PRIMERA LECTURA
Has pedido discernimiento
Lectura del primer libro de los Reyes 3, 5-6a. 7-12
El Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Y le dijo: «Pídeme lo que quieras».
Salomón respondió: «Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que Tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?»
Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti».
Palabra de Dios.
SALMO Sal 118, 57. 72. 76-77. 127-130 (R.: 97a)
R. ¡Cuánto amo tu ley, Señor!
El Señor es mi herencia:
yo he decidido cumplir tus palabras.
Para mí vale más la ley de tus labios
que todo el oro y la plata. R.
Que tu misericordia me consuele,
de acuerdo con la promesa que me hiciste.
Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré,
porque tu ley es toda mi alegría. R.
Yo amo tus mandamientos
y los prefiero al oro más fino.
Por eso me guío por tus preceptos
y aborrezco todo camino engañoso. R.
Tus prescripciones son admirables:
por eso las observo.
La explicación de tu palabra ilumina
y da inteligencia al ignorante. R.
SEGUNDA LECTURA
Nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 28-30
Hermanos:
Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que Él llamó según su designio.
En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Mt 11, 25
Aleluia.
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños.
Aleluia.
EVANGELIO
Vende todo lo que posee y compra el campo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 44-52
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
«¿Comprendieron todo esto?»
«Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró».
Palabra del Señor.
W. Trilling
3. SECCIÓN TERCERA (13,44-52).
a) Parábola del tesoro (Mt/13/44).
44 El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; un hombre lo encontró y lo escondió, y se va lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra el campo aquel.
El vocablo tesoro suscita imágenes misteriosas. Leyendas y fábulas giran alrededor de tesoros que desde hace milenios de años yacen en alguna parte, y azuzan la curiosidad y el deseo de aventuras. Los hombres dejan su casa, lo abandonan todo y se ponen a buscar la gran fortuna, se imponen toda clase de privaciones, solamente tienen ante su vista un único objetivo: encontrar el gran tesoro, la mina de oro, el diamante fabuloso, en la esperanza de que entonces toda su vida discurrirá por otros cauces, en la esperanza de liberarse de todas las preocupaciones y molestias que atosigan a los mortales. El gran descubrimiento habrá de cambiar el rumbo de la vida. Jesús habla de este tesoro. Alguien lo halla casualmente, cava más, reconoce el valor. Entonces hace algo que los demás observan meneando la cabeza. Vende cuanto tiene, y adquiere aquel campo. El precio de compra es tan alto, que tiene que arriesgarse todo lo que se posee, por modesto que sea. Se ha de vender todo, hay que entregarlo todo por causa de este valioso objeto. Este tesoro requiere una inversión alta, más aún, una inversión total. Todavía se añade otro pensamiento. Es la alegría inmensa de haber encontrado el tesoro. Esta alegría induce a la inversión inusitada. Ya no se calcula con sobriedad ni se sopesa en frío. En comparación con este tesoro todo lo demás que se posee es escaso, su valor no tiene proporción con el tesoro. Las cosas que se tienen, por muchas que sean, se vuelven insignificantes ante el verdadero valor por cuya causa vale la pena vivir. Este tesoro es el reino de Dios, y por tanto el mismo Dios. El que ha encontrado a Dios mediante el mensaje de Jesús, renuncia con alegría a todo lo demás. Ha encontrado la verdad y la vida. El que tiene a Dios, lo tiene todo. Sólo Dios basta. Esta verdad únicamente puede aprenderse en la vida real. Nuestra mentalidad mundana, el temor de perder o desatender algo y el programa que nos fijamos para nuestra propia vida tropiezan una y otra vez con esta verdad.
b) Parábola de la perla (Mt/13/45-46).
45 También se parece el reino de los cielos a un comerciante en perlas finas; 46 encontró una de mucho valor, fue a vender cuanto tenía y la compró.
Esta breve parábola juntamente con la anterior forma una doble parábola y versa sobre el mismo tema. La palabra perla no sólo suscita la idea de un altísimo valor, sino también de la belleza inmaculada. El reino de Dios no solamente es el más excelso valor, sino también el bien más bello y perfecto que se puede conseguir. Con respecto a la parábola del tesoro hay una novedad y es que se trata de un hombre que se dedica a buscar perlas finas. En el tesoro del campo se podía pensar en una persona que lo halla casualmente y luego saca las consecuencias. Así también muchos pueden haber encontrado a Jesús sin tener el afán ni la intención de encontrar el tesoro. Pero fueron dominados por él. Aquí se podría pensar en alguien que busca la verdad, como Nicodemo, que viene a Jesús de noche (Jua_3:1 ss). Aquí se habla de un gran comerciante que trafica en joyas. Nunca ha encontrado una perla tan preciosa y fina. Sin reflexionar va a vender cuanto tiene, todo el inventario de su negocio para adquirir esta perla. Por su experiencia sabe que la perla recompensará la inversión. El corazón del hombre se queda intranquilo, hasta que la ha encontrado. Pero cuando la ha encontrado, está dispuesto a entregarlo todo por causa de este único objeto valioso. ¡Qué inversión se exige, qué exigencia tan profunda! Jesús no la suaviza en nada, pero también muestra el atractivo y la alegría que produce el hallazgo de la valiosa salvación. Cuando lo hemos encontrado, hemos de procurar permanecer con la fascinadora alegría inicial del descubrimiento. Cuando nos dedicamos a la búsqueda, no podemos descansar hasta haber encontrado lo que buscábamos.
c) Parábola de la red barredera (Mt/13/47-50).
47 También se parece el reino de los cielos a una red barredera que fue echada al mar para recoger de todo; 48 cuando estuvo llena, los pescadores la sacaron a la orilla, se sentaron y recogieron lo bueno en canastos, y echaron afuera lo malo.
Las dos últimas parábolas hablaban del tiempo presente, de la oferta que ahora obtiene el hombre, y de la puesta que ahora debe hacer. Esta parábola de la red habla del tiempo futuro. Se echa al lago una red barredera y recoge muchos peces de diferente clase y calidad. La red tiene que ser extendida entre dos barcas y arrastrada sobre el lago. Cuando los pescadores están en tierra, sacan despacio la red con el hervidero multicolor, ponen los peces en la orilla y los clasifican. Sólo se clasifican en dos grupos, buenos y malos, aprovechables y sin valor. Los buenos se recogen en cubos, y los malos se echan afuera. Antes se empleó la metáfora de la siega, en la que se separan el trigo y la cizaña. Aquí es una pesca de peces, en la que se recoge sin distinción todo lo que la red barre, y luego es clasificado. Al fin, tiene lugar la verdadera separación. Aquí ahora no están separados, sino juntos, y la mirada del hombre está oscurecida para llevar a cabo la separación; sobre todo no tiene derecho ni poder para efectuarla. La separación sólo es de la incumbencia de Dios, él es el gran pescador, que ha echado la red y nadie se escapa de ella. Entonces se hará justicia, de acuerdo con el valor de cada uno. La parábola habla de Dios como del Señor del juicio. San Mateo también conoce que Dios ha traspasado el juicio al Hijo: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su conducta” (Mt_16:27). El Hijo del hombre ejercerá el juicio de Dios, “su gloria” (cf. 25,31) será la gloria del Padre…
49 Así sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos 50 y los echarán al horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
La aplicación está estrechamente ligada con la anterior explicación de la parábola de la cizaña. La doctrina es la misma, también se describen los mismos sucesos, aunque con una forma mucho más breve y primitiva. Al fin del mundo los ángeles saldrán y separarán a los malos de entre los justos y serán echados al horno del fuego, al infierno. Nada más se dice de la suerte de los “justos” (cf. 13,43: “resplandecerán como el sol”). Las palabras deben hacer resaltar el juicio, suscitar el temor de la reprobación. Aunque en la vida de un hombre en el mundo no salga a luz lo malo cuando tiene éxito y prestigio, cuando es estimado, cuando exteriormente aparece intachable y excelente, sin embargo no perdamos de vista que el día del juicio sacará a luz la verdadera calidad. Todos debemos pensar en eso, especialmente los cristianos que un día han encontrado la perla preciosa y el tesoro en el campo. También ellos pueden encubrir su propia vida bajo la máscara de la piedad. Interiormente pueden ser “malos”, cuando no buscan a Dios, sino a sí mismos.
d) Conclusión del discurso de las parábolas (Mt/13/51-52).
