PRIMERA LECTURA
Tu heredero será alguien que nacerá de ti
Lectura del libro del Génesis 15, 16; 21, 13
En aquellos días, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos: «No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande.»
«Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?» Después añadió: «Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero.»
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: «No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti.» Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: «Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas.» Y añadió: «Así será tu descendencia.»
Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.
Palabra de Dios
SALMO 104, 1b6. 89
R. El Señor, se acuerda eternamente de su Alianza.
¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas! R.
¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro! R.
Recuerden las maravillas que él obró,
sus portentos y los juicios de su boca.
Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido. R.
El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.
SEGUNDA LECTURA
La fe de Abraham, de Sara y de Isaac
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 8. 1112. 1719
Hermanos:
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Hb 1, 12
Aleluia.
Después de haber hablado a nuestros padres
por medio de los profetas,
en este tiempo final,
Dios nos ha hablado por medio de su Hijo.
Aleluia.
EVANGELIO
El niño crecía, lleno de sabiduría
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 2240
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22. 3940
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor
AloisStöger
Imposición del nombre y presentación de Jesús
(Lc 2,2140)
Con el niño Jesús se procede conforme a las disposiciones de la ley (Cf.2,21.2224.27.39). «Nació de mujer, nació bajo la ley» (Gal_4:4). En la observancia de la obediencia a la ley se hace patente su gloria en la circuncisión (Lc_2:21) y en el templo (Lc_2:2239).
El camino del niño Jesús en el seno de su madre va de Nazaret, la pequeña e insignificante ciudad de Galilea, donde fue concebido, a Belén, la ciudad de David, donde nació en pobreza y gloria, y de allí a Jerusalén, a la ciudad de su «elevación» (Gal_9:51). Con esto se llega al punto culminante del relato de la infancia. La actividad pública de Jesús seguirá el mismo camino: de Galilea a Jerusalén, donde muere y es glorificado.
Como Juan, en el momento de la imposición del nombre, es celebrado en las palabras proféticas de su padre, así también Jesús adquiere todavía mayor esplendor gracias al Espíritu Santo, que habla por boca del profeta y de la profetisa. Juan es celebrado en casa de Zacarías, Jesús, en cambio, en el templo. Jesús es mayor que Juan.
a) Imposición del nombre (Lc/02/21).
21 Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno materno.
Con su nacimiento fue introducido Jesús en la existencia humana («lo envolvió en pañales»), en la estirpe de José, en el pueblo israelita, en la historia de los pobres y de los pequeños, en la obligación de la ley…
La ley mosaica regula la vida del israelita, por días, semanas y años. Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, recayó sobre Jesús por primera vez la obligación de la ley: Jesús era «obediente» (Flp_2:8).
El Evangelio no dice expresamente que se efectuó en Jesús la circuncisión. El orden de la ley y su cumplimiento es el marco en que se desarrolla la vida entera de Jesús. Con él se cumple la ley, se realiza su pleno sentido. Con esta obediencia irrumpe lo nuevo y grande. A la circuncisión está ligada la imposición del nombre. Dios mismo fijó el nombre de este niño pequeño. Se le llamó como había dicho el ángel. Con el nombre fija Dios también la misión de Jesús: Dios es Salvador. En Jesús trae Dios la salvación. «Jesús pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hec_10:38).
b) Presentación en el templo (Lc/02/2224).
22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, 23 conforme a lo que está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; 24 y para ofrecer un sacrificio, como lo dice también la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
La ley de la purificación establecía: «Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será impura durante siete días (estará excluida de los actos del culto); será impura como en el tiempo de su menstruación. El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purificación; no tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación» (Lev_12:14). También con Jesús se practicó la purificación. Se dice, en efecto: Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos. «Purificación» tal vez signifique aquí consagración. La ley ordena acerca del primogénito: «Cederás a Yahveh todo ser que sea el primero en salir del seno materno, así como el primogénito de los animales que tengas; los machos pertenecen a Yahveh» (Exo_13:12). Esta prescripción de la ley tenía por objeto recordar la acción salvadora con que Dios sacó maravillosamente a Israel de la miseria de Egipto. «Y cuando tu hijo te pregunte mañana: ¿Qué significa esto?, le dirás: Con su poderosa mano nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de la servidumbre. Como el faraón se obstinaba en no dejarnos salir, Yahveh mató a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los primogénitos de los hombres hasta los primogénitos de los animales; por eso yo sacrifico a Yahveh todo primogénito de los animales y redimo todo primogénito de mis hijos» (Exo_13:14s). Los animales debían ofrecerse en sacrificio; el hijo primogénito varón era rescatado. El precio del rescate era de cinco siclos1. Este precio podía pagarse en todo el país a cualquier sacerdote. María hizo la oferta prescrita para la purificación. Esta consistía en un cordero de un año en holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio expiatorio.
Los que no disponían de medios para ofrecer una cabeza de ganado menor, ofrecerían un par de tórtolas o dos pichones, uno en holocausto y otro como sacrificio expiatorio (Cf. Lev_12:6 8). María hizo la oblación de los pobres. Dios había mirado a su humilde esclava. María, José y Jesús contaban entre los pobres.
En el Evangelio no se dice expresamente que Jesús fue rescatado con la suma prevista. Fue llevado al templo para ser presentado. Mediante la presentación es consagrado a Dios y declarado posesión suya. Ana, madre de Samuel, llevó al templo el niño que había concebido, aunque era estéril, y lo consagró al servicio de Dios. Dijo: «Quiero yo dárselo a Yahveh, para que todos los días de su vida esté consagrado a Yahveh» (lSam 1,28).
Samuel era un hombre consagrado a Dios, Juan Bautista estaba consagrado a Dios, por lo cual no bebía nada inebriante. Jesús está todavía más consagrado a Dios. Es santo, porque nació de la virgen por la virtud del Espíritu Santo (1,35). Es siempre el Santo de Dios, enteramente consagrado a Dios, entregado al servicio de Dios. La presentación en el templo pone de manifiesto lo que hasta entonces estaba oculto acerca de Él.
c) Testimonio del profeta (Lc/02/2535).
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón; que era hombre honrado y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel; el Espíritu Santo residía en él; 26 y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría sin ver antes al ungido del Señor.
Como los pastores en Belén, instruidos por el ángel de Dios, publican la grandeza del niño recién nacido, así también en el templo dos figuras de profetas, Simeón y Ana, iluminados por el Espíritu Santo, dan testimonio del significado salvífico de este niño. En Simeón produjo abundantes frutos la piedad veterotestamentaria. Simeón era fiel a la ley y temeroso de Dios. La ley y la sabiduría, cuyo principio es el temor de Dios habían dado la impronta a su conducta. él aguarda el consuelo de Israel, la salud mesiánica, y a aquel que la ha de traer. Dios anuncia para el futuro: «Cantad, cielos; tierra, salta de gozo; montes, que resuenen vuestros cánticos, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha tenido compasión de sus males» (Isa_49:13). Dios consolará a su pueblo consumando la salvación mesiánica. Simeón es profeta. Dios le ha dado el Espíritu Santo, y así su palabra es revelación divina. Simeón tiene esta ventaja respecto a los demás profetas: antes de morir verá todavía al Ungido del Señor, al Mesías. Los otros profetas lo anuncian para un futuro remoto, él goza ya de su presencia.
27 Movido, pues, por el Espíritu, fue al templo, y cuando entraban los padres con el niño Jesús para cumplir la disposición de la ley con respecto a él, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios.
