PRIMERA LECTURA
Yo haré correr hacia ella la paz como un río
Lectura del libro de Isaías 66, 10-14
¡Alégrense con Jerusalén y regocíjense a causa de ella, todos los que la aman!
¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella, para ser amamantados y saciarse en sus pechos consoladores, para gustar las delicias de sus senos gloriosos!
Porque así habla el Señor:
Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un río, y la riqueza de las naciones como un torrente que se desborda. Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así Yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén. Al ver esto, se llenarán de gozo, y sus huesos florecerán como la hierba. La mano del Señor se manifestará a sus servidores, y a sus enemigos, su indignación.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 65, 1-3a.4-7a.16.20
R. ¡Aclame al Señor toda la tierra!
¡Aclame al Señor toda la tierra!
¡Canten la gloria de su Nombre!
Tribútenle una alabanza gloriosa,
digan al Señor: «¡Qué admirables son tus obras!» R.
Toda la tierra se postra ante ti,
y canta en tu honor, en honor de tu Nombre.
Vengan a ver las obras del Señor,
las cosas admirables que hizo por los hombres. R.
Él convirtió el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el Río.
Por eso, alegrémonos en Él,
que gobierna eternamente con su fuerza. R.
Los que temen al Señor, vengan a escuchar,
yo les contaré lo que hizo por mí.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración
ni apartó de mí su misericordia. R.
SEGUNDA LECTURA
Yo llevo en Mi cuerpo las cicatrices de Jesús
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 6, 14-18
Hermanos:
Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.
Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.
Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús.
Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén.
Palabra de Dios.
ALELUIA Col 3, 15a. 16a
Aleluia.
Que la paz de Cristo reine en sus corazones;
que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Aleluia.
EVANGELIO
Esa paz reposará sobre él
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12. 17-20
El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir.
Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario.
No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”.
Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-9
El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir.
Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario.
No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”».
Palabra del Señor.
Alois Stöger
MISIÓN DE LOS SETENTA
(Lc.10,1-24).
a) Designación y misión (Lc/10/01-16)
1 Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde él tenía que ir. 2 Y les decía. Mucha es la mies, pero pocos los obreros; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
La misión de los Doce va dirigida a Israel. Jesús designó además públicamente a otros setenta, que fueron enviados también. Para la antigua Iglesia tenía la mayor importancia saber que además de los Doce había otro grupo que tenía encargo misionero. Además de los Doce tienen también otros el nombre de apóstoles y llevan a cabo la misión de Jesús. La elección del número setenta hace referencia a los setenta pueblos de que se compone la humanidad según la tabla etnográfica de la Biblia (Gén 10). Jesús y su mensaje llaman a la humanidad. Los doctores de la ley estaban convencidos de que la ley se había ofrecido primeramente a todos los pueblos, pero sólo Israel la había aceptado. El tiempo final realiza y lleva a término el plan primigenio de Dios. El Señor designó e invistió a los mensajeros, con lo cual les dio encargo oficial y dio a su misión carácter jurídico. Son enviados de dos en dos, pues tienen que actuar como testigos.
Si dos testigos están de acuerdo sobre una cosa, entonces su testimonio tiene plena fuerza y validez jurídica (Deu_19:15; Mat_18:16). Los discípulos van delante del Señor; son sus pregoneros y tienen que preparar su llegada. Van por delante de él a todas las ciudades y lugares. Se traspasan los límites de Galilea, pero la acción está todavía restringida a Palestina. Sin embargo, estos límites se borrarán cuando el Señor haya subido al cielo. La cosecha es mucha. Los hombres son comparados con una cosecha que ha de recogerse en el reino de Dios. El campo de misión que tiene delante Jesús en Palestina, es el comienzo de un campo de recolección mucho más vasto, que se extiende al mundo entero. Jesús conoce a los muchos que tienen buena voluntad. Para el grande y apremiante trabajo hay sólo pocos obreros. Los llamamientos de discípulos han mostrado que hasta en hombres llenos de fervor y de buena voluntad se echa de menos la entrega total.
Dios es el dueño de la cosecha. Dispone de todo lo relativo a la cosecha. La acogida en el reino de Dios es obra y gracia suya. Él da también las vocaciones de los discípulos. Por eso invita Jesús a orar para que despierte Dios en el hombre el espíritu de los discípulos que con entrega total e indivisa ayuden a introducir a los hombres en el reino de Dios. La oración por los obreros de la mies mantiene constantemente despierta en los apóstoles y discípulos la conciencia de haber sido llamados y enviados por la gracia de Dios. «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Co_15:10). «Lo que cuenta no es el que planta ni el que riega, sino el que produce el crecimiento, Dios… Porque somos colaboradores con Dios; y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado… puse yo los cimientos» ( 1Co_3:7-10).
3 Id. Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; ni saludéis a nadie por el camino.
Id. Con esto se expresa la misión. Es misión, encargo de partir, caminar y obrar. El aprovisionamiento es sorprendente. Sencillamente: Id. Lo primero y principal de este aprovisionamiento es el hecho de ser enviados por Jesús mismo, lo cual implica que el poder de Dios también los acompañará y armará.
Se retira a los discípulos todo aprovisionamiento y toda defensa humana. Son enviados indefensos, como corderos en medio de lobos. Israel se conoce como «oveja entre setenta lobos», pero confía también en que su gran pastor lo salva y lo custodia. Los setenta enviados por Jesús son el núcleo del nuevo Israel. A los sufridos e inermes se promete el reino de Dios (Mat_5:3 ss). Jesús envía a los discípulos como pobres. Cuando no se tiene bolsa, alforja ni sandalias, es uno totalmente pobre. La pobreza es condición para entrar en el reino de Dios (Mat_6:20) y distintivo de los que lo anuncian. Los discípulos deben tener constantemente ante los ojos su misión y no dejarse distraer por nada. No saludéis a nadie por el camino. La entrega total a la misión no consiente las complicadas y largas fórmulas de cortesía de Oriente. En Lucas todos los mensajeros tienen prisa: María, los pastores, Felipe (Hec_8:30).
Jesús mismo y los tres llamamientos de discípulos al comienzo del relato del viaje han mostrado ya lo que caracteriza a los discípulos: desvalimiento y mansedumbre frente a la hostilidad, falta de hogar y pobreza, entrega total a la misión de anunciar el reino de Dios. Las figuras primigenias de este anuncio son Jesús, los doce, los setenta discípulos.
5 Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta casa, 6 y si allí hay alguien que merece la paz, se posará sobre él vuestra paz; pero de lo contrario, retornará a vosotros. 7 Permaneced, pues, en aquella casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan; porque el obrero merece su salario. Y no os mudéis de una casa a otra.
El método de misionar es natural y sencillo. Los misioneros van de casa en casa. La misión cristiana se extiende de la casa a la ciudad. Paz a esta casa: esto es saludo y don. El anuncio y la proclamación comienza con deferencia y cortesía. Un consejo rabínico reza: «Adelántate en saludar a todos.» La paz que aporta el misionero de la salvación no da sólo salud y bienestar, que es lo que se sobrentiende en el saludo cotidiano «paz», sino el don de la salvación de los últimos tiempos. Los enviados cumplen la misión de Jesús, de la que se dice: «Tal es el mensaje que ha enviado (Dios) a los hijos de Israel anunciando el Evangelio de paz por medio de Jesucristo» (Hec_10:36).
Las palabras de saludo producen lo que expresan, si topan con alguien que ha sido elegido por Dios para la salvación, alguien que «merece la paz». El nacimiento de Jesús trae la paz a los hombres, objeto del amor de Dios. La paz se posa sobre aquel que la recibe, como el espíritu sobre los setenta ancianos, a los que lo había comunicado Moisés: Descendió Yahveh en la nube y habló a Moisés: tomando del espíritu que residía en él, lo puso sobre los setenta ancianos, y cuando sobre ellos se posó el espíritu, pusiéronse a profetizar y no cesaban» (Num_11:26). «Los hijos de los profetas, habiéndole visto (a Eliseo), dijeron: El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo» (2Re_2:15). La paz y el espíritu son los dos grandes dones saludables de los últimos tiempos. Aun cuando no se encuentre nadie que se abra a la salvación y se muestre digno de ella, no por eso carece de eficacia la palabra de saludo; la paz retorna a los mensajeros. «Por mí lo juro: sale la verdad de mi boca y es irrevocable mi palabra» (Isa_45:23). El saludo de paz no es una fórmula vana. Al don que aportan los predicadores corresponden los hijos de la paz con hospitalidad. La primera casa en que sean acogidos los discípulos, debe ser para éstos como su propia casa. Permaneced, pues, en aquella casa. No os mudéis de una casa a otra. El gran objetivo de los misioneros es el mensaje del reino de Dios. Lo decisivo no debe ser el bienestar personal, el buen trato y los cuidados de la hospitalidad. El que cambia de alojamiento muestra que el valor supremo no es para él la palabra de Dios, sino su propia persona. Perjudica y se perjudica. Desacredita a su huésped y se desacredita él mismo. No debe violarse la ley sagrada de la hospitalidad.
