interpretación que cuadra tan bien aquí con el contexto del evangelio, que yo no puedo menos de elegirla y tomarla como la más verdadera. Mirad ahora cómo se desarrolla el pensamiento del Señor.
A propósito de los niños, habla de aquellos que escandalizan a los pequeñuelos. Con palabras gravísimas, a propósito de esos que escandalizan a los pequeñuelos, habla de los que se exponen a sí mismos al peligro del pecado, al escándalo, que es ése el verdadero peligro, el pecado del escándalo. Y a propósito de los sacrificios que es preciso realizar para huir de los escándalos, a veces sacrificios muy dolorosos, porque hay que apartar de nosotros mismos las cosas y personas que ama ardientemente nuestro corazón, nos dice que ésa es la preparación necesaria para el sacrificio que hemos de ofrecer a Dios nuestro Señor. Y luego, cuando ha desarrollado todas estas ideas, volviéndose a los apóstoles, a quienes estaba predicando, les añade: Buena es la; pero, si la sal perdiera su sabor, ¿con qué se le devolverá? Procurad vosotros conservar esta sal; que haya paz entre vosotros mismos.
Estas últimas palabras se refieren a la discusión que habían traído los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor, y que era una ocasión de escándalo que mutuamente se daban y un mal ejemplo, como todo lo que va contra la unión y caridad que predica el Señor con sus palabras y sus ejemplos; y les dice que no quieran ser víctimas que no estén preparadas convenientemente con la sal que el Señor predica, porque ellos tienen la obligación no solamente de conservar esa sal, sino ser la sal del mundo, la sal de la tierra; ser la sal de los corazones y de las almas, lo cual equivale a decir que los que desean participar de esta compañía de Jesucristo, y en alguna manera de su apostolado, han de comenzar por prepararse a sí mismos con la sal de Cristo, que ciertamente es su sabiduría, que ciertamente es su caridad, que ciertamente es su doctrina, que ciertamente es su vida y son sus ejemplos; pero que es principalmente, en esta ocasión, la sal de la abnegación, de la renuncia, de los sacrificios voluntarios.
Es ésta una verdad tan grande, que, cuando el alma se aparta de esa sal, cuando no la quiere recibir, es un alma desagradable a Dios, porque no hay santidad que no esté apoyada en estas renuncias y en estos sacrificios voluntarios si ha de ser esa santidad verdadera. Y, además, es cierto que para trabajar por las almas, y darles a Dios, y darles el buen sabor del Evangelio y de Jesucristo, es preciso que uno lleve esta sal en su corazón. Que, como primera preparación para su apostolado, se abrace con las renuncias y con los sacrificios que Dios nuestro Señor le pida.
Gloria del evangelio es esta que, mediante el sacrificio, nos lleva a la purificación del corazón para que luego podamos comparecer ante nuestro Dios como víctimas inmaculadas. No renunciemos a esta gloria aunque haya momentos en que el sacrificio nos haga temer y desfallecer. Pidamos fuerzas a Jesucristo para que no temamos inmolarnos cuando Él quiera y para que, mediante esas inmolaciones, como víctimas puras, comparezcamos un día en su presencia, hasta que por último seamos recibidos por Él como Él recibe las víctimas agradables en el templo divino de los cielos.
(Alfonso Torres, SJ, Lecciones Sacras, Lección X, BAC, Madrid, 1968. pag. 575-584)
San Juan Crisóstomo
“Si tu mano y tu pie te escandalizan…”
- Para que comprendáis que el escándalo no viene por necesidad, escuchad lo que sigue. Después de lanzar el Señor sus ayes, prosigue así: Si tu mano o tu pie te escandalizan, córtatelos y arrójalos de ti; porque mejor es que entres en la vida cojo y manco que no, con tus dos pies y tus dos manos, ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y échalo de ti; pues mejor es que entres con un solo ojo en la vida que no, con tus dos ojos, ser arrojado al horno de fuego. En todo esto no habla el Señor de los miembros del cuerpo, ni mucho menos. A quienes se refiere es a los amigos, a los allegados, que nos pudieran ser tan necesarios como un miembro de nuestro cuerpo. Lo mismo que antes había dicho, lo repite ahora. Nada hay, en efecto, más pernicioso que una mala compañía. Lo que no puede la violencia, muchas veces lo consigue la amistad, lo mismo para bien que para mal. De ahí la energía con que nos manda el Señor cortar de raíz a quienes nos dañan, dándonos bien a entender que ésos son los que nos traen los escándalos.
Mirad, pues, cómo por el hecho de predecir que forzosamente han de venir escándalos, el Señor trató de prevenir el daño que podían producir. De este modo a nadie habían de sorprender en su tibieza. Puesto que y que contar con ellos, hay que estar vigilantes, pues Él nos mostró cuán grandes males eran. Porque no dijo simplemente: ay del mundo por los escándalos!, sino que mostró también el grave daño que de ellos se sigue. Además, por el hecho de lamentarse con un ¡ay! de aquel que da los escándalos, aun nos pone más patente cuán desastrosos son para las almas. Porque decir: Sin embargo, ¡ay de aquel hombre…, bien claro da a entender el grande castigo que le espera. Y no es eso solo. Luego viene el ejemplo de la muela movida por un asno, que es otro modo de aumentar el temor.
