PRIMERA LECTURA
Despuntará tu luz como la aurora
Lectura del libro del profeta Isaías 58, 7-10
Así habla el Señor:
Si compartes tu pan con el hambriento
y albergas a los pobres sin techo;
si cubres al que veas desnudo
y no te preocupas por tu propia carne,
entonces despuntará tu luz como la aurora
y tu llaga no tardará en cicatrizar;
delante de ti avanzará tu justicia
y detrás de ti irá la gloria del Señor.
Entonces llamarás, y el Señor responderá;
pedirás auxilio, y Él dirá: «¡Aquí estoy!»
Si eliminas de ti todos los yugos,
el gesto amenazador y la palabra maligna;
si ofreces tu pan al hambriento
y sacias al que vive en la penuria,
tu luz se alzará en las tinieblas
y tu oscuridad será como el mediodía.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 111, 4. 5. 6-7. 8a-9 (R.: 4a)
R. Para los buenos brilla una luz en las tinieblas.
O bien:
Aleluia.
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas:
es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud. R.
El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.
No tendrá que temer malas noticias:
su corazón está firme, confiado en el Señor. R.
Su ánimo está seguro, y no temerá.
Él da abundantemente a los pobres:
su generosidad permanecerá para siempre,
y alzará su frente con dignidad. R.
SEGUNDA LECTURA
Les anuncié el testimonio de Cristo crucificado
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 2, 1-5
Hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.
Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
ALELUIA Jn 8, 12
Aleluia.
«Yo soy la luz del mundo;
el que me sigue tendrá la luz de la vida», dice el Señor.
Aleluia.
Ustedes son la luz del mundo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
José Ma. Solé – Roma
Isaías 58, 7-10:
Esta llamada del Profeta es una llamada, un aldabonazo fortísimo a las conductas hipócritas y a las conciencias frecuentemente ilusas y desorientadas en su modo de entender la religión. Jesús, en el Sermón del Monte (Bienaventuranzas), insistirá y urgirá la doctrina del gran Profeta:
— Dios quiere ante todo la conversión de los corazones; y no le pueden agradar ni engañar meras prácticas externas y rituales. En éstas hay que encontrar el sentido interior, el alma, que las vivifica. El Profeta lo aclara con el ejemplo del ayuno: «¿Acaso es éste el ayuno que yo deseo?: Inclinar la cabeza como un junco, vestirse de saco… ¿A eso llamas ayuno grato a Yahvé?» (v 5).
— Cuando estas prácticas externas sirven sólo para encubrir nuestro vacío interior y acallar los remordimientos de la conciencia sumida en pecados de egoísmo e injusticia, pierden todo valor religioso; más que un culto a Dios son una burla a Dios y un agravio al prójimo. El ayuno, signo religioso de conversión a Dios, es auténtico cuando produce pureza de corazón y compasión y caridad para con el prójimo: «Partir tu pan con el hambriento, dar cobijo al desamparado, vestir al desnudo… Romper todas las cadenas: las que nos esclavizan a nosotros al pecado; las que oprimen a nuestros hermanos… Este es el ayuno que yo acepto» (6).
— A un corazón que proceda con esta sinceridad en su búsquela a Dios, Dios le concederá siempre y muy generosamente su luz (vv 8. 10). Muchos sufren crisis de fe porque tienen el corazón enlodado de egoísmo. Salir de sí mismo; abrirse y darse a los demás, es camino muy recto y seguro para encontrar a Dios. Y, por el contrario, ser duro con el prójimo, ser egoísta y sensual, es levantar una muralla que nos hace inaccesible el Rostro de Dios. ¡Y tan fácil como nos sería ver el Rostro de Dios en nuestro hermano que es «imagen» de Dios! En el N. T. Cristo insistirá que quien quiera encontrarle y honrarle a Él, le busque y le honre en el pobre, en el débil, en el enfermo.
