PRIMERA LECTURA
Vengan a tomar agua: escuchen y vivirán
Lectura del libro de Isaías 55, 1-11
Así habla el Señor:
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos,
y el que no tenga dinero, venga también!
Coman gratuitamente su ración de trigo,
y sin pagar, tomen vino y leche.
¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta
y sus ganancias, en algo que no sacia?
Háganme caso, y comerán buena comida,
se deleitarán con sabrosos manjares.
Presten atención y vengan a mí,
escuchen bien y vivirán.
Yo haré con ustedes una alianza eterna,
obra de mi inquebrantable amor a David.
Yo lo he puesto como testigo para los pueblos,
jefe y soberano de naciones.
Tú llamarás a una nación queno conocías,
y una nación que no te conocía correrá hacia ti,
a causa del Señor, tu Dios,
y por el Santo de Israel, que te glorifica.
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar,
llámenlo mientras está cerca!
Que el malvado abandone su camino
y el hombre perverso, sus pensamientos;
que vuelva al Señor, y Él le tendrá compasión,
a nuestro Dios, que es generoso en perdonar.
Porque los pensamientos de ustedes no son los míos,
ni los caminos de ustedes son mis caminos
—oráculo del Señor—.
Como el cielo se alza por encima de la tierra,
así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos
a los caminos y a los pensamientos de ustedes.
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo
y no vuelven a él sin haber empapado la tierra,
sin haberla fecundado y hecho germinar,
para que dé la semilla al sembrador
y el pan al que come,
así sucede con la palabra que sale de mi boca:
ella no vuelve a mí estéril,
sino que realiza todo lo que Yo quiero
y cumple la misión que Yo le encomendé.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Is 12, 2-4bcd.5-6
R. Sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación.
Éste es el Dios de mi salvación:
yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi protección;
Él fue mi salvación. R.
Den gracias al Señor,
invoquen su Nombre,
anuncien entre los pueblos sus proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre. R.
Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso:
¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.
SEGUNDA LECTURA
El Espíritu, el agua y la sangre
Lectura de la primera carta de san Juan 5, 1-9
Queridos hermanos:
El que cree que Jesús es el Cristo
ha nacido de Dios;
y el que ama al Padre
ama también al que ha nacido de Él.
La señal de que amamos a los hijos de Dios
es que amamos a Dios
y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos,
y sus mandamientos no son una carga,
porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo.
Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre;
no solamente con el agua,
sino con el agua y con la sangre.
Y el Espíritu da testimonio
porque el Espíritu es la verdad.
Son tres los que dan testimonio:
el Espíritu, el agua y la sangre;
y los tres están de acuerdo.
Si damos fe al testimonio de los hombres,
con mayor razón
tenemos que aceptar el testimonio de Dios.
Y Dios ha dado testimonio de su Hijo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 1, 29
Aleluia.
Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
«Éste es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo».
Aleluia.
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1,7-11
Juan Bautista predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo».
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre Él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».
Palabra del Señor.
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Mc 1, 7-11
7 Juan, el precursor profetizado, que realiza el plan de Dios proclamado en Isaías y en Malaquías, proclama, a su vez, una profecía, la venida de uno más poderoso.
Mateo y Lucas desarrollan más la predicación de Juan. Marcos es breve. «El fuerte» tiene una larga historia detrás de él (cf. 1S 49,25; 53,12).
Se aplica de varias maneras: a Satán (3,27), a poderosos opresores (Ap 10,1; 18,21) y a Dios (Ap 18,8; 1 Cor 10,22). Aquí, a la luz de 3,27 y de Lc 11,22, describe al Libertador y Juez escatológico esperado. Sugiere así que se está ya en los pródromos del drama escatológico.
Ese mayor poder profetizado por Juan, y hecho manifiesto en el bautismo de Jesús con la bajada del Espíritu, va a manifestarse en la tentación.
Respecto a este Libertador, Juan confiesa su indignidad a realizar los deberes de un esclavo.
8 En el segundo dicho, Juan señala un fuerte contraste entre su bautismo y el de aquel que viene.
ebaptisa puede ser el aoristo de una cosa sucedida, pero más probablemente representa el perfecto estático hebreo bautizo. Mateo dice bautizo (3,11).
Pneu,mati agi,w designa al Espíritu Santo. La preposición en probablemente habría que omitirla con algunos códices. El Espíritu Santo, según el AT, es la dynamis divina que se manifiesta al exterior. En Mateo y Lucas se dice: En el Espíritu Santo y en fuego. Es probable que la forma original fuese sólo en fuego (contrapuesto a agua) y que en el Espíritu Santo sea una reflexión de la experiencia cristiana posterior, explicitando el sentido de la frase histórica.
La explicación del pasaje aparece clara si, admitida la autenticidad de la cita de Malaquías, suponemos la profecía de este autor en el trasfondo del pensamiento de Marcos.
El texto de Malaquías claramente se refiere a Elías, como consta de Mal 4,5: He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que venga el día grande y terrible de Yahvé. Juan es descrito en Marcos como Elías.
En 3,1 dice Malaquías en todo su contexto: He aquí que envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí, e inmediatamente vendrá a su templo el Señor, por quien vosotros anheláis, y el ángel de la alianza que deseáis. He aquí que llega, habla el Señor de los ejércitos.
El ángel de la alianza se refiere al Mesías, mediador de la nueva alianza (cf. Mc 14,22-25).
Prosigue Malaquías (3,2-4) describiendo la actuación del Mesías: Es cual «fuego» de fundidor y como lejía de lavadores. Se sentará para fundir y purificar la plata, y purificará a los hijos de Leví; los acrisolará como el oro y la plata, y luego podrán ofrecer a Yahvé oblaciones con justicia. Entonces será grata a Yahvé la oblación de Judá yJerusalén como en los tiempos primeros.
Se atribuye al Mesías un fuego purificador. A éste se refiere, sin duda, en el pensamiento de Marcos la frase de Juan Bautista. Mientras él bautiza o purifica con agua, como quien dice simbólicamente, el Mesías purificará con fuego, eficazmente. Este fuego purificador propio del Mesías es el Espíritu Santo. Consta también en otras profecías (cf. Ez 36,25.27) que el Espíritu Santo será el elemento purificador en los tiempos mesiánicos.
Según la profecía de Malaquías, la purificación debía hacer que fuera grata a Yahvé la oblación de Judá y Jerusalén. Según el texto de Marcos, acude a Juan Bautista para purificarse Jerusalén y toda Judea.
En el bautismo de Jesús y en la tentación en el desierto se ha observado una especie de tránsito del plano humano al plano suprahumano. Anteriormente se encontraba a Juan y a las turbas. Ahora son los cielos abiertos, el espíritu que desciende como una paloma, la voz del cielo, el Hijo de Dios, el Espíritu que le empuja al desierto, Satán tentando, las bestias salvajes y los ángeles ministros. Tales eventos, supuestas ciertas ideas de la apocalíptica judía, no pueden significar otra cosa que un decisivo acontecimiento para la realización de la esperanza escatológica.
9 La vaga referencia temporal en aquellos días, encontrada también en 8,1; 13,17.24, parece ser editorial. Marcos desea indicar que el bautismo sucedió en el curso del ministerio del Bautista, pues hay un nexo íntimo entre todas las escenas que constituyen la introducción.
La frase Y sucedió en aquellos días que vino… tiene un sabor semítico (cf. Ex 2,11; Lc 2,1, etc.).
Marcos no dice nada de la hesitación de Juan que refiere Mateo (3,14ss).
10 El sujeto de vio es Jesús. También en Mt 3,16. Es difícil de decidir si Marcos pretende describir una visión objetiva o una simple visión. Es probable lo primero, pero nada sugiere que los cielos abiertos fueran visibles para los otros. scizome,nouj describe acción en progreso. Mateo y Lucas usan anoi,gw. La coincidencia de Mateo y Lucas contra Marcos sugiere que la fuente común de Mateo y Lucas, lo mismo que Marcos, debía de contener una relación del bautismo.
11 Tú eres mi Hijo… :agaphto,j es usado en el sentido de único. Como eudo,khsa puede ser considerado como aoristo intemporal. En Is 42,1, el perfecto estático hebreo es traducido en los LXX por el aoristo.
La palabra celeste, juntamente con los cielos abiertos y el Espíritu en forma de paloma sobre Jesús, evoca la pintura isaiana del Siervo de Yahvé (Is 42,1: mi elegido, en quien me complazco. He puesto sobre él mi Espíritu. Is 53,19: ¡Ojalá rasgases los cielos y bajaras!).
El término Hijo no es probablemente derivado del salmo 2. Puede muy bien suponer un término arameo traducible por uio,j o paij. En el segundo caso, la voz celeste no evocaría sino únicamente la pintura del Siervo, y toda la teología de la escena sería presentar a Jesús como investido solemnemente en su bautismo para realizar la misión del Siervo sufriente. La tentación, que sigue al bautismo, consistirá, a juzgar por los relatos de Mateo y Lucas, en presentársele a Jesús otra clase de mesianismo: el mesianismo político, difuso en el ambiente y fomentado por el partido de los zelotes.
DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 336-39
CUESTIÓN 39
Del bautismo de Cristo
Ahora hemos de tratar del bautismo que Cristo recibió.
Y sobre esto proponemos ocho cosas:
Primera: si Cristo debió ser bautizado.
Segunda: si debió recibir el bautismo de Juan.
Tercera: de la edad en que debió ser bautizado.
Cuarta: del lugar.
Quinta: de que los cielos se abrieran.
Sexta: del Espíritu Santo, que apareció en forma de paloma.
Séptima: si la paloma fue verdadero animal.
Octava: de la voz del testimonio paterno.
ARTÍCULO 1
Si fue conveniente que Cristo fuera bautizado
Dificultades. Parece que no fue conveniente que Cristo fuera bautizado.
- El bautismo es una purificación; pero Cristo no necesitaba de esto, no habiendo en Él impureza alguna; luego parece que Cristo no debía ser bautizado.
- Cristo recibió la circuncisión para cumplir la ley; pero el bautismo no estaba preceptuado por la ley; luego no debía ser bautizado.
- El primer motor en cualquier género ha de ser inmóvil en ese género de movimiento –como el cielo, que es la primera causa de las alteraciones, y él mismo es inalterable–; pero Cristo es el primero que bautiza, según aquellas palabras de San Juan: “Sobre el que vieres descender y posarse el Espíritu, ése es el que bautiza” (Jn 1,33). Luego Cristo no debió ser bautizado.
Por otra parte, se lee en San Mateo: “Vino Jesús de Galilea al Jordán a Juan, para ser por él bautizado” (Mt 3,13).
Respuesta. Fue conveniente que Cristo fuera bautizado: Primero, porque, según dice San Ambrosio, “fue Cristo bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas y, limpias por el contacto de la carne de Cristo, que no conoció pecado, tuvieran la virtud de bautizar” y “las dejara santificadas para los que luego se habían de bautizar”, añade San Crisóstomo.
Segundo, porque, como dice este mismo Santo, “aunque Cristo no era pecador, sin embargo, recibió una naturaleza pecadora y la semejanza de la carne del pecado. Por esto, aunque no necesitaba el bautismo para sí, lo necesitaba en otros la naturaleza carnal”. Y, como dice San Gregorio Nacianceno, “se bautizó Cristo para sumergir en las aguas todo el viejo Adán”.
Tercero, quiso ser bautizado, dice San Agustín en un sermón de la Epifanía, “porque quiso hacer lo que había mandado que todos hiciesen”. Esto significan aquellas palabras: “Así nos conviene cumplir toda justicia” (Mt 3,15). Y como dice San Ambrosio: “Esta es la justicia, que primero hagas lo que quieres que otros hagan y los muevas con tu ejemplo”.
Soluciones. 1. Cristo no fue bautizado para ser lavado, sino para lavar, como queda dicho (in c).
- Cristo no debía cumplir sólo los preceptos de la ley vieja, sino incoar los de la nueva. Y así, no sólo quiso ser circuncidado, sino también bautizado.
- Cristo es el primero en bautizar espiritualmente, y según esto no fue bautizado, pues Él lo fue sólo en el agua.
ARTÍCULO 2
Si Cristo debía recibir el bautismo de Juan
Dificultades. Parece que Cristo no debía recibir el bautismo de Juan.
- Fue el bautismo de Juan “bautismo de penitencia” (Mc 14); pero no conviene a Cristo la penitencia, puesto que no tuvo pecado; luego tampoco debió ser bautizado con el bautismo de Juan.
- Dice San Crisóstomo que “el bautismo de Juan fue intermedio entre el bautismo de los judíos y el de Cristo”. Pero “el intermedio participa de la naturaleza de los extremos”; luego, si Cristo no fue bautizado con el bautismo de los judíos ni con el suyo, tampoco parece que debió ser bautizado con el bautismo de Juan.
- Debe atribuirse a Cristo cuanto en lo humano alcanza la categoría de óptimo; pero el bautismo de Juan no tiene esta categoría entre los bautismos; luego no convino que fuera bautizado con el bautismo de Juan.
Por otra parte está lo que se dice en San Mateo: “Vino Jesús al Jordán para ser bautizado por Juan” (Mt 3,13).
Respuesta. Dice San Agustín que Cristo, “una vez bautizado, bautizaba a su vez, pero no con el bautismo que Él había recibido”. De suerte que, bautizando Él con su propio bautismo, es natural, que no fuera bautizado con su propio bautismo, sino con el de Juan. Y esto fue conveniente: Primero, por la condición del bautismo de Juan, que no fue bautismo en el Espíritu, sino “en el agua” (cf. Mt 3,11). Cristo no necesitaba de bautismo espiritual, puesto que desde el primer instante de su concepción estaba lleno del Espíritu Santo (S.Th. 3,34,1). Tal es la razón de San Crisóstomo.
Segundo, porque, según San Beda, Cristo fue bautizado con el bautismo de Juan “para aprobar el bautismo de Juan con el hecho de recibirlo Él mismo”.
Tercero, al decir de San Gregorio Nacianceno, “se acercó Jesús a recibir el bautismo de Juan para santificar el bautismo”.
