PRIMERA LECTURA
Ustedes se han desviado del camino
y han hecho tropezar a muchos con su doctrina
Lectura de la profecía de Malaquías 1, 1 4b-2, 2b. 8-10
Yo soy un gran Rey, dice el Señor de los ejércitos, y mi Nombre es temible entre las naciones.
¡Y ahora, para ustedes es esta advertencia, sacerdotes!
Si no escuchan
y no se deciden a dar gloria a mi Nombre, dice el Señor de los ejércitos,
Yo enviaré sobre ustedes la maldición. Ustedes se han desviado del camino,
han hecho tropezar a muchos con su doctrina, han pervertido la alianza con Leví, dice el Señor de los ejércitos.
Por eso Yo los he hecho despreciables y viles para todo el pueblo,
porque ustedes no siguen mis caminos y hacen acepción de personas
al aplicar la Ley.
¿No tenemos todos un solo Padre?
¿No nos ha creado un solo Dios?
¿Por qué nos traicionamos unos a otros, profanando así la alianza de nuestros padres?
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
R. Señor, guarda mi alma en la paz junto a ti.
Mi corazón no se ha enorgullecido, Señor, ni mis ojos se han vuelto altaneros.
No he pretendido grandes cosas
ni he tenido aspiraciones desmedidas. R.
Yo aplaco y modero mis deseos:
como un niño tranquilo en brazos de su madre,
así está mi alma dentro de mí.
Espere Israel en el Señor, desde ahora y para siempre. R.
SEGUNDA LECTURA
Deseábamos entregarles, no solamente el Evangelio de Dios,
sino también nuestra propia vida.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 1, 5b; 2, 7b-9. 13
Hermanos:
Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Fuimos tan condescendientes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.
Recuerden, hermanos, nuestro trabajo y nuestra fatiga cuando les predicamos la Buena Noticia de Dios, trabajábamos día y noche para no serles una carga.
Nosotros, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa en ustedes, los que creen.
Palabra de Dios.
ALELUIA Mt 23. 9b. 10b
Aleluia.
Ustedes no tienen sino un padre: el Padre celestial;
sólo tienen un doctor, que es el Mesías.
Aleluia.
EVANGELIO
No hacen lo que dicen
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor.
Severiano del Páramo
Discurso contra los escribas y fariseos
a) Hay que escucharles, pero no imitarles. 23,1-12
(= Mc 12,38-40; Lc 20,45-47)
Este discurso que Jesús dirige a la muchedumbre y a sus discípulos es una terrible diatriba contra los vicios de los escribas y fariseos. Los tres sinópticos atestiguan que en esta ocasión Jesucristo afeó los vicios de los jefes espirituales del pueblo; pero San Marcos y San Lucas lo hacen de una manera esquemática, mientras que San Mateo nos presenta en todo este capítulo un discurso de extraordinaria fuerza oratoria. Más aún, San Lucas pone en otro contexto (11,39-52; 13,34ss) y en otro orden algunas de las sentencias que se encuentran en este discurso según la reacción de San Mateo. Esto ha dado ocasión a que algunos autores creyesen que se trata de dos discursos distintos tenidos en diversas ocasiones, en los cuales Jesús expresó los mismos conceptos. Tal es la opinión de San Agustín1, a quien siguen, entre otros, Knabenbauer, Schenz, Lagrange, Buzy, etc. Maldonado y algunos otros piensan, por el contrario, que se trata de un solo discurso, que Jesús pronunció en la ocasión que anota San Lucas, pero que San Mateo trasladó a este lugar porque se acomodaba perfectamente a las circunstancias.
Si se tiene en cuenta en este capítulo de San Mateo la unidad de la composición y de conceptos, el movimiento oratorio y orden lógico con que se desarrolla todo el discurso, el contexto tanto anterior como el que sigue inmediatamente, parece más aceptable la opinión de los que suponen que, efectivamente, San Mateo nos frece el discurso pronunciado por Cristo en estas circunstancias. San Marcos y San Lucas le abrevian, y por lo que se refiere a los otros pasajes de San Lucas en que leemos iguales o parecidos conceptos, es muy creíble que, efectivamente, Cristo pronunciase en más de una ocasión las invectivas que aquí vemos en San Mateo.
2-3 Los sucesores de Moisés en el cargo de enseñar y regir espiritualmente al pueblo eran los escribas y fariseos. Sin duda que alude Cristo a los miembros del sanedrín, en el que reconocían todos la autoridad pública en materias religiosas. Se nombran concretamente los escribas porque su oficio era precisamente el estudio de la ley, su explicación e interpretación, y los fariseos, porque era la secta religioso-política más importante, a la que pertenecían generalidad de los escribas y la que mayor influjo ejercía en el pueblo. Cristo reconoce su autoridad y recomienda se les oiga y les obedezca cuando en las sinagogas leen y comentan la ley. En cuanto doctores del pueblo, que debían enseñar la doctrina recibida de Moisés y de los libros del Antiguo Testamento, tenían derecho a ser obedecidos. Otra cosa eran sus interpretaciones personales, que Cristo rechazó más de una vez, y, sobre todo, sus costumbres, que estaban con frecuencia en contradicción con lo que enseñaban. De ambas cosas mencionará en seguida ejemplos particulares.
4 Reprende, en primer lugar, su comportamiento duro y extremadamente riguroso de las normas morales que imponen al pueblo. Para ello se vale de una comparación expresiva. Como se ponen sobre los jumentos pesadas cargas atadas, así ellos imponían a la conciencia de los judíos interpretaciones rígidas de la ley e innumerables preceptos fundados únicamente en tradiciones humanas. A las numerosas prescripciones de la ley, ya de suyo pesadas, añadían otras muchas más pesadas aún, dificilísimas de cumplir. Lo más escandaloso era que, mientras se mostraban celosísimos en que los demás cumpliesen con toda exactitud y rigor semejantes prescripciones, ellos en su vida privada no se preocupaban absolutamente de ellas.
5-7 Otro vicio que fustiga es la soberbia y ostentación en todo su comportamiento externo, buscando el ser alabados. En primer lugar procuraban que sus filacterias y las borlas de sus mantos se distinguiesen de las que llevaban los demás. Las filacterias eran unos trozos de pergamino en los que escribían algunas palabras de la Escritura; las introducían después en una cajita, que se ataba en la frente o en el brazo izquierdo. De este modo material creían cumplir el precepto del Ex 13,9-16; Dt c.6-8; 11,18. Las llevaban principalmente cuando oraban. Flecos, o borlas que llevaban en las puntas inferiores de los mantos, según la prescripción de Núm 15,38. El mismo Cristo los llevaba, 9,20; 14,36; pero los fariseos exageraban sus dimensiones por ostentación.
