PRIMERA LECTURA
Llegan a ser una sola carne
Lectura del libro del Génesis 2 4b. 7a. 18-21
Cuando el Señor Dios hizo el cielo y la tierra, modeló al hombre con arcilla del suelo, y dijo: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada».
Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre.
El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.
Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando éste se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
« ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre».
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 127, 1-6
R. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien. R.
Tu esposa será como una vida fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. R.
¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén! R.
¡Y veas a los hijos de tus hijos!
¡Paz a Israel! R.
SEGUNDA LECTURA
El que santifica y los que son santificados
tienen un mismo origen
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 9-11
Hermanos:
A Aquél que fue puesto por poco tiempo debajo de los ángeles, a Jesús, ahora lo vemos coronado de gloria y esplendor, a causa de la muerte que padeció. Así, por la gracia de Dios, El experimentó la muerte en favor de todos.
Convenía, en efecto, que Aquél por quien y para quien existen todas las cosas, a fin de llevar a la gloria a un gran número de hijos, perfeccionara, por medio del sufrimiento, al jefe que los conduciría a la salvación. Porque el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso, Él no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 14, 12
Aleluia.
Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros
y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
Aleluia.
EVANGELIO
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 2-16
Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: « ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Él les respondió: « ¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración divorcio y separarse de ella».
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 2-12
Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse su mujer?»
Él les respondió: « ¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado? »
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
Palabra del Señor.
Rudolf Schnackenburg
La indisolubilidad del matrimonio
(Mc.10,1-12)
(…) Los fariseos (…) son los antagonistas que dan mayor peso a la decisión de Jesús. El problema mismo resulta sorprendente, puesto que la ley mosaica le da una solución clara: cualquier judío casado podía repudiar a su mujer mediante la entrega de una carta de repudio; en el judaísmo sólo se discutía sobre los motivos que hacían posible semejante repudio. La aclaración que hace el evangelista de que le preguntaban «para tentarlo», quiere subrayar su mala intención (cf. 8,11; 12,15).
Toda la introducción está proyectada desde el punto de vista de la comunidad que tenía el máximo interés en este problema y que, en base a la decisión de Jesús, se había separado de la práctica judía y pagana, cf.d. v. 10-12. En la contestación de Jesús sorprende que hable de que Moisés «os mandó», en tanto sus interlocutores dicen «permitió». En Mt 19 las cosas discurren de modo distinto. Marcos está más cerca de la intención original de la norma veterotestamentaria que representaba una cierta protección para la mujer repudiada, pues mediante el documento conservaba su honra y su libertad. De este modo la frase «mirando la dureza de vuestro corazón» no se interpreta como una concesión a la debilidad de los judíos, sino como un testimonio de reproche contra ellos, porque eran incapaces de cumplir la voluntad originaria de Dios. Sólo los fariseos lo interpretan como una prueba de la benevolencia divina. Jesús se remonta al relato del Génesis que para él expresa claramente la voluntad decidida de Dios, antes de la promulgación de la ley mosaica. De los dos pasajes bíblicos de Gen_1:27 y 2,24, se sigue que con la creación del varón y de la mujer iba vinculada la voluntad de Dios de que la pareja humana se convirtiese en una unidad indisoluble.
Uno y otra han abandonado la comunidad familiar anterior, que en las circunstancias del hombre antiguo le rodeaba y le brindaba una mayor protección que hoy, se han unido entre sí y forman ya algo inseparable. El proceso ideológico se apoya en el tenor literal del texto bíblico: con la creación de los dos sexos Dios ha querido esta unión, tan estrecha que de ahora en adelante varón y mujer forman una sola carne. El acento descansa en el «una sola», no en la «carne». Jesús lo subraya con su conclusión: en el matrimonio al marido y a la mujer hay que seguir considerándolos como una unidad. Dios mismo aparece como fundador del matrimonio -cosa que también pensaban muchos judíos incluso de cara a los matrimonios concretos-, por ello el hombre no puede ya romper esta unidad.
La argumentación de Jesús, fundada en la Escritura, no resulta nada singular a la luz del Documento de Damasco, que forma parte de la literatura qumraniana, pues también ese reducido grupo del judaísmo consideraba el relato de la creación como una prohibición del repetido matrimonio (4,21; cf. 5,1 ss). Hoy debemos buscar el sentido de la decisión de Jesús dentro del horizonte judío de su tiempo. Hay una condena tajante del connubio plural propiciado por el apetito sexual o de una poligamia sucesiva, condena que se funda en el orden de la creación, de la disposición natural de ambos sexos. Se reconoce la personalidad del hombre que permite ver en la comunidad conyugal no sólo la liberación del instinto sexual, sino la vinculación de una persona a otra, la realización personal del hombre en el encuentro y comunión con el cónyuge.
Es notable que en un tiempo y ambiente en que la mujer era considerada por lo general -incluso en el judaísmo- como un ser inferior y sometido al varón, la Biblia nos dé a conocer la dignidad humana según las miras de Dios; el hombre, sea varón o mujer, ha sido creado «a imagen y semejanza de Dios» (Gen_1:27). De este modo el matrimonio se eleva a una comunión personal, que cuanto más se realiza con mayor facilidad supera las dificultades y tensiones originadas por el instinto sexual.
La expresión «carne» no debe inducirnos a pensar que la unión sexual sea el elemento primero y principal; pues, en hebreo esa palabra significa ante todo al hombre en su completa realidad, aunque en el matrimonio ciertamente que la unión carnal -también como expresión de esa totalidad y entrega absoluta- cuenta también. La hostilidad al cuerpo y al instinto es ajena al judaísmo. La disolución de la sociedad conyugal la califica Jesús simple y llanamente de «adulterio», ruptura de la comunión entre dos, que Dios quiso desde el comienzo. No sin razón hablamos también nosotros de la «alianza matrimonial»; las relaciones de Dios con Israel como el pueblo de su alianza las presentan los profetas bajo la imagen de un matrimonio (especialmente Oseas 1-3). Ahora bien alianza es una vinculación personal, firme y obligatoria que debe ser permanente. La obligatoriedad perpetua, mientras dure la vida, no es así una imposición agobiante, sino una decisión libre y liberadora, que es posible al hombre desde su constitución personal y que refleja su dignidad. Cómo la Iglesia haya aceptado y expuesto esta decisión de Jesús, nos lo muestra el diálogo entre Jesús y sus discípulos que Marcos ha añadido para sus lectores.