51 ¿Habéis entendido todo esto? Ellos le responden: Sí. 52 Entonces les dijo: Por eso todo escriba convertido en discípulo del reino de los cielos se parece a un padre de familia que saca de su almacén lo nuevo y lo viejo.
No solamente importa oír, sino entender. La pregunta del Señor se refiere a si los discípulos han entendido el verdadero tema y sentido de las parábolas. Esta comprensión es lo que importa. Los discípulos obtienen la ayuda de las explicaciones circunstanciadas, que deben traducir un lenguaje metafórico al sentido que se intentaba. La acción depende de la adecuada inteligencia. Sólo quien interiormente acepta lo que se ha proclamado, puede proceder debidamente guiándose por este conocimiento. Puedo oír la parábola del tesoro en el campo, y no quedar afectado por ella, a lo sumo considerarla como saludable o necesaria para otros. Si me esfuerzo por entender esta parábola, entonces noto que se refiere a mí y que no puedo desviarme de lo que ella reclama. El hecho de entender lo que aprovecha a mi persona, deja libre el camino para la acción conforme con la palabra. La respuesta de los discípulos no solamente es importante para su salvación personal, sino también para su posterior tarea en la Iglesia. Deben aprender lo que han oído. Sólo pueden enseñar con el mismo derecho que Jesús, si han entendido, si se han identificado con lo que oyeron, si han creído. El capítulo de las parábolas también es una parte didáctica. El evangelista lo ha concebido así, y al final lo dice claramente una vez más (13,52). El que quiere enseñar, tiene que estar bien instruido. El que quiere anunciar el reino de Dios, tiene que haber aprendido la verdad sobre este reino. El capítulo de las parábolas también debe servir para aprender esta verdad. Dice a los predicadores y catequistas cómo debe expresarse la verdad del reino de Dios y cómo se puede mostrar el camino que conduce a la auténtica comprensión. Es un modelo para la enseñanza de la Iglesia. En el seno del nuevo pueblo de Dios se forma una nueva categoría de escribas. En Israel hay escribas a los que está confiada la palabra de Dios, para que la expongan y hagan aplicaciones. Pero no han acertado el verdadero sentido y no han conocido la verdadera voluntad de Dios. Ahora habrá verdaderos escribas, a quienes se concede la conveniente comprensión. También habrá una nueva “Sagrada Escritura”, la recopilación de las palabras y acciones de Jesús, que ponen por escrito los primeros heraldos. Se debe aprender y estudiar, exponer y aplicar esta Escritura. Cada uno de los teólogos es primeramente y en el fondo intérprete de la Escritura, cada uno de los teólogos instruidos debe ser un escriba. Aquí hay que descubrir -en medio del Evangelio- una de las fuentes de la teología y de su configuración científica.
El maestro de la Iglesia debe estar en la comunidad, como padre de familia, así como un padre de familia cuida de los suyos, da a los que viven en la casa lo que necesitan, y lo da en la medida y de la manera como lo necesitan. Saca lo nuevo y lo viejo del arca de su tesoro. No solamente lo nuevo, lo atractivo y actual, lo moderno y chocante sino también lo viejo, lo transmitido y acreditado, que debe unirse con lo nuevo. Jesús no ha suprimido la ley del Antiguo Testamento ni en su lugar ha colocado una ley nueva. Ha conservado lo viejo con profundo respeto, pero lo ha perfeccionado con lo nuevo (Cf. el comentario a 5,17-19). Así también en el capítulo de las parábolas están aunados lo viejo y lo nuevo. Lo antiguo es el gran tema del reino de Dios, desde que Dios empezó la historia con Israel. Lo nuevo es la última perfección de lo viejo mediante la venida y el mensaje de Jesús. Dios no quiere la ruptura radical con el tiempo pasado, sino la unidad del tiempo pasado, presente y futuro. Así debe enseñarse en la Iglesia, así se debe proceder en ella. Lo viejo siempre es actual en la tradición a través de las generaciones, pero siempre ha pretendido una comprensión más profunda, un conocimiento de causa más perfecto, una realización mejor.
(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Leonardo Castellani
Parábolas del Tesoro y la Perla
La idea capital de esta parábola es el gesto de desprendimiento total para conseguir los bienes espirituales: -no hagan caso de lo que dice el P. Nieremberg que la perla es la Compañía de Jesús, aunque para algunos pueda serlo; – TODOS los bienes espirituales, que en el fondo forman unidad: primero la fe, luego la gracia santificante, la ley de Dios, la vida de amor de Dios o “vida interior”, el don de la perseverancia, y al fin la gloria eterna o salvación, que se continúan y se implican mutuamente. Se trata de una sola perla única enormemente valiosa, no de un cofrecillo de joyas; y de un tesoro, no de varios tesoros, como los tesoros de los Jesuitas que están escondidos en el Paraguay, me dijo el albañil Trevisano, y que ni los mismos Jesuitas pueden encontrar ya; y por la pinta, el que los ha encontrado es Stroessner. Los Santos Padres han mencionado variamente, según su humor o la necesidad del auditorio, desde la fe hasta la felicidad, o la Iglesia o la Gracia, o el perdón o la perseverancia, como esta perla preciosa; pero no nos engañemos, la Perla es todo ello junto, pues ello es indescuartizable. La Magdalena por el perdón de sus pecados tiró todo lo que tenía; y encontró mucho más.
¿Quién no sabrá tu lloro
Tu bien trocado amor, oh Magdalena;
De tu nardo el tesoro
De cuyo olor la ajena
Casa y la redondez del mundo es llena?
La Perla es un bien absoluto; todo lo demás se puede tirar por eso; y un “mercader” no se va a engañar en eso. Siempre decimos que Dios es lo Absoluto; y todo lo creado, incluso nuestro propio “ipsum”, es relativo; pero no sé si sabemos siempre lo que decimos. Eso significa que todas nuestras relaciones con Dios tienen algo de absoluto, y por tanto de infinito, y por tanto de incomprensible. Esas relaciones que tenemos (desde el momento que pertenecemos a esta religión o estotra) son una línea que por un lado tiene punta y por el otro no tiene punta, que “se pierde en el infinito”; como dicen los geómetras que sucede con las paralelas, las cuales (no se sabe por qué) “se juntan en el infinito”. Así nuestra razón con los “dogmas” a los cuales prestamos asentimiento, “se juntan en el infinito” solamente.
Cristo nos comparó a un mercader y a un cavador, porque sabía que éramos interesados y logreros, y que nuestro destino es trabajar la tierra; y nos propuso una simple transacción ventajosa, un “gran negocio” seguro por un lado, pero que demanda un singular arrojo por otro. Es un negocio “absoluto” en todos los sentidos: en el de que implica una totalidad por ambas partes (“vendió todo lo que tenía” –“una perla única”) y en el de que es incomprensible. Lo absoluto no es de la esfera del hombre, por más que el hombre hable de él cuanto quiera.
Dios nos ha hecho el intolerable cumplimiento de amarnos. Así como la Pastora en el cuento de Grimm, que empezó a declinar, rehusar y huir el amor del Emperador en cuanto vio adónde llevaba todo eso, preferiríamos que Dios nos dejara solos; sin darnos cuenta que esa frase equivale simplemente al infierno: “dejados de Dios”. Para dejarnos Dios tendría que no crearnos; una vez creados, una relación indestructible se ha establecido, basada en nuestro mismo ser: que es una cosa (nuestro ser) que no podemos renunciar ni siquiera querer renunciar. “Mejor sería para mí no haber existido”: el que dice esta blasfemia dice una frase enteramente sin contenido, como “dos y dos son cinco”. ¿Qué significa ese “no existir” junto a ese “para mí”? Nada. Es una contradictio in términis. Lo que no existe no tiene ni “mí” ni “para”. “No quiero querer a Dios: que me deje solo”: el que esto dice no sabe lo que dice; y al decirlo, quiere a Dios.