Otra manifestación de su vanidad y soberbia es la presteza con que ocupan los primeros puestos en los banquetes y en las sinagogas, teniéndose por las personas más dignas y distinguidas. Buscan también ser saludados en las plazas y sitios públicos con aquellos saludos ceremoniosos y solemnes que usaban los orientales, inclinándose profundamente hacia la persona saludada y haciendo un amplio ademán con la mano derecha de querer acercarla a su corazón y a su boca. Se complacen también en que la gente les llame maestros. La palabra arameo rabbi significa «maestro mío». Era un título de uso reciente, que se daba a los doctores judíos. Así llamaban a Cristo sus discípulos (26,25.49).
8-12 Estos versículos son como un paréntesis en el discurso, Jesús se dirige ahora a sus discípulos, a quienes exhorta a huir de la vanidad y soberbia y a comportarse de un modo enteramente opuesto al de los escribas y fariseos, con humildad, modestia y sencillez. En los consejos concretos que siguen, más que a las palabras, hay que atender a la intención de Cristo, que era alejar a sus discípulos del apetito de honores y glorias mundanas, que los escribas y fariseos mostraban en los títulos honoríficos que se hacían dar. El Señor no prohíbe en su Iglesia estos títulos honoríficos,
prácticamente necesarios en una sociedad jerárquica; lo que condena es el espíritu de ambición y de orgullo que semejantes títulos pueden fomentar y el desearlos y buscarlos para ser estimados de los hombres.
Los títulos de maestro, padre, director o guía espiritual con que gustaban ser llamados los fariseos no deben ser buscados, como ellos lo hacían, por sí mismos, como prescindiendo de Dios rebajando la dignidad de los demás cristianos. Cristo, fuente de toda verdad, es el único maestro; los demás lo son únicamente por participación; Dios, que está en los cielos, es el padre de todos, y los que en su Iglesia tienen como oficio administrar la vida sobrenatural a las almas, lo son por participación. Otro tanto se diga de los doctores. Jesús, camino, verdad y vida, es el único doctor y guía de los cristianos; los demás lo son por participación. En una palabra: todos somos hermanos, hijos de un mismo padre, discípulos del mismo maestro, súbditos de un mismo jefe. El término kaziguetaí del v.10 es distinto del que usa el evangelista en el v.8: raggí. Como allí se expresa la noción de guía intelectual, parece que aquí se indica la de director moral, espiritual o religioso, oficio que tomaban muy a gusto los fariseos. Por lo demás, que la intención de Cristo no fue prohibir en absoluto el uso de semejantes títulos en su Iglesia, se comprueba por el ejemplo de San Pablo, que no duda llamarse padre de los corintios (1 Cor 4,15), doctor maestro de los gentiles (1 Tim 2,7; 2 Tim 1,11). Lo mismo digamos de los primeros sumos pontífices y obispos.
(DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 240-43)
1 De cons. Ev. II 75.144: ML 34. 1147s.
Solé Roma
El fariseísmo es un peligro constante
(Mt.23, 1-12)
Es una durísima diatriba contra los vicios de los dirigentes espirituales de Israel:
Dado que el espíritu del Evangelio, el espíritu de las Bienaventuranzas, supone una victoria sobre todos los instintos y pasiones, corremos siempre el peligro de deformar aquel espíritu con sutiles adaptaciones. El fariseísmo es un peligro constante. Asido como un parásito a toda persona y a todo grupo de personas con afán de santidad, se nutre con su jugo.
Cristo denuncia y desenmascara de entre los vicios farisaicos los siguientes: La incongruencia o divorcio entre lo que enseñan y lo que practican (3), la dureza y egoísmo (4), la vanidad y exhibición en la práctica de la virtud (5), la ambición de honores (6). Las «filacterias» eran unas tiras de cuero en las que, tomando a la letra Ex 13, 9-16, escribían pasajes de la Ley y los llevaban sobre la frente o sobre el brazo. Las de los Fariseos eran más solemnes y llamativas (5). En todo buscan más la apariencia que la autenticidad, el honor que el servicio.
Los dirigentes de la Iglesia podrían caer en los vicios farisaicos. A ellos mira el Evangelista. Un afán de títulos (Abba, Maestro, Guía), una competición de primacías, dañaría a la Iglesia.
Las consignas que Jesús propone a sus seguidores son ajenas y aun contrarias a todo fariseísmo. En la escuela de Jesús se exige y se valorizan: en las relaciones con Dios, la verdad, la autenticidad y la humildad; en las relaciones con el prójimo, la sencillez, el servicio, la abnegación. El mayor debe ser el servidor de todos (11). La autoridad en la Iglesia es un servicio y no un honor. Todo auténtico seguidor de Cristo debe hacerse servidor de todos hasta la inmolación total. La Eucaristía es amor de Cristo y es inmolación de Cristo. Vivimos la Eucaristía si fructificamos amor, servicio, inmolación.
Nota de Homilética
En la Segunda Lectura de este Domingo (1Tes.2,7-9.13), San Pablo nos presenta la figura del verdadero pastor, que juntamente con ser pastor es padre. Es la figura del anti-fariseo. Por eso presentamos aquí la exégesis que Solé Roma hace de esta lectura.
Pablo ejerce el apostolado como un servicio
(1Tes.2,7-9.13)
Pablo abre su corazón a sus neófitos de Tesalónica. De él conocemos más al gran teólogo que al tierno y exquisito padre. No desperdiciemos esta hermosa página autobiográfica:
— Podía, dice, presentarme ante vosotros con autoridad. Elegido por el Señor Jesús al apostolado tenía los derechos y poderes de los Doce. Pablo ejerce el apostolado como un servicio, con entrega y bondad de corazón, al estilo del Maestro. Los neófitos son para él hijos. Los ama y los cuida con amor maternal: «Como la nodriza que calienta en su regazo a sus hijos» (7).
— Y no es puro amor de palabras y sentimientos. Para no ser gravoso a sus neófitos se ha impuesto ganarse el sustento con el trabajo de sus manos. Y está dispuesto a dar por ellos la propia vida (9-10). Comentará el Santo de Ávila exhortando a los sacerdotes, padres espirituales de las almas: “No tanto han de ser hijos de voz cuanto hijos de lágrimas. Y muy necesario es que quien a este oficio se ciñe que tenga este amor; porque así como los trabajos de criar los hijos no se podrían llevar como se deben llevar sino de corazón de padre o madre, así tampoco los sinsabores, peligros y cargas de esta crianza no se podrían llevar si este espíritu faltase”. Y al padre Granada le escribe: «A peso de gemidos y ofrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres».