Los discípulos vuelven a preguntar al Maestro sobre el tema «en la casa» (cf. el comentario a 9,33) y obtienen una información, que transmite a los destinatarios cristianos de Marcos, procedentes del paganismo, una palabra de Jesús a sus coetáneos judíos. El derecho matrimonial judío facilitaba -hasta en los menores detalles- sólo al varón la iniciativa de disolución de su matrimonio, precisamente mediante la entrega de la carta de repudio. (…) Marcos, en cambio, elige en 10,11s -al menos según la lectura que merece la preferencia- una forma de expresión que prevé para la mujer la misma posibilidad que para el marido en orden a intentar la separación, lo cual se debe al derecho matrimonial romano. De lo cual se deduce, sin embargo, que Marcos quiere inculcar a sus lectores étnicocristianos cómo la resolución de Jesús les obliga al mantenimiento real y estricto de la prohibición del divorcio.
Esta concreta exposición «legal» la confirma también Pablo en sus instrucciones a la comunidad de Corinto. A los cristianos casados les ordena, no él sino «el Señor», que la mujer no se separe de su marido y que el marido no despida a su mujer. Añade además que si una mujer se ha separado, no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido (1Co_7:10s). El cristianismo primitivo conoció, pues, ya una «separación de mesa y lecho» sin disolución del matrimonio; práctica que no está atestiguada por lo que respecta al mundo judío y pagano. Se ha combatido esta interpretación que la Iglesia primitiva dio a la solución radical de Jesús. Originariamente Jesús habría declarado adulterio la separación matrimonial, a fin de poner de relieve la seriedad y grandeza del matrimonio. Habría rechazado la práctica separatoria frecuente entre los judíos, pero sin pretender dar un ordenamiento legal. Pero las comunidades, que vivían en las circunstancias concretas de este mundo, necesitaban unas instrucciones precisas, y así se habría llegado a la interpretación que la Iglesia católica ha mantenido hasta hoy. Una prohibición absoluta de separación en caso de un matrimonio válidamente contraído la rechazan tanto las Iglesias ortodoxas como las reformadas. Para ello se remiten a la «cláusula de fornicación», contenida en Mat_5:32 y 19,9, cuya interpretación se discute todavía hoy, incluso entre los exegetas católicos, o se apela a la superación radical del legalismo por parte de Jesús.
También en el orden de la nueva alianza puede fracasar un matrimonio por la debilidad y culpa de los hombres, caso en que la prolongación externa de un matrimonio fracasado puede llevar a nuevas culpas. El problema se ha complicado extraordinariamente por lo que respecta al carácter de las enseñanzas morales de Jesús como al cambio de las circunstancias sociales de nuestro tiempo, y no podemos estudiarlo aquí con más detenimiento. Pero hay algo sobre lo que no cabe duda alguna: con la mirada puesta en la voluntad originaria de Dios creador, Jesús quiso inculcar a los casados la máxima responsabilidad moral y que no disolviesen su matrimonio; la Iglesia primitiva, por su parte, tomó muy en serio esta llamada obligatoria. (…)
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)
P. José A. Marcone, I.V.E.
La alianza matrimonial en el designio divino
Introducción
Es notable el papel central que Dios ha dado al matrimonio en su plan de salvación. Podemos decir que toda la Sagrada Escritura, fuente de la verdad revelada, está como encerrada, incluida en la realidad del matrimonio. Efectivamente, la Sagrada Escritura se abre, en la primera página del Génesis (1,26-27), con la creación del hombre y la mujer llamados después a ser ‘una sola carne’; y se cierra con la visión de las ‘bodas del Cordero’ en el Apocalipsis (19,7.9), las bodas que toda la Iglesia celebrará con Cristo: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado” (19,7).
Aún más, la realidad del matrimonio y su ‘misterio’ atraviesa de un extremo a otro la Sagrada Escritura. A pesar del desorden y la enemistad que el pecado introduce entre el varón y la mujer unidos en matrimonio, el AT presenta el amor conyugal exclusivo y fiel como imagen de la Alianza de Dios con Israel (cf Os.1-3; Is.54.62; Jr.2-3; 31; Ez.16,62;23). Por eso en el libro del profeta Oseas los actos de idolatría del pueblo de Israel son comparados con la infidelidad matrimonial (Os.2,4ss). Y el Cantar de los Cantares expresa el punto culminante de la unión del alma con Dios usando la simbología del amor conyugal más fiel, más tierno y más fuerte, amor “fuerte como la muerte” que “las aguas torrenciales no pueden ahogar” (Ct 8,6-7).
Todo esto irá preparando la restauración y renovación que Cristo hará del matrimonio herido por el pecado. Él lo elevará a la categoría de algo sagrado, algo santo y no sólo santo, sino también santificante, que produce la gracia, que hace sagrados a los hombres, es decir, lo eleva a la categoría de sacramento. Por eso en el NT el matrimonio entre el varón y la mujer pasará a significar esa unión intimísima que se realizará entre el alma santificada por el Bautismo y Cristo. Son las ‘bodas del Cordero’ con su Esposa la Iglesia, de las que habla el Apocalipsis. Esta analogía entre el matrimonio cristiano y la unión de Cristo con su Iglesia está desarrollada en el cap. 5 de la Carta de San Pablo a los Efesios. En esta analogía se manifiesta la grandeza del matrimonio: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef.5,25-27). Y por eso San Pablo terminará diciendo: “Gran sacramento es éste” (Ef.5,32).