Soluciones. 1. Cristo quiso ser bautizado para que con su ejemplo nos indujese al bautismo (a.1). Y para que su inducción fuese más eficaz, quiso recibir un bautismo que, evidentemente, no necesitaba, a fin de mover a los hombres a acercarse al bautismo que necesitaban. Por esto dice San Ambrosio: “Nadie rehúya el lavatorio de la gracia, ya que Cristo no rehuyó el lavatorio de la penitencia”.
- El bautismo de los judíos que estaba prescrito en la ley, era sólo figurativo; pero el bautismo de Juan era un tanto real, puesto que inducía a los hombres a abstenerse de pecar; en cambio, el bautismo de Cristo tiene eficacia para limpiar los pecados y conferir la gracia. Cuanto a Cristo, no necesitaba de la remisión de los pecados, que no tenía, ni necesitaba recibir gracia, de la que estaba lleno. Siendo, además, la “Verdad” (cfJn 14,6), no le cuadraba lo que no tenía más que un ser figurativo. Por esto fue más razonable que fuese bautizado con el bautismo medio que con alguno de los extremos.
- Es el bautismo un remedio espiritual. Ahora bien, cuanto uno es más perfecto, menos necesidad tiene de remedios. Y así, por lo mismo que Cristo es en sumo grado perfecto, fue conveniente que no recibiese un bautismo que también lo fuese; como el que está sano no necesita remedios eficaces.
ARTÍCULO 3
Si Cristo fue bautizado en edad conveniente
Dificultades. Parece que, en efecto, Cristo no fue bautizado en edad conveniente.
- Cristo se bautizó para mover a otros a recibir el bautismo. Pero los fieles de Cristo son alabados de recibir el bautismo, no sólo antes de cumplir los treinta años, pero aun en la infancia; luego parece que Cristo no debió ser bautizado a los treinta años.
- No leemos que Cristo haya enseñado o hecho milagros antes de su bautismo; pero más útil hubiera sido para el mundo si hubiera enseñado mucho tiempo, empezando a los veinte años o antes; luego parece que Cristo, que había venido para provecho de los hombres, debió haber sido bautizado antes de los treinta años.
- El indicio de su sabiduría divinamente infusa debió manifestarse en Cristo más que en nadie. Pero la manifestó Daniel en la niñez, según está escrito: “Suscitó el Señor el espíritu santo del joven Daniel” (Dn 13,45)). Luego mucho más Cristo debió en su niñez ser bautizado y enseñar.
- El bautismo de Juan se ordenaba al de Cristo como a su fin; pero “el fin es lo primero en la intención y lo postrero en la ejecución”; luego Cristo debió ser bautizado por Juan, o el primero o el último.
Por otra parte, leemos en San Lucas: “Sucedió mientras se bautizaba todo el pueblo, y Jesús era bautizado y oraba” (Lc 3,21). Y luego: “Él mismo Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23).
Respuesta. Muy razonable fue que Cristo se bautizase a los treinta años. Primero, porque Cristo se bautizó cuando iba a comenzar su enseñanza y predicación, para lo cual se requiere edad perfecta, cual es la de los treinta años. Así, leemos en el Génesis que “José tenía treinta años” (Gn 41,46) cuando se hizo cargo del gobierno de Egipto. También David “tenía treinta años cuando comenzó a reinar” (2Re 5,4). Y Ezequiel comenzó a profetizar “el año trigésimo” de su edad (Ez 1,1).
Segundo, porque, según dice San Crisóstomo, “había de suceder que después del bautismo comenzase a cesar la ley. De esta suerte vino Cristo al bautismo en la edad en que podía llevar todos los pecados, a fin de que, habiendo observado la ley, nadie dijese que la había abrogado porque no podía observarla”.
Tercero, porque el bautismo de Cristo en su edad perfecta da a entender que el bautismo engendra varones perfectos, según la sentencia del Apóstol: “Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13). Y la misma propiedad del número parece expresar esto mismo, pues el treinta resulta de multiplicar el tres por el diez. Por el tres se entiende la fe en la Trinidad; por el diez, la observancia de los preceptos de la ley, y en estas dos cosas está la perfección de la vida cristiana.
Soluciones. 1. Dice San Gregorio Nacianceno que Cristo no se bautizó “como si necesitase de ser purificado ni le amenazara peligro alguno de diferir el bautismo. Para cualquiera otro hay peligro de que no vaya a salir de esta vida sin la túnica de la incorrupción”, es decir, sin la gracia. Y, aunque sea bueno conservar la limpieza después del bautismo, mucho mejor es “mancharse a veces algún tanto que del todo carecer de la gracia”, añade el mismo santo.
- La utilidad que a los hombres viene de Cristo es principalmente por la fe y la humildad, y para una y otra aprovecha el que Cristo no haya comenzado a enseñar en la niñez o en la adolescencia, sino en la edad perfecta. Para la fe, porque con esto se manifiesta la humanidad verdadera, que va progresando según el correr de los años. Para que este crecimiento no se creyera fantástico, no quiso manifestar su sabiduría y su poder antes de la edad perfecta. Aprovecha para la humildad, para que nadie presuma, antes de la edad perfecta, asumir la dignidad de la prelatura o el oficio de enseñar.
- Cristo se proponía a los hombres como ejemplar de toda virtud. Por esto debía mostrarse en Él lo que pertenece al común de los hombres: enseñar en la edad perfecta. Pero dice San Gregorio Nacianceno que “no es ley de la Iglesia lo que raras veces sucede, según el proverbio de que una golondrina no hace verano”. A algunos, por especial disposición de la divina sabiduría, se concedió, fuera de la ley común, el gobernar o enseñar antes de la edad perfecta, como a Salomón (1Re 3,7), a Daniel (Dn 13,45) y a Jeremías (Jer 1,5).
- Cristo no debía recibir el bautismo de Juan, ni el primero ni el último, pues dice San Crisóstomo que Cristo se bautizó “para confirmar la predicación y el bautismo de Juan y asimismo para recibir el testimonio de Juan”. Nadie creería el testimonio de Juan sino después de haber bautizado a muchos. Por esto no debió ser el primero. Tampoco debió ser el postrero, pues, como el mismo Santo añade, “a la manera que la luz del sol no espera el ocaso de la estrella de la mañana, sino que sale, durante el curso del lucero y lo apaga con su claridad, así Cristo no esperó que Juan terminase su carrera, sino que apareció Él cuando todavía Juan enseñaba y bautizaba”.
ARTÍCULO 4
Si Cristo debió ser bautizado en el Jordán
Dificultades. Parece que Cristo no debió recibir el bautismo en el Jordán.
- La verdad debe responder a la figura; pero el bautismo fue figurado en el paso del mar Rojo, donde perecieron ahogados los egipcios, como los pecados son lavados en el bautismo; luego parece que en el mar y no en el río Jordán debió ser Cristo bautizado.
- Jordán quiere decir “bajada”; pero por el bautismo más sube que baja el bautizado, y así se dice en San Mateo “que Jesús, una vez bautizado, subió enseguida del agua” (Mt 3,16); luego parece que no estuvo bien que Cristo fuera bautizado en el Jordán.
- Al pasar los hijos de Israel el Jordán, las aguas “se volvieron atrás” (Jos 4), según leemos en Josué y en el salmo (Ps 113,3-5); pero los que son bautizados no caminan para atrás, sino para adelante; luego no estuvo bien que Cristo se bautizara en el Jordán.
Por otra parte, dice San Marcos que “Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán” (Mc 1,9).
Respuesta. Fue el río Jordán el que atravesaron los hijos de Israel para entrar en la tierra de promisión. Ahora bien, esto tiene de especial sobre los demás bautismos el bautismo de Cristo, que introduce en el reino del cielo, significado por la tierra de promisión. Por esto se dice en San Juan: “Si uno no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,5). El mismo sentido tiene el que Elías dividiera las aguas del Jordán antes de ser arrebatado al cielo en el carro de fuego (2 Re 2,7ss), pues a los que pasan por las aguas del bautismo el fuego del Espíritu Santo les abre la entrada del cielo. Y por esto fue conveniente que Cristo fuera bautizado en el Jordán.
Soluciones. 1. El paso del mar Rojo figuraba el bautismo, en cuanto que éste borra los pecados; pero el paso del Jordán, en cuanto abre las puertas del reino del cielo. Y este es el principal efecto del bautismo que sólo Cristo realizó. Fue más conveniente que Cristo fuera bautizado en el Jordán que no en el mar.
- Hay en el bautismo una ascensión por el progreso de la gracia; esta ascensión exige un descenso de la humildad, según la sentencia de Santiago: “Da su gracia a los humildes” (St 4,6). A este descenso se refiere la “bajada” del nombre del Jordán.
- Dice San Agustín en un sermón de la Epifanía: “Como antes las aguas del Jordán retrocedieron, así ahora, bautizado Cristo, retroceden los pecados”.
También se podría decir que, contra el descenso de las aguas, subía el río de las bendiciones.
ARTÍCULO 5
Si debían abrirse los cielos al ser bautizado Cristo
Dificultades. No parece convenía que, al ser bautizado Cristo, se abrieran los cielos.
- Sólo para aquel se deben abrir los cielos que necesita entrar en los cielos porque vive fuera de ellos; pero Cristo vivía siempre en el cielo, según las palabras de San Juan: “El Hijo del hombre, que está en los cielos” (Jn 3,13); luego no parece que para Él debieran abrirse los cielos.
- La apertura de los cielos se ha de entender corporal o espiritualmente. No corporalmente, porque los cuerpos celestes son impasibles e infrangibles, según las palabras de Job: “¿Acaso no fabricaste tú los cielos, que son sólidos como el bronce fundido?” (Job 37,18). Tampoco se puede entender espiritualmente, porque ante los ojos del Hijo de Dios nunca se habían cerrado. Luego sin razón se dice que “los cielos se abrieron” (Mt 3,16) al ser bautizado Cristo.
- Los cielos se abrieron a los fieles por la pasión de Cristo, según la sentencia del Apóstol: “Tenemos confianza de entrar en el santuario del cielo en virtud de la sangre de Cristo” (Hb 10,19). De manera que ni los bautizados con el bautismo de Cristo, si algunos que murieron antes de su pasión, pudieron entrar en los cielos, Luego más debieron abrirse los cielos en la pasión de Cristo que en su bautismo.
Por otra parte, se lee en San Lucas: “Al ser bautizado Jesús y mientras oraba, se abrieron los cielos” (Lc 3,21).
Respuesta. Ya queda dicho (S.Th. 3,39,1; S.Th.3,38,1) que Cristo quiso ser bautizado para consagrar con su bautizo el bautismo con que nosotros debíamos ser bautizados. Por eso, en el bautizo de Cristo debieron mostrarse aquellas cosas que muestran la eficacia del bautizo nuestro. Sobre esta eficacia hemos de considerar tres causas: Primera, la virtud principal de donde el bautismo tiene su eficacia, que es celestial. Por esto, al bautizarse Cristo, los cielos se abren, para mostrar que en adelante la virtud celestial santificaba el bautismo.
Segunda, concurre a la eficacia del bautismo la fe de la Iglesia y la de aquel que se bautiza, por lo cual los bautizados hacen profesión de fe y el bautismo se llama “sacramento de la fe”. Con la fe contemplamos las cosas del cielo, que superan los sentidos y la razón. Pues para significar esto se abren los cielos al ser bautizado Cristo.
Tercera, porque por el bautismo de Cristo especialmente se nos abre la entrada del reino celestial, cerrado al primer hombre por el pecado. De manera que, al bautizarse Cristo, se abren los cielos para manifestar que a los bautizados queda expedita la vía del cielo.
Después del bautismo le es necesaria al hombre la asidua oración para lograr la entrada en el cielo; pues, si bien por el bautismo se perdonan los pecados, pero queda el “peccati”, que interiormente nos combate, y quedan el mundo y el demonio, que exteriormente nos impugnan. Por esto se lee en San Lucas que, “al ser bautizado Jesús y mientras oraba, se abrieron los cielos” (Lc 3,21); porque es necesaria a los fieles la oración después del bautismo. –O también para dar a entender que por el bautismo se abren los cielos a los fieles en virtud de la oración de Cristo. Y así intencionadamente se dice en San Mateo: “Se le abrieron los cielos” (Mt 3,16), y a los demás por Él, como si el emperador respondiese a uno que pide una gracia para otro: “A ti te concedo esta merced, no al otro, es decir, al otro por amor de ti”, como declara San Crisóstomo.
Soluciones. 1. Dice San Crisóstomo que, “así como Cristo, según la naturaleza humana, se bautizó, no obstante que no necesitase ser bautizado, de la misma suerte se le abrieron los cielos, aunque según la naturaleza divina moraba siempre en los cielos”.
- Dice San Jerónimo que “los cielos se le abrieron a Cristo, no por la separación de los elementos, sino a los ojos espirituales; como Ezequiel, en el principio de su libro, dice que se le abrieron los cielos”. Y esto lo prueba San Crisóstomo, diciendo que, “si la misma criatura de los cielos se hubiera rasgado, no diría que se le habían abierto, pues lo que materialmente se abre, abierto queda para todos”. Por donde leemos en San Marcos que “Jesús, al salir del agua, vio los cielos abiertos” (Mc 1,10), como si la apertura de los cielos a Cristo sólo se ordenase. Esto lo refieren algunos a la visión corporal, y dicen que en torno de Cristo bautizado se formó tal esplendor, que no parecía sino que los cielos se habían abierto. Puede también referirse a una visión imaginaria, al modo de la visión de Ezequiel, que vio los cielos abiertos. Tal visión se formaba por el poder divino y la voluntad de la razón en la imaginación de Cristo, para significar que por el bautismo se abren a los hombres las puertas del cielo. Puede, finalmente, explicarse por una visión intelectual, de modo que Cristo vio, santificado ya el bautismo, que los cielos se abrían a los hombres; lo que antes había visto que se había de hacer.
- Por la pasión de Cristo se abren los cielos a los hombres, y ésta es la causa universal de la apertura de los cielos. Pero es necesario que esta causa se aplique a los individuos para que entren en los cielos, lo cual se verifica por el bautismo, según las palabras del Apóstol: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados” (Ro 6,3). Por esto se hace mención de la apertura de los cielos en el bautismo más bien que en la pasión.
