PRIMERA LECTURA
Son un pueblo rebelde y sabrán
que hay un profeta en medio de ellos
Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo:
Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que Yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor ». Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo —porque son un pueblo rebelde— sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 122, 1-4
R. Nuestros ojos están en el Señor,
esperando su misericordia
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores. R.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia. R.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos. R.
SEGUNDA LECTURA
Me gloriaré en mi debilidad,
para que resida en mí el poder de Cristo
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 7-10
Hermanos:
Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere.
Tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad».
Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra de Dios.
Aleluia Cf. Lc 4, 18
Aleluia.
El Espíritu del Señor está sobre mí;
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres.
Aleluia.
EVANGELIO
Un profeta es despreciado solamente en su pueblo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 1-6a
Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe.
Palabra del Señor
R. Schnackenburg
Incredulidad y repudio de Jesús en su patria
(Mc.6,1-6)
El repudio incrédulo de Jesús en su patria de Nazaret está en contraste con los relatos precedentes, expuestos con la finalidad de suscitar la fe. La mujer sencilla del pueblo había creído y Jairo, el jefe de la sinagoga, había acudido a él lleno de confianza. Es precisamente en su patria donde Jesús choca con una incredulidad crasa. Históricamente no hay por qué dudar de ello -acerca de los «hermanos» de Jesús, cf. Jua_7:3 ss-; aunque el evangelista persigue además un interés teológico. El ministerio de Jesús no resulta evidente para sus contemporáneos, el misterio de su persona se les esconde más de una vez bajo sus grandes milagros. Muchos no salen de su asombro (cf. 5,20), y en la resurrección de la hija de Jairo la multitud se burla incluso de Jesús. La paradoja de la incredulidad no hace más que destacar con mayor relieve entre las gentes de Nazaret; son el caso típico de quienes «ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden» (4,12). Se trata de la misma experiencia y enseñanza que expresa el cuarto evangelista al final del ministerio público de Jesús: «A pesar de haber realizado Jesús tantas señales en presencia de ellos, no creían en él» (Jua_12:37). Descubrimos aquí la otra línea que perseguía el evangelista mediante esta sección: el hecho de la incredulidad y su carácter incomprensible. Parece que Jesús se presenta ahora por vez primera en la sinagoga de su patria como maestro. La exposición rebosa ingenuidad y vida. Jesús, como ocurre en Luc_4:16-21 aunque todavía de un modo más gráfico e impresionante, hace uso del derecho que asiste a todos los israelitas adultos de hacer la lectura bíblica y su exposición. Pero sus paisanos están asombrados de que tenga la capacidad de hablar tan bien y de interpretar la Escritura. Nada se dice aquí de la «autoridad» de Jesús (Luc_1:22), ni escuchamos nada acerca de su pretensión de que «hoy» se cumplan los vaticinios proféticos (Luc_4:21). Nada de ello le interesa aquí al narrador; le basta con que exista un asombro incrédulo. Se habla ciertamente de los prodigios realizados en otros lugares, pero a Jesús se le niega la fe. Los habitantes de Nazaret conocen a Jesús como «el carpintero» o -según otra lectura- «el hijo del carpintero». Jesús ha ayudado a su padre en el trabajo y con él ha aprendido el oficio manual. También se le conoce como «hijo de María» y «hermano» de otros hombres que forman su familia. También sus «hermanas» habitan allí, como miembros más o menos lejanos del clan afincado en Nazaret. Por ello la gente no puede entender que Jesús tenga algo especial y se escandaliza en él. Es la palabra típica para indicar el tropiezo en la fe, y que también ha entrado en el lenguaje