- Fundamento bíblico del matrimonio y la familia
Desde el inicio de la creación se deja ver la grandeza con la que Dios ha dotado al matrimonio entre el varón y la mujer. Esto se nota en el modo en que Dios crea al ser humano. Si miramos cómo Dios crea todas las cosas nos daremos cuenta que al crear al resto de los seres (cosmos, plantas, animales) Dios dice: “¡Hágase!” “¡Fiat!”. “Hágase la luz…”, “Hágase el cielo…”, “Háganse las estrellas…” (1,3.6.14). Pero cuando va a crear al hombre usa una fórmula muy distinta; dice así: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Llama la atención ese “hagamos” en plural; y “a nuestra (otra vez plural) imagen y semejanza”. ¿Qué significa este “hagamos”? En primer lugar, ese “hagamos” es ya una cierta revelación de que Dios no es un Dios solitario, sino que siendo un único Dios, es también una comunidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero además, dice Juan Pablo II, “antes de crear al hombre parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser”.
¿Y cual es el ‘misterio’ del Ser de Dios, cuál es la realidad de su Ser? Nos responde San Juan en su primera carta: “Dios es Amor” (4,8.16). En la relación de las tres personas de Dios todo se explica por el amor: el Padre engendra al Hijo por Amor; el Padre y el Hijo se aman de tal manera, que engendran una tercera persona, que es el Espíritu Santo, que es la ‘persona-Amor’. Por lo tanto lo que indica la expresión “imagen y semejanza de Dios” es que el hombre fue creado por amor y para el amor. La vocación primigenia y más profunda del ser humano es ser ‘para el amor’.
El texto bíblico insiste mucho sobre la imagen y semejanza divina que con que Dios creó al hombre y hace notar que dentro de esa imagen y semejanza divina entra el hecho de que sean de sexos diferenciados, varón y mujer: “Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; lo creó varón y mujer”.
Por lo tanto el hecho de ser varón y mujer expresa el amor de Dios, el amor que es Dios, expresa a Dios-Amor. Aquí se expresa la primera realidad del matrimonio: se trata de comunión de personas, un varón y una mujer, llamados a amarse y entregarse mutuamente a semejanza de cómo se aman y se entregan entre sí las personas divinas dentro de la Trinidad.
Pero inmediatamente Dios les dice: “Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (1,28). La comunión se convierte en comunidad. Si Dios hizo el matrimonio para que sea una profunda comunión de amor entre un varón y una mujer, esa comunión no estaba pensada por Dios para que se cerrara en sí misma, sino para que se abriera a la creación de una comunidad, que a su vez engendrara nuevas comuniones. Esa comunidad que nace de la comunión del matrimonio es la familia, formada por los padres y los hijos: “Creó Dios al hombre a imagen suya, lo creó varón y mujer; multiplicaos”. “La ‘comunión’ de los cónyuges da origen a la ‘comunidad’ familiar”. Y da origen a nuevas comuniones porque genera las comuniones entre la madre y el hijo, el hijo y el padre, el hermano con el otro hermano.
Esta unión indisoluble del varón y la mujer quedan confirmadas por Dios cuando dice el capítulo 2 del Génesis: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne” (2,24) ). “En el evangelio, Cristo, polemizando con los fariseos, cita esas mismas palabras y añade: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt.19,6). Él revela de nuevo el contenido normativo de una realidad que existe desde «el principio» (Mt.19,8) y que conserva siempre en sí misma dicho contenido. Si el Maestro lo confirma «ahora», en el umbral de la nueva alianza, lo hace para que sea claro e inequívoco el carácter indisoluble del matrimonio, como fundamento del bien común de la familia.”
De este pequeño análisis de lo que la Palabra de Dios nos dice acerca del matrimonio y la familia se deduce claramente que estas realidades, el matrimonio y la familia, han sido fundadas por el Creador y Él las ha provisto de leyes propias, que no dependen del arbitrio humano. Dios mismo es el autor del matrimonio y la familia. A pesar de las variaciones que la institución del matrimonio pudo haber sufrido en culturas o tiempos diferentes, queda claro que no es una institución puramente humana. Y a pesar de las diversidades que puedan encontrarse en los diferentes lugares, culturas o épocas, el matrimonio y la familia tienen rasgos comunes y permanentes que han sido dados por Dios y que no cambian, aunque cambien los lugares, las culturas y las épocas. Y como colofón de la gran dignidad que Dios dio al matrimonio al crear al varón y a la mujer, lo elevó a una dignidad todavía mayor, a la categoría de sacramento, es decir, algo que es sagrado, santo y que santifica a los que se unen ‘en el Señor’, como dice San Pablo.
- Definición de matrimonio
¿Cuáles son concretamente estas leyes inalterables con las que Dios ha dotado al matrimonio, que es el fundamento de la familia? ¿Cómo podemos definir al matrimonio católico tal como lo creó Dios y lo restauró Jesucristo? De las palabras del Génesis completadas por las palabras de Jesucristo en el NT comprendemos perfectamente cuál es la naturaleza o esencia del matrimonio y cuál es su finalidad. Podemos definirlo así: “es la sociedad formada por el mutuo consentimiento ante Dios, de uno con una para siempre, con la finalidad de procrearse, de tener hijos”.
La esencia o naturaleza del matrimonio es que sea “uno con una, para siempre, ante Dios”.
¿Porqué la primera ley es que es uno con una, y no uno con uno o una con una? Porque ‘los hizo varón y mujer’.
¿Porqué para siempre? Porque cuando Jesús dice que ‘no separe el hombre lo que Dios ha unido’ se está refiriendo al orden de la creación, es decir, anterior incluso al orden del matrimonio como sacramento. Esto lo reafirma San Pablo: “En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer” (1Cor.7,10-11).
¿Porqué ante Dios? Porque es Dios el que debe unir al matrimonio y San Pablo dice que deben casarse ‘en el Señor’ (1Cor.7,39). Jesucristo lo elevó a sacramento para los que están bautizados. Y Jesucristo es Dios y es el Sumo Legislador.
El fin primario del matrimonio es la procreación, tener hijos.
¿Porqué el fin primario es tener hijos, procrearse? Porque es la orden primera y principal que les da Dios cuando los hace varón y mujer: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra”.