O se puede decir con San Crisóstomo que, “bautizado Cristo, sólo se abrieron los cielos; mas, después que por la cruz venció al tirano, porque las puertas no eran ya necesarias en el cielo, que no se habría de cerrar, no dicen los ángeles: “Abrid las puertas” (cf. Ps 23,7.9), sino “Quitad las puertas”. Con esto da a entender San Crisóstomo que los obstáculos que antes se oponían a la entrada de las almas de los difuntos en el cielo han sido por la pasión de Cristo totalmente quitados; pero ya en el bautismo se abren, como indicando que queda expedita la vía por la que los hombres han de entrar en el cielo.
ARTÍCULO 6
Si está bien dicho que el Espíritu Santo descendió en forma de paloma sobre Cristo bautizado
Dificultades. Parece que no está bien dicho que el Espíritu Santo descendió sobre Cristo en forma de paloma.
- El Espíritu Santo habita en el hombre por la gracia; pero, en el hombre Cristo estuvo la plenitud de la gracia desde el principio de su concepción, como “Unigénito del Padre”, según de lo dicho aparece claro (S.Th. 3,7,12; S.Th.3,34,1); luego no debió el Espíritu Santo serle enviado en el bautismo.
- Se dice que Cristo “bajó” al mundo por el misterio de la encarnación, cuando “se anonadó, tomando la forma de siervo” (Flp 2,7); pero el Espíritu Santo no se encarnó; luego sin razón se dice que “descendió sobre Él”.
- En el bautismo de Cristo debió verificarse, a modo ejemplar, lo que se verifica en nuestro bautismo; pero en nuestro bautismo no hay misión alguna visible del Espíritu Santo; luego tampoco en el de Cristo debió aparecer una misión visible del Espíritu Santo.
- El Espíritu Santo se deriva de Cristo a todos los otros hombres, según las palabras de San Juan: “De su plenitud recibimos todos” (Jn 1,16); pero el Espíritu Santo no descendió sobre los apóstoles en forma de paloma, sino en forma de fuego (Act 2,3); luego ni sobre Cristo debió descender en forma de paloma, sino en la de fuego.
Por otra parte, dice San Lucas: “Descendió sobre él el Espíritu Santo en la forma corporal de paloma” (Lc 3,22).
Respuesta. Lo que se verificó, dice San Crisóstomo, en el bautismo de Cristo, “viene a significar el misterio que se realiza en todos los que luego se habrían de bautizar”. Cuantos reciben el bautismo de Cristo, como no lo reciban fingidamente, reciben con él el Espíritu Santo, según el dicho de San Mateo: “Él os bautizará en el Espíritu Santo” (Mt 3,11). Por eso fue conveniente que sobre el Señor bautizado descendiese el Espíritu Santo.
Soluciones. 1. “Es soberanamente absurdo, dice San Agustín, decir que Cristo a los treinta años recibió el Espíritu Santo. Él se llegó al bautismo sin pecado, y, por tanto, no carecía del Espíritu Santo. Si de Juan se escribe que será lleno del Espíritu Santo desde el seno materno, ¿qué hemos de decir de Cristo, cuya concepción humana no fue carnal, sino espiritual? Pero en su bautismo se dignó prefigurar su cuerpo; es decir, su Iglesia, en la que los bautizados principalmente reciben el Espíritu Santo”.
- Dice San Agustín que, cuando se escribe que el Espíritu Santo descendió sobre Cristo en forma de paloma, no quiere decir que la misma substancia del Espíritu Santo se dejase ver, siendo invisible. Ni tampoco se ha de pensar que la criatura visible estuviese unida personalmente con el Espíritu Santo, pues no se dice que el Espíritu Santo fuese la paloma, como se dice que el Hijo de Dios es hombre por razón de la unión. Ni el Espíritu Santo fue visto en la forma de paloma, como vio Juan en el Apocalipsis al Cordero muerto (Ap 5,6), pues aquella visión fue en espíritu, por imágenes espirituales de los cuerpos. De aquella paloma nadie dudó nunca que no haya sido vista con los ojos. Ni tampoco apareció en forma de paloma el Espíritu Santo, como dice el Apóstol: “La roca era Cristo” (1Co 10,4). La roca ya existía en la realidad y por la semejanza de su acción fue denominada con el nombre de Cristo, a quien significaba. En cambio, aquella paloma vino de repente a la existencia para significar aquel misterio y luego dejó de ser, igual que la llama que en la zarza apareció a Moisés.
Se dice, pues, que el Espíritu Santo “descendió” sobre Cristo, no por razón de la unión con la paloma, sino por razón de que la misma paloma designaba al Espíritu Santo, la cual, descendiendo, vino sobre Cristo, o, por razón de la gracia espiritual, que, descendiendo de Dios, viene a la criatura, según aquellas palabras de Santiago: “Todo don óptimo y todo don perfecto de arriba viene, baja del Padre de las luces” (St 1,17).
- Dice San Crisóstomo que “en los comienzos de las comunicaciones espirituales aparecen las visiones sensibles, a causa de aquellos que de otro modo no son capaces de recibir la inteligencia de la naturaleza incorpórea, para que, si luego no se repiten, por las que antes se verificaron reciban la fe”. Y así descendió el Espíritu Santo en forma corporal sobre Cristo bautizado, para que creamos que invisiblemente desciende sobre todos los bautizados.
- Apareció el Espíritu Santo en forma de paloma sobre Cristo bautizado por cuatro razones: Primera, para indicar las disposiciones que se requieren en el bautizado, a saber, que no se acerque con ánimo fingido, pues, según se dice en la Sabiduría, “el Espíritu Santo de la disciplina huye del engaño” (Sb 1,5). La paloma es animal sencillo, que carece de astucia y dolo, por lo cual se dice en San Mateo: “Sed sencillos como palomas” (Mt 10,16).
Segundo, para designar los siete dones del Espíritu Santo, significados en las propiedades de la paloma: Mora junto a las corrientes de las aguas para que, visto el milano, se sumerja y escape, lo que pertenece al don de sabiduría, por la cual los santos, que moran cerca de las corrientes de la divina Escritura, escapan a las acometidas del diablo. –La paloma escoge los mejores granos, y esto pertenece al don de ciencia, con ayuda de la cual eligen los santos las sentencias sanas para su alimento. –La paloma aumenta los pichones ajenos, y esto pertenece al don de consejo, con el que los santos, que fueron pollos, esto es, imitadores del diablo, alimentan con su doctrina y ejemplo. –La paloma no maltrata con el pico, lo que pertenece al don de entendimiento, con el cual los santos no pervierten las buenas sentencias, maltratándolas, según acostumbran los herejes. –La paloma carece de hiel, y esto pertenece al don de piedad, en virtud de la cual los santos carecen de ira irracional. –La paloma hace su nido en las grietas de las rocas, lo que toca al don de fortaleza, con la que los santos hacen su nido, es decir, ponen su refugio y esperanza en las llagas de la muerte de Cristo, que es la roca firme. –La paloma tiene por canto el arrullo, y esto pertenece al don de temor, con que los santos se deleitan en llorar sus pecados.
Tercero, aparece el Espíritu Santo en forma de paloma para indicar el efecto propio del bautismo, que es el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, pues la paloma es animal manso. Y así, dice San Crisóstomo que “en el diluvio apareció este animal llevando un ramo de olivo y anunciando la tranquilidad universal de toda la tierra, y ahora también aparece la paloma en el bautismo para demostrarnos la liberación”.
Cuarto, aparece el Espíritu Santo en forma de paloma sobre el Señor bautizado, para significar el efecto común del bautismo, que es la construcción de la unidad eclesiástica. Así dice el Apóstol que “Cristo se entregó por la Iglesia para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra de vida”. Y así, con razón, el Espíritu Santo se muestra en forma de paloma, que es animal amable y gusta de vivir en bandadas. Por esto se dice de la Iglesia: “Una es mi paloma” (Ct 6,8).
Sobre los apóstoles vino el Espíritu Santo en forma de fuego por dos razones. La primera, para manifestar el fervor que conmovía sus corazones para predicar a Cristo en todas partes, aun en medio de las tribulaciones. Por esto también se apareció en lenguas de fuego. Sobre esto dice San Agustín: “De dos maneras manifestó el Señor visiblemente al Espíritu Santo”, a saber, “por la paloma que descendió sobre el Señor bautizado y por el fuego sobre los discípulos congregados. Allí se muestra la sencillez, aquí el fervor. Luego, para que los santificados por el Espíritu Santo huyan del dolo, se mostró en forma de paloma; y para que la sencillez no se quede fría, se manifestó en el fuego. Ni te inquiete el que las lenguas estén divididas; en la paloma reconocerás la unidad”.
Segunda, porque dice San Crisóstomo: “Cuando se han de perdonar los pecados –lo que se hace en el bautismo– es necesaria la mansedumbre”, y esto se demuestra en la paloma; “pero cuando hemos alcanzado la gracia, queda el tiempo del juicio”, y esté está significado por el fuego.
ARTÍCULO 7
Si fue verdadero animal la paloma en que apareció el Espíritu Santo
Dificultades. Parece que no fue verdadero animal aquella paloma en que apareció el Espíritu Santo.
- Lo que aparece sólo en una semejanza, eso parece no ser sino una imagen; pero San Lucas dice que “descendió sobre Él el Espíritu Santo en imagen corporal como de paloma” (Lc 3,22). Luego no fue verdadera paloma, sino cierta semejanza de paloma.
- La “naturaleza no hace nada en vano”, ni tampoco Dios, según dice Aristóteles. Ahora bien, como aquella paloma no vino nada más que “para significar alguna cosa y luego desaparecer”, según dice San Agustín, sería en vano una paloma verdadera, pues lo mismo podría hacerse por una semejanza de ella. Luego la paloma aquella no era un verdadero animal.
- Las propiedades de una cosa nos llevan al conocimiento de ella. Si, pues, aquella paloma fuera verdadero animal, las propiedades de la paloma indicarían la naturaleza del verdadero animal, no los efectos del Espíritu Santo. No parece, pues, que la paloma aquella fuera un animal verdadero.
Por otra parte, dice San Agustín en su libro “Del combate cristiano”: “No pretendemos decir que sólo nuestro Señor Jesucristo; haya tenido verdadero cuerpo y que el Espíritu Santo se haya presentado con engaño a los ojos humanos; antes creemos que ambos cuerpos fueron verdaderos”.
Respuesta. Como ya queda dicho atrás (S.Th. 3,5,1), no convenía que el Hijo de Dios, que es la Verdad del Padre, se valiese de alguna ficción, y por eso tomó un cuerpo real, no fantástico. Y porque el Espíritu Santo se denomina “Espíritu de Verdad” (Jn 16,13), por eso formó una paloma verdadera, aunque sin tomarla en unidad de persona. Y San Agustín añade a las palabras antes citadas: “Como no convenía que el Hijo de Dios engañase a los hombres, tampoco convenía que lo hiciera el Espíritu Santo. Y al Dios omnipotente, que todas las cosas hizo de la nada, fácil le era representar el cuerpo verdadero de una paloma sin el ministerio de las otras palomas, como no le fue difícil fabricar un verdadero cuerpo en el seno de la Virgen sin la cooperación de varón. Las criaturas corporales están sometidas al imperio y a la voluntad de Dios, tanto en el seno de una mujer para formar un hombre como en el seno del mismo mundo para formar una paloma”.
Soluciones. 1. Se dice que el Espíritu Santo descendió en figura o semejanza de paloma, no para excluir la realidad de la paloma, sino para mostrar que no apareció en la forma de su substancia.
- No fue superfluo formar una verdadera paloma para que en ella apareciese el Espíritu Santo, pues por la misma verdad de la paloma se significaba la verdad del Espíritu Santo y sus efectos.
- Las propiedades de la paloma lo mismo sirven para significar la naturaleza de la paloma que para designar los efectos del Espíritu Santo. Precisamente porque tiene tales propiedades, significa la paloma al Espíritu Santo.
ARTÍCULO 8
Si estuvo bien que en el bautismo de Cristo se dejara oír la voz del Padre, que daba testimonio de Él
Dificultades. Parece que no estuvo bien que en el bautismo de Cristo se oyese la voz del Padre dando testimonio de Él.
- El Hijo y el Espíritu Santo, en aparecer sensiblemente, se dice que fueron visiblemente enviados; pero al Padre no le conviene el ser enviado, según dice San Agustín; luego ni aparecerse.
- La voz es expresión de la palabra concebida en la mente; pero el Padre no es el Verbo; luego no estuvo bien que en la voz se manifestase.
- Cristo, hombre, no empezó a ser Hijo de Dios en el bautismo, como se imaginan ciertos herejes, pues desde el principio de su concepción fue Hijo de Dios; luego con más razón debió la voz del Padre testificar la divinidad de Cristo en el nacimiento que en su bautismo.
Por otra parte, se lee en San Mateo: “He aquí una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3,17).
Respuesta. Ya queda dicho atrás que el bautismo de Cristo fue el ejemplar de nuestro bautismo y que en él deben mostrarse las cosas que en el nuestro se cumplen. El bautismo que reciben los fieles queda consagrado por la invocación y la virtud de la Santísima Trinidad, según las palabras del Señor en San Mateo: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Por esto dice San Jerónimo: “En el bautismo de Cristo se manifiesta el misterio de la Trinidad. El Señor, que en la naturaleza humana es bautizado; el Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma; y el Padre, cuya voz se hace oír dando testimonio del Hijo”. Por esto fue conveniente que en aquel bautismo se manifestase el Padre en su voz.
Soluciones. 1. La misión visible añade algo a la aparición, a saber, la autoridad del que envía. Por esto, del Hijo y del Espíritu Santo, que proceden de otro, no se dice sólo que aparecen, sino también que son enviados visiblemente. Pero el Padre, que no procede de otro, puede aparecer, pero no puede ser visiblemente enviado.