comunitario (Luc_4:17). Para cuantos lo leen, el episodio constituye una severa señal de advertencia: quienes piensan conocer a Jesús, no le comprenden y se alejan de el. Hay muchos tropezones y caídas en el terreno de la fe. Hasta los discípulos más allegados a Jesús han tomado escándalo de él en una hora oscura: cuando Jesús se dejó conducir sin resistencia alguna por sus enemigos (Luc_14:27-29). A sus paisanos incrédulos les lanza Jesús una palabra, que tal vez fuese proverbial entre ellos: «A un profeta sólo lo desprecian en su tierra.» La expresión nos la ha transmitido también Juan (Luc_4:44) en otro contexto, indicando siempre una experiencia amarga. Los enviados de Dios es precisamente en su patria donde encuentran la oposición y el repudio. Así. Jeremías no puede por menos de quejarse de que sus conciudadanos alimenten contra él intenciones malvadas y hasta atenten contra su vida (Jer_11:18-23). No otra es la suerte que espera al último enviado de Dios, que está por encima de todos los profetas. En la actitud de los nazarenos se anuncia ya a los lectores cristianos el misterio de la pasión de Jesús; pero en el destino de su Señor reconocen también su propio destino. Jesús se ha apartado de sus parientes y se ha creado una nueva «familia» (cf. 3,35) y también sus discípulos lo han abandonado todo por causa del Evangelio (10,30). Los discípulos de Cristo tienen que comprender que habrá discordias en las familias por causa de la fe (cf. 13,12). A la sentencia del profeta que originariamente sólo es despreciado en su propia «tierra», ha añadido expresamente el evangelista «entre sus parientes y en su casa». Con frecuencia Dios no ahorra esa amargura a los que llama. La consecuencia de la incredulidad es que Jesús no puede realizar en Nazaret ningún gran milagro, sino que cura simplemente a algunos enfermos imponiéndoles las manos. ¿Por qué no «pudo» Jesús actuar allí con plenos poderes? Nada se dice al respecto, aunque tampoco aparece por ninguna parte la salida apologética de que Jesús no pudo obrar porque no quiso. Según el pensamiento bíblico es Dios quien otorga el poder de hacer milagros. Habría, pues, que concluir que es el mismo Dios quien ha señalado el objetivo y los límites al poder milagroso de Jesús. Jesús no debe llevar a cabo ningún portento allí donde los hombres se le cierran con una incredulidad obstinada. Todo su ministerio está subordinado a la historia de la salvación, al mandato del Padre. Las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan suenan como un comentario: «De verdad os aseguro: nada puede hacer el Hijo por sí mismo, como no lo vea hacer al Padre» (5,19). Los milagros ostentosos, que los incrédulos requerían de él, los ha rechazado siempre. La generación perversa que reclama un signo del cielo le hace suspirar (8,11s). Esto es también una enseñanza saludable para la fe que no debe impetrar ningún signo evidente ni pruebas definitivas. Jesús «quedó extrañado de aquella incredulidad». Con esta frase se cierra el relato haciendo que el lector siga meditando sobre el enigma de la incredulidad.
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)
José María Solé – Roma, C.F.M.
Sobre la Primera Lectura (Ez. 2, 2-5:)
Ezequiel nos cuenta la vocación y misión que ha recibido de Yahvé:
– La Teofanía o aparición de la Gloria de Dios le ha hecho caer en tierra (Ez. 1,29). Una voz del cielo le ordena ponerse en pie: ‘Mantente en pie’ (2, 1). Esta actitud ante Dios significa: a) La disponibilidad del Profeta. Es la actitud de quien está presto para cumplir su misión. b) El vigor y eficiencia que Dios le da al elegirle por su Profeta y mensajero. c) La transformación que obra en él la Palabra de Dios; en el c. 37 vemos cómo al entrar el Espíritu de Dios en aquellos huesos áridos resucitan y se ponen en pie. Ezequiel al soplo del Espíritu de Dios será un nuevo hombre.
– La misión que Dios confía a Ezequiel es difícil. Es enviado a un pueblo rebelde, de frente dura y de corazón empedernido. Siempre los Profetas de Dios topan con la incomprensión, el desdén y la persecución.
