PRIMERA LECTURA
La palabra del Señor es para mí oprobio
Lectura del libro del profeta Jeremías 20, 7-9
¡Tú me has seducido,
Señor, y yo me dejé seducir!
¡Me has forzado y has prevalecido!
Soy motivo de risa todo el día,
todos se burlan de mí.
Cada vez que hablo, es para gritar,
para clamar: «¡Violencia, devastación!»
Porque la palabra del Señor es para mí
oprobio y afrenta todo el día.
Entonces dije: «No lo voy a mencionar,
ni hablaré más en su Nombre.»
Pero había en mi corazón como un fuego abrasador,
encerrado en mis huesos:
me esforzaba por contenerlo,
pero no podía.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 62, 2-6. 8-9 (R.: 2b)
R. Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.
Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua. R.
Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán. R.
Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará con júbilo en los labios. R.
Veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene. R.
SEGUNDA LECTURA
Ofrézcanse a ustedes mismos como una víctima viva
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 12, 1-2
Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer.
No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Ef 1, 17-18
Aleluia.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo
ilumine nuestros corazones,
para que podamos valorar la esperanza
a la que hemos sido llamados.
Aleluia.
EVANGELIO
El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 21-27
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras».
Palabra del Señor
W. Trilling
El primer anuncio de la pasión
(Mt 16,21-27)
21 Desde entonces comenzó Jesucristo a declarar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, que había de padecer mucho de parte de los ancianos y de los sumos sacerdotes y de los escribas, que sería llevado a la muerte, pero que al tercer día había de resucitar.
TENER-QUE Aquí están en un lugar destacado las palabras desde entonces. Ahora ha llegado el tiempo y la madurez para algo nuevo, para el misterio de la pasión. Hasta este momento no se ha hablado de ella. Jesús ha dejado entrever a los apóstoles persecuciones y ha remitido a su ejemplo. A ellos no les irá de otra manera que a él mismo (10,24s). Pero estas palabras podían permanecer obscuras, en ningún caso no tenían un contenido concreto. Ahora cambia la situación. Jesús habla con claridad y abiertamente de los acontecimientos que se aproximan. Al principio está el verbo tenía. Todo eso tiene que suceder así, porque está establecido en el orden de la salvación. El término “tenía” procede de Dios. Por así decir, no tiene Dios otro camino, ni siquiera puede dejar de exponer a su propio Hijo, sino que tiene que entregarlo. Es un “tener” divino, es una presión del amor, la cual nos infunde profundo respeto y nos impone un silencio admirativo. Se enumeran brevemente los acontecimientos más importantes. El lugar de la pasión será Jerusalén, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén (cf. Luc_13:33). Jerusalén es la notoria asesina de los profetas, y está madura para el castigo (cf. 23,29 ss). Los ejecutores serán los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, los que forman el sanedrín, el supremo tribunal en Israel. El Mesías tendrá que sufrir mucho de parte de ellos, incluso la muerte. Pero Jesús resucitará al tercer día. (…). Desde aquí empieza en el Evangelio una nueva sección, y al mismo tiempo una nueva tarea de la inteligencia. En estas palabras sobre la pasión se reconoce por primera vez el terror que causan y su contrasentido, si se tiene conocimiento de la mesianidad y de la filiación divina. ¿Cómo concuerdan las dos cosas? Ya era difícil la tarea realizada hasta el presente: reconocer en las señales, palabras y acciones la actuación divina y mesiánica; todavía será más difícil la tarea futura. Así lo muestra inmediatamente después la reacción de Pedro.
22 Pedro, llevándoselo aparte, se puso a reprenderlo, diciéndole: ¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa. 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: Quítate de mi presencia, Satán; eres un escándalo para mí, porque no piensas a lo divino, sino a lo humano.
No contradice a lo precedente que Pedro aquí proteste tan enérgicamente y que sea reprendido todavía con más energía. Se trata de este nuevo grado de inteligencia, en el que se tiene que volver a empezar completamente por abajo y desde el principio. Eso debe expresarse por medio de la brusquedad de las expresiones. ¡Jamás, por ningún precio debe suceder algo semejante!, dice Pedro. Es el Mesías y el Hijo del Dios viviente, y ¿le ha de matar el sanedrín? Eso es inconcebible y no puede suceder. Así pensamos todos nosotros, si somos sinceros. Aquí está el escándalo, la necedad de la cruz, como dice san Pablo (1Co_1:23). Jesús tiene que volverse contra Pedro. Es un pequeño pormenor, quizás intencionado. No es una conversación cara a cara ni frente a frente sino que ambos se dan mutuamente las espaldas. La pregunta y la contestación muestran esta distancia, los interlocutores están separados y piensan en distintos planos. Las palabras de Jesús suenan con una dureza increíble. Quítate de mi presencia, Satán; eres un tropiezo para mí. El tropiezo ocurre siempre en los límites, allí donde lo divino hace irrupción en lo humano. Si el hombre no se aparta de sí mismo y se queda en sus pensamientos, está separado de los pensamientos de Dios. Si el hombre se abre al malo, a Satán, el abismo se vuelve insuperable. Apártate de mí, ha dicho Jesús al seductor (cf. 4,10). Es la misma impugnación pero en un plano superior. Así como la tentación en el desierto está al principio de la actividad mesiánica, así esta conversación está al comienzo del camino de la pasión. No es fortuito, sino intencionado que Pedro sea el portavoz. No puede mostrarse con más vigor cómo los pensamientos de Dios están muy por encima de los pensamientos de los hombres, así como el cielo se aboveda muy por encima de la tierra. “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos” (Isa_55:8). Pedro y todos nosotros tenemos que empezar desde el principio y totalmente por abajo, para comprender fatigosamente algo de los pensamientos de Dios. Pero el Señor también es el guía para lograr esta comprensión, desde ahora en adelante somos instruidos y se nos introduce gradualmente en el misterio. Ya las próximas palabras hablan de él.
c) El seguimiento de Cristo (Mt/16/24-28).
24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
Jesús había llamado en particular a los discípulos con la orden: “Sígueme.” En esta palabras se fundó la solidaridad, la unión personal de los discípulos con él. En el sentido literal los discípulos le habían seguido a donde él iba, y habían compartido su vida. Este seguimiento exterior, la acción de ir literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo.
Negarse a sí mismo significa no conocerse ya en cierto modo a sí mismo, renunciar a sí mismo. No es una renuncia con resignación, cansancio de vivir o con indiferencia, dado que en la propia vida ya no se encuentra ningún sentido, sino como libre acción dirigida hacia un objetivo, como renuncia de algo que tiene menos valor para lograr una cosa más elevada, tal como Jesús ha renunciado a sí mismo. Porque él “siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp_2:6-8).
La segunda condición es cargar con la cruz. Esta es una expresión para indicar que se está dispuesto a morir. El condenado tenía que llevar su cruz hasta el sitio de la ejecución. El que coge el madero y lo pone sobre sus hombros, ha aceptado su destino. Sabe que está condenado y que terminará en este madero. En esta expresión el tono principal está en la decisión, en la acción resuelta de coger el madero. El verdadero discípulo tiene que estar dispuesto a esta acción, si quiere seguir a su Maestro. Dado que es un modismo, no tiene que aludirse necesariamente a la disposición para sufrir la muerte física. La verdadera decisión que importa tomar, es la misma que en la negación de sí mismo. Las dos expresiones se complementan mutuamente y se refieren a lo mismo: la firme voluntad y resolución de renunciar a sí mismo y desasirse de sí, posiblemente -si tal fuera la voluntad de Dios- hasta la muerte real, hasta la renuncia de la vida corporal ¡Qué norma para seguir a Jesús!
25 Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
Se eligen dos nuevos vocablos opuestos entre sí, para expresar el mismo pensamiento: poner a salvo y perder. En último término se trata de las dos acciones, o de conservar, recoger y asegurar definitivamente la vida, o de perder; de la completa destrucción, de la vaciedad y falta de sentido. El hombre tiene ante sí las dos posibilidades. Uno de los caminos es el que conduce a la vida, y el otro el que conduce a la perdición (cf. 7,13s). Las palabras de Jesús suenan a modo de paradoja y difícilmente calan en nuestra vida. Aquí se habla desde un plano distinto y con una lógica distinta de la humana. Todos aspiran a poner a salvo su vida, a conservarla. Quien así procede, dice Jesús, en realidad la perderá. Consigue lo contrario de lo que quiere. Y viceversa, consigue la vida el que la había perdido, es decir el que había renunciado a ella. ¿Es un trueque misterioso? La verdad de estas palabras se muestra solamente a quien intenta vivir de ellas. Los discípulos ya las han oído antes en la gran instrucción dirigida a ellos (10,39). Aquí, en la nueva situación del camino de Jesús, se exige un nuevo grado de ejecución. Lo que allí estaba en el fragmento didáctico acerca de los discípulos, tiene que hacerse aquí en el camino hacia Jerusalén. La vida de todo discípulo conoce estos diferentes grados. A un conocimiento más profundo corresponde una exigencia superior en la vida, así como a la inversa una realización más profunda ofrece nueva comprensión.
