PRIMERA LECTURA
La gloria del Señor brilla sobre ti
Lectura del libro de Isaías 60, 1-6
¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora.
Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti. Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá.
Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 71, 1-2. 7-8. 10-13
R. ¡Pueblos de la tierra alaben al Señor!
Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud. R.
Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz, mientras dure la luna;
que domine de un mar hasta el otro,
y desde el Río hasta los confines de la tierra. R.
Que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sabá le traigan regalos;
que todos los reyes le rindan homenaje
y lo sirvan todas las naciones. R.
Porque Él librará al pobre que suplica
y al humilde que está desamparado.
Tendrá compasión del débil y del pobre,
y salvará la vida de los indigentes. R.
SEGUNDA LECTURA
Ahora ha sido revelado que también los paganos
participan de la misma promesa
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 3, 2-6
Hermanos:
Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes.
Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las generaciones pasadas pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas
Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
ALELUIA Mt 2. 2
Aleluia.
Vimos su estrella en Oriente
y hemos venido a adorar al Señor.
Aleluia.
Hemos venido de Oriente a adorar al rey
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 2, 1 -12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: « ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”».
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.
W. Trilling
Unos sabios de oriente adoran al niño
(Mt.2,1-12)
1 Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos sabios llegaron de Oriente a Jerusalén, 2 preguntando: ¿Donde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo.
El árbol genealógico y el relato del nacimiento de Jesús quedaron en el ámbito de la nación y del pueblo judío. Ahora la vista se amplía al gran mundo de las naciones y de los reinos. En el árbol genealógico habíamos ido tentando el camino de la historia hasta David y Abraham. Sigue luego un pasaje (1,18-25) en que resuena la profecía de que un niño hijo de una virgen será el «Dios con nosotros». Todo esto se ha logrado con una creyente mirada retrospectiva, que se dirige al tiempo pasado desde el tiempo presente consumado. El acontecimiento de la adoración de unos sabios de Oriente de nuevo parece que realiza grandes profecías, con la diferencia de que aquí sucede con una publicidad mucho mayor, algo que antes sólo podía conocer la mirada de la fe: la venida del verdadero Mesías. Por primera vez, nos enteramos en san Mateo de que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en Belén, en el país de Judá. Ambas circunstancias cumplen la profecía, según la cual solamente entra en consideración el país real de Judá y una ciudad que se encuentra en este país. Ambas indicaciones del versículo primero ya anticipan la cita del Antiguo Testamento, que se aduce por extenso en el v. 6.
El profeta Miqueas sobre esta pequeña ciudad había hecho el oráculo de que de ella debe salir el soberano del tiempo final, que ha de gobernar a todo el pueblo de Israel. El lugar del nacimiento ha sido designado por el profeta, así como el nombre del niño ha sido determinado por Dios. Se dice en general: «En tiempos del rey Herodes», sin que podamos conocer una determinación más próxima del tiempo. Se alude a Herodes el Grande, que a pesar de apreciables méritos, como extranjero (idumeo) y dependiente de los favores de Roma, ejerció el mando arbitraria y horriblemente, sin escrúpulos y con desenfreno. Es verdad que había arreglado suntuosamente el templo y que hizo mucho bien al pueblo, no obstante las agrupaciones piadosas de los judíos tienen la sensación de que es un dominador extranjero. Aunque su poder era pequeño, usaba el título de «rey». que Roma le había concedido. Aquí se usa muchas veces este título, en contraste con el rey que buscan los sabios. En el Evangelio sólo dos veces se habla de Jesús como el «rey de los judíos»: aquí en contraste con el tirano Herodes, y hacia el fin en el proceso usan este título el pagano Pilato (27,11), los soldados que hacen escarnio de Jesús (27,29) y la inscripción en la cruz (27,37). Jesús respondió afirmativamente a la pregunta de Pilatos (27,11), pero el título no era expresión de la verdadera dignidad de Jesús ni una profesión de fe. Aquí se ha de considerar que quien pretende ser rey de los judíos está sentado tembloroso en el trono, y el verdadero rey viene con la debilidad del niño. Los sabios vienen de oriente. No se indica qué país era su patria, tampoco se dice el número de ellos. Las circunstancias externas permanecen ocultas ante la sola pregunta que les mueve: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Son personas