– La razón de ser del Profeta y el secreto de su fuerza está en que es un enviado de Dios y se llega a los hombres con su mensaje de Dios: ‘A ellos te envío para decirles: Así habla el Señor Yahvé’ (4). ‘Pues viviente es la Palabra de Dios, y eficiente, y más tajante que una espada de dos filos y que penetra hasta los linderos del alma y del espíritu (Heb 4, 12). Tomemos ejemplo de los Profetas quienes hemos recibido la misión y el carisma de anunciar la Palabra de Dios: ‘Investidos de este misterio, con el que nos favoreció la bondad del Señor, no desmayamos. Antes bien, desechamos los artificios ruines y no procedemos astutamente ni falsearnos la Palabra de Dios, sino que manifestamos la verdad’ (2 Cor. 4, 1-2).
Sobre la Segunda Lectura(2 Cor.12, 7-10)
En la elección y vocación de Pablo, el Apóstol de Cristo por antonomasia, encontramos lecciones muy interesantes para cuantos van a recibir el carisma de la vocación apostólica:
– Esta vocación no es un mérito, es una gracia; no es de propia elección, sino por elección divina. San Pablo nos dice acerca de su vocación: Cuando le plugo a Aquel que me segregó del seno materno y me llamó por su gracia, revelarme su propio Hijo para que yo evangelizara a los gentiles’ (Gal. 1,16). El Apóstol de Dios lo es por gracia de Dios. El sello de esta vocación le marca desde el seno materno, bien que, como en el caso de Pablo, no sea conocido hasta muy tarde.
– Nunca le faltan al auténtico Apóstol las persecuciones y la dolorosa crucifixión. San Pablo nos habla de ‘una espina hincada en su carne’, de un emisario de Satanás. En la vida de Pablo esta ‘espina’ eran los ‘judaizantes’ o ‘falsos hermanos’, que le molestaban y atormentaban del modo más cruel. Es aleccionadora la respuesta que recibe al pedir a Dios que le libre de aquella dolorosa situación: ‘Te basta mi gracia, pues el poder de ella se manifiesta en tus flaquezas’ (9). Con el dolor y las persecuciones el Apóstol se mantiene humilde y aviva su conciencia de que no por su actuación, sino por la gracia de Dios, vence al mundo, al demonio y al pecado.
– Con esta certeza el Apóstol no desmaya ante ningún obstáculo. Es que no se apoya en sí mismo, sino en Dios Omnipotente. Pablo dice, hablando del carisma del apostolado: ‘Llevamos este tesoro en. vasos de arcilla a fin de que reconozcamos que este sobreeminente poder nos viene de Dios, no de nosotros’ (2 Cor. 4, 7). En vasos de arcilla pone Dios sus ricos tesoros, para humildad nuestra y gloria suya. Son oportunas consignas para cuantos tienen la vocación del apostolado estas de Pablo: ‘Todo lo puedo en Aquel que me conforta’. (Flp. 4, 13). ‘Me glorío en mis flaquezas. Pues cuanto me siento endeble entonces soy fuerte. Porque cuando soy débil entonces se apodera de mí la fuerza de Cristo’ (2 Cor. 12, 9.10). Por esto, hijos de Dios y heraldos de la luz pedimos: ‘Concédenos, Señor, que nunca nos envuelvan tinieblas de error, sino que anegados en esplendores de verdad la irradiemos siempre’. (Colecta).
Sobre el Evangelio (Mc. 6, 1-6)
Cristo, el Enviado del Padre, no es recibido por todos. Concretamente en Nazaret, donde ha pasado los años de la vida oculta y donde tiene muchos parientes, es rechazado:
– Recibir a Jesús es verlo con los ojos de la fe como Enviado del Padre, como Mesías y como Hijo de Dios. El Hijo de Dios para ser nuestro Maestro y nuestro Salvador se ha humillado y nivelado haciéndose en todo igual a nosotros. Los de Nazaret, que han conocido más de cerca este estado de humillación de Jesús, se cierran del todo a su mensaje y se niegan a reconocerle como Mesías. Jesús tiene que decirles: ‘Donde más despreciado es un Enviado de Dios. es en su patria y entre sus parientes y familiares’. (5).