26 Porque ¿qué provecho sacará un hombre con ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué dará un hombre a cambio de su vida?
¿Qué es lo que propiamente interesa? Tener la verdadera vida y no ser víctimas de la muerte, salvarse y no ser castigado eternamente. En relación con este objetivo de la vida humana todos los demás objetivos son de segundo orden. Más aún, si alguien pudiera llamar suyo al “mundo entero”, no sacaría ningún provecho, si su vida quedara perdida. En la sentencia del juicio el hombre no puede sustituir la vida con nada como contrapeso ni pagar nada como precio de ella. No se trata del “alma” en oposición al cuerpo. El Antiguo Testamento y los contemporáneos de Jesús ven juntos el alma y el cuerpo. Hacen distinción entre el ser humano vivo o muerto. Lo que otorga valor al hombre, lo que le hace hombre, es la vida. Pero al concepto de vida contradice la realidad de la muerte. El hombre anhela tener siempre la vida, vivir eternamente. Eso ocurre por el poder y la misericordia de Dios. Dios puede asegurar la vida del hombre, incluso más allá de la muerte, otorgándosela de nuevo. Este versículo apunta a esta vida eterna, que procede de Dios y es revelación de su amor. Si el hombre se ha hecho indigno de esta vida, de ningún modo la puede conseguir. Es el bien más excelso, no se puede contrapesar con nada. Nuestro anhelo debe estar dirigido a conseguir esta verdadera vida. Jesús ha desechado todos los reinos del mundo “con su esplendor” (cf. 4,8), obedeciendo a Dios hasta la renuncia de su vida terrena.
27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su conducta.
En el juicio se decide acerca de cada cual si obtiene la vida. El Hijo del hombre vendrá a juzgar en la gloria de su Padre. Sólo el creyente sabe que Jesús habla de sí mismo. ¿No podría ser otro el Hijo del hombre? ¿Cómo se debe pensar en su venida, cuando él ya está presente, y por cierto, como se dice a menudo con la misma expresión, “ha venido” (por ejemplo 9,13b)? La plenitud del tiempo ¿no sería aún la plenitud total que contiene la obra del Mesías, la definitiva manifestación de Dios en el mundo? Jesús habla con deliberación de una manera velada. Toca un ulterior misterio del orden de la salvación. Aquí es poco lo que llegamos a conocer sobre este misterio y tenemos que esperar hasta el capítulo 24. En este pasaje las palabras deben ayudar a comprender la pasión del discípulo. Recuerdan el juicio del cual tienen conocimiento todos los judíos creyentes. Allí se recompensa según el valor de cada uno. Se da la sentencia según como se haya vivido. Los unos alcanzan la vida, los otros incurren en la perdición. La obra o el hecho que puede llevarse a cabo con la mayor seguridad de la vida es la renuncia a la propia vida por amor de Jesús (cf. 16,25).
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado
Por tanto debemos amar la cruz viva de los trabajos, humillaciones, afrentas, tormentos, dolores, persecuciones, incomprensiones, contrariedades, oprobios, menosprecios, vituperios, calumnias, muerte… y poder decir con San Pablo: “Muero cada día” (1 Cor 15,31), para clavar en el corazón al que por nosotros fue clavado en la cruz1.
Debemos desear vehementemente la cruz: “que muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor te dignaste morir”2. Es una gracia que hay que pedir en la oración: “Dios os ha dado la gracia… de padecer por Cristo” (Flp 1,29). De manera especial hay que pedir la gracia de la ciencia de la cruz y de la alegría de la cruz, que sólo se alcanzan en la escuela de Jesucristo.
Por eso debemos tener una muy grande devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: “Todo está en la Pasión. Es allí donde se aprende la ciencia de los santos”3, el amor que no nace de la cruz de Cristo es débil, “por cualquier parte que la miremos, ya sea por parte de la persona que padece, ya de las cosas que padece o del fin porque las padece, es la cosa más alta y la más divina y secreta que ha sucedido en el mundo desde que Dios le creó, ni sucederá hasta el fin de él4, la Cruz “fue la cátedra donde enseñó, el altar sobre el que se inmoló, el templo de su oración, la arena donde combatió, y como la fragua de donde salieron tantas maravillas”5. Esta devoción se ha de concretar en el conocimiento y amor de los relatos evangélicos sobre la Pasión (Mt 26; 27; Mc 14; 15; Lc 22; 23; Jn 18; 19), en la teología de la Pasión y Redención, en la contemplación de los Lugares Santos de Jerusalén, de los crucifijos, del Via Crucis, de los hermosos textos de la Imitación de Cristo al respecto6, de la Eucaristía perpetuación de la Pasión y Cruz y segundo acto del único drama de la Redención, de la cruz en nuestra vida tan bien enseñada en la Carta circular a los Amigos de la Cruz de San Luis María Grignion de Montfort, y, finalmente, en el fervor por llevar la gracia de la Redención a toda la realidad: al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, al matrimonio y la familia, a la cultura, a la vida político-económico-social, a la vida internacional de los pueblos con especial referencia al tema de la paz, o sea, a todos los grandes problemas contemporáneos analizados por la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” en su segunda parte7.
En la Sagrada Escritura se nos enseña que muchos hombres se portan como enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18). Esto se debe a que la rechazan: El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mt 10,38), la recortan8, la rebajan: baje de la Cruz que creeremos en El (Mt 27,42), evitan ser perseguidos a causa de la Cruz de Cristo (Gal 6,12), no predican entero el mensaje: si aún predico la circuncisión… ¡se acabó el escándalo de la Cruz! (Gal 5,11).
La misma Palabra Encarnada nos enseña a amar la Cruz: niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día y sígueme (Lc 9,23). De esto nos dan ejemplo los santos que llevaron en sus cuerpos los sufrimientos de Jesús9, completando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo10.
No debemos querer saber nada fuera de Jesucristo y Jesucristo crucificado (1 Cor 2,2). Esta doctrina de la Cruz11 debe ser lo que prediquemos: la locura de la predicación… de Jesucristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los griegos (1 Cor 1,21-23). Es en esta cruz en la que debemos gloriarnos, a imitación del Apóstol: yo sólo me gloriaré en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo (Gal 6,14).
Esta Cruz nos prepara un peso eterno de gloria incalculable (2 Cor 4,17), pues los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8,18). De aquí que el mismo Señor nos anima: Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos porque grande será en los Cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros (Mt 5,11-12).
No hay otra escuela más que la Cruz, en la cual Jesucristo enseña a sus discípulos cómo deben ser: Ella es “para nosotros la Cátedra suprema de la verdad de Dios y del hombre”12. De aquí que “en la escuela del Verbo encarnado comprendemos que es sabiduría divina aceptar con amor su Cruz: la cruz de la humildad de la razón frente al misterio; la cruz de la voluntad en el cumplimiento fiel de toda la ley moral, natural y revelada; la cruz del propio deber, a veces arduo y poco gratificante; la cruz de la paciencia en la enfermedad y en las dificultades de todos los días; la cruz del empeño infatigable para responder a la propia vocación; y la cruz de la lucha contra las pasiones y las acechanzas del mal”13. Y es Cátedra porque en Ella “se ha revelado la gloria del Amor dispuesto a todo”14. La Cruz es el único camino de la vida, la señal de los predestinados, el cetro del reino de santidad, “… es la fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por Ella, los creyentes reciben, de la debilidad, la fuerza, del oprobio, la gloria, y, de la muerte, la vida”15.
Los santos de todos los tiempos, verdaderas palabras de Dios16, nos muestran la necesidad de la cruz en nuestras vidas: “Justamente con Cristo es glorificado aquel que, padeciendo por El, realmente padece con El”17. “Todo el que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz y amar lo que Cristo amó en ella”18. “A Jesús se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con El, no de otro modo”19.