- El Padre se manifiesta en la voz, como quien profiere la voz, como quien habla mediante la voz. Y porque es propio del Padre producir el Verbo, que es igual que decir o hablar, por eso fue convenientísimo que el Padre se manifestase por la voz, que significa la palabra. De aquí que la misma voz emitida por el Padre da testimonio de la filiación del Verbo. Y como la imagen de la paloma, en que se manifestó el Espíritu Santo, no es la naturaleza del Espíritu Santo, ni la forma del hombre en que se mostró el mismo Hijo es la naturaleza del Hijo de Dios, así tampoco la voz pertenece a la naturaleza del Verbo o del Padre que habla. Por esto dice Jesús en San Juan, hablando del Padre: “Nunca habéis oído su voz ni visteis su imagen” (Jn 5,37). Por esta vía, dice San Crisóstomo, “los introducía poco a poco en el dogma filosófico, mostrándoles que en Dios ni hay voz ni imagen, porque está por encima de toda figura y locución”. Y como la Trinidad toda obra en la formación de la paloma y de la misma naturaleza humana que tomó Cristo, así obró también la formación de la voz. Sin embargo, en la voz se declara sólo el Padre, que habla; como sólo el Hijo es el que toma la naturaleza humana, como en la paloma sólo el Espíritu Santo es el que se manifiesta, según declara San Fulgencio.
- La divinidad de. Cristo no debió manifestarse a todos en su natividad, antes debió ocultarse en los defectos de la edad infantil. Pero cuando ya llegó a la edad perfecta, en que deba enseñar, hacer milagros y atraer a los hombres a sí, entonces debió ser indicada su divinidad por el Padre, a fin de que su doctrina se hiciera más creíble. Por esto dice Él mismo: “El Padre, que me envió, es quien da testimonio de mí” (Jn 5,37). Y esto, sobre todo, en el bautismo, por el que renacen los hombres hechos hijos adoptivos de Dios. Ahora bien, los hijos adoptivos de Dios son formados a semejanza del que es Hijo de Dios por naturaleza, según el Apóstol: “A los que de antemano conoció, a éstos predestinó para hacerlos conformes con la imagen de su Hijo” (Ro 8,29). Por esto dice San Hilario que sobre Cristo bautizado descendió el Espíritu Santo y se oyó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo muy amado”, “para que entendamos, por cuanto se realizaba en Cristo, que después del lavatorio del agua, el Espíritu Santo volaba de las regiones celestes sobre nosotros y que por la voz del Padre, que nos adopta, éramos hechos hijos de Dios”.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, IIIª parte, cuestión 39
Dom Columba Marmion
EL BAUTISMO DE JESÚS
En los diferentes misterios de Jesús en la tierra, de tal suerte tiene dispuestos la Sabiduría eterna los acontecimientos, que las humillaciones del Verbo encarnado están siempre realzadas por una revelación de su divinidad, de modo que aparezca a la vez la realidad de su naturaleza divina y la de su condición humana. La razón profundísima de esta celestial economía es ayudar, al par que ejercitar, nuestra fe, fundamento de toda vida sobrenatural. Los asombrosos abatimientos en que por amor se anega Cristo, prestan mérito a la fe, que se afianza más y más al verse apoyada con la manifestación de sus divinas prerrogativas.
Los misterios del nacimiento e infancia de Jesús se distinguen por ese contraste de sombras y de luces que hacen que nuestra fe, siendo libre, sea también «razonable». En la vida pública de Jesús, ese carácter se acentúa hasta tal punto, que los judíos llegan a disputar tenazmente sobre la personalidad de Cristo; pareciéndoles, a unos el hijo del artesano de Nazaret, y a otros, que sólo puede ser el enviado de lo Alto, vaticinado por todos los profetas, para iluminar y salvar al mundo. Esta misma economía sobrenatural reaparece en los acontecimientos con que Cristo, después de treinta años de existencia oculta, da principio a su vida pública, esto es, su bautismo en las aguas del Jordán y su tentación en el desierto.
Contemplemos a Jesús en estos dos misterios que van íntimamente unidos, y veremos cuán admirables son los planes de la Sabiduría infinita en sus pensamientos, y hasta qué punto quiere Cristo, nuestro modelo, precedernos en la senda que necesariamente hemos de seguir para asemejarnos a Él.
Ya sabéis que Dios había enviado a Juan, hijo de Zacarías e Isabel, como Precursor que anunciara a los judíos la venida del Verbo encarnado. Juan ha pasado sus años juveniles ejercitándose en los rigores de la más austera penitencia hasta los treinta años, cuando movido de divina inspiración comienza a predicar a las turbas que junto a él se agolpaban a orillas del Jordán. Toda su enseñanza se resumía en estas palabras: «Haced penitencia, porque el reino de Dios está ya cerca». A estas apremiantes exhortaciones seguía el bautismo en las aguas del río, queriendo mostrar con ello a sus oyentes la necesidad de purificar sus almas para ser menos indignas de la venida del Salvador; mas este bautismo sólo se confería a los que se reconocían pecadores y confesaban sus culpas.
Estaba Juan un día bautizando y predicando el bautismo de penitencia, cuando Jesucristo, llegada la hora de salir de la obscuridad de la vida oculta para manifestar al mundo los secretos divinos, fundiéndose con la muchedumbre de pecadores, se presentó con ellos a recibir, de manos de Juan, la ablución purificadora.
Cuando el alma piadosa se detiene a pensar que el que se proclama pecador y se presenta voluntariamente a recibir un bautismo de penitencia, es la segunda persona de la Santísima Trinidad, ante la cual velan los ángeles su faz cantando: «Santo, Santo, Santo», queda confusa ante tan prodigioso abatimiento.
Ya nos dice el Apóstol que Cristo es santo, inocente, sin mancilla, segregado de los pecadores; mas he aquí que Él mismo se adelanta como culpable, pidiendo el bautismo de la remisión de pecados. ¿Qué significa este misterio? Significa que en todos sus estados cumple el Verbo encarnado su doble misión: la de Hijo de Dios, en virtud de su eterna generación, y la de Cabeza de una raza pecadora, cuya naturaleza ha asumido y a la cual tiene que rescatar. Como Hijo de Dios, puede tratar de sentarse a la diestra de su Padre, para gozar allí de la gloria que le corresponde en los resplandores del cielo. Pero como Caudillo del género humano degradado, habiendo tomado carne — culpable en la raza, aunque pura en Él— no podrá entrar en el cielo al frente de su cuerpo místico sino después de haber pasado por las humillaciones de su vida y los dolores de su Pasión. Poseyendo Cristo, como dice san Pablo, la naturaleza divina, no creyó cometer injusticia alguna, declarándose igual a Dios en perfección; mas por nosotros y por nuestra salvación, descendió hasta los abismos de la flaqueza y del aniquilamiento de ahí que su Padre le ensalzara, dándole el nombre de Jesús, que encierra nuestra redención, y ensalzándole, a Él, nos «elevó a nosotros también hasta lo más encumbrado de los cielos». Bien podemos decir que, si Cristo entra en los cielos, es para precedernos y mostrarnos el camino.
Con todo eso, no entrará hasta haber saldado nuestra cuenta con la justicia divina, vertiendo por nosotros toda su sangre.
Es que Cristo viene para librarnos de la esclavitud y tiranía del demonio, bajo cuyo poder se halla el género humano de resultas del pecado; viene para librarnos de los suplicios eternos, que podía imponernos Satanás como ministro de la divina justicia.
Ahora bien, el Verbo encarnado, el hombre Dios, no realizará esta redención sino sustituyéndose voluntariamente a cada uno de nosotros pecadores, y haciéndose solidario de nuestro pecado, hasta el punto de que Dios le ha constituido como un vivo pecado, en frase gráfica de san Pablo.
Si toma sobre sí nuestras iniquidades, tomará también el castigo que ellas se merecerían, y sobre Él caerán, cual lluvia torrencial, los dolores y humillaciones. Ése es el decreto eterno.
Así comprenderéis cómo desde el principio de su vida pública, al momento de inaugurar públicamente su misión redentora, se somete Jesús a un acto de profunda humildad, a un rito que le coloca en el número de los pecadores.
Ved, en efecto, cómo Juan, iluminado de lo alto y reconociendo al Hijo de Dios en la persona de Aquel que se presenta, exclama: Existe éste antes de mí y no soy digno de desatar la correa de su calzado; y se niega con firmeza a conferirle el bautismo de penitencia: «Yo soy el que debiera ser bautizado por Vos, y ¿venís Vos a mí?» Mas ¿qué le dice Jesús? «Deja ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia».
¿Qué justicia es ésta? Las humillaciones de la Humanidad adorable de Jesús, que al rendir un homenaje supremo a la santidad infinita, constituyen el saldo íntegro de todas nuestras deudas con la divina justicia. Jesús, justo e inocente, sale fiador por toda la raza pecadora y se convierte por medio de su inmolación en Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo y en propiciación por todos los crímenes de la tierra: medio único de cumplirse el rigor de la justicia.
Cuando meditemos esta profunda palabra de Jesús, humillémonos con Él; reconozcamos nuestra condición de pecadores y, sobre todo, renovemos el acto de renuncia al pecado que hiciéramos allá en nuestro bautismo.
El mismo Precursor anunciaba este bautismo como superior al suyo, porque habla de instituirlo el mismo Cristo en persona: «Yo bautizo con agua para moveros a penitencia; mas Aquel que ha de venir en pos de mí es más poderoso que yo; Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego». El bautismo de Jesús, si se considera exteriormente, es un bautismo de agua como el de Juan; pero al propio tiempo que se confiere la virtud divina del Espíritu Santo, que es un fuego espiritual, purifica y transforma interiormente las almas.
Renovamos, pues, con frecuencia nuestros actos de renuncia al pecado, pues, como ya sabéis, el carácter del bautizado persiste indeleble en el fondo de nuestra alma, y cuando reiteramos las promesas, hechas en aquella hora bendita de nuestra iniciación, deriva de la gracia bautismal una nueva virtud para vigorizar nuestro poder de resistir a todo aquello que nos arrastra al pecado, cuales son las sugestiones del demonio y las seducciones del mundo y de los sentidos; sólo así podremos conservar en nosotros la vida de la gracia, como también dar a Jesucristo una prueba de vivo agradecimiento por haberse encargado Él de librarnos de nuestras maldades. «Me amó, decía san Pablo, recordando este misterio de infinita caridad, y se entregó por mí». Viva yo por Él y para su gloria y no para mí ni para satisfacer mis rastreros apetitos, mi orgullo, mi amor propio, mis ambiciones».
Bautizado Jesús, salió al punto del río, cuando de pronto se rasgan los cielos y se ve bajar al Espíritu mismo de Dios en figura de paloma, que venía a posarse sobre El, dejándose oír de arriba aquella voz: «Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias».
Esta escena misteriosa no es sino una aplicación particular de la ley que Dios suele seguir y que ya os indicaba al principio de esta reunión: es menester que Cristo sea glorificado luego de haberse humillado.
Se rebaja Cristo hasta confundirse con los pecadores; e inmediatamente el cielo se abre para ensalzarle; solicita un bautismo de penitencia y de reconciliación, y al punto el Espíritu de Amor atestigua que reposa sobre Jesús con toda la plenitud de los dones de su gracia; se reconoce digno del peso de la divina justicia, y por lo mismo le proclama el Padre objeto de todas sus delicias.
Esta glorificación solemne de Cristo no sólo se refiere a su persona, sino que tiene aún mucho mayor alcance, como ahora os mostraré.
En este mismo momento es cuando recibe declaración auténtica la misión de Jesús como legado de Dios; el testimonio del Padre acredita, por decirlo así, a su Hijo ante el mundo, y nos dice ya algo de lo que Cristo será para nosotros.
Es de notar, en efecto, que la misión de Jesús reviste un doble aspecto; porque viene a ser una redención y una santificación: rescatar las almas, y después comunicarles la vida. Esa es toda la obra del Salvador. Son dos elementos inseparables, aunque distintos, y hallamos ya su origen en las circunstancias del bautismo de Cristo, que fue como el preludio de su vida pública.
Vimos, pues, cómo al presentarse el Verbo encarnado a recibir un bautismo de penitencia, da testimonio ya de su misión de redentor, y deberá terminar su obra comunicando el don de la vida divina, en virtud de los méritos de su Pasión y muerte. Dios nos ha dado su Hijo para que los que creen en El, tengan vida.
La fuente de vida eterna en nosotros es una luz.
En el cielo, esta luz será la visión beatífica, en cuyo resplandor viviremos la vida misma de Dios.
En este mundo, la fuente de nuestra vida sobrenatural es igualmente una luz, la luz de la fe: participación del conocimiento que Dios tiene de sí mismo. El Verbo encarnado es quien comunica al alma esta participación, que viene a ser para nosotros como una luz que nos guía por nuestros caminos, y por eso mismo debe vivificar toda nuestra actividad sobrenatural: «Porque el justo vive de la fe».
Ahora bien, el fundamento de esta fe es el testimonio mismo que Dios da de su Hijo Jesús: «Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias».
Cristo aparece solemnemente en el mundo como el Enviado del Padre, y todo cuanto nos diga será eco fiel de esta verdad eterna que de continuo contempla en su seno. Su doctrina no será suya, sino del Padre que le envía; repetirá cuanto oyere, y de este modo podrá Jesús decir al Padre el último día: «Padre, cumplido he la obra que me confiaste, hice por que te conociesen en el mundo».
¿Las palabras del Verbo encarnado no han producido en todas las almas la luz que debía serles principio de salud y de vida? Él es, sin duda alguna, la luz del mundo, pero se la ha de seguir para no andar en tinieblas, si queremos llegar hasta aquella Luz, eterna fuente de nuestra vida en el cielo. Dios acepta únicamente a los que reciben a su Hijo.
Para oír con fruto la palabra de Cristo, es necesario ese poder de atracción que tiene el Padre; aquellos que no han sido atraídos por el Padre, no escuchan la voz del Verbo. Más ¿a quiénes atrae el Padre? A aquellos que reconocen a su propia Hijo en la persona de Jesús.
He aquí por qué el testimonio publico dado por el Padre a Jesús después de su bautismo es el punto de partida de toda la vida pública de Jesús, Verbo encarnado y luz del mundo, y el fundamento mismo de la fe cristiana, y de toda nuestra santificación.
