PRIMERA LECTURA
Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7
Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos.
Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra.»
La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos.
Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19
R.Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
O bien:
Aleluia.
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
SEGUNDA LECTURA
Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 4-10
Queridos hermanos:
Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.
Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido.
Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada.
Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz.
Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 14, 6
Aleluia.
Dice el Señor: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.
Aleluia.
EVANGELIO
Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 1-12
Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy.»
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque Yo me voy al Padre.»
Palabra del Señor.
José María Solé-Roma, C.F.M.
HECH.6,1-7
Esta página de los Hechos nos guarda el recuerdo de la institución de los «Diáconos»:
— Los «Helenistas» (v 1) eran los judíos o prosélitos ( = paganos convertidos al judaísmo) nacidos fuera de Palestina. Hablaban griego. Tenían en Jerusalén sus Sinagogas particulares. Estos helenistas representan el anillo que enlazó el Evangelio con los gentiles, el puente para establecer relación con ellos. En la Comunidad, hasta entonces modelo de unión, paz y amor, aparecen unos brotes de malestar y discordia. Sin duda los cristianos palestinenses convertidos se consideran con derecho a ciertos privilegios. Esto provoca quejas entre los cristianos helenistas. Quejas y disensiones que los Apóstoles deben atender. En la Iglesia toda función y todo carisma es ministerio y servicio de amor. El amor unifica.
— Los Apóstoles, con el rito de la oración e imposición de manos (5-7), ordenan a siete diáconos. Los siete son helenistas. Serán «ministros» de los Apóstoles. En nombre de los Apóstoles atenderán a ministerios en los que no conviene se distraigan quienes tienen la función de «consagrarse a la plegaria y al ministerio de la predicación» (4).
— El Concilio ha considerado muy útil que «en adelante se pueda restablecer el Diaconado como grado propio y permanente en la jerarquía» (L. G. 29). Y acerca de su carácter y de su ministerio nos dice el Concilio: Reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Es oficio de ellos propio: la administración del Bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios» L. G. 29). El protomártir Esteban era diácono. Prestó la Iglesia un servicio valiosísimo. Sobre todo, donde escaseen los sacerdotes tienen campo de labor muy amplio y provechoso los diáconos.
PEDRO 2, 4-9:
Quienes con la fe y el amor nos adherimos al Resucitado somos herederos de todos los privilegios de Israel. Y con la ventaja suma; pues el antiguo Israel sólo los poseía en figura, sombra y esbozo. Nosotros los gozamos en realidad y plenitud. San Pedro nos recuerda los siguientes:
— En Cristo somos: «Templo Santo de Dios» (4. 5).En San Pablo leemos a menudo y mejor desarrollada esta metáfora o alegoría: «Sois edificio que estriba sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas ydel cual es piedra angular el mismo Cristo. En Él,toda la construcción ajustadamente trabada se alza para ser Templo en el Señor; en Él también vosotros, los gentiles, sois incorporados al edificio para ser Templo de Dios en el Espíritu» (Ef 2, 20). Metáfora muy expresiva. Debemos estribar en Cristo. Con esto tenemos firmeza. Y al estribar todos en Él quedamos todos trabados fraternalmente. Y formamos con Cristo el único Templo consagrado por el Espíritu a gloria del Padre. La Eucaristía asegura la unidad celestial: Todos aglutinados en Cristo.
— En Cristo somos: «Sacerdocio Santo» (9). Somos un Reino Sacerdotal y santo: consagrados a Dios, a su amor, a su culto. De este Sacerdocio en Cristo que a todos nos compete por el Bautismo nos dice el Concilio:«Cristo a su nuevo Pueblo le hizo Reino Sacerdotal para su Padre. Los bautizados son consagrados Templo espiritual y Sacerdocio Santo por la regeneración y por la unción del Espíritu; en virtud de su sacerdocio real los fieles asisten a la oblación de la Eucaristía; lo ejercen también en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante» (L. G. 10). Sacerdotes, por tanto, en Cristo y con Cristo, ejercemos un culto santo a gloria del Padre: Qui oblatione corporis sui, antigua sacrificia in crucis veritate perfecit, et, seipsum tibi pro nostra salute commendans, idem sacerdos, altare et agnus exhibuit. (Praef.)
— En Cristo somos: «Hostia Santa» (5). Cristo es: Sacerdote-Hostia. Nuestra condición de bautizados nos hace en Cristo y con Cristo: hostias santas a gloria del Padre. Nos lo recuerda también el Concilio: «Todas las obras (del bautizado), preces, proyectos de apostolado, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, si se realizan en el Espíritu, y más aún las penas de la vida pacientemente soportadas, se convierten en hostias espirituales, gratas a Dios por Jesucristo, que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del Cuerpo del Señor, ofrecen al Padre» (L. G. 34). Ofrezco mis obras y mis penas; ofrezco mi persona; y formo con Cristo una única hostia.
JUAN 14, 1-12:
Recojamos las ricas promesas que nos hace Jesús en su Discurso de despedida:
— La separación ni es definitiva ni larga (3). Él va delante. Nosotros iremos en pos de Él. Va para de allí volver místicamente. El Resucitado estará siempre con nosotros.
— «Creed en Mí» (1). Lo esencial es la fe en Jesús-Mesías-Hijo de Dios. Él es «Camino-Verdad-Vida» (6). Es el Camino que nos conduce a la Verdad y a la Vida. La fe en Jesús nos entra de lleno en la luz y en la vida de Dios. Hallar a Cristo es hallar la Verdadera Vida; es hallar al Padre.
