PRIMERA LECTURA
Vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios
Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a
El Señor dijo a Abrám:
«Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.»
Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado.
Palabra de Dios.
SALMO 32, 4-5. 18-20. 22
R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
La palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
Vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios
Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a
El Señor dijo a Abrám:
«Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.»
Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado.
Palabra de Dios.
SALMO 32, 4-5. 18-20. 22
R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
La palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios nos llama e ilumina
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10
Querido hijo:
Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo.
Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo amado; escúchenlo»
Su rostro resplandecía como el sol
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor.
José María Solé-Roma, C.F.M
GÉNESIS 12, 1-4:
La Vocación de Abraham constituye como el comienzo de una nueva Era. Los cc 1-11 del Génesis pueden llamarse «Prehistoria de la Salvación». Abraham inicia la «Historia».
— Llamamos «Historia Salvífica» o «Teología de la Historia» a la manera Providencial cómo Dios actúa en los acontecimientos humanos y en los hechos de la naturaleza, ordenándolos de modo seguro y radiante a la «Salvación» de los hombres. La Biblia narra los hechos a esta luz.
— De Abraham a Cristo, la «Promesa» Salvífica entra radiante en la Historia, corre rectilínea y sin baches ni hiatos; y a cada momento crece en luminosidad y en riqueza de contenido.
El caso de Abraham es como el molde y modelo de cuanto representa la Promesa de parte de Dios y de parte del hombre.
De parte de Dios: Dios llama y elige. Dios se abre en dones magníficos. Dones que toman el nombre denso de «Bendición» divina y que adquieren una plenitud y una extensión que sobrepasas toda medida y todo cálculo humano. Sólo cuando llegue la realización plena de esta «Bendición», cuando nos llegue el Mesías de la Promesa, conoceremos su valor pleno. Ahora se le dice ya a Abraham que Dios tiene el plan de realizar esta «Bendición» en él y por él. Es, pues, Abraham el Patriarca del linaje de Adán, en quien se remansa la «Promesa» de Gn 3, 15; un eslabón en la cadena Salvífica. Por Abraham llegará al mundo el Salvador y la Salvación.
De parte del hombre, dado que aquí todo es «Promesa», Don o Gracia de Dios, se exige sólo disponibilidad y docilidad, confianza y entrega total a Dios. Es lo que San Pablo llama: «Fe». La Salvación la «da» Dios. Y la da «graciosamente». Pero el hombre debe aceptarla. La sinceridad de esta aceptación se conoce en la generosidad con que el hombre se apresta a todos los sacrificios que le exija la elección que de él hace Dios. En la vocación de Abraham, Patriarca de los creyentes de todos los siglos, vemos cómo le comporta muchos y grandes sacrificios: Renuncia a su patria y familia. Abandono ciego y sereno a los planes divinos (1). Abraham cree. Cree, confía y ama.
II TIMOTEO 1, 8-10:
San Pablo nos hace ver el papel que cada uno en particular desempeñamos en esta Historia de la Salvación. Dios es Padre. Si en la Historia Universal podemos pasar inadvertidos, como un grano de arena en la playa, en la Historia Salvífica somos cada uno una pieza maestra. Somos hijos de Dios.
— Tenemos cada uno una vocación y elección por parte de Dios. Vocación singular y personal. Vocación que es pura dádiva o gracia de Dios. Los esfuerzos humanos pueden construir la Historia, pero no la Historia Salvífica: «Dios nos llamó con vocación de santidad» (9). Vocación de Santidad significa que nos invita, llama y destina a gozar su propia Vida Divina. La «Santidad» es la Vida de Dios. En nosotros se llama: Gracia-Justificación-Santificación-Salvación. Y por ser «Gracia» en esta obra todo es iniciativa y regalo divino: «No en atención a nuestras buenas obras, sino en razón de su designio y de su gracia» (9). Todo es Gracia, Dádiva, Amor de Dios.
— San Pablo concreta en qué consiste esta «Gracia Salvífica» de Dios: «Gracia que nos fue otorgada en Cristo Jesús desde antes de todos los siglos. Gracia, empero, manifestada ahora con la aparición de Cristo Salvador Nuestro» (10). Cristo es el Hijo de Dios Encarnado. En este Hijo de Dios se nos va a dar la Vida Divina (= Santidad); en Él, que es el Hijo del Amor del Padre, vamos a ser «agraciados» nosotros, que éramos unos míseros pecadores. «Cristo destruyó la muerte; y fulguró luz de vida y de inmortalidad» (10). Una vez nos insertamos e integramos en Cristo por la fe y el amor, nos llega de lleno la Gracia y el Amor del Padre. Ya no pesa sobre nosotros muerte ni condenación; ya quedamos inmersos en la Luz y en la Vida de Dios.
— A esta dadivosidad suma de Dios, ¿cómo debemos responder nosotros? Como en el caso de Abraham, en toda vocación que Dios hace, el hombre debe comportarse con disponibilidad, docilidad y confianza abierta, ciega y total. Pueden hacer fracasar la vocación (a la fe, al apostolado, etc.), la resistencia humana, la desconfianza, el orgullo. Concretamente, en el v 8 San Pablo amonesta a Timoteo que no sea pusilánime; que se abra con confianza y audacia a la gracia de su vocación. Sólo es pusilánime quien se apoya en sí mismo. Quien confía en Dios todo lo puede en Aquel que le llamó. Esto debemos aplicarlo por igual a nuestra vocación a la Santidad que a la del Apostolado. Del Bautismo arrancan el don y las exigencias de esta gracia. Y la Eucaristía es el clima comunitario en que se realiza y se desarrolla. Cada celebración eucarística es, gracia y responsabilidad, don y compromiso.