Ellos mismos ardían en deseos de la Cruz: “Si la cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del Calvario ¿querrán los miembros vivir perfumados en un trono de gloria?”20, “los que gustan de la Cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos”21. “Padecer o morir”22. “Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y deseo más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo”23. “Yo sé bien lo que me conviene… Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamientos de huesos, seccionamientos de miembros, trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Cristo”24. “Permitid que imite la Pasión de mi Dios”25. En una palabra, “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”26.
Y los santos nos recuerdan la alegría que es fruto de esta cruz: “He llegado a no poder sufrir pues me es dulce todo sufrimiento”27. Debemos esperar de tal modo, que toda pena nos dé consuelo. Ella “es el punto de apoyo, sobre el que se hace palanca para servir al hombre, así como para transmitir a tantísimos otros la alegría inmensa de ser cristianos”28.
La Cruz de Cristo reclama de nosotros una respuesta generosa: “(la Pasión y la Cruz)… son una aspiración perseverante e inflexible y un grito: un inmenso grito de los corazones”29. “Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú ¿no te crucificarás por El, que fue clavado en la cruz por amor a ti?”30. De ahí que sea también -por la imitación de Cristo que implica- “una corona, no una ignominia”31. Esta es la idea clamorosa: sacrificarse. Así se dirige la historia, aun silenciosa y ocultamente.
(Instituto del Verbo Encarnado, Directorio de Espiritualidad, nº 135 – 146)
1 Cf. San Agustín, De Sancta Virginitate, nnº 54-55.
2 San Francisco de Asís, Oración Absorbeat.
3 Citado por Carlos Almena, en San Pablo de la Cruz, Ed. Desclée, Bilbao 1960, p. 282.
4 Luis de la Palma, Historia de la Pasión, preámbulo.
5 San Roberto Belarmino, Libro de las siete palabras, preámbulo.
6 Cf. en especial, L. II, cap. XI: “Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo”; y cap. XII: “Del camino real de la santa cruz”.
7 Cf. GS, 11-90.
8 Cf. 1 Cor 1,17.
9 Cf. 2 Cor 4,10.
10 Cf. Col 1,24.
11 Cf. 1 Cor 1,18.
12 Juan Pablo II, Homilía durante la Misa para los universitarios romanos (06/04/1979), 3; OR (29/04/1979), p. 6.
13 Juan Pablo II, Homilía en la Parroquia de Santo Tomás de Castelgandolfo (15/09/1991); OR (20/09/1991), p. 4.
14 Juan Pablo II, Homilía durante la concelebración eucarística en la Basílica de San Francisco en Asís (12/03/1982), 4; OR (21/03/1982), p. 11.
15 San León Magno, Sermón 8 sobre la Pasión del Señor, 6,8: PL 54,340-342.
16 Cf. Apoc 22,6.
17 San Ambrosio, Cartas, nº 35, 4-6.
18 Santo Tomás de Aquino, Credo Comentado, IV, 60.
19 San Luis Orione, Cartas de Don Orione, Carta del 24/06/1937, Ed. Pío XII, Mar del Plata, 1952, p. 89.
20 San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los amigos de la Cruz, nº 27.
21 San Francisco Javier, Carta del 20 de septiembre de 1542, Documento 15, nº 15. Cartas y escritos de San Francisco Javier, Ed. BAC, Madrid, 1979, p. 91.
22 Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, XL, 20.
23 EE, [167].
24 San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 5, 3.
25 Ibidem, 6, 3.
26 San Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, cap. XIV, 1.
27 Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma, cap. XII, 21.
28 Juan Pablo II, Encuentro con los jóvenes (02/04/1979); OR (19/04/1979), p. 7.
29 Juan Pablo II, Celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro y Vía Crucis en Coliseo (04/04/1980), 6; OR (13/04/1980), p. 8.
30 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, XIII, 23.
31 Ibidem, XIII, 22.
P. José A. Marcone, IVE
El primer anuncio de la pasión
(Mt 16,21-27)
Introducción
El domingo pasado leímos el evangelio donde Pedro hace su confesión de fe recta en Jesucristo proclamándolo Mesías y verdadero Dios. Como consecuencia de esa confesión Jesús le confiere el Primado sobre toda la Iglesia, de manera perpetua.
Inmediatamente después de este hecho, Jesús anuncia por primera vez1 que va a morir asesinado por los judíos.
1. Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección
La ocasión en que Jesús anuncia su muerte tiene mucha importancia. Al hacerlo inmediatamente después de la confesión de Pedro quería aclarar cuál era la naturaleza del Mesías. Los judíos, y por contagio también los Apóstoles y los discípulos, esperaban un Mesías poderoso en obras, que iba a liberar al pueblo judío con poder humano, un Mesías espectacular y político, que con fuerzas humanas iba a acabar con los enemigos del pueblo judío. Esta concepción estaba originada en la corrupción teológica de los fariseos. Ellos habían falseado la interpretación de la Sagrada Escritura y habían cercenado todo lo que en ellas se decía del Mesías sufriente. En efecto, Isaías presenta al Mesías como el Siervo sufriente, aquel que carga sobre sus hombros el pecado del mundo y es llevado al matadero como un cordero manso (cf. Is 53,1-12). Pero los fariseos habían borrado de un plumazo todo el aspecto doloroso de las profecías sobre el Mesías, para poder maquillar la verdadera fisonomía del Mesías y presentar un Mesías más aceptable para la sensibilidad humana, quitando de esa manera lo esencial del Mesías, es decir, su misión de redimir al hombre del pecado a través de su sufrimiento. Esto también estaba profetizado en Isaías: “¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! (…) Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. (…) Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre, porque se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores; él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores” (Is 53,4-6; 11-12).
Ahora que Pedro (y junto con él todos los Apóstoles) había declarado con toda claridad cuál era la personalidad de Cristo, Dios y Mesías, era necesario aclarar qué tipo de Mesías era. En el evangelio de San Marcos se indica las cuatro experiencias que el Mesías debe pasar para configurarse como el Mesías del sufrimiento: padecer mucho, ser rechazado, ser muerto y resucitar (Mc 8,31). Y esto es presentado con una necesidad teológica: es necesario que el Hijo del hombre padezca; el Hijo del hombre debe padecer. Esta es una expresión técnica en teología y en exégesis, llamada pasivo teológico. La frase ‘es necesario’ está en voz pasiva, y expresa una voluntad absoluta de Dios que no puede dejar de cumplirse. Por lo tanto, el hecho de que Cristo la exprese de esta manera indica que se trata de una revelación divina. Al presentar la necesidad de su sufrimiento con esa frase está expresando que es Dios quien le ha comunicado esa verdad y Él se la manifiesta a sus Apóstoles como una verdad divina que debe ser aceptada porque viene directamente de Dios.
2. La reprensión de Pedro y la respuesta de Jesús
Y es precisamente aquí donde Pedro muestra sus limitaciones. Si antes había manifestado una gran delicadeza para identificar una revelación del Padre indicándole que Jesucristo es Dios y es el Mesías, ahora equivoca el rumbo interpretando la frase de Jesús como no venida de Dios; es decir, no acepta la palabra de Cristo acerca de su sufrimiento como una revelación de Dios. Su concepción humana del Mesías y su repugnancia natural al sufrimiento lo hacen rechazar el aspecto doloroso del Mesías y lo hacen desconocer una revelación divina.
El verbo que usa Pedro para amonestar a Jesús es el verbo reprender (en griego: epitimán); y, en San Marcos, Jesús usa el mismo verbo para reprender a Pedro. “Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Ve detrás de mí, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»” (Mc 8,32-33). Y el verbo epitimán es el que usa el evangelista San Marcos para describir la acción de Jesús cuando expulsa demonios (Mc 1,25; 3,12; 9,25). Por lo tanto, es como si Pedro, al escuchar las palabras de Jesús sobre el sufrimiento y la muerte, viera en Jesús un mal espíritu que es necesario arrojarlo de Jesús. Y Jesús lo mismo respecto a Pedro. Uno quiere liberar al otro de su espíritu2. Pero la frase de Jesús quita toda incertidumbre. Es Pedro el que, al rechazar el sufrimiento, se ha puesto en la línea del Mesías que Satanás deseaba: un Mesías que rechazara la cruz y la muerte, tal como el mismo demonio trató de hacer con Jesús en las tentaciones del desierto.