— Felipe interpreta la promesa de Jesús a escala sensible (8). Jesús nos eleva a la zona de la fe. El «ver» que Él nos promete no ha de ser sensible, sino espiritual. A esta luz espiritual, luz de la fe, Jesús es la revelación y epifanía del Padre. Es su rostro pues es su Hijo. Es su presencia (7, 11). Ver al Padre, por tanto, es creer que Jesús es su Hijo (10).
SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 121-124
San Juan Pablo II
“Creed en Dios, creed también en mí”
1. Los hechos que hemos analizado en la catequesis anterior son en su conjunto elocuentes y prueban la conciencia de la propia divinidad, que Jesús demuestra tener cuando se aplica a Sí mismo el nombre de Dios, los atributos divinos, el poder juzgar al final sobre las obras de todos los hombres, el poder perdonar los pecados, el poder que tiene sobre la misma ley de Dios. Todos son aspectos de la única verdad que Él afirma con fuerza, la de ser verdadero Dios, una sola cosa con el Padre. Es lo que dice abiertamente a los judíos, al conversar libremente con ellos en el templo, el día de la fiesta de la Dedicación: “Yo y el Padre somos una misma cosa” (Jn 10, 30). Y, sin embargo, al atribuirse lo que es propio de Dios, Jesús habla de Sí mismo como del “Hijo del hombre”, tanto por la unidad personal del hombre y de Dios en Él, como por seguir la pedagogía elegida de conducir gradualmente a los discípulos, casi tomándolos de la mano, a las alturas y profundidades misteriosas de su verdad. Como Hijo del hombre no duda en pedir: “Creed en Dios, creed en mí” (Jn 14, 1).
El desarrollo de todo el discurso de los capítulos 14-17 de Juan, y especialmente las respuestas que da Jesús a Tomás y a Felipe, demuestran que cuando pide que crean en Él, se trata no sólo de la fe en el Mesías como el Ungido y el Enviado por Dios, sino de la fe en el Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre. “Creed en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1).
2. Estas palabras hay que examinarlas en el contexto del diálogo de Jesús con los Apóstoles en la última Cena, narrado en el Evangelio de Juan. Jesús dice a los Apóstoles que va a prepararles un lugar en la casa del Padre (cf. Jn 14, 2-3). Y cuando Tomás le pregunta por el camino para ir a esa casa, a ese nuevo reino, Jesús responde que Él es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6). Cuando Felipe le pide que muestre el Padre a los discípulos, Jesús replica de modo absolutamente unívoco: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo nos las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos, creedlo por las obras” (Jn 14, 9-11).
La inteligencia humana no puede rechazar esta declaración de Jesús, si no es partiendo ya a priori de un prejuicio antidivino. A los que admiten al Padre, y más aún, lo buscan piadosamente, Jesús se manifiesta a Sí mismo y des dice: ¡Mirad, el Padre está en mí!
3. En todo caso, para ofrecer motivos de credibilidad, Jesús apela a sus obras: a todo lo que ha llevado a cabo en presencia de los discípulos y de toda la gente. Se trata de obras santas y muchas veces milagrosas, realizadas como signos de su verdad. Por esto merece que se tenga fe en Él. Jesús lo dice no sólo en el círculo de los Apóstoles, sino ante todo el pueblo. En efecto, leemos que, al día siguiente de la entrada triunfal en Jerusalén, la gran multitud que había llegado para las celebraciones pascuales, discutía sobre la figura de Cristo y la mayoría no creía en Jesús, “aunque había hecho tan grandes milagros en medio de ellos” (Jn 12, 37). En un determinado momento “Jesús, clamando, dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado, y el que me ve, ve al que me ha enviado” (Jn 12, 44). Así, pues, podemos decir que Jesucristo se identifica con Dios como objeto de la fe que pide y propone a sus seguidores. Y les explica: “Las cosas que yo hablo, las hablo según el Padre me ha dicho” (Jn 12, 50): alusión clara a la fórmula eterna por la que el Padre genera al Verbo-Hijo en la vida trinitaria.
Esta fe, ligada a las obras y a las palabras de Jesús, se convierte en una “consecuencia lógica” para los que honradamente escuchan a Jesús, observan sus obras, reflexionan sobre sus palabras. Pero éste es también el presupuesto y la condición indispensable que exige el mismo Jesús a los que quieren convertirse en sus discípulos o beneficiarse de su poder divino.
4. A este respecto, es significativo lo que Jesús dice al padre del niño epiléptico, poseído desde la infancia por un “espíritu mudo” que se desenfrenaba en él de modo impresionante. El pobre padre suplica a Jesús: “Si algo puedes, ayúdanos por compasión hacia nosotros. Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante, gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9, 22-23). Y Jesús cura y libera a ese desventurado. Sin embargo, pide al padre del muchacho una apertura del alma a la fe. Eso es lo que le han dado a lo largo de los siglos tantas criaturas humildes y afligidas que, como el padre del epiléptico, se han dirigido a Él para pedirle ayuda en las necesidades temporales, y sobre todo en las espirituales.
5. Pero allí donde los hombres, cualquiera que sea su condición social y cultural, oponen una resistencia derivada del orgullo e incredulidad, Jesús castiga esta actitud suya no admitiéndolos a los beneficios concedidos por su poder divino. Es significativo e impresionante lo que se lee de los nazarenos, entre los que Jesús se encontraba porque había vuelto después del comienzo de su ministerio, y de haber realizado los primeros milagros. Ellos no sólo se admiraban de su doctrina y de sus obras, sino que además “se escandalizaban de Él”, o sea, hablaban de Él y lo trataban con desconfianza y hostilidad, como persona no grata.