MATEO 17, 1-9:
La escena de la Transfiguración nos permite penetrar un poco el misterio insondable de la Persona y de la Obra de Cristo. A través del velo de su carne deja Cristo transparentar la Luz de su gloria divina:
— En una alta montaña, a la vista de los tres Testigos predilectos, se realiza la Transfiguración de Cristo, la Teofanía más gloriosa que jamás vio ningún mortal. La Nube Gloriosa, signo de la Presencia Divina, y la voz que se oye en la Nube, testifican que Jesús es el Mesías, el Salvador prometido en las Escrituras. Moisés y Elías (que personifican la Ley y todos los Profetas) están allí para rendir el mismo testimonio. Al darle Dios el título de «Hijo» (5), nos orienta a ver en Jesús unas relaciones únicas y trascendentes con Dios: Padre-Hijo. A la vez, esta Cristofanía pone en claro que el Mesías-Siervo de Yahvé de Isaías (42, 1) es Jesús-Hijo de Dios.
— Al bajar de la montaña, Jesús intenta iluminar a los ojos de sus discípulos el sentido Redentor que tiene su «Mesianismo» (12). Es Mesías-Redentor; por eso ha de serlo con su muerte en la cruz. A nosotros la oración y la cruz, la Palabra de Cristo y sus Sacramentos nos reforman, nos transfiguran y nos conforman a Él. Ahora a Cristo crucificado; luego a Cristo Glorificado.
En clima de preparación pascual, recordemos: «Cristo nuestro Señor manifestó su gloria a unos testigos predilectos, y les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de su divinidad.
De esta forma ante la proximidad de la Pasión, fortaleció la fe de los apóstoles, para que sobrellevasen el escándalo de la cruz; y alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya» (Fiesta de la Transfiguración: Prefacio).
SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 77-80
Giovanni Papini
Sol y nieve
Altísimo es el monte Hermón, y tiene tres cimas cubiertas de nieve, incluso en la estación del fuego. El monte alto de la Palestina, más alto que el Tabor. Del monte Hermón, dice el Salmista, viene el rocío por las colinas de Sión. En este monte, el monte más alto en la vida de Cristo, que tiene por etapas las alturas —Montaña de la Tentación, Montaña de las Bienaventuranzas, Montaña de la Transfiguración, Montaña de la Crucifixión—, Jesús se transfiguró, tornándose resplandeciente de luz.
Sólo tres discípulos estaban con él: Pedro y los Hijos del Trueno. El alpestre y los tempestuosos; compañía apropiada al lugar y al momento. Oraba solo, aparte, en lo alto, más en lo alto que ellos y que todos, tal vez con las rodillas en la nieve. ¿Quién no ha visto, por el invierno, en el monte, parecer oscura y gris, en comparación, toda otra blancura? Un rostro pálido parece extrañamente ennegrecido; la ropa blanqueada con lejía parece sucia; el papel tiene el color del barro seco.
Aquel día se vio lo contrario sobre aquella altura cándida y desierta, sola en el cielo.
Jesús, solo, oraba aparte. De pronto, su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras hiciéronse cándidas como la nieve que brilla al sol, cándidas como no podría teñirlas o imaginarlas pintor alguno. Sobre la candidez de la nieve, un candor más fuerte, un esplendor más poderoso que todos los esplendores conocidos, vencía a toda luz terrenal.
La Transfiguración es la fiesta y la victoria de la luz. La carne de Jesucristo toma el aspecto más sutil, más leve, más espiritual, por decirlo así, de la materia. Su cuerpo, que esperaba la muerte, como que se convierte en luz de sol, luz de cielo, luz intelectual y sobrenatural; su alma, extasiada en la oración, se hace ostensible a través de la carne, traspasa con fulgor candente la consistencia del cuerpo y de la tela, como llama, que, penetrando las paredes donde estaba encerrada, las hace transparentes.
Pero la luz no es igual en el rostro y en las vestiduras. La luz del rostro es la del sol; la de las vestiduras se asemeja a la brillantez de la nieve. El rostro, espejo del alma, tiene el color del fuego; la túnica, materia adjunta y servil, el del hielo. Porque el alma es sol, fuego, amor; pero las vestiduras, todas las vestiduras, incluso esa pesada vestidura que se llama cuerpo, es opaca, gélida, muerta, y no puede brillar sino por luz refleja.
Pero Jesús, todo luz, fulgurante el rostro de tranquilos relámpagos, relucientes sus vestiduras de radiante blancura —oro que brilla en medio de la plata—, no está solo. Dos grandes muertos, cándidos como él, se le acercan y hablan: Moisés y Elías. El primero de los Libertadores, el primero de los Profetas. Hombres de luz y de fuego, vienen a atestiguar la nueva luz que brilla sobre el Hermón. Todos los que han hablado con Dios quedan envueltos, caldeados en luz. La piel del rostro de Moisés, cuando descendió del Sinaí resplandecía de tal suerte, que tuvo que cubrirse con el velo para no deslumbrar a los circunstantes.