Simeón, movido y guiado por el Espíritu, fue al templo en el momento en que era introducido Jesús. Mientras se cumple con la ley antigua, viene Simeón a conocer al Mesías, y los padres reciben la revelación profética acerca del niño. El templo y la ley, el culto y la revelación de la antigua alianza apuntan hacia el Mesías y conducen a él.
Allí está Simeón, iluminado por el Espíritu y penetrado de fe; toma al niño en sus brazos y bendice a Dios. Es la imagen del que ha recibido la salud. Simeón acoge al niño como se acoge a un huésped amigo, con todo respeto y amor. Así también deben ser acogidos los enviados de Dios. En los apóstoles viene Jesús mismo, en su palabra está él presente (Mat_10:40). El comienzo de tal acogida respetuosa y amante es la fe, y el fin es la alabanza de Dios, la bendición de aquel que ha dado toda bendición.
Y dijo:
29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar irse en paz a tu siervo; 30 porque vieron mis ojos tu salvación, 31 la que preparaste a la vista de todos los pueblos: 32 luz para iluminar las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
La alabanza del profeta es el eco que responde a la revelación acerca del niño que tiene el anciano en sus brazos. Su cántico, el canto vespertino de su vida, está sostenido por las palabras y el espíritu del libro de Isaías (Cf. acerca del v. 30: Isa_40:5; Isa_52:10; acerca del v. 32: Isa_42:6; Isa_46:13; Isa_49:6). Los hombres iluminados por el espíritu saben interpretar rectamente la Escritura y juzgar acerca de los acontecimientos salvíficos.
Dios es Señor, el hombre es siervo. La vida es una dura servidumbre. Quizá hubo de soportar Simeón cosas duras por razón de sus esperanzas mesiánicas. La muerte acabará ahora con esta relación de servidumbre. Se ha realizado el anhelo de una vida. Le es dado ver con los ojos del cuerpo al Salvador y Redentor, sin tener que contentarse con reconocerlo de lejos en las visiones proféticas. «Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo» (Isa_10:23). Puede partir de la vida en paz, con el corazón satisfecho, agraciado con la salvación que trae Jesús. Su vida es una vida llena, porque ha visto a Jesús…
Jesús es el Mesías enviado por Dios para la salvación. Es lo que dice su nombre: Salvador. En él ha preparado Dios la salvación a la vista de todos los pueblos. Ahora se cumplen las palabras de Isaias: «Yahveh alza su santo brazo a los ojos de todos los pueblos, y los extremos confines de la tierra ven la salvación de nuestro Dios» (Isa_52:10). Con esto no se dice todavía que todos los pueblos participen en la salvación. Pero cuando el Señor muestre la salvación a la vista de todos los pueblos, ¿qué sucederá entonces? El niño que lleva Simeón en brazos es una luz para iluminar las naciones. Ahora se cumple lo que se había preanunciado: «Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz, y la gloria de Yahveh alborea para ti, mientras está cubierta de sombras la tierra y los pueblos yacen en tinieblas. Sobre ti viene la aurora de Yahveh y en ti se manifiesta su gloria. Las gentes andarán a tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora» ( Isa_60:13). «Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra» (Isa_49:6; d. 42,6). En Israel alborea la luz que es Jesús, pero más allá de Israel ilumina también a los pueblos gentiles. Atraídos por esta luz acuden las naciones al pueblo de Dios iluminado, en el que habita el Mesías.
Era también inevitable que Israel recibiera gloria por Jesús. De él dimana por Jesús el resplandor de Dios y los pueblos glorifican a Israel. Lo que ya se había insinuado en el cántico de María y en el cántico de los ángeles, lo publica ahora el anciano profeta en toda su amplitud, apoyándose en la predicción de Isaías: Dios otorga en Jesús la salud al mundo entero. «Todos han de ver la salvación de Dios» (3,6). «Sabed pues, que a los gentiles ha sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos la escucharán» (Hec_28:28).
33 Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de él.
También María y José, los más próximos a Jesús entre todos los hombres, tienen necesidad de la palabra reveladora para poder comprender lo que Dios ha hecho en Jesús para los hombres, «el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo» (Efe_3:8). Por mucho que sea lo que se perciba de esta riqueza, todavía es más lo que se sustrae a la comprensión.
También los padres de Jesús se maravillan y se asombran. Sin embargo, no están en el atrio de la fe, sino que creen. Su fe descubre y reconoce las profundidades de la sabiduría y del amor divinos. Se maravillan, penetrados de respeto y reverencia. De las profundidades de su corazón emocionado brota alabanza a Dios y vida religiosa.
34 Simeón los bendijo; luego dijo a María, su madre: Mira: éste está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y para señal que será objeto de contradicción, 35 y a ti una espada te atravesará el alma, para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones.
María y José llevaron bendición a Simeón por medio del niño. «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, en Cristo» (Efe_1:3). El anciano profeta bendice, en cambio, a los padres.
Jesús es una figura en que se cifra la decisión, la división de los campos. «él será piedra de tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para los habitantes de Jerusalén. Y muchos de ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados, y se enredarán en el lazo y quedarán cogidos» (Isa_8:14s). Pero también se aplica a Jesús: «Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada. El que en ella se apoye, no titubeará» (Isa_28:16). Para esto destinó Dios a Jesús: para que todo Israel tome en él su decisión. El que es uno con él, se ve levantado, salvado; en cambio, el que está en contradicción con él, cae en la perdición. No por ser Israel el pueblo elegido de Dios recibe la salud y logra la salvación, sino porque toma su decisión optando por Jesús. Lo que salva en el juicio no es la pertenencia a Israel, sino la decisión por el signo erigido por Dios. Sólo el que se decide por Jesús pertenece verdaderamente al pueblo de Dios.
Jesús es signo, señal, porque sitúa al hombre ante la decisión. Es objeto de contradicción. La entera historia de la revelación está llena de contradicción. San Pablo lo expresa con la frase profética: «Todo el día estuve con las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Rom 1021; cf. Isa_65:2). San Esteban, después de compendiar la historia de la salud, saca esta conclusión: «¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu Santo. Como vuestros padres, igual vosotros» (/Hch/07/51). Toda contradicción contra Dios se recoge en la contradicción contra Jesús.
María, madre de Jesús, está incorporada a la suerte de su Hijo. Y a ti… Simeón se dirige a ella. El oráculo profético, según el cual Jesús es una señal que será objeto de contradicción, se dirige en primer lugar a María. La contradicción de que será objeto Jesús, le afectará también a ella. Una espada te atravesará el alma. Por los ataques contra Jesús, ella misma sentirá dolor en el alma. María es la madre dolorosa que está en pie junto al Crucificado. Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la contradicción.
La contradicción de que es objeto Jesús y el dolor que experimenta María tiene una finalidad fijada por Dios: para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones. La decisión que se toma ante la señal que es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos. Por Jesús, que está ligado con María, se formula un juicio contra la humanidad. «Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque las obras de ellos eran malas» (/Jn/03/19). El Dios encarnado es señal que sería objeto de contradicción, pero aún lo será más el Crucificado. María, la madre que lo engendró como hombre sujeto al sufrimiento, sufre con él de la contradicción. La unión con ella es la señal, objeto de contradicción; el escándalo es la humanidad de Jesús (Cf. Luc_4:22; Luc_7:23; Luc_23:35).