En ningún paso del evangelio se narra un disenso tan fuerte entre Jesús y Pedro. Pedro no siente que esa sea la disposición de Dios, no está abierto a la revelación del Padre que Jesús les proclama: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho y sea matado”. Jesús no acepta la situación confidencial y privada que Pedro busca, sino que, implicando a los otros discípulos, lo reprende abiertamente. En realidad, la frase que usa Jesús para indicar a Pedro lo que debe hacer es, literalmente, “ve detrás de mí” (en griego: hypáge opíso mou). Son las mismas palabras que usó Jesús para llamarlos a su vocación de discípulos. Quiere decir que Jesús reubica a Pedro en el lugar que le corresponde. Pedro no se había colocado como discípulo, sino como maestro de Jesús, como maestro del Maestro. Y esto Jesús no lo acepta de ninguna manera. Jesús ha hecho una verdadera revelación de la voluntad de Dios y Pedro, al oponerse a las palabras de su Maestro, se contrapuso a Dios mismo, se comportó exactamente como Satanás, que es el opositor de Dios por antonomasia3.
Santo Tomás de Aquino hace notar que la frase del original griego hypáge opíso mou (‘ve detrás de mí’) tienen un doble sentido. En primer lugar, el recién mencionado, es decir, el re-ubicar a Pedro en su lugar de discípulo. En segundo lugar, una especie de exorcismo dirigido a lo que, en ese momento, Pedro tiene de Satanás. En este sentido, la frase hypáge opíso mou se equipara a la interjección latina usada frecuentemente para rechazar a Satanás: Vade retro, Satana!, ‘¡retrocede o retírate, Satanás!’4.
San Pedro es digno de ser llamado ‘Satanás’ porque su actitud ante el mesianismo sufriente de Cristo se parece mucho a las tentaciones a las que Satanás sometió a Cristo. En efecto, las tres tentaciones de Satanás a Cristo (cf. Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) tenían como objetivo apartar a Cristo del camino de cruz del Mesías. ‘Convierte estas piedras en pan’ es la insinuación de que use del carisma de hacer milagros para su propio provecho, abandonando la propia abnegación. ‘Arrójate de lo alto del templo porque los ángeles impedirán que te hagas daño’ es el horrible pecado de tentar a Dios, abandonando la humildad y entregándose a la soberbia y la presuntuosidad. ‘Póstrate y adórame’ es el pecado de idolatría o, aún más, de satanolatría, el más grave que puede existir.
Es por esta razón que Jesús le dice a Pedro que es un escándalo para Él. La palabra griega skándalon señala “aquella parte de la trampa donde agarra o se pega el cebo. De ahí que signifique también la misma trampa, que muchas veces consistía en un lazo. Por eso, la palabra skándalon significa también un lazo, obstáculo, una molestia, un tropiezo”5. Santo Tomás lo interpreta en la misma línea: “Dice: ‘Eres un escándalo para mí’, es decir, ‘quieres impedir mi propósito’”6. En el plano moral, el escándalo es aquello que impide a alguna persona el cumplimiento de la voluntad de Dios. Pedro, al querer evitar que Cristo asuma su sufrimiento y su muerte en cruz, se convierte en una tentación para Cristo que podría tener como resultado la no aceptación de la voluntad del Padre, cosa que Cristo rechaza abierta y resueltamente: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39).
Otro aspecto que demuestra la ceguedad de Pedro y su horror por el sufrimiento es que no capta que Jesús también está revelando y anunciando su resurrección: “El Hijo del Hombre debe padecer mucho, ser rechazado (…), y ser llevado a la muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). También la resurrección formaba parte de esta revelación de la voluntad de Dios. Pero el temor al dolor y a la prueba había enajenado completamente sus espíritus.
De esta manera Jesús completa la revelación acerca del Mesías. Había aceptado como venidas del Padre las palabras de Pedro con las que lo reconocía Dios y Mesías. Ahora completa esa revelación precisando cómo sería el Mesías: no un Mesías espectacular y triunfador con medios humanos, sino un Mesías sufriente, lleno de dolor, que ofrecería su sufrimiento por la salvación del mundo.
3. La instrucción de Jesús
El evangelio de San Marcos narra con más detalle que Mateo cómo fue el gesto exacto de Jesús cuando reprendió a Pedro. San Mateo dice simplemente ‘se dio vuelta y le dijo…’ (Mt 16,23), en cambio San Marcos dice: “Dándose vuelta y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro diciéndole…” (Mc 8,33). Hay un claro gesto de indignación de Jesucristo, que no acepta el momento de intimidad que le propone Pedro, se da vuelta y reprende a Pedro, pero mirando a los discípulos7. Jesucristo rompe las reglas de educación y se muestra tenso e indignado ante la presencia de un espíritu que no proviene de Dios. Pero no se contentará ni con su gesto airado ni con su durísima reprensión a Pedro.
En efecto, Jesucristo pasa al ataque y hace lo diametralmente opuesto a lo que Pedro le insinúa8, es decir, aconseja abiertamente que, el que quiera ser su discípulo, debe ser crucificado como Él. No sólo reprende a Pedro, sino que, inmediatamente, aconseja lo diametralmente opuesto a lo que Pedro le insinúa.
Lo primero, ‘el que quiera’, es decir, debe haber plena libertad en el seguimiento de Jesús. Santo Tomás dice: “Dice ‘el que quiera’, porque más y mejor es atraído el que voluntariamente es atraído, que el que es atraído violentamente”9.
Santo Tomás dice que la invitación de Cristo a tomar su cruz tiene dos sentidos. En primer lugar, un sentido estricto: “imitar la pasión de Cristo al modo como los mártires la imitaron corporalmente; por lo tanto, puede entenderse de la cruz física”10. En segundo lugar, puede entenderse en cuanto deben estar dispuestos a imitar la pasión de Cristo “espiritualmente los hombres espirituales, que mueren espiritualmente por Cristo”11.
Por lo tanto, el discípulo de Cristo, debe estar dispuesto a sufrir cualquier tipo de muerte por Dios. Y esta cruz, sea la cruz en sentido estricto (la cruz del martirio), sea la cruz espiritual siempre será, dice Santo Tomás en latín, “acerbissima et turpissima”12. Siguiendo lo que dicen los diccionarios debemos decir, entonces, que la cruz implica una muerte asperísima, crudelísima, rigurosísima, muy desapacible, muy acre, muy agria, penosísima, amarguísima, acerbísima, dolorosísima y muy despiadada. Y también la cruz siempre será repugnantísima, muy repulsiva, muy vergonzosa y muy infamante. El que no está dispuesto a afrontar todas estas características de la cruz, no puede ser discípulo de Cristo.
“La cruz, en su sentido espiritual, implica el morir espiritualmente a sí mismo. Ahora bien, la negación de sí mismo puede considerarse en tres sentidos. En primer lugar, cuando alguien reniega y renuncia al estado de pecado en el que se encontraba, como dice San Pablo: ‘Consideraos a vosotros mismos muertos al pecado’ (Rm 6,11). En segundo lugar, es el caso de aquel que no está en pecado, pero busca llegar a la perfección espiritual, como dice San Pablo: ‘No quiero decir que haya alcanzado ya la perfección, sino que corro tras ella con la pretensión de darle alcance’ (Filp 3,12). En tercer lugar, el caso de aquel que niega su propio afecto, como dice San Pablo: ‘Estoy concrucificado con Cristo’ (Gál 2,19)”13.
Santo Tomás nos indica una notable y jugosa observación etimológica: la palabra cruz (en latín, crux) proviene de una palabra que significa ‘tormento’, ‘suplicio’ (en latín, cruciatus), y no al revés. Esto indica que la palabra cruz lleva en su misma estructura etimológica el sentido de sufrimiento y tormento. Otras palabras de la misma familia son: el sustantivo cruciamentum, que significa ‘tormento’, ‘sufrimiento’; cruciatio significa ‘dolor’, ‘tormento’; cruciator significa ‘verdugo’; y el verbo crucio, que significa ‘atormentar’, ‘torturar’.
De esto brota, según Santo Tomás, otro sentido de llevar la cruz: “Cruz viene de tormento (cruciatus). Se atormenta o se crucifica (cruciatur) espiritualmente aquel cuya alma se crucifica (cruciatur) por la compasión para con el próximo, como dice San Pablo: ‘Llorar con los lloran’ (Rm 12,15). De la misma manera, se crucifica espiritualmente aquel que hace penitencia, como dice San Pablo: ‘Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias” (Gál 5,24)”14.
No sólo hay que tomar la cruz, sino, además, seguir a Cristo. Se puede sufrir con Cristo pero no seguirlo. Eso sucede con aquellos que llevan sus sufrimientos con fe en Cristo, pero viven en pecado mortal. Esto es una contradicción, pues Cristo vino para destruir el pecado. Lo mismo sucede con aquellos que sufren por vanagloria, como dice el mismo Cristo: “Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan” (Mt 6,16)15.