— A padre tan digno cumplen hijos igualmente nobles. Pablo está orgulloso de ellos. Alaba en ellos dos virtudes o actitudes con que los Tesalonicenses han correspondido a los desvelos de su Apóstol: Primeramente han recibido de labios de Pablo la Palabra de su predicación no cual palabra humana, sino tal cual verdaderamente es, como Palabra divina (13 a). Se han mostrado dóciles y abiertos a la fe, sencillos y humildes. En segundo lugar, no se han contentado con oír. Han llevado a la práctica las enseñanzas de la fe. La de los Tesalonicenses se ha traducido en una vida auténticamente cristiana. Ojalá quienes oyen hoy el mensaje del Evangelio presentaran su corazón dócil al Espíritu Santo y lo hicieran fructificar inmediatamente en frutos de santidad. Un larvado racionalismo nos cierra a la Palabra de Dios. Y el desmedido apego a nuestras categorías mentales y a nuestro comodismo la impide fructificar, la esteriliza.
(SOLÉ ROMA, Ministros de la Palabra, ciclo A, Herder Barcelona 1979, pág. 28-71)
P. Leonardo Castellani
Cristo y los fariseos
Cosas que conocen todos
Pero que nadie cantó
(Martín Fierro)
Toda la biografía de Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: “Fue el Mesías y luchó contra los Fariseos” —o quizá más brevemente todavía: “Luchó contra los Fariseos.”
Ése fue el trabajo que personalmente se asignó Cristo: su campaña.
Todas las biografías de Cristo que conocemos construyen su vida sobre otra fórmula: “Fue el Hijo de Dios, predicó el Reino de Dios y confirmó su prédica con milagros y, profecías…” Sí; pero ¿y su muerte? Esta fórmula amputa su muerte, que fue el acto más importante de su vida.
Son biografías más apologéticas que biográficas; Luis Veuíllot, Grandmaison, Ricciotti, Lebreton, Papini, Mauriac…
El drama de Cristo queda así escamoteado. La vida de Cristo no fue un idilio ni una elegía sino un drama: no hay drama sin antagonista. El antagonista de Cristo, en apariencia vencedor, fue el fariseísmo.
Sin el fariseísmo toda la historia de Cristo hubiera cambiado; y también la del mundo entero. Su Iglesia no hubiese sido como es ahora y el universo hubiese seguido otro derrotero, enteramente inimaginable para nosotros, con Israel cabeza del pueblo de Dios y no deicida y disperso.
Sin el fariseísmo, Cristo no hubiera muerto en la cruz; pero sin el fariseísmo la Humanidad caída no fuera esta Humanidad, ni la religión religión. El fariseísmo es el gusano de la religión; y después de la caída del Primer Hombre es un gusano ineludible, pues no hay en esta mortal vida fruta sin su gusano ni institución sin su corrupción específica.
Es la soberbia religiosa: es la corrupción más sutil y peligrosa de la verdad más grande: la verdad de que los valores religiosos son los primeros. Pero en el momento en que nos los adjudicamos, los perdemos; en el momento en que hacemos nuestro lo que es de Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto religioso, cuando se toma conciencia de él, se vuelve mueca. Los grandes gestos de los santos no son autoconscientes, es decir, son auténticos, es decir, son divinos: “padecen a Dios” y obran en cierto modo como divinos autómatas, como obran los enamorados; sin “autosentirse”; como dicen ahora.
Entiéndanme: no les niego la libertad ni la conciencia ni la reflexión; establezco simplemente “la primacía del objeto”, que en lo religioso “es un objeto trascendente”; —la primacía sobre la práctica de la contemplación, sobre la voluntad del intelecto —o como dirían ahora, de la Imagen.
El fariseo es el hombre de la práctica y de la voluntad, es decir, el Gran Casuista y el Gran Observante.
Se han hecho innúmeros retratos “externos” del Fariseo. El mejor está en los Evangelios. Allí el fariseo no solamente es descrito por Cristo sino que actúa y se mueve contra Cristo. La acción subterránea que desemboca en el crimen Máximo irrumpe en tacurúes durante su camino, como las bocas de un hormiguero, como los cráteres de un forúnculo, dejando señalada su dirección psicológica, aunque sin patentizarse en sí misma, porque el alma del fariseo es tenebrosa. Un fariseo no puede escribir su autorretrato.
No se ha escrito ni se puede escribir. El pobre Tartufo de Moliére, es un infeliz, un estúpido, un bribón vulgar y silvestre que lleva un transparente antifaz de devoto. Pero el fariseo verdadero no lleva antifaz; es todo él un antifaz. Su natura se ha vuelto máscara, miente con toda naturalidad pues ha comenzado por mentirse a sí mismo. Lo que él simula, que es la santidad; y lo que él es, el egoísmo, se han amalgamado; se han fundido y se han hecho un espantoso veneno que de suyo no tiene antídoto alguno. Glicerina más ácido nítrico igual dinamita.
El destino de Jesús de Nazareth era chocar con el fariseísmo; y una vez producido el choque la lucha hasta la muerte sigue inevitable. Este drama tiene el determinismo riguroso de todo buen drama. El sino del que se dio como misión: “las ovejas que perecieron de la casa de Israel” era topar con la causa del perecimiento de Israel, a saber, con los falsos pastores, con los lobos vestidos de pastores, los de la zamarra de piel de oveja.
La humanidad no ha presenciado otro conflicto más agudo, peligroso y trágico: la religión viva ha de vivir dentro de la religión desecada sin desecarse ni dejar de ser lo que es, como un golpe de savia que debe moverse a través de un tronco vuelto corteza. Éste fue el difícil y delicado trabajo de Cristo.
La cátedra de Moisés sigue siendo la cátedra de Moisés. Hay que hacer lo que dicen los sentados en ella sin hacer lo que hacen; y decir una cantidad de cosas que ellos callan, y que deben decirse, y que los harán saltar como víboras: “dar testimonio de la verdad.” Eso hay que hacerlo; y no omitir lo otro.
Este trabajo espinoso desgarra y hace visible por dentro el corazón de Cristo. ¿Cómo podemos ser devotos del Corazón de Jesús sin conocerlo? ¿Y cómo conocerlo sin entrar en él? Hoy día hay gentes que hacen fiestas al Corazón de Jesús y no tienen corazón.