De este modo, el misterio del bautismo de Jesús, que inaugura su ministerio público, contiene como el resumen de toda su misión en la tierra; pues en la humillación que quiso sufrir al buscar aquel rito de penitencia para remisión de los pecados, figuraba ya el bautismo sangriento de la cruz y el cumplimiento de toda justicia. Desde aquel momento, tributa a las perfecciones infinitas de su Padre, ultrajadas por el pecado, el homenaje supremo que merecen las humillaciones y abatimientos con los cuales realiza nuestra redención.
En premio de ello, se abre el cielo; introduce el Padre eterno de un modo auténtico a su Hijo en el mundo; el resplandor glorioso que revela ese divino testimonio, anuncia la misión de iluminar las almas que va a inaugurar el Verbo hecho carne, y el Espíritu Santo reposa sobre él para indicar la plenitud de dones con que está adornada su alma santísima y simbolizar al propio tiempo la unción de la gracia que Cristo consigo nos trae.
El Bautismo, juntamente con la fe en Jesucristo, es el Sacramento de nuestra adopción divina y de la iniciación cristiana, y se nos confiere en nombre de la Santísima Trinidad, que se reveló a nosotros en las orillas del Jordán.
Santificada el agua por el contacto de la Humanidad de Jesús, y unida al «Verbo de verdad» tiene virtud para borrar los pecados de aquellos que, detestando sus culpas, proclaman su fe en la divinidad de Cristo. Es «el Bautismo», no ya sólo de agua para «remisión de los pecados», sino del «Espíritu, único que puede renovar la faz de la tierra», y que de «hijos de ira», nos hace hijo de Dios, participando ya con Jesús, aunque en grado menor, de las complacencias del Padre celestial.
De modo que, al decir de san Pablo, «nos hemos despojado por el bautismo del hombre viejo (procedente de Adán), juntamente con sus obras de muerte, y nos hemos revestido del hombre nuevo creado en toda justicia y verdad (el alma regenerada por el Verbo y el Espíritu Santo), que se renueva sin interrupción a imagen de Aquel que la creó».
Ya lo veis; así como el bautismo constituye para Cristo el resumen de toda su misión redentora a la vez que santificadora, así también contiene en germen todo el desarrollo de la vida cristiana con su doble aspecto de muerte para el pecado y vida para Dios; tanta es la verdad de aquellas palabras del Apóstol que todos aquellos que son bautizados se revisten de Cristo, y tan cierto es que todos nosotros no formamos con Jesús más que un solo ser en todos sus divinos misterios.
¡Dichosa condición la de los fieles cristianos! ¡Insensata ceguedad la de aquellos que olvidan sus promesas bautismales! ¡Triste destino el de los que las tienen holladas a sus pies! Ya lo decía el precursor a los judíos: «La segur está aplicada a la raíz del árbol; y todo árbol que no produce fruto será cortado y echado al fuego…» Luego añade: «He aquí que Cristo es más poderoso que yo, y tiene en sus manos el bieldo, y limpiará perfectamente su era; y el trigo lo meterá en el granero mas la paja la quemará en un fuego inextinguible…». «El Padre, en efecto, ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en su mano. Aquel que cree en el Hijo de Dios con fe viva, tiene vida eterna; pero quien no da crédito al Hijo, no verá la vida, sino que, por lo contrario, la ira de Dios se cierne sobre su cabeza».
DOM COLUMBA MARMION, Jesucristo en sus misterios, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1948, p. 169-177
Mons. Fulton Sheen
El propósito del Bautismo del Señor era el mismo que el de su nacimiento; identificarse con la humanidad pecadora. ¿Acaso no había prometido Isaías que Él sería, “contado con los transgresores”? En efecto, nuestro Señor estaba diciendo: “Consiente que se haga esto; no te parece conveniente, pero en realidad está en completa armonía con el propósito de mi venida” De este modo, Cristo no sería una persona particular, sino el representante de la humanidad pecadora, aunque Él mismo era sin pecado.
Todo israelita que se acercaba a Juan hacía confesión de sus pecados. Es evidente que nuestro Señor no hizo ninguna clase de tales confesiones, y el mismo Juan admitió que no tenía necesidad de ello. No tenía ningún pecado de que arrepentirse ni que lavar. Pero, con todo, se estaba identificando con los pecadores. Cuando descendió al Jordán para ser bautizado, fue uno más con los pecadores. El inocente puede participar del peso que ha de soportar los delincuentes. Si un esposo es reo de un crimen, de nada sirve decirle a su esposa que no se preocupe, o que no le incumbe a ella. Es igualmente absurdo decir que nuestro Señor no debía haber sido bautizado porque carecía de culpa personal. Si tenía que identificarse con la humanidad hasta el extremo de llamarse a sí mismo el “Hijo del hombre”, tenía que compartir la culpa de la humanidad. Y éste fue el bautismo que recibió de Juan.
Muchos años atrás había dicho que Él debía estar en las cosas de su Padre; ahora iba Él revelando en qué consistían estas cosas: la salvación de la humanidad. Estaba expresando su relación con respecto a su pueblo, por cuya causa había sido enviado. En el templo, a la edad de doce años, había hecho resaltar su origen; ahora, en el Jordán, hacía hincapié en la naturaleza de su misión. En el templo había hablado de su divino mandato. Bajo las manos purificadoras de Juan, hizo ver claramente su unidad con la humanidad.
Mas adelante, diría nuestro Señor:
La Ley y los profetas duraron hasta Juan.
Lc. 16,16
Quería decir que durante largos siglos se había dado testimonio de la venida del Mesías, pero que ahora se volvía una nueva página, se escribía un nuevo capítulo. En lo sucesivo se sumergiría en medio de la población pecadora. En adelante estaba comprometido a vivir entre las víctimas del pecado y a prestarles sus servicios; a ser entregado a manos de los pecadores y a ser acusado de pecado, aunque no conocía pecado alguno. De la misma manera que en su infancia fue circuncidado, como si su naturaleza fuese pecadora, ahora estaba siendo bautizado, aunque no tenía necesidad alguna de purificación.
En el Antiguo Testamento había tres ritos que eran en realidad “bautismos”. Primeramente había un “bautismo” de agua. Moisés llevó a Arón y a su hijo a las puertas del tabernáculo y los lavó con agua. Esto fue seguido de un “bautismo” de aceite, cuando Moisés lo derramó sobre la cabeza de Arón para santificarlo. El “bautismo” final era de sangre. Moisés tomó la sangre del carnero de la consagración y la puso sobre la oreja derecha de Aarón y sobre el pulgar de su propia mano derecha y el dedo gordo de su pie derecho. Este ritual implicaba una consagración gradual.
Estos bautismos tuvieron su contrapartida en el Jordán, en la transfiguración y en el Calvario.
El bautismo del Jordán fue el preludio del bautismo del que habría de hablar más adelante, del bautismo de su pasión. Después de esto se refirió dos veces a su bautismo. La primera vez fue cuando Santiago y Juan le preguntaron si podrían sentarse a ambos lados de Él en su reino. En respuesta, les preguntó Él a su vez si estaban dispuestos a ser bautizados con el bautismo que Él iba a recibir. Así, este bautismo de agua era una preparación del bautismo de sangre. El Jordán corría hacia los ríos de sangre que manaban del Calvario. La segunda vez que aludió a su bautismo fue cuando dijo a sus apóstoles:
De bautismo he de ser bautizado
¡Y cómo me angustio hasta que se cumpla!
Lc. 12, 50
En las aguas del Jordán fue identificado con los pecadores; en el bautismo de su muerte llevaría el peso completo de los pecados de ellos. En el Antiguo Testamento el salmista habla de “sentar en aguas profundas” como símbolo de sufrimiento, que evidentemente es la misma imagen. Era correcto describir la agonía y la muerte como una especie de bautismo o inmersión en agua.
Con singular viveza la cruz debió de acudir a su mente en aquellos momentos. En su mente no había reticencia alguna. Fue sumergido temporalmente en las aguas del Jordán sólo para salir nuevamente de ellas. De la misma manera, sería sumergido por la muerte en la cruz y en el entierro en la tumba únicamente para resurgir triunfante en su gloriosa resurrección. A la edad de doce años, había proclamado la misión recibida de su Padre; ahora se estaba preparando para la oblación de sí mismo.
Y, habiendo sido bautizado, Jesús subió del agua;
Y aquí que los cielos le fueron abiertos,
Y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma
Y venía sobre Él.
Y he aquí que una voz procedente del cielo, decía:
Éste es mi amado Hijo,
En quien tengo mi complacencia.
Mt 3, 16.
La sagrada humanidad de Cristo era el eslabón que enlazaba el cielo y la tierra. La voz del cielo que declaraba que Él era el hijo amado del eterno Padre no estaba anunciando un hecho nuevo o una nueva filiación de nuestro Señor. Estaba haciendo simplemente una solemne declaración de aquella filiación que había existido desde toda la eternidad, pero que ahora estaba empezando a manifestarle públicamente como mediador entre Dios y los hombres. La complacencia del Padre, en el texto griego original, viene expresada en tiempo gramatical de aoristo para indicar el acto eterno de amorosa contemplación con que el Padre mira al Hijo.
El Cristo que subía de las aguas, como la tierra había surgido de las aguas en la creación y después del diluvio, como Moisés y su pueblo salieron de las aguas del mar Rojo, era glorificado ahora por el Espíritu Santo, que se aparecía en forma de paloma. El Espíritu de Dios nunca aparece en figura de paloma, salvo en este pasaje. El libro del Levítico menciona ofrendas que se hacían según la posición económica y social del dador. Una persona lo suficientemente rica ofrecía un novillo, una menos rica, un cordero, pero los más pobres tenían el privilegio de ofrecer palomas. Cuando la Madre de nuestro Señor presentó a éste en el Templo, su ofrenda fue una paloma. La paloma era símbolo de mansedumbre y apacibilidad, pero sobre todo simbolizaba el tipo de sacrificio posible para la gente más sencilla. Cuando un hebreo pensaba en un cordero o en una paloma, acudía en seguida a su mente la idea de un sacrificio por el pecado. Por lo tanto, el Espíritu que descendió sobre nuestro Señor era para ellos un símbolo de sumisión al sacrificio. Cristo se había unido ya simbólicamente con la humanidad en el bautismo, anticipando así su sumersión en las aguas del sufrimiento; pero ahora era también coronado, dedicado y consagrado a aquel sacrificio por medio de la venida del Espíritu. Las aguas del Jordán le unieron a los hombres, el Espíritu le coronó y dedicó al sacrificio, y la voz testificó que su sacrificio sería grato al Padre.
Las semillas de la doctrina Trinitaria, que fueron plantadas en el Antiguo Testamento, empezaron ahora a desarrollarse. Se harían más claras a medida que pasaba el tiempo; el Padre, el creador; el Hijo, el redentor; y el Espíritu Santo, el santificador. Las palabras mismas que el Padre dijo entonces, “Tú eres mi Hijo”, habían sido dirigidas proféticamente al Mesías miles de años antes, en el segundo Salmo.
Tú eres mi Hijo
Yo te he engendrado hoy.
Ps. 2,7
Nuestro Señor diría más adelante a Nicodemo:
En verdad, en verdad os digo
Que, a menos que el hombre naciere del agua y del Espíritu
No puede entrar en el reino de Dios.
Jn 3, 5
El bautismo en el Jordán puso fin a la vida privada de nuestro Señor y dio comienzo a su público ministerio. Descendió a las aguas del río siendo conocido para la mayoría de la gente como el hijo de María; salió de ellas preparado para revelarse como lo que había sido desde toda la eternidad: el Hijo de Dios. Era el Hijo de Dios en la semejanza del hombre en todas las cosas, salvo en el pecado. El Espíritu le ungió no precisamente para que enseñara, sino para que redimiera.
FULTON SHEEN. Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pág. 56-59
Fray Luis de Granada
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Llegados pues los treinta años de su edad, caminó el Señor al río Jordán a ser allá bautizado de san Juan a vueltas de los otros publicanos y pecadores.
Mira, pues, con cuánta humildad y mansedumbre y con qué hábito y semblante tan humilde se junta el Señor de los ángeles con los públicos pecadores, para recibir el remedio y el lavatorio de los pecados. ¡Oh hermosura del cielo, oh fuente de limpieza y de vida! ¿Qué a ti con el lavatorio de las inmundicias? ¿Qué a ti con el remedio de los pecados, pues fuiste concebido sin pecado? No era razón que tan grande humildad como esta pasase sin testimonio de alguna grande gloria, pues la condición del Señor es humillar los soberbios y glorificar los humildes. Y así acaeció en este paso: porque allí se abrieron los cielos, y bajó el Espíritu Santo en forma de paloma, y sonó aquella magnifica voz del Padre que decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien yo me agradé, a Él oíd. Y generalmente acaeció esto en todos los pasos de la vida de este Señor, que dondequiera que Él más se humilló, ahí fue más particularmente glorificado de Dios. Nace en un establo, y ahí es alabado y cantado en el cielo. Es circundado como pecador, y ahí le ponen por nombre Jesús, que quiere decir Salvador de pecadores. Muere en una cruz entre ladrones, y ahí se oscurecieron los cielos, y tembló la tierra, y se rasgaron las piedras, y resucitaron los muertos, y se alteró todo el mundo. Pues así en este misterio, por una parte es bautizado como pecador entre pecadores, y por otra es publicado por Hijo de Dios: para que por aquí vean todos los que fueren miembros suyos, que nunca jamás se humillarán por amor de Dios, que no sean por esta causa glorificados y honrados por el mismo Dios.
FRAY LUIS DE GRANADA, Vida de Cristo, el bautismo del Señor.
La Puente
EL BAUTISMO DE CRISTO
Cristo quiso ser bautizado antes de comenzar su predicación.
El primer punto será considerar cómo Cristo nuestro Señor, cumplidos los treinta años, se despidió de su Madre santísima, diciéndola cómo era llegado el tiempo de manifestarse al mundo, haciendo oficio de redentor y maestro. Con lo cual se alegró grandemente por el deseo que tenía de nuestra redención, yaunque sintió pena ysoledad de que se le ausentase algunos días, lo llevó con gran paciencia, estimando en más la voluntad divina que la suya, y nuestro provecho que su gusto.