instruidas, probablemente sacerdotes babilonios, familiarizados con el curso y las apariciones de las estrellas. La notable aparición de una estrella les ha movido a partir. A esta estrella estos sabios la llaman «su estrella», la del rey de los judíos. Es la estrella del nuevo rey infante. Según persuasión del antiguo Oriente los movimientos de las estrellas y el destino de los hombres están interiormente relacionados. (Pero hasta hoy día no se han aclarado todas las investigaciones y cálculos ingeniosos sobre esta estrella, si designa una constelación determinada, un cometa o una aparición enteramente prodigiosa. Aquí dejamos aparte la cuestión y solamente vemos la estrella según el significado que tiene para aquellos sabios. También hubiera podido moverlos a emprender su expedición otra señal.) Lo que es seguro es que la aparición de la estrella no podía explicarse de una forma puramente natural, sino que era un suceso prodigioso (v 9). Una señal es dada por Dios, el Dios de las naciones y del mundo. Lo principal no son las circunstancias externas de la aparición, sino su finalidad interna. Pero ¿qué significa la señal para la gente instruida? Para ésta el país de los judíos es ridículamente pequeño, carece de importancia desde el punto de vista político, desde hace siglos ya no se hace sentir por su función independiente dentro del próximo Oriente.
¿Cómo se explica que no les baste un mensaje, una averiguación por medio de emisarios? ¿Por qué les estimula el deseo de ir a ver y de adorar? La Sagrada Escritura no contesta a estas preguntas, sino que solamente informa sobre lo que ha sucedido. Pero el asombro que nos causan estas preguntas, nos conduce a descubrir el profundo sentido de este relato… Dios no solamente había elegido a su pueblo sacándolo de la servidumbre de Egipto, sino que había elegido para sí una ciudad santa: Jerusalén, y había escogido, por así decir, como domicilio un monte santo: el monte de Sión. Para el comienzo de la salvación Israel no solamente espera la llegada del Mesías y el establecimiento del reino davídico, sino mucho más: la bendición de todas las naciones por medio de Israel. La ciudad y el monte son la sede y el origen de la salvación, que ha deparado Dios a las naciones. Allí resplandece la luz, allí se tiene que adorar. El monte-Sión se convierte en el monte de todos los montes, en el más alto y más santo de todos. En los últimos días muchos pueblos se ponen en marcha desde los cuatro vientos y van en romería a Jerusalén, para que Dios les enseñe sus caminos, y anden por las sendas de Dios (cf. Isa_2:2 s). Allá van reyes y príncipes de todo el mundo y llevan sus dones a la ciudad de Jerusalén iluminada por el fulgor de la luz: «Y a tu luz caminarán las gentes, y los reyes al resplandor de tu claridad naciente. Tiende tu vista alrededor tuyo, y mira; todos ésos se han congregado para venir a ti; vendrán de lejos tus hijos, y tus hijas acudirán a ti de todas partes. Entonces te verás en la abundancia; se asombrará tu corazón, y se ensanchará, cuando vengan hacia ti los tesoros del mar; cuando a ti afluyan las riquezas de los pueblos. Te verás inundada de una muchedumbre de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá; todos los sabeos vendrán a traerte oro e incienso, y publicarán las alabanzas del Señor» (Isa_60:3-6; cf. Sal_71:10 s). (La peregrinación de los pueblos al fin del tiempo. ¿Tiene el evangelista esta escena ante su mirada? ¿Ve cumplido el «fin de los días»? Jesús no vino al mundo en la ciudad real de David, sino en la pequeña y mucho menos importante ciudad de Belén. ¿Cómo puede explicarse que todos los demás indicios de la expectación señalen a Belén? ¿Y cómo es posible que el Mesías no nazca en el palacio real de Herodes, sino en cualquier parte, desconocido e ignorado? ¿Puede ser este niño el verdadero Mesías? Es difícil responder a estas preguntas. La respuesta tenía preocupada a la primitiva Iglesia, especialmente entre los judíos. Hasta que un día el Espíritu Santo también le indicó el camino. Todo esto también lo atestigua la Escritura. )
El profeta Miqueas nombra y ensalza adrede este pueblo de Belén, que es poco importante y pequeño, pero que es grande a causa de que de él debe salir el dominador de Israel. San Mateo ha reproducido con alguna libertad el texto del profeta Miqueas. El texto original dice así: «Y tú, Belén, Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que ha de ser dominador de Israel; su origen es desde tiempos remotos, desde días muy antiguos… Y él permanecerá firme, y apacentará la grey con la fortaleza del Señor. En el nombre altísimo del Señor Dios suyo, y ellos se establecerán, porque ahora será glorificado él hasta los últimos términos del mundo. Y él será paz» (Miq_5:1.3-4). Efratá era una estirpe numéricamente pequeña de Israel, de la cual procedía David (lSam 17,12). Dios eligió una vez lo que era débil, y volverá a hacerlo en la consumación del tiempo.