“Jesús les decía: ningún profeta es tenido en poco sino en su patria y entre sus parientes y en su familia. Y no pudo hacer allí ningún milagro fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 4-6). Los milagros son “signos” del poder divino de Jesús. Cuando hay obstinada cerrazón al reconocimiento de ese poder, el milagro pierde su razón de ser. Por lo demás, también Él responde a los discípulos, que después de la curación del epiléptico preguntan a Jesús porqué ellos, que también habían recibido el poder del mismo Jesús, no consiguieron expulsar al demonio. El respondió: “Por vuestra poca fe: porque en verdad os digo, que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible” (Mt 17, 19-20). Es un lenguaje figurado e hiperbólico, con el que Jesús quiere inculcar a sus discípulos la necesidad y la fuerza de la fe.
6. Es lo mismo que Jesús subraya como conclusión del milagro de la curación del ciego de nacimiento, cuando lo encuentra y le pregunta: “¿Crees en el Hijo del hombre? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en El? Díjole Jesús: le estás viendo; es el que habla contigo. Dijo él: Creo, Señor, y se postró ante él” (Jn 9, 35-38). Es el acto de fe de un hombre humilde, imagen de todos los humildes que buscan a Dios (cf. Dt 29, 3; Is 6, 9 ss.; Jer 5, 21; Ez 12, 2): él obtiene la gracia de una visión no sólo física, sino espiritual, porque reconoce al “Hijo del hombre”, a diferencia de los autosuficientes que confían únicamente en sus propias luces y rechazan la luz que viene de lo alto y por lo tanto se autocondenan, ante Cristo y ante Dios, a la ceguera (cf. Jn 9, 39-41).
7. La decisiva importancia de la fe aparece aún con mayor evidencia en el diálogo entre Jesús y Marta ante el sepulcro de Lázaro: “Díjole Jesús: Resucitará tu hermano. Marta le dijo: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Díjole ella (Marta): Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo” (Jn 11, 23-27). Y Jesús resucita a Lázaro como signo de su poder divino, no sólo de resucitar a los muertos porque es Señor de la vida, sino de vencer la muerte, El, que como dijo a Marta, ¡es la resurrección y la vida!
8. La enseñanza de Jesús sobre la fe como condición de su acción salvífica se resume y consolida en el coloquio nocturno con Nicodemo, “un jefe de los judíos” bien dispuesto hacia Él y a reconocerlo como “maestro de parte de Dios” (Jn 3, 2). Jesús mantiene con él un largo discurso sobre la “vida nueva” y, en definitiva, sobre la nueva economía de la salvación fundada en la fe en el Hijo del hombre que ha de ser levantado “para que todo el que crea en él tenga la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 15-16). Por lo tanto, la fe en Cristo es condición constitutiva de la salvación, de la vida eterna. Es la fe en el Hijo unigénito -consubstancial al Padre- en quien se manifiesta el amor del Padre. En efecto, “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3, 17). En realidad, el juicio es inmanente a la elección que se hace, a la adhesión o al rechazo de la fe en Cristo: “El que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn 3, 18).
Al hablar con Nicodemo, Jesús indica en el misterio pascual el punto central de la fe que salva: “Es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15). Podemos decir también que éste es el “punto crítico” de la fe en Cristo. La cruz ha sido la prueba definitiva de la fe para los Apóstoles y los discípulos de Cristo. Ante esa “elevación” había que quedar conmovidos, como en parte sucedió. Pero el hecho de que Él “resucitó al tercer día” les permitió salir victoriosos de la prueba final. Incluso Tomás, que fue el último en superar la prueba pascual de la fe, durante su encuentro con el Resucitado, prorrumpió en esa maravillosa profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28). Como ya en ese otro tiempo Pedro en Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 16), así también Tomás en este encuentro pascual deja explotar el grito de la fe que viene del Padre: Jesús crucificado y resucitado es “Señor y Dios”.
9. Inmediatamente después de haber hecho esta profesión de fe y de la respuesta de Jesús proclama la bienaventuranza de aquellos “que sin ver creyeron” (Jn 20, 29). Juan ofrece una primera conclusión de su Evangelio: “Muchas otras señales hizo Jesús en su presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).
Así pues, todo lo que Jesús hacía y enseñaba, todo lo que los Apóstoles predicaron y testificaron, y los Evangelistas escribieron, todo lo que la Iglesia conserva y repite de su enseñanza, debe servir a la fe, para que, creyendo, se alcance la salvación. La salvación -y por lo tanto la vida eterna- está ligada a la misión mesiánica de Jesucristo, de la cual deriva toda la “lógica” y la “economía” de la fe cristiana. Lo proclama el mismo Juan desde el prólogo de su Evangelio: “A cuantos lo recibieron (al Verbo) dióles poder de venir a ser hijos de Dios: “A aquellos que creen en su nombre” (Jn 1, 12).
(San Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General, 21 de octubre de 1987)
Gustavo Pascual, I.V.E.
La sublimidad del conocimiento de Cristo
(Jn 14, 1-121)
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” es por eso que Cristo dice en el Evangelio de este domingo: en la casa de mi Padre hay lugar para todos, lo cual, quiere decir que todos tenemos una casa en el cielo. Todos estamos llamados al cielo y, además, tenemos toda la ayuda de Dios para alcanzar esa casa que Dios nos ha preparado.
Sin embargo, algunos hombres libremente rechazan esa mansión preparada y no llegan a ella.
¿Cómo llegar a la mansión preparada por Dios para nosotros? ¿Cuál es el camino? Fue la pregunta que Tomás le hizo a Nuestro Señor. Jesús le respondió “Yo soy el camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
Para llegar, pues, a las mansiones eternas es necesario, con necesidad absoluta, caminar por Cristo, o sea, imitar a Cristo.