Más Dios nos conoce, y así nos propone su amor como un negocio, no como una obligación forzosa o una imposición (aunque podría) pues eso es propio del amor: no hay amores por imposición, como creen los gobiernos que quieren “imponer” su popularidad. El amante se agacha si es necesario para atraer la voluntad amada, es una rendición, un vencimiento. ¿Aniquilación quieren? Pues aniquilación. “Annihilavit semetipsum”, dice san Pablo. (…)
El Infierno: un castigo que dura para siempre por un acto que dura un instante. A causa de que somos humanos, nos es fuerza imaginar el infierno y el Cielo como la sentencia de un tribunal humano, un castigo o premio “de afuera”, una sentencia judicial, un “Juicio”; y así tuvo que representarlos el mismo Cristo. Pero Cristo advirtió que es otra cosa o más que una sentencia, es un “estado” voluntariamente incurrido, una elección: “el que rechaza el Verbo de Dios no necesita que lo juzguen, ya está juzgado”. Se juzgó a sí mismo, se condenó él solo, se “destinó”, se prefirió, se ensimismó, se perdió.
El Infierno no significa sino que llega un momento en que Dios abandona su cortejar, y deja simplemente que el Pecador sea lo que él quiere (cede Dios humildemente como si dijéramos a la voluntad creada) como hace cualquier amante humano: el cual desdeñado no se venga propiamente, sino la deja allí simplemente, y se va; mas aquí el que se va es “ella”, el pecador. Abandona el amor divino su intolerable solicitación; y comienza la solicitación invertida; pues esa relación trascendental (que Dios es nuestra única felicidad posible) es primaria y existencial, no tiene destrucción posible, Dios mismo no la puede destruir. Mi propio ser no puede ser mi propia felicidad, lo experimentamos incluso aquí abajo; más bien es nuestra infelicidad. “Quedarse solo”. Los solitarios huyen a la soledad, para NO quedarse solos: quedarse en medio de ESTA sociedad en que el Destino los puso, es hallarse horriblemente solos. Dejan ESTA sociedad sin ser asociales, a ver si por caso pueden hallar a Dios, o al menos algún modesto ángel -o demonio.
El infierno es la terrible sociedad de los que se han quedado solos interiormente, sin Dios, por su voluntad, con su propio y miserable “ipsum” hecho un abismo. No han querido a Dios. ¿Y por qué no lo quieren ahora? No se puede ya. ¿No quieren más la felicidad? La quieren, pero donde ella no está. Un avaro o un envidioso empedernidos querrían la felicidad, quién lo duda; pero quieren que ella esté en las riquezas o en el mal del prójimo; y, desdichados, allí no está. ¿Y el fuego? El fuego viene simplemente de todo eso.
(…)
El Cielo es la compleción total del ser humano, de todas sus facultades y aspiraciones reales: es la realización del ideal que ha estado detrás de todos nuestros ideales en la vida, nunca realizado ni siquiera claramente expresado; ni visto, solamente atisbado; pues si pudiéramos expresarlo, podríamos expresar a Dios. Ese ideal que una vez fue modestamente un año sin escuela, muchos chocolatines y una bicicleta; después una mujer; después mucha plata o bien un gobierno cualquiera aunque sea de un hato de cabras con además (en la Argentina) plata; siempre plata; o bien la gloria y el renombre con plata y para adquirir plata; o en naturas más nobles, una gran obra de arte o un estupendo libro de filosofía… mía, que deje plata; después una salud perfecta o aunque sea imperfecta, pero con plata; después que les vaya bien a los nietos y que me hagan todos los caprichos, y plata; y así: “la lima de los deseos”, que dice Pereda: nunca realizados, y los realizados, tremendas desilusiones. Pues bien, detrás de todo eso hay una cosa que no se ve, que se formulará al instante de morir (“y entonces ella vio… y entendió”, dice Benson en Señor del Mundo) y será cumplida, colmada y desbordada en una forma que no puede entender el intelecto humano… ni los caricaturistas. Bueno, estos no entienden ni siquiera lo humano. Digo, los yanquis, no mi amigo Medrano.
Esta es la Perla que muy propiamente Cristo llamó “escondida”. E1 Cielo es nuestra incorporación a una empresa de conquistas sobrehumanas que se extiende por siglos y por Universos, en donde Ud. y yo tenemos algo que hacer que ningún otro puede hacer, y para lo cual justamente fue diseñada y combinada nuestra persona individual, diferente de todas las demás: el albañil Trevisano lo que quiere es construir una iglesia; pues la construirá, hasta cansarse. No es pasividad, es actividad. No es placer, es algo más allá del placer y aun del gozo, cuyo nombre no existe sobre la tierra. No es un estado sin penas, porque así no es la vida, sino con penas que no se querrían perder por nada, penas de amor; como yo rehusaría no tener el dolorcito cansado y agradable en las piernas que han paseado, cuando me acuesto a dormir; ni la pena que me dan las imperfecciones de los que yo quiero. Cristo anduvo toda la vida pasado de penas de amor porque quiso, y aun ahora las tiene, creo. Y toda esta música celestial ¿quién la comprende? Justamente: por ahora es incomprensible.
El infierno y el cielo son los dos términos naturales (por decirlo así, no ignoro lo sobrenatural, que es también natural, aunque sea sobre), de un movimiento esencial: el movimiento de nuestra natura, que como todo movimiento, algún día tiene que llegar; pues metafísicamente no puede haber movimiento sin un término “ad quem”. Aunque el “llegar” aquí no significa pararse sino transfigurarse; pues nuestra natura es indestructible, y toda natura creada se mueve mientras “es”. Ninguna natura sin operación, “operatio séquitur esse”, dicen los pedantes.
Y todo esto comporta en el hombre una rendición total: “vendió todo lo que tenía”. Este inciso hace eco a todas las exigencias, “absolutas” de Cristo a sus secuaces, desparramadas en el Evangelio; pues para que no vuele un pájaro no es necesario un grillete, basta un hilito en una pata, o “liga” en el ala. “El que no deja todo por mí no es digno de Mí” – “Vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme” -, “Deja que los muertos entierren a sus muertos” – “El que quiera poseer su vida la perderá, y el que la pierda por mí la hallará”- “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no produce nada” – “Nadie ama más que el que da su vida por el amigo” – “Os matarán por causa de mi nombre” – Y ferozmente: “odiar al padre y a la madre”.
“No queremos vender lo que tenemos; queremos en todo caso dejar algo: una cosa razonable”; esta será la respuesta de muchos a esta explicación: pues bien, para eso la escribo, “para que oigan y no entiendan, y no se conviertan, y no hagan penitencia, y se pierdan”, dijo Cristo con una ferocidad que en el fondo es amor, amor herido y disfrazado. “Para que no entiendan”, lo mejor era callarse; pero, habló y habló hasta lo último, no retrocedió ni ante las palabras cuasi feroces; porque el amor es más fuerte que la muerte y los celos son duros como el infierno. Diga que nosotros ni sabemos casi en este siglo bruto lo que es el amor.
Menos mal que Dios no dejó del todo escondida la Perla, pues la medio descubrió en Cristo. La perla es Cristo, puesto allí en Palestina “en figura de siervo”: disfrazado pues, pero no del todo. Magdalena vio que había en Él una cosa insólita, inmensa, enorme, “que no se puede decir y casi no me atrevo a pensar”; san Ignacio vio que todo aquel que no fuese un “ruin caballero” no podía menos de escogerlo a Él como su Caudillo Incondicional, como el Gran Capitán Gonzalo de Córdoba; san Pedro vio que no se podía ir a otro lado si uno quería “palabras de vida eterna”; santa Teresa sintió que sufrir por Cristo todo lo posible era una felicidad, la única; y los mismos fariseos vieron claramente que era intolerable, que había que barrerlo de este mundo, había que eliminar cuanto antes para poder estar tranquilo el intolerable cumplimiento que nos hizo Dios cuando se puso a amarnos.
Pondré aquí la conversación con el albañil Trevisano en la Vascongada, para no terminar demasiado lírico. Es un correntino que dice que el mundo se termina pronto y que eso él desea fuertemente; y no sabe mucho de religión, me parece que cree que hay tres dioses, y una diosa que es la Virgen de Itatí, que está muy por encima de la Virgen de Luján. Me parece que en el fondo lo que quiere es que caiga Frondizi, aunque se hunda el mundo; pues hasta el mismo fin del mundo es poco precio para conseguir su deseo “absoluto”. Toda la conversación no la puedo poner; la escribí, pero tiene cinco hojas, otro día la copiaré. Al fin me dijo: “Los curas nos esconden muchas cosas”. -¿Sabe que eso es un endecasílabo? -le dije yo. -¿Cómo dice? -Que lo que ha dicho es un endecasílabo… (Y este es otro) -¡Su abuela de usté! -me dijo-. ¡Es pura verdá! Pero yo tenía que irme, y discutir con él era imposible, tanto en religión como en política.