1 Corintios 2, 1-5:
Pablo recuerda a los Corintios el sistema que con ellos y con todos se ha propuesto seguir en la predicación del Evangelio. Hoy, en nuestra euforia de renovación pastoral y ministerial, necesitamos retornar a las Fuentes. Sacerdotes, misioneros, laicos militantes y cuantos queremos servir al Evangelio haremos bien en releer esta página del que sin discusión ha sido el más grande Apóstol de Cristo:
— Pablo, conocedor de que el Evangelio es energía divina infinita de Salvación (Rom 1, 16), sabe que el mensajero del Evangelio no debe apoyarse en recursos humanos. En Corinto era muy valorizada la retórica y la filosofía. El Evangelio no es ni retórica ni filosofía. Predicador y auditorio, escritores y lectores, pueden caer fácilmente en esta desorientación: Hacer del mensaje Evangélico una palestra retórica o un ensayo filosófico, sociológico y aun político.
— Pablo nos dice con meridiana claridad cuál ha sido en Corinto y siempre el tema de su predicación: «Porque me propuse no saber otra cosa entre vosotros sino Jesucristo; y Este, Crucificado» (v 2). En otra Epístola escribirá: «No me sonrojo del Evangelio, ya que él es la fuerza de Dios para salvar a todos los que creen» (Rom 1, 16). Pablo, el que fue ferviente fariseo, cumplidor exactísimo de la Ley, a la luz de Damasco ha hecho en su mentalidad un cambio radical. El perseguidor del «Crucificado» no tiene ya otro amor, otro ideal ni otra vida que el «Crucificado»: «Me propuse no saber otro cosa que a Jesús-Crucificado». Ha entrado en el plan de Dios que ahoga todo orgullo humano: La Fuerza Salvífica de Dios es la Cruz de Cristo.
— El Crucificado es Salvación para todos. Quien predica a los hombres Salvación, predique a Cristo Crucificado. La fe en Él nos salva. Esta fe no es fruto ni de raciocinios ni de discursos persuasivos (v 4). Es Don de Dios, es Espíritu Santo, es Gracia. Y toda la Gracia Salvífica mana de la Cruz de Jesucristo. Tanto los predicadores como los evangelizados debemos asirnos a esta Cruz y decir con Pablo: «Lejos de mí gloriarme sino en la Cruz de Jesucristo» (Gal 6; 14). «Qui, humanis miseratus erroribus, de Virgine nasci dignatus est. Qui crucem passus, a perpetua monte nos liberavit et, a mortuis resurgens, vitam nobis donavit aeternam» (Pref. De Dom. per annum II).
Mateo 5, 13-16:
En el Sermón del Monte acentúa Jesús el aspecto expansivo y dinámico del mensaje Mesiánico:
— Usa tres claros símbolos que vienen a ser tres claras consignas: «Sois la luz del mundo», «Sois la sal de la tierra», «Sois ciudad sobre el monte»: Luz que disipa las tinieblas; sal que preserva de corrupción y sazona de nuevo sabor; ciudad visible, a todos abierta. Todo ciudadano del Reino, todo cristiano, debe iluminar, santificar, vivificar. Pero Vida no es estrépito. Espíritu no es desasosiego. El misterio Eucarístico, tan lumínico y vivificante, se realiza en signos de silencio, de humildad, de inmolación. Realicemos nuestra vocación como la luz, la sal, el fermento.
— El Concilio valoriza y recalca el dinamismo apostólico que debe acompañar a toda vocación cristiana: «El apostolado surge de la misma vocación cristiana; nunca puede faltar» (A. A. 1). Y otra vez: «La vocación cristiana es por su misma naturaleza vocación al apostolado» (A. A. 2). En virtud, pues, del Bautismo todos debemos vivir del Espíritu de Cristo y vivificar.
— Nos lo recuerda también el Papa: «Un catolicismo cómodo y quieto no es verdadera interpretación de la vocación cristiana. No pertenezcáis al grupo de católicos dimisionarios, apáticos, ocasionales, conformistas» (Paulo VI: 1-VI-1969). Los bautizados rebosantes de vida divina, con nuestra ejemplaridad, con nuestra doctrina y conducta, deberíamos llevar a todos la luz de Cristo, dar sabor cristiano a todo cuanto es humano, abrir el corazón a todos los hombres para que cuantos buscan a Dios, cuantos buscan la verdad, la vida, el amor, los hallaran en nosotros.