Luego siguen dos frases: “Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mt 16,25-26). Para Santo Tomás estas frases tienen un sentido simple y claro, que se expresa de la siguiente manera.
El que quiera salvar su vida corporal y no quiera llevar su cruz material o su cruz espiritual perderá la vida eterna, es decir, se condenará eternamente en el infierno. Y el que pierda su vida corporal a través del martirio por Cristo o a través de la negación de las concupiscencias para crucificarse espiritualmente con Cristo, encontrará y ganará la vida eterna, salvándose del infierno. De tal manera que aquí la contraposición es clara: vida material y temporal a cambio de vida espiritual y eterna.
Santo Tomás lo dice hasta con cierto humor: “La salvación es doble. Una es la salvación del alma, y esta es la que corresponde a los justos. Otra es la salvación del cuerpo, que corresponde a todos, incluso a los burros. Por lo tanto, ‘el que quiera salvar su alma’, no abnegando la vida corporal y no tolerando la cruz, ‘la perderá’. En cambio, ‘el que la pierda’ ya sea entregándose a la muerte, ya sea abnegando sus propias delectaciones o abandonando los deseos carnales, ‘a causa de Mí’, ‘la encontrará’”16.
El que mejor expresa esta exhortación de Jesucristo es San Pablo, empleando, incluso, el mismo vocabulario de ‘perder’ (dsemióo) y ‘ganar’ (kerdaíno): “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filp 3,7-8).
Conclusión
El mejor modo de cumplir el mandato de Jesús es asumir nuestras cruces dentro del Santo Sacrificio de la Misa. El pan y el vino que serán la materia del Sacrificio de Cristo representan todos nuestros trabajos, nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos; en una palabra, nuestras cruces. Cuando el pan y el vino son llevados al altar en el momento de la procesión de ofrendas antes del ofertorio, es el momento en que nosotros debemos poner sobre la patena todas nuestras cruces.
Ese pan es fruto de la generosidad de Dios que nos ha dado el trigo, pero también es fruto de nuestro trabajo, a través del cual lo hemos cultivado. Ese pan ha sido, además, amasado por nosotros a través de nuestro trabajo diario y nuestras lágrimas se han mezclado con la masa. Y el vino también es fruto de nuestro trabajo: nosotros hemos pisado las uvas y gotas de lágrimas y hasta gotas de sangre se han mezclado con el mosto nuevo.
Por lo tanto, cuando el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y se perfeccione el Sacrificio de Cristo en el altar, entonces todas nuestras cruces se unirán a la única cruz de Cristo y alcanzarán un valor infinito para salvar al mundo. Como dice una de las canciones de ofertorio: “Esfuerzos y trabajos / que en Cristo se agigantan, / y por su medio alcanzan / valor de redención”. Esta canción es perfecta teológicamente hablando. Nuestras cruces se agigantan porque se convierten en Cristo y, por Cristo, sirven para salvar al mundo.
Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen.
1 Luego lo hará dos veces más. El segundo anuncio está en Mt 17,22-23; Mc 9,30-32; Lc 9,43-45.El tercer anuncio está en: Mt 20,17-19; Mc 10,32-34; Lc 18,31-34.
2 Cf. Stock, K., Vangelo secondo Marco, Edizioni Messaggero Padova, Padova, 2002, p. 139.
3 Cf. Stock, K., Vangelo secondo Marco…, p. 139 – 140.
4 Dice textualmente Santo Tomás: “Es una admonición de Cristo. Puede significar: ‘ve detrás de mí, Pedro’, es decir, ‘sígueme’. O también: ‘¡retrocede, Satanás!’ La palabra ‘Satanás’ significa ‘adversario’. Por lo tanto, el que contradice el consejo divino, es llamado ‘Satanás’”. “Admonitio, quia vade, Petre. Unde est eadem sententia, quae dicta est supra Diabolo, vade retro, Satana. Vel vade post me, sequere me. Satanas est idem quod adversarius. Unde qui consilio divino contradicit, Satanas dicitur” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 16, lectio 3; traducción nuestra). Las palabras de Cristo en el original griego son las mismas en Mt que en Mc: hýpage opíso mou, Satanâ. Sin embargo, la Vulgata traduce, en Mt, vade post me, Satana; y en Mc, vade retro, Satana. Esto es una confirmación más que la frase dicha por Jesús tiene un doble sentido, perfectamente acorde con la inspiración bíblica, que admite un doble sentido de una misma frase, siempre y cuando no se excluyan mutuamente.
5 Schenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Edizione Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 797. Lo mismo dice Vine, Multiléxico del NT, nº 4625.
6 “Scandalum mihi es; idest vis impedire meum propositum” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra). Muchas veces hemos leído que el skándalon en griego era el escalón que solía haber en la entrada de las casas para evitar que entraran insectos y, eventualmente, el agua. Y que se convertía, lógicamente, en ‘piedra de tropiezo’. Sin embargo, hay que notar que dicho escalón toma el nombre de la trampa llamada skándalon, y no al revés. Si a dicho escalón se lo llamaba skándalon es porque era una trampa.
7 Recordemos que el evangelio de San Marcos es el evangelio de Pedro recitado de memoria por San Marcos.
8 Precisamente, San Ignacio de Loyola, dice que, para poder vencer al diablo, no basta con oponerle resistencia, sino que hay que hacer ‘lo diametralmente opuesto’ a lo que el diablo insinúa o sugiere con su tentación. San Ignacio lo llama el oppósito per diametrum (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, nº 325, regla nº 12 de las Reglas de Discernimiento para la segunda semana.
9 “Et dicit vult, quia magis trahitur qui voluntarie trahitur, quam qui violenter” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
10 “Imitantur speciali modo martyres corporaliter. (…) Unde potest legi de cruce corporali” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
11 “Oportet quod sitis parati ad passionem Christi imitandam (…), sed spiritualiter spirituales homines, spiritualiter pro Christo morientes” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
12 “Et tollat crucem suam, et sequatur me: quod paratus sit pati crucem, sive mori morte acerbissima et turpissima” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem).
13 “Secundum Gregorium intelligitur de mortificatione spirituali. Est enim abnegatio sui ipsius tripliciter. Primo quando abnegat statum peccati praecedentis; Rom. VI, 11: existimate vos mortuos peccato. Item si non est in peccato, et transferret se ad statum perfectum; ad Phil. III, 12: si quo modo occurram ad resurrectionem quae est ex mortuis, non quod iam acceperim, aut iam perfectus sim: sequor autem si quo modo comprehendam, in quo et comprehensus sum a Christo Iesu. Item qui proprium affectum abnegat; ad Gal. II, 19: ego autem per legem legi mortuus sum ut Deo vivam: Christo confixus sum cruci” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
14 “Crux a cruciatu dicitur. Spiritualiter cruciatur, cuius mens cruciatur propter proximi compassionem, ut apostolus Rom. XII, 15: flere cum flentibus. Cruciatur similiter quis per poenitentiam; ad Gal. cap. V, 24: qui Christi sunt, carnem suam crucifixerunt cum vitiis et concupiscentiis” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
15 Cf. Sancti Tomae de Aquino, Ibidem.
16 “Est enim duplex salus; salus scilicet animae, et haec est iustorum; salus corporis, et haec omnium, etiam iumentorum (…). Unde dicamus qui voluerit animam suam salvam facere, vitam corporalem non abnegando non tollerando crucem, perdet eam. (…) . Qui autem perdiderit, vel tradendo in mortem, vel abnegando delectationes, propter me, inveniet eam. (…) Qui autem perdiderit propter me, scilicet qui carnalia desideria dimiserit, inveniet eam” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra). A nuestro modo de ver, podemos adivinar de modo legítimo el humor de Santo Tomás en el juego de palabras entre iustorum y iumentorun, es decir, ‘la vida de los justos’ y ‘la vida de los jumentos’. Es preferible negar la vida corporal propia de los jumentos para alcanzar la vida espiritual y eterna, propia de los justos.
San Juan Pablo II
Seguir a Cristo con la fuerza del amor
“Dios, Padre todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y reaviva nuestra fe”.
El programa para la vida de Fe nos lo traza San Pablo: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12,1-2).