Y Elías fue arrebatado al Cielo en un carro de fuego, tirado por caballos de fuego. Juan, el nuevo Elías anunció el bautismo de fuego; pero su faz, si ennegrecida por el sol, no brilló como el sol. El único esplendor que le tocó fue el de la bandeja de oro, donde colocaron su cabeza sangrienta, regio donativo a la tétrica concubina de Herodes.
Pero en lo alto del Hermón está aquél cuyo rostro resplandece más que el de Moisés, y que ha de ascender al Cielo de modo mucho más perfecto que Elías, aquel que Moisés había profetizado y que había de venir después de Elías. Han venido a su lado, mas para eclipsarse después. No son necesarios luego de este último testimonio. El mundo podrá prescindir de ahora en adelante de sus leyes. Una nube luminosa oculta a los tres resplandecientes a los ojos de los tres oscuros que esperan, y de la cumbre desciende una voz que grita: “Este es el Hijo que amo. ¡Oídle!”
La nube no vela la luz, sino que la aumenta. Como de la nube en la tempestad procede el relámpago que ilumina de pronto el campo, de esta nube luminosa de por sí, desciende la llama que aniquila el antiguo pacto y confirma para siempre la nueva promesa. La nube de humo que guiaba a los hebreos fugitivos en el desierto hacia el Jordán, la nube negra que envolvía el Arca y la ocultaba en los días del miedo y la abominación, se ha convertido, finalmente, en una nube de tan fuerte luz, que oculta incluso el candor solar del rostro que será abofeteado en las tinieblas inminentes.
Pero, desaparecida la nube, Jesús está otra vez solo. Los dos precursores y testigos han desaparecido. Su rostro ha recobrado el color natural; su túnica es la de todos los días. El Cristo, vuelto a ser el hermano amoroso de antes, se dirige a los compañeros amortecidos: “Levantaos y no temáis; pero no contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.”
La Transfiguración es una prefiguración y sombra de la Ascensión; mas para que Jesús resucite con gloria, ha de morir antes en ignominia.
Giovanni Papini, Historia de Cristo, Editorial Porrúa, Ciudad de México, 1993, pp. 133-134
Benedicto XVI
Este domingo, segundo de Cuaresma, se suele denominar de la Transfiguración, porque el Evangelio narra este misterio de la vida de Cristo. Él, tras anunciar a sus discípulos su pasión, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2).
Según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación. San Máximo el Confesor afirma que «los vestidos que se habían vuelto blancos llevaban el símbolo de las palabras de la Sagrada Escritura, que se volvían claras, transparentes y luminosas» (Ambiguum 10: pg 91, 1128 b).
Dice el Evangelio que, junto a Jesús transfigurado, «aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías, figura de la Ley y de los Profetas. Fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mt 17, 4). Pero san Agustín comenta diciendo que nosotros tenemos sólo una morada: Cristo; él «es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la Ley, Palabra de Dios en los Profetas» (Sermo De Verbis Ev. 78, 3: pl 38, 491). De hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5). La
Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad, «la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 361). Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno: «En el monte te transfiguraste y tus discípulos, en la medida de su capacidad, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente el esplendor del Padre» (Kontákion eis ten metamórphosin, en: Menaia, t. 6, Roma 1901, 341).
Queridos amigos, participemos también nosotros de esta visión y de este don sobrenatural, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios.
Además, especialmente en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe el siervo de Dios Pablo VI, «a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria» (const. ap. Pænitemini, 17 de febrero de 1966, iii, c: aas 58 [1966] 182).
Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.
Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 20 de marzo de 2011
San Juan Crisóstomo
La Transfiguración del Señor
1. Había hablado el Señor de peligros y de muerte, de su propia pasión y de la sangre que sus discípulos habrían de derramar y les había dado aquellos severos mandatos de tomar la cruz y negarse a sí mismos. Por otra parte, todo esto atañía a la vida presente; los bienes, empero, quedaban sólo en esperanzas y expectación; por ejemplo, que quienes perdieran su alma la salvarían, que había Él de venir en la gloria de su Pa-dre y que les daría la recompensa merecida. Ahora quiere también satisfacer la vista de sus discípulos y, en la medida de lo posible, mostrarles cómo era aquella gloria en que había Él de venir. Y así, aun en esta presente vida, se la muestra y revela, a fin de que no sientan ya pena ni por su propia muerte ni por la de su Maestro, Pedro señaladamente, que tanto lo sentía. Y mirad cómo obra el Señor, después de hablar del in-fierno y del reino de los cielos. Él había dicho: El que hallare su alma, la perderá, y el que la perdiere por causa mía, la encontrará . Además: El Hijo del hombre dará a cada uno según su conducta ; y en una y otra sentencia alude al cielo y al infierno. Sin embargo, no obstante haber hablado de los dos, el reino de los cielos lo muestra a los ojos de los discípulos; pero el infierno, no. ¿Por qué? De haber sido ellos otros, gentes, por ejemplo, muy rudas, también esto hubiera sido necesario; pero como eran de alma noble y bien dispuesta, trata más bien de atraerlos y dirigirlos con la perspectiva del premio. Y no es ésta la sola razón, sino porque ello era también lo que mejor decía con Él. Sin embargo, no siempre pasa por alto la otra parte, pues hay veces que nos pone poco menos que delante de los ojos el infierno; por ejemplo, cuando nos cuenta la parábola de Lázaro, o nos recuerda al siervo que reclamó de su compañero los cien denarios, y al convidado de bodas con vestidos sucios, y en otros muchos casos.