(Castellani, L., Las Parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza, 1994, p. 153-159)
P. José A. Marcone, IVE
Las parábolas del tesoro escondido y la perla encontrada
(Mt 13,44-52)
Introducción
La Iglesia nos muestra claramente que su intención para el domingo de hoy es que se predique acerca de las parábolas del tesoro escondido y la perla encontrada, y no tanto sobre la parábola de la red echada al mar. Esta intención de la Iglesia queda de manifiesto en la posibilidad de lectura breve que ofrece, donde se quita la parábola de la red, pero se mantienen las otras dos parábolas. Además, esta intención de la Iglesia se ve en la lectura del AT, que en los domingos de Tiempo Ordinario está siempre en armonía con el evangelio. En esa lectura (1Re 3,5-12) se presenta el discernimiento necesario para juzgar con rectitud como algo precioso (un tesoro o una perla) para el hombre, y no se hace mención a la separación entre buenos y malos, tal como sí se hace en la parábola de la red.
¿Por qué la Iglesia no pretende que se predique hoy de la parábola de la red? Porque la parábola de la red tiene un mensaje muy parecido al de la parábola del trigo y la cizaña, que hemos leído la semana pasada. En efecto, en la parábola del trigo y la cizaña, el terreno donde se siembra trigo y se sobre-siembra cizaña es la Iglesia. La cizaña son hombres, son los católicos perversos (pravi catholici, dice Santo Tomás). La ciega final es el juicio final donde la cizaña es arrojada al fuego, a la condenación eterna.
Y en la parábola de la red, la red es, como el campo en la parábola de la cizaña, la Iglesia Católica[1], los peces buenos son los buenos católicos, los peces malos son los malos católicos. La red es arrastrada a la orilla, la cual orilla representa el fin del mundo. Los ángeles separan a los buenos de los malos y a los malos los arrojan al infierno. Por este motivo, porque nos anuncia la posibilidad del infierno, San Juan Crisóstomo la llama “parábola espantosa”[2]. Un mensaje muy parecido al de la parábola del trigo y la cizaña, si bien no igual. Hay matices muy interesantes, de los cuales vamos a mencionar dos.
En la parábola de la red se subraya la universalidad de la Iglesia, que por esta razón es llamada ‘Católica’, que significa ‘universal’[3]. Precisamente ésta, es decir, la universalidad, es la característica esencial que Santo Tomás le asigna a la parábola de la red[4]. En la Iglesia hay “griegos y bárbaros” (Rm 1,14), “judíos y griegos, esclavos y libres” (1Cor 12,13; Gál 3,28) y el Evangelio debe ser predicado “a toda creatura” (Mc 16,15).
Santo Tomás, explicando la parábola de la red echada al mar y, más concretamente, el hecho que los malos son arrojados al infierno, hace notar este otro matiz: en la parábola de la red echada al mar, los malos son aquellos que han ido al infierno sin ser excomulgados de la Iglesia, mientras que en la parábola de la cizaña se trata de aquellos que, por su divergencia con los dogmas de la Iglesia, sí han sido excomulgados[5]. En definitiva, Santo Tomás ve en la parábola de la cizaña el pecado gravísimo de herejía, que no aparece en la parábola de la red.
Las dos parábolas sobre las cuales debemos predicar hoy, la del tesoro y la de la perla, tienen el mismo mensaje, con sus matices propios cada una. Respecto a esto dice San Juan Crisóstomo: “Al modo como las anteriores parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se diferenciaban mucho entre sí, así tampoco las del tesoro escondido y las piedras preciosas”[6]. Veamos primero cuál es el mensaje común a las dos parábolas.
1. El mensaje común a las dos parábolas
Tanto el hombre que trabaja en el campo como el mercader que busca perlas para comerciar representan a todo hombre que busca la felicidad. Por felicidad se entiende la realización plena de todas sus aspiraciones más profundas, el encontrar el sentido de la vida y la realización plena de la propia persona. Jesucristo, que conoce nuestra naturaleza humana, para que entendiéramos lo que es la felicidad la compara a un tesoro o a una perla, que son bienes materiales muy valiosos.
Ahora bien, aquello en lo cual vamos a encontrar realizadas todas nuestras aspiraciones más profundas y la realización plena de nuestras personas es el Reino de los Cielos, es decir, el Evangelio. Pero en Mc 1,1 se dice: “Inicio del evangelio de Jesu-Cristo, Hijo de Dios”, que, en realidad habría que traducir: “Fundamento del Evangelio que es Jesucristo, Hijo de Dios”.
Por eso, tanto el tesoro como la perla representan a Jesucristo. Santo Tomás, siguiendo a San Jerónimo, lo dice de una manera muy hermosa: “Según Jerónimo el tesoro es el Verbo de Dios, del cual dice San Pablo: ‘En Él están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia’ (Col 2,3), tesoros que escondió en el campo de su cuerpo, porque el Verbo estaba como escondido en la carne”[7]. Y respecto a la perla, dice Santo Tomás siguiendo a San Agustín: “Cuando encuentra la perla, es decir, a Cristo, en quien están todos los bienes en sumo grado, va y vende todo lo que tiene”[8].
El que encuentra a Jesucristo y lo posee como algo propio encontró la razón de su existir. El hombre encuentra el sentido de su vida cuando se une a Jesucristo. Por esta razón, al decir ‘Jesucristo’, decimos también una serie de realidades sobrenaturales que le están intrínsecamente unidas: 1. La Eucaristía, que es el mismo Jesucristo; 2. La gracia santificante, sin la cual es imposible unirse a Jesucristo ni por unión mística ni por unión eucarística. 3. La fe, es decir, el asentimiento al cuerpo de verdades que se resumen en el Credo o en la palabra ‘Evangelio’. La fe es el inicio de la salvación. 4. La consecuencia final de todo esto que es el conseguimiento de la vida eterna, la salvación definitiva y la realización plena de la persona por toda la eternidad por la visión cara a cara de la esencia divina.
En ambos casos, para alcanzar a Jesucristo es absolutamente necesario desprenderse de absolutamente todo. Esto está expresado de una manera muy simple en el primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas”.
Pero en ambos casos, el vender todos los bienes significa jugársela entero para cumplir el primer mandamiento venciendo todos los impedimentos, tanto interiores como exteriores. Vender todo para poder amar a Dios sobre todas las cosas y alcanzar a Jesucristo por toda una eternidad significa, en primer lugar, negar completamente las tres concupiscencias que llevamos en el alma como producto o secuelas del pecado original: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf. 1Jn 2,16). La concupiscencia de la carne es el deseo del placer, la concupiscencia de los ojos es el deseo de tener bienes materiales y la soberbia de la vida es el orgullo y el deseo de dominar y de tener poder. Vender todo significa, entonces, someter el placer a la voluntad de Dios; ordenar el deseo de tener para aspirar solamente al ‘pan nuestro de cada día’; someter a través de la humildad y la mansedumbre el amor desordenado a nuestra propia excelencia.
En segundo lugar, vender todo significa estar dispuesto a afrontar todas las dificultades exteriores con tal de no perder la gracia de Dios: pérdida de bienes materiales, burlas y persecuciones del mundo, tentaciones del maligno y hasta perder la vida antes que consentir en un pecado mortal o apostatar de la fe. Por eso dice Santo Tomás citando a San Agustín: “Por lo tanto debes vender todo por Cristo: las cosas terrenas, los bienes del alma, los bienes del cuerpo, porque cuando vendes estas cosas, te posees a ti mismo y eres señor de ti mismo”[9].
Todo esto, tanto en la parábola del tesoro como en la de la perla, es presentado por Jesús no como una pérdida sino como un gran negocio. “Sepa el que renuncia a sus bienes, que no ha sufrido una pérdida, sino que ha hecho un negocio”, dice San Juan Crisóstomo[10]. “El hombre siempre quiere cambiar un bien menor por un bien mayor”, dice San Gregorio Magno[11]. Jesucristo nos dice que vale la pena perder la propia vida con tal de alcanzarlo a Él eternamente. San Pablo lo dice con palabras definitivas: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por estiércol[12] para ganar a Cristo” (Filp 3,8).