Así pues, el hilo conductor que une todos los actos de Cristo, define su carácter y descubre su corazón es su tremendo enfrentarse con los pervertidores de la religión. El conflicto religioso estalla en el momento en que Cristo hace su primer acto de público predicante y profeta en Caná de Galilea. “¿Qué es esto?” —dicen los aprovechadores de la religión. “¿Qué hace Éste?” Ya habían sido alertados por la predicación vociferante de Juan el Bautista. ÉSTE acababa de ser autorizado y proclamado por AQUÉL.
Es sintomático que el rudo penitente de Makerón haya recibido la muerte de un sensual, más Cristo haya sido llevado a ella por puritanos. Es cien veces peor el fariseísmo que los demás vicios, como notó el mismo Cristo. El fariseísmo es un vicio espiritual, es decir diabólico, pues las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la carne. Ésta es un compendio de todos los vicios espirituales, avaricia, ambición, vanagloria, orgullo, obcecación, dureza de corazón, crueldad, que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente las tres virtudes teologales, constituyendo así el “pecado contra el Espíritu Santo”. “Vosotros sois hijos del diablo y el diablo es vuestro padre.”
Las desviaciones de la carne son corrupciones; pero las desviaciones del espíritu son perversión. El Gran Incesto es copular consigo mismo, hacerse Dios. Eso es lo que hizo el Diablo en el principio, el Gran Homicida.
Pecado contra el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque el Espíritu es el Amor que une el Padre y el Hijo, el Amor que saca al hombre de sí mismo y lo lleva a Dios. Así éste es el pecado que no tiene cura posible, porque el que tiene el amor tuerce sus acciones todas y tuerce aquello que destuerce todo lo torcido. Desvirtúa “il Primo Amore”, como lo llama el Dante.
Al verse a sí mismo divino todas las acciones del fariseo quedan para él divinizadas. No hay punta tan aguda que pueda penetrar esa cota de malla, esas escamas más apretadas que las de Behemot; ni la misma Palabra de Dios, que es espada de dos filos. ¡La Palabra de Dios justamente ha sido laminada para esta coraza! ¡Los fariseos de Cristo la llevaban encima, en fimbrias, vinchas, orlas, estolas y filacterias!
“Los calzados —decía San Juan de Yepes de los de su tiempo— están tocados del vicio de la ambición, y así todo lo que hacen lo coloran y tiñen de bien; de manera que son incorregibles…” La ambición en los religiosos, que se les vuelve a veces una pasión más fuerte que la lujuria en los seglares, es una de las partes más finas del fariseísmo: “Amar los primeros puestos… amar el vano honor que dan los hombres”.
Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad solapada, cautelosa, lenta, prudente y subterránea, “el dar la muerte creyendo hacer obsequio a Dios.” El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios.
Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que si él no la mata, ella lo matará.
Desde ese momento, el que lleva en sí la religiosidad interna sabe que todo cuanto haga será malo, todos sus actos serán criminosos. La Escritura en sus labios será blasfemia, la verdad será sacrilegio, los milagros serán obras de magia ¡y guay de él si en un momento de justa indignación recurre virilmente a la violencia, aunque no haga más daño que unos zurriagazos y derribo de mesas! Su muerte está decretada.
Y todo este drama se desenvuelve en el silencio, en la oscuridad, por medio de tapujos y complicadas combinaciones. La, muerte ilegal, cruel e inicua de un hombre se resuelve en reuniones donde se invoca a la Ley con los textos en la mano, en graves cónclaves religiosos, diálogos, frases donde casi no habla más que la Sagrada Escritura y se usan las palabras más sacras que existen sobre la tierra. —”En verdad os digo que si un muerto resucitado viniese a deponer, no lo creeríais.”
Y todos los medios son buenos con tal que sean sigilosos: la calumnia, el soborno, el dolo, la tergiversación, el falso testimonio, la amenaza. Caifás mató a Cristo con un resumen de la profecía de Isaías y con el dogma de la Redención. “¿Acaso no es conveniente que por la salud de todo un pueblo muera un hombre?”
El drama de Cristo fue éste. Así murió el Salvador. Toda su mansedumbre, toda su dulzura, toda su docilidad, sus beneficios, su prudencia, su elocuencia, sus ruegos, sus lágrimas, sus escapadas, sus avisos, sus imprecaciones, sus amenazas proféticas, su talento artístico, su sangre, su muda imploración de Eccehomo habían de estrellarse contra el corazón del fariseo más duro que las piedras; de las cuales es posible hacer hijos de Abraham más fácilmente que de quienes se creen salvados por el hecho de llevar sangre de Abraham.
Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que existe sobre la tierra. No habría Comunismo en el mundo si no hubiese fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: “Oportet haéreses esse…”
Y al final será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el descenso en persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente innúmeras vidas de hombre.
“Decía don Benjamín Benavídez que el fariseísmo, tal cοmο está escrito en los Evangelios, tiene como siete grados: 1. La religión se vuelve exterior y ostentatoria; 2. La religión se vuelve rutina y oficio; 3. La religión se vuelve negocio o “granjería”; 4. La religión se vuelve poder o influencia, medio de dominar al prójimo; 5. Aversión a los que son auténticamente religiosos; 6. Persecución a los que son religiosos de veras; 7. Sacrilegio y homicidio.
“De modo que en suma, el fariseísmo abarca desde la simple exterioridad (añadir a los 613 preceptos de la Ley de Moisés como 6.000 preceptos más y olvidarse de lo interior, de la misericordia y la justicia) hasta la crueldad (es necesario que Este muera, porque está haciendo muchos prodigios y la gente lo sigue; y que muera del modo más ignominioso y atroz, condenado por la justicia romana), pasando por todos los escalones del fanatismo y la hipocresía. Este es el pecado contra el Espíritu Santo, el cual de suyo no tiene remedio. Aquel que no vea la extrema maldad del fariseísmo -que realmente es fácil de ver-, que considere solamente esto: la religión suprimiendo la misericordia y la justicia. ¿Puede darse algo más monstruoso?” (LC)
(CASTELLANI, Cristo y los Fariseos, Jauja Mendoza 1999, pág. 11-17.)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Dicen y no hacen
(Mt 23, 1-12)
Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
Que contrapuesto este verso de Cristo sobre el obrar de los fariseos respecto a lo que dice San Pablo de sí mismo: “os ruego, pues, que seáis mis imitadores”1.
He aquí la diferencia entre el buen pastor y el mal pastor.