María y Jesús no se deben separar. Esta inseparabilidad continúa en la Iglesia y en Jesús. Ambos juntos son la señal de la decisión, de la manifestación del estado interior del hombre, de si uno es hombre de obediencia o de desobediencia, hombre de contradicción o de entrega.
d) Testimonio de la profetisa (Lc/02/3638).
36 También estaba allí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. ésta era ya de edad muy avanzada. Casada desde jovencita, había vivido con su marido siete años; 37 Y era una viuda que llegaba ya a los ochenta y cuatro. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Al profeta se añade la profetisa. Israel tuvo siempre también mujeres dotadas de espíritu. La teología rabínica cuenta siete de ellas. Está anunciado que en los últimos tiempos profetizarán los hijos y las hijas de Israel. «Aun sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días, y hablarán proféticamente» (Jua_3:2; Hec_2:18). A la grave palabra del juicio, de la contradicción y de la espada siguen palabras de consolación y de aliento. El nombre de la profetisa y los de sus antepasados significan salvación y bendición. Ana quiere decir: Dios se ha compadecido; Fanuel, Dios es luz; Aser, felicidad. Los nombres no carecen de significado. Lo que significan estos nombres emana de las personas y de sus palabras y lo sumerge todo en el resplandor de la alegría, de la gracia y del favor de Dios. El tiempo mesiánico es un tiempo de profusión de luz. Ana está, como Simeón, formada por la piedad veterotestamentaria. Su avanzada ancianidad demuestra la complacencia de Dios que reposa en ella; en el momento del encuentro con Jesús tenia Ana más de cien años. Su vida era ordenada y casta. Había casado todavía jovencita, su matrimonio duró siete años, y su casta viudez doce veces más: ochenta y cuatro años en total (Cf. Jdt_8:4 ss.; Jdt_16:22s.). Su vida estaba dedicada a la oración, a las visitas al templo (asistencia al culto) y al ayuno, noche y día. Vivía completamente para Dios, en la presencia de Dios. Ana es presentada como modelo luminoso de las viudas cristianas. «La viuda de verdad, la que está desamparada, tiene su esperanza puesta en Dios y se dedica a las súplicas y oraciones, día y noche» (1Ti_5:5).
38 Presentándose en aquel mismo momento, glorificaba a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Ana es testigo de la gran hora de gracia del templo. Con la luz del Espíritu Santo reconoce al Mesías en el niño que llevaba María al templo. Glorificó a Dios, como alternando en un responsorio con Simeón. Como había reconocido la venida del Mesías y quedó llena de gozo, se convirtió en apóstol. No cesaba de hablar de él a todos los que esperaban al Redentor. Su mensaje halla límites en la mayor o menor disposición para aceptarlo. La palabra de la revelación debe aceptarse, como se acoge a un huésped… Jesús es la liberación de Jerusalén. Con la aparición de Jesús en el templo se inicia la liberación de todos los enemigos (1Ti_1:68.71): mediante la gracia de Dios que perdona. Jesús mismo es la liberación, la redención (1Ti_24:21). En él está presente la salvación escatológica. La historia de la infancia ha llegado a su punto culminante. En el templo de Jerusalén se revelan dos cosas: la contradicción contra Jesús y la aceptación creyente, condenación y salvación, caída y resurgimiento. Se cumple lo que había predicho Malaquías: «En seguida vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la alianza que deseáis. Ved que viene ya» (Mal_3:1). Este día es día de juicio: «¿Y quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando aparezca? Porque será como fuego de fundidor y como lejía de batanero» (Mal_3:2). El día es también día de salvación. «Entonces agradará a Yahveh el sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados y como en los años antiguos» (Mal_3:4). De Jerusalén, donde se erige en el templo la señal, irradia la luz para la iluminación de los gentiles, se pone de manifiesto la gloria de Israel. Esto sucede ahora que Jesús es llevado al templo, esto sucederá todavía más cuando sea «elevado» en Jerusalén, es decir, cuando sea exaltado a la gloria. Entonces será reunido el nuevo pueblo de Dios, y sus mensajeros partirán de Jerusalén al mundo a fin de reunir a los pueblos en torno a la señal de Cristo.
e) Regreso a Nazaret (Lc/02/3940).
39 Y después de cumplirlo todo según lo que mandaba la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Jesús fue manifestado en Jerusalén a la sazón en que cumplía obedientemente con la ley. «Nacido bajo la ley» (Gal_4:4), Dios lo glorificó por los profetas. La obediencia lo exaltará y lo glorificará de tal modo que el universo confiese que Jesucristo es Señor (Flp_2:11).
Pasada la gran hora de Jerusalén, es llevado Jesús de nuevo a Galilea, a su ciudad. De la gloria de Dios vuelve otra vez a la ciudad que había pasado sin pena ni gloria por la historia de Israel. Nazaret era su ciudad, la ciudad de María y de José. Jesús sigue a su madre, y ésta a José, su esposo. Una vez más está Jesús bajo la obediencia. «Nacido de mujer» (Gal_4:4), su vida es un despojarse de la gloria de Dios mediante la vida de obediencia.
40 EI niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios residía en él.
El hombre completo necesita fuerzas corporales y espirituales, la sabiduría y la gracia de Dios. Pablo desea a los Tesalonicenses: «Vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sea custodiado irreprochablemente para la parusía de nuestro Señor Jesucristo» (1Te_5:23). Jesús iba creciendo en fuerzas físicas y se robustecía en el espíritu. Está colmado de sabiduría a fin de poder vivir conforme a la voluntad de Dios.
La dinámica del crecimiento y del desarrollo mental es también un signo en la infancia de Jesús. Sobre su vida reposa la gracia, el favor de Dios, que es el sol que brilla sobre todo crecimiento, la fuerza que origina toda dinámica. También del niño Juan se dijo que crecía corporal y espiritualmente (Lc_1:80), pero no se habló de sabiduría y gracia de Dios. Jesús es más grande que Juan ya desde la infancia.
(Stöger, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
1Num_3:47; Num_18:16. El siclo es una moneda judía que recibió su nombre del sistema de pesos. Según el sistema monetario fenicio, que fue introducido en Israel probablemente en tiempos de Salomón, un siclo de plata pesaba 1/15 del siclo de oro (109g/15); esta moneda servía de norma para las contribuciones que se pagaban al santuario (cf. Exo_30:13).
P. Alfredo Sáenz, S. J.
La Sagrada Familia
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia, todavía en el marco de las fiestas navideñas.
1. ANA Y SIMEON
El evangelio de hoy comienza relatándonos la presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Ya en otra ocasión hemos hablado de Jesús como culminación del plan que Dios tenía de hacerse presente entre los hombres. El Verbo encarnado, dijimos entonces, es el nuevo templo de la presencia de Dios, Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando es llevado al Templo de Jerusalén lo salen a recibir dos ancianos, Ana y Simeón. La edad provecta de ambos es como un símbolo de que el culto antiguo está envejecido y debe dejar paso a Aquel que viene a sustituir al templo viejo, a inaugurar el culto nuevo. Esos dos ancianos habían consumido sus años en espera de este momento. Por eso uno de ellos entona el himno gozoso de su limitación: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos”. Luego de haber sido presentado, Jesús sería llevado a Nazaret donde permanecería durante treinta años.