Pero nadie imita a una persona sino la ama y nadie la ama si no la conoce. En consecuencia para imitar a Cristo lo tenemos que conocer.
La sublimidad del conocimiento de Cristo
En el año 1559 el gran Inquisidor de España creyó conveniente prohibir la lectura de la mayor parte de los libros espirituales que no estaban escritos en latín para frenar la naciente amenaza del iluminismo que venía del norte luterano trayendo su falsa y brumosa mística. Santa Teresa se quejó a Nuestro Señor del desamparo intelectual en que quedaba ella, pobre iletrada a su propio parecer, que tan poco podía penetrar los latines sacros. Entonces Jesús le dijo: “No tengas pena, que Yo te daré libro vivo”2. Ese libro es Cristo. Fiel hija de aquella Teresa, muchos años más tarde Isabel de la Trinidad, al tener que llenar el formulario de rigor para ingresar al Carmelo se topó con una pregunta que decía: ¿Cuál es vuestro libro preferido? Sin dudarlo escribió: El alma de Cristo.
El conocimiento de Cristo
San Pablo llama al conocimiento de Cristo: sublime conocimiento3. La ciencia de las ciencias, para el cristiano, ha de ser “conocer a Cristo Jesús”. San Agustín decía: “no existe otro misterio fuera de Cristo”4 y San Felipe Neri se animaba a afirmar: “El que quiere otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que quiere. El que pide otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que pide. El que obra, y no por Cristo, no sabe lo que hace”5.
El conocimiento de Cristo es la ciencia de las ciencias, pues, dice Santo Tomás, “nada mejor puede conocerse que el Verbo de Dios, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. En quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3)”6. Es un misterio sublime, pero insondable. Como dice San Buenaventura: “El hombre, tanto individual como colectivamente considerado, aun cuando se convierta todo en lenguas, jamás podría tratar suficientemente de Cristo”7.
En Él está todo tesoro… ¿Qué quiere decir que en Cristo está todo el tesoro de la sabiduría? Significa que:
Conociéndolo a Él conocemos todo. Porque Cristo es la plenitud de la Revelación. Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo8. Él nos revela el misterio de Dios, el misterio de la Trinidad: A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer9. Yo hablo lo que he visto en el Padre10. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiere revelárselo11.
Conociéndolo a Él tenemos respuesta de todo. Los misterios más grandes que acucian al hombre (el misterio del dolor, de la muerte, del más allá, del mal, y el misterio del mismo hombre) […] sólo tienen respuesta en Cristo. Dice el Papa Juan Pablo II: “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo de sí mismo […] debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo”12. Sólo en Jesucristo se esclarece el misterio del hombre. Porque Él es Aquél de quien todo procede y para quien somos nosotros13, Él es el camino, la verdad y la vida14, Él es la resurrección y la vida15.
“En realidad tan sólo en el misterio del Verbo se aclara verdaderamente el misterio del hombre. Adán el primer hombre era, en efecto, figura del que había de venir, es decir, de Cristo el Señor. Cristo el nuevo Adán en la revelación misma del misterio del Padre y de su Amor manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación, nada extraño por consiguiente es que las verdades antes ya expuestas en él encuentren su fuente y en él alcancen su punto culminante”16.
Conociéndolo a Él poseemos todo: porque el conocimiento es posesivo. “Conocer es la forma más noble de tener”. Conociendo a Cristo poseemos la misma vida eterna: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado17. Por eso aquellas palabras de San Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna.18
San Juan de la Cruz decía: “Si quisieses que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo sujeto a mí y sujetado por mi amor y afligido, y verás cuántas te responde. Si quisieses que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría y maravillas de Dios, que están encerradas en él, según mi Apóstol dice: In quo sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae Dei absconditi; esto es: En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios; los cuales tesoros de sabiduría serán para ti muy más altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber […] Y si también quisieses otras visiones y revelaciones divinas o corporales, mírale a él también humanado, y hallarás en eso más que piensas, porque también dice el Apóstol: In ipso habitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter, que quiere decir: En Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad (Col 2,9)”19.
Por todo esto no se cansa de exhortarnos la Escritura: Creced… en el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo20; A vosotros gracia y paz abundantes por el pleno conocimiento de Nuestro Señor21; No quise saber sino a Jesucristo y Jesucristo crucificado22.
Para alcanzar este conocimiento hay que sacrificarlo todo. Sin embargo, dice San Juan de la Cruz: “Es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos […] Que esotros que viven allá a lo lejos apartados dél […] podemos decir que no conocen a Cristo”.23
Quien verdaderamente valora este conocimiento tal como es, todo lo tiene por pérdida, y por su amor todo lo sacrifica, como dice san Pablo: Todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo24. Todo: casa, familia, mundo, amigos, porvenir. Así ocurre con Saulo desde el momento en que conoce a Cristo camino a Damasco: todo el resto de su vida será una carrera quemando su pasado, abandonando sus amigos, maestros y parientes: dando al olvido lo que queda atrás, me lanzo tras lo que queda delante, mirando hacia la meta25; y la meta es Cristo: con tal de ganar a Cristo.
En esta carrera, todo cuanto se cargue molesta: pesan las preocupaciones mundanas, los miedos por el futuro, los lazos de este mundo, los bienes, las cruces que cada hombre se proyecta por sus propios temores, los propios pecados, las imperfecciones y el amor propio que tanto tarda en morir.