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Y después de seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan… Otro evangelista dice haber sido después de ocho días, en lo que no hay contradicción, sino perfecta armonía. Lucas, en efecto, cuenta el día en que el Señor les habló y en que los subió al monte; Mateo, en cambio, sólo tiene en cuenta los intermedios. Mas considerad, os ruego, por otra parte, cuán a lo filósofo obra Mateo, al no callar los nombres de los que fueron preferidos a él mismo. Lo mismo hace también Juan en muchas ocasiones al contar con la mayor verdad las extraordinarias alabanzas que se tributan a Pedro. Es que aquel coro de santos estaba totalmente limpio de envidia y de vanagloria. Tomando, pues, consigo a los principales, los condujo aparte, a un monte elevado, y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz, Y les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con El. —¿Por qué toma el Señor a sólo éstos consigo? —Porque ellos eran los que descollaban sobre los otros. Pedro sobresalía por el ardiente amor que tenía a su Maestro; Juan era por éste particularmente amado, y Santiago le había dado, juntamente con su hermano, aquella generosa respuesta: Sí, podemos beber el cáliz . Y no fue solo responder, sino que las obras probaron lo que había dicho. Era, en efecto, tan vehemente y tan duro para los judíos, que el mismo Herodes pensó que no podía hacerles mejor gracia que quitarlo de en medio. —Mas ¿por qué no los subió inmediatamente al monte? Porque los otros discípulos no sintieran algún celillo humano. De ahí que ni siquiera les dice los nombres de los que habían de subir. Y a la verdad, todos habrían deseado ardientemente acompañarle, pues iban a ver un trasunto de la gloria celeste, y se hubieran dolido de haber sido preteridos. Porque si bien el Señor mostró su gloria de un modo muy corporal, la cosa, sin embargo, era para excitar el mayor deseo. —Entonces, ¿por qué se lo anuncia de antemano? —A fin de que, por habérselo dicho antes, estuvieran más dispuestos para la visión y llenos de más vehemente deseo durante los ocho días de plazo, llegaran por fin al monte con alma vigilante y cuidadosa. —¿Y por qué hace que se presenten allí Moisés y Elías? —Muchas causas cabría alegar de ello. Sea la primera la siguiente: puesto que las gentes decían que el Señor era Elías o Jeremías o uno de los antiguos profetas, Él trae allí a los dos más grandes de ellos, a fin de que vieran por vista de ojos la distancia y diferencia que iba del Señor a los siervos y cuán justamente había sido alabado Pedro por haberle confesado por hijo de Dios. Luego, bien sabemos que le acusaban constantemente de que transgredía la ley y que le tenían por un blasfemo, al atribuirse una gloria que no le pertenecía, no menos que la gloria del Padre. Así decían: Este no viene de Dios, puesto que no guarda el sábado . Y otra vez: No te apedreamos por obra alguna buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios . Ahora, pues, para mostrar a sus enemigos que ambas acusaciones procedían de envidia y Él era totalmente inocente en ellas, pues ni sus actos eran transgresión de la ley ni se apropiaba una gloria que no se le debiera al proclamarse igual al Padre, saca allí al medio a los dos hombres que más habían brillado en la guarda de la ley y en el celo de la gloria de Dios. Moisés, en efecto, era el que había dado la ley, y los judíos podían calcular que Moisés no hubiera tolerado al que, como ellos pensaban, la conculcaba ni hubiera rendido pleitesía a un enemigo declarado del propio legislador. En cuanto a Elías, nadie como él había celado por la gloria de Dios, y si el Señor hubiera sido contrario a Dios, si se hubiera proclamado Dios, haciéndose igual al Padre, sin ser lo que decía ni convenirle aquella gloria, Elías no se hubiera presentado a su lado ni le hubiera obedecido.