— El cristiano posee energías secretas ingentes e inagotables. Vive de Dios en Cristo.
Con la Sabiduría y la eficacia de las Bienaventuranzas Evangélicas todo lo sazona de sabor cristiano. Y se inmuniza de toda infección maligna. Es «Sal» de la tierra.
Con el resplandor de la Luz y Verdad de Cristo que él refleja, es modelo y ejemplo, es paradigma y norma para cuantos le contemplan.
Luz modesta y silenciosa en el hogar; luz radiante, ciudad sobre el monte, en la vida social y pública. Con la energía y dinamismo de la gracia transforma y eleva, purifica y enriquece, cristianiza y santifica el ambiente y la sociedad.
José María Solé Roma Ministros de la Palabra Ciclo A Editorial Herder, pp. 164-167
Ervens Mengelle, I.V.E.
¿DOBLE CIUDADANÍA?
Ya hemos dicho y repetido que el evangelista san Mateo, que es el que este año estamos leyendo, presenta la misión de Jesucristo, su misión salvadora, como la construcción de un Reino: el Reino de los Cielos. Hace dos domingos atrás escuchábamos su llamado: Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca.
Todo reino necesita de una ley que lo ordene y que determine los derechos y deberes de cada uno. De esta ley trata Jesucristo en el Sermón de la Montaña, que comenzamos a leer el domingo pasado con las bienaventuranzas. Este sermón abarca tres capítulos del primer evangelio, y quien cumple adecuadamente con sus enseñanzas, cumple toda la Ley de Cristo. La parte leída el domingo pasado nos enseñaba quiénes son los que pueden aspirar a poseer la ciudadanía del Reino de los Cielos: bienaventurados… bienaventurados…”.
1 El Reino de los Cielos
Evidentemente se trata de un Reino del todo especial; comportarse según el modelo establecido por las bienaventuranzas significa adquirir un estilo de vida completamente especial y ese conjunto de actitudes marca diferencias: “El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia…” (782). Por otra parte, toda diferencia crea, de alguna manera, tensión.
Hacia esto se dirige el evangelio de hoy, trata de un tema de capital importancia para la vida de los cristianos. Porque si bien es cierto como hemos leído que dice el Catecismo que “el Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente…”, sin embargo no hemos de olvidar que se vive en medio de hombres y mujeres que no pertenecen, al menos de modo pleno, a ese Pueblo. Es la expresión de Cristo de que los cristianos están en el mundo sin ser del mundo (cf. Jn 17,16).
En realidad, la misma naturaleza del Reino de los Cielos muestra como una realidad diversa. Dice el Catecismo hablando de la segunda petición del Padre Nuestro, Venga tu Reino, lo siguiente: “la palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo Encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre” (2816). Y san Cipriano comenta: “incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos”. Esto es lo que pedimos cada misa, repitiendo las palabras del final del Apocalipsis: Ven, Señor Jesús.
O sea, como vemos, el Reino es algo fundamentalmente trascendente. Por eso el mismo catecismo concluye: “En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo” (2818).
Esto, sin embargo, no implica que los cristianos vivan aislados del mundo. El deseo de la venida final de Cristo “no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor ‘a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo’” (2818).
En esta tarea es donde surgen diferencias y tensiones, a las que Cristo refiere en el evangelio de hoy. Tanto la sal como la luz son, en cierto modo, agresivas: la sal quiere imponer su sabor, la luz rompe y ahuyenta las tinieblas. “Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión el Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre la carne y el Espíritu” (2819)
2 Tentación uno: no ser sal de la tierra
Las enseñanzas de Cristo, en especial las bienaventuranzas, implican para el hombre herido por el pecado original el necesario abandono de varias cosas que no son compatibles con el hombre nuevo, con el hombre resucitado. Y no siempre los hombres están dispuestos a dejar ese modo injusto de obrar (v.g. adúlteros, concubinos, ladrones…). Ante este rechazo ¿qué suele pasar con el cristiano? En un tentativo, a veces bienintencionado, de querer ayudar a las personas, comienza a reducir las exigencias del mensaje de Cristo, o bien comienza a adaptar esas enseñanzas o exigencias al ambiente que lo rodea.