“Dicen y no hacen”. Es el mayor escándalo que produce la Iglesia en el mundo y es el escándalo que manipula Satanás para alejar a los hombres de Cristo.
Hay distinción entre dicen y no hacen y dicen y hacen lo contrario. La primera es omisión, lo segundo es antitestimonio. La omisión es más propia de los mercenarios que sólo buscan el propio interés; la segunda es más propia del mal pastor que es lobo disfrazado de oveja.
Nuestra vida debe ser un continuo acercamiento a la vida de Cristo. Él es la Verdad2 y ha venido a dar testimonio de la verdad y el que es de la verdad lo escucha3.
La distinción entre el buen pastor y el mal pastor está en la aceptación de la verdad.
El buen pastor acepta la verdad de su existencia y su existencia es reconocida por él como una asimilación a Jesús en dependencia absoluta del Padre.
El fariseo o el que dice y no hace o hace lo contrario vive en la mentira de su propia voluntad, de su verdad subjetiva en la que su vida no es una respuesta positiva a la misión encomendada por Dios sino a la misión que se ha fabricado según su propio capricho. La hipocresía es hija de la soberbia.
Pero esta palabra nos llama a todos a la madurez en nuestra vida porque cuántas veces decimos y no hacemos o decimos y hacemos lo contrario.
Jesús, sin embargo, no desacredita la autoridad de los fariseos porque pide que se oiga su doctrina. Lo que no quiere es que imiten su obrar doble, hipócrita.
Esta respuesta debemos dar a los hombres también cuando critiquen y se justifiquen en los malos ejemplos de los hombres de Iglesia. Hagan lo que dicen pero no obren como ellos. Escuchen su doctrina pero no los imiten en sus malas obras.
Por otra parte, hay que saber discernir lo que enseñan porque hoy también hay gran número de pseudoprofetas y pseudomaestros que no enseñan la verdadera doctrina de Cristo. De estos hay que decir no los oigan ni los imiten.
Hay de todo en el mundo y también en la Viña del Señor. Nosotros estamos metidos en medio y debemos tener cuidado. Debemos tomar por modelo a Jesús, la Verdad y vivir nuestra verdad la de hijos de Dios en simplicidad de vida, en verdad.
Jesús critica la exterioridad en los fariseos. La exterioridad huera, sólo máscara. Porque uno puede manifestar y debe manifestar su religiosidad interior al exterior para edificación de los demás con recta intención. Pero, la enseñanza de Jesús va dirigida al interior, a la humildad, que es la verdad de nuestra existencia y que se manifiesta en el servicio.
El humilde servidor de Jesús, ese es grande a los ojos de Dios. El que así obra imita a Jesús que se hizo siervo para morir por nuestros pecados.
De Jesús decía la gente: “habla como quien tiene autoridad” porque su obrar era conforme a su hablar y no como los fariseos.
Nosotros muchas veces hablamos y obramos bien delante de la gente pero nuestra conciencia es la que nos dice quiénes somos. ¿No tendremos que hacer un ajuste en nuestra manera de obrar de la cual es testigo permanente Jesús?
La simplicidad de vida consiste en la unificación del hombre en lo exterior y en lo interior. Que no exista ningún doblez, que el hombre sea un culto espiritual en honor del Padre imitando a Jesús.
Dice el Salmista: “Pero al impío Dios le dice: ¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas con él, alternas con adúlteros: sueltas tu boca al mal, y tu lengua trama engaño. Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te acuso y lo expongo ante tus ojos. ¡Entended esto bien los que olvidáis a Dios, no sea que yo arrebate y no haya quien libre! El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios”4.
* * *
El fariseísmo en la Iglesia produce escándalos a mucha gente. Habría que recordarle a la gente lo de Cristo: “Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen”5 pero para eso hay que salvar una paradoja: que la Iglesia santa es pecadora y que los pecados en la Iglesia desdicen de su santidad. Es una verdad de fe y por tanto cierta que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y Él la santifica. Pero, también es una verdad que hay pecados en la Iglesia y que la gente los ve o es víctima de ellos.
La solución a la paradoja es la fe, la fe verdadera “creo Señor, pero aumenta mi fe”. Fe en la Iglesia como instrumento de salvación, como la continuadora de la obra de Cristo, como otro Cristo en la tierra.
La Iglesia es santa por ser la Esposa santificada por Cristo pero es pecadora porque es una sociedad visible formada por hombres y todo hombre es pecador.
El fariseísmo tiene distintos grados, pero una vez asumido conscientemente es incurable, es un pecado contra el Espíritu Santo6 y por lo tanto imperdonable.
El fariseísmo es un pecado contra la fe7. La fe se fue haciendo externa y termina por ser homicida de la fe verdadera. Cumplimiento externo de la fe pero vaciamiento de la vida religiosa llevada conscientemente en una esquizofrenia espiritual asumida. Pecado contra la verdad, simulación. Apariencia de santidad pero interioridad demoníaca.
Si el fariseísmo es incurable. ¿Qué hacer? Imitar a Cristo. Denunciar el fariseísmo y disponerse a vivir santamente. La santidad que es religión auténtica, verdadera, es el mejor combate que se puede hacer al fariseísmo pero hay que estar dispuesto a ser su víctima como lo fue Cristo.
Si el fariseísmo es pecado contra la verdad por la simulación y el doblez, hay que oponerse con la simplicidad de vida.
Si el fariseísmo es pecado contra la fe hay que oponerse viviendo una vida de auténtica fe. No una fe sensiblera porque esta conduce al fariseísmo sino una fe que supere la contradicción farisaica en el total abandono en Cristo, lo cual, por cierto es cruz para la inteligencia.
Si el fariseísmo es pecado contra el amor hay que combatirlo con la entrega de la propia vida por amor, como lo hizo Cristo.
Si el fariseísmo es pecado contra la cruz hay que combatirlo con una vida crucificada con Cristo.
Fe, amor, cruz… son verdaderas manifestaciones del hombre religioso que vive sólo para Dios.
El fariseísmo por ser la corrupción de la religión produce la disgregación, la separación dentro del cuerpo místico y de toda sociedad. Disgrega porque es división del hombre en su espíritu.
La contemplación es unificación del espíritu y de todo el ser en Dios. La contemplación es la unificadora de toda sociedad y en especial de la Iglesia.
Las cosas sirven para el cuerpo del hombre, el cuerpo es instrumento del alma y todo el hombre es para servir a Dios, para contemplar la verdad cumbre de la vida del hombre.