Los discípulos deben comer y beber de lo que se les ofrezca. No deben preocuparse pensando que molestan indebidamente a quien les da hospitalidad. El quehacer de los enviados no debe verse entorpecido por preocupaciones de la tierra. Lo que reciben es justa compensación por lo que ellos aportan: su don es mayor. «El obrero merece su salario» (1Ti_5:18). «Si nosotros hemos sembrado para vosotros lo espiritual, ¿qué de extraño tiene que recojamos nosotros vuestros bienes materiales?» (1Co_9:11). Pero los discípulos deben también contentarse con lo que se les dé.
8 En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os presenten, 9 curad los enfermos que haya en ella, y decidles: Está cerca de vosotros el reino de Dios. 10 Pero, en cualquier ciudad donde entréis y no quieran recibiros, salid a la plaza y decid: 11 Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos pegó a los pies, lo sacudimos sobre vosotros. Sin embargo, sabedlo bien: ¡el reino de Dios está cerca! 12 Os aseguro que habrá menos rigor para Sodoma en aquel día que para esa ciudad.
La actividad de los discípulos es misión en las casas y en las ciudades. Una ciudad que los acoge muestra buena disposición. Los discípulos deben realizar aquello para que han sido enviados. Comed lo que os presenten. Los discípulos no deben preocuparse de si los alimentos son cultualmente puros o impuros. (…). Para la misión entre los gentiles era de gran importancia esta libertad de conciencia (Cf.1Co_10:27; Act 15). La curación de los enfermos que se encargaba a los discípulos debe preparar para la hora de la historia de la salvación que ellos anuncian, debe demostrar en la práctica su poderoso alborear. Deben proclamar con la palabra eso a que preparan las obras: Está cerca el reino de Dios. El acercarse Jesús es acercarse el reino de Dios. Por eso dice Jesús: «Si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (1Co_11:20). «El reino de Dios está en medio de vosotros» (1Co_17:21). Jesús mismo es el reino de Dios.
¿Y si una ciudad no acoge a los discípulos? Entonces han de expresar públicamente (por las calles) y solemnemente su separación y su anatema. Los judíos sacuden el polvo de sus pies cuando vienen de tierra de gentiles y ponen los pies en la tierra santa de Palestina. Con esto se quiere significar que no existe vínculo alguno entre Israel y los gentiles. Una ciudad que no acoge a los enviados de Cristo rompe los vínculos que la unen con el pueblo de Dios, desconoce la gran hora que ha sonado: Habéis de saber que el reino de Dios está cerca y que con él se acerca el juicio. Los mensajeros no anuncian que el reino de Dios está presente, sino que se acerca. Todavía es posible dar marcha atrás, pero ésta es ya la última posibilidad.
El que rechaza el anuncio del reino de Dios y así se cierra a Jesús, se atrae la sentencia de condenación. El desenlace de este juicio es más terrible que la condenación que se pronunció contra Sodoma. El juicio sobre esta ciudad nefanda ha venido a ser proverbial. La culpa de quien rechaza a Jesús y los bienes del reino de Dios es mayor que la culpa de Sodoma. La proclamación de los mensajeros de Jesús ofrece la gracia más grande y sitúa ante una decisión de conciencia cuya última consecuencia es la salvación o la sentencia condenatoria.
(…)
b) Regreso (Lc/10/17-20)
17 Volvieron, pues, los setenta llenos de alegría diciendo: ¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre! 18 él les dijo: Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo.
De todo lo que experimentaron los setenta en su viaje de misión, sólo destacan una cosa: el poder sobre los poderes demoníacos. Hasta los demonios nos obedecen. No sólo las enfermedades se les sometían, no sólo los hombres obedecían la palabra de Dios; el colmo era la sumisión de las fuerzas satánicas. Volvieron llenos de alegría, porque habían experimentado el reino de Dios, que se había iniciado con Jesús. Los discípulos interpelan a Jesús con el nombre de Señor; al pronunciar su nombre habían recibido señorío sobre los demonios. Gracias al Señor alcanza el poder de los enviados hasta el mismo reino de los poderes y potestades que ejercen invisiblemente su influjo pernicioso sobre este mundo. El poder de Jesús y de sus discípulos domina no sólo sobre lo terreno, sino también sobre la esfera que influye en la determinación del curso de lo terreno.
En las expulsiones de demonios practicadas por los discípulos se hace visible el triunfo del reino de Dios sobre los poderes satánicos. Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo. En las expulsiones de demonios veía constantemente Jesús que había quebrantado el poder de Satán. ¿Cuándo sucedió esto? De esto no dice nada la palabra. Pero sí da a entender que es imponente el triunfo sobre Satán. La exposición recuerda las palabras de Isaías sobre la imponente caída de Nabucodonosor, rey de Babilonia. «Tú… dominador de las naciones… al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo» (Isa_14:12.15). Esta victoria sobre Satán es fruto de la muerte de cruz de Cristo y de su glorificación: «Este es el momento de la condenación de este mundo; ahora el jefe de este mundo será arrojado fuera» (Jua_12:31). Es posible que Lucas pensara en las tentaciones en que fue derrotado el demonio. Con esta victoria de Jesús quedó sacudido para siempre el poder de Satán, aunque todavía no definitivamente. Definitivamente quedará despojado de su poder en el tiempo final, pero ya ha comenzado lo que era la gran esperanza del tiempo final: «Entonces aparecerá su reino en toda su creación, y entonces se acabará con Satán y se quitará la tristeza».
19 Mirad que os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones, y contra toda la fuerza del enemigo, sin que nada pueda haceros daño. 20 Sin embargo, no os alegréis de eso: de que los espíritus se os sometan; sino alegraos más bien de que vuestros nombres están ya inscritos en los cielos.
También los Doce toman parte en el triunfo de Jesús sobre Satán; lo que se aplica a los Doce quiere extenderlo Lucas también a los setenta, a todos los que colaboran en la obra de Jesús. Tienen poder sobre serpientes y escorpiones. Precisamente estos animales taimados, que constituyen una amenaza para la vida, se consideran en la Biblia y en el lenguaje influido por la Biblia, como instrumentos de Satán. El Salvador que se espera salvará de serpientes y de escorpiones, y de malos espíritus. El Mesías, protegido por el ángel de Dios, camina sobre víboras y áspides y huella al león y al dragón (Sal_91:13). Cuando envió Jesús a los Doce les dio también participación en este poder; de esta investidura les queda como resultado permanente el no estar ya a merced del poder de Satán, sino bajo la soberanía de Dios.
Lo que se dice sobre el poder de caminar sobre serpientes y escorpiones se amplía con la explicación que sigue: Los Doce tienen poder contra toda fuerza del enemigo. Satán utiliza su fuerza para dañar a los hombres; su hostilidad no puede ya dañar, una vez que asoma el reino de Dios. Hay aquí un poder más grande y más fuerte. ¿Qué puede, pues, ya dañar? El canto triunfal de san Pablo tiene aquí su explicación: «Sin embargo, en todas estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel que nos amó. Pues estoy firmemente convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom_8:37-39). La inauguración del reino de Dios es un motivo de gozo todavía más profundo que el poder sobre los malos espíritus y el quebrantamiento del señorío de Satán. Para los discípulos, la suprema razón de alegrarse es su elección y predestinación a la vida eterna. Las ciudades de la antigüedad tienen listas de ciudadanos. El que está inscrito en la lista goza de todas las ventajas que ofrece la ciudad. También en el cielo, donde se representa la morada de Dios, se imaginan tales listas de ciudadanos, en las que están inscritos los elegidos de Dios; seguramente se identifican con lo que se llama el libro de la vida. El motivo de alegría que está por encima de todo es el hecho de poder participar en el reino de Dios, de alcanzar la vida eterna y de estar en comunión con Dios.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
Directorio de Misiones Populares del Instituto del Verbo Encarnado
Artículo 5: El modelo de toda Misión popular
- A nuestro modo de ver el paradigma de toda misión está en la primera misión de los discípulos narrada en San Lucas, capítulo 10.
- …designó el Señor a otros 72… (v 1). Dios es el que designa y elige a sus misioneros. Como hizo antes con los 72 discípulos, lo sigue haciendo ahora por medio de su Iglesia. Los obispos y superiores religiosos eligen en su nombre y con su autoridad a los misioneros.
- …y los envió… (v 1). No elige solamente el Señor sino que, también, envía. Envío que es a semejanza del envío del Hijo hecho por el Padre: Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20,21). Envío que constituye formalmente la misión.
- … de dos en dos… (v 1). Sus razones tendría nuestro Señor para obrar así y, de hecho, muchos siguen procediendo de la misma manera. Decía San Gregorio Magno: “Los mandó así, porque dos son los preceptos de la caridad: el amor de Dios y del prójimo; y menos que entre dos no puede haber caridad: esto nos indica que quien no tiene caridad con sus hermanos, no debe tomar el cargo de predicador”. Se dice en nuestras Constituciones: “es también muy cierto que en matemáticas uno más uno son dos, pero un hombre más otro hombre son dos mil. Un hombre junto con otro en valor y en fuerza crece, el temor desaparece, y escapa de cualquier trampa.”