La fe cristiana es ante todo ofrenda de sí mismo como sacrificio viviente: porque Dios, antes que nada pide nuestro corazón. Nos espera a nosotros, nuestro trabajo, nuestros sufrimientos. Así se ejercita el sacerdocio real, a lo que el Concilio Vaticano II ha invitado a todos, incluido los laicos. Y efectivamente, hablando de la función de los laicos en la Iglesia, ha puesto de relieve que “todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas… el trabajo cotidiano, el descanso del cuerpo y del alma, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (Lumen Gentium 34).
De este modo, nuestra vida, aunque oculta, monótona, insignificante a los ojos de los hombres, se hace extraordinariamente preciosa ante Dios: se hace adhesión a Él, a su palabra de verdad y a su mensaje evangélico; convencida adhesión a la Santa Iglesia y a su Magisterio; sacrificio continuo en unión con el de Jesús: firme repulsa de errores y concepciones que van contra la Palabra de Dios, oponiéndose con los valores eternos a los pseudo-valores que “la mentalidad de este mundo” quisiera contraponer a la indefectiblemente Revelación, en contra de la santidad de las costumbres, del respeto a la vida humana en todas sus formas, ya desde la concepción, en contra de la indisolubilidad y sacralidad del matrimonio, etc.
“No os ajustéis…sino transformaos”, nos exhorta San Pablo: y así la fe se traduce en práctica afectiva, coherente, decisiva, al “discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto”.
De la fe nace el amor: he aquí este segundo polo insustituible de la “comunidad de amor”.
Las lecturas de la Misa de este domingo nos ofrecen una enseñanza fortísima sobre la totalidad del amor que Dios nos pide. El profeta Jeremías, en el pasaje recién leído al que se ha denominado sus “confesiones”, reconoce en términos dramáticos la fuerza del amor de Dios, que lo ha llamado a profetizar para la conversión de su pueblo: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía” (Jer 20, 7-9). El profeta respondió plenamente a la llamada de Dios, que también lo hacía signo de contradicción, se dejó “aferrar” por Dios, a quien se adhirió con todas sus fuerzas.
Lo mismo nos pide Jesucristo, Hijo del Padre: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará… ¿Qué podrá dar el hombre para recobrar su vida?” (Mt 16,24 ss.).
Debemos seguir a Cristo con la fuerza del amor. Debemos dar amor por amor. Porque Él nos amó primero: por amor nuestro se encaminó por la senda de la cruz, previendo con anticipación todos los detalles dolorosos, y oponiéndose resueltamente a las interpretaciones seductoras y a los consejos de prudencia humana que incluso Pedro intentaba darle. ¿Quién ha sido más privilegiado por Cristo que Pedro? Y sin embargo, lo llama hasta “satanás”, cuando intenta desviar al Maestro del camino real de la cruz. He aquí cuánto nos ha amado Jesucristo: a precio de su misma sangre, con la obediencia ofrecida al Padre, sin pedir nada para sí.
También a cada uno pide Jesús la totalidad del don de sí mismo: nos pide seguirle por nuestro “Via Crucis” cotidiano, no negarle las conquistas, conseguidas a veces a precios de heroísmos ocultos, que Él exige a quien quiere permanecer fiel siempre y a cualquier costa; nos pide llevar la cruz de nuestra vida cotidiana, sin retroceder, agarrándonos a Él para no caer por desconfianza o cansancio; y, desde luego, sin traicionarle jamás, en la perspectiva del juicio final: “Porque el Hijo del hombre -así termina el Evangelio de hoy- vendrá con la gloria de su Padre… y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). Y como se ha dicho seremos juzgados de amor.
Amor de Dios “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente” (cfr. Mt 22,37): el amor al hermano como a nosotros mismos (ib., 22,39), “Por lo cual el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento -ha vuelto a afirmar el Vaticano II-… Más aún, el Señor Jesús, cuando ruega al Padre que ‘todos sean uno, como nosotros somos uno’ (Jn 17,21), sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes 24).
“Dios, Padre todopoderoso, infunde en nuestros corazones el amor y reaviva nuestra fe”.
¡Sed fieles…! / Fieles siempre, sin ajustaros a la mentalidad de este mundo. / Fieles siempre, transformando vuestra mente, y siendo un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.
Fieles en seguir la luz de Cristo. / En poner a Dios en primer lugar. “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de Ti; / mi carne tiene ansia de Ti…/ Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios./ Toda mi vida te bendeciré/ y alzaré las manos invocándote” (Salmo responsorial).
Homilía de San Juan Pablo II en Alatri el domingo 2 de septiembre de 1984
P. Gustavo Pascual, IVE
La renuncia de sí mismo
Mt 16, 24-28
No basta para ser discípulo de Cristo el seguimiento externo. Muchos lo seguían por otros intereses que el hacerse sus discípulos. Pero aunque fuera seguirlo exteriormente para ser discípulo no basta. “El seguimiento exterior de los discípulos, la acción de ir literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo.
La primera condición es negarse a sí mismo. Significa no conocerse ya en cierto modo a sí mismo, renunciar a sí mismo. No es una renuncia con resignación, cansancio de vivir o con indiferencia, dado que en la propia vida ya no se encuentra ningún sentido, sino como libre acción dirigida hacia un objetivo, como renuncia de algo que tiene menos valor para lograr una cosa más elevada, tal como Jesús ha renunciado a sí mismo. Porque él “siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filp 2,7-8).
La segunda condición es cargar con la cruz. Esta es una expresión para indicar que se está dispuesto a morir. El condenado tenía que llevar su cruz hasta el sitio de la ejecución. El que agarra el madero y lo pone sobre sus hombros, ha aceptado su destino. Sabe que está condenado y que terminará en este madero. En esta expresión el tono principal está en la decisión, en la acción resuelta de agarrar el madero. El verdadero discípulo tiene que estar dispuesto a esta acción, si quiere seguir a su Maestro. Dado que es un modismo, no tiene que aludirse necesariamente a la disposición para sufrir la muerte física. La verdadera decisión que importa tomar, es la misma que en la negación de sí mismo. Las dos expresiones se complementan mutuamente y se refieren a lo mismo: la firme voluntad y resolución de renunciar a sí mismo y desasirse de sí, posiblemente -si tal fuera la voluntad de Dios- hasta la muerte real, hasta la renuncia de la vida corporal ¡Qué norma para seguir a Jesús!”1.
¿Qué es, en definitiva, lo que no nos permite seguir a Cristo sin reservas? Nosotros mismos. Detrás de cualquier bien que apetecemos estamos nosotros mismos, detrás de cada pecado y de cada imperfección estamos nosotros mismos. Detrás de cada cruz que nos presenta para que llevemos está nuestra resistencia a la voluntad de Dios causada por nuestro amor propio.
Debemos aspirar a la segunda conversión. La primera fue tomar conciencia de la necesidad que tenemos de Dios; la segunda es entregarnos a Dios sin reservas. La primera fue abandonar todas las cosas por Cristo; la segunda es abandonarnos a nosotros mismos por Cristo. En la segunda conversión se podría decir que comenzamos a ser verdaderos discípulos de Cristo, verdaderos hombres religiosos.
Esta es la muerte que nos pide Cristo. Perdernos a nosotros mismos, a nuestros criterios, a nuestros pensamientos, a nuestros caminos, a nuestros quereres para encontrarnos en las manos de Cristo, en sus criterios, en sus caminos, en sus voluntades para conmigo.
Y no es fácil. Siempre vamos guardándonos un poco de nosotros mismos, reservando un lugar en nuestro corazón para nosotros mismos sin vaciarlo y dejarlo sólo para Dios. Sin matar todo lo que no sea Dios.
En esta entrega total para seguir a Cristo juega un papel importantísimo nuestra confianza en Cristo, en sus palabras, pero, en definitiva en su persona. Cristo nos dará todas para que seamos felices si renunciamos a nosotros mismos.
Nos da miedo dar este salto al vacío. Nos da miedo la muerte y el vacío de nosotros mismos pero no es un salto al vacío sino en las manos de Cristo.
Nos cuesta desprendernos de pequeñeces y el evangelio nos dice que aunque tuviéramos todo el mundo de que nos serviría si perdiéramos el alma. Mucho menos valen las pequeñeces que nos dificultan renunciar a todo para ser discípulos de Cristo.
Renunciar a todo para quedarse con el tesoro o con la perla. Vender todo, incluso y principalmente a nosotros mismos.
Hay una prioridad del valor de la gracia por sobre todas las cosas y la gracia es tener a Cristo, es ser su discípulo fiel.
La condición prioritaria y única para ser discípulos de Cristo es la negación de sí mismo, es el morir al amor propio para amar sin reservas a Jesús. Es el renunciar a la propia voluntad para hacer la de Cristo que se manifestará a través de la cruz que nos dé para llevar.