Ciertamente que este ‘tener hijos’, esta procreación está íntimamente ligada a la unión de amor entre el varón y la mujer unidos en matrimonio. Y por eso el fin secundario y subordinado del matrimonio es el aumento del amor entre los esposos, la ayuda mutua y la sedación de la concupiscencia.
- Errores respecto a la esencia del matrimonio
Si el matrimonio es uno con una para siempre ante Dios, podemos verificar seis desviaciones:
- uno con muchas: poligamia
- muchos con una: poliandria y prostitución
- uno con uno o una con una: homosexualidad
- muchos con muchas: matrimonio grupal
- uno con una por un tiempo: matrimonio a prueba
- uno con una ante sí: convivencia o concubinato
Hacemos mención sólo de alguna de ellas.
Uno con uno o una con una: homosexualidad
Una de las formas de subversión del contrato matrimonial es la que intentan realizar uno con uno o una con una, como es el caso de las prácticas homosexuales que “claman al cielo” (cf. Gen. 18, 20-21: “El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo”, v.20).
La doctrina revelada respecto a esto es clara: “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales (…) heredarán el Reino de los Cielos” (1Cor.6,9; también Rm.1,24-27). Y el libro del Levítico: “No te acostarás con varón, como con mujer: es abominación” (18,22) .
Y la Iglesia se hace eco. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Es una depravación grave” (2357).
También: “Los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Congregación para la Doctrina de la Fe)
Debemos ser conscientes de que existe toda una campaña perfectamente orquestada en favor de la homosexualidad y promovida por el cine, libros pseudocientíficos y numerosas revistas.
Hay dos convenciones internacionales en las que participaron la totalidad de las naciones del mundo que tienen entre sus presupuestos la eliminación del concepto de sexo masculino o femenino (perspectiva de género) y por lo tanto la licitud de la homosexualidad, y la libertad de la mujer para decidir respecto a su cuerpo, entendiendo por cuerpo también al feto formado en ella.
Una es la Convención de Eliminación de Toda Forma de Discriminación de la Mujer (CEDAW, por sus iniciales en inglés), Protocolo, ONU, 2000), y otra es la Convención Interamericana para Erradicar la Violencia contra la Mujer -Belem do Pará (Brasil, OEA, 1994). Ambas tienen un comité de seguimiento para supervisar que los países que firmaron lleven a la práctica estos principios.
Uno con una, por un tiempo
Otra desviación es la de quienes pretenden que el matrimonio es de uno con una, pero por un tiempo, y no hasta que la muerte los separe. Defienden esta posición los divorcistas; los que piden “la prueba de amor”; los que hablan de “un tiempo de prueba”, etc.
La Iglesia Católica se opuso, se opone y se opondrá siempre a tales prácticas. No nos olvidemos que no trepidó en perder Inglaterra, antes que conceder un solo divorcio que pedía nada menos que el rey Enrique VIII. Perdió un reino terrenal, pero se mantuvo firme en su fidelidad a Dios y en la defensa del orden natural, fundamento de la civilización cristiana.
Uno con una, ante sí
Es el concubinato o convivencia. Esto va contra la voluntad de Jesucristo que requiere que el consentimiento mutuo entre un varón y una mujer que se unen para siempre en matrimonio, sea dado ante Dios, es decir, ante el ministro de la Iglesia que está en nombre de Dios.
Aquellos que consideran que el matrimonio por la Iglesia es un trámite burócrático más y que lo que importa es el amor entre los esposos, están alterando la voluntad del mismo Jesucristo y se están privando de todas las gracias propias del sacramento del matrimonio y de todas las gracias que Dios envía a los que son fieles a su palabra.
Por otro lado viven en estado de pecado y no pueden acceder al sacramento de la comunión, e incluso no pueden recibir el sacramento de la confesión, no pueden confesarse.
Éste es también el caso de los que se han casado por la Iglesia, se han divorciado y se han vuelto a casar. Así lo dice claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.”
- Errores respecto a los fines del matrimonio
Como dijimos, los fines esenciales y complementarios del matrimonio son:
- la procreación y educación de los hijos
- la manifestación del amor mutuo.
Que ambos sean esenciales, no quiere decir que no deba darse una subordinación entre ellos, ya que una sola cosa es imposible que tenga varios fines últimos. El fin esencial primario es la procreación y educación de la prole, y los fines esenciales secundarios “son la ayuda mutua, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia” (Pio XI, Casti Connubi).”
Pío XII enseña con claridad que los fines secundarios “…aún siendo intentados por la naturaleza, no se hallan al mismo nivel que el primario, y menos aún le son superiores; antes bien, le están esencialmente subordinados”.
Al alterar y subvertir de este modo los fines del matrimonio -haciendo del segundo primero y viceversa-, en la institución familiar se produce un descalabro simplemente catastrófico.
4.a Cuando se niega el fin primario de la procreación
Si el fin primario es el amor (y éste reducido a pura sensibilidad), no se ve cómo no se ha de cohonestar, por ejemplo:
– el adulterio, siempre que un hombre sea infiel a su propia esposa por amor a otra;
– el concubinato, siempre que sea por amor;
– las relaciones prematrimoniales, siempre que sean por amor, como con descaro y sin vergüenza se afirma hoy en tantos medios de comunicación.
Si el fin primario es el amor, pierde el matrimonio aquello que lo constituye y distingue singularmente de todo otro tipo de sociedad. Si el fin primario es el amor, ¿en qué se diferencia el matrimonio de la simple sociedad amical, o de las sociedades filantrópicas?
Pero las consecuencias más nefastas de poner el fin secundario por sobre el fin primario las pagan…los hijos, los hijos que no van a nacer. Porque si el fin primario es el amor ¿por qué no “lavarse las manos” cuándo se trata de algo tan engorroso como es engendrar, dar a luz y educar un hijo?
Por eso las consecuencias más nefastas y los pecados más graves en nombre del amor son el recurso al aborto y la utilización de métodos anticonceptivos antinaturales.
Al primero la Iglesia lo llama “crimen abominable”.