Luego Cristo nuestro Señor se fue derecho al río Jordán[1], donde San Juan predicaba y bautizaba a todos los publicanos y pecadores que querían recibir su bautismo; y oyendo entre ellos el sermón, pidió que le bautizase. Sobre esta historia se han de considerar las causas de este hecho de Cristo nuestro Señor.
- La primera fuepara comenzar su oficio de predicador y maestro, dándonos ejemplo de rara humildad, humillándose el Maestro a su discípulo, el Redentor a su redimido, el Hijo de Dios vivo a su Precursor y criado, y el Autor de la santidad, tomando figura de pecador; porque siendo Cristo sabiduría infinita y maestro de todos, se puso entre los soldados y publicanos a oír el sermón de San Juan, ycon ser purísimo ysin mancilla, quiso pedir el bautismo de los pecadores, como si fuera pecador; y esto sin haber ley que le obligase, sino de su voluntad, por humillarse a semejanza de los más pecadores, así como cuando niño, quiso ser circuncidado como los demás niños que fueron concebidos en pecado.
De aquí sacaré que todo buen principio de cosas grandes, ha de ser por ejercicios de humildad, disponiéndonos con ella para que Dios nos manifieste, obrando por nosotros, cosas de mucha gloria suya. Y por esta causa, dice Isaías, que los que ve han de salvar “echarán raíces hacia abajo y producirán frutos hacia arriba” (Is., 37, 31), que es decir: primero, por la humildad, se han de esconder debajo de la tierra como las raíces del árbol, y después se manifestarán por obras muy gloriosas como el árbol se manifiesta por los frutos.
Por tanto, alma mía, si deseas que la torre de perfección que pretendes edificar suba hasta el cielo, procura humillarte hasta el abismo, porque cuanto más alto ha de ser el edificio, tanto ha de ser más hondo su cimiento[2].
También sacaré de aquí que la humildad es gran disposición para el bautismo y penitencia, y para alcanzar la limpieza del alma que en estos sacramentos se comunica, reconociéndome por pecador y necesitado de lavarme y purificarme de mis culpas, diciendo a nuestro Señor con David (Ps. 50, 9): “Rocíame, Señor, con hisopo, y seré limpio; lávame yquedaré más blanco que la nieve.”
- La segunda causa de este hecho fue para obrar primero lo que había de enseñar; ycomo pensaba predicar un nuevo bautismo de agua y Espíritu Santo, quiso recibir primero éste de sola agua para que ninguno se desdeñase de recibir el suyo tan precioso. Y de camino quiso honrar el bautismo de su Precursor, y con la obra de aprobarle; así como quiso recibir la circuncisión para que se entendiese que aprobaba esta ley yla veneraba como ley dada de Dios. De donde sacaré la obligación que tengo a guardar los preceptos y consejos evangélicos, porque esto es aprobarloscon la obra y venerarlos; así como quebrantar la ley es con la obra aprobarla y despreciarla, y afrentar al que la dio, como dice el Apóstol (Rom., 2, 23). Y si Cristo nuestro Señor quiso recibir el bautismo de Juan, sin ser de precepto, por guardar aquel consejo de su Precursor, ¿cuánto más razón es que yo guarde los preceptos y consejos, haciendo más cosas de las que estoy obligado, especialmente en materia de humillación?
Alegría de San Juan al conocer a Cristo; su humildad en no querer bautizarle.
Luego que Cristo nuestro Señor pidió a San Juan el bautismo, estando ya para bautizarle, el Espíritu Santo le reveló cómo aquel hombre era Cristo, el Mesías, porque no le conocía de cara (Jo., 1, 23). Y rehusando bautizarle, le dijo: “Yo, Señor, debo ser bautizado por Ti, y ¿Tú vienes a ser bautizado por mí?” Cristo nuestro Señor le respondió: “Déjate de eso por ahora, porque así nos conviene cumplir toda justicia” (Mt., 3, 14, 15).
- Aquí ponderaré, lo primero, de parte de San Juan, el grande gozo y alegría que sintió su alma cuando conoció a Cristo nuestro Señor, renovándose aquí los júbilos que tuvo cuando le conoció en el vientre de su madre. Con este gozo juntó grande reverencia y humildad, confesando de sí mismo que era pecador, necesitado de que Cristo nuestro Señor le lavase y purificase con su bautismo de Espíritu Santo. Y lleno de admiración y pasmo, por verle tan humillado, dijo aquellas palabras: ¿Tú vienes a mí para que te bautice? ¿Tú, Dios infinito? ¿Tú, Salvador del mundo y perdonador de los pecados? ¿Tú, que me santificaste en el vientre de mi madre, vienes a mí? ¿A mí, tu criatura? ¿A mí, tu esclavo? ¿A mí, vil gusano? ¿Y para que yo te bautice con mi bautismo de agua sola, siendo Tú autor del bautismo de gracia? ¡Oh humildad profundísima de mi Señor!
Semejantes afectos tengo yo de procurar en mí mismo, especialmente cuando fuere a comulgar, ejercitándome juntamente en los dos conocimientos de Dios nuestro Señor y de mi mismo, y en los afectos que de ellos proceden, los cuales siempre andan hermanados yel uno ayuda al otro.
- Lo segundo, ponderaré mucho la maravillosa respuesta de Cristonuestro Señor: Así nos conviene a Mí y ati cumplir toda justicia; esto es, todo lo que es obra de santidad: a Mí, humillándome a ser bautizado, ya ti, obedeciéndome en bautizarme. Con lo cual nos dio a entender que toda nuestra santidad está sumada en humildad y obediencia; en humillarnos delante de Dios y de los hombres, en obedecer a Dios y a sus ministros, abrazando los tres grados que tienen ambas virtudes. El primero, es sujetarse a los mayores por cualquier título que tengan alguna mayoría sobre mí, o en dignidad, o en oficio, o edad, o ciencia. El segundo, más perfecto, essujetarse también a los iguales, gustando de darles la mayor honra yel mejor lugar, y de obedecerles en lo que desean, siendo bueno, como si fueran superiores que me lo mandaran (Phil., 2,3). El tercero, perfectísimo, es sujetarse también a los menores con tanto rendimiento y prontitud como si fueran mayores. Y en este grado las ejercitó Cristo nuestro Señor este día, y son la suma de toda justicia ysantidad que debemos pretender, sujetándonos, como dice San Pedro (1 Petr., 2,13), “a toda humana criatura por amor de Dios” en las cosas que son conformes a su santa voluntad, guardando en lo exterior, como dice San Gregorio (In Cant., 2), la autoridad y decencia que pide el estado de cada uno, según, las reglas de la prudencia. De más de esto, con estas dos virtudes molimos toda justicia para con Dios, para con nosotros y para con nuestros prójimos, porque nos mueven a respetar yobedecer a Dios, a mortificarnos y despreciar a nosotros mismos, y a dar buen ejemplo a nuestros prójimos, ganándoles la voluntad y teniendo paz con ellos. Todo esto comprendió Cristo nuestro Señor en esta respuesta, y así, con este espíritu, tengo de alentarme al ejercicio de estas dos virtudes, diciéndome a mí mismo: así te conviene cumplir toda justicia; no parte, sino toda; no con corazón demediado, sino entero y perfecto; y aunque seas grande en el mundo y tengan cualquier dignidad en la Iglesia, teimporta cumplir toda esta justicia, humillándote y obedeciendo, como Cristo lo hizo con su Precursor.
- Lo tercero, ponderaré cómo San Juan obedeció luego con los tres grados que tiene la perfecta obediencia en el modo de obedecer, cuanto a la puntual ejecución, y a la pronta voluntad yal rendimiento de su juicio. Y así, por obedecer a Cristo nuestro Señor le bautizó con grande reverencia. Porque gusta Dios de que sus siervos rindan su juicio al divino, yno sean porfiados contra su ordenación, como lo fue San Pedro cuando era imperfecto, no queriendo dejarse lavar los pies (Jo., 13, 8), yperdiera la amistad de Cristo si durara su rebeldía, como en su lugar diremos.
El Padre Eterno honra a su Hijo, humillado en el bautismo.
Viendo el Padre Eterno tan humillado a su Hijo unigénito, se tuvo como por obligado a honrarle yautorizarle. Porque siempre quiso cumplir la verdad de aquella sentencia, que dice: “El que se humillare será ensalzado” (Lc., 14, 11), y en lo mismo que se humilla el hombre, eneso suele ensalzarle Dios. Si se humilla a ser tenido por idiota o por pecador, le ensalza en materia de sabiduría ysantidad. Los medios que el Padre Eterno tomó para honrar a su Hijo en esta ocasión fueron tres excelentísimos, los cuales ponderaremos por las palabras que nos refieren los evangelistas.
- El primer medio fue abrirse los cielos con un resplandor y abertura maravillosa que se formó en el aire; y dice San Mateo que se abrieron para Él, por su respeto y para su honra, para significar que Cristo que nuestro Señor era hombre, no terreno yhecho de tierra como el primer Adán, sino (1 Cor., 15, 47) hombre celestial y venido del cielo, y, por consiguiente, que su vida ydoctrina, su ley ytodas sus obras, eran celestiales. Item para significar que se abrirían las puertas del cielo a todos los que leimitasen, porque, a su imitación, se harían también los hombres celestiales. Y con esto también se confirmaba la verdad del tema que tomó San Juan en su predicación, diciendo: “Haced penitencia, porque seacerca el reino de los cielos” (Mt., 3, 2); porque abriéndose a Cristo nuestro Señor, se les dio a entender que se abrirían a todos los que hiciesen penitencia ysiguiesen su doctrina.
- San Marcos (1, 10) dice “que vio los cielos abiertos”, para significar que Cristo nuestro Señor, con su infinita sabiduría, penetraba todos los secretos celestiales, yasí que (Jo., 1, 18), como testigo de vista nos descubriría lo que allá pasa; y que por su medio también se abrirían los cielos para nosotros, de modo que estando acá en la tierra, como San Esteban (Act., 7, 55), pudiésemos ver ycontemplar los secretos del cielo y tener allá nuestro trato yconversación (Phil., 3, 20).
El segundo medio que tomó el Padre para honrar a su Hijo fue enviar sobre É1 al Espíritu Santo en figura de paloma, la cual se puso sobre su cabeza (Lc., 3, 22), para declarar con aquella figura exterior la plenitud del divino Espíritu que tenía dentro de Sí desde el primer instante de su concepción, descansando sobre esta vara yflor de Jesé (Is.11, 1), con la inmensidad de sus siete dones[3]. Y vino en forma de paloma para significar: a) Lo primero, la inocencia, pureza y mansedumbre de Cristo; para que todos entendiesen que, aunque se bautizaba con bautismo de penitencia, no era pecador ni tenía que ver con los pecadores, sino justo, puro y sencillo, como paloma sin hiel de pecado ni de ira, sin doblez ni engaño alguno (1 Petr., 2, 22).
Lo segundo, para significar que no solamente estaba limpio de pecados, sino que era el Cordero de Dios, que quitaba los pecados del mundo (Jo., 1, 29); porque como la paloma en tiempo de Noé trajo la señal de haber cesado las aguas del diluvio (Gen., 8, 11), así ahora es señal de que, con la presencia de Cristo ypor sus merecimientos, se acabaría el diluvio de pecados que anegaba el mundo.
Lo tercero, para significar que este Señor no sería solitario, ni estéril, sino que engendraría y criaría muchos hijos, imitadores de su inocencia, de los cuales se hiciese una Iglesia unida con unión de una misma fe y caridad, de quien se dijese: “Una es mi paloma” (Cant., 6, 8).
También puedo ponderar la alegría grande que sintió el Bautista cuando vio venir al Espíritu Santo sobre Cristo en figura de paloma, y el gozo con que publicaba esto a los que no lo habían visto (Jo., 1, 32); suplicando al divino Espíritu esclarezca los ojos de mi alma para que con la luz de la fe vea los dones yriquezas inestimables que hay en Cristo nuestro Señor, para estimarle y amarle como es razón.
El tercer medio que tomó el Padre para honrar a su Hijo, fue decir con una voz formada en el aire, no terrible y espantosa, sino suave yamorosa: Este es mi Hijo amado, en quien me he agradado (Mi., 3, 17). Cada palabra tiene particular misterio.
Dice éste; como si dijera: éste que parece puro hombre mortal y pasible; éste que se humilla a parecer pecador, siendo bautizado con bautismo de pecadores; éste sobre quien bajó esta paloma; éste es mi Hijo. Y no es mi Hijo adoptivo, como los demás justos que le han precedido, sino natural y unigénito mío; no es engendrado ahora en este bautismo, sino engendrado desde mi eternidad; tan antiguo es como Yo, tan sabio y tan bueno, porque es Dios como Yo (Ps. 109, 3); yasí, por excelencia es mi amado, a quien Yo amé yamo sobre todas las cosas criadas ypor criar, y con amor Infinito, como me amo a Mí mismo; y en Él me agrado yme alegro, yme precio de tenerle por Hijo, porque Él siempre me agrada yhace todas las cosas que me dan gusto (Jo., 8, 29); yasí, no tenía necesidad de este bautismo para que yo me agradase de Él, porque antes me agradaba de tal manera, que sin Él ninguno me puede agradar, y por Él me agradarán todos los que le imitaren. Últimamente, ponderaré cómo por los merecimientos de Cristo nuestro Señor se comenzó en este día a manifestar el misterio de la Santísima Trinidad en la voz del Padre Eterno yen la paloma que representaba al Espíritu Santo. Y así, el Padre no llamó a Cristo nuestro Señor siervo, como le llamó por Isaías (42, 1), cuando dijo: “Veis aquí mi siervo, en quien mi alma se agradó”, sino le llamó Hijo, para descubrir la divinidad del que, en cuanto hombre, era siervo.
Instituye Cristo el Bautismo.
- El cuarto será considerar cómo Cristo nuestro Señor, según dice Santo Tomás[4], instituyó entonces su bautismo, muy diferente del bautismo de San Juan, concediéndole la virtud y eficacia que por éstas tres señales milagrosas se representaban; es a saber: abrirnos las puertas del cielo, darnos la gracia ydones del Espíritu Santo y hacernos hijos adoptivos de Dios, agradables a sus ojos, con fe y conocimiento de la Santísima Trinidad, en cuya virtud ynombre se da; y todo con tanta plenitud, que ahora, quien muere luego que es bautizado, entra en el cielo sin detenimiento, yrecibe la herencia de hijo de Dios, viendo claramente a la Santísima Trinidad, con cuya vista es bienaventurado.