2. LA IGLESIA COMO FAMILIA DE DIOS
Pero no es éste el tema principal del día. La fiesta de hoy quiere ser ante todo una exaltación de la familia. Podríase decir que en cierta forma el designio de Dios a lo largo de la historia había sido el de crear una familia. Es cierto que Dios comenzó su plan arrancando a Abraham del seno de su familia, pero al mismo tiempo le hizo la promesa de un descendiente, de un heredero, Cristo, en torno al cual se formaría la familia perfecta. Y cuando con brazo poderoso sacó a los judíos del Egipto lo hizo para constituirlos en pueblo, en familia de Dios, y para que nunca olvidasen esa hazaña les ordenó celebrar cada año la Pascua en familia,’ de modo que, ya desde niños, aprendiesen a conocer a Dios y fuesen luego fieles a la vocación divina. Siguiendo la misma línea, Dios constituyó luego la Iglesia —nuevo Israel—al modo de una familia, con un Padre común.
Ello no puede sino ser para nosotros un motivo de gozo. Somos de la familia de Dios, formamos un cuerpo de hermanos. Nos lo dijo San Pablo en la segunda lectura de hoy: “Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones; esa paz a la que habéis sido llamados porque formamos un solo cuerpo”. Cristo mismo es nuestra Paz, dirá en otro lugar el Apóstol, es decir que en El todo nos encontramos, nos reconciliamos. Por la fe y el bautismo nos hemos visto despojados de nuestro propio cuerpo de pecado y hemos renacido a una vida nueva en la inserción al cuerpo resucitado del Señor. Cristo es la cabeza de ese cuerpo, el jefe de familia.
Integramos, pues, la familia de Jesús. Lo dijo El mismo: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? El que hace la voluntad de mi Padre es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. Cristo fue hecho “primogénito entre muchos hermanos” dice San Pablo. Todos, así, hermanos en Cristo, hijos de un mismo Padre, Dios, y de una misma Madre, la Virgen María. Por eso el Apóstol nos exhorta en la epístola de hoy a ayudarnos unos a otros y a encontrarnos familiarmente en la liturgia para alabar a Dios en la concordia.
3. LA FAMILIA CRISTIANA
Toda la Iglesia, incluido Cristo, su cabeza, constituye, pues, una gran familia, hecha a imagen de la familia de Nazaret. Pero esto no es todo. También nuestra pequeña familia es una especie de microiglesia o, como gustaba llamarla San Juan Crisóstomo, una “iglesia doméstica”. No deja de ser aleccionador advertir que varios oficios de la Iglesia se han expresado en base a nombres tomados de la vida familiar: Papá, Abad, Padre, Hermano, Madre, Hermana. Como se ve, es íntima la relación que media entre la Iglesia y nuestra familia. San Pablo, por su parte, no vaciló en proponer como modelo del amor conyugal el mutuo amor de Cristo y de su Iglesia: “Las casadas —dice— estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo… Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla… Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo… Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne. Gran misterio, éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia”. Tal es el modelo: así como Cristo se ha unido a su Iglesia hasta el punto de hacerla su cuerpo, el esposo cristiano amará a su esposa, la querrá pura y santa, se hará con ella una sola cosa. Tres amores son los que constituyen el núcleo familiar: el amor conyugal, el amor paternalmaternal, y el amor filial. Ante todo está el padre: es el fundamento de la unidad familiar, el que representa a Cristo cabeza, quien debe velar por el desarrollo armonioso de toda la familia. Luego la madre: si el marido es la cabeza, la mujer es el corazón; y si aquél posee la primacía del gobierno, ella puede y debe reivindicar como suya la primacía del amor; toca a la madre crear una atmósfera de ternura y de belleza en el hogar; en verdad, sin su presencia el hogar no podría subsistir. Y finalmente los hijos, corona de sus padres, pero también quehacer de sus padres: porque no basta con haberlos dado a luz para la tierra, sino que también tienen aquéllos el deber de educarlos cristianamente, de engendrados para el cielo; hijos numerosos, si así Dios lo desea, que imiten al Niño Jesús el cual, como nos dice el evangelio de hoy, “iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él; habrán de crecer en sabiduría, es decir en el conocimiento, en la cultura, en el gusto de las cosas nobles, en el gozo saboreado de la verdad aprendida; crecer también en gracia de Dios, que es lo más importante, y a lo cual tanto pueden contribuir los padres; los hijos deberán obedecer a sus padres “en el Señor”, dice asimismo San Pablo, como señalando que la vida del hogar debe desarrollarse en un ambiente religioso, pero agrega enseguida que los padres no deben exasperar a sus hijos sino criarlos en las enseñanzas de Jesús. De este modo la vida familiar, vivida “en el Señor”, será un extraordinario medio de santificación para todos y de ejercicio continuado de la fe.
Así fue el hogar de Nazaret, en el cual todos los miembros de nuestras familias podrán encontrar ejemplo e inspiración. Los padres tienen en José la regla más luminosa de previsión y vigilancia paternales; la Santísima Virgen es para las madres un admirable ejemplo de amor, de reserva, de entrega, de fe; en Jesús, “que les estaba sujeto”, podrán los hijos admirar, adorar o imitar, al modelo mismo de la obediencia.
4. DEFENSA DE LAS VIRTUDES FAMILIARES
Tal es la grandeza del hogar cristiano. De ahí la vigorosa defensa de la familia que ha caracterizado siempre a la enseñanza de la Iglesia. Porque la familia, más allá de su nobleza ínsita, es la base de la sociedad. Por desgracia, el mundo moderno constituye un permanente atentado contra la dignidad de la familia: la exhortación a limitar los nacimientos mediante procedimientos ilícitos, a veces planificados por el Estado; el hedonismo generalizado que hace preferir una heladera a un nuevo hijo; la incitación al divorcio; la inmoralidad de los medios de comunicación masiva; la crisis de la vivienda; el hacinamiento en departamentos o en cuartuchos inhumanos; el trabajo de la madre fuera del hogar… Son todos problemas que, evidentemente, una familia no es capaz de solucionar. Pero sí puede paliar sus efectos, al menos hasta cierto punto. Muchas de esas cosas tocan a una política humana y cristiana, con miras a fundar una sociedad sobre la verdad y la dignidad. Y esto excede las posibilidades de una familia. Pero al menos, amados hermanos, dentro de lo posible, que cada uno de ustedes colabore para que su hogar sea un foco de gloria de Dios, una comunidad de alabanza y de servicio, donde se aprecie la oración, la oración individual y en familia; una comunidad de amor, en la que cada uno cumpla su papel con espíritu de entrega a los demás; los padres engendrando, alimentando y educando, los hijos asimilando la leche de las generaciones que se les transmite, siendo “herederos” en el sentido profundo de la palabra, es decir, acogiendo la herencia cultural y espiritual de sus padres cristianos; una comunidad peregrina, es decir, de personas que se saben ciudadanos del cielo antes que de la tierra; una comunidad apostólica, que se irradie hacia afuera, hacia el círculo que la rodea, para contagiar el espíritu de Cristo en todos los ambientes.