1 1 Co 4, 16
2 Jn 14, 6
3 Cf. Jn 18, 37
4 Sal 49, 16-23
5 Mt 23, 3
6 Cf. Mt 12, 31-33
7 Pecado contra la fe porque es enemigo de la cruz. La cruz es escándalo para el fariseísmo. La cruz de la crucifixión del propio pensamiento. Por tanto es duda y la duda es siempre duda si no se la quiere resolver. Cf. Castellani, El Evangelio de Jesucristo…, 147-9
San Juan Crisóstomo
Sobre la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos
(Mt.23,1-12)
1. Entonces. ¿Cuándo? Cuando hubo dicho lo que dijo, cuando los hubo reducido a silencio, cuando los hubo obligado a no tentarle más, cuando hubo puesto bien patente que su enfermedad era incurable. Sobre la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos; todo cuanto os digan que debéis hacer, hacedlo. Esto lo dice Cristo para mostrar por todos los medios su absoluta concordia con su Padre. Porque, de haberle sido contrario, hubiera dicho también lo contrario sobre la ley; pero lo cierto es que manda se le tenga tanto respeto, que, aun siendo unos corrompidos los que la enseñan, hay que atenerse a ella.
Mas si aquí habla de la vida y conducta de escribas y fariseos, es porque la causa principal de su incredulidad era la corrupción de su vida y su ambición de gloria. Corrigiendo, pues, a sus oyentes, más que sobradamente les manda guardar lo que es parte muy principal para la salvación, a saber, el no despreciar a los maestros y no rebelarse contra los sacerdotes. Y no sólo lo manda, sino que lo hace Él mismo. Porque, por más corrompido que estuvieran escribas y fariseos, no les quita el honor; lo cual era aumentarles a ellos su condenación, al mismo tiempo que no dejaba a los que habían de oírlos pretexto alguno para la desobediencia. No quería el Señor que nadie pudiera decir que, porque el maestro era malo, él era tibio y remiso. De ahí que Él corte ese pretexto. De tal modo, más bien, aun siendo malos, exalta su autoridad, que, después de tan grave acusación, dice: Todo cuanto os digan que debéis hacer, hacedlo. Porque no hablan de su propia cosecha, sino lo que Dios ordenó por medio de Moisés.
Advertid, por otra parte, cuán grande honor tributa a Moisés, mostrando una vez más su armonía con el Antiguo Testamento, como quiera que de Moisés hace venir el respeto que se debe a los maestros de la ley. Porque: Sobre la cátedra—dice— de Moisés se han sentado escribas y fariseos. Y es que, como no podía darles autoridad por su propia vida, se la da por lo que puede, es decir, por sentarse en la cátedra y ser sucesores de Moisés.
Por lo demás, cuando oímos decir al Señor “todo”, no hay que entender absolutamente toda la ley antigua; por ejemplo, lo referente a los alimentos, sacrificios y cosas semejantes. ¿Cómo podía el Señor mandarnos ahora guardar lo que Él se había adelantado a derogar? “Todo” quiere decir todo aquello que corrige nuestras costumbres, que mejora nuestro modo de ser, que está de acuerdo con las nuevas leyes, que no nos somete otra vez al yugo de la antigua. —¿Cómo, pues, no manda todo eso partiendo de la ley de gracia, sino de la de Moisés? —Porque, antes de la cruz, no era aún tiempo de hablar claramente de ello. Y, a mi parecer, otra cosa disponía el Señor de antemano al hablar de esa manera, y es que, como inmediatamente los va a acusar, no quiere dejar a los insensatos la apariencia de que lo hace por ambicionar sus puestos, ni movido tampoco de enemistad. De ahí que quite ante todo esa apariencia y se libre a sí mismo de toda sospecha y pasar así a las acusaciones.
—Y ¿por qué razón los reprende y les dirige seguidamente tan largo discurso? —Porque quiere preservar a las muchedumbres y evitar que caigan en los mismos vicios que sus guías y maestros. Porque no es lo mismo prohibir que señalar con el dedo a los que pecan; como no es lo mismo exhortar a cumplir el deber, como poner delante a los que lo cumplen. De ahí que prevenga a sus oyentes, diciendo: Pero no obréis según sus obras. No quería el Señor que pensaran que, porque tenían que oírlos, debían también imitarlos. De ahí que añade esa restricción, y lo que en un primer momento parecía un honor, ahora se convierte en acusación. Porque ¿qué hay más triste que un maestro cuando la única manera de salvar a sus discípulos es que no se fijen en la vida de su maestro? De suerte que lo que parecía ser honor de escribas y fariseos, se les torna máxima acusación, como quiera que llevan una vida cuya imitación sería la perdición de sus oyentes. Ésa es la razón por que el Señor los acusa ahora tan de propósito. Pero no es ésa sola. Quiere también hacerles ver que la incredulidad primera que con Él mostraron y la cruz que seguidamente le harían sufrir no fue por culpa de quien no fue creído y fue crucificado, sino culpa sola de la ingratitud de ellos.
Y mirad ahora por dónde empieza el Señor sus acusaciones y por dónde crecen las culpas de escribas y fariseos: Porque dicen y no hacen. No hay duda que quienquiera infringe la ley es culpable; pero nadie tanto como el que tiene autoridad de maestro. El maestro infractor merece doble y aun triple condenación. Primero, por el solo hecho de infringirla; segundo, porque, teniendo oficio de enderezar a los otros, es él quien anda cojeando, y su propio honor le hace merecedor de mayor castigo; y tercero, porque, obrando así contra la ley el que está en el orden de maestro, su ejemplo tiene más fuerza de corrupción.
Juntamente con eso, otra acusación lanza el Señor contra escribas y fariseos y es que son ásperos y duros con sus súbditos: Porque atan—dice—fardos pesados e insoportables y los ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos no quieren tocarlos ni con la punta del dedo. Doble maldad señala aquí el Señor: primero, exigir inexorablemente de sus súbditos la suma perfección de vida, y luego, permitirse ellos la más absoluta libertad. Todo lo contrario de lo que debe hacer el óptimo gobernante: ser para sí mismo juez inexorable y áspero, y benigno y blando para con sus súbditos. Escribas y fariseos hacían lo contrario.