- También puedo ponderar cómo Cristo nuestro Señor en este día, no solamente instituyó el sacramento del Bautismo, sino regaló con él a su Precursor, cumpliéndole el deseo que mostró cuando dijo: “Yo tengo necesidad de ser bautizado de Ti.” Porque propio es de Cristo nuestro Señor cumplir los deseos de los que le aman, yhonrar y premiar a los que le sirven y obedecen. Y pues San Juan le obedeció en bautizarle con su bautismo de agua, era muy conveniente que Cristo le bautizase con su bautismo de Espíritu Santo y fuego, llenándole de nuevo de altísimas gracias y dones celestiales. ¡Oh, cuán alegre quedaría el santo Precursor, y por cuán bien empleados daría los trabajos de su oficio, recibiendo de Cristo en este día tan copioso premio de ellas! ¡Oh, cuán bien pudiera decir a Dios lo que dijo Simeón: “Ahora deja, Señor, a tu siervo en paz, según tu palabra, pues han visto mis ojosal Salvador!” (Lc., 2, 29, 30). Más como era fervoroso y agradecido, resolvió a demostrar su agradecimiento en dar público testimonio de las grandezas de este Señor todo el tiempo que la vida le durase, como lo hizo.
Y a su imitación sacaré yo los mismos propósitos, en agradecimiento de las mercedes que de mano de mi Redentor he recibido.
De la eficacia de la oración.
Últimamente, consideraré cómo todas estas maravillas, según dice San Lucas, sucedieron estando Cristo nuestro Señor en oración. Porque, en siendo bautizado, se puso a orar (Lc., 3, 21). Y ésta es la primera vez que se escribe en el Evangelio que Cristo nuestro Señor orase; en lo cual se nos descubren algunas excelencias de la oración, su necesidad y la frecuencia con que se ha de hacer.
La primera es que la oración, en su tanto, es medio muy eficaz para alcanzar de Dios las tres maravillas referidas; porque ella nos abre las puertas del cielo, y nos descubre también los secretos celestiales. Y así, de San Pedro se dice (Act., 10, 11) que orando se le abrió el cielo. También nos alcanza la plenitud del Espíritu Santo y de sus dones, como los Apóstoles, orando fueron muchas veces llenos de Espíritu Santo (Act., 1, 14, 2, 4). Y orando también se oyen las voces del Padre, que son sus divinas inspiraciones, yse negocia la dignidad de hijo de Dios, ylos medios para serle agradable. Y cuando la oración se junta con la humillación, como la junta Cristo nuestro Señor esta vez, es más poderosa para todo esto; porque, como dice el Sabio (Eccli., 35, 21) “La oración del que se humilla penetra hasta las nubes”, y hará que se rompan los cielos para que desciendan las dádivas y dones que suele dar el Padre de las lumbres.
Lo segundo, Cristo nuestro Señor juntó la oración con el bautismo, para significar que la oración y devoción han de acompañar todas nuestras obras, y el uso de los Sacramentos, para que se hagan yreciban como conviene, suplicando a nuestro Señor quite los estorbos que ponen los demonios para impedir el fruto de estas cosas, y con su favor nos ayude para conseguir el fin de ellas.
Demás de esto, Cristo nuestro Señor, en siendo bautizado, se puso en oración para enseñarnos la necesidad que tienen los bautizados y los fieles de orar, y cuán propio ejercicio suyo ha de ser la oración, frecuentándola mucho para prevenirse contra las tentaciones que les esperan, y para comenzar con fervor la nueva vida que han profesado, y para conservar las gracias y dones que en el bautismo han recibido. Pero es de creer que Cristo nuestro Señor no oró entonces solamente con aquel modo de oración que es pedir para sí, sino con los demás que pone San Pablo (Phil., 4, 6), dando gracias a su Padre por las mercedes que le había hecho ypor las que luego esperaba recibir, como oró cuando resucitó a Lázaro (Jo., 11, 41). Item, oraba por todos los que allí estaban para ser bautizados, y por todos los que habían de recibir su bautismo, para que le recibiesen sin ficción. Y generalmente oraba por todos los hombres, pues para todos, cuanto es de su parte, instituía este sacramento, ysu deseo era que todos lo recibiesen, y alcanzasen las gracias y dones que por aquellas señales se significaban.
LA PUENTE, Meditaciones, Testimonio Barcelona 1961 (t. I), p. 591-603
[1] Mt 3, 13; Mc 1, 9; Lc 3, 21; Jn 1, 2; III, 36
[2] San Agustín, Sermón 10, De Verbis Domini
[3] III, 36, 6 ad 4
[4] III, 66, 2.
En la humildad del Señor brilla su grandeza
- El Señor viene a bautizarse entre los esclavos, el Juez entre los reos. Pero no te turbes, porque en estas bajezas es donde brilla mejor su alteza. El que quiso ser llevado por tanto tiempo en un vientre virginal y salir de allí con nuestra naturaleza, el que quiso luego ser abofeteado y crucificado y sufrir todo lo demás que sufrió, ¿qué maravilla es que quisiera también ser bautizado y acercarse, confundido entre la turba, a quien era siervo suyo? Lo de verdad maravilloso es que, siendo Dios, quisiera hacerse hombre. Lo demás es ya pura consecuencia. Por eso también Juan se adelantó a decir todo lo que dijo sobre que él no era digno de desatar la correa de su sandalia, y todo lo demás: que Él es juez, y ha de dar a cada uno conforme a su merecido y que a todos haría, copiosamente, don del Espíritu Santo. Con esto, al verle cómo se acerca para ser bautizado, ningún pensamiento bajo debemos tener sobre Él. De ahí que el mismo Juan, cuando llega Jesús, trata de impedírselo, diciendo: Yo soy el que tengo necesidad de ser por ti bautizado, y ¿tú vienes a mí? El bautismo de Juan era simple lavatorio de arrepentimiento y que sólo llevaba a la confesión de las propias culpas. Ahora bien, porque nadie pensara que también Jesús venia a él con esa intención, de antemano corrige Juan semejante idea, llamándole cordero de Dios y redentor de los pecados de la tierra entera. Porque quien tenía poder de quitar los pecados de todo el género humano, mucho más había de estar El mismo sin pecado. De ahí que no dijo Juan: “Mirad al impecable”, sino lo que era mucho más: Mirad al que quita el pecado del mundo. De este modo, y con absoluta plenitud, por lo uno habéis de recibir lo otro, y así recibido, ya podéis comprender que hubieron de ser otros los intentos de Jesús al acercarse para ser bautizado. Por eso, cuando Jesús llega, le dice Juan: Yo soy el que necesito ser por ti bautizado. Y ¿tú vienes a mí? Y no dijo: “¿Y tú vas a ser por mi bautizado?” Pues aun esto temió decir. Pues ¿qué dijo? ¿Y tú vienes a mí? ¿Qué hace entonces Cristo? Lo que más adelante habla de hacer con Pedro, eso hace aquí con Juan. También Pedro se oponía a que Jesús le lavara los pies; pero el Señor le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; más adelante lo comprenderás. Y luego: No tendrás parte conmigo. Y Pedro inmediatamente desistió de su oposición y cambió totalmente de sentir. Por modo semejante, le dijo aquí Jesús a Juan: Déjame por ahora, pues de esta manera es conveniente que cumplamos toda justicia. Y Juan obedeció inmediatamente. Porque ni Pedro ni Juan eran desmedidamente contumaces, sino que mostraban a par su amor y su obediencia, y en todo trataban de seguir la ordenación del Señor. Mas considerad cómo justamente por el motivo que hacía a Juan recelar, por ése le lleva Cristo a bautizarle. Porque no le dijo: “Así es justo”, sino: Así es conveniente. Lo que por más indigno tenia Juan era que el Señor fuera bautizado por un esclavo suyo, y eso justamente es lo que el Señor le opone para bautizarse. Como si dijera: “¿Tú huyes y rehúsas bautizarme por tenerlo por cosa inconveniente? Pues por eso justamente, déjame por ahora, pues es la cosa más conveniente del mundo”. Y no dijo simplemente: Déjame, sino: Déjame por ahora. No siempre será así—parece decirle el Señor—; ya me verás un día como tú deseas. Por ahora, sin embargo, soporta esto. Y seguidamente le hace ver por qué es eso conveniente. ¿Por qué, pues, es conveniente? Porque de esta manera cumplimos toda la ley. Eso quiso decir al hablar de toda justicia. Porque justicia es el cumplimiento perfecto de los mandamientos. Como quiera, pues, dice Jesús, que he ya cumplido todos los mandamientos y sólo esto me queda por cumplir, quiero también cumplir esto. Yo he venido para destruir la maldición que se fundaba en la transgresión de la ley. Antes, pues, tengo que cumplirla yo toda, tengo que libraros a vosotros de la condenación, y entonces poner término a la ley. Es conveniente, pues, que yo cumpla toda la ley, porque conveniente es también que destruya la maldición contra vosotros que está escrita en la ley. Para este fin tomé carne y he venido al mundo. Entonces le dejó. Y, una vez bañado, Jesús subió inmediatamente del agua, y he aquí que se le abrieron los cielos. Y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre Él.
Los judíos tenían a Juan por superior a Jesús
- Las gentes tenían a Juan por muy superior a Jesús. Juan había pasado toda su vida en el desierto, era hijo de un sumo sacerdote, había nacido de una madre estéril, iba ahora vestido de aquel extraño atuendo y llamaba a todos para que se bautizaran: a Jesús, empero, todo el mundo le tenía por hijo de una pobre mujer, pues todavía no se había hecho a todos manifiesto su nacimiento virginal; se había criado en su casa, su trato era corriente con todos y vestía como todo el mundo. De ahí que se le tuviera por inferior a Juan, como quiera que nada se sabía aún de aquellos inefables misterios. Por añadidura, vino a que Juan le bautizara, lo que, aun sin todo lo otro, confirmaba el prestigio en que se tenía al Bautista. A Jesús se le tenía por uno de tantos. Porque, de no ser efectivamente uno de tantos, no hubiera acudido a bañarse confundido entre la muchedumbre. Juan, en cambio, era muy superior a Jesús y hombre maravilloso. Pues bien, porque esta opinión no prevaleciera entre la muchedumbre, apenas se bañó Jesús, se le abren los cielos y desciende el Espíritu Santo, y, juntamente con el Espíritu Santo, se oye una voz que pregona la dignidad del Unigénito allí presente. Sin embargo, aun aquella voz que decía: Este es mi Hijo amado, podía parecer a las turbas que más bien convenía a Juan que a Jesús; porque no dijo la voz: “Este que se está bañando”, sino simplemente: Éste. Cualquiera que la oyera, la hubiera antes bien aplicado al que bañaba que no al bañado, primero por la dignidad misma del bautizante y luego por todo lo anteriormente dicho. De ahí que viniera el Espíritu Santo en forma de paloma para fijar la voz sobre Jesús y hacer patente a todo el mundo que aquel Éste no se dijo por Juan que bautizaba, sino por Jesús, que era bautizado.
Por qué no creyeron los judíos
¿Y cómo es —me diréis— que no creyeron los judíos ante estos prodigios? También en tiempo de Moisés hubo muchos prodigios, siquiera no fueran como éstos: sin embargo, después de aquellos prodigios, después de las voces, las trompetas y los relámpagos del Sinaí, se fundieron el becerro de oro y se iniciaron en los ritos de Beelphegor. Y estos mismos que estaban entonces presentes al bautismo de Jesús y que vieron luego resucitado a Lázaro, estuvieron tan lejos de creer al que tales prodigios obraba, que muchas veces intentaron quitarle la vida. Si, pues, con un muerto resucitado ante sus ojos fueron tan malvados, ¿de qué os sorprendéis que no recibieran una voz bajada del cielo? Cuando un alma es insensata y está pervertida y, sobre todo, dominada por la peste de la envidia, nada de todo eso la conmueve: así como, por lo contrario, un alma bien dispuesta, todo lo acepta con facilidad y hasta, en parte, todo eso huelga para ella. No digáis, pues, que no creyeron. Preguntaos más bien si no sucedió cuanto había de suceder para que pudieran creer. A la verdad, ya por boca de su profeta. Dios se prepara este modo de defensa contra todo lo que contra Él pudieran decir. Tenían que perecer los judíos y ser entregados al último castigo. Pues bien, porque nadie pudiera culpar a su providencia de lo que sólo a malicia de ellos mismos se debía, les pregunta Dios: ¿Qué tenía yo que hacer por esta viña que no lo haya hecho? Aquí también, considerad qué tuvo que suceder y no sucedió. Y, si alguna vez delante de ti se habla contra la providencia divina, válete de este mismo argumento para defenderla de quienes pretenden echarle la culpa de lo que es sólo maldad de los hombres. Mirad, si no, qué prodigios se obran aquí: no se abre el paraíso, sino el cielo mismo. Y eso sólo como preludio de los que habían de venir.
Por qué se abren los cielos en el bautismo de Jesús
Más aplacemos para otra ocasión nuestro discurso contra los judíos. Ahora, con la ayuda de Dios, volvamos a nuestro propósito. Y, una vez bañado Jesús, subió del agua, y he aquí que se le abrieron los cielos. —¿Por qué razón, pues, se abren los cielos?— Porque os deis cuenta de que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que no tengáis ya nada de común con la tierra. Aun cuando no lo veáis, no por eso habéis de dejar de creerlo. A los comienzos se dan siempre esos prodigios, y las cosas espirituales vienen a hacerse sensibles y visibles; se dan prodigios como el del Jordán en atención a los más rudos y que necesitan de visión sensible, pues son incapaces de toda idea de la naturaleza espiritual. Sólo a lo visible levantan la cabeza. De este modo, aun cuando después no se hacen ya aquellos prodigios, se puede aceptar por la fe lo que una vez al principio nos pusieron ellos de manifiesto. También en el tiempo de los apóstoles se produjo aquel bramido de viento impetuoso y aparecieron sobre sus cabezas las lenguas de fuego: pero ello no fue por los apóstoles, sino por los judíos allí presentes. Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto. La paloma apareció entonces para señalar como con el dedo a los allí presentes y a Juan mismo que Jesús era Hijo de Dios; mas no sólo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo.