Esto es lo que hará feliz a nuestros hogares. No busquemos en otras partes recetas mágicas. Los grandes problemas de nuestras familias no los vamos a solucionar gracias a psicologismos, ni a experimentos de sabor freudiano. Sin despreciar las soluciones —pero las verdaderas soluciones— naturales. Debemos convencernos de que lo más importante es la vida del espíritu, la vida sobrenatural, en que la familia cristiana ha de sobreabundar. Hacer sobrenaturalmente las cosas naturales. Ser naturalmente sobrenaturales. Que la madre sepa que no es perder tiempo lavar los pañales de sus hijitos y darles de comer en la boca. O mejor, que sepa perder tiempo, que eso es lo más importante que se puede hacer en la vida: perder tiempo. Es el marco de la contemplación. Es lo que hizo Jesús durante treinta treinta años: perder tiempo a los ojos de los hombres. Nos desconcierta su actitud. Pero es la actitud de Dios. Nosotros amamos la velocidad, el vértigo, la vorágine, batir records. Dios se recluye durante treinta años en una casita escondida. Cumple lo cotidiano, eso tan monótono y aburrido, pero con espíritu magnánimo, hace lo ordinario pero de manera extraordinaria.
En fin, que nuestra familia nos ayude a presentir, aunque sea de lejos, lo que será la vida interior de Dios, de ese Dios que vive en tres Personas, la familia trinitaria, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios mismo ha querido expresar su vida interior en términos familiares.
Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús. Que el Señor nos enseñe a valorar estas cosas que pocos valoran. Pidámosle a Cristo que entre profundamente en el corazón de los padres, de las madres, de los hijos. Y que los invada con su amor divino, haciendo de cada familia cristiana presente en esta iglesia un hogar parecido al de Nazaret.
Saenz a.,Palabra y Vida, Ciclo B, Segundo Domingo de Adviento,Gladius Buenos Aires 1993, 3339
P. Miguel A. Fuentes, I.V.E.
La familia y la sociedad
La institución familiar ha sido objeto de muchos ataques demoledores en lo que va del siglo. Basta sólo recordar algunos juicios satíricos o críticos contra ella, como por ejemplo:
H. von Doders: “Quien a familia se expone, en ello muere”.
KurtTuscholsky: “La parentela es una plaga que Dios impuso a los hombres sanos para que no fueran tan arrogantes”.
Sebastián Hoffuer: “Como guardería infantil, el matrimonio es irremplazable”.
A. Strindberg: “Familia, hogar de todos los vicios sociales”; “La familia es un infierno de los niños”.
I. Agnoli: “Los reales enemigos de la democracia hoy son el matrimonio y la familia”.
I. Haller: “La familia es una organización deficitaria”.
V. Gerhardt: “Familia, una nada pedagógica”, etc.
El origen de la familia es tan antiguo como la humanidad. En la mayoría de los pueblos civilizados la historia nos la presenta en su forma monogámica (uno con una) y regida bajo la autoridad del padre. La familia polígama (uno con muchas o una con muchos) es una rareza y aparece sobre todo en civilizaciones decadentes. Esto no puede dejar de hacernos reflexionar.
¿Qué funciones cumple la familia en la sociedad?
1. LA FAMILIA ES UNA SOCIEDAD NATURAL
¿Qué es la familia? La familia es la comunidad de los padres y de los hijos. Tiene su origen en inclinaciones de la misma naturaleza humana que hace que un hombre se una para siempre a una mujer y su unión florezca en la fecundidad de nuevas vidas: los hijos.
Cuando decimos que la familia es una sociedad natural, estamos diciendo que no es un invento de los hombres. Los hombres han inventado los bancos, los clubes de futbol y los restaurantes… pero no han inventado la familia. La familia es algo natural, como es natural la inclinación del varón hacia la mujer y de la mujer hacia el varón. Por eso hay familia dondequiera que hay hombres. No es el Estado, los Gobiernos o las Naciones quienes han creado la familia, sino que ha sido la familia la que ha hecho las Naciones, los Gobiernos y los Estados.
Todas las sociedades que han intentado destruir la familia han terminado destruyendo al mismo hombre y a la misma sociedad. Por eso decía Chesterton: “este triángulo de padre, madre e hijo, es indestructible; pero puede destruir a las civilizaciones que los menosprecien”.
Es por este motivo que el hombre tiene derecho natural a la familia. Es uno de sus derechos fundamentales. Todo hombre, si es capaz, tiene derecho a formar una familia. Y de modo paralelo, aunque hoy no sea respetado, todo hombre tiene el derecho a nacer dentro de una familia: lo requiere su dignidad humana y lo exige su formación humana y espiritual. Porque así como un ser humano no puede ser formado si no es dentro del útero de una mujer, su madre, así tampoco puede ser formado ni puede madurar afectiva, moral y espiritualmente si no es dentro de una familia bien constituida. Los antiguos decían que la familia es como “un útero espiritual” (Santo Tomás de Aquino). No negamos que haya casos y excepciones de muchos niños que carezcan de una familia; la caridad de otras personas podrán reemplazar el núcleo familiar en el que deberían haber nacido. Pero que existan estos casos, y aunque fueran la mayoría, no significa que ese sea el ideal.
La familia es una comunidad de vida. Es la comunidad instituida por la naturaleza para el cuidado de las necesidades de la vida cotidiana. Por eso ya decía Aristóteles, citando a los poetas, que los miembros de la familia son compañeros de mesa y de hogar. Son, en realidad, compañeros de juego y educación, de expansión y crecimiento psicológico y afectivo. Las primeras personas con las que un niño juega al llegar a este mundo son sus jóvenes padres, y más tarde sus hermanos. Los miembros de la familia son compañeros en el intercambio espiritual, en la hospitalidad, en la formación cultural. Es una tristeza ver muchas modernas familias que han terminado haciendo de su “hogar” sólo el lugar donde se duerme por la noche: ni comen juntos, ni conversan juntos, ni se divierten juntos, ni rezan juntos. Una familia así es un barco que se hunde.
2. LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD
Pero la familia no sólo tiene una función esencial respecto de cada uno de los individuos o miembros de la propia familia (el padre, la madre y los hijos y hermanos) sino también respecto de la sociedad humana a la que pertenece: a la ciudad o pueblo, a la nación y a la humanidad en general. ¿Qué función? Podemos destacar una triple función que es ser célula de la sociedad en sentido biológico, moral y cultural.
La célula es el elemento vital más pequeño y primero que da vida a un ser. Hay seres que tienen una sola célula y otros, como nosotros que tenemos millones de ellas. Pero vivimos porque esas células viven, se reproducen, crecen. Cuando empiezan a morir las células de un individuo, éste empieza a envejecer y el proceso mortal de un individuo termina cuando todas sus células mueren.
1) Célula biológica
Cuando decimos que la familia es la célula biológica de la sociedad queremos decir que es la unidad mínima que da vida a una sociedad. Una nación, un país, vive y crece en la medida en que tiene familias que viven y crecen y dan origen a nuevas familias (es decir, cuando sus hijos se van casando). Una sociedad perfecta, como es una nación, no vive de individuos sino de familias. Los individuos pueden llegar a dar origen a nuevos individuos, como hacen por ejemplo los que tienen relaciones sexuales sin formar familia. Pero estos no dan vida a una sociedad, porque fuera de la familia los hijos no son buscados sino en casos accidentales y aislados, y porque fuera de la familia los hijos no reciben lo que necesitan para su formación psicológica y afectiva, moral y espiritual: nadie sino unos padres estables pueden dárselo. Por eso, en la medida en que se destruye la familia, se destruye también la sociedad.