¿Acaso no hemos escuchado tantas veces esto referido al divorcio (“…hay casos en que…”) o al aborto (“…pero cuando…”)? ¿No lo percibimos en la enseñanza donde Dios es el gran ausente o en la liturgia donde muchas veces no se distingue la iglesia del boliche? ¿No aparece patente en el abandono del testimonio del hábito religioso o en la actitud tomada por muchos contemporáneos (e.g. Camilo Torres, cura colombiano, terminó con la metralleta en la mano de tanto dialogar con el marxismo acerca de la opresión y la injusticia)?
Contra todo esto el Santo Padre ha recordado el avance del secularismo, es decir, del avance de las doctrinas del “siglo” (seculum, de donde secularismo), que quieren que la Iglesia se convierta en un simple organismo de asistencia social, sin interesarse más por la salvación de las almas.
Ante esta tentación, recordemos las palabras de Cristo: sois la sal de la tierra… Las enseñanzas son de Cristo, no nos corresponde a nosotros cambiarlas. O como dice san Juan Crisóstomo: “A los otros que se encuentran en el error, será posible la conversión por medio de vosotros. Pero si vosotros perdéis vuestro vigor, os perderéis a vosotros mismos y a los otros con vosotros”.
Primera tentación, entonces: mimetizarse con el mundo y pasar a ser parte de él. Si el alma no vivifica el cuerpo, entonces es un cadáver. Y los cristianos son como el alma en medio de este mundo (Carta a Diogneto). Recordemos lo que acabamos de escuchar del catecismo: “desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor ‘a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo’” (2818). Es el proyecto de Dios.
3 Tentación dos: no ser luz del mundo
Ante el peligro que acabamos de describir de quedar absorbidos por la realidad terrenal, surge la otra tentación: separarnos completamente y dejar a los hombres náufragos en medio de las olas de este mundo. “No se puede hace nada, todo está podrido” se escucha frecuentemente, y uno se sienta tranquilamente con los brazos cruzados, sin el más mínimo aporte. Y si algo es necesario hoy en día es justamente la luz del evangelio que marca la senda, que indica la verdad. Si algo se nota en nuestra sociedad es justamente la ausencia de cristianos en el orden económico… político… social… educativo… Ya lo dijo Pío XII: “…el cansancio de los buenos…” Ante esta tentación debemos mirar el ejemplo de Cristo, quien no se detuvo en su ascenso al Calvario, no dejó inconclusa la redención… Como decía la Madre Teresa: en vez de maldecir la oscuridad, prendamos una vela.
Hay una forma muy sutil de esta segunda tentación, que puede atacar especialmente a personas que buscan de llevar una vida religiosa profunda y, por tanto, más perfecta. Y es la de apartarse de los hombres por que los demás son “impuros, imperfectos, pecadores”. La segunda tentación es por tanto la de alejarse tanto del mundo, que la luz evangélica ya no ilumina.
También contra esto nos advierte el catecismo: “Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz” (2820).
4 Conclusión
En conclusión, al mismo tiempo que rogamos al Señor que venga, trabajemos para que esa venida se haga una realidad entre los hombres de nuestro tiempo. Seamos luz y sal. Ni tan “elevados” por encima de los hombres que la luz no ilumine ni tan “encarnados” que la sal no transforme.
La “misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (782). El fruto de la venida del Reino es la vida nueva según las bienaventuranzas (cf. 2821), que san Pablo definió como justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro 14,17). Por eso Jesucristo concluye en el evangelio de hoy así: que los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos. Pero que las obras se vean.
(MENGELLE, E., Dios Padre y su Reino, IVE Press, Nueva York, 2007. Todos los derechos reservados)
San Juan Pablo II
“Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”
- “Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”, (Mt 5,13-14): las dos imágenes, de la sal y la luz, utilizadas por Jesús, son complementarias y ricas de sentido. En efecto, en la antigüedad se consideraba a la sal y a la luz como elementos esenciales de la vida humana.
“Vosotros sois la sal de la tierra….”. Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido “sazonado” con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4). La sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada para “que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1). Escribiendo a los cristianos de Roma, san Pablo los exhorta a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos: “no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2).