- …delante de sí… (v 1). Cristo envía a sus misioneros a que preparen el camino por donde Él mismo venga a las almas. Esta es la gran consolación del auténtico misionero, la certeza de ser enviado por Aquel y para Aquel que es el que debe llegar a los hombres. El misionero es un precursor, como San Juan Bautista, que proclama con sus palabras y sus obras: “…detrás de mí viene un hombre” (Jn 1,30). De allí la confianza inquebrantable en el poder inexhausto de la misión para la conversión de los hombres. Jesucristo mismo es el que quiere venir a ellos.
- … a todas las ciudades y sitios… (v 1). No hay lugar donde haya un alma que le esté vedado al misionero. A las chozas más humildes, a las alturas más altas, a las quebradas más escabrosas, a donde hay menos gente, en donde se espera menos frutos, donde la gente es más díscola, a donde hay más dificultades…allí el misionero debe ir tomado de su bordón, en su automóvil, en avión, a pie o a caballo, en sulky o en barco… porque esa es su vocación y a eso lo envía la obediencia.
- … a donde él había de ir (v 1). Somos sus embajadores: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros (2 Co 5,20). Nuestra misión es llevar a Cristo: “No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”.
- Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (v 2). El trabajo apostólico es enorme, hay que taparse los oídos cuando alguno, contradiciendo las palabras del Señor, diga que hay muchas vocaciones. Los obreros siempre serán pocos y la mies siempre será mucha. Sólo los “ladrones y salteadores”, sólo el pastor “mercenario”, puede ser tan criminal que desvíe, desaliente, no trabaje por, o se oponga a las vocaciones, porque hace trabajo de ladrón que viene “para robar, matar y destruir… que deja las ovejas y huye”. Siempre hay que rezar pidiendo a Dios que envíe obreros a su mies; y uno de los grandes frutos de las Misiones populares son las vocaciones a la vida consagrada.
- Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos (v 3). Insiste nuestro Señor: Id…, advirtiéndonos de los peligros que tendremos. Somos profetas inermes, desarmados, sólo tenemos armas espirituales: Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos… (Ef 6,11-18). La pastoral es cruz, dificultades, peligros, sufrimientos: no es aprovecharse de la leche, de la carne, ni de la lana de las ovejas, hay que ser como San Pablo: no busco vuestras cosas sino a vosotros (2 Cor 12,14). Los que evacuan la cruz, evacuan la pastoral. De ahí tantos estridentes y clamorosos fracasos pastorales. Las ovejas no seguirán el extraño; antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños (Jn 10,5).
- No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias (v 4). No quiere decir que nuestro Señor quiera que se prescinda de todo eso, sino que se enseña el espíritu de pobreza que debe tener el misionero. No deben estar apegados a lo innecesario. No hay que poner la plena solicitud más que en la finalidad misional. Hay que confiar ilimitadamente en la Providencia, poniendo los medios.
- Y no saludéis a nadie en el camino (v 4). La tarea es urgente, no hay que perder tiempo, ni tampoco ocasiones de hacer el bien: “la ocasión es como el fierro, hay que machacar caliente”. La caridad de Cristo nos urge (2 Cor 5,14).
- En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa» (v 5). Hay que ir a donde vive la gente, a sus ambientes, a sus lugares de trabajo. Hoy día no alcanza con sólo llamarlos a que vengan al Templo. ¡Hay que salir al encuentro de las personas! Por identificarse la paz de Cristo con el fin de la misión popular, el primer sermón de la Misión suele ser sobre la paz. La gran obra de la Misión popular es la pacificación de las almas por reconciliarlas con Dios.
- Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él (v 6). La paz es el saludo, el programa y el fruto de las Misiones populares. Por eso es tan importante la visita personal para tratar de que todos se pongan en gracia de Dios, que eso es llevar la paz. De allí que hay que guiar la conversación con la gente, sin dejarse envolver por sus temas, sino apuntando a la conversión. Si no, (la paz) se volverá a vosotros (v 6), la paz que viene de Dios no puede quedar sin efecto, sino descansa sobre los visitados, volverá a los misioneros, que se benefician con ella. Por desear la paz para los demás, los misioneros ganan méritos para sí.
- Permaneced en la misma casa… (v 7). No debe ser la visita apostólica una “visita de médico”. Hay que tomarse todo el tiempo necesario como para poder detectar las necesidades espirituales de la familia, sus dificultades, poder evacuar sus consultas, responder sus dudas, desbaratar los sofismas contra la fe, etc.
Es desaconsejable aceptar, en tiempo de Misión, invitaciones a comer en las casas de familia, por razón de que los almuerzos suelen prolongarse demasiado, y eso va en detrimento de la Misión ya que se pierde alguna hora de descanso necesario y el contacto con los demás misioneros. Es preferible que las familias, organizadamente, lleven la comida a donde se reúnen todos los misioneros. De forma más bien excepcional se podría aceptar comer con las familias, pero evitando, tempestivamente, las sobremesas. Debemos estar dispuestos a todo, a acomodarse a las costumbres como el Verbo, que se anonadó; y, sin embargo, no condescender con el pecado.
- …porque el obrero merece su salario… En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan (v 7). No hay que rechazar la limosna que libremente ofrezcan, además de permitirles hacer una obra de caridad, ayuda a sufragar los gastos de la misión. Según nuestra experiencia cada misión se paga a sí misma. Rechazar la limosna se podría tomar como un desprecio y hay que educar para la limosna.
- No vayáis de casa en casa (v 7). Es decir, con apuro, como haciendo un censo, sino dándole más importancia a los frutos espirituales de cada visita que a la cantidad de casas que hay que visitar.
- …curad los enfermos que haya en ella, (v 9). Es conveniente la asistencia física y material de los enfermos, además del bien espiritual; pero no se debe perder de vista el fin de la visita, transformándola en visita social.
- …Y decid: «El Reino de Dios ha llegado a vosotros» (v 9). La expresión “Reino de Dios” aparece 50 veces en los Evangelios; “Reino de los cielos” 39 veces. Tiene tres sentidos:
- a) Se ha preparado con la obra de los patriarcas y profetas en el Antiguo Testamento y se hizo presente en la Persona y obra de Cristo.
- b) Venidero en Pentecostés gracias al Espíritu Santo, del que nacerá la Iglesia Católica. Es la fase terrestre del Reino, que es universal, espiritual, interno y externo (es decir, social con sus sacramentos y su jerarquía), que no excluye a los malos y su mezcla con los buenos, que hay que descubrir, conquistar y expandir.
- c) Venidero en el día del Juicio Final, tiempo sólo conocido por Dios y que sobrevendrá por sorpresa (Mc 13,32). Es la fase celeste del Reino.
En la Misión se habla del Reino de Dios en el segundo sentido: la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo, como Reino Universal externo (miembros, templos), e interno (la Gracia). Este Reino hay que extenderlo. Hay que conquistar almas para este Reino, y así expandirlo.
La Misión popular es una misión neta y típicamente misionera, o sea, en orden a la salvación de las almas. Apunta a la metanoia, a que se arrepientan (Mc 6,12), a la renovación, al cambio del “modo de pensar”.
- En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: «Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca» (v 10-11). El hecho de volcar el polvo al lugar, ciudad o casa de donde procede, manifiesta que es tierra profana de la que no se quiere participar, y con eso se da: testimonio contra ellos (Mc 6,11). Se nos enseña, también, que aún en caso de rechazo hay que saber anunciar, en lo que sea posible, el Evangelio.
- Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad. ¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Infierno te hundirás! (v 12-15). El mismo Sumo y Eterno Misionero conoció el aparente, fracaso misionero. Si Él lo conoció, también, lo podremos conocer nosotros: No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo (Mt 10,24). Lejos de amilanarnos cualquier aparente fracaso misionero, debe enardecernos aún más en el trabajo apostólico.
- Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado (v 16). Por eso hay que tener mucha delicadeza para no ser uno la causa del rechazo. Hay que tener suma bondad de corazón y clara conciencia de que nuestras palabras deben ser las de Cristo. El que rechaza al misionero, rechaza a Cristo y rechaza al Padre. El buen misionero debe poner en práctica el consejo que diera San Juan María Vianney a un sacerdote que se quejaba con él de la esterilidad de sus esfuerzos apostólicos: “Elevaste tus preces a Dios, lloraste, gemiste, suspiraste; pero ¿añadiste también el ayuno, sobrellevaste vigilias, dormiste en el suelo y te azotaste? Mientras a eso no llegues, no creas haberlo intentado todo”.
- Regresaron los 72 alegres… (v 17). Siempre, inevitablemente, el misionero vuelve de la Misión con una inmensa alegría. Tal vez no haya hombre más alegre que el auténtico misionero, porque es ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (Sal 118,26). Siempre se cumplirá lo prometido por el Señor: Bienaventurados los que trabajan por la paz… (Mt 5,9).
- … diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre» El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (v 17-18). Tal es el efecto de una misión bien hecha: la caída del demonio al no poder cautivar las almas bajo el pecado. Y ese es el motivo de la alegría misionera, aunque hay motivos aún más elevados.
- Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño… (v 19). Por eso ni aunque vengan todas las fuerzas del infierno juntas, tendrán poder sobre el misionero, ya que a éste los poderes les vienen de Cristo. Nada puede dañar al verdadero discípulo del Señor: no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10, 28).
- …pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos (v 20). El motivo más grande de la alegría del misionero es haber sido elegido por el Señor para predicar su Evangelio; elección y misión que no quedarán sin recompensa: Si alguno de vosotros, hermanos míos, se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá la multitud de sus pecados. (St 5, 19-20).
- En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v 21-22). Jesús se mostró inundado de gozo, como se siente el misionero que termina la Misión, porque el que principalmente obra en la misión es Jesús. Él es siempre el primer Misionero y el primero en alegrarse. Jesús se llena de gozo con nuestro gozo, y nosotros debemos dejarnos inundar con el de Él. Son cosas ocultas a los que se creen sabios e inteligentes, pero que en realidad son soberbios. Ese es el beneplácito del Padre. Toda Misión se origina en la Trinidad y termina en la Trinidad, en beneficio de aquellos a quien el Hijo se lo quiera revelar.
- Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron» (v 23-24). Dichosos por experimentar la realidad del Reino de Dios que se instaura gracias al Mesías, Jesucristo, a través de quien obra el Padre, cosa que no pudieron ver los profetas que lo anunciaron —Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel…—, ni los reyes de quienes descendería el Mesías: —David, Salomón…—, pero lo ven los misioneros.
- Termina el texto del Evangelio según San Lucas con dos hechos que, para nosotros, manifiestan los dos grandes fundamentos de la Misiones populares: uno, es la caridad y misericordia que debe tener el misionero. Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?…«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». …Y, «¿quién es mi prójimo?»…El dijo: «El que practicó la misericordia con él» (v 25.27.37).
- Otro, es la oración. Cuando no hay oración falta la caridad; cuando falta la caridad no hay oración, y por razón de estas carencias no hay muchos auténticos misioneros…te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada (v 41-42).
(Instituto del Verbo Encarnado, Directorio de Misiones Populares, nº 14 – 42)
P. Alfredo Sáenz, S. J.
Los envió de dos en dos
El evangelio que acabamos de escuchar nos presenta a Jesucristo enviando delante suyo a setenta y dos discípulos para anunciar la salvación por los pueblos y campos de Palestina. Ya había elegido a los doce, que serían sus apóstoles, y hoy vemos que a ese grupo original quiso agregar este nuevo, más numeroso.
Con este gesto el Señor va anunciando su intención de establecer una categoría de hombres que colaborará más estrechamente en la obra de la redención, actuando por delegación suya y en su nombre, “para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir”. Es clara su voluntad de que esta institución se extienda, para que la obra de la salvación cuente con la ayuda inestimable del sacerdocio. Estos hombres debían preparar la llegada de Jesucristo, ocupar su lugar, hacerse instrumentos de la redención que Él vino a traer al mundo, ser como “otros Cristos”, para decirlo al modo como lo enseñan los teólogos.
Si el sacerdote actúa en el nombre yen el lugar de Cristo, será conveniente recordar, aunque sea someramente, cuál es la misión del Redentor, para poder entender y explicar mejor la función de sus enviados. El ha bajado desde el cielo para salvar al mundo mediante el misterio de su muerte y resurrección, o lo que llamamos el misterio pascual. Al ser hombre verdadero, representa auténticamente a toda la humanidad, y el hecho deser Dios verdadero, otorga a su acto redentor el mérito infinito de la persona que lo lleva a cabo. Por eso su sacrificio nos aprovecha a todos, ese sacrificio aceptado por Dios Padre como ofrenda agradable para la salvación del mundo. La redención obrada por Cristo está marcada por la exuberancia, por el exceso, podríamos decir, tan propio de las obras de Dios. Por eso hoy el Señor nos habla de una “cosecha abundante”, así como en otro lugar nos dice que vino a la tierra “para que tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia”. El amor redentor del Verbo Encarnado no se derrama sobre el mundo con cuentagotas sino a raudales, en consonancia con la generosidad divina. Pero esta siembra copiosa de dones salvíficos que debe producir esta abundante recolección, necesita llegar a cada uno de los hombres, de todos los sitios y de todos los tiempos.
De ahí entonces la necesidad proclamada hoy de que existan muchos “trabajadores”, para que el fruto maduro pueda ser recogido. Si bien la redención está viva y operante desde que Jesucristo -murió en el Calvario, es necesario que se concrete en cada ser humano, es menester que se “aplique” a cada hombre, y para eso el Señor dispuso la intervención mediadora de los sacerdotes que llevan por todas partes la palabra divina, la gracia y el perdón. El sacerdocio es un misterio que sólo tiene razón de ser en el amor insondable de Dios que quiere expandirse por todo el mundo, actuar por todas partes y llegar a cada alma. El sacerdote hace presente a Jesucristo a lo largo de la historia, para prolongar su acción redentora siempre y en todas partes, para que los hombres puedan experimentar sin interrupción la fuerza bienhechora de Aquel que pasó curando enfermos, perdonando los pecados y enseñando las verdades arcanas de la vida misma de Dios.
Ya sabemos qué es el sacerdocio y con qué finalidad ha sido instituido. Veamos ahora cómo quiere Jesucristo a sus sacerdotes, según el evangelio de este domingo.
Nos dice hoy, ante todo, que los envía como a “ovejas en medio de lobos”, dando a entender de este modo el peligro y lucha constantes que son inherentes a la vida apostólica del sacerdote. Así como el Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al cielo, el demonio trabaja incesantemente para hacer estéril la redención y lograr, oponiéndose a la voluntad salvífica de Dios, que muchas almas se pierdan para siempre. Esto engendra una lucha permanente y sin tregua, que comenzó con la rebelión de los ángeles malos, y culminará con el triunfo definitivo de Jesucristo en la Parusía. Mientras llega ese momento, la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, no se detiene, es algo que va acompañando siempre la vida de la Iglesia y el apostolado de los sacerdotes.
“Como ovejas en medio de lobos”. Encargo singular, comenta San Agustín, contrario a lo que normalmente haría un general que busca la victoria. En lugar de ofrecer todos los medios para el triunfo, el Señor envía a su ejército inerme y débil, frente a la fuerza y ferocidad del enemigo. Los vasallos de Jesucristo están llamados a participar de una obra grandiosa, cual no hay otra en toda la historia: el rescate del género humano de su destino de condenación. Sin embargo, esta gran obra se realiza con medios humanamente pobres, porque la fuerza de la redención reside en el poder oculto del amor de Dios. Toda su eficacia proviene de la cruz de Cristo, que en términos puramente humanos puede considerarse un verdadero fracaso. Del mismo modo que el Señor triunfó desde la ignominia, el anonadamiento y el despojo, quiere que sus sacerdotes lleven adelante su obra desde la precariedad y la desproporción de fuerzas naturales, para que así brille solamente el poder de Dios, a quien es igual “dar la victoria, sea con muchos o con pocos” (1 Sam14,6).
Esta confianza en la potestad divina está en consonancia con otra característica de los enviados de Cristo, según nos lo presenta el evangelio: su total abandono en las manos de la Providencia. Los sacerdotes deberán marchar por el mundo, libres de excesivos cuidados temporales: “No llevéis dinero, ni alforja… donde entréis, comed lo que os sirvan”. Como parte de esta pobreza de espíritu, el Señor quiere que renuncien también al gozo legítimo de ver los frutos de su apostolado. Si ellos se hacen visibles, el sacerdote deberá dar gracias a Dios y referir a su bondad y gracia el éxito en las almas, pero si no se advierten dichos frutos no habrá por ello de caer en el desánimo o en la tristeza. El mismo Jesucristo les previene hoy que a veces su predicación caerá en saco roto: “Cuando no os reciban… sacudid hasta el polvo de vuestros pies”. Quiere advertirles que a veces podrán experimentar “fracasos apostólicos”, pero ello no habrá de sumergirlos en el abatimiento. No necesariamente se deberán a deficiencias de su acción. La palabra de Dios siempre necesita de la aceptación del hombre que es evangelizado, y este hombre es libre, y puede rehusar su respuesta al amor divino. La predicación más elocuente, y el ejemplo incluso de una vida de gran santidad, pueden chocar con un alma endurecida que rechaza la conversión, y en eso no hay culpa alguna del apóstol.
El Señor pide la lucha, el esfuerzo generoso, pero no exige la victoria. Él la da cuando quiere y como quiere.