¿Qué ejemplo más claro necesitamos que el que nos ofrecen los países donde la familia es ya una anécdota del pasado y se habla de “modelos familiares alternativos” como: “familia adoptiva”, “familia sucesiva”, “familia parche”, “familia abierta”, “familia de escombros”, “familia fachada”, “familia fragmento”, “familia rica en padres”, “familia monoparental”, etc.? Disminuyen los nacimientos, aumentan las tasas de mortalidad, cada vez hay más ancianos y menos niños. Es igual al cuerpo de un viejo que se va arqueando por el peso de los años, se hace lento, va paralizándose y finalmente cae en cama enfermo y muere. Si económicamente le va mejor (como ocurre con algunos países) no quiere decir nada: también hay personas que mientras más envejecen y más avaros se vuelven, más dinero tienen, pero esto no los hace más jóvenes ni más felices ni retrasa la hora de su muerte. Esto es una seria advertencia para los países ricos pero profundamente egoístas que han puesto su ideal en una sociedad materialista, sin matrimonio estable, sin familia, sin hijos molestos… y ahora, gracias a los asilos y a la eutanasia, sin viejos que atender… Pero que se van muriendo como sociedad.
2) Célula moral
La familia no es sólo la célula de la sociedad en sentido biológico. Es también célula en el sentido moral. ¿Qué quiere decir esto? Que la adquisición y el desarrollo de todas las fuerzas espirituales y morales del hombre es una cuestión de educación familiar. De modo muy acertado Theodor Heuss (primer presidente alemán después de la segunda guerra) la llamó “Posada de la Humanidad”. Es en la familia donde cada hombre y cada mujer adquiere los principales fundamentos de la riqueza interior y espiritual que luego podrá difundir en la sociedad. Quiere decir también que es en la familia donde adquiere las principales virtudes sociales. Una sociedad anda bien si sus miembros son virtuosos socialmente, es decir: si practican la justicia y el amor al prójimo, si saben practicar adecuadamente la autoridad y la obediencia a las leyes. Pero esto no lo enseña la sociedad sino la familia. Los que en su familia han recibido ejemplo de violencia y despreocupación, son también así en la sociedad. Los que no han tenido familia y se han criado en la calle, abandonados de sus padres, corren enormes riesgos de no adaptarse socialmente.
La familia es insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social: es la familia la que enseña a una persona a ser buen ciudadano. Es respetando a sus padres y hermanos como un niño aprende a respetar a su patria. Es aprendiendo a proteger a sus hijos y a su esposa como un hombre aprende a sacrificarse por su tierra. Es practicando la sinceridad con su familia, la sociabilidad con ellos, el sacrificio, el compartir la pobreza y el dolor, como una persona se hace útil a la sociedad.
Cuando un país combate la familia, o no la protege o no la beneficia, está criando cuervos que le comerán los ojos a la patria; está educando viciosos y corruptos que luego descompondrán su propia sociedad.
3) Célula cultural
Finalmente la familia es célula de la sociedad en su aspecto cultural. Una nación se identifica y se distingue de las demás por sus valores culturales propios; y puede enriquecer a los otros pueblos porque tiene cosas propias, bellas y hermosas que los demás no tienen. Nos gusta visitar países diversos del nuestro porque tienen usos y costumbres pintorescos, propios: cantos, bailes, lengua, usanzas, vestimentas, pintura, arquitectura, historia, instituciones… Cuando estamos fuera de nuestra patria la recordamos con nostalgia porque nos encontramos en un lugar distinto del nuestro: lejos de nuestra lengua, nuestra historia, nuestras costumbres.
Pero ¿qué es lo permite que una cultura se mantenga? ¿qué mantiene viva la lengua, los ritos, las leyendas, las costumbres? No es el Estado, es la familia. Una lengua se transmite de padres a hijos; las historias se cuentan de abuelos a nietos; las costumbres se aprenden mirando los mayores; las anécdotas se aprenden en las noches de invierno junto a la estufa… Destruida la familia, una sociedad, un pueblo, una nación se convierte en una convención de extranjeros y extraños…
Por eso es una ley de la sociología que un pueblo que va disminuyendo paulatinamente el número de los matrimonios y de los nacimientos, es un pueblo con una cultura decadente.
3. CONCLUSIONES
Todo esto explica porqué allí donde los movimientos revolucionarios han tratado de excluir o sustituir la familia, ello ha sido temporalmente posible sólo con la ayuda de un enorme convencimiento ideológico y/o una permanente presión y violencia políticas.
Podemos sacar de lo dicho importantes conclusiones.
La primera es que a la sociedad civil le va su misma vida en el mantenimiento y fomento de los valores familiares. Mantener y fomentar la familia, ayudarla a progresar y a que viva dignamente es una cuestión de vida o muerte de una nación. “Existen buenos motivos para suponer que si la familia… no fuera ya adecuada a nuestra sociedad, antes que la familia sería la sociedad la que dejaría de existir” (Theodor Lidz).
La segunda es que toda reforma social que apunte a regenerar o a mejorar la sociedad se debe centrar en una adecuada política familiar.
La tercera es que la defensa de la familia es el deber primordial de cualquier política racional y sana. Y forma parte del instinto de conservación de la sociedad.
La cuarta y última que señalo es que debemos tomar conciencia que toda política que tenga entre sus programas el divorcio, el antinatalismo, el aborto, la eutanasia, etc., es una política esencialmente disgregadora y desintegradora de la patria y de la sociedad en general. No nos debemos dejar engañar por los slogans falaces y antisociales.
(Fuentes, M., Los hizo varón y mujer, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael (Mendoza _ Argentina), 2007, p. 21 – 27)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Lc 2, 2240
Familia que reza unida permanece unida. La oración es unitiva. La oración en común produce comunión.
Cada hombre es unificado en sus afectos por la contemplación. Un grupo de personas unifica sus distintas formas de ser por un ideal común. Cuando la familia reza unida se une dirigiendo sus plegarias al ideal común de sus vidas: Dios, Jesús, María.
Cuando toda la familia busca alcanzar la santidad por sobre todas las cosas disminuyen las contradicciones que producen las separaciones.
La Sagrada Familia estaba unida en un ideal común: Dios. Jesús, José y María querían cumplir con perfección la voluntad de Dios.
Podrían objetarme. En la Sagrada Familia todos eran perfectos… y en nuestras familias hay muchas deficiencias. Los defectos de los demás se sobrellevan por la caridad, viendo a Jesús en el otro y tratándolo y considerándolo como al mismo Jesús.
¿Pero muchas veces los miembros de una familia no comparten el mismo ideal de alcanzar la vida eterna? Ese es el problema principal de las separaciones y peleas. ¿Qué hacer? Rezar y dar buen ejemplo a los que no comparten ese ideal.
La paz no se rompe sino se rompe la búsqueda personal de la santidad y el ideal común de la santidad. Puede haber contradicciones con los demás en la forma de llegar al ideal, en cosas humanas, en cuestiones temporales, en diferencias de caracteres o de talentos, pero eso no rompe la verdadera paz, es sólo un momento fugaz de contradicción que se repara pidiendo disculpas o dándole la importancia que merece, callando, dejando pasar…
¿Cuánto tiempo le damos a Dios en nuestra comunidad familiar? Muy poco, a veces, ninguno y eso entre personas que vamos a Misa y estamos comprometidos. No quiero perderme este programa de TV, estoy muy cansado…
En la vida familiar deben existir momentos de recreación pero también momentos de oración común, momentos para crecer en el ideal común.
Nos reunimos para resolver un problema temporal, lo tratamos con minuciosidad. ¿Y nuestro crecimiento en el conocimiento y amor de Dios?