2. Tales son todos los que filosofan de palabra, inexorables y pesados, como quienes no saben lo que es poner por obra la enseñanza. No es menuda maldad ésta y agrava la anterior acusación. Mirad, os ruego, cómo, en efecto, acrecienta esto la culpa de escribas y fariseos. Porque no dijo el Señor: “No pueden”, sino: No quieren. Tampoco dijo: “No quieren llevar esos fardos”, sino: No quieren tocarlos con la punta del dedo, es decir, ni acercarse a tocarlos siquiera. —¿En qué mostraban, pues, su fervor y energía? —En lo prohibido. Porque todas sus obras—dice—las hacen para ser vistos de los hombres. Así los acusa el Señor de vanagloria, que fue lo que los perdió. Su culpa anterior era de crueldad y tibieza; ahora se trata de su loca ambición de gloria. Ella fue la que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para sus luchas y los perdió. Porque es así que cuales son los espectadores que cada uno tiene, a ellos procura agradar y tales son también los combates que realiza. El que lucha ante valientes, combates de valentía acomete. El que tiene delante a gentes frías y apocadas, apocado se siente también él. Así, si el espectador que uno tiene es amigo de la risa, hay que hacer el cómico para darle gusto. Si el espectador es serio y dado a la filosofía, hay que hacerse el serio y el filósofo, pues tal es la actitud del que ha de alabar el espectáculo. Y mirad también aquí la gravedad de su culpa. Porque no es que hagan unas cosas así y otras de otro modo. No. Todas sus obras—dice el Señor—las hacen por vanagloria. Todas en absoluto.
Ya que el Señor ha acusado a escribas y fariseos de vanagloria, les hace ver seguidamente que su vanagloria no tiene siquiera por objeto cosas grandes y necesarias (en efecto, no había ninguna cosa grande, sino que estaban vacíos de buenas obras), sino frías y sin importancia, aquellas justamente que eran prueba de su propia maldad. Ensanchan—dice—sus filacterias y agrandan las franjas de sus vestidos. ¿Qué filacterias y qué franjas son ésas? Es que, como los judíos se olvidaban constantemente de los beneficios de Dios, les mandó Él que escribieran sus maravillas en pequeños rollos y que se los ataran a los brazos. Por ello les decía: Estarán inmóviles ante tus ojos1. Tales rollos se llaman filacterias, a la manera que ahora muchas mujeres llevan colgados al cuello los evangelios. Y para se acordaran de Dios por otro medio, les mandó hacer lo que algunos suelen hacer muchas veces y es que, para no olvidarse de algo, se atan un hilo o una cinta al dedo; eso mismo, como a niños, les mandó Dios hacer a los judíos: que cosieran en el ruedo de los vestidos un pedazo de color jacinto2, junto a los pies, a fin de que, al verlo, se acordaran de los mandamientos. Es lo que se llaman franjas. En esto, pues, mostraban ellos todo su fervor, ensanchando las membranas de los rollos y agrandando las franjas de los vestidos. ¡Suma y pura vanidad! Porque ¿qué sentido tenía ese empeño en dilatar esas membranas? ¿Es eso, acaso, una obra buena tuya? ¿Es que te valen para algo, si no sacas el provecho a que se ordenan? Lo que Dios busca no es que ensanches y agrandes filacterias y franjas, sino que te acuerdes de sus obras. Porque, si no hay que buscar gloria en la oración y el ayuno, obras trabajosas y que, a1 cabo, son nuestras, ¿cómo tú, judío, te enorgulleces de eso, que más bien acusa tu negligencia?
Más escribas y fariseos no sufrían de vanagloria sólo en esas cosas, sino en otras también tan sin sentido como ésas. Porque quieren—dice el Señor—el primer diván en los banquetes y las primeras sillas en las sinagogas y que los saluden en las plazas y los llame la gente “Rabbi”. Todo esto, que parecen minucias, es causa de grandes males. Estas minucias han trastornado a ciudades e iglesias. A mí me vienen ahora ganas de llorar al oír hablar de primeras sillas y de saludos, pues considero cuán grandes males se han seguido de ahí a las iglesias de Dios. No hay por qué os lo explique aquí a vosotros ahora y, por otra parte, los que son viejos no necesitan enterarse de eso por nosotros.
Y considerad, os ruego, dónde se dejaban dominar de la vanagloria: allí donde se les mandaba vencerla, en las sinagogas, adonde entraban para instruir a los demás. Porque tener vanidad en los convites, no parece, hasta cierto punto, tan gran mal, si bien el maestro aun en los convites ha de ser admirado. No sólo en la iglesia, sino en todas partes. Porque al modo que el hombre, dondequiera que aparezca, es diferente de los animales, así el maestro ha de manifestarse maestro tanto cuando habla como cuando calla, cuando come o cuando hace otra cosa cualquiera. Su andar, su mirar, su talle, todo, en una palabra, ha de mostrar quién es. Ellos, empero, eran en todas partes ridículos, se cubrían dondequiera de oprobio, afanosos de buscar lo mismo que habían de huir. Porque aman—dice—los primeros puestos. Y si el amor es culpa, ¿qué será el hacer? ¿Qué mal no será andar a caza de esos puestos y no cejar en el empeño hasta alcanzarlos?
3. Ahora bien, en todo lo demás, como cosas menudas y sin importancia, el Señor se contentó con acusar a escribas y fariseos. Sus discípulos no necesitaban que también sobre ello se les corrigiera; mas ahora que habla de lo que era causa de todos los males, es decir, la ambición de mando y el afán de arrebatar la cátedra de maestros, eso sí lo saca a la pública vergüenza, lo corrige con extraordinario empeño y sobre ello da también a sus discípulos los más enérgicos mandatos. Porque ¿qué les dice? Más vosotros no os llaméis maestros. Y seguidamente la razón: Porque uno solo es vuestro maestro. Y todos vosotros sois hermanos. Y nadie tiene nada más que otro, porque nadie es algo por sí mismo. De ahí que Pablo dice también: ¿Qué es Pablo? ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Cefas? ¿No son ministros de aquel en quien habéis creído? Ministros dijo, no maestros.
Y prosigue el Señor: No llaméis padre a nadie. No porque realmente no lo hubieran de llamar, sino porque supieran a quién habían de llamar propiamente padre. Porque así como el maestro no es maestro por si mismo ni lo es de nacimiento, así tampoco es padre el padre. Él es principio de todos, de padres lo mismo que de maestros. Y nuevamente añade: Ni os llaméis tampoco directores, porque uno solo es vuestro director o guía: el Cristo. Y no dijo: “Yo”. Porque así como más arriba dijo: ¿Qué os parece del Cristo? Y no: ¿Qué os parece de mí?; así hace también aquí. Con mucho gusto preguntaría yo ahora qué pueden responderme esos que tantas veces aplican la expresión “uno solo” al Padre solamente con el fin de anular al Unigénito. ¿Es guía el Padre? Todos dirán que sí y nadie podrá contradecirlo. Y sin embargo: Uno solo es —dice—vuestro guía, es decir, el Cristo. Por lo tanto, así como el decir que Cristo es el único guía no excluye que el Padre también lo sea, así también el decir que el Padre es único guía no excluye que lo sea también Cristo. Porque “uno solo” se dice por contraposición a los hombres y al resto de la creación.