La distinción entre la acción evangelizadora y los frutos de la misma resplandece con la mayor claridad en el evangelio de hoy. Allí les dice a sus discípulos que si en alguna ciudad se los rechaza, no por ello deben desesperarse; eso sí, en el día de la rendición de cuentas, “Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad”. Supuesta la diligencia del apóstol, Dios hace fructificar la predicación según su voluntad, sin mengua para el mérito del enviado. No perdáis la paz, les dice a sus enviados, porque “vuestros nombres están escritos en el cielo”.
Todos nosotros, sacerdotes y laicos, si bien cada uno en su grado, hemos sido llamados al apostolado. Aquella cierta indiferencia respecto a los resultados, no debe hacemos perder elestado habitual de confianza y la alegría consiguiente. La esperanza, particularmente del sacerdote, se funda en el poder recibido de Jesucristo, que no es algo puramente humano sino que brota del mismo Dios. Los discípulos enviados de nuestro evangelio se asombraron por la eficacia que pudieron experimentar -“hasta los demonios se nos someten en tu nombre”-, y el Señor, al tiempo que los confirma en su seguridad, les anuncia mayor pujanza todavía, ya que les daría poder “para vencer todas las fuerzas del enemigo”. En el Calvario se ha logrado la victoria sustancial. Las alternativas que vendrán luego, a lo largo de los siglos, no son más que escaramuzas de una batalla que ya está ganada. Poco importa que algún soldado aislado muera o sea hecho prisionero, cuando la vanguardia ya ha coronado la posición. Nosotros pertenecemos a la Iglesia fundada por Jesucristo, cuya cabeza ha vencido definitivamente al demonio, al pecado y a la muerte con la fuerza del misterio pascual. Es indiferente que nosotros, individualmente, seamos escuchados o desoídos, perseguidos o no. Unidos al Señor por la gracia y la caridad, ya participamos de su triunfo que legítimamente es también el nuestro.
Vamos ahora a continuar el Santo Sacrificio de la Misa, que actualiza el misterio soberana y definitivamente eficaz de la Cruz. Ella es la fuente inexhausta de la fecundidad espiritual de los sacerdotes y el firme fundamento de nuestra esperanza. Que Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote, conceda una y otra a su Iglesia, con la abundancia propia de su generoso amor.
ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida – Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed. Gladius, 1994, pp. 214-218
Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuositatem
CAPÍTULO I
VOCACIÓN DE LOS LAICOS AL APOSTOLADO
Participación de los laicos en la misión de la Iglesia
- La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, “todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros” (Ef., 4,16).Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef., 4,16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo.
En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo.
En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.
Fundamento del apostolado seglar
- Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.
El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. Más aún, el precepto de la caridad, que es el máximo mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3).
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) “distribuyéndolos a cada uno según quiere” (1 Cor., 12,11), para que “cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean también ellos “administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).
De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que “sopla donde quiere” (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12; 19,21).
La espiritualidad seglar en orden al apostolado
- Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo el apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn. 15,4-5). Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia, de tal forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.
Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El” (Col., 3,17).
Pero una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.
Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Act., 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del hombre.
Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios, acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor.
Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y libres de la servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por entero a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de este vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que “los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom., 8,18).
Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose “de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias” (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que “se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (Cf. Gál., 5,26) sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (Cf. Lc., 14,26), a padecer persecución por la justicia (Cf. Mt., 5,10), recordando las palabras del Señor: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt., 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.
Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse verdadera vida cristiana.
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; más ahora, asunta el cielo, “cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz”. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.
(Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuositatem, Sobre el apostolado de los seglares, nº 2 – 4)
San Juan Pablo II
1- Los laicos convocados a una nueva evangelización
“La gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 1,3).
En la narración del evangelista San Lucas que acabamos de oír, el Señor designa y envía setenta y dos discípulos a todos los pueblos y lugares donde Él pensaba ir. Además de los Apóstoles y siguiendo su testimonio, muchos otros son llamados y enviados por el Señor para que, a lo largo de los siglos y hasta nuestros días, fueran precursores, mensajeros y testigos que anuncien la presencia y llegada de Cristo y proclamen el advenimiento del Reino de Dios.
Vosotros formáis parte de esa multitud ininterrumpida de discípulos que, de generación en generación, y en todos los pueblos y ciudades, en todas las culturas, ambientes y naciones, son testigos y pregoneros de la cercanía de ese reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (cfr. Lumen Gentium, 36).
“La mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10,2). El campo de labor que se abre hoy ante los ojos del Apóstol es inmenso. No faltan las ciudades que, ayer como hoy, no escuchan y rechazan a los discípulos del Señor, enviados “como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). El materialismo, el consumismo, el secularismo han obnubilado y endurecido el corazón de muchos hombres. Pero hay muchas casas y ciudades que viven en la ley del Señor, que reciben “como río de paz”, según las palabras del profeta Isaías (Is 66,12). ¡La mies es abundante! ¡Se necesitan muchos brazos que trabajen en la construcción del reino de Dios!
Por eso el Concilio Vaticano II destacó con claridad y fuerza particulares, que toda vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado (cfr. Apostolicam actuositatem,3), invitando a todos los laicos a redescubrir su dignidad bautismal de discípulos del Señor, de obreros de la mies, y a reavivar su responsabilidad apostólica ante la magnitud de la tarea.
2- En íntima unión con Cristo
Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de Cristo, como miembros vivos de su Cuerpo, los laicos participan en la comunión y en la misión de la Iglesia. La Iglesia quiere y necesita laicos santos que sean discípulos y testigos de Cristo, constructores de comunidades cristianas, transformadores del mundo según los valores del Evangelio.
La formación cristiana de los laicos requiere una pedagogía pastoral que ilumine y oriente con la luz y la fuerza de la fe. La fe profesada tiene que convertirse en vida cristiana. “Desead la paz a Jerusalén” (Sal 122,6) rezábamos en el Salmo responsorial; que la nueva Jerusalén, que es la iglesia, sea “como una ciudad bien unida y compacta” (Sal 122,3) en la fraternidad y el amor.
Homilía del beato Juan Pablo II en Bucaramanga – Colombia el 6 de julio de 1986
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Ser operadores de paz
(Lc 10, 1-11.17-20)
“En la casa en que entréis, decid primero: paz a esta casa”.
El Señor envía a sus discípulos haciéndolos mensajeros de su paz.
El profeta Isaías nos habla de Jerusalén como la ciudad alimentada abundantemente por la paz de Dios.
San Pablo se gloría en la cruz de Cristo que produce los hombres nuevos a imagen de Cristo, hombres de paz y misericordia.
La paz que todos anhelamos sólo la da Jesús, “Él es nuestra paz”. Donde está Jesús hay paz.
La Jerusalén celestial es la ciudad de paz por antonomasia porque en ella mora Cristo y todos los hombres cristificados. La Jerusalén terrena que es la Iglesia tiene una paz imperfecta porque sus miembros crecen permanentemente en la imitación de Cristo y en ella también hay miembros que han perdido la paz por haberse alejado de Cristo y no tener su gracia.
Cada uno de nosotros tiene que hacer de su alma una Jerusalén cada vez más semejante a la Jerusalén celestial. Nuestra alma es Jerusalén cuando tiene paz, cuando está en gracia, cuando tiene una conciencia limpia.
Si nosotros queremos ser mensajeros de paz como lo quiere Cristo, y todo cristiano debe ser mensajero de paz porque es portador de Cristo, debemos pacificarnos primero nosotros mismos y nuestra paz redundará alrededor nuestro.
La paz es la tranquilidad en el orden, dice San Agustín. Conseguimos el orden cuando todo nuestro ser se orienta a Dios, imita a Cristo. Por eso la paz es algo que nunca se termina de alcanzar. Es un anhelo indeleble de todos los hombres pero que no tiene término en esta vida porque siempre se puede ordenar más el alma, porque nunca se termina de imitar perfectamente a Cristo, porque podemos crecer indefinidamente en la gracia de Dios. Por tanto en esta vida la paz siempre será imperfecta.
Tenemos que buscar esta paz en nuestro interior y paradójicamente la paz se consigue en la guerra a nuestros desórdenes internos. La paz es fruto de la cruz. Cuando crucifiquemos el hombre viejo y nazca el hombre nuevo en nuestra alma allí recién alcanzaremos la paz porque habremos derrotado a todos nuestros enemigos: el demonio, el mundo y la carne.
Después de alcanzar la paz en nuestro interior podremos poner paz a nuestro alrededor. La paz entre los hombres se da en la concordia, es decir, cuando los corazones de los hombres buscan un mismo fin. En definitiva habrá paz en lo social cuando los hombres tengan a Cristo en sus almas, cuando todos aspiren a cumplir sólo la voluntad de Dios.
Cristo en todas las almas y en el mundo la paz. Esa es la verdadera paz que vino a traernos Cristo y es fruto de su cruz. No es la paz simple ausencia de guerras o equilibrio entre fuerzas bélicas, esa es una paz inestable y fundada no en un verdadero orden sino en un orden impuesto por la violencia.