– La fe verdadera reconoce en Jesús su humildad y su divinidad, su humillación y su grandeza. Es verdadero hombre y verdadero Hijo de Dios. A través de su humanidad, que vemos, llegamos por la fe a su divinidad, que no vemos. Las debilidades de su humanidad, cual la asumió por amor a nosotros, no deben escandalizarnos o hacer titubear nuestra fe, sino que deben acrecer nuestro amor.
– Referente al v. 3, del que tanto han abusado algunos herejes y hoy sobre todo abusan los Testigos de Jehová, baste decir: ‘Hermanos de Jesús’ no significa hijos de María, sino parientes próximos, como por ejemplo primos, que en hebreo y arameo se llamaban también ‘hermanos’ (Gén. 13, 8;14, 16 , 29, 15; Lv. 10, 4; 1 Cor. 22, 22; Mt. 27, 56; Mc.15 ,40).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
San Juan Pablo Magno
El milagro como llamada a la fe
- Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.
Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.
- Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.
Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1, 37).
Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús “creyeron en él” (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (cf. Lumen gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los “milagros-signos” en María y por María en orden a la llamada a la fe.
- Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: “No temas, ten sólo fe”. (Dice “no temas”, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36).
Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos…”, Jesús le responde: “Si puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (cf. Mc 9, 22-24).
Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto? “Sí, Señor, creo…” (cf. Jn 11, 25-27).
- El mismo vínculo entre el “milagro-signo” y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret “no pudo hacer…ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 5-6).
Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (cf. Mt 14, 29-31).
- Jesús subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto, quedando sana (cf. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).
Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “(Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!” (cf. Mc 10, 46-52). Según Marcos: “Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: “Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lc 18, 42).
Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo hacer esto?”. “Sí, Señor”… “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mt 9, 28-29).
- Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres” (cf. Mt 15, 21-28).
¡Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!
- Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cf. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.
- Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en Él” (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).
(SAN JUAN PABLO II, Audiencia General del Miércoles 16 de diciembre de 1987)
Mons. Fulton Sheen
Las bendiciones de Dios son respuesta a la fe del hombre
Se comprende que el pueblo de Nazaret, que había visto crecer en medio de él a Jesús, se sorprendiera al oírle proclamarse a sí mismo el Ungido de Dios de que había hablado Isaías. Ahora se encontraban ante esta disyuntiva: o lo aceptaban como el que venía a dar cumplimiento a la profecía, o se rebelaban contra Él. El privilegio de ser la cuna del tan esperado Mesías y de aquel al que el Padre celestial había proclamado en el río Jordán como su divino Hijo, era demasiado para ellos, debido a la familiaridad que tenían con Él. Preguntaron:
¿No es éste el carpintero,
el hijo de María?
Mc 6,3
Creían en Dios en cierta manera, pero no en el Dios que vivía cerca de ellos, se hallaba en estrecha familiaridad con ellos y con ellos compartía su vida cotidiana. El mismo género de esnobismo que encontramos en la exclamación de Natanael: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?”, se convertía ahora en el prejuicio que contra Él oponían los habitantes de su pueblo natal. Cierto que era el hijo de un carpintero, pero también lo era del carpintero que hizo el cielo y la tierra. Por el hecho de que Dios hubiera asumido una naturaleza humana y sido visto en la humilde condición de un artesano de aldea, dejó de granjearse el respeto de los hombres.
Nuestro Señor “maravillóse de la incredulidad de ellos” Dos veces en los evangelios se nos dice que se “se maravilló” y “se quedó atónito”: una vez a causa de la fe de un gentil; otra a causa de la incredulidad de sus propios paisanos. Debía de esperar algo más de simpatía de parte de los de su pueblo, cierta predisposición a recibirle amablemente. Su extrañeza era la medida de su dolor, al mismo tiempo que del pecado de ellos, al decirles:
Un profeta sólo es menospreciado
en su tierra,
entre sus parientes,
y en su casa.