Hay que tratar de buscar momentos para unir a la familia. Las circunstancias del mundo moderno tienden a separar: el trabajo, las diversiones personales, la independencia, las ocupaciones y compromisos, el agotamiento por el exceso de actividad, la diversidad de horarios. Hay que suplir esas separaciones, que a veces aparecen necesarias, con momentos de unidad familiar y no hay mejor actividad unitiva que la oración y si es meditativa mejor aún. Hay familias que leen la Sagrada Escritura y reflexionan sobre ella y ponen en común la reflexión personal. Eso es demasiado idealista, me podrían decir. Al menos rezar juntos los que buscan la santidad y la quieren para toda la familia y rezar especialmente por los que están lejos de Dios. Al menos rezar bendiciendo los alimentos, rezar el rosario juntos al finalizar el día, asistir a la Santa Misa en familia, poner un día determinado para ir a confesarse toda la familia, comulgar juntos porque la Eucaristía es el sacramento de la unidad. ¡No se trata de fastidiar e insistir imprudentemente a los que no quieren rezar! Pero sí de hacerlo cada uno de los que quieren hacerlo dando buen ejemplo y teniendo paciencia con los que no han encontrado el verdadero camino, el único camino, que es Jesús.
¿Por qué las separaciones? Porque Jesús no es el centro de la vida familiar como fue en la Sagrada Familia.
Jesús y no el hijo. Porque aunque en la Sagrada Familia el hijo era Jesús, amaban a Jesús más por ser Dios que por ser hijo, si fuera posible hacer una separación, y lo menciono porque en muchas familias y más las que tienen un solo hijo, lo convierten en centro de todo y con ello le perjudican grandemente.
Cuando Jesús es el centro de la familia hay unidad. Cuando mi corazón se ha unificado en el amor de Dios por sobre todo, soy instrumento de unidad y soy capaz de sobrellevar cualquier contradicción por amor a Jesús. Si entre dos que buscan a Jesús se da la separación probablemente es porque no tenían firmemente centrado su corazón en Jesús. Lo postergaban en su interior por su amor propio.
Aprendamos a compartir nuestra historia personal con nuestra familia siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia. Jesús es el centro de toda familia porque es el Salvador, porque es el camino para llegar al ideal de toda vida humana: la gloria eterna, Dios.
Momentos de alegría y de tristeza compartidos en familia, pero sobre todo, momentos de oración. Jesús en el centro como en el portal de Belén y todos contemplándolo, conociéndolo, amándolo, porque la contemplación lleva al conocimiento, el conocimiento enciende el amor y el amor produce comunión, unidad. Un solo corazón y una sola alma en el amor a Jesús, ese debe ser el lema de toda familia. Por eso familia que reza unida permanece unida.
San Ambrosio
La presentación en el templo
56. Qué es ser presentado en Jerusalén al Señor, yo lo diría si no lo hubiera dicho ya en mis comentarios sobre Isaías. Circuncidado de los vicios, ha sido juzgado digno de la mirada del Señor; pues los ojos del Señor reposan sobre los justos (Ps 33,16). Observa que todo el conjunto de la ley antigua ha sido figura del porvenir —pues la misma circuncisión es figura de la purificación de los pecados—; mas como, inclinada por la apetencia al pecado, la debilidad humana, cuerpo y alma, está enlazada por lazos inextricables de vicios, el día octavo, asignado para la circuncisión, figuraba que la purificación de todas las faltas debía cumplirse en el tiempo de la resurrección. Este es el sentido del texto: Todo varón que abre el seno materno será llamado santo para el Señor (Ex 13,12): estas palabras de la Ley prometían el fruto de la Virgen, verdaderamente santo, porque era sin tacha. Por lo demás, que Él es el que la Ley designa, lo manifiestan las mismas palabras repetidas por el ángel: El niño que nacerá de ti será llamado santo, Hijo de Dios (Lc 1,35). Pues ningún comercio humano ha podido penetrar el misterio del seno virginal, sino que una semilla sin tacha ha sido depositada en sus entrañas inmaculadas por el Espíritu Santo; efectivamente, el único de entre los nacidos de mujer que es perfectamente santo es el Señor Jesús, que no padeció los contagios de la corrupción terrena por la novedad de su parto inmaculado y fue apartado por su majestad celeste.
57. Pues, si nos atenemos a la letra, ¿cómo es santo todo varón, cuando no se nos oculta que muchos fueron grandes pecadores? ¿Acaso es santo Acab? ¿Acaso santos los falsos profetas a los que por la oración de Elías los consumió un fuego devorador que descendió del cielo? (1 Reg 18). Más he aquí al Santo en quien se va a cumplir el misterio del que las santas prescripciones de la Ley habían indicado la figura, ya que sólo Él debía conceder a la Iglesia, santa y virgen, el dar a luz de su seno entreabierto, por una fecundidad sin mancha, al pueblo de Dios. Sólo El abre, pues, el seno maternal, ¿y qué hay de extraño en ello? El que había dicho al profeta: Antes de que te formare en las entrañas de tu madre, yo te conocí, y en su seno mismo yo te santifiqué (Ier 1,5). El que santifica otro seno para que nazca el profeta, El mismo es el que abre el seno de su Madre para salir inmaculado.
58. Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón, Y era este hombre justo y temeroso de Dios, que aguardaba la consolación de Israel. No sólo los ángeles y los profetas, los pastores y los parientes, sino también los ancianos y los justos aportan su testimonio en el nacimiento del Señor. Toda edad, uno y otro sexo, los acontecimientos milagrosos dan fe: una Virgen engendra, una estéril da a luz, un mudo habla, Isabel profetiza, el mago adora, el niño encerrado en el seno materno salta de gozo, una viuda da gracias y un justo espera. Con razón se le llama justo, pues no aguardaba su propia gracia, sino la del pueblo, deseando por su parte ser librado de los lazos de este cuerpo frágil, pero esperando ver al Mesías prometido; pues él sabía que eran dichosos los ojos que lo verían (Lc 10,23).
59. Ahora, dice, dejad partir a vuestro siervo. Considera a este justo, encerrado, por así decirlo, en la prisión de este cuerpo pesado y que desea librarse de él para comenzar a estar con Cristo: pues es mucho mejor ser librado de él y estar con Cristo (Phil 1,23). Mas el que quiere ser librado ha de venir al templo, ha de venir a Jerusalén, esperar al Ungido del Señor, recibir en sus manos la Palabra de Dios y como estrecharla en los brazos de su fe. Entonces él será liberado y no verá la muerte, habiendo visto la vida.
60. Considera qué abundancia de gracias ha derramado sobre todos el nacimiento del Señor y cómo la profecía ha sido negada a los incrédulos (cf. 1 Cor 14,22), pero no a los justos. He aquí que Simeón profetiza que nuestro Señor Jesucristo ha venido para la ruina y resurrección de muchos, para hacer entre los justos e injustos el discernimiento de los méritos y, según el valor de nuestros actos, como juez verdadero y justo decretar suplicios y premios.
61. Y tu alma, dice, será atravesada por una espada. Ni la escritura ni la historia nos enseña que María haya emigrado de esta vida padeciendo el martirio en su cuerpo; pues no el alma, sino el cuerpo es el que puede ser transverberado por una espada material. Esto nos muestra, pues, la sabiduría de María, que no ignora el misterio celeste; ya que la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y el espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebr 4,12); pues todo en las almas está desnudo y descubierto para el Hijo, al cual no escapan los secretos de la conciencia.