Cuando alcanzamos la paz interior también podemos reaccionar ante la violencia de los demás hombres con mansedumbre y esto es lo que vence la discordia, el odio y la venganza. Pero si no tenemos paz en nuestra alma la reacción ante la violencia es la violencia y la ira y esto aumenta la discordia a nuestro alrededor y desasosiega aún más nuestra alma.
La falta de paz viene por el pecado. Cuando nuestra conciencia está sucia nos falta la paz. La sociedad en que reina el pecado es una sociedad de odio y violencia donde los hombres buscan sus propios intereses sin importarles los de los demás.
Nuestra misión como la de los setenta y dos discípulos es llevar la paz a todas las almas. La paz que trae el Reino de Cristo anticipo de la futura Jerusalén celeste, la verdadera ciudad de paz.
Busquemos cada día pacificarnos más a nosotros mismos. Ordenar lo desordenado en orden a Dios y así conseguiremos la paz. Es un trabajo arduo de cada día. Siempre hay algo que podemos mejorar en la imitación de Jesús, “príncipe de Paz”.
Pidamos a María reina de la paz que nos conceda la gracia de tener paz en nuestras almas para ser portadores de la paz en el mundo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
San Ambrosio
Misión de los 72 discípulos
(Lc 10,1-24)
- He aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. Esto es lo que les dice a esos 72 discípulos a quienes designó y envió de dos en dos delante de Él. ¿Por qué razón los envió de dos en dos? Porque de dos en dos, es decir, macho y hembra, habían sido introducidos los animales en el arca; y aunque este número era inmundo por naturaleza, no obstante, había sido purificado por el misterio de la Iglesia. Esto fue completado por aquellas palabras que San Pedro escuchó cuando le dijo el Espíritu Santo: lo que Dios ha purificado no lo llames impuro (Hch 10, 15). Y advierte que esto se refería a los gentiles, ya que ellos atienden más a una sucesión de filiación corporal que a la espiritual. Pero también a éstos los purificó el Señor y les hizo herederos de su pasión.
- Por eso, una vez que hubo enviado a sus discípulos a su mies, que, aunque había sido sembrada por la palabra de Dios, sin embargo, necesitaba el trabajo del cultivo y el cuidado de un operario, con el fin de que las aves del cielo no acabaran con la semilla sembrada, dijo: He aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos.
- En verdad, estas dos clases de animales son tan enemigos, que una de ellas devora a la otra. Pero el Buen Pastor hace que su grey no tema a los lobos, y por eso sus discípulos son enviados, no como presas, sino como distribuidores de gracia; pues la solicitud del Buen Pastor consigue que los lobos no puedan atreverse a dañar a los corderos. Y así envió a los corderos entre los lobos para que se cumpliera aquello de: Entonces pacerán juntos los lobos y los corderos (Is 64, 25).
- Y puesto que ya he terminado de hablar de ese tema, interesante para nosotros, de las raposas, al ver que cuento con vuestro crédito en lo que se refiere al simbolismo que de este pequeño animal he dado, espero poder descubrir, ayudado por vuestro interés, los profundos misterios que se ocultan en la imagen de los lobos. Ya hemos dicho más arriba que las zorras simbolizaban a los herejes, que, aunque son seguidores de Cristo de nombre, sin embargo, reniegan de El por su afición a la mentira. El Señor no recibe a estos tales, sino que los aparta y arroja de su compañía. Ahora vamos a considerar qué pueden significar los lobos.
- Estos son, ciertamente, unos animales que atacan a los rebaños, merodean las cabañas de los pastores, sin atreverse a entrar en lugares habitados, acechan el sueño de los perros y la ausencia o negligencia del pastor para lanzarse al cuello de las ovejas y matarlas con rapidez. Ahora bien, tanto las fieras salvajes como los animales rapaces tienen una gran rigidez en el cuerpo, de tal manera que no pueden fácilmente volver hacia atrás; y dejándose llevar de un gran impulso que las domina, no raras veces resultan engañadas. Además, dicen que, si son ellas quienes primero ven al hombre, pueden, por un don de su naturaleza, quitarle la voz; pero si las ve primero el hombre, huyen rápidamente. Y por eso he de precaverme, para que, si en este discurso de hoy no aparece con un fulgor especial la gracia de los misterios del espíritu, es que los lobos me vieron a mí antes y que me han privado del recurso habitual de la palabra.
- ¿Acaso no es exacto comparar los herejes a esos lobos, que andan acechando a las ovejas de Cristo y rugen en torno a los apriscos prefiriendo la oscuridad a la luz? Y es que, en realidad, siempre existe esa oscuridad para los malvados, que se esfuerzan con todo su ser en tapar y ofuscar la ley de Cristo con las sombras de una interpretación errónea. Por eso, aunque cercan los apriscos, con todo, nunca se atreven a entrar en los sitios donde está Cristo. Y permanecen siempre en esa situación porque Él no los quiere dejar entrar en esa mansión, que es enteramente suya, y en la que fue curado aquel hombre que bajaba de Jerusalén y cayó en manos de los ladrones, es decir, aquel a quien el samaritano, después de vendarle las heridas y haberle puesto sobre ellas aceite y vino, lo colocó sobre su cabalgadura y lo llevó al mesón, dejando al dueño de la fonda el encargo de que lo curara. A la verdad, el que no quiere buscar al médico, no recibe esa medicina, que tendría si lo buscara.
- Ellos estudian el momento en que no esté el pastor; y por eso tienen tanto interés en matar o desterrar a los pastores de la Iglesia, puesto que, si están éstos presentes, no pueden atacar a las ovejas de Cristo. Estos tercos y altaneros, que jamás suelen reconocer su error, a causa de una manera de pensar demasiado material, se esfuerzan en disminuir la grey del Señor. Y por eso dice el Apóstol que se debe evitar la compañía del hereje que ya ha sido corregido (Tt 3, 10), sabiendo que tales hombres están perdidos. Y Cristo, el verdadero intérprete de la Escritura, les desbarata el juego, con el fin de que sus esfuerzos resulten vanos y no puedan hacer mal.
- Si ellos logran engañar a alguno con la mentira astuta de su discurso, le hacen callar; pues en esto consiste el ser mudo: en no confesar la gloria del Verbo, tal cual es. Ten cuidado, pues, para que ningún hereje te prive de voz, al no ser tú el primero que le descubras a él. Pues se va metiendo poco a poco, mientras permanece oculta su perfidia; pero, si conoces las argucias de su maldad, no tienes motivo para temer la pérdida de tu voz piadosa. Cuídate, por tanto, del veneno de una discusión astuta; ellos se esfuerzan en buscar las almas, atacar las lenguas y dominar las partes vitales. Los impactos de los herejes son graves; ellos, más crueles y rapaces que las mismas bestias, están dominados por una avidez e impiedad que no conoce límites.
- Y no os debe sorprender el hecho de que parecen tener una manera muy humana de actuar, pues, aunque aparecen por fuera como hombres, dentro brama la bestia. Y por eso, sin duda, es a estos lobos a quienes va dirigido el dicho de Jesús, el Señor, cuando dice: Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidura de oveja, pero que por dentro son lobos rapaces; por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 15). Y por eso, si alguien acostumbra a dejarse llevar de las apariencias, que mire el fruto. Si oyes llamar sacerdote a uno del que tú conoces sus rapiñas, ese tal tiene piel de oveja, pero sus obras son propias de un ladrón. El que es por fuera una oveja y un lobo por dentro, no conoce la medida en el robo; ese tal tiene endurecidos sus miembros como por el hielo en una noche de Escitia y va de un lado para otro, ensangrentando su boca y buscando a quien devorar (1 P 5, 8). ¿No te parece que es verdaderamente un lobo aquel que, a través de la crueldad que supone la muerte de un hombre ya sin remedio, desea saciar su rabia matando a los pueblos creyentes?
- Ladra, no dialoga, quien reniega del Autor de la palabra y entremezcla en su sacrílega conversación ruidos de bestia, no confesando a Jesús como el único Señor que nos conduce a la vida eterna. Cuando la lucha apareció sobre el mundo es cuando hemos oído sus ladridos. El enseñaba sus dientes feroces, sus labios hinchados y creía haber quitado a todos aquella voz que sólo él había perdido.
- Y así, para que podamos vencer a estos lobos, el Señor nos enseña cómo nos debemos conducir, diciendo : No llevéis bolsa, alforja ni sandalias, El significado de que no hay que llevar bolsa ya lo expresó claramente en otro pasaje; en efecto, Mateo lo dejó escrito al recoger la sentencia que dirigió el Señor a los discípulos: ¡No tengáis oro ni plata! (Mt 10,9). Si se nos prohíbe tener oro, ¿cómo hallar una explicación al robo y a la injusticia? Si se te manda dar lo que tienes, ¿cómo explicar el coger lo que no es tuyo? Tú que predicas que no se debe robar, ¿robas? Tú que dices que no hay que adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿te apropias de los despojos de los templos? Tú que te glorías en la Ley, ¿ofendes a Dios transgrediendo la Ley? Por causa vuestra se blasfema del nombre de Dios (Rm 2, 21-23).