Ya que el Señor les ha prohibido la ambición de primeros puestos, ya que los ha curado de esta grave enfermedad, enséñales seguidamente cómo han de huirla por medio de la humildad. De ahí que añada: El mayor entre vosotros, sea vuestro ministro. Porque todo el que se exaltare, será humillado, y todo el que se humillare, será exaltado. Nada hay nada comparable a la humildad; de ahí que el Señor está continuamente recordando a sus discípulos esta virtud. Cuando puso en medio de ellos a unos niños pequeños y ahora; cuando proclamó las bienaventuranzas, por la humildad empezó, y ahora de raíz arranca el orgullo diciendo: El que se humillare será exaltado. Mirad cómo lleva el Señor a sus oyentes a lo diametralmente opuesto. Porque no sólo prohíbe ambicionar los primeros puestos, sino que manda buscar los últimos. Así—parece decirnos—alcanzaréis vuestro deseo. De ahí que quien desee los primeros puestos, ha de ponerse en el último lugar. Porque: El que se humillare será exaltado.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 72, 1-3, BAC Madrid 1956 (II), p. 450-59)
1 Deut 6, 8
2 Núm. 15, 38
Guión Domingo XXXI – Tiempo Ordinario – Ciclo A
(5 de noviembre 2023)
Entrada
De Cristo nace toda sabiduría, sólo Él es “el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, que exige, que conmueve, endereza, juzga y perdona. Jesucristo camina diariamente con nosotros en la historia; es el Maestro que viene y que vendrá en la gloria”.
Primera Lectura
El profeta reprocha a los sacerdotes haberse desviado del camino trazado por Dios arrastrando a muchos en pos de sí.
Segunda Lectura
El celo del Apóstol lo mueve a entregar a sus fieles no sólo el Evangelio de Dios, sino también su propia vida.
Evangelio
La actitud y disposición de Cristo es la antítesis del fariseísmo, porque enseñaba no sólo con sus palabras sino también con sus obras.
Preces
Roguemos, hermanos, a Dios todopoderoso para que lleve a término toda obra buena y pidámosle también por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos:…
+ Por el Santo Padre y los Obispos, para que el Señor los ayude y fortalezca en su incesante anuncio del Evangelio, y que su llamado a la conversión encuentre eco en muchos corazones alejados del Padre. Oremos…
+ Por las naciones de nuestro continente, forjadas a la luz del Evangelio, para que sean constructoras de la civilización del amor en la justicia y la verdad, la confianza y respeto mutuo. Oremos…
+ Por la educación de los niños y jóvenes y por todas las iniciativas y las acciones legítimas que promueven las instituciones y entidades sociales en defensa de los derechos fundamentales en el ámbito educativo. Oremos…
+ Por las misiones, para que la evangelización en los distintos continentes sea bendecida con vocaciones autóctonas para el enriquecimiento de la Iglesia y el bien de cada nación. Pidamos también por la fidelidad de todos los misioneros a su ministerio. Oremos…
+ Por todos los religiosos de nuestra Congregación, para que dóciles al Espíritu Santo, sepamos llevar a Cristo y encarnarlo en las culturas, para que el mundo se salve a través del conocimiento de la Verdad. Oremos…
Atiende, Padre, la oración que te dirigimos confiadamente en nombre de tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Amén
Ofertorio
Presentamos la Víctima del Altar y nos unimos a ella. También ofrecemos:
+ Incienso, elevando a Dios nuestras oraciones por la Iglesia y por todos los hombres.
+ Pan y vino, junto con nuestro trabajo diario para incluirlo a la gran obra de Dios: la Eucaristía.
Comunión
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mi”, dice el Señor.
Salida
Junto a María Santísima caminamos con confianza por el camino de esta vida confortados por la Eucaristía, haciendo de Cristo nuestro centro, porque Él es Nuestro Señor y Maestro.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Gloria
Hay en Galicia una de esas viejas abadías que son un blasón de gloria para los hombres que las levantaron y un baldón de ignominia para los salvajes que las destruyeron. En el fuste de una de las columnas de su magnífica fachada románica hay un fraile de piedra sentado bajo un árbol de piedra también, en una de cuyas ramas un pajarillo parece cantar. Esta escena recuerda una leyenda llena de encantos.
Estaba muy preocupado el vio monje porque había rezado aquel día unas palabras de David: «Mil días en tu presencia son como el día de ayer que ya pasó.». ¡Dios mío!, decía, ¿cómo puede ser que mil días en tu presencia sean como el día de ayer que no es nada, porque ya pasó?
Agobiado con este pensamiento salió a la huerta. Recorrió a grandes pasos los senderos de arena, y al fin se sentó en un banco de piedra pensando en voz alta: ¿Cómo puede ser eso? ¡No lo entiendo!
En esto un pajarillo vino a posarse en la rama de un árbol cercano y comenzó a cantar. Eran tan dulces sus trinos, eran tan armoniosos sus arpegios que el fraile quedó como embobado, se le volaron los pensamientos, y al fin quedó en éxtasis.
¿Cuánto tiempo estuvo así? Una hora; dos horas, ¿quién sabe? Al volver en sí regresó a pasos lentos al convento. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba su vieja casa? ¿Dónde estaba la ventana de su celda conocida? Todo era nuevo. Llamó a la puerta. Salió un lego desconocido.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Soy el Padre… —y dio su nombre—. ¡He salido a la huerta y un pajarillo me ha entretenido un rato!
Llamaron a los Padres. Ninguno le conocía de entre los más viejos. Él repetía una y otra vez su nombre, y al fin el archivero, registrando las Crónicas del convento, averiguó que allí había un fraile de ese nombre, ¡pero que había muerto trescientos años atrás!
El viejo lo comprendió todo. Cayó de rodillas y levantando al cielo los ojos, exclamó:
¡Dios mío! Si los trinos de un pajarillo me ha entretenido trescientos años que a mí me han parecido una hora, ¿qué será estar contigo oyendo los cantos de los ángeles? ¡Verdaderamente que mil años en tu presencia son como el día de ayer que ya pasó!.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, página 459-60.)