3 Cuando lo oyó el rey Herodes, se sobresaltó, y toda Jerusalén con él. 4 Y convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les estuvo preguntando dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le respondieron: En Belén de Judea; pues así está escrito por el profeta: 6 y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las grandes ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará a mi pueblo Israel. 7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios y averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella. 8 y encaminándolos hacia Belén, les dijo: Id e informaos puntualmente acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que también yo vaya a adorarlo.
Precisamente Herodes es interrogado acerca del lugar. La pregunta le estremece, porque ahora ha de temer a un nuevo competidor, y la pregunta estremece a la ciudad, porque tiembla por el miedo de nuevas medidas de terror. Puesto que Herodes no sabe el lugar (¿qué sabe de la Escritura el rey de sangre extranjera y amigo de los paganos?), tiene que convocar un consejo de personas constituidas en dignidad: sumos sacerdotes y escribas, para que oficialmente le den respuesta. El lugar, pues, no lo han inventado los cristianos creyentes ni lo han dispuesto posteriormente. Los judíos e incluso Herodes tienen que testificar que Belén es la ciudad del Mesías. Por la mediación de Dios la romería de los sabios no termina en Jerusalén, sino más allá de la ciudad, en la cercana Belén. ¡Singular providencia! Jerusalén no es la ciudad de la luz, en la que los pueblos pueden disponer del derecho y de la salvación. Jerusalén está en pecado, es la ciudad de los asesinos de los profetas (23,37-39), la ciudad de la desobediencia y de la sublevación, del desprecio de la voluntad de Dios. El Mesías no viene a Jerusalén, a no ser para morir en ella. Entonces también sale la luz de esta ciudad, pero de una forma muy distinta de la que se esperaba.
9 Después de oir al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, sintieron inmensa alegría. 11 Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrados en tierra, lo adoraron; abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. 12 y advertidos en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Con toda pobreza y estrechez ocurre en Belén algo de la gran promesa: los hombres doctos encuentran al niño y a María su madre, le presentan su homenaje y sus valiosos regalos, propios de reyes: oro, incienso y mirra. Su alegría sobrepasa toda medida: sintieron inmensa alegría, la alegría del hallazgo, del anhelo cumplido. Es un comienzo, el principio de la adoración de todos los pueblos en la presencia del único Señor. La luz no sólo brilla para los judíos; el dominador no solamente «gobernará a mi pueblo Israel» (v. 6), los gentiles también participan de la luz; antes que los demás, antes que un solo judío haya logrado la fe. Mientras Herodes se queda inmovilizado con sombríos pensamientos homicidas, estos gentiles venidos de Oriente se arrodillan delante del niño.