Hay un hecho histórico narrado en los evangelios que concretiza lo que las parábolas exponen en figura. Es la historia del joven rico (Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23). Este joven está buscando el sentido de su existencia, la felicidad verdadera y la realización plena de su persona. Y él mismo concretiza todo eso en la vida eterna. Está perfectamente bien encaminado. Y que busca todo esto con sinceridad se nota en el hecho que desde pequeño cumple la ley de Dios. Y un día, de golpe, se encuentra con el tesoro que estaba buscando: Jesucristo, en quien se resumen la Ley y los Profetas. Y hasta reconoce que es un tesoro, porque lo llama ‘maestro bueno’ (Lc 18,18). Jesús le hace notar cuál es la condición para adquirir ese tesoro: “Ve, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y luego, ven y sígueme” (Mc 10,21). Pero este joven no era un buen negociante porque no fue capaz de renunciar a sí mismo ni renunciar a las riquezas materiales que tenía para alcanzar el tesoro o la perla, porque el evangelio dice: “Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mc 10,22).
En el caso particular de este joven, el medio concreto para adquirir el tesoro era seguir a Cristo en la vida religiosa a través de los tres votos: pobreza, obediencia y castidad[13]. Jesús elige a hombres y mujeres determinados a los que invita a una unión mucho más intensa con Él, pero para los cuales la renuncia debe ser mayor que en el común de los bautizados. El precio es mayor, pero el tesoro y la perla son más preciosos. Por tratarse de un consejo y de una invitación, el rechazar la vocación sacerdotal o religiosa no es pecado mortal[14], pero sí pone en riesgo su salvación eterna, porque Jesucristo había previsto darle una serie de gracias que confluirían en su salvación eterna, pero dentro del estado religioso o sacerdotal. Notemos que San Alberto Hurtado dice que “no compromete directamente la salvación eterna de su alma”, pero sí la compromete indirectamente. Puede perder el tesoro o la perla para siempre por falta de generosidad.
2. Un rasgo propio de la parábola del tesoro: la alegría
Jesús dice que el hombre que encontró el tesoro vendió todos sus bienes “a causa de la alegría” (apò tês jarâs) que le dio el encontrar el tesoro. Hay una contraposición clara con el segundo terreno de la parábola del sembrador. Allí se decía que ese terreno de poco espesor de tierra era el hombre que recibía la Palabra con alegría (metà jarâs) pero, por ser superficial, cuando venía una tribulación a causa de la Palabra, abandonaba a Cristo (Mt 13,20-21).
La alegría es un signo claro de la mano de Dios. Dice San Ignacio de Loyola: “Proprio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del cual es proprio militar contra la tal alegría y consolación spiritual, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias”[15].
La alegría espiritual puede ser una fuerza poderosa que nos impulse a vender todo para alcanzar a Cristo. Hay varios ejemplos en los evangelios de esta alegría que conduce a la consecución del tesoro.
Los Reyes Magos “viendo la estrella se alegraron con una alegría inmensamente grande (ejáresan jaràn megálen sfódra). Y entrando en la casa vieron al Niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron; y abriendo sus tesoros (toùs thesauroùs autôn) le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Los Reyes Magos fueron capaces de desprenderse de sus propios tesoros (en plural) para alcanzar el Tesoro por antonomasia (en singular absoluto).
También en el nacimiento de Jesús, el ángel les dice a los pastores: “Les anuncio una gran alegría (jaràn megálen) que será también una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido un salvador que es el Cristo y el Señor” (Lc 2,10-11). Impulsados por esta alegría, los pastores encontraron a Jesús, el Tesoro: “Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2,16).
San Juan Bautista también sintió esa alegría de haber encontrado el Tesoro. Él dice: “El que tiene la esposa es el esposo. Pero el amigo del esposo, que está allí, se alegra mucho (jarâ jaírei) al escuchar la voz del esposo. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29). San Juan Bautista, impulsado por esa alegría, va a entregar hasta su propia sangre y su propia vida para poder adquirir el Tesoro. Ninguna tribulación a causa de la Palabra impedirá que dé fruto al 100 x 1.
3. Un rasgo propio de la parábola de la perla: la belleza
Santo Tomás de Aquino dice que estas tres parábolas que hemos leído hoy muestran la esplendidez (dignitas) del Reino de los cielos. La parábola del tesoro muestra la esplendidez en cuanto a la abundancia (copiositas), la parábola de la red muestra la esplendidez en cuanto a la universalidad (communitas) y la parábola de la perla muestra la esplendidez en cuanto a la belleza (pulchritudo). “‘El Reino de los Cielos es semejante a un mercader que anda buscando perlas finas’. Esto quiere expresar la belleza”[16].
Esta opinión de Santo Tomás no es una mera intuición teológica sino una conclusión estrictamente exegética pues el texto griego dice exactamente que el negociante buscaba kaloùs margarítas, es decir, ‘bellas perlas’. El adjetivo kalós significa, en primer lugar, ‘bello’, ‘hermoso’. También puede significar ‘bueno’, conservando un pequeño matiz de hermoso[17].
Por otro lado, si, como dijimos, la perla es Cristo, el mismo Cristo se definió a sí mismo como ho kalós: ‘el Bueno’ que al mismo tiempo es ‘el Hermoso’. En efecto, en Jn 10,11 Él dice: “Yo soy el Buen Pastor” (ho poimèn ho kalós). Por lo tanto, la conclusión de Santo Tomás, desde el punto estrictamente exegético, es exactísima. El Reino de los Cielos es como una perla hermosa y esa perla hermosa es Cristo, porque Cristo es el Hermoso por excelencia.
En este sentido, San Francisco de Asís repite dos veces en pequeño escrito compuesto después de haber recibido en el monte Verna los estigmas de Cristo: “¡Tú eres belleza… Tú eres belleza!”[18]. Y en la liturgia oriental se califica a Cristo como “el Bellísimo, de belleza superior a todos los mortales”[19].
Así como hay una distinción entre tesoro (abundancia) y perla (belleza), así también hay una distinción entre el hombre que cava en el campo y el negociante que busca perlas. Son dos tipos distintos de hombres. Uno es más rudo, tosco o rudimentario porque hace trabajos de obrero agrícola y aprecia más la abundancia. El otro es, sin ningún matiz peyorativo, un negociante, pero, al mismo tiempo, es un artista, con un espíritu más exquisito y selecto. Su mismo oficio consiste en saber percibir la belleza y apreciarla. Es lo que hoy llamaríamos un joyero. Un joyero que no sabe apreciar la belleza de una perla fina y hermosa no es un verdadero joyero y, además, nunca progresará económicamente.
La parábola de la perla está dirigida especialmente para aquellos que tienen una sensibilidad especial para la belleza, llamémoslos artistas o poetas. Particularmente el mundo de hoy, refractario a las palabras y los sermones, nunca dejará de sentirse seducido por la belleza, y esa belleza lo conducirá al Autor de la belleza. Éste es el sentido de la frase de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”[20]. Y no hace falta recurrir a argumentos intelectuales para demostrar que el Reino de los Cielos, es decir, el Evangelio, es decir, Cristo, es creador de belleza. Basta decir esto: Giotto, Fra Angélico, Miguel Ángel, Rafael y Mozart eran cristianos.
“La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: ‘¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!’”[21].
Conclusión
Con el evangelio de este domingo termina la primera serie de parábolas propuestas por la Iglesia para ser leídas y predicadas durante el Ciclo A. En tres domingos leímos las siete parábolas que se encuentran en el capítulo 13 de San Mateo, que Santo Tomás las resume de la siguiente manera. En primer lugar, dos parábolas que hablan de los impedimentos para recibir la Palabra (la del sembrador, en el aspecto individual, y la de la cizaña, en el aspecto social). En segundo lugar, dos parábolas que hablan del crecimiento del Reino de los Cielos (la del grano de mostaza y la de la levadura en la masa). En tercer lugar, tres parábolas que hablan de la esplendidez del Reino de los Cielos (la del tesoro, que expresa abundancia; la de la perla, que expresa belleza; y la de la red, que expresa la universalidad).
Pero no debemos contentarnos con haber escuchado las parábolas y las predicaciones sobre ellas. Jesús nos exige más. Efectivamente, la exposición de las siete parábolas termina de la siguiente manera: “Dijo Jesús: ‘¿Habéis entendido todo esto?’ Le responden: ‘Sí’. Y él les dijo: ‘Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt 13,51-52).