OTRAS CAUSAS DE LA APARICIÓN DE MOISÉS Y ELIAS
2. Otra causa cabe alegar juntamente con las ya dichas. —¿Cuál es ésta? —Hacerles entender que Él tenía poder sobre la vida y la muerte y que lo mismo domina en el cielo que en el infierno. De ahí que haga presentarse allí tanto a Moisés, que ya había muerto, como a Elías, que no había aún pasado por la muerte. La quinta causa (porque cinco van ya con ésta) nos la revela el mismo evangelista. ¿Y cuál es ésta? Mostrarles la gloria de la cruz, consolar a Pedro y a los otros, que temían la pasión, y levantar así sus pensamientos. Porque fue así que, llegados allí Moisés y Elías, no se estuvieron callados, sino que hablaban—dice el evangelista—de la gloria que había de cumplir en Jerusalén , Es decir, de la cruz y de la pasión, a la que llaman siempre “gloria”. Y no era ése el único modo como el Señor entrenaba a sus discípulos, sino también con la virtud de aquellos dos grandes varones, que Él más requería de ellos. E1 les había dicho: Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame ; de ahí que ahora les pone delante aquellos dos hombres que mil veces se habían expuesto a la muerte por cumplir la voluntad de Dios y por amor del pueblo que les había sido encomendado. Los dos, por haber perdido su alma, la hallaron. Los dos hicieron valientemente rostro a tiranos: Moisés al de Egipto, Elías a Acab, y eso en favor de hombres ingratos y rebeldes. Porque los dos se vieron en extremo peligro por culpa justamente de los mismos a quienes habían salvado. Los dos trataron de librar al pueblo de la idolatría, y los dos eran hombres privados. El uno era tartamudo y de escasa voz; el otro de trato rústico. Los dos, seguidores de la suma perfección de la pobreza, puesto que ni Moisés poseía nada, ni menos Elías. ¿Qué tenía éste fuera de su piel de oveja? Y todo esto en el Antiguo Testamento y sin haber recibido tan grande gracia de milagros. Porque si es cierto que Moisés dividió en dos el mar, Pedro anduvo sobre las aguas y era capaz de trasladar montañas, y curó toda clase de enfermedades corporales, y expulsó a fieros demonios, y con la sombra de su cuerpo hizo aquellos grandes prodigios, y convirtió a toda la tierra. Y si Elías resucitó a un muerto, los apóstoles resucitaron infinitos, y eso que no habían aún recibido el Espíritu Santo. He ahí, pues, una nueva razón de ponerles delante a Moisés y a Elías: quería el Señor que sus discípulos imitaran el amor al pueblo, la constancia e inflexibilidad de aquellos dos grandes profetas y que fueran mansos como Moisés y celosos como Elías y, como los dos, solícitos por la salvación del pueblo. El uno, en efecto, soportó el hambre durante tres años por amor del pueblo judío. El otro decía: Si les perdonas este pecado, perdónaselo; si no, bórrame también a mí del libro que has escrito . Todo eso quería el Señor recordar les por medio de la visión. En realidad, si el Señor hizo aparecer a Moisés y Elías en su gloria, no fue para que sus discípulos se detuvieran en ellos, sino para que los sobrepasaran en la lucha por la virtud. Así, cuando más adelante le dijeron: ¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo?, y le recuerdan a Elías, que lo había hecho, el Señor les dice: No sabéis a qué espíritu pertenecéis , alentándolos a la paciencia por la diferencia del don que habían recibido. Y nadie piense que al decir esto pretendemos condenar por imperfecto a Elías. No, no decimos eso. A la verdad, él era muy perfecto. Pero en sus tiempos, cuando la mente de los hombres era más infantil, necesitaba de aquella pedagogía. Según eso, también Moisés era perfecto y, sin embargo, a los apóstoles se les exige más que a Moisés. Porque, si vuestra justicia no aventaja a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos . Porque los apóstoles no tenían que entrar sólo en Egipto, sino en el mundo entero, que estaba peor dispuesto que Egipto; ni iban tampoco a hablar con Faraón, sino a luchar con el mismo diablo, tirano de la maldad. A la verdad, su combate había de consistir en atar al tirano y arrebatarle luego todos sus instrumentos, y esto lo hicieron no rompiendo el mar, sino hiriendo el abismo de la impiedad por medio de la vara de Jesé—aquel abismo de ondas más agitadas que las del mar—. Mira, si no, cuántos motivos de espanto tenían los apóstoles: la muerte, la pobreza, la ignominia, los sufrimientos sin término. Y más temían ellos todo esto que antaño los judíos el mar Rojo. Y, sin embargo, el Señor les persuadió a que rompieran por todo eso y que con toda tranquilidad atravesaran aquel mar como si caminaran por encima de tierra firme. Queriendo, pues, el Señor prepararlos para todo eso, les llevó allí sobre el monte a los que habían más gloriosamente brillado en el Antiguo Testamento.
INTERVIENE PEDRO
¿Qué hace, pues, el ardiente Pedro? Bueno es—dice—estarnos aquí. Como había oído que Jesús tenía que ir a Jerusalén y allí padecer, temiendo aún y temblando por la suerte de su Maestro, después de la reprimenda recibida, no se atreve ciertamente a acercársele y decirle lo mismo, aquello de Dios te sea propicio…; sin embargo, dominado del miedo, viene a decir lo mismo por otras palabras. Y era así que, como veía el monte, el retiro y la soledad, pensó sin duda que aquel paraje les ofrecía la mayor seguridad; y no sólo el paraje, sino el hecho que el Señor no volvería más a Jerusalén. Porque su plan era quedarse allí definitivamente, y ésa es la razón por que hace mención de tiendas. Si esto lográramos—parece decirse Pedro—, ya no subiremos más a Jerusalén; y si allí no subimos, el Maestro no morirá, pues allí dijo Él que habían de acometerle escribas y fariseos. Claro que Pedro no se atrevió a decirlo en estos términos, pero esto es lo que él intentaba conseguir cuando, curándose en salud, decía: Bueno es que nos quedemos aquí, donde tenemos con nosotros a Moisés y Elías—Elías, el que hizo bajar fuego sobre el monte, y Moisés, que entró en la oscuridad para hablar con Dios—. Y no habrá nadie que sepa ni dónde estamos.