Se atestigua que en Jesús vino la salvación para todo el mundo. No podía ser atestiguado de una forma más solemne que mediante este grandioso acontecimiento. Empieza a llegar el fin de los tiempos. Se presentan las primeras grandes señales. Herodes no consigue su objetivo. Su intención hipócrita de ir a adorarlo es desbaratada: con un medio fácil Dios ordena que regresen por otro camino. Se requiere solamente una indicación, y el mal queda alejado…
(Trilling, W., El Evangelio de San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
San Juan Pablo Magno
Las distintas Epifanías de Dios
1. El designio salvífico de Dios se manifiesta, durante el período navideño que estamos viviendo intensamente, con una cadena de festividades litúrgicas muy idóneas para presentarnos a lo largo de pocos días una amplia visión de conjunto. De la contemplación del Hijo de Dios, que se hizo Niño por nosotros en la gruta de Belén, pasamos a través del modelo inalcanzable de la Sagrada Familia, y así sucesivamente hasta llegar al acontecimiento del Bautismo del Señor, al comienzo de su vida pública.
La audiencia general de este miércoles cae en medio de dos festividades características: La Maternidad divina de María, y la Epifanía. Son dos misterios altamente significativos, que tienen entre ellos una profunda vinculación, sobre la cual hay que reflexionar.
2. El término “epifanía” significa manifestación: en ella se celebra la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido.
En la historia de la Iglesia, la Epifanía aparece como una de las fiestas más antiguas, con vestigios ya en el siglo II, y es vivida como el día “teofánico” por excelencia, “dies sanctus”. En los primeros tiempos, la celebración estuvo sobre todo vinculada al recuerdo del Bautismo del Señor, cuando el Padre celestial dio testimonio público de su Hijo en la tierra, invitando a todos a escuchar su Palabra. Pero muy pronto prevaleció la visita de los Magos, en los cuales se reconocen los representantes de los pueblos, llamados a conocer a Cristo desde fuera de la comunidad de Israel.
San Agustín, testigo atento de la tradición eclesial, explica sus razones de alcance universal afirmando que los Magos, primeros paganos en conocer al Redentor, merecieron significar la salvación de todas las gentes (cf. Hom. 203). Y así, en el arte cristiano primitivo, la escena fascinante de hombres doctos, ricos y poderosos, que hablan venido de lejos para arrodillarse ante el Niño, mereció el honor de ser la más representada de entre los acontecimientos de la infancia de Jesús.
Más tarde, en la misma festividad, se empezó a celebrar también la teofanía de las Bodas de Caná, cuando Jesús, al realizar su primer milagro, se manifestó públicamente como Dios. Muchas son, pues, las epifanías, porque son varios los caminos por los que Dios se manifiesta a los hombres. Hoy quiero subrayar cómo una de ellas, más aún, la que es fundamento de todas las demás, es la Maternidad de María.
3. En la antiquísima profesión de fe, llamada “Símbolo Apostólico”, el cristiano proclama que Jesús nació “de” la Virgen María. En este artículo del “Credo” están contenidas dos Verdades esenciales del Evangelio.
La primera es que Dios nació de una Mujer (Gál 4, 4). Él quiso ser concebido, permanecer nueve meses en el seno de la Madre y nacer de Ella de modo virginal. Todo esto indica claramente que la Maternidad de María entra como parte integrante en el misterio de Cristo para el plan divino de salvación.
La segunda es que la concepción de Jesús en el seno de María sucedió por obra del Espíritu Santo, es decir, sin colaboración de padre humano. “No conozco varón” (Lc 1, 34), puntualiza María al enviado del Señor, y el arcángel le asegura que nada hay imposible para Dios (Lc 1, 37). María es el único origen humano del Verbo Encarnado.
4. En este contexto dogmático no es difícil ver cómo la Maternidad de María constituye una epifanía nueva y totalmente característica de Dios en el mundo.
En efecto, la misma opción de virginidad perpetua que hizo María antes de la Anunciación, tiene ya un valor “epifánico” como llamada a las realidades escatológicas, que están más allá de los horizontes de la vida terrena. Pues esa opción indica una voluntad decidida de consagración total a Dios y a su amor, capaz por si solo de apagar plenamente las exigencias del corazón humano. Y el hecho de la concepción del Hijo, que sucede fuera del contexto de las leyes biológicas naturales, es otra manifestación de la presencia activa de Dios. Finalmente, el alegre suceso del nacimiento de Jesús constituye el culmen de la revelación de Dios al mundo en María y por medio de María.