Mc 6, 4.
Al fin que comprendieran que el orgullo de ellos era equivocado, y que si no le recibían llevaría a otro lugar la salvación de que Él era portador, se colocó en la categoría de los profetas del Antiguo Testamento, quienes no habían recibido un trato mejor. Citó dos ejemplos del Antiguo Testamento. Ambos era una predicción del rumbo que iba a tomar su evangelio, a saber, que abarcaría a los gentiles. Les dijo que había habido muchas viudas entre el pueblo de Israel en lo días de Elías, cuando la gran hambre vino a señorear el país y cuando los cielos permanecieron cerrados durante tres años. Pero Elías no fue enviado a ninguna de tales viudas, sino a una viuda de Sarepta, en tierra de gentiles. Tomando otro ejemplo, les dijo que había habido muchos leprosos en los tiempos de Elías, pero que salvo Naamán el sirio, había sido limpiado. La mención de Naamán era particularmente humillante, puesto que éste había sido incrédulo primero, pero más tarde llegó a creer. Puesto que tanto la viuda de Sarepta como Naamán el sirio eran gentiles, Jesús daba con ello a entender que los beneficios y las bendiciones del reino de Dios venían en respuesta de la fe, y no en respuesta de la raza.
Dios, vino a decirles Jesús, no tenía ninguna deuda para con los hombres. Sus mercedes serían concedidas a otro pueblo si el suyo las rechazaba. Recordó a sus paisanos que su expectación terrena de un reino político era los que impedía comprender la gran verdad de que el cielo les había visitado en la persona de Él. Su propia ciudad natal se convirtió en el escenario de donde se proclamó la salvación de una raza o nación, sino del mundo entero. El pueblo estaba indignado, ante todo, porque Jesús pretendía traer la liberación del pecado en su calidad del santo Ungido de Dios; en segundo lugar, a causa de la advertencia de que la salvación, que primero era de los judíos, al rechazarla estos pasaría a los gentiles. A menudo los santos no son reconocidos por los que lo rodean. Le arrojarían de entre ellos porque Él los había repudiado y había dicho que era el Cristo. La violencia que sobre Él obraron era un preludio de su Cruz.
Nazaret se halla situada entre colinas. A poca distancia de ella, hacia el sudeste, hay una roca escarpada a unos veinticinco metros de altura que se extiende unos novecientos metros hasta los llanos de Esdrelón. Es allí donde la tradición sitúa el lugar donde intentaron despeñar a Jesús.
Mas él, pasando en medio de ellos, se fue.
Lc. 4, 30
La hora de su crucifixión no había llegado, pero los minutos se estaban marcando con una violencia espantosa cada vez que proclamaba que era enviado por Dios y que era Dios.
(Fulton Sheen, Vida de Cristo, Herder, Barcelona 1996, 231ss)
San Juan Crisóstomo
Un profeta no es rechazado sino en su patria y entre los suyos
¿Por qué razón dice el evangelista estas parábolas? Porque aun tenía que decir otras más. ¿Por qué el Señor cambia de lugar? Porque quería sembrar por todas partes su doctrina. Y, viniendo a su propia patria, les enseñaba en la sinagoga. ¿A qué pueblo llama ahora el evangelista patria de Jesús? —A mi parecer, a Nazaret, pues allí—dice—no hizo muchos milagros, y en Cafarnaúm sí que los hizo. De ahí que Él mismo dijera: Y tú, Cafarnaúm, que te has levantado hasta el cielo, tú serás abatida hasta el infierno; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti se han realizado, Sodoma estaría en pie hasta el día de hoy.