Sólo corre y llega al cielo quien primero ha sido “atrapado por Cristo” como dice San Pablo: Yo mismo fui apresado en Cristo Jesús.26
¡Oh alma que naturalmente apeteces sabiduría! Haz por ver este espejo; en él desea leer y estudiar, pues una vez visto, sabrás todas las cosas. Realmente en este espejo se verán y reputarán por necedades las teorías de Platón, la filosofía de Aristóteles, la astronomía de Tolomeo; porque cuantas cosas acá sabemos, son una mínima parte de las que ignoramos. Entonces verás y abundarás y se maravillará y ensanchará tu corazón.27
* * *
Así como Tomás, lógicamente, le pregunta a Jesús, cómo vamos a conocer el camino si no conocemos el fin28, pues no conocían el lugar a donde iba Jesús29, Felipe le pide una revelación del Padre30. Ambos tienen una fe débil en Jesús.
Jesús le revela a Tomás el camino y el fin “nadie va al Padre sino por mí”31. A Felipe le revela al Padre en sí mismo “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”32. “Era necesario decirles: Yo soy el camino, para demostrarles que sabían lo que creían ignorar, porque le conocían a Él”.33
Jesús es el rostro humano de Dios. Es uno con el Padre, “Yo y el Padre somos uno”34. Jesús le revela a Felipe la unidad de naturaleza manifestada en las palabras: “las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta”35. Es el Padre que habla por Jesús36 y se manifiesta a través de las obras37.
Quien conoce al Hijo conoce al Padre. Es necesario confesar al Hijo para conocer al Padre. Si bien es el Padre el que lleva al Hijo, “nadie puede venir a mí si no lo concede el Padre”38, nadie va al Padre sino por el Hijo. Conociendo al Hijo a quien ven en su naturaleza humana conocen al Padre. Jesús es el camino. ¿Y cómo conocemos al Hijo en Jesús? Por su doctrina (palabras) y por sus milagros (obras). Y entre ambas las más importantes son las obras ya que ellas confirman las palabras. Las obras son el motivo más importante para creer en la divinidad de Jesús.
El que se cierra al conocimiento del Hijo y se queda únicamente en el hombre39, no conoce al Padre.40
Creer en Jesús es estar unido a Él. Creer en Jesús es entrar en comunión de palabras y obras con el Padre y el Hijo. El que cree en el Hijo consigue lo que pide y hace obras grandes por su nombre. La unidad en el Hijo y con el Padre se manifiesta en la fidelidad a sus mandatos, a su voluntad, pero no como siervos sino como hijos, con toda libertad41.
Felipe tiene una fe muy imperfecta en Jesús, igual que Tomás y los demás apóstoles. No ve al Padre en Jesús porque no ve al Hijo en Jesús “¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”42.
Esta revelación es dura para el monoteísmo israelita. Jesús apela a las obras para que crean en el Hijo y así lleguen al Padre. El Hijo nos conduce al Padre y por el conocimiento de ambos se llega a la vida eterna.43
1Para la primera parte, cf. Fuentes M.A, INRI, Del Verbo Encarnado Mendoza 1999, 41-45.
2Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, c.26, 5
3Flp 3, 8
4San Agustín, Epístola 187, 34.
5Lo spirito di San Filippo Neri nelle sue massime e ricordi, s/ed. 1988, 7.
6Santo Tomás, Ad Phil., III, I, nº 115.
7San Buenaventura, Comment. in Ioan., proem. q.1 ad 2.
8Hb 1, 1-2
9Jn 1, 18
10Jn 8, 38
11Mt 11, 27
12Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10.
131 Co 8, 6
14Jn 14, 6
15Jn 11, 25
16GS 22.
17Jn 17, 3
18Jn 6, 68
19San Juan de la Cruz, Subida, L.2, 22, 6, O.C…, 202.
202 P 3, 18
212 P 1, 2
221 Co 2, 2
23San Juan de la Cruz, Subida, L.2, 7, 12, O.C…, 145.
24Flp 3, 8
25Flp 3, 13
26Flp 3, 12
27San Buenaventura, Soliloq., 4, 5.
28Cf. Jn 14, 5
29En realidad el fin lo conocían porque a él se había referido Jesús (Cf. Jn 14,2), después de profetizar la negación de Pedro.
30Dice Jsalén. “que pide una fulgurante manifestación del Padre” (a v.9). San Juan Crisóstomo, dice comentando el pasaje: pidió una revelación cara a cara como la de los antiguos patriarcas 31[Cf. Catena Aurea, Juan (V), Cursos de Cultura Católica Buenos Aires 1948, 334].
32Cf. Jn 14, 6
33v.9
34San Agustín, Sobre el Evangelio de San Juan, 69, 2. O.C., t. XIV, BAC Madrid 19652, 314
35Jn 10, 30
36v.10
37Cf. Jn 8, 37-43
38v. 11. Cf. Jn 10, 37-38
39Jn 6, 65. Cf. 6, 37.45
40Cf. Jn 8, 15
41Cf. Jn 8, 31-36.
42v.10
43Cf. Jn 3, 16; Jn 17, 3
San Agustín
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»
(Jn 14,6).
1. Estas divinas lecciones nos levantan el corazón, para que la desesperanza no nos deprima, y al mismo tiempo lo aterran, para que no nos lleve el viento de la soberbia. Dificultoso, por demás, había de sernos seguir el camino medio, verdadero y derecho, como si dijésemos entre la izquierda de la desesperación y la derecha de la presunción, si Cristo no dijese: Yo soy el camino, la verdad y la vida. O en palabras semejantes: «¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres detenerte? Yo soy la vida.» Vayamos, pues, tranquilamente por este camino; mas ¡cuidado con las asechanzas a la vera del camino! No se atreve el enemigo a poner celada en el mismo camino, porque el camino es Cristo; pero a la vera del camino es cierto que no se cansa de ponerlas. Por eso dice un salmo: Junto a las sendas me pusieron tropiezos. Y en otro lugar dice la Escritura: Entre lazos andas. Estos lazos entre los que andamos no están en el camino, sino a la vera del camino. ¿De qué te asustas, qué temes por el camino? Teme si te sales de él. Porque, si al enemigo se le deja poner lazos junto al camino, es para que, con la alegría de la seguridad, no se abandone el camino derecho y vaya el caminante a dar en las celadas.