EL ARDIENTE AMOR DE PEDRO A SU MAESTRO
3. ¡He ahí el ardiente amador de Cristo! Porque no hay que buscar tanto la oportunidad del consejo que Pedro daba a su Maestro cuanto lo ardiente de su amor. Y que no hablaba así porque temiera por sí mismo, pruébalo la respuesta que le dio a Cristo cuando éste anunció su propia muerte y sufrimientos: Yo daré mi vida por ti. Aun cuando fuere preciso morir contigo, yo no te he de negar . Y mirad cómo, puesto en medio de los peligros, se desentendió también de sí mismo. Pues fue así que, no obstante rodearle toda aquella chusma, no sólo no huyó, sino que, desenvainando su puñal, cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Así es que no miraba por sí mismo, sino que todo su temor era por su Maestro. Luego, como había hablado muy afirmativamente, vuelve sobre sí y, considerando no fuera nuevamente reprendido, dice: Si quieres, hagamos aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. ¿Qué dices, oh Pedro? ¿No separabas hace bien poco al Maestro de sus esclavos? ¿Cómo es que ahora le cuentas otra vez entre ellos? ¡Ya veis cuán imperfectos eran los apóstoles antes de la cruz! A Pedro le había hecho el Padre una revelación, pero Pedro no la recuerda continuamente, sino que se deja perturbar por la angustia, y no sólo por la que he dicho, sino por la misma que les producía aquella visión. Por lo menos los otros evangelistas, queriéndonos dar a entender esto, a par que la confusión de la mente con que Pedro había hablado y cómo todo procedía de aquella angustia, dicen: Marcos, que Pedro no sabía lo que se decía, pues habían quedado aterrados ; y Lucas, a las palabras de Pedro: Hagamos aquí tres tiendas, les pone esta apostilla: Sin saber lo que se decía . Luego, declarándonos cómo estaban poseídos de miedo, tanto Pedro como sus compañeros Santiago y Juan, prosigue el mismo Lucas: Estaban rendidos de sueño y, despertándose, vieron la gloria de Él; llamando sueño a la misma extraordinaria pesadez de cabeza que les producía la visión misma. Porque así como los ojos quedan cegados por el exceso de resplandor, algo así les pasó entonces a los apóstoles. Porque no era de noche, sino de día, y fue el exceso de resplandor lo que agravó la debilidad de sus ojos.
LA VOZ DEL PADRE.
¿Qué pasa, pues, entonces? El Señor no habla nada, como tampoco Moisés ni Elías. Mas el Padre, que es mayor que todos y está por encima de todos, el Padre es el que emite una voz desde la nube. ¿Por qué desde la nube? Porque de este modo suele aparecerse siempre Dios: Nube y obscuridad en torno suyo ; y otra vez: El que hace de las nubes trono suyo ; y otra: El Señor se sienta sobre ligera nube . Y: Una nube lo escondió de los ojos de ellos . Y: Como un hijo de hombre que viene sobre las nubes . Así, pues, a fin de que creyeran que la voz venía de Dios, salió también entonces de la nube, y la nube era luminosa: Porque, cuando Pedro estaba aún hablando, una nube luminosa los cubrió con su sombra; y he aquí una voz que salía de la nube diciendo: Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido. Escuchadle. Cuando Dios viene para amenazar, hace aparecer una nube obscura, como en el Sinaí. Porque entró—dice la Escritura—Moisés en la nube y en la oscuridad, y el humo se levantaba como vapor . Y el profeta, hablando de la amenaza de Dios, dice: Agua tenebrosa en las nubes del aire . Mas aquí, que no quería Dios espantar, sino enseñar, la nube es luminosa. Pedro había dicho: Hagamos tres tiendas, más el Padre muestra una tienda que no había sido hecha por mano de hombre. Por eso, allí, humo y vapor de horno; aquí, luz inefable y voz. Luego, para hacer ver que no hablaba de ninguno de los otros dos, sino solamente de Cristo, apenas se oyó la voz, desaparecieron Moisés y Elías. Si de uno de ellos se hubiera dicho la voz, no hubiera quedado Cristo solo, por haberse apartado los otros dos. ¿Por qué, pues, no cubrió la nube a Cristo solo, sino que los cobijó a todos? —Porque si sólo a Cristo hubiera cubierto, pudiera pensarse haber sido Él mismo el que emitió la voz. De ahí que el mismo evangelista, queriendo dejar este punto bien asegurado, dice que la voz salió de la nube, es decir, de Dios. —¿Y qué dijo aquella voz? Éste es mi Hijo amado. Si, pues, amado, no tienes, Pedro, por qué temer. Ya era tiempo de que conocieras su poder y tuvieras plena certeza de la resurrección; pero, puesto que aún la desconoces que la voz por lo menos del Padre te infunda confianza. Porque si el Padre es poderoso, como efectivamente lo es, es evidente que el Hijo lo es igualmente. No temas, pues, los sufrimientos. Más si todavía no aceptas esto, reflexiona por lo menos que es Hijo y que es amado. Porque: Éste es—dice—mi Hijo amado. Ahora bien, si es amado, no temas, puesto que nadie traiciona a aquel a quien ama. No te turbes, por ende. Porque por mucho que tú le ames, no le amas tanto como su Padre. En quien me he complacido. Porque no le ama sólo por haberle engendrado, sino también porque es en todo igual a Él y no tiene otro sentir que Él. De suerte que doble, o, por mejor decir, triple, es el motivo de su amor: por Hijo, por amado y por tener en Él sus complacencias, Y ¿qué quiere decir: En quien me he complacido? Es como si dijera: “En quien tengo mi descanso, en quién hallo mis delicias”. Y eso porque en todo y con toda perfección era igual a Él, porque sólo había en Él una voluntad con la del Padre, porque, aun siguiendo Hijo, era en todo una sola cosa con el que le había engendrado. Escuchadle. De suerte que aun cuando Él quiera ser crucificado, no te opongas tú a ello. Y oyendo que oyeron la voz, cayeron sobre su rostro y quedaron por extremo espantados, y, acercándose a ellos Jesús, les tocó y les dijo: Levantaos y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
POR QUÉ TEMEN LOS APÓSTOLES EN EL MONTE