Viniendo, pues, allí, se abstuvo de obrar milagros, a fin de no encender más la envidia y tenerlos que condenar más duramente por su incredulidad, que así hubiera aumentado. Sí, en cambio, les expone su doctrina, que no era menos maravillosa que sus milagros. Porque aquellos insensatos—unos completos insensatos—, cuando debieran admirarle y pasmarse de la virtud de sus palabras, hacen lo contrario, que es vilipendiarle por la humildad del que pasaba por padre suyo. Y, sin embargo, muchos ejemplos tenían en lo antiguo de hijos ilustres nacidos de padres oscuros. Así, David, hijo fue de Jessé, que no pasaba de humilde labrador, y Amós lo fue de un cabrero, y cabrero él mismo; y Moisés, el famoso legislador, tuvo un padre muy inferior a lo que él mismo era. Más bien, pues, debieran haber admirado al Señor de que, siendo de quienes se imaginaban, hablaba tan maravillosamente, pues era evidente que ello no podía ser obra de diligencia humana, sino de la gracia de Dios. Mas, por lo que debieran admirarle, ellos le desprecian.
Por otra parte, el Señor frecuenta su sinagoga, pues de haber vivido constantemente en el desierto, hubieran tenido pretexto para acusarle como a solitario y enemigo del trato humano. Sorprendidos, pues, y perplejos, decían sus paisanos: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esas virtudes? Virtudes llaman aquí o a sus milagros o a su misma sabiduría. ¿No es éste el hijo del carpintero? Luego mayor es la maravilla y mayor debiera ser vuestra admiración. ¿No se llama María su madre? ¿Y sus hermanos no se llaman Santiago y José y Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde le viene a éste eso? Y se escandalizaban en ÉI. ¿Veis cómo es Nazaret en donde hablaba? ¿No son—dicen—hermanos suyos fulano y zutano? ¿Y qué tiene eso que ver? Ésa debiera ser para vosotros la mejor razón para creer en Él. Pero no. La envidia es cosa mala y muchas veces se contradice a sí misma. Lo que era sorprendente y maravilloso, lo mismo que debiera haber bastado a arrastrarlos al Señor, eso les escandalizaba. ¿Qué les contesta, pues, Cristo? Un profeta—les dice—no es despreciado sino en su propia patria y en su propia casa. Y no hizo—prosigue el evangelista—muchos milagros entre ellos por causa de su incredulidad. Lucas dice también: No hizo allí muchos milagros. —Y, sin embargo—dirás—, era natural que los hubiera hecho. Porque si todavía tenía éxito para ser admirado (y, en efecto, también entonces se le admiraba), ¿por qué razón no los hizo? —Porque no miraba a su propia ostentación, sino al provecho de ellos. Ahora bien, como éste no se daba, prescindió también el Señor de su propia manifestación, a fin de no aumentar el castigo de sus paisanos. Y, sin embargo, mirad después de cuánto tiempo, después de cuántos milagros, volvió a ellos. Y ni aun así le soportaron, sino que se encendió más vivamente su envidia.
Mas ¿por qué, si no muchos, todavía hizo algunos milagros? —Por que no le dijeran: Médico, cúrate a ti mismo. Porque no dijeran tampoco: Es nuestro enemigo, nos tiene declarada la guerra, y desprecia a los de su propia casa. Porque, en fin, no pudieran decir: “Si hubiera hecho entre nosotros milagros, también nosotros hubiéramos creído”. De ahí que los hizo y se detuvo entre ellos: por una parte, para cumplir lo que a Él le tocaba; por otra, para no condenarlos a ellos con más razón. Mas considerad la fuerza de sus palabras, cuando, aun dominados por la envidia, todavía le admiraban. Sin embargo, así como en sus milagros no ponen tacha en cuanto a los hechos, pero se inventan causas fantásticas, diciendo, por ejemplo: En virtud de Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa los demonios; así ahora, no pudiendo poner tacha en su doctrina, le desprecian por lo humilde de su origen. Mas considerad, os ruego, la modestia del maestro, que no los vitupera, sino que con toda mansedumbre les responde: Un profeta no es despreciado sino en su propia patria. Y no se detuvo aquí, sino que prosiguió: Y en su propia casa. Con lo que, a mi parecer, aludía a sus propios hermanos.