62. De este modo, Simeón ha profetizado, y habían profetizado también una mujer casada y una virgen; debía de hacerlo también una viuda, para que no faltase ni el sexo ni el estado de vida. Por esto nos es presentada Ana: los méritos de su viudez y su conducta nos inducen a creer que fue considerada digna de anunciar que había venido el Redentor de todos. Habiendo descrito sus méritos en otro lugar, cuando tratamos acerca de las viudas, no juzgamos oportuno repetirlo aquí, porque queremos exponer otras cosas. No sin razón se han mencionado los ochenta y cuatro años de su viudez; pues estas siete decenas y dos cuarentenas parecen indicar un número sagrados.
Lc 2,4152. Jesús en medio de los doctores
63. Y cuando llegó a la edad de doce años. A los doce años, según leemos, es cuando comenzó la enseñanza del Señor; pues un mismo número de mensajeros se había reservado a la predicación de la fe. No sin motivo, olvidándose de sus padres según la carne, el que, aun en su carne mortal, estaba lleno de la sabiduría de Dios y de su gracia, al cabo de tres días fue encontrado en el templo, como signo de que a los tres días de su pasión triunfante, resucitado, debía presentarse a nuestra fe sobre el trono del cielo y entre los honores divinos el que era creído muerto.
64. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía dedicarme en los asuntos de mi Padre? Existen en Cristo dos filiaciones: una es de su Padre, y otra de su Madre. La primera, por su Padre, es toda divina, mientras que por su Madre ha descendido a nuestros trabajos y costumbres. Por lo mismo, lo que sobrepasa la naturaleza, la edad, la costumbre, no ha de ser atribuido a las facultades humanas, sino referido a las energías divinas. En otro lugar, la madre le impulsa a hacer un acto misterioso (milagroso) (Io 2,3); aquí la madre es reprendida por exigir todavía algo humano. Mas, como aquí se le muestra en la edad de doce años, allí se nos dice que tenía discípulos, observa que la Madre aprendió del Hijo a exigir el misterio en su mayor edad, la que se admiraba del milagro en el más joven.
65. Y vino a Nazaret y les estaba sometido. Maestro de la virtud, ¿podría no cumplir sus deberes de piedad filial? ¿Y nos extrañan a nosotros sus deferencias para con el Padre si se somete a la Madre? No es su debilidad, sino su piedad la que hace esta dependencia, aunque, saliendo de su antro tortuoso, la serpiente del error levante la cabeza y, de sus entrañas viperinas, vomitase el veneno. Cuando el Hijo se llama “enviado”, el hereje llama mayor al Padre, para declarar imperfecto a este Hijo que puede tener a Alguien más grande que El, para afirmar que tiene necesidad de socorros extraños, puesto que ha sido “enviado” ¿Necesitaba acaso un auxilio humano para servir al mandato materno? Era deferente con el hombre, era deferente con la esclava —pues ella dijo de sí: He aquí la esclava del Señor—, era deferente con su padre putativo; ¿por qué te extraña su deferencia para con Dios? ¿Sería, pues, ser deferente para con el hombre piedad, y para con Dios debilidad? Que al menos lo humano te haga apreciar lo divino y reconocer qué amor es debido a un padre. El Padre honra al Hijo (Io 8,54), ¿no quieres que el hijo honre al Padre? El Padre, hablando desde el cielo, declara que se complace en su Hijo, ¿no quieres tú que el Hijo, cubierto con el vestido de una carne humana, expresando en el lenguaje del hombre un sentimiento humano, declare a su Padre mayor que El? Pues si el Señor es grande, y digno de toda alabanza, y su grandeza no tiene fin (Ps 144,3), es cierto que una grandeza que no tiene fin no puede recibir aumento. Pero ¿por qué no entender y admitir con espíritu religioso la obediencia del Hijo para con el Padreen el cuerpo que ha tomado, cuando admito religiosamente el homenaje del Padre para con el Hijo?
66. Aprende mejor los preceptos que te serán útiles y reconoce los ejemplos de piedad filial. Aprende lo que tú debes hacer con tus padres al leer que el Hijo no se separa del Padre ni por la voluntad, ni por la actividad, ni en el tiempo. Aunque son dos personas, por el poder no son más que Uno. Y este Padre celestial no ha experimentado los trabajos de la generación; tú, en cambio, debes a tu madre la pérdida de su integridad, el sacrificio de su virginidad, los peligros del parto; a tu madre las fatigas prolongadas, pues la pobre, en estos frutos tan deseados, peligra mucho más, y el nacimiento que ha deseado la libra de su trabajo, no de sus temores. ¿Qué decir del cuidado de los padres por la educación de sus hijos, de sus cargas multiplicadas por las necesidades de otros, de las semillas lanzadas por el trabajo y que aprovecharán a las generaciones siguientes? ¿No debe exigir todo esto al menos alguna sumisión? ¿Cómo encuentra el ingrato que su padre vive demasiado tiempo y le incomoda la comunidad de patrimonio, cuando Cristo no ha desechado a los herederos?
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 207221, BAC Madrid 1966, 118124
Fiesta de la Sagrada Familia
Ciclo B
Entrada:
Celebremos con regocijo la Fiesta de la Sagrada Familia que nos revela cómo María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo, toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, aprendiendo que en primer lugar es preciso cumplir su Divina voluntad.
LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura: Gen.15, 16; 17,5; 21,1 El Señor fiel a sus promesas, concedió un descendiente a Abraham, nuestro padre en la fe.
Segunda Lectura: Heb.11,8.1112.17
Por la fe de Abraham Dios aceptó el sacrificio de su hijo Isaac y le devolvió con vida.
Evangelio: Lc.2,22
José y María obedeciendo a la Ley presentaron al Niño Jesús en el templo consagrándolo a Dios.
Preces:
Queridos hermanos unidos en la Iglesia, que es la gran familia de Dios, oremos a nuestro Padre del Cielo.
A cada intención respondemos cantando:
* Por las intenciones del Santo Padre Francisco, especialmente por todas las familias cristianas, para que siendo verdaderas Iglesias domésticas vivan y transmita la fe, la esperanza y la caridad. Oremos.
* Por los esposos, para que el ejemplo de la Sagrada Familia los anime a mantener entre ellos el mutuo amor, en la entrega cotidiana, sobrellevando las dificultades y desavenencias. Oremos.
* Por los países que sufren el flagelo de la guerra y sus consecuencias, para que sean fortalecidos en la fe y consolados por la Sagrada Familia en sus necesidades. Oremos
* Por los padres de familia que no tienen trabajo, para que encuentren uno digno y estable en beneficio de la educación de sus hijos. Oremos.
Padre providente, que enviaste a tu Hijo para salvarnos, recibe la oración de tu familia que peregrina en esta tierra. Por Jesucristo Nuestro Señor.
LITURGIA DE LA EUCARISTIA
Ofertorio:
Presentamos hasta el Altar del Señor todos nuestros buenos deseos de agradarle y ofrecemos
* Cirios, simbolizando a las familias cristianas para que sean signo e instrumento de unidad y de paz.
*Pan y Vino para el sacrificio eucarístico que representa la alianza del amor de Cristo con la Iglesia.
Comunión:
Recibamos al Señor con fe viva impregnada de adoración por tan sublime don y reconozcamos nuestra indignidad.
Salida:
Invoquemos la protección de María santísima y de san José sobre las familias, para que las sostengan y conforten en la misión que Dios le encomendó de ser imagen de la Trinidad SSma.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)