Durante mucho tiempo, la sal ha sido también el medio usado habitualmente para conservar los alimentos. Como la sal de la tierra, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido y a transmitirla intacta a los demás. Vuestra generación tiene ante sí el gran desafío de mantener integro el depósito de la fe (cf 2 Ts 2, 15; 1 Tm 6, 20; 2 Tm 1, 14).
¡Descubrid vuestras raíces cristianas, aprended la historia de la Iglesia, profundizad el conocimiento de la herencia espiritual que os ha sido transmitido, seguid a los testigos y a los maestros que os han precedido! Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos del nuevo milenio.
Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.
- “Vosotros sois la luz del mundo….”. Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano.
Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Queridos jóvenes, ¡a vosotros os corresponde ser los centinela de la mañana (cf. Is 21, 11-12) que anuncian la llegada del sol que es Cristo resucitado!
La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: “Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Co 4, 6). Por eso adquieren un relieve especial las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).
El encuentro personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88).
En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡”No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín” (cf. Mt 5,15).
Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten. Entre otros muchos, baste recordar a Inés de Roma, Andrés de Phú Yên, Pedro Calungsod, Josefina Bakhita, Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati, Marcel Callo, Francisco Castelló Aleu o, también, Kateri Tekakwitha, la joven iraquesa llamada la “azucena de los Mohawks”. Pido a Dios tres veces Santo que, por la intercesión de esta muchedumbre inmensa de testigos, os haga ser santos, queridos jóvenes, ¡los santos del tercer milenio!
(…)
Homilía de San Juan Pablo II en Castel Gandolfo, el 25 de julio de 2001 para la XVII Jornada Mundial de la Juventud
San Agustín
La obra de misericordia incluye una doble acción misericordiosa
Cuando se muestran a los hombres las buenas obras, incluso las que se hacen por Dios, puesto que se trata de hombres piadosos y buenos, no se reclaman alabanzas humanas sino que se proponen para que se las imite. La obra de misericordia contiene una doble acción misericordiosa: una espiritual y otra corporal. Con la misericordia corporal se socorre a los hambrientos, a los sedientos, a los desnudos y peregrinos; pero cuando estas mismas obras son manifiestas, a la vez que provocan a la imitación, alimentan también los espíritus y las mentes. Uno se alimenta con la buena obra y el otro con el buen ejemplo, pues ambos tienen hambre. Uno quiere recibir con qué alimentarse y el otro quiere ver algo que imitar. La lectura del evangelio que acaba de leerse nos habla de esta verdad. A los cristianos, que creen en Dios, que obran el bien y mantienen la esperanza de la vida eterna como recompensa a las buenas obras se les dice: Vosotros sois la luz del mundo. Y a la Iglesia entera, difundida por doquier, se le dice: No puede esconderse una ciudad construida sobre un monte (Mt 5,14). En los últimos tiempos -dice-será manifiesto el monte del Señor, dispuesto en la cima de los montes (Is 2,2). Es el monte que creció a partir de una pequeña piedra, y, al crecer, llenó el mundo entero. Sobre él se edifica la Iglesia que no puede ocultarse.
Ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa (Mt 5,15). Muy oportuna ha caído esta lectura en el día que se consagran los candeleros, para que quien obra sea lámpara puesta en el candelero. En efecto, el hombre que obra el bien es una lámpara, pero ¿qué es el candelero? Lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, quien obra por Cristo y según Cristo, para no ser alabado más que en Cristo, es un candelero. Alumbre a todos, vean algo que imitar; no sean perezosos ni áridos; les es útil el ver; no sean videntes con los ojos y ciegos en el corazón.
Mas, quizá a alguno se le ocurra pensar que el Señor manda que las obras buenas sean como escondidas allí donde dice: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos (Mt 6,1). Esta dificultad ha de ser resuelta, para saber cómo hemos de obedecer al Señor, sin creer que es imposible cuando le escuchamos que ordena cosas contradictorias. En un sitio dice: Brillen vuestras obras delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras (Mt 5,16) y en otro: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos (Mt 6,1).