Y los segundos distorsionan totalmente el plan de Dios sobre el matrimonio y, muchas veces, producen la muerte de seres humanos vivos, como en el caso de aquellos métodos que matan al óvulo femenino ya fecundado o impiden que se implante en el útero. Es el caso de todos los dispositivos intrauterinos, la píldora del día después, y otros parecidos.
El aborto es uno de los signos de los tiempos más negativos y un pecado que clama al cielo.
Dice la M. Teresa de Calcuta: “A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente? (…) Me aterra el pensamiento de todos los que matan su propia conciencia, para poder cometer el aborto.”
Hay un gran complot mundial para imponer el aborto en los países que todavía no tienen aprobado el aborto.
4.b Cuando se deja de lado el significado unitivo del matrimonio
“Curiosamente la misma mentalidad que pide sexo sin hijos es la que ha terminado pidiendo hijos sin sexo. En nuestro tiempo han aumentado de modo alarmante las parejas que no pueden tener hijos de modo natural. Son estériles. En muchos casos la esterilidad se debe al uso y abuso de los anticonceptivos, espirales y abortos; otros han recurrido a la esterilización voluntaria sin preveer que algún día se arrepentirían de su esterilidad. Muchos otros, en cambio, sufren su esterilidad sin ninguna culpa moral, a causa de problemas físicos, hereditarios o debido a accidentes fortuitos, etc.
“Está bien tratar de corregir los defectos de la naturaleza y ayudar a los esposos que quieren tener hijos. Pero sólo es moralmente lícito el ‘ayudar’ a la naturaleza, mientras que es inmoral el ‘suplantar’ lo que sólo los esposos deben hacer. ¿Qué decir concretamente de las distintas intervenciones que se dan hoy en día dentro de un matrimonio estéril? Tres son las principales acciones: fecundación ‘in vitro’, ‘inseminación artificial estrictamente dicha’ e ‘inseminación artificial impropiamente dicha’”.
Conclusión
Concluimos con un texto del Card. Castrillón Hoyos: “Digamos que el frente de lucha de la Iglesia en defensa del amor humano es muy variado, alrededor de una decena, como los cuernos de la Bestia del Apocalipsis, y se articula así:
“La anticoncepción es hacer el ‘amor’ sin hacer un hijo;
“la fecundación en probeta y la clonación es hacer un hijo sin hacer el amor;
“el aborto es deshacer al hijo;
“la eutanasia es deshacerse de los padres;
“la pornografía es deshacer el amor;
“la homosexualidad (y análogamente la transexualidad y el travestismo) es, en nombre del “‘amor’, no querer tener hijos de su carne y de su sangre (sino, en algunos casos, adoptar a otros “para ayuda en la vejez);
“el divorcio es deshacer definitivamente el amor y, muchas veces, no amar a los hijos” (Card. Castrillón Hoyos)
P. Alfredo Sáenz, S. J.
EL MATRIMONIO
Los textos de este domingo nos transportan a los albores de la historia, cuando Dios decidió emprender su labor creadora. En el primero de ellos, extraído del Génesis, hemos contemplado a Dios en el momento en que sacaba de la nada los diversos animales que integrarían la fauna de la tierra. Y hemos escuchado cómo Adán recibió del Señor el encargo sublime de poner “nombre” a cada uno de ellos; desde su elevado sitial el primer hombre presidió el formidable desfile de animales salvajes y, al nombrarlos, les demarcó sus límites. Fue su manera de participar en la obra de Dios.
El relato del Génesis culmina con la creación de la primera mujer, que el Señor sacó del costado de Adán, mientras éste estaba profundamente dormido. Luego de haberla modelado, Dios se la presentó al hombre, que quedó presa del asombro: ¡”Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”, exclamó. Tal es, en síntesis, el contenido de esta primitiva acción, que llega hasta nosotros con la frescura propia de las cosas que son originales.
Pero dicho episodio inaugural de nuestra historia encerraba, el designio de Dios, una significación que trascendía la materialidad de lo acontecido. La creación de nuestros primeros padres, aparte de su realidad histórica, era también figura de aquello que sucedería mucho después, al llegar la plenitud de los tiempos. Porque si por un solo hombre, Adán, se introdujo la muerte en la historia, por otro, Cristo, germinaría la vida. Cristo es, así, el nuevo y definitivo Adán, modelado, como el primero, de la tierra virgen, porque nació de una Virgen; si bien no en todo como el primero, que había sido rebelde, ya que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Si por la desobediencia del primero entró la muerte en el mundo, por la obediencia del segundo irrumpió la resurrección en la historia de los hombres.
Pues bien, un día, ese segundo Adán se dormiría como el primero. Recostado sobre el madero de la Cruz, dormiría el sueño de la muerte. Y fue precisamente en esos momentos cuando un soldado le atravesó el costado con su lanza. Conocemos la escena según nos la relata el evangelista San Juan, quien nos dice que en ese mismo instante el Señor derramó agua y sangre. ¿Qué significado encierra este misterio? El agua es la materia del Bautismo, la sangre es el contenido de la Eucaristía. Del seno del Señor brotaron, así, el Bautismo y la Eucaristía, los dos sacramentos gracias a los cuales la Iglesia se edifica y se alimenta siempre de nuevo. Junto con todos los Padres podemos, pues, decir que así como la primera Eva nació del costado de Adán que dormía, de manera similar la Iglesia, segunda Eva, brotó del seno de su esposo dormido en la Cruz.
No nos debe entonces extrañar la tajante afirmación de San Hilario: “En el sueño de Adán, Cristo engendró a la Iglesia”. Ni la de Tertuliano: “Si Adán era una figura de Cristo, el sueño de Adán simbolizaba la muerte de Cristo dormido en la Cruz; Eva, que sale de la herida del costado de Adán, es figura de la Iglesia, madre verdadera de los vivientes”.