Por lo demás, en el evangelio de Lucas el Señor aduce ejemplos semejantes y les dice que tampoco Elías fue a los suyos, sino a una viuda extranjera; ni fue otro leproso alguno curado por Eliseo, sino el extranjero Naamán. No fueron, pues, los israelitas quienes recibieron los beneficios y quienes a ellos correspondieron, sino los extraños. Al hablarles así no hace sino revelar su mala costumbre de siempre y que no era nuevo lo que con Él hacían.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 48, BAC Madrid 1956, pág. 30-33)
Guión Domingo XIV Tiempo Ordinario
7 de julio de 2024 – CICLO B
Entrada: La falta de fe, y la dureza de corazón impiden reconocer y aceptar los signos más evidentes del Señor. Debemos disponer nuestro corazón para dar continuamente el salto de la fe si queremos verdaderamente agradar a Dios y aprovechar su gracia que quiere transformarnos.
1ª Lectura: (Ez. 2, 2-5) Dios envía al pueblo obstinado, su profeta para advertirles y reprenderles.
Salmo 122: Nuestros ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.
2ª Lectura: (2Co. 12, 7-10) El Apóstol se gloría de su debilidad, porque el amor y la gracia de Dios triunfa en ella.
Evangelio: (Mc. 6, 1-6a) Jesús no puede hacer ningún milagro en su pueblo por la incredulidad de sus parientes.
Preces
Hermanos: oremos al Padre que nos ha revelado su Misericordia en la Sabiduría y Poder de su Hijo Jesucristo.
A cada intención respondemos cantando: …
- Bendice Señor al Santo Padre en todos sus compromisos apostólicos, y a todos los obispos que, en unión de fe y caridad con él, guían a tu pueblo. Oremos…
- Acude en ayuda de tus misioneros para que, alimentando sus vidas en el Santo Sacrificio, sepan entregarla con heroísmo cotidiano por la difusión del Evangelio. Oremos…
- Vela Señor por nuestra Patria, para que cada ciudadano sepa construirla según los valores evangélicos con seriedad y responsabilidad y para que el poder de Cristo quite la obstinación de los que caminan en el error. Oremos…
- Te rogamos también por los jóvenes que deben decidir su futuro; para que sepan discernir su vocación y vean en ella el camino que Cristo señala para llegar al Reino. Oremos…
- Padre clementísimo, que manifiestas tu solicitud por los que sufren tanto en el cuerpo como en el alma, te pedimos por ellos, para que comprendan que en su debilidad triunfa el poder de Cristo. Oremos…
Padre Santo: escucha las oraciones de tu Iglesia y concédele cuanto te pide en nombre de tu Hijo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio: Reconocemos al Señor Jesús como nuestro Dios que vino al mundo para rescatarnos y deseosos de unirnos a su Sacrificio presentamos:
Cirios y los esfuerzos apostólicos de nuestra Familia religiosa para que el Evangelio sea predicado por el mundo entero.
Pan y vino, junto con nuestra adhesión a Cristo en una aceptación amorosa de su Voluntad salvífica.
Comunión: Señor, lo esperamos todo de tu bondad, de Ti nos viene el socorro y la misericordia.
Salida: Nuestra Señora nos enseña a vivir de la fe en el Amor de Dios que nos ha dado a su Hijo para salvarnos. A ella encomendamos esta semana que comienza.
¡Porque brillas!
Un gusano de luz camina tranquilo por los senderos del bosque. Sus rayos azulados se extienden por el césped como los rayos de una estrella que se hubiera caído entre las flores. Cautelosamente caminando entre la hierba se acerca un sapo repugnante que le escupe su veneno.
– ¿Por qué has hecho eso? – preguntó el pobre gusano muriendo.
Y el sapo le contestó:
– ¡Porque brillas!
A cuántos hombres odiamos nosotros, mis hermanos, a cuántos cubrimos de veneno de la detracción y de la calumnia, y si ellos no preguntaran como el gusano de luz: ¿Por qué has hecho eso?, nuestra conciencia no les daría más que una respuesta: ¡porque brillas!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 241)