4. ¿Cómo es que al oír la voz quedaron de ese modo aterrados? Realmente, antes de ahora se había oído una voz semejante sobre el Jordán, y allí había una muchedumbre de gente y a nadie le pasó nada semejante. Y otra vez, después de ahora, cuando decían haberse oído un trueno , y tampoco entonces le pasó nada a nadie. ¿Cómo es, pues, que en el monte cayeron por tierra? Es que la soledad, la altura, el silencio grande, la transfiguración del Señor, llena de tanto estremecimiento; aquella luz purísima, aquella nube que los cubría, todo hubo de ser parte a infundirles un grande terror. De todas partes se sentían sobrecogidos, y cayeron al suelo a par aterrados y en adoración. Sin embargo, para que el terror, de prolongarse mucho, no les quitara la memoria de lo acontecido, el Señor les disipó inmediatamente toda su angustia, y se les muestra Él solo y les manda que a nadie dijeran nada de lo que habían visto, hasta tanto que Él resucitara de entre los muertos. Porque: Bajando que iban—dice el evangelista—del monte, les mandó que a nadie hablaran de la visión hasta que Él resucitara de entre los muertos. Y es que cuanto mayores cosas se decían de Él entonces, más difícilmente las aceptaba entonces el vulgo, y con ello no se lograba sino acrecer el escándalo de la cruz. De ahí que les mande callar, y no sin motivo, pues nuevamente les recuerda la pasión, con lo que veladamente les da a entender la causa por que les mandaba callar. Porque, ciertamente, no les mandó que callaran siempre, sino hasta que Él resucitara de entre los muertos. Y notemos cómo callando lo difícil, sólo hace mención de lo agradable. —¿Pues qué? ¿Es que después de esto no había la gente de escandalizarse? —De ninguna manera. El problema era el tiempo anterior a la cruz. Después vendría la gracia del Espíritu Santo, la fuerza de los milagros corroboraría las palabras de la predicación y todo cuanto dijeran sería fácilmente aceptado, pues los hechos mismos pregonarían el poder del Señor con voz más clara que la de una trompeta, y no habría ya un escándalo como el de la cruz que se interpusiera entre ellos. Bienaventurados, pues, los apóstoles, y señaladamente aquellos tres que merecieron, cubiertos por la nube, estar bajo el mismo techo del Señor.
LA VENIDA GLORIOSA DEL SEÑOR
Mas, si queremos, también nosotros veremos a Cristo; no como lo vieron entonces los tres apóstoles sobre el monte, sino mucho más resplandeciente todavía. No vendrá luego así. Porque entonces, por miramiento a sus discípulos, el Señor no les descubrió más resplandor de su gloria que el que ellos podían soportar; mas, en el último día, vendrá en la gloria misma del Padre, no solo en compañía de Moisés y Elías, sino escoltado de todo el ejército incontable de los ángeles, con los arcángeles y serafines y con las muchedumbres infinitas de los cielos. Entonces no se cernerá una nube sobre su cabeza, sino el cielo entero sobre ella contraído. Como a los jueces, cuando públicamente dictan sentencia, les descorren sus asistentes las cortinas y quedan a la vista de todos, así entonces, todos los hombres verán al Señor sentado en su trono y todo el género humano se presentará ante Él y Él pronunciará por sí mismo sobre cada uno la sentencia. A unos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer . A otros: Enhorabuena, siervo bueno y fiel; porque fuiste fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho . Más con sentencia contraria, a unos los condenará diciendo: Id al fuego, que está aparejado para Satanás y sus ángeles . Y a otros: Siervo malo y perezoso . Y a unos los partirá por medio y los entregará a los verdugos, y a otros, atados de pies y manos, los mandará arrojar en las tinieblas exteriores. Y al hacha sucederá el horno, y allí será arrojado cuanto se tiró de lo recogido por la red. Entonces los justos brillarán como el sol . O, por mejor decir, más que el mismo sol. Si así lo dijo el Señor, no es porque la luz de los santos haya de ser sólo como la del sol, no. Es que como no hay astro para nosotros más brillante que el sol, quiso el Señor representar por un ejemplo conocido el resplandor de los santos. En el monte mismo, si el evangelista dijo que brilló como el sol, por esta misma causa lo dijo, pues que su resplandor fuera mayor que el que se toma por comparación, bien lo demostraron los discípulos con su caída. Si la luz no hubiera sido tan pura, sino a la medida de la del sol, no hubieran caído, sino que la hubieran fácilmente soportado. Los justos, pues, brillarán entonces como el sol y más que el sol; más los pecadores sufrirán los últimos tormentos. Entonces no habrá necesidad ni de documentos, ni de pruebas, ni de testigos, pues el juez mismo lo es todo: testigo, prueba y juez. Él lo sabe todo perfectamente. Porque todo está descubierto y desnudo ante sus ojos , Allí no habrá ni rico ni pobre, ni poderoso ni débil, ni sabio ni ignorante, ni esclavo ni libre. No. Todas esas caretas se harán entonces pedazos y sólo se examinarán las obras. Aun en nuestros mismos tribunales, cuando se acusa a alguien de tiranía o asesinato, sea el reo lo que sea, prefecto, cónsul o cualquier otra cosa, todas esas dignidades se deshacen en aire, y el que es convicto, sufre la última pena. Pues mucho más sucederá, así en aquel tribunal.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), Homilía 56, 1-4, BAC Madrid 1956, 176-91
Guión II Domingo de Cuaresma – Ciclo A
5 de Marzo 2023
Entrada:
En la Eucaristía dominical revivimos los misterios de nuestra salvación; por eso debemos empeñarnos en caminar por este itinerario cuaresmal con paso decidido hacia la Cruz para llegar a la victoria con Cristo.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Gen. 12, 1- 4a
La vocación de Abraham, padre del Pueblo de Dios, es una bendición para todos los pueblos de la tierra.