2. Aunque sea Cristo la verdad y la vida, el excelso y Dios, el camino es Cristo humilde. Andando sobre las huellas de Cristo humilde, llegarás a la cumbre; si tu flaqueza no se desprecia de sus humillaciones, llegarás a la cima, donde serás inexpugnable. ¿Cuál fue la causa de las humillaciones de Cristo sino la debilidad tuya? Tu flaqueza te asediaba rigurosa y sin remedio, y esto hizo que viniese a ti un Médico tan excelente. Porque, si tu enfermedad fuese tal que, a lo menos, pudieras ir por tus pies al médico, aún se podría decir que no era intolerable; más como tú no pudiste ir a él, vino él a ti; y vino enseñándonos la humildad, por donde volvamos a la vida, porque la soberbia era obstáculo invencible para ello; como que había sido ella la que había hecho apartarse de la vida el corazón humano levantado contra Dios; y, desdeñando, cuando sano, las normas de su higiene, cayó el alma en enfermedad. Que ahora sepa, ya enferma, oír a quien despreció cuando sana; oiga, para levantarse, al que despreció para caer; oiga, escarmentada en cabeza propia, lo que rehusó alcanzar obedeciendo a lo mandado. Porque ahora su miseria tiene amaestrada al alma, que la felicidad hizo negligente, de cuan malo, ¡ay!, es alejarse de Dios, presumiendo de sí, y cuan bueno es adherirse al Señor, sintiendo siempre humildemente. Por quedar de lado al bien aquel incorruptible y singular para juntarse a esta multitud de apetencias sensuales, al amor del siglo y corrupciones terrenas, es prostituirse a espaldas del Señor. A ésta es a quien se grita: De fornicaria se te ha vuelto la cara y eres de pies a cabeza desvergonzada. Veamos ahora el objeto de la reprimenda.
3. Porque Dios, cuando riñe, no insulta; su mira es sacarle a la presunción los colores de la confusión para que sane. ¡Qué vehemencia la de la Escritura en sus voces y qué no usar la caricia de la adulación con quienes quiso volver al camino de salvación! Adúlteros, ¿no sabéis que los amigos del mundo se hacen enemigos de Dios? El amor del mundo hace adúltera al alma; el amor del Hacedor del mundo hace casta el alma; pero, si ésta no comienza por abochornarse de sus disoluciones, jamás apetecerá los castos abrazos de Dios. Quela confusión, pues, la disponga para el retorno, porque es el orgullo quien la detiene. Quien increpa, no comete pecado, pone a la vista el pecado. Lo que el alma no quería ver, se lo pone delante de los ojos; y lo que deseaba tanto llevar a la espalda, la corrección se lo cuelga del cuello. Has de verte a ti en ti. ¿Qué andas mirando la brizna en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en el tuyo? Y al alma, que anda fuera de sí, se la trae de nuevo a sí. Y lo mismo que se había alejado de sí misma, habíase alejado de su Señor. Esta alma, en efecto, se había mirado a sí misma, y salió complacida del examen, enamorándose con ello de su independencia. Se alejó de él sin quedarse en sí misma; siéntese impelida a salir de sí, sale fuera de sí misma y se precipita sobre lo exterior. Ama el mundo, ama lo temporal, ama lo terreno.
Ya el amarse a sí misma, con desprecio de quien la hizo, fuera decaer, venir a menos; tan a menos como distancia hay de una cosa hecha a quien la hizo. Luego Dios ha de ser amado en tal modo que aún nos olvidemos de nosotros mismos, si ello fuera posible. ¿Cómo se ha de obrar esta conversión? El alma se olvidó de sí misma, más por amor al mundo; olvídese ahora de sí misma, más para amar al artífice del mundo. Empujada fuera de sí, en cierta manera se perdió a sí; y como ni ver sus hechos sabe, justifica sus excesos. Flotando a la deriva, tiene a gala su altivez, sus liviandades, los honores, los empleos, las riquezas, y toda vanidad contribuye a infatuarla. Pero viene la reprensión, viene la corrección, la hace entrar en sí, se desagrada de sí, confiesa su fealdad, desea la belleza, y la disipada vuelve a Dios avergonzada.
4. ¿Ruega contra ella o ruega por ella quien dice: Cubre su rostro de ignominia? Llena, dice, su rostro de ignominia, y buscarán tu nombre, ¡oh Señor! ¿Era, pues, aborrecimiento el desear les cubriera el rostro de vergüenza? Si está suspirando por que busquen el nombre del Señor, ¿no los ama extremadamente? Pero ¿hay aquí sólo amor o sólo aborrecimiento, o se aborrece y ama al mismo tiempo? Sí, sí; aborrece y ama. Aborrece lo tuyo, te ama a ti. ¿Qué significa: «Aborrece lo tuyo, te ama a ti»? Aborrece lo que tú hiciste, ama lo que hizo Dios. Tuyos, ¿qué son sino los pecados? Y tú, ¿qué eres sino lo que hizo Dios? Desdeñas lo que fuiste hecho, amas lo que hiciste; amas fuera de ti tus obras, menosprecias en ti la obra de Dios. No es extraño te vayas a lo exterior, no es extraño que resbales, no es extraño que te alejes de ti mismo, no es extraño se te llame espíritu que va y no vuelve. Oye, oye a quien te llama diciendo: Volveos a mí, que yo me volveré a vosotros.