- El apóstol Pedro no era de ésos; él fue el primero en practicar el consejo divino para demostrar que el precepto del Señor no había caído en el vacío, y así, cuando aquel pobre le pidió que le diera una limosna, le respondió: No tengo oro ni plata (Hch 3, 6). Él se gloriaba de no tener oro ni plata, y en cambio, ¿va a ser una gloria para vosotros el desear más de lo que tenéis? Existe, en verdad, una pobreza gloriosa, ya que esta pobreza nos comunica felicidad, como está escrito: Bienaventurados los pobres de espíritu (Mt 5, 3); sin embargo, no se gloriaba tanto de no tener oro ni plata como de cumplir el mandato del Señor, que le ordenó que no tuviera oro (Mt 10, 9), que es lo mismo que decir: Date cuenta que soy discípulo de Cristo, ¿cómo me pides oro? Él nos ha dado otras realidades más preciosas que el oro; el poder actuar en su nombre. Y así no tengo lo que Él no me ha dado, pero poseo lo que me concedió: En el nombre del Señor Jesús, levántate y anda.
- 56. Por tanto, de la misma manera que la autoridad de la sentencia del Señor prohíbe construir graneros al que quiere amontonar trigo (Lc 12, 16), así, aquel que se esfuerza en hacerse con una bolsa para guardar oro, se hace reo de culpa y reprensión.
- 57. No llevéis alforja ni sandalias. Ambas cosas suelen elaborarse con cuero de animales muertos; y Jesús, nuestro Señor, no quiere que haya en nosotros nada que sea mortal. Y por eso dijo a Moisés: Quita las sandalias de tus pies; que el lugar en que estás es tierra santa (Ex 3, 5). Y en el momento de recibir el encargo de salvar al pueblo, se le prescribe que se quite el calzado mortal y terreno; pues aquel al que se encarga tal función, no debe temer nada ni debe cumplir con tardanza el oficio que le han encomendado, por miedo a la muerte. En efecto, cuando espontáneamente Moisés tomó el encargo de defender a sus hermanos, es decir, a los judíos, él abandonó la empresa por temor a ser denunciado y huyó de Egipto. Pero el Señor, conociendo su disposición y teniendo en cuenta sobre todo su debilidad, creyó oportuno quitar de su alma todo rastro de temor a la muerte.
- Por eso, si alguno se deja llevar por la razón de que en Egipto se manda comer el cordero teniendo los pies calzados, mientras que los apóstoles fueron enviados a predicar el Evangelio sin calzado, ese tal debe considerar que el que come en Egipto todavía está expuesto a las mordeduras de las serpientes —y, a la verdad, en Egipto hay una gran abundancia de venenos—, y el que celebra la Pascua como un símbolo, puede recibir alguna herida, mientras que solamente el servidor de la verdad es el que es capaz de neutralizar el veneno, y nada teme. Y así, cuando una víbora mordió a Pablo en la isla de Malta (Hch 28, 3ss) y los habitantes del lugar la vieron suspendida de su mano, creyeron que le iba a causar la muerte, no obstante, al darse cuenta que estaba completamente sano, le tomaron por un dios, a quien ningún daño podía causar el veneno. Y para que veas que todo esto responde a la realidad, lo confirmó el Señor diciendo:
He aquí que os he dado la potestad de andar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará (Lc 10, 19).
- Los discípulos no recibieron la orden de llevar en sus manos bastones; eso es lo que Mateo creyó que debía escribir (Mt 10, 10). Y ¿qué otra cosa es la vara, sino un emblema del poder y un instrumento para vengar el dolor? Me parece que el mandato de un Señor humilde —en realidad, en la humillación es donde fue exaltado su juicio (Is 53, 8)—, debe ser cumplido por los discípulos practicando la humildad; en efecto, les envió para predicar la fe, pero no obligando, sino enseñando; no implantándola por la fuerza, sino predicándola con la doctrina de la humildad. Y juzgó que a esa humildad había que unir la paciencia, ya que también El, como nos lo atestigua Pedro, cuando era ultrajado, no respondía con injurias, y cuando era atormentado, no amenazaba (1 P 2, 23). Queriéndonos decir con esto: Imitadme; deponed los deseos de venganza, contestad a los golpes de los que os castigan sin devolver injurias, antes dad muestras de una paciencia magnánima. Nadie debe imitar aquello que censura en otro; y, en verdad, la mansedumbre es la peor injuria que se puede devolver a los insolentes. Con esta clase de venganza quiere el Señor que respondamos al que nos golpea, y así nos dice: Al que te pegue en una mejilla, ofrécele la otra (Mt 5, 39). Porque así acontece que ese tal se condena a sí mismo y su corazón es como punzado por un aguijón, cuando se da cuenta que es objeto de atenciones como respuesta a su injuria.
- Con todo, también tiene el poder de enviar a algunos apóstoles con la vara, como lo atestigua Pablo cuando dice: ¿Qué preferís? ¿Que vaya a vosotros con la vara o con amor y espíritu de mansedumbre? (1 Co 4, 21). Y el propio Apóstol entregó esta misma vara a Timoteo diciéndole: Arguye, enseña, increpa (2 Tm 4, 2). Es posible que antes de la pasión del Señor, que fue quien robusteció los corazones vacilantes de los pueblos, solamente fuese necesaria la mansedumbre, y que ya después fuese también imprescindible la corrección. Ciertamente el Señor logra ablandar esa increpación de Pablo, y le entrega la persuasión como el medio más eficaz para convertir los corazones más duros, y le da también la potestad de argüir por si no puede conseguirlo todo con la persuasión. En efecto, Pablo había tomado la vara de la Ley, pues él conocía, por haberlo leído, que el que no usa la vara, odia a su hijo (Pr 13, 24). También conocía el hecho de que a los que comían el cordero se les prescribía, por una ordenación profética, que tuviesen un báculo en sus manos (Ex 12, 11). Y por eso el Señor en el Antiguo Testamento dijo: Castigaré con vara sus rebeliones (Sal 88, 33); mientras que en el Nuevo se ofreció a sí mismo para reparar por todos: Si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos (Jn 18, 8); y en otra parte has visto que, cuando los apóstoles querían pedir que bajara fuego del cielo para consumir a los samaritanos, que no se habían dignado recibir al Señor Jesús en su ciudad, volviéndose a ellos los increpó diciendo: No sabéis de qué espíritu sois; pues el Hijo del hombre no vino a perder a los hombres, sino a salvarlos (Lc 9,54ss).
- Los más perfectos son fácilmente gobernados sin necesitar castigo, aunque los más débiles precisen de él. Pero aun el mismo Pablo, que amenaza con la vara, visita con mansedumbre a los pecadores. Y con objeto de hacerte ver que es un doctor manso, él toma consejo de la voluntad de aquellos mismos a los que debe corregir: ¿Qué preferís —les dice—, que vaya a vosotros con la vara, o con amor y espíritu de mansedumbre? (1 Co 4, 21). Sólo habla una vez de la vara, sin embargo, las otras realidades más agradables las cita por duplicado, uniendo la caridad a la mansedumbre. Y aunque la amenaza está en primer lugar, sin embargo, lo hace con paciencia, ya que, en la segunda epístola a los Corintios, les escribe: Pongo a Dios por testigo sobre mi alma de que, por amor vuestro, no he ido todavía a Corinto (2 Co 1, 23); escucha ahora la razón por la que ha obrado así: Para no ir a vosotros —les dice— en espíritu de tristeza (ibíd., 2, 2). Así, pues, abandona la vara y toma en su lugar una disposición amorosa.
- Y no saludéis a nadie en el camino. Quizás a alguno esta actitud le parezca dura y altanera y que no está muy de acuerdo con el precepto de un Señor manso y humilde; puesto que Él fue quien aconsejó que se debía ceder el puesto en los banquetes (Lc 14, 7ss) y ahora manda a sus discípulos que no saluden a nadie en el camino, cuando precisamente el saludo es una costumbre general. Y así como los inferiores acostumbran a ganarse el favor de sus superiores, así también los gentiles tienen para con los cristianos esas muestras de educación. Pues, ¿cómo va el Señor a abolir esta buena costumbre de los hombres?
- Pero date cuenta que no dice sólo: No saludéis a nadie, sino que añade, y no en vano: en el camino. También Eliseo, cuando envió a su siervo a imponer su báculo sobre el cuerpo del niño difunto, le ordenó que no saludase a nadie en el camino (2 R 4, 29), ya que le mandaba ir con rapidez para que llevase a cabo la resurrección que le había encargado, y no se apartase de ese quehacer por quedarse a hablar con cualquiera que pudiese salirle al encuentro. En realidad, en este pasaje no se pretende proscribir la prontitud en el saludo, sino que se quiere quitar el obstáculo de una obligación que se debe cumplir, con el fin de enseñarnos que, cuando existe un precepto divino, se debe considerar el humano como secundario. El saludo es, ciertamente, una hermosa costumbre, pero el cumplir prontamente las órdenes de Dios es algo todavía más hermoso, y su demora lleva consigo, muchas veces, una ofensa. Y aun la buena educación se ha de condenar, a veces, para que la gracia divina no sufra detrimento, o aquélla sea un impedimento para cumplir un deber, ya que con esa tardanza se cometería una falta.