¿Qué sentido tienen estos versículos? Hay aquí dos cosas importantes, las dos muy relacionadas entre sí. En primer lugar, Jesús quiere asegurarse de que han entendido y por eso los examina y hace la pregunta. En segundo lugar, la razón por la cual hace esto es porque los va a destinar al oficio de maestros de la Sagrada Escritura. Por eso dice Santo Tomás: “Dado que iban a ser futuros maestros, por eso era necesario que entendieran”[22]. Ellos serán los ‘escribas’ que extraerán tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento las verdades necesarias para la salvación de los hombres.
Para decir ‘escribas’ (lo que Santo Tomás llama ‘maestros’) el original griego dice grammateús, que significa ‘hombre de letras’, ya que gramma significa ‘escrito’. En los evangelios se usa la gran mayoría de las veces en sentido peyorativo, para designar a aquellos hombres corrompidos por la doctrina farisaica y que finalmente matarán a Cristo.
Sin embargo, Jesús usa dos veces la palabra grammateús aplicado a sus discípulos. Una en el evangelio de hoy y otra en Mt 23,34. Allí, hablándoles precisamente a los escribas y fariseos, les dice: “He aquí que yo envío a vosotros profetas, sabios y escribas (grammateîs): a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad”. Por lo tanto, Jesús quiere que sus discípulos sean hombres de letras. Aunque habría que escribir ‘Letras’ con mayúsculas, porque se trata de las Sagradas Escrituras.
El verdadero ‘hombre de letras’ es el hombre de ‘las Letras Sagradas’, el hombre que escudriña la Escritura. Jesús se define a sí mismo como ‘el escudriñador de los corazones’ (Apoc 2,23) y, al mismo tiempo, nos exhorta: “Escudriñad las Escrituras” (Jn 5,39). Nosotros, uniendo ambos versículos, debemos ser ‘escudriñadores’ y ‘escrutadores de la Escritura’. Entonces seremos verdaderos ‘hombres de Letras’.
Pero esos ‘hombres de Letras’ no deben ser ratones de biblioteca. Serán grammateús, serán ‘maestros’, pero deberán ser, al mismo tiempo, profetas y sabios dispuestos a morir por Cristo. Por eso dice Santo Tomás que Jesús los examina en tres cosas. Primero, en si entendieron: “¿Entendieron esto?” (Mt 13,51). Segundo, en si aman: “Simón, ¿me amas más que estos?” (Jn 21,15). Tercero, en su disponibilidad para la pasión: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?” (Mt 20,22)[23].
¡Qué pocos hombres de Letras que hay entre los católicos, sea entre los laicos como entre los sacerdotes! Pero hombres de letras en el sentido profundo de Mt 23,34: expertos en las Sagradas Escrituras, buenos entendedores, sabios y profetas que sepan aceptar el destino del profeta: morir en Jerusalén (cf. Lc 13,33).
Pidámosle, entonces, a la Virgen María la gracia de entender, de amar y de estar disponibles para la pasión para así ser hombres de Letras, maestros, sabios y profetas.
[1] “Esta red es cierto instrumento, el cual cubre una gran parte del mar; por lo tanto puede significar tanto la doctrina como la Iglesia”. “Ista sagena est quoddam instrumentum, quod circumdat magnam partem maris; unde potest per eam significari vel doctrina, vel Ecclesia” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, Lectio 4; traducción nuestra).
[2] San Juan Crisóstomo, Homilía 47, párrafo 2, en Obras de San Juan Crisóstomo (II), BAC, Madrid, 1956, p. 21-25.
[3] En la parábola de la cizaña se sobrentiende la universalidad, pero no está de una manera tan explícita como en la parábola de la red.
[4] “Y recogió peces de todo género: he aquí la universalidad. La Ley de Moisés, en cambio, había sido dada a un solo pueblo. La Ley evangélica congrega a todos. Por eso dice San Pablo: “Me debo a todos, griegos y bárbaros, sabios e ignorantes” (Rm 1,14). Y también: “Id, predicad el Evangelio a toda creatura” (Mc 16,15)”. “Et ex omni genere piscium congreganti. Ecce communitas. Lex enim non erat data nisi uni genti; Ps. CXLVII, 20: non fecit taliter omni nationi, et iudicia sua non manifestavit eis. Lex evangelica congregat omnes; ad Rom. I, 14: Graecis et barbaris, sapientibus et insipientibus debitor sum. Et Mc. ult., 15: ite, praedicate Evangelium omni creaturae” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, Lectio 4; traducción nuestra).
[5] “Ahora bien, surge una pregunta: ¿por qué repite esto el Señor siendo que parece ser el mismo mensaje que el de la parábola de la cizaña? Es el mismo en cierto sentido, pero aquí por la red se entiende a los buenos y a los malos, es decir, significa a aquellos que no son amputados de la Iglesia. En cambio, por la cizaña se significa aquellos que sí son amputados a causa de su divergencia con los dogmas, y estos últimos no pertenecen a la Iglesia”. “Sed est quaestio, quare iteravit hoc dominus, quia videtur idem esse quod parabola de zizania? Dicendum, quod idem est quantum ad aliquid, quia hic per sagenam intelliguntur et boni et mali; unde significat eos qui non sunt praecisi ab Ecclesia. Sed per zizaniam significantur illi qui sunt praecisi per diversitatem dogmatum, et hi non sunt de Ecclesia” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, Lectio 4; traducción nuestra).
[6] San Juan Crisóstomo, Homilía 47, párrafo 2, en Obras de San Juan Crisóstomo (II), BAC, Madrid, 1956, p. 21-25.
[7] “Secundum Hieronymum est verbum Dei, de quo ad Col. II, 3: in quo sunt omnes thesauri sapientiae, et scientiae absconditi, quem abscondit in agro sui corporis, quia latebat in carne” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[8] “Et cum invenerit eam, scilicet Christum, in quo omnes virtutes sunt in summo, abiit et vendidit omnia” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[9] “Unde debes omnia vendere pro isto, et terrena, et animam, et corpus, quia cum vendis ista, teipsum habes, et es dominus tui” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[10] San Juan Crisóstomo, Homilía 47, párrafo 2, en Obras de San Juan Crisóstomo (II), BAC, Madrid, 1956, p. 21-25.
[11] “Homo semper vult commutare minus bonum pro maiori bono”, (San Gregorio Magno, citado en Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[12] La palabra griega skýbalon y que San Jerónimo traduce como stercora, en el griego clásico significa ‘estiércol’, ‘excremento’ (Schenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 801). En el NT aparece una sola vez, aquí, en Filp 3,8.
[13] Dice San Juan Pablo II respecto a la frase ‘vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme’: “En el Evangelio estas palabras se refieren ciertamente a la vocación sacerdotal o religiosa” (San Juan Pablo II, Carta Apostólica Dilecti Amici, en el Año Internacional de la Juventud, 1985, nº 9).
[14] “La vocación no es en general un llamamiento obligatorio para el joven sino una invitación a su generosidad que no compromete directamente la salvación eterna de su alma en caso de no seguirla” (San Alberto Hurtado, ¿Es Chile un país católico?, Editorial Los Andes, Santiago de Chile, 1992, p. 123).
[15] San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, nº 329.
[16] “Simile est regnum caelorum homini negotiatori quaerenti bonas margaritas. Hic ostenditur pulchritudo” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[17] Cf. Fontoynont, V., Vocabulario Griego, Editorial Sal Terrae, Santander, 1966, p. 18.
[18] San Francisco de Asís, Alabanzas al Dios altísimo, vv. 7 y 10: Fonti Francescane, n. 261, Padua 1982, p. 177, citado en San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999, nº 6.
[19] Enkomia del Orthós del Santo y Gran Sábado, citado en San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999, nº 6.
[20] Dostovieski, F. El Idiota, parte III, cap. V, citado en San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999, nº 16.
[21] San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999, nº 16.
[22] “Quia futuri erant magistri, ideo oportebat quod intelligerent” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
[23] “Et nota quod de tribus examinabantur. Primo de intellectu intellexistis haec omnia? Item de amore, Io. ult., 15: Simon, amas me plus his? Item de possibilitate ad passionem; infra XX, 22: potestis bibere calicem, quem ego bibiturus sum?” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, lectio 4; traducción nuestra).