A Dios no se le aleja ni se le trae; ni se inmuta cuando corrige ni hay mudanza en él cuando reprende. Si está lejos de ti, es porque te alejaste tú de él. Fuiste tú quien de él se cayó, no fue él quien se te ocultó. Ahora, pues, oye que te dice: Volveos a mí, que yo me volveré a vosotros. En otras palabras:«Este volverme yo a vosotros no es sino volveros vosotros a mí.» Dios, en efecto, persigue a los que les vuelven la espalda e ilumina el rostro de los que le vuelven la cara. ¡Oh fugitivo!, ¿a dónde huirás de Dios? ¿A dónde huirás huyendo de quien ningún espacio circunscribe y de ninguna parte se halla ausente? Quien da libertad al convertido, ¿se venga del huido? Fugitivo, es tu juez; vuelve a él y le hallarás padre.
5. Hinchado por la soberbia, esta misma hinchazón le estorbaba para volver por la estrechura. Quien, en efecto, se hizo por nosotros camino, clama: Entrad por la puerta estrecha. Hace conatos para entrar, más la hinchazón se lo impide; y cuanto más la hinchazón se lo impide, tanto más perjudiciales le resultan los esfuerzos. Porque, para un hinchado, la estrechura es un tormento, que contribuye a hincharle más; y si aún aumenta de volumen, ¿cómo ha de poder entrar?
Tiene, pues, que deshincharse. ¿Cómo? Tomando el medicamento de la humildad; que beba esta pócima amarga, pero saludable, la pócima de la humillación. ¿Por qué tratar de encogerse? No se lo permite la masa; no grande, sino hinchada. Porque la magnitud o corpulencia es indicio de solidez, la hinchazón es inflamiento. Quien, pues, esté hinchado, no se tenga por grande; deshínchese para ser de grandeza auténtica y sólida. No ambicione estas cosas de acá; no le ufane la pompa esta de las cosas huidizas y corruptibles; oiga la voz del que dijo: Entrad por lapuerta angosta; y también: Yo soy el camino. Como si el tímido le preguntase: «¿Por dónde voy a entrar?», le responde:«Yo soy el camino, entra por mí». Para entrar por esta puerta tienes que andar por este camino; porque si dijo: Yo soy el camino, dijo también: Yo soy la puerta. ¿Qué te preocupas del por dónde volver, a dónde volver y por dónde entrar? Para que no andes descarriado, él se hizo todo eso para ti: camino y entrada. En dos palabras lo dice: Sé humilde, sé manso. Pero que nos lo diga con la máxima diafanidad, para que veas por vista de ojos por dónde va el camino, cuál es el camino y a dónde va el camino. ¿A dónde quieres ir? Eres, muy posiblemente, un ambicioso que todo lo querría para sí. Pues…Todas las cosas las puso el Padre en mis manos. Dirás quizá:«Bien; las puso en las manos de Cristo, pero no en las mías…»Escucha lo que dice el Apóstol; escucha, según te dije hace rato; no te quiebre la desesperación las alas del ánimo; oye cómo fuiste amado cuando no eras amable; oye cómo eras amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de ser amado. Pues bien, Cristo, dice el Apóstol, murió en beneficio de los impíos. ¿Acaso merecía el impío ser amado? Ruégote me digas qué merecía el impío. —La condenación, respondes tú.—Pues, con todo eso, Cristo murió por los impíos. Ahí ves lo que hizo por ti cuando impío; ¿qué reserva para el pío? ¿Qué se hizo a favor del impío? Por los impíos murió Cristo. Tú, que deseabas poseerlo todo, ahí tienes modo de hallarlo todo; no lo busques por el camino de la avaricia, búscalo por el camino de la piedad. Si por ahí vas, lo poseerás, porque poseerás al Hacedor de todas las cosas, y, poseyéndole a él, todo con él será tuyo.
6. No son estas ideas que os expongo deducciones del raciocinio. Escúchale al Apóstol sus mismas palabras: Quien a su propio Hijo no perdonó, antes por nosotros todos le entregó, ¿cómo podría no darnos también con él todas las cosas?¡Evidentemente! ¡Oh avaro!, ahí tienes todas las cosas. A fin, pues, de no hallar estorbo, desama todo lo que amas y aduéñate de Cristo, en quien puedas ser dueño de todo. Médico él absolutamente innecesitado de tal remedio, tomó, sin embargo para animar al enfermo, lo que ninguna falta le hacía; fue un modo de lenguaje para vencer la resistencia del enfermo y reanimar al decaído. El cáliz, dice, que yo he de beber; yo, en quien esa pócima nada tiene que sanar, porque no lo hay, voy a beberlo, con todo ello, para que tú, a quien hace falta beberlo, no te eches atrás y lo bebas. Ved ahora, hermanos, si la humanidad, tomando medicina tan excelente, debe continuar enferma. Ya se humilló Dios, y ¡aún es orgulloso el hombre! Oiga y aprenda. Todas las cosas, dice, las puso el Padre en mis manos. Si, pues, lo deseas todo, todo lo tendrás conmigo; si deseas al Padre, lo tendrás por mí, lo tendrás en mí. ¿De qué me sirve, dices, tenerlo todo, si a él no lo tengo? Bien dices. Si, pues, a él también quieres tenerle, oye lo que sigue. Porque, habiendo dicho: Todas las cosas las puso el Padre en mis manos, como exhortando y diciendo: «Ven a mí si quieres poseerlo todo», y dijeras tú: «No quiero todas las cosas, sino al que hizo todas las cosas», prosigue y dice: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo. No pierdas el ánimo, oye lo demás: Y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. A quienquiera, dice. —Tal vez a mí no quiera. —No habría venido a ti humilde si no quisiera le conocieras excelso. Quizá también aquí digas: «Aunque le conozca a él, yo querría conocer al Padre.» ¿Quieres conocer al Padre? Oye la voz de Felipe; fue el primero que habló de esto, y muy bien, como era justo. Sediento de felicidad, buscaba la en todas partes; más la sed no se le apagaba en ninguna, no hallaba dónde amortiguar su ardor. Y con esta sed dícele al Señor: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. ¿Qué significa ese nos basta? Allí será el descansar, y nada más buscar. El Señor: ¿Tanto tiempo como llevo con vosotros y aún no me habéis conocido? Felipe, quien me ve a mí, ve también al Padre. Consecuencia: para que se manifieste el Hijo, es de necesidad no hallar al Hijo inferior a su Padre, o no dicen nada estas sus palabras: Yo y el Padre somos una misma cosa. Ahora bien, el que de suyo es una misma cosa con el Padre, se anonadó por ti a sí mismo, tomando forma de siervo. Anonadóse a sí mismo, tomando forma de esclavo, cuando, alejado de él, te dio eso; para cuando vuelvas a él, te guardó: Yo y el Padre somos una misma cosa.