1 Trilling, W., en El Nuevo Testamento y su Mensaje, comentario a Mt 16, 24.
San Juan Crisóstomo
La negación de sí, condición del seguimiento de Jesús
1. Entonces… ¿Cuándo? Cuando Pedro le hubo dicho: Te sea Dios propicio, Señor, que tal cosa no te suceda. Y el Señor le contestó: Vete detrás de mí, Satanás. Porque no se contentó con la reprensión solamente, sino que, queriendo ponernos delante lo absurdo de las palabras de Pedro y las ventajas del sufrimiento, prosigue: “Tú me dices: Dios te sea propicio y no permita que tal te suceda. Pues: bien, yo te digo a ti que no sólo el oponerte a mi pasión y molestarte de ella es cosa para ti dañosa y funesta, sino que ni salvarte podrás si tú mismo no estás dispuesto para morir en cualquier momento”. Porque no pensaran que el padecer era cosa indigna de Él, no sólo por lo que precede, sino por lo que sigue también, los instruye sobre la excelencia del sufrimiento. Ahora bien, en Juan dice: Si el grano de trigo no cae a la tierra y muere, se queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto1; más aquí, tratando el tema más ampliamente, no sólo refiere sus palabras a la necesidad que tiene Él mismo de morir, sino también cuantos le quieran seguir. Tanta es—parece decir—la ganancia que hay en ello, que, aun en vosotros, el no querer morir es un mal; más el estar dispuestos a la muerte, un bien. Más esto lo pone de manifiesto en lo que sigue; por ahora, sólo trata de una parte. Y mirad cómo no pone necesidad en sus palabras. Porque no dijo: “Queráis o no queráis, tenéis que pasar por ello”. ¿Pues qué dijo? Si alguno quiere venir en pos de mí. Yo no fuerzo ni obligo a nadie. Libre dejo a cada uno de su propia determinación. Por eso digo: Si alguno quiere. A bienes os llamo, no a males y molestias, no a castigo y suplicios, para que tenga que forzaros. La naturaleza misma de la cosa es bastante para atraeros. Al hablar así el Señor, aun, los atraía más, pues sabemos que muchas veces el que quiere forzar, más bien retrae; más el que deja al oyente dueño de su decisión, se lo gana mejor. La dulzura es más fuerte que la violencia. De ahí que el Señor dijera: Si alguno quiere. Porque grandes son—parece decirnos—los bienes que os ofrezco, y tales que habríais de correr voluntariamente a ellos. Si uno te ofreciera una cantidad de oro o te pusiera delante un tesoro, no tendría por qué llamarte a la fuerza. Pues si al oro y al tesoro no tenéis que correr a la fuerza, mucho menos a los bienes del cielo. Porque si la cosa misma no te invita a correr hacia ella, tampoco eres digno de recibirla; ni, aunque la recibas, te darás cuenta cabal de su valor. Por eso Cristo no nos fuerza, sino que nos exhorta, por miramiento a nosotros mismos. Como notaba que sus discípulos cuchicheaban mucho entre sí, turbados que estaban por sus palabras, Él les dice: No hay por qué turbaros y alborotaros. Si no creéis que lo que yo os digo es causa de bienes infinitos, cumplido no sólo en mí, sino también en vosotros, yo no os fuerzo: Si alguno quiere venir en pos de mí, a éste llamo. Porque no vayáis a pensar que eso que ahora hacéis siguiéndome, ése es mi verdadero seguimiento. Muchos trabajos, muchos peligros tenéis que pasar si habéis de venir en pos de mí. Porque, cierto, Pedro, no porque me hayas confesado por Hijo de Dios, debes por eso solo esperar la corona, y pensar que ello te basta para tu salvación y que puedes ya en adelante estar tranquilo, como si ya lo hubieses hecho todo. Yo puedo, ciertamente, como Hijo que soy de Dios, no dejar que tengas tú que experimentar trabajo alguno; pero no lo quiero, precisamente en interés tuyo, a fin de que tú también pongas algo de tu parte y tu gloria sea mayor. Si un agonoteta o presidente de los juegos olímpicos tuviera un atleta amigo suyo, no querría coronarle por pura gracia, sino que sus trabajos merecieran su corona, y eso por la principal razón de ser amigo suyo. Así también Cristo: a quienes Él particularmente ama, éstos particularmente quiere que se distingan por su propio esfuerzo y no sólo por la ayuda que Él les presta. Pero mirad, por otra parte, cómo, suaviza el Señor sus palabras. Porque los trabajos no los circunscribe exclusivamente a los apóstoles. No, el Señor sienta una doctrina común para la tierra entera cuando dice: “Si alguno quiere, mujer o varón, gobernante o gobernado, por este camino tiene que entrar”. Por lo demás, parece decir una sola cosa en su sentencia, y en realidad dice tres: negarse a sí mismo, tomar la cruz y el final: Y sígame. Las dos primeras se traban entre sí; pero la última la pone independiente y por sí.
QUÉ SIGNIFICA NEGARSE A SÍ MISMO
Pues veamos primeramente qué quiere decir negarse a sí mismo. Sepamos ante todo qué es negar a otro, y entonces veremos claramente qué significa negarse a sí. ¿Qué es, pues, negar a otro? El que niega a otro, por ejemplo, a un hermano, a un esclavo o a cualquier otra persona, aun cuando lo vea azotado, encadenado o conducido al suplicio, o que sufre cualquier otra desgracia, ni le asiste ni le ayuda ni le llora, ni le tiene compasión alguna, una vez que le considera como extraño. De este modo, pues, quiere el Señor que no tengamos consideración alguna con nuestro cuerpo. Aun cuando nos lo azoten, aun cuando nos lo destierren, o lo quemen, o le hagan sufrir otro cualquier tormento, no le tengamos consideración ninguna. Y ésta es justamente la mejor consideración que le podemos tener. Los padres, cuando mejor consideración tienen con sus hijos es cuando, al entregárselos a los maestros, les mandan que no les tengan consideración ninguna. Así también Cristo. No dijo que no nos tengamos miramiento alguno a nosotros mismos, sino con más intensidad todavía, que nos neguemos a nosotros mismos. Es decir, no tengamos nada que ver con nosotros mismos, sino entreguémonos a los peligros y combates y pongámonos en la misma disposición de ánimo que si fuera un extraño quien sufre todo eso. Y notemos que originariamente no dijo sólo: Niéguese, sino: Reniéguese, dando a entender, por esta leve adición, el extremo a que hay que llevar nuestra propia negación. Porque no hay duda que más es renegar que negar.
TOMAR LA CRUZ, OTRA CONDICIÓN DEL SEGUIMIENTO DEL SEÑOR
2. Y tome su cruz. Lo uno se sigue de lo otro. No pensemos que la negación de nosotros mismos ha de llegar sólo a las palabras, injurias y agravios. No. El Señor nos señala hasta dónde hemos de negarnos a nosotros mismos: hasta la muerte, y hasta la muerte más ignominiosa. De ahí que no dijo: “Niéguese a sí mismo hasta la muerte”, sino: Tome su cruz, que era señalarnos la más ignominiosa de las muertes y que esto no hay que hacerlo una ni dos veces, sino durante la vida entera. Lleva—nos viene a decir—por todas partes la muerte y está preparado cada día para derramar tu sangre. Muchos han despreciado las riquezas, el placer y la gloria; pero no llegaron a despreciar la muerte y arrostrar sin miedo sus peligros. Pero yo—nos dice el Señor—quiero que mis seguidores, mis atletas, luchen hasta el derramamiento de su sangre, que bajen a la arena dispuestos al degüello. De suerte que, aun cuando haya que arrostrar la muerte y muerte ignominiosa y muerte maldecida y por mala sospecha, todo hay que soportarlo generosamente y hasta regocijarse por ello.