Salmo Responsorial: 32
Segunda Lectura: 2 Tim. 1, 8b- 10
Dios misericordioso, nos salvó y nos eligió por su propia iniciativa y por su gracia.
Evangelio: Mt. 17, 1- 9
Jesucristo revela su gloria de Hijo de Dios antes de padecer para fortalecer el ánimo de sus discípulos y confirmarlos luego en la fe.
Preces:
Hermanos, en este domingo en que la Iglesia nos hace pregustar en la transfiguración del Señor la Pascua eterna, roguemos al Padre con corazón filial.
A cada intención respondemos cantando:
* Por la Santa Iglesia esparcida por todo el orbe, para que muestre a todos los hombres de nuestro tiempo el mensaje de Cristo. Oremos.
* Por todos los miembros de la Iglesia Católica, para que sepan aprovechar convenientemente este tiempo de Cuaresma en el que Cristo llama a todos a la penitencia y la conversión. Oremos
* Por la paz entre las naciones, para que las diferencias raciales y culturales no sean motivo de división, y para que mediante el diálogo se lleve a cabo la unidad de la familia humana. Oremos.
* Por todos los cristianos que se preparan a celebrar la Pascua, para que comprendan que no se alcanza la felicidad y la paz de Cristo sin afrontar con valentía el combate y la mortificación interior de las propias pasiones. Oremos.
* Por todos los que sufren, para que uniendo sus padecimientos a los de Cristo sean partícipes de su gloria. Oremos.
Dios omnipotente y misericordioso escucha nuestras oraciones y haz que, contemplando sin cesar el rostro de tu Hijo, seamos configurados a su imagen. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio: Nos ofrecemos con Jesús, nuestro Salvador, mediante la penitencia, y llevamos al Altar:
* Nuestras oraciones presentes en este incienso, por aquellos que en esta Pascua recibirán el don del Bautismo.
* Pan y vino, junto con nuestro deseo de participar en el Sacrificio de la Cruz unidos a la única oblación agradable al Padre.
Comunión:
Amadísimo Redentor mío, aumenta el amor de mi corazón para recibirte en esta Eucaristía y así me abrase en deseos de unirme a Ti para la salvación de las almas.
Salida:
La Virgen Santísima tenía la mente y el corazón dirigidos permanentemente hacia el misterio de su Hijo. Que ella nos guíe para realizar un fructuoso itinerario cuaresmal.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
LA NIÑA DE LAS MANZANAS
Un grupo de vendedores fueron a una convención de ventas, todos habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche.
Sin embargo la convención terminó un poco tarde y llegaron retrasados al aeropuerto.
Entraron todos, con sus boletos y portafolios, corriendo por los pasillos. De repente, y sin quererlo uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas; las manzanas salieron volando por todas partes, sin detenerse, ni voltear para atrás los vendedores siguieron corriendo y apenas alcanzaron a subirse al avión, todos menos uno.
Este se detuvo, respiro hondo y experimento un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas.
Les dijo a sus amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde. Luego se regresó a la Terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el suelo.
Su sorpresa fue enorme, al darse cuenta de que la niña era ciega.
La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas, tanteando el piso, tratando en vano de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba vertiginosamente sin detenerse; sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió a la canasta y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban mallugadas. Las tomó y las puso en otro canasto, cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
“Toma por favor, estos cien pesos por el daño que hicimos, ¿Estás bien? Ella llorando asintió con la cabeza, él continuó diciéndole “Espero no haber arruinado tu día”. Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó: “Señor…..” él se detuvo y volteó a mirar sus ojos ciegos.
Ella continuó: “¿Es usted Jesús…?”
Él se paró en seco y dio varias vueltas antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándole y vibrando en su alma: “¿ES USTED JESÚS?”.
Y a ti ¿la gente te confunde con Jesús?….Porque ese es nuestro destino, ¿no es así? Parecernos tanto a Jesús, que la gente no pueda distinguir la diferencia. Parecernos tanto a Jesús, conforme vivamos en un mundo que está ciego a su amor, su vida y a su gracia.
Si decimos que conocemos a Jesús deberíamos vivir y actuar como lo haría Él. Vivir su palabra cada día.
Tú eres la niña de sus ojos, aun cuando hayas sido golpeado por las caídas. Él dejo todo y nos recogió a ti y a mí en el calvario; y pago por nuestra fruta dañada. ¡Empecemos a vivir como si valiéramos el precio que el pago! ¡Empecemos hoy!
Para vivir mejor tienes que saber que el pasado ya quedo atrás y el futuro… siempre será mañana… sólo tienes el hoy.