SS. Francisco
Las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas del reino de Dios (13, 44-52). Entre ellas hay dos pequeñas obras maestras: las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla de gran valor. Ellas nos dicen que el descubrimiento del reino de Dios puede llegar improvisamente como sucedió al campesino, que arando encontró el tesoro inesperado; o bien después de una larga búsqueda, como ocurrió al comerciante de perlas, que al final encontró la perla preciosísima que soñaba desde hacía tiempo. Pero en un caso y en el otro permanece el dato primario de que el tesoro y la perla valen más que todos lo demás bienes, y, por lo tanto, el campesino y el comerciante, cuando los encuentran, renuncian a todo lo demás para poder adquirirlos. No tienen necesidad de hacer razonamientos, o de pensar en ello, de reflexionar: inmediatamente se dan cuenta del valor incomparable de aquello que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo.
Así es para el reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es eso que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!
Cuántas personas, cuántos santos y santas, leyendo con corazón abierto el Evangelio, quedaron tan conmovidos por Jesús que se convirtieron a Él. Pensemos en san Francisco de Asís: él ya era cristiano, pero un cristiano «al agua de rosas». Cuando leyó el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te permite conocer al verdadero Jesús, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí lo dejas todo. Puedes cambiar efectivamente de tipo de vida, o bien seguir haciendo lo que hacías antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, lo que da sabor, lo que da luz a todo, incluso a las fatigas, al sufrimiento y también a la muerte.
Leer el Evangelio. Leer el Evangelio. Ya hemos hablado de esto, ¿lo recordáis? Cada día leer un pasaje del Evangelio; y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el bolsillo, en la cartera, al alcance de la mano. Y allí, leyendo un pasaje encontraremos a Jesús. Todo adquiere sentido allí, en el Evangelio, donde encuentras este tesoro, que Jesús llama «el reino de Dios», es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, y esto es por lo que Jesús entregó su vida hasta morir en una cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, de la bondad, de la alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús y tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, la alegría de haber encontrado el tesoro del reino de Dios se transparenta, se ve. El cristiano no puede mantener oculta su fe, porque se transparenta en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más sencillos y cotidianos: se trasluce el amor que Dios nos ha donado a través de Jesús. Oremos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y a todo el mundo su reino de amor, justicia y paz.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 27 de julio de 2014)
SS. Benedicto XVI
Hoy, en la liturgia, la lectura del Antiguo Testamento nos presenta la figura del rey Salomón, hijo y sucesor de David. Nos lo presenta al principio de su reinado, cuando era aún jovencísimo. Salomón heredó una tarea muy ardua, y la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era grande para un joven soberano. Lo primero que hizo fue ofrecer a Dios un solemne sacrificio —«mil holocaustos», dice la Biblia—. Entonces el Señor se le apareció en una visión nocturna y prometió concederle lo que pidiera en la oración. Y aquí se ve la grandeza de alma de Salomón: no pide larga vida, ni riquezas, ni la eliminación de sus enemigos; dice, en cambio, al Señor: «Concede, pues, a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal» (1 R 3, 9). Y el Señor lo escuchó, de modo que Salomón llegó a ser célebre en todo el mundo por su sabiduría y sus rectos juicios.
Por tanto, pidió a Dios que le concediera «un corazón atento» ¿Qué significa esta expresión? Sabemos que el «corazón» en la Biblia no indica sólo una parte del cuerpo, sino el centro de la persona, la sede se sus intenciones y de sus juicios. Podríamos decir: la conciencia. «Corazón atento» significa entonces una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad y, por eso, es capaz de discernir el bien del mal. En el caso de Salomón, la petición está motivada por la responsabilidad de guiar una nación, Israel, el pueblo que Dios eligió para manifestar al mundo su designio de salvación. El rey de Israel, por consiguiente, debe tratar de estar siempre en sintonía con Dios, a la escucha de su Palabra, para guiar al pueblo por los caminos del Señor, el camino de la justicia y de la paz. Pero el ejemplo de Salomón vale para todo hombre. Cada uno de nosotros tiene una conciencia para ser en cierto sentido «rey», es decir, para ejercitar la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia, obrando el bien y evitando el mal. La conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad, de ser dóciles a sus indicaciones. Las personas llamadas a tareas de gobierno tienen, naturalmente, una responsabilidad ulterior, y por lo tanto —como enseña Salomón— tienen aún más necesidad de la ayuda de Dios. Pero cada uno tiene que hacer su propia parte, en la situación concreta en que se encuentra. Una mentalidad equivocada nos sugiere pedir a Dios cosas o condiciones favorables; en realidad, la verdadera calidad de nuestra vida y de la vida social depende de la recta conciencia de cada uno, de la capacidad de todos y de cada uno de reconocer el bien, separándolo del mal, y de tratar de llevarlo a cabo con paciencia, contribuyendo así a la justicia y a la paz.
Pidamos por eso la ayuda de la Virgen María, Sede de la Sabiduría. Su «corazón» está perfectamente «atento» a la voluntad del Señor. Aun siendo una persona humilde y sencilla, María es una reina a los ojos de Dios, y como tal nosotros la veneramos. Que la Virgen santísima nos ayude también a nosotros a formarnos, con la gracia de Dios, una conciencia siempre abierta a la verdad y sensible a la justicia, para servir al reino de Dios.
(Ángelus, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 24 de julio de 2011)
P. Gustavo Pascual, IVE
EL TESORO Y LA PERLA
(Mt 13, 44-46)
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.
El tesoro y la perla son el mismo Jesús.
“Y por la alegría que le da” ¿De qué le da alegría? De haber encontrado el tesoro, es decir, el Reino de los cielos o a Jesús.
La alegría se sigue de la acción libre y voluntaria, aunque sea resignada, del hombre que quiere, sin que nadie lo fuerce, vender todo para quedarse con el tesoro. Cuando nos obligan a hacer las cosas y no aceptamos libremente la obligación, nos amargamos, hacemos las cosas con tristeza malsana.
Es muy importante hacer las cosas con libertad, conscientes de hacerlas “porque queremos”.
El que se da cuenta del valor del tesoro está absolutamente dispuesto a dejar todo, a vender todo. Y este darse cuenta del valor del tesoro es una gracia tan extraordinaria que el que la recibe casi instintivamente, sin mucha reflexión, con mucha decisión y con alegría está dispuesto a vender absolutamente todo para quedarse con el tesoro.
¿Cómo presentamos nosotros esta parábola? ¿Invitamos a una rendición total para conseguir el Reino de los cielos? Dije rendición total y no abandono de todas las cosas porque me parece que dejar las cosas es fácil en comparación con renunciarnos a nosotros mismos.
El Señor es taxativo. Hay que vender todo para quedarse con el tesoro o con la perla.
En la rendición total se incluye aquella palabra del Señor: “Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna”[1].
El hombre encontró el tesoro. Dios se lo puso en su camino. El de la perla la buscó. La conversión es distinta en todos los hombres, aunque haya rasgos comunes. Me parece que si bien este encontrar el tesoro o la perla se refieren a la conversión, más particularmente, se refieren a la segunda conversión donde el hombre consciente de la necesidad de la religión se entrega a ella totalmente.
Decía antes, sobre el modo de presentar la parábola porque el progresismo presenta la parábola haciendo ver que es posible alcanzar el Reino de los cielos sin vender todo. El progresismo excluye la palabra renuncia, sacrificio, cruz. Cosas que son esenciales en la parábola “vendió todo”, renunció a todo, se crucificó a todo lo que tenía, sacrificó todo, por el Reino de los cielos.
Es imposible conseguir el Reino sin vender todo. Jesús debe ser lo primero y lo único en nuestra vida. No se puede servir a dos señores.
Una vez que uno ha renunciado a todo para conseguir el Reino, el Señor nos dirá que cosas tenemos que tomar como medios para unirnos a Él pero ya las cosas estarán como transfiguradas, porque previamente fueron sacrificadas, estarán purificadas por el querer de Jesús.
La renuncia a todo por el Reino debe permanecer en la disposición de nuestra alma pero también debe estar la disposición del ánima a abrazar aquellas cosas que Cristo quiere que abracemos para servirle y así alcanzar el Reino.
El tesoro y la perla que hoy se nos presentan una vez más nos invitan a la rendición total para conseguirlos.