Cristo y la Iglesia, como antaño Adán y Eva, mantienen entre sí relaciones esponsalicias. Son Esposo y Esposa. Incesantemente el Esposo divino está amando y fecundando a su Esposa terrena. Pues bien, esta sublime unión nupcial es imitada en el matrimonio cristiano. El hombre y la mujer que se desposan tienen delante de sí aquel modelo supremo: la unión conyugal de Cristo y de la Iglesia. Oigamos lo que San Pablo nos dice a este respecto: “Las mujeres deben obedecer a sus maridos como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia… Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben obedecer en todo a vuestros maridos”. El Apóstol compara la obediencia que la mujer debe a su marido, con la obediencia que la Iglesia obsequia a Cristo, su Esposo.
Pero hay más, según advertimos si seguimos leyendo el texto de San Pablo: “Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente… Del mismo modo los esposos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo“. Espléndida la expresión del Apóstol: como Cristo se ofreció a la muerte por la Iglesia, de manera análoga debe el marido generoso en su entrega matrimonial, en todos los detalles de vida. “Por eso —concluye San Pablo—, el hombre dejará a padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: yo lo he referido a Cristo y a la Iglesia”. Advertimos aquí cómo el Apóstol cita el libro del Génesis que escucháramos en la primera lectura, aplicándolo tanto a la unión entre Cristo y la Iglesia como a la unión entre marido y mujer.
¡Cuán sublime se nos muestra el sacramento del matrimonio. ¡Qué exigente ideal de perfección! El marido debe en todo imitar a Cristo y ser, como Él, conductor sacrificado, generoso, enamorado. La mujer debe en todo imitar a la Iglesia y ser, como ella, santa, pudorosa, fecunda. Hemos advertido en el Evangelio de hoy con cuánta severidad condena Cristo el divorcio. Lo hace con autoridad, como Dios que es. Retrocediendo en el tiempo más allá del permiso de divorcio que Moisés concediera a los miembros de su pueblo en razón de la dureza de sus corazones, Jesús se remonta al relato primordial Génesis: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.
¡Cuánta actualidad tienen, amados hermanos, las palabras del Señor! En esta época de tantos divorcios, de tan frecuentes y fáciles disoluciones del vínculo. ¡Cristo nunca se divorciará de su Iglesia!
Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús. Hagámoslo con sencillez, según nos lo recomienda el Señor en el evangelio de hoy: aceptemos el Reino como un niño. Sin rodeos, sin complicaciones. El Señor entrará en nuestro interior para hacerse uno con nosotros. Ya que también la Eucaristía tiene carácter conyugal: Cristo y el cristiano que lo recibe se hacen una sola cosa. Enseña Santo Tomás que el sacramento del Matrimonio significa la conjunción de Cristo y de la Iglesia, cuya unidad es figurada por el sacramento de la Eucaristía. Porque en la Eucaristía, Cristo se entrega de nuevo por su Iglesia, por cada uno de nosotros, que somos una microiglesia. Gracias a este sacramento de unidad, Cristo, Esposo de la Iglesia, renueva diariamente sus esponsales con ella en el interior de nosotros. “Permaneced en mí, y yo en vosotros“, nos exhorta el Señor. Se cumplirá entonces aquello que señaló Jesús en el evangelio, haciéndose eco del texto del Génesis: “Serán los dos una sola carne”. En ese momento Cristo podrá afirmar de cada uno de nosotros lo que dijo Adán cuando vio a Eva por primera vez: “Este sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”.
Alfredo Sáenz, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed. Gladius, 1993. 265 – 268
Mons. Fulton Sheen
“No cometerás adulterio”
Dos montes sirven de referencia como primero y segundo acto de un drama en dos actos: el monte de las Bienaventuranzas y el monte Calvario. El que subió al primero para predicar las bienaventuranzas debe necesariamente subir al segundo para poner en práctica lo que había predicado. Las personas poco reflexivas suelen decir que el sermón del monte constituye la esencia del cristianismo. Pero que alguien intente practicar estas bienaventuranzas en su propia vida, y verá cómo se acarrea la ira del mundo. El sermón del monte no puede ser separado de la crucifixión, de la misma manera que el día no puede ser separado de la noche. El día en que nuestro Señor enseñó las bienaventuranzas firmó su propia sentencia de muerte. El sonido de los clavos y los martillos penetrando a través de carne humana era el eco que bajaban de la ladera de la montaña donde había estado enseñando a los hombres el camino de la felicidad o bienaventuranza. Todo el mundo quiere ser feliz, pero el camino que Él enseñaba era el totalmente opuesto a los caminos del mundo.
Un camino para crearse enemigos y hacer que la gente se convierta en adversaria de uno es desafiar el espíritu del mundo. Cualquiera que desafíe las máximas mundanas, tales como: «sólo se vive una vez», «hay que aprovechar lo máximo la vida», « ¿quién lo sabrá?», « ¿para qué sirve el sexo, sino para el placer ?», está destinado a hacerse impopular.
En las bienaventuranzas, nuestro divino Señor toma aquellas ocho palabras del mundo que son otros tantos reclamos — «seguridad», «venganza», «risa», «popularidad», «compensación», «sexo», «poder armado» y «comodidad» — y las trastorna por completo. Á los que dicen: «No puedes ser feliz a menos que seas rico», Él les dice: «Bienaventurados los pobres en el espíritu». A los que dicen: «No dejéis que se salga con la suya», Él les dice: «Bienaventurados los mansos». A los que dicen: «Ríe, y el mundo reirá contigo», Él les dice: «Bienaventurados los que lloran». A los que dicen: «Si la naturaleza te ha dado instintos sexuales, debes darles libre expresión, de lo contrario serías un frustrado, Él les dice: « Bienaventurado, los limpios de corazón». A los que dicen; «Procura ser popular y conocido », Él les dice; «Bienaventurados vosotros, si os injurian y os persiguen y hablan toda clase de mal contra por causa de mí». A los que dicen: «En tiempo de paz prepárate para la guerra», Él les dice «Bienaventurados los pacíficos ».