Mas ni aun con eso se contenta el Señor, sino que nos muestra la manera como hay que huir de los escándalos. ¿Qué manera es ésa? “Corta—nos dice—toda amistad con los malos, por muy queridos que pudieran serte”. Y nos presenta un razonamiento irrefutable. Porque si sigues en su amistad, a ellos no los ganarás, y, sobre perderse ellos, tú también te perderás. Mas si cortas la amistad, por lo menos aseguras tu propia salvación. En conclusión, si alguien con su amistad te daña, córtalo de ti. Porque si muchas veces cortamos uno de nuestros miembros por no tener él remedio y dañar, mucho más hay que hacer eso con los amigos.
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía59, 4. Ed. BAC, Madrid, 1966, pag. 244 – 245
Guión XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
29 de septiembre de 2024
Entrada: Se es verdadero discípulo del Señor cuando se vive según su Espíritu, es decir, cuando se hace del Evangelio un programa de vida. Así daremos testimonio creíble de nuestra condición de “otros Cristos”
Primera Lectura: Nm 11,25-29
Dios reparte sus dones gratuitamente para que sean empleados en bien de su pueblo santo.
Segunda Lectura: St 5,1-6
Las riquezas que amontonan los hombres malvados será la causa de su ruina.
Evangelio: Mc 9,38-43. 45. 47-48
Nuestro Señor nos enseña a no impedir la intervención gratuita de Dios, y a evitar la envidia y el escándalo.
Preces:
Al Dios de las Misericordias imploremos hermanos, para que nos conceda sus dones.
A cada intención respondemos cantando:
- Por la Iglesia, para que alimentada con la Palabra y el pan de Vida camine siempre en la unidad, la verdad y fomente el bien a favor de todos los hombres. Oremos.
- Por todos los sacerdotes para que, dóciles al don recibido y fieles a su ministerio, enciendan en las almas la luz que es Cristo, y que debe iluminar eficazmente todo el camino de la vida humana. Oremos.
- Por la renovación de las parroquias, para que sus miembros crezcan en comunión con Cristo, especialmente en la participación de la Eucaristía, en la meditación y vivencia de la Palabra de Dios, y en solidaridad a ejemplo de los primeros cristianos. Oremos.
- Por los que sufren diversas necesidades, para que, mediante su buen ejemplo y su conformidad con la voluntad de Dios, enseñen como toda tribulación llevada a la sombra de la Cruz es siempre fecunda. Oremos.
- Por nosotros mismos, para que siempre encontremos en la Ley Nueva de la gracia la fuerza para guardar los mandamientos divinos y vivamos así la alegría de ser hijos de Dios. Oremos.
Danos Señor, la gracia de vivir el Evangelio y asístenos con tu fuerza. Por Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio: En fidelidad a Cristo, que ha sellado su enseñanza evangélica con la entrega de su propia vida, nos reunimos en torno a la mesa del Altar y presentamos:
Cirios junto con las esperanzas de hacer que triunfe en el mundo el Amor de Cristo.
Pan y vino, materia del sacramento eucarístico, escogida para ser transformada en el alimento que nos nutre de Dios.
Comunión: Para vivir la verdadera Vida recurrimos al Cuerpo y la Sangre de Cristo, conscientes de que nada podemos sin su presencia que restaura y da fuerzas.
Salida: Que la Virgen María, Madre nuestra, haga realidad nuestro deseo de vivir siendo dóciles del Espíritu Santo para hacer las obras de Dios como las hizo ella, la fiel discípula y esposa del Espíritu de Dios.
“Me da vergüenza”
Los hombres, mis hermanos, llevan a veces a tal punto su necedad que no se avergüenzan de lo que los rebaja y en cambio se avergüenzan de lo que les honra. Tienen miedo de practicar exteriormente su religión y a hacer alarde público de sus creencias, y en cambio no lo tienen a hacer el ridículo en las más bajas manifestaciones de vida mundana.
Había un joven que se preciaba de digno y sabio, y que no se atrevía a llevar una vela en una procesión o a doblar la rodilla delante del Santísimo.
- Me da vergüenza – decía, cuando se le echaba en cara su cobardía.
Cierto día, un martes de carnaval, de madrugada, lo encontraron borracho, iba tambaleándose por la calle, con un gorro de papel en la cabeza, un silbato de fiesta en la boca y un globo de colores en la mano.
- Ahora ¿no te da vergüenza? – le dijo por ahí alguien.
No contestó nada, pero seguramente tiene que haber pensado que es más noble para un joven sabio y digno ir con una vela en una procesión o arrodillarse delante del Santísimo, que caminar por las calles como un payaso disfrazado de mamarracho.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 653)