[1] Mt 5, 29-30
San Juan Cristóstomo
Homilía sobre San Mateo 13,44-52
Las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa
Al modo como las anteriores parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se diferenciaban mucho entre sí, así tampoco las del tesoro escondido y las piedras preciosas. A la verdad, lo que una y otra nos dan a entender es que debemos estimar el Evangelio por encima de todo: las parábolas de la levadura y del grano de mostaza se refieren particularmente a la oculta fuerza del mismo Evangelio, que había de vencer absolutamente a la tierra entera; éstas nos ponen más bien de manifiesto su valor y precio. Se propaga, en, efecto, como la mostaza, lo invade todo como la levadura; pero es precioso como una perla y nos procura magnificencia infinita como un tesoro. Mas no sólo hemos de aprender de esas parábolas a desnudarnos de todo lo demás para abrazarnos con el Evangelio, sino que hay que hacerlo con alegría. Sepa el que renuncia a sus bienes, que no ha sufrido una pérdida, sino que ha hecho un negocio. ¡Mirad cómo el Evangelio es tesoro escondido en el mundo y cómo en el Evangelio están escondidos los bienes! Si no vendemos cuanto tenemos, no lo compramos; y si no tenemos un alma que con todo afán se dé a la búsqueda no lo encontramos. Dos condiciones, pues, es menester que tengamos: desprendimiento de todo lo terreno y una suma vigilancia: Semejante es el reino de los cielos -dice el Señor- a un mercader que busca piedras preciosas; y hallando que halló una muy preciosa, lo vendió todo y la compró. Una sola, en efecto, es la verdad, y no es posible dividirla en muchas partes. Y así como quien es dueño de una perla sabe que es rico; pero muchas veces su riqueza, que le cabe en la mano -pues no se trata de peso corporal-, es desconocida para los demás; así, puntualmente, acontece con el Evangelio: los que lo poseemos, sabemos que con él somos ricos; más los infieles, que desconocen este tesoro, desconocen también nuestra riqueza.
La parábola de la red echada al mar
Más porque no pongamos toda nuestra confianza en la mera predicación evangélica ni nos imaginemos que basta la fe sola para la salvación, nos pone el Señor otra parábola espantosa. ¿Qué parábola? La de la red echada al mar: Porque semejante es el reino de los cielos a una red echada al mar y que recoge todo género de cosas. Sacándola luego los pescadores a la orilla se sientan y recogen lo bueno en vasos y tiran afuera lo malo. ¿Qué diferencia hay de esta parábola a la de la cizaña? En realidad también allí unos se salvan y otros se pierden; pero en la de la cizaña es por seguir doctrinas malas y, aun antes de esto, por no atender siquiera a la palabra divina; éstos, empero, de la red se pierden por la maldad de su vida y son los más desgraciados de todos, pues alcanzado ya el conocimiento de la verdad, pescados ya en las redes del Señor, ni aun así fueron capaces de salvarse. Por lo demás, en otra parte dice que Él mismo, como pastor, separará a los buenos de los malos; más aquí, lo mismo que en la parábola de la cizaña, esa función incumbe a los ángeles ¿Qué decir a esto? En un caso les habla de modo más rudo y en otro más elevado. Y notemos que ésta parábola la interpretó el Señor espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, siquiera sólo la declara en parte y para aumentar el temor. Al oír, en efecto, que los pescadores se contentaban con tirar fuera lo malo, pudiera pensarse que aquella perdición no tenía peligro alguno. De ahí que, en la interpretación, el Señor señala el verdadero castigo, diciendo: Los arrojarán al horno de fuego, y nos recordó el rechinar de dientes y nos dio a entender que el dolor es inexplicable. ¡Ya veis cuantos son los–caminos de la perdición! La perdición nos puede venir de la roca, de las espinas, del camino, de la cizaña, de la red ahora. No sin razón dijo, pues, el Señor: Ancho es el camino que lleva a 1a perdición y muchos son los que andan por él (Mt.7,13). Habiendo, pues, dicho todo esto, cerrado su razonamiento con el temor y habiéndoles sin duda mostrado más cosas, pues con ellos habló más tiempo que con el pueblo, terminó diciéndoles: ¿Habéis entendido todo esto? Y ellos le respondieron: Sí, Señor. Luego, ya que le habían entendido, los alabó diciendo: Por eso todo escriba instruido en el reino de los cielos es semejante a un amo de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. De ahí que en otra parte les dice: Yo os enviaré sabios y escribas (Mt.23,34).
El que no conoce las Escrituras no es amo de casa
Mirad cómo no excluye el Señor el Antiguo Testamento, sino que lo alaba y públicamente lo llama un tesoro. De suerte que quienes ignoran las Escrituras, no pueden ser amos de casa; esos que ni de suyo tienen nada ni de los otros lo reciben, sino que a sí mismos se consienten morir de hambre. Y no sólo éstos. Tampoco los herejes, gozan de esta bienaventuranza, pues no pueden sacar de su tesoro lo nuevo y lo viejo. Lo viejo no lo poseen y, por tanto, tampoco lo nuevo; como los que no tienen lo nuevo, tampoco lo viejo. Lo uno está íntimamente ligado a lo otro. Oigamos, pues, cuantos nos descuidamos de la lección de las Escrituras, cuán grande daño, cuán grande pobreza sufrimos. ¿Cuándo, en efecto, pondremos manos a la obra de nuestra vida, si no sabemos las leyes mismas por las cuales ha de regirse nuestra vida? Los ricos, los que sufren locura de las riquezas, continuamente están sacudiendo sus vestidos para que no los ataque la polilla; y ¿tú, que ves cómo el olvido, peor que la polilla, ataca tu alma, no lees los libros santos, no arrojas de ti esta polilla, no quieres embellecer tu alma, no quieres contemplar continuamente la imagen de la virtud, y saber qué miembros tiene y qué cabeza? Porque, sí, la virtud tiene cabeza y tiene miembros, más magníficos que el más hermoso y mejor configurado de los cuerpos.
(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo (II), hom.47, 2. BAC Madrid 1956, 21-25)
Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo A
30 de julio 2023
Entrada: Quien participa en el memorial del sacrificio redentor de Cristo. se une al misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor, y aumenta su vida interior como miembro de su Cuerpo místico.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: 1 Reyes 3, 5- 6ª. 7- 12
El corazón bien dispuesto, sabe reconocer la voz del Señor que llama.
Salmo Responsorial: 118
Segunda Lectura: Romanos 8, 28- 30
Por divino designio, todas las cosas cooperan para el bien de los que son amadores de Dios.
Evangelio: Mateo 13, 44- 52 o bien 13, 44- 46
Los tesoros de la fe y de la gracia vienen del Evangelio; quien los descubre verdaderamente los prefiere a cuanto pueda ofrecer el mundo.
Preces: D. T. O XVII
Imploremos, hermanos, la Misericordia de Dios Padre todopoderoso, de quien procede todo bien.
A cada intención respondemos cantando:
- Señor Jesús, te pedimos por el Santo Padre y por los obispos, para que por la predicación de la palabra y la administracion de los sacramentos colaboren con la extension de la Iglesia en el mundo. Oremos.
- Te pedimos que concedas a las almas atribuladas y a todos los pueblos la paz verdadera que procede de Ti. Oremos.
- Por los más pobres, que son las almas del purgatorio, pues ya no pueden ganar méritos para sí, para que nuestra caridad los socorra ofreciendo misas, oraciones y sacrificios y así se loes abran las puertas del cielo. Oremos.
- Por todos nosotros, por nuestros familiares, amigos y bienhechores pidiendo la gracia de una continua conversión y la persevenrancia final. Oremos
Padre nuestro que conoces las necesidades de tus hijos, escucha los deseos de los que te suplicamos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Presentamos.
- Alimentos, y con ellos nuestros deseos de asistirte en nuestros hermanos más necesitados.
Señor .
- Pan y vino, que en el Santo Sacrificio serán convertidos en Cuerpo y Sangre del
Comunión: Es tu Corazón Eucarístico , Buen Jesús, el unico tesoro que enriquece mi alma, y por el cual dejadas todas las cosas, me empeño en conocer y amar.
Salida: La Santísima Virgen, Templo y Sagrario de Dios, nos conceda la gracia de conservar el tesoro recibido en esta Santa Misa en una prolongada y amorosa acción de gracias a tanto amor dispensado.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)