Él se mofa de los clisés, baratos sobre los cuales se escriben guiones de cine y se componen las novelas. El propone que eche al fuego los que ellos adoran: que se venzan los instintos sexuales en vez de permitir que se esclavicen a las personas; domar las conquistas económicas en vez de hacer que la felicidad consista en la abundancia de cosas externas al alma. De las falsas bienaventuranza que hacen depender la felicidad de la expresión de sí mismo, de la licencia de pasarla bien, o de «comer, beber y divertirse para morir mañana», de todas ellas, Él se burla porque tales cosas traen desórdenes mentales, desgracia, falsas esperanzas, temores y ansiedades.
Aquellos que quisieran escapar al impacto de las bienaventuranzas dicen que nuestro divino Salvador fue una criatura de su tiempo, pero no del nuestro, y que, por lo tanto, sus palabras carecen de aplicación en nuestros días. No fue una criatura de su tiempo ni de ningún tiempo; ¡nosotros sí que lo somos! Mahoma pereció a su tiempo; de ahí que dijera que un hombre, podía tener concubinas además de cuatro esposas legales al mismo tiempo. Mahoma pertenece también a nuestro tiempo porque hay personas modernas que dicen que un hombre puede tener muchas esposas, si las toma una tras otra. Pero nuestro Señor no pertenecía a su tiempo, ni tampoco al nuestro. Casarse con una época es quedar viudo en la siguiente. Porque no se adapta a ninguna época, Él constituye el modelo inmutable para los hombres de todas las épocas. Nunca usó una expresión que dependiera del orden social en que vivía; su evangelio no resultaba entonces más fácil de lo que es ahora. Lo recuerdan sus propias palabras.
En verdad os digo que basta que pasen el cielo y la tierra in una i ni una tilde de la i pasarán de la ley hasta que todo sea cumplido.
Mt 5, 18
La clave para entender el sermón del monte es la manera como usaba dos expresiones. Una de ellas era: «habéis oído»; la otra era
la palabra, breve y enfática, «pero». Cuando decía: «habéis oído»,
se remontaba a lo que los oídos humanos habían estado oyendo
desde hacia siglos y aún están oyendo de labios de reformadores éticos
todas aquellas reglas, códigos y preceptos que son medidas
a medias entre el instinto y la razón, entre costumbres locales y los
mas elevados ideales. Cuando decía: «habéis oído», incluía la ley
mosaica, a Buda con su óctuple vía, a Confucio con sus reglas para
todo un caballero, a Aristóteles con su felicidad natural, la amplitud de miras de los hindúes y todos los grupos humanitarios de nuestros días, que quisieran traducir algunos de los antiguos códigos a su propia lengua y, decir que se trata de un nuevo medio de vida. De todos estos compromisos estaba hablando cuando decía: «habéis oído».
«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio». Moisés lo había dicho; las tribus paganas lo sugerían; los primitivos lo respetaban. Ahora venía el terrible y espantable pero: «pero yo os digo…». «Pero yo os digo que todo aquel que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón». Nuestro Señor penetraba en el fondo de los corazones y marcaba como con pecado incluso el deseo de pecar. Si era malo hacer determinada cosa, era también malo pensar en esta misma cosa. Era como si dijera: «fuera con vuestra higiene, que trata de tener las manos limpias después de haber robado, y los cuerpos libre de enfermedad después de haber violado a una mujer». Penetraba en el fondo de los corazones y marcaba como un fuego la intención de pecar. No esperaba a que el mal árbol produjera malos frutos. Quería evitar incluso que llegara a sembrarse la mala semilla. No esperéis a que vuestros pecados ocultos parezcan como psicosis, neurosis y compulsiones. Desembarazaos de ellos en sus mismas raíces. ¡Arrepentíos! ¡Purificaos! El mal que puede ponerse en estadísticas o ser encerrado en cárceles ya es demasiado tarde para poder remediarlo.
Cristo afirmó que cuando un hombre se casaba con una mujer se casaba tanto con el cuerpo como con el alma de ella; se casaba con toda la persona. Si se cansaba del cuerpo, no podía apartarlo para tomar otro, ya que todavía seguía siendo responsable de aquella alma. Así, clamaba: «habéis oído». En esta expresión condensaba la jerga de todas las civilizaciones decadentes. «Habéis oído: divórciate; Dios no espera que vivas sin felicidad.» Pero a continuación venía el consabido pero:
Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer hace que ella cometa adulterio,
y el que se casare con la repudiada, comete adulterio.
Mt 5, 32
¿Qué importa que el cuerpo se haya perdido? El alma está allí todavía, y el alma vale más que todas las sensaciones que el cuerpo pueda procurar, vale más aún que todo el universo. Él quería mantener puros a los hombres y a las mujeres, no puros de contagio, sino del deseo recíproco entre ellos; imaginar una traición ya es en sí mismo una traición. Así fue que declaró:
Lo que Dios juntó,
no lo separe el hombre.
Mt. 10, 9
A ningún hombre, a ningún juez, ninguna nación es lícito separarlo. A continuación Cristo tomó de su cuenta todas aquellas teorías que vienen a decir que el pecado es debido al ambiente: a la leche B, a le insuficiencia de salas de baile, a no tener suficiente para malgastar. De todas estas cosas decía: «habéis oído». Entonces venía el pero: «pero yo os digo…». Afirmaba que los pecados, el egoísmo, la codicia, el adulterio, el homicidio, el robo, el soborno, la corrupción política, todo esto procedía del hombre mismo. Las ofensas proceden de nuestra mala voluntad, y no de nuestras glándulas; no podemos buscar excusas a nuestra lujuria diciendo que nuestro abuelo tenía un complejo de Edipo o que tengamos un complejo de Electra de nuestra abuela. El pecado, decía Él, es llevado al alma por el cuerpo, y el cuerpo es impulsado por la voluntad. En guerra contra todas las falsas expresiones del yo, predicaba sus recomendaciones de autooperación : «córtalo», «sácalo», «échalo».
Si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer,
sácalo, y échalo de ti; porque es provechoso que se pierda uno de tus miembros
y no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.
Y si tu mano derecha fuera para ti ocasión de caer, córtala y échala de ti; porque te es provechoso que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo vaya al infierno.