SAN AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 142, 1-6, BAC Madrid 1983, 285-93
Guión Domingo V de Pascua – Ciclo A –
7 de Mayo 2023
Entrada:
Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, por El tenemos acceso al Padre en el Espíritu Santo, misterio que se actualiza en cada Santa Misa y se nos comunica en la comunión eucarística.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Hechos 6, 1- 7
Los Apóstoles encargaron a siete hombres llenos del Espíritu Santo, para el servicio del pueblo de Dios.
Salmo Responsorial: 32
Segunda Lectura: 1 Pedro 2, 4- 10
La Iglesia está fundada en Cristo, piedra viva. Los creyentes son raza elegida, sacerdocio real que ofrece sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo.
Evangelio: Juan 14, 1- 12
Conocemos al Padre a través de Cristo, porque el Padre está en Él, y las obras que el Hijo hace lo manifiestan.
Preces: Domingo V de Pascua
Pidamos hermanos a Dios nuestro Padre por las necesidades de la Iglesia fundada sobre Pedro, y por los hombres y mujeres del mundo.
A cada intención respondemos cantando:
* Pidamos a Dios que consuele y fortalezca al Papa Francisco para que sea en la Iglesia principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión en la caridad. Oremos.
* Por los pastores de la Iglesia para que, en unión con el Santo Padre, trabajen en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo. Oremos.
* Por la unidad y la paz para la gran familia humana, y la disponibilidad de todos los católicos a colaborar en un auténtico desarrollo social de la dignidad de todo ser humano. Oremos.
* Por todos aquellos que se han encomendado a nuestras oraciones, que la alegría de este tiempo pascual les dé la fortaleza para vivir en esta tierra anhelando los bienes del cielo. Oremos.
Dios y Padre nuestro, que constituiste a tu Hijo, camino, verdad y vida; haz que todos por quienes hemos pedido se acerquen a Jesús, que vive resucitado contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
La Eucaristía hace presente a Cristo resucitado, que sigue entregándose por nosotros. Ofrecemos en esta celebración:
* Incienso, que ofrecemos junto con nuestra oración pidiendo por la paz en el mundo.
* Pan y vino, conscientes de que somos llamados a participar en la mesa del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Comunión:
Junto con Jesús sacramentado vienen a mi alma, por la comunión, el Padre y el Espíritu Santo. Que todo nuestro ser sea un templo de la Trinidad donde la adoremos con nuestra fe y con nuestro silencio.
Salida:
Madre nuestra, causa de nuestra alegría, haz que mirando siempre el Rostro resucitado de tu Hijo nos gocemos desde ahora en la unión con la Santísima Trinidad.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
EL VERDADERO CAMINO
El camino de quien sigue a Jesús es estrecho, pero vale la pena. Es como una vereda del bosque cuyas señales se pierden entre la maleza y requiere la experiencia de un buen scout para reconocerla. No es fácil hallar sus pistas. Son detalles, símbolos que hay que saber interpretar. A un caminante descuidado le pasan fácilmente desapercibidos. Siempre existe el peligro de desorientarse, y entonces hay que corregir la ruta y desandar lo andado… Elegir la vía estrecha un día tras otro, ¡cuánta incomprensión nos causa! Y esto es más evidente porque cada día nos plantea la decisión.
En un mundo como el de hoy, donde la corriente arrastra con gran fuerza en dirección opuesta, empeñarse por recorrer este camino parece cosa de locos. La alternativa es la opción mayoritaria: la que promete el gozo de placeres, el triunfo humano, el poseer y el aparecer. Pese a ello, Jesús no deja de asistirnos en la elección más difícil. No nos abandona jamás. Sufrir en silencio la injusticia, saber perdonar y no juzgar nunca; pagar bien por mal; vivir con generosidad, colaborando con quienes nos necesitan y desprendido de las cosas; todo esto es seguir la vereda estrecha.
En realidad es imposible perseverar en ella sino miramos a Jesús, si su ánimo no nos sostiene y su presencia y compañía no nos alienta. Él mismo es el camino, la puerta estrecha. No vamos por un camino más difícil sin sentido y sin recompensa. Por encima de todas las dificultades y encrucijadas, de todas las decisiones y de toda prueba, sabemos que encontrándole a Él lo tenemos todo.