¿Queréis saber cuánto urge solucionar la dificultad, que, si no se hace, causa problemas? Ciertos hombres hacen el bien y temen ser vistos, poniendo todo su afán en encubrir todas sus obras buenas. Buscan la ocasión en que nadie los vea; entonces dan algo, por temor a chocar con aquel precepto que dice: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. Pero el Señor no mandó que se ocultasen las buenas obras, sino que no se pensase en la alabanza humana al realizarlas. Además, cuando dijo: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres, ¿cómo acabó? Para ser vistos por ellos, es decir, que las hagan para ser vistos por los hombres, que sea este el fruto que busquen de sus buenas obras y ése lleven, que no esperen ninguna otra recompensa ni deseen ningún otro bien superior y celestial. Si lo hacen sólo para ser alabados, caen bajo la prohibición del Señor: Guardaos de realizar. ¿Cómo? Para ser vistos por ellos. Guardaos de realizar este fruto: el ser vistos por los hombres.
Y, sin embargo, manda que nuestras obras se vean, diciendo: nadie enciende una candela y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Y también: Brillen así vuestras buenas obras ante los hombres -dice- para que vean vuestras buenas acciones. Y no se paró ahí, sino que glorifiquen -añadió- a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,15-16). Una cosa es buscar en la buena acción tu propia alabanza y otra buscar en el bien obrar la alabanza de Dios. Cuando buscas tu alabanza, te has quedado en la mirada de los hombres; cuando buscas la alabanza de Dios, has adquirido la gloria eterna. Obremos así, no para ser vistos por los hombres; es decir, obremos de tal manera que no busquemos la recompensa de la mirada humana. Al contrario, obremos de tal manera que busquemos la gloria de Dios en quienes nos vean y nos imiten, y caigamos en la cuenta de que si él no nos hubiera hecho así, nada seríamos.
San Agustín, Sermón 338, O.C. (XXV), BAC Madrid 1984, 770-73
Entrada: La Iglesia está llamada a prolongar las obras del Verbo Encarnado. La caridad ejercida en su Nombre la convierte en luz entre las naciones. Pidamos en esta misa poder practicarlas como miembros vivos del Cuerpo místico.
Primera Lectura (Is 58, 7- 10)
Nuestra piedad para con los desamparados nos capacita para recibir del mismo Dios su poderoso auxilio.
Salmo: 111
Segunda Lectura (1Cor 2, 1- 5)
El Apóstol da testimonio de Cristo crucificado, poder y sabiduría de Dios.
Evangelio (Mt 5, 13- 16)
Nuestra misión es ser en Cristo, luz del mundo y sal de la tierra para salvación del género humano.
Preces:
Oremos al Padre de quien desciende todo don perfecto, pidiendo por las necesidades de la Iglesia y de todo el mundo.
A cada intención respondemos cantando:
* Por Su Santidad Francisco, por su salud y por su preocupación por todas las Iglesias, para que permanezcan unidas en la confesión de Cristo, El Hijo de Dios. Oremos.
* Por el fin de la guerra en Ucrania y por la paciencia del pueblo Ucraniano para que en medio a los sufrimientos persevere en la fe y confianza en Dios. Oremos.
* Por la defensa de los niños, de los jóvenes y de las familias frente a las nuevas ideologías que buscan tergiversar y corromper su naturaleza y dignidad. Oremos
* Para que seamos solidarios y compasivos con todo aquel que sufre y requiere nuestra ayuda y cuidado para que no solo reciban de nosotros el sustento material sino el auxilio espiritual en la fe. Oremos
Escucha, Padre, nuestra oración y protege a tu Iglesia que confía plenamente en tu bondadosa providencia por Jesucristo Nuestro Señor.
Ofertorio:
Queremos simbolizar nuestra entrega diaria en los dones que hoy ofrecemos ante el Altar.
Presentamos:
-
Alimentos y con ellos nuestra solicitud para con los más necesitados.
-
El pan y el vino para unirnos al sacrificio redentor de Cristo.
Comunión: Alimentemos nuestra alma con el pan eucarístico para ser luz en medio del mundo.
Salida: Que María de Nazaret, nos enseñe a manifestar a los hombres y mujeres de hoy el mensaje de Cristo a través del compromiso responsable, silencioso y caritativo.