Mt 5, 2 s
[…]
El sermón del monte está tan en discrepancia con todo lo que el mundo tiene en aprecio, que el mundo crucificará a todo aquel que intente vivir a la altura de los valores de dicho sermón. Por haberlos predicado, Cristo tuvo que morir. El Calvario fue el precio que tuvo que pagar por el sermón de la montaña. Sólo las medianías sobreviven. Aquellos que llaman a lo negro negro, y a lo blanco blanco, son sentenciados por intolerantes. Sólo los grises pueden vivir.
[…]
Dejémosle que venga a un mundo en el que se trata de interpretar al ser humano en términos sexuales; que considera la pureza como frigidez, la castidad como sexo frustrado, la continencia como anormalidad, y la unión de hombre y mujer hasta la muerte como algo Insoportable; un mundo que dice que un matrimonio sólo dura lo que duran las glándulas, que uno puede desunir lo que Dios ha unido y quitar el sello de donde Dios lo ha puesto. Dejemos que Él le diga: « bienaventurados los puros»; y se verá colgado sea cruz, convertido en espectáculo para los hombres y los un una última y estúpida afirmación de que la pureza es anormal, de que las vírgenes son neuróticas y de que la carnalidad es lo correcto.
Fulton Sheen, Vida de Cristo, Herder, Madrid, 1996, pag. 119- 124
Domingo XXVII Tiempo Ordinario
7 de octubre 2024 – CICLO B
Entrada:
Todo aquello que configura la vida de cada persona no es ajeno al seguimiento de Cristo. Es lo que sucede con la realidad del matrimonio que encontramos expresada hoy en la Liturgia. Jesús remitiendo al proyecto originario de Dios ha vino a sanar al ser humano en su interior y a renovar también el matrimonio y la familia.
Primera Lectura: Gen. 2, 4b. 7a. 18-24
Desde un principio el plan del Creador respecto del hombre y de la mujer es el de una unión indefectible.
Segunda Lectura: Hb. 2, 9-11
Cristo que padeció la muerte en favor de todos no se avergüenza de llamarnos hermanos suyos porque somos por él santificados.
Evangelio: Mc. 10, 2-16
Vivir la verdad del matrimonio es llegar a ser uno en Cristo Jesús.
Preces:
Pidamos con confianza, hermanos, la Misericordia de Dios Padre, para todos los hombres.
A cada intención respondemos:…
- Por las intenciones del Santo Padre especialmente las referidas para este mes de octubre: Para el progreso y desarrollo de la Nueva Evangelización en los países de antigua cristiandad. Oremos…
- Por los frutos que se esperan en este Año dedicado a la profundización de nuestra Fe, que el mismo signifique para toda la Iglesia una renovación en el amor y en el fervor al servicio de Dios y de la Iglesia. Oremos…
- Por los que ejercen la actividad política para que lo hagan en un clima de auténtica libertad fundado en una concepción del hombre y del mundo que refleje de ellos su naturaleza y vocación. Oremos…
- Por las familias cristianas, para que en su seno se promueva la fe y los valores espirituales y por el amor mutuo que debe reinar entre los esposos. Oremos…
- Por los matrimonios jóvenes, para que recuperen el sentido del compromiso en todos los aspectos de la vida, siendo el compromiso lo que le da madurez a la libertad y al amor. Oremos…
Te pedimos, Señor, que ilumines a tu familia y que escuches su oración, para que se sienta colmada de tus bienes. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Procesión de ofrendas
Todos nuestros anhelos de santidad sean presentados junto con la Víctima divina que nos santifica y nos hace agradables a Dios.
* Ofrecemos alimentos para honrar al Señor de las misericordias, en los más pobres y desamparados.
* Presentamos el pan y el vino junto al deseo de que identificados con Cristo seamos Hostias en oblación perpetua.
Comunión:
Cristo Eucaristía nos fortalece para vivir según su Espíritu.
Salida:
Nuestra Señora del Rosario bendice a nuestras familias, para que todos unidos en Cristo y apoyados en su gracia vivamos fieles al gran proyecto de Dios lleno de misericordia.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Como el reloj
Las piezas de un gran reloj de campanario andaban acordes muchos años hacia las pesas, las ruedas dentadas, las saetas, el mazo que daba las horas; todo andaba acompasado; unas piezas movían a otras, y el reloj desempeñaba muy bien su cometido.
Un día por la escalera oscura del caracol de la torre, se coló un diablejo de gorro colorado, sonrió sarcástico, y dijo a una de las ruedas:
- Eres tonta. ¡Qué sujeción la tuya! Siempre vueltas y vueltas oprimida y obligada por las otras ruedas. ¡Si te asomaras un poco a este agujero del campanario verías cosas buenas!
La rueda vaciló un poco y luego dijo:
- No puedo; es mi obligación.
- ¿Tu obligación? ¡Rancias ideas! Yo soy de afuera y no creo en esas obligaciones. La obligación de vivir y de gozar, ésa es la primera.
La rueda se dejó convencer, se separó de su compañera, y se divirtió mucho viendo los tejados de las casas, los caminos lejanos como cintas grises, y las manchas verdes de las huertas.
- ¡Viva la libertad! – gritó entusiasmada.
Pero sucedió que el reloj se fue parando poco a poco. Iba a dar la hora y no la dio. Silencio de muerte reinó en la torre. Se oyeron los pasos precipitados del relojero.
- ¡Hay que volver esta rueda a su sitio! – dijo.
La colocó en él y el reloj volvió a andar.
La familia, mis hermanos, es como un reloj. Anda bien mientras cada rueda está en su sitio. Algunas veces el diablillo de la tentación dice a la mujer:
- Asómate al mundo. Acuérdate de cuanto gozabas de soltera en él. ¿Por qué te van a estar prohibidos estos placeres? ¡Las obligaciones del matrimonio! ¡Vah! Son ranciedades de otros tiempos. Tú sigues teniendo derecho a la vida.
La mujer se deja convencer y se asoma otra vez al mundo. ¡Cómo goza! ¡Cómo se divierte! Pero el reloj se ha parado. El hogar, la familia, el esposo, todo está desquiciado. Y no tiene otro arreglo. Hay que volver la rueda a su sitio.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 599)