Y sígame. Cabe padecer y, sin embargo, no seguir al Señor, cuando no se padece por causa suya, como los bandidos, los violadores de sepulcros y hechiceros, que sufren, si se los coge, muchos y duros suplicios. Porque nadie, pues, pensara que basta simplemente sufrir, el Señor añade la causa porque hay que sufrir. ¿Qué causa es ésa? Que todo se haga y se sufra por seguirle; que todo se soporte por amor suyo; que juntamente con el sufrimiento se practiquen las otras virtudes. Realmente, eso es lo que nos declara la palabra Sígueme. No basta mostrar valor en los trabajos, sino que hay que practicar también la castidad, la modestia y toda la otra filosofía de la vida. Porque seguir al Señor como se le debe seguir es no sólo sufrirlo todo por su amor, sino aplicarse también a la práctica de las otras virtudes. Porque hay quienes, siguiendo al diablo, padecen lo mismo que nosotros y por amor del diablo entregan hasta sus vidas; pero nosotros lo sufrimos por amor de Cristo, si bien fuera mejor decir que por amor de nosotros mismos. Los seguidores del diablo sufren para su daño, en esta y en la otra vida; nosotros, para ganarnos esta y la otra vida. ¿No sería, pues, cobardía extrema que no diéramos nosotros pruebas de un valor parejo al de esos que se pierden, cuando tan gloriosas coronas esperamos? Aparte que a nosotros nos viene a ayudar Cristo y a aquéllos no les ayuda nadie. Notemos, por otra parte, que ya antes había el Señor dado este precepto cuando, al enviar a sus apóstoles, les dijo: No vayáis por el camino de los gentiles. Yo os envío como ovejas en medio de lobos… Y: Seréis conducidos delante de los gobernadores y de los reyes…2 Mas ahora lo encarece de modo más eficaz y serio. Porque entonces sólo habló de muerte; pero aquí hace mención de la cruz, y de cruz continua: Tome—dice—su cruz; es decir, llévela y sopórtela sobre sí mismo. Es lo que suele hacer el Señor siempre: para no espantar a sus oyentes, sus mandatos mayores no los presenta desde el principio ni de golpe, sino suavemente y por sus pasos contados.
LA SALVACIÓN DEL ALMA, PREMIO DELSEGUIMIENTO DEL SEÑOR
Ahora, como al parecer había algo de dureza en sus palabras, mirad cómo las suaviza en lo que sigue y pone premio muy por encima del trabajo. Y no sólo señala los premios de la virtud, sino también los castigos de la maldad. La verdad es que insiste más en éstos que en aquéllos, pues al vulgo no le sofrenan tanto los bienes que se le prometen como el castigo con que se le amenaza. Mirad, pues, cómo por aquí empieza y aquí termina: Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; más el que por amor mío perdiere su propia vida, la salvará. Porque ¿qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si sufre daño en su, vida? ¿Y qué compensación dará el hombre a cambio de su vida? Que es como si dijera: Si yo os mando tomar la cruz y negaros a vosotros mismos, no es porque no mire por vosotros, sino más bien porque miro de modo muy señalado. El padre que tiene contemplaciones con su hijo, lo echa a perder: pero el que no se las tiene, ése lo salva. Allá lo dijo también un sabio: Si le pegas a tu hijo con la vara, no lo matarás; en cambio, librarás su alma de la muerte3. Y otro: El que mima a su hijo, le atará las heridas4. Lo mismo sucede en un ejército: si el general, por contemplación con los soldados, les permite estar continuamente dentro de las casas, echa a perder a los de casa y a los soldados. Así, pues—prosigue el Señor—, porque no os acontezca también a vosotros eso, es menester que estéis preparados para morir a cada momento. A la verdad, también ahora va a encenderse una dura guerra. No os quedéis, pues, dentro de casa, sino salid a campaña y pelead. Y si caes en el combate, entonces es cuando vives. Porque si, en las guerras materiales, el soldado que está pronto siempre a morir es más glorioso que los otros, se le hiere menos y siembra el terror entre los contrarios —y eso que, si muere, el emperador por quien ha luchado no tiene poder de devolverle la vida—, mucho más en estas guerras del espíritu, en que tantas esperanzas tenemos de la resurrección, el que exponga su vida a la muerte, ése será el que la salve. Primero, porque no será fácil que sea herido; segundo, porque, si cayere, alcanzará vida más alta.
¿QUÉ DARÁ EL HOMBRE A CAMBIO DE SU ALMA?
3. Ha dicho el Señor: El que quiera salvar su alma, la perderá. Más el que la pierda, la salvará. En uno y otro miembro de la sentencia del Señor se habla de salvación y perdición; pero no por eso pensemos que no va diferencia de una a otra salvación y de una a otra perdición. En realidad va tanto como de la misma salvación a la perdición. Y así lo establece de una vez, argumentando por lo contrario: Porque ¿qué le aprovecha al hombre—dice—ganar el mundo entero, si daña a su propia alma? Mirad cómo la salvación del alma por modo no debido es pérdida, y pérdida peor que todas las pérdidas, pues no tiene remedio y nada hay con que rescatar el alma. Porque no me digas que quien ha logrado escapar a tales peligros ha salvado ya su alma. Pon con su alma la tierra entera. ¿Qué provecho sacará de ello, si su alma se ha perdido eternamente? Dime: si vieras a tus esclavos entre delicias y tú estuvieras entre terribles suplicios, ¿es que te valdría de algo tu título de señor? Pues aplica a tu alma ese mismo razonamiento. ¿De qué le sirve al alma que la carne goce de placeres y riquezas, si le espera a ella la perdición eterna? ¿Qué dará el hombre por compensación o a cambio de su alma? Que es insistir todavía en lo mismo. ¿Es que tienes acaso otra alma para darla a cambio de la que perdiste? Si pierdes dinero, puedes dar a cambio dinero; y lo mismo se diga de una casa, de un esclavo o de cualquiera otro de los bienes de fortuna. Pero si pierdes tu alma, ya no puedes dar otra por ella. Aun cuando seas dueño del mundo entero, aun cuando seas rey de toda la tierra y pagues por precio cuanto hay en la tierra entera, no serás capaz de comprar una sola alma. ¿Y qué maravilla que así suceda en el alma, cuando lo mismo podemos ver que acontece con el cuerpo? Aun cuando te ciñeras mil diademas, si tienes un cuerpo naturalmente enfermizo o atacado de mal incurable, aunque dieras tu reino entero, no podrás curar ese cuerpo, así añadas mil cuerpos más, ciudades y riquezas. Aplica, pues, el mismo razonamiento a tu alma, y con más razón a tu alma que a tu cuerpo, y, pon todo tu empeño en procurar su salvación.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 55, 1-3, BAC Madrid 1956, 156-65)
1 Jn 12, 24-25
2 Mt 10, 5; 16, 17
3 Pr 23, 14
4 Sir 30, 1
Guión del Domingo XXII del Tiempo Ordinario
3 de septiembre 2023 – Ciclo A
Entrada: La Misa celebrada y participada con fe nos comunica la vida verdadera, la vida del mismo Hijo de Dios que la entregó en la Cruz por nuestra salvación.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Jeremías 20, 7- 9
Aún cuando para el profeta la Palabra de Dios es motivo de oprobio, no puede dejar de proclamarla.
Salmo Responsorial: 62
Segunda Lectura: Romanos 12, 1- 2
Dios reclama de nosotros un culto espiritual que ha de consistir en la ofrenda de nosotros mismos.
Evangelio: Mateo 16, 21- 27
El ser discípulos de Cristo exige la renuncia a uno mismo, un subir cotidiano hacia el Calvario.
Preces:
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Hermanos, acudamos al Señor que sacia de bienes nuestros anhelos y oremos por las necesidades del mundo.
A cada intención respondemos:…
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Por las intenciones del Papa en este mes de septiembre que nos pide rezar por las parroquias, para que sean animadas de espíritu misionero y sean lugares de transmisión de la fe y testimonio de caridad. Oremos.
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Por la paz del mundo, en las comunidades y pueblos, en las familias y en cada corazón humano. Oremos.
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Por los más pobres, por los que no tiene un trabajo o vivienda dignos, sobre todo por aquellas personas o familias que deben emigrar de su país a causa de la persecución y la violencia. Oremos.
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Por todos nosotros aquí reunidos, para que sepamos vivir cada vez mejor la celebración del Día del Señor y recibamos el Cuerpo y Sangre de Cristo en plena comunión con el Evangelio que El nos predicó. Oremos.
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Padre bondadoso, mira a tu pueblo suplicante y concédenos lo que te pedimos con corazón filial. Por Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Presentamos:
* Cirios y el deseo de que la Buena Nueva sea proclamada en el mundo entero.
* Pan y Vino y nuestra voluntad firme de seguir a Cristo en toda su radicalidad evangélica.
Comunión:
Úneme a Ti, Dulce Jesús, en esta Santa Comunión para que aprenda a morir a mi mismo y te posea solo a Ti porque tu amor vale más que la vida.
Salida: La Santísima Virgen nos da a Cristo en cada Santa Misa, que Ella nos mantenga en su presencia ayudándonos a practicar lo que Él nos ha mandado.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)