Por qué aparece el Espíritu Santo en forma de paloma
- Mas ahora ya no necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta por todo. Los signos, en efecto, no son para los que creen sino para los que no creen. —Mas ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre, aparece bajo la forma de paloma. La paloma, por otra parte, nos recuerda también la antigua historia. Porque bien sabéis que, cuando nuestro linaje sufrió naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar la terminación de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir. A la verdad, la situación de los hombres entonces era peor que la de ahora y merecía mayor castigo. Ahora bien, para que no desesperéis, el Señor os trae a la memoria esta historia. Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio. Mas entonces fue por medio de castigo: ahora, empero, por gracia y don inefable. Por eso aparece ahora la paloma, no para traer un ramo de olivo en el pico, sino para señalarnos al que venía a librarnos de todos nuestros males y para infundirnos las más bellas esperanzas. Esa paloma no venía para sacar a un solo hombre del arca, sino para levantar al cielo la tierra entera, y, en lugar del ramo de olivo, trae a todo el género humano la filiación divina.
El Espíritu Santo no es inferior al Hijo
Considerad, pues, la grandeza de ese don, y no pensaréis que el Espíritu Santo sea inferior al Hijo por haber aparecido en esa forma. Realmente, oigo decir a algunos que la misma diferencia que va del hombre a la paloma, ésa va de Cristo al Espíritu Santo, pues el uno apareció en nuestra naturaleza y el otro bajo la forma de paloma. ¿Qué puede responderse a esto? A esto se responde que el Hijo de Dios tomó realmente la naturaleza humana; pero el Espíritu Santo no tomó naturaleza de paloma. Por eso no dice el evangelista que el Espíritu Santo apareció en naturaleza de paloma, sino en forma de paloma. Y todavía se trata de caso único —la aparición bajo esta figura—, que ya no se repitió posteriormente. Y si por esta razón decimos que el Espíritu Santo es menor que el Hijo, según esto habrá también que convenir en que los querubines son mucho mejores que Él, y tanto cuanto un águila es mejor que una paloma. Figura, en efecto, de águila tomaron los querubines. Mejores también los simples ángeles, que han aparecido muchas veces en figura de hombres. Pero no, no hay nada de eso. A la verdad, una cosa es la realidad de la encarnación, y otra la condescendencia divina en una aparición pasajera. No seáis, pues, ingratos para con vuestro bienhechor, ni le paguéis con lo contrario a quien os ha abierto la fuente de la bienaventuranza. Porque donde se da la dignidad de la filiación divina, allí no puede existir mal ninguno, allí se nos dan juntos todos los bienes.
El bautismo de Jesús pone fin al de Juan
Por ello justamente, el bautismo judaico cesa y empieza el nuestro. Lo que sucedió con la pascua, eso mismo sucede también con el bautismo. Allí, en efecto, celebrando el Señor las dos pascuas, a la una le puso término y dio principio a la otra; aquí también, al cumplir el bautismo judaico, abrió las puertas de la Iglesia. Como otrora en una sola mesa, así aquí, en un solo río, Cristo está juntamente describiendo la sombra y realizando la verdad. Porque sólo el bautismo de Cristo contiene el don del Espíritu Santo; el de Juan nada tiene que ver con ese don. De ahí que ningún prodigio se cumple en ninguno de los otros bautizados; si solo al bautizarse Aquel que nos había de dar este bautismo. Con ello quiso el Señor que advirtierais, aparte lo ya dicho, que no fue la pureza del que bautizaba, sino la virtud del que era bautizado, la que hizo todo aquello. Sólo por Él se abrieron los cielos y descendió el Espíritu Santo. Porque, desde aquel momento, nos saca de la vida vieja a la nueva, nos abre las puertas de arriba, nos manda desde allí al Espíritu Santo y nos convida a nuestra patria celeste. Y no sólo nos convida, sino que, a par, nos otorga la máxima dignidad. Porque no nos hizo ángeles o arcángeles, sino hijos amados de Dios: de este modo nos conduce a aquella herencia celeste.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, homilía 12, 1-3, BAC Madrid 1955 (I), p. 219-28
EL BAUTISMO DE JESÚS
Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias[1]. Aquí aparece claramente un signo de humildad; es como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en estas sencillas palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en el Deuteronomio y en el libro de Ruth[2] que cuando alguien se negaba a tomar por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden de parentesco, ante los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el matrimonio, tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se negaba, la misma a quien no quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara y le escupía. De este modo podía ya casarse con el otro. Esto se hacía para pública deshonra—interpretando de momento el texto al pie de la letra—a fin de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre, el miedo a esta pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos revela el sacerdocio. Juan mismo dice: «el que tiene a la esposa es el esposo»[3]. Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del esposo: no puedo, siguiendo la ley, desatar la correa de su sandalia, porque él no ha rechazado a la Iglesia por esposa.
Yo os bautizo con agua[4], yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo os ofrezco agua. Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que se ve; él lo que no se ve. Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu invisible.
Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea[5]. Fijaos en el significado de las palabras. No dice: vino Cristo[6], ni tampoco: vino el Hijo de Dios, sino vino Jesús. Alguien podría decir: ¿Por qué no dice Cristo? Me refiero a Cristo según la carne. Dios, por su parte, es eternamente santo y no necesita ninguna santificación, pero estamos hablando ahora de la carne de Cristo. Aún no había sido bautizado, ni había sido ungido por el Espíritu Santo. Hablo de Cristo según la carne, según la forma de siervo; que nadie se escandalice. Hablo de aquel que, como si fuera un pecador, se acercó al bautismo; no trato de dividir a Cristo. No trato de decir que uno es Cristo, otro Jesús, y otro el Hijo de Dios, sino que siendo uno y el mismo es diverso según la diversidad de los momentos. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Daos cuenta del misterio. A Juan el Bautista acuden en primer lugar los habitantes de Judea y de Jerusalén, pero nuestro Señor con quien se inicia el bautismo evangélico y que cambió los sacramentos de la ley en sacramentos del Evangelio, no vino desde Judea ni desde Jerusalén, sino desde la Galilea de los gentiles[7]. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Nazara significa flor[8]. La flor (Jesús) viene de la flor.
Y fue bautizado por Juan en el Jordán[9]. ¡Gran misericordia: el que no había cometido pecado es bautizado como si fuera un pecador! En el bautismo del Señor son perdonados todos los pecados. Pero sólo a manera de cierto anticipo es esto propio del bautismo del Salvador, porque la verdadera remisión de los pecados está en la sangre de Cristo y en el misterio de la Trinidad.
En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban[10]. Todo esto, que se ha escrito, se ha escrito para nosotros, pues, antes de recibir el bautismo, tenemos los ojos cerrados y no vemos las cosas celestes.
Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venia de los cielos: «Tú
eres mi Hijo amado, en ti me complazco»[11]. Jesucristo es bautizado por Juan; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y el Padre da testimonio desde los cielos. Mira, Arrio, ved, herejes, el misterio de la Trinidad en el bautismo de Jesús: Jesús es bautizado, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma, el Padre habla desde el cielo. «Vio que los cielos se rasgaban». Cuando dice «vio», da a entender que los otros no veían, pues no todos ven los cielos abiertos. ¿Qué dice Ezequiel en el comienzo de su libro?[12] «Y sucedió, dice, que encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, vi los cielos abiertos». Yo vi, luego los otros no veían. Que nadie piense que se trata de los cielos simple y materialmente abiertos: nosotros mismos, que nos hallamos aquí, vemos los cielos abiertos o cerrados según la diversidad de nuestros méritos. La fe plena tiene los cielos abiertos, mas la fe vacilante los tiene cerrados.
«Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él» Maniqueos, marcionistas y demás herejías suelen presentarnos la siguiente objeción: si Cristo está en su cuerpo y la carne, que asumió, no fue abandonada, ni se la quitó de encima, también el Espíritu Santo, que bajó a él, está en la paloma. ¿Percibís los silbidos de la antigua serpiente?[13] ¿Véis que aquella culebra, que arrojó al hombre del paraíso, también a nosotros quiere arrojarnos del paraíso de la fe? No dice—el evangelista—: tomó el cuerpo de una paloma, sino el Espíritu «como» paloma. Cuando se dice «como» no se designa la realidad, sino la similitud.
Respecto al Señor y Salvador, no está escrito que nació «como» hombre, sino que nació hombre. Mas aquí se dice como paloma. Por tanto, fue una similitud lo que se dio, no fue la realidad.
SAN JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Marcos
[1] Mc 1, 7
[2] Dt 25, 7; Rt 4, 7. La cita del Éxodo no es posible encontrarla en las modernas versiones del A. T.
[3] Jn 3, 29
[4] Mc 1, 8
[5] Mc 1, 9
[6] A propósito de las observaciones de Jerónimo hay que recordar el significado de «Cristo» = «ungido».
[7] La región de Galilea estaba habitada por muchos paganos: por esto se llama Galilea de los gentiles, o sea, de los paganos.
[8] Cf. Jerón., Epist. 46, 12. En Is 11, 1 el Mesías viene designado como un renuevo, en hebreo nezer: es posible que esta palabra sea el origen del mismo nombre de Nazaret.
[9] Mc 1, 9
[10] Mc 1, 10
[11] Mc 1, 10-11
[12] Ez 1, 1
[13] Cf. Jerón., Adversus Jovinianum, 1, 4.
Guion Solemnidad del Bautismo de Nuestro Señor
7 de enero de 2024
Entrada:
Hoy las aguas son purificadas por el contacto con la carne de nuestro Salvador. Hoy se nos manifiesta la misericordia de Dios en la Teofanía del Bautismo del Señor. Pidamos en esta Santa Misa entregarnos incesantemente a la Santísima Trinidad que se nos ha revelado en el Jordán.
Primera Lectura: Is. 55, 1-11
Cristo es la Palabra de Dios que viniendo al mundo cumple la misión a Él encomendada.
Segunda Lectura: 1 Jn, 5, 1-9
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo el Mesías que vino a borrar nuestros pecados.
Evangelio: Mc 1, 7-11
La predilección del Padre está puesta en su Hijo único quien bautiza con el Espíritu Santo.
Preces:
Presentamos las necesidades de todos los hombres a Jesús, que viene del cielo para revelarnos el Amor de Dios.
A cada intención respondemos…
+ Señor Jesús, te pedimos, fortalezcas al Santo Padre en su misión de conducir a los hombres hacia Ti, y que tu Iglesia salga al encuentro de cuantos buscan la Verdad. Oremos…
+ Te pedimos también por los sacerdotes y ministros de tu Evangelio, que sin reducir en nada la doctrina salvadora, muestren tu imagen llena de misericordia para con todos los hombres. Oremos…
+ Rogamos por todas las naciones, para que abiertas a tu manifestación como Salvador del mundo, reinen en ellas el derecho, la justicia y la paz. Oremos…
+ Mira benignamente a los cristianos que en este día conmemoramos tu Bautismo en el Jordán, que todos renueven en sus almas las promesas bautismales: confiesen su fe y renuncien al demonio. Oremos…
+ Ten misericordia de todos nosotros que en este tiempo de Navidad te hemos contemplado como el misterio escondido desde toda la eternidad, para que te guardemos en el corazón y demos frutos dignos de conversión. Oremos…
Con la confianza de los hijos, te presentamos Señor, estas oraciones sabiendo que no seremos defraudados; A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Ofrendas:
La oblación de Cristo la hacemos nuestra, así nos presentamos al Padre como ofrenda agradable.
- Llevamos hasta el Altar alimentos para los más necesitados y con ellos nuestra confianza en la Providencia.
- Recibe Señor las ofrendas del pan y del vino que por la acción del Espíritu Santo serán transformadas en tu Hijo muy amado.
Comunión: Con el júbilo mesiánico nos acercamos a recibir al Señor para que Él permanezca siempre en medio de nosotros como el Emmanuel.
Salida: María engendró para nosotros al Salvador que quita los pecados del mundo. Vivamos con gozosa radicalidad la fe, la esperanza y el amor recibidos en el bautismo.
Mucho deben alentarnos, mis hermanos, aquellos heroicos ejemplos de los mártires primitivos que testificaron con su sangre la fe y defendieron con la vida la virtud. Oíd un caso.
Los heroicos mártires de la legión tebana pusieron en práctica esta política eminentemente cristiana que sabe dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.
Maximiliano Hercúleo había querido obligar a los soldados, hijos de Jesucristo y de la Iglesia, a actuar de verdugos contra los cristianos que se negaban a sacrificar a los ídolos. Para obligarles a ello se había dado y ejecutado por dos veces la orden de desarmarlos.
Alentados por tres oficiales superiores, Mauricio, Exuperio y Cándido, a no traicionar su fe y los compromisos contraídos en el Bautismo, estos legionarios dirigieron al Emperador una carta en la que le decían: «Somos; es verdad, soldados, pero también somos, lo decimos libremente, cristianos. A ti te debemos el servicio de la guerra; a Cristo le debemos huir del pecado. Si de ti recibimos la paga, de El recibimos la vida. No podemos obedecer tus órdenes hasta renegar de nuestro Dios y nuestro Dueño, y también el tuyo quieras o no quieras. Si no nos mandas nada que le ofenda, te obedeceremos, como lo hemos hecho hasta el presente; de lo contrario, es a El a quien obedeceremos antes que a ti. Te hemos prestado juramento, pero ante todo hemos prestado juramento a Dios. ¿Cómo puedes confiar en el segundo, si violamos el primero? No nos hemos rebelado porque no tenemos armas en las manos, y no resistimos. Preferimos morir inocentes a vivir culpables. El fuego, los tormentos, la espada; estamos dispuestos a sufrirlo todo. ¡Pero cristianos no podemos perseguir a los cristianos!»
¡Qué hermosa confesión, mis hermanos! Murieron por Cristo, pero en el Cielo confirmaron la verdad de la sentencia: al que me confesare a mí delante de los hombres, Yo le confesaré a él delante de mi Padre celestial.