- Hay otra virtud que se desprende de este pasaje, y es la de no pasar de una casa a otra llevado de un sentir vagabundo, y esto con el fin de que guardemos la constancia en el amor a la hospitalidad y no rompamos con facilidad la unión de una amistad sincera, antes bien llevemos ante nosotros el anuncio de la paz, de suerte que nuestro arribo sea saludado con una bendición de paz, contentándonos con comer y beber lo que nos presentaren, no dando lugar a que se menosprecie el símbolo de la fe, y predicando el Evangelio del reino de los cielos, sacudiendo el polvo de los pies si alguien nos juzgase indignos de ser hospedados en su ciudad.
- También nos enseña que los que no quieran aceptar el Evangelio, se harán reos de penas más graves que los que creyeron que la Ley se podía violar a la manera de Tiro y Sidón, que no hubieran dejado de remediar su mal con la penitencia si hubieran visto tantas maravillas y gracias del cielo. Pero, en verdad, ni se debe comparar esta prosperidad y vanidad del mundo a los dones celestiales, ni se debe abandonar al hombre sin remedio, ya que cada uno tiene la posibilidad de arrepentirse. Y cuando llegó el tiempo, descorrió el velo del misterio celestial, es decir, se complació en revelar su gracia a los pequeños con preferencia a los sabios de este mundo (Mt 11, 25), que es lo mismo que expone el apóstol Pablo con más detalle cuando dice: ¿No ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo? Porque el mundo no conoció a Dios por medio de la sabiduría de Dios, plugo al mismo Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación (1 Co 1, 20ss).
- Por “pequeño” debemos entender a aquel que no sabe envanecerse ni elogiar su prudencia con palabras engañosas, como hacen los filósofos. Pequeño era ciertamente aquel que dijo: No se ensoberbece, Señor, mi corazón, ni son altaneros mis ojos; no corro detrás de grandezas ni tras de cosas demasiado altas para mí (Sal 130, 1). Y para que entiendas que este tal no era pequeño de edad o corto de inteligencia, sino que se hacía pequeño por la humildad y por una depuesta jactancia, añadió: Pero he levantado mi alma. ¿No ves qué grande era este pequeño y sobre qué cima de virtudes se encontraba? Y así es como nos quiere el Apóstol, y por eso nos dice: Si alguno entre vosotros cree que es sabio, según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio; porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios (1 Co 3, 18ss).
- Y cuando Él dice que todo se lo ha entregado el Padre, nos muestra la lógica de este hermosísimo pasaje de la fe. Así, al leer todo, debes reconocer que es omnipotente, que no es distinto, ni tiene una naturaleza diversa de la del Padre; y cuando lees “se le ha entregado”, confiesas que Él es el Hijo de quien todo es propio por naturaleza y por derecho de la unidad de la sustancia, y no que sea algo que se le haya dado como por gracia. Y por eso añadió: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, o aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.
- Ahora recuerdo que he expuesto este punto en los libros en que he tratado acerca de la fe. Y para que veas que, como el Hijo revela a su Padre a los que quiere, así también el Padre revela a su Hijo a los que le place, escucha al mismo Señor, que, alabando a Pedro porque le confesó Hijo de Dios, le dice: Bienaventurado eres, Simón Bar-Jona, porque no es la carne y sangre quien te ha revelado eso, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17).
- Este texto pone al descubierto a aquellos que se creen peritos en la Ley y que conocen la letra, pero ignoran su espíritu, y precisamente a ellos es a quienes va dirigido. Y ya desde el primer capítulo de esa Ley nos demuestran que no la conocen, puesto que dicha Ley, desde su comienzo, no hace más que predicar al Padre y al Hijo, anunciando también el misterio de la Encarnación del Señor, con estas palabras: Amarás al Señor tu Dios y amarás al prójimo como a ti mismo.
- Por eso el Señor dijo al legisperito: Haz esto y vivirás. Pero él, que no sabía quién era su prójimo porque no conocía a Cristo, respondió: ¿Quién es mi prójimo? De aquí concluimos que quien no conoce a Cristo, tampoco conoce la Ley. Porque, ¿cómo es posible que conozca la Ley quien desconoce la verdad, cuando la Ley es precisamente la que anuncia esta verdad?
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 44-69, BAC Madrid 1966, p. 366-79
Guión Domingo XIV Tiempo Ordinario
Ciclo C
Entrada:
Nos preparamos a ofrecer el sacrificio de la Alianza nueva y eterna. Dispongamos nuestras almas a sacar el mayor fruto posible de él.
1º Lectura: Isaías 66, 10- 14
La paz y el gozo son el signo característico del reino mesiánico según el mensaje dado por Dios al profeta.
Salmo Responsorial: 65, 1- 3ª 4- 7ª. 16. 20
2º Lectura: Gálatas 6, 14- 18
Los que viven crucificados con Cristo son como nuevas criaturas, en Él han encontrado la verdadera paz.
Evangelio: Lucas 10, 1- 12. 17- 20 o bien 10, 1- 9
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy revelan la urgencia de la misión ante las inmensas necesidades del mundo y sobre todo por el anhelo de su corazón de llegar a todos los hombres.
Preces
El Espíritu Santo nos ha hecho nuevas criaturas e hijos de Dios en Cristo. Y por ser hijos, podemos pedir al Padre con la confianza de ser escuchados.
A cada invocación respondemos:
*Por su Santidad León XIV y por todos los Obispos y Sacerdotes de la Iglesia, para que el trato asiduo con el Señor y Rey de la Paz, los impulse a confirmar a la Iglesia en la unidad y en la caridad. Oremos…
*Por los pueblos en guerra, para que se derriben las enemistades que separan a los hombres enfrentados, y los líderes y gobernantes sean dóciles a la voz de Dios que anuncia la paz a su pueblo. Oremos…
*Por aquellos matrimonios que están afrontando dificultades, para que el verdadero amor no exento de sacrificio sea, a imagen del amor de Cristo por su Iglesia, la salvaguarda de la unión de los esposos. Oremos…
*Por todos los que sufren en el alma o en el cuerpo para que alcancen a comprender el privilegio con que Dios los ama y abrazados calladamente por la paciencia a la Cruz, su fe no desfallezca y pongan toda su esperanza en Dios. Oremos…
Señor y Dios nuestro, que derramas tus dones con abundancia sobre todos tus hijos, concede la paz a nuestros días, para que todos los hombres puedan caminar hacia Ti sin tropiezos. Te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor.
Liturgia Eucaristica
Ofertorio
Estamos llamados a ser hostias de alabanza a la Trinidad, junto con la Hostia Pacífica que se sacrifica en el Altar.
Por eso presentamos:
Flores a María Santísima, de cuyo seno nació la verdadera Paz para el mundo.
Pan y vino para el sublime Sacrificio: el Amor que se ofrece víctima por los pecados de los hombres.
Comunión: Nos dice Jesús en esta comunión: Os dejo mi paz, mi paz os doy y vengo a traerla a vuestro corazón para que mi gozo se vea cumplido, y mi gozo sois vosotros.
Salida: ¡Virgen Madre de Quien nos trajo la Paz! Reúne a todos tus hijos bajo tu manto, para que no se pierdan los que fueron redimidos por tan preciosa Sangre.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
No basta con ser buenos cristianos
Tal vez ustedes tengan algún empleado. Es un hombre modelo. No es ladrón, ni bebedor. Al contrario, es fiel, cumplidor de sus deberes, sin vicios. ¡Qué modelo de empleado!, decís, ¡Pero esperad! Ese criado está sentado todo el día. No se preocupa para nada de la casa. No cuida vuestros bienes y vuestra hacienda. ¿Qué pensarían de él?
Ustedes tal vez conozcan a un labrador. Hombre de bien a carta cabal, serio, simpático. ¡Qué modelo de labrador!, diréis. ¡Pero esperad! Ese labrador no hace nada, se pasa el día con las manos cruzadas, no cultiva las tierras, no ara, no siembra. ¿Para qué sirve?
Pues bien, así tiene Dios muchos criados formidables. Formales, virtuosos, cristianos. Pero no se preocupan de su gloria; no mueven un dedo por el esplendor de su casa; no trabajan por la salvación de los demás. ¿En qué estima los tendrá Dios?
Así tiene Dios muchos labradores. Hombres de bien, religiosos, llenos acaso de virtud. Pero no hacen nada por la heredad del Señor, no siembran su palabra, no labran las conciencias ajenas. No propagan el Reino de Cristo, no evangelizan a los pobres. ¿Para qué sirven?
No basta ser buenos cristianos. Hay que ser apóstoles.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 81)