Es significativo que el Evangelio ponga también a la Virgen en el centro de la visita de los Magos, cuando dice que ellos “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrándose, lo adoraron” (Mt 2, 11).
A la luz de la fe, la Maternidad de la Virgen aparece de este modo como signo elocuente de la divinidad de Jesús, que se hace hombre en el seno de una Mujer, sin renunciar a la personalidad de Hijo de Dios. Ya los Santos Padres, como San Juan Damasceno, habían hecho notar que la Maternidad de la Santa Virgen de Nazaret contiene en sí todo el misterio de la salvación, que es puro don proveniente de Dios.
María es la Theotokos, como proclamó el Concilio de Éfeso, pues en su seno virginal se hizo carne el Verbo para revelarse al mundo. Ella es el lugar privilegiado escogido por Dios para hacerse visiblemente presente entre los hombres.
Al mirar a la Virgen Santísima estos días de Navidad, cada uno ha de sentir un interés más vivo en acoger, como Ella, a Cristo en su vida, para convertirse luego en su portador al mundo. Cada uno ha de esforzarse, dentro de su familia y en su ambiente de trabajo, por ser una pequeña, pero luminosa, “epifanía de Cristo”.
Este es el deseo que dirijo a todos vosotros, amadísimos, en esta primera audiencia general del año nuevo.
(San Juan Pablo II, Audiencia General miércoles 4 de enero de 1989)
P. Alfredo Sáenz, S.J.
LA ESTRELLA DE LA FE
Acerquémonos juntamente con los Magos al pesebre, para adorar al Niño Dios. Ellos vinieron desde tierras muy lejanas, llamados por el Amor eterno para la gran cita de Belén. Eran hombres importantes, sabios y filósofos, dedicados a la ciencia, en especial a la medicina y a la astrología. El Martirologio los ha colocado en el catálogo de los santos.
Vinieron desde Oriente a Jerusalén con un designio, el de preguntar dónde estaba el Rey de los judíos que había nacido. Sin duda que era Dios quien les había revelado el hecho del Nacimiento de Cristo. Ellos no eran judíos, eran paganos. Por eso en el día de hoy festejamos con gran júbilo, la epifanía o manifestación del Señor, no a los judíos, sino a los pueblos gentiles. Los Magos sabían que aquel en cuya busca estaban era un Rey, y por lo que se lee en el texto de la Escritura, que tal Rey era a su vez Dios, ya que aseguran haber venido con el propósito de adorarle.
Sabemos que el pueblo elegido, al menos en sus dirigentes, no quiso recibir al Enviado. Por eso en el momento crucial de la Pasión de Cristo, afirmaron decididamente: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. Fueron, pues, los suyos quienes se negaron a recibirlo. Pero Dios, rico en misericordia, no sólo había invitado a los judíos a la salvación, sino que quiso extender su llamado a todas las naciones. Por eso Jesús Resucitado enviaría a los Apóstoles a predicar en todas las direcciones, hasta los confines del mundo. La semilla de la Palabra no es exclusividad del campo judío. Quiso el Señor esparcirla por todos lados, en cada lugar y sobre cada alma. Señala al respecto San Ireneo: “Del mismo modo que el sol, creatura de Dios, es uno e idéntico en todo el mundo, así también la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren llegar al conocimiento de la verdad”.
San Pablo será el vaso de elección de Dios, llamado a ser como un morral esparcidor de la semilla de la Palabra sobre tierra de paganos. Por eso se lo llama, por eminencia, Apóstol de los gentiles. Es él quien en la lectura de hoy a los efesios nos afirma que los gentiles “participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio”.
Pero volvamos a los que nos ocupa. Los Magos son representantes conspicuos de los pueblos paganos, la primicia de lo que los antiguos llamaban “las naciones”, es decir, los pueblos que no pertenecían a la nación especialmente elegida. Valiéndose de las profecías hechas por Dios durante tantos siglos al pueblo elegido, se servirán de ellas para allegarse a Belén y adorar al Niño. Cuando preguntan dónde estaba el Rey de los judíos que acababa de nacer, los sacerdotes y escribas les respondieron, por voz del profeta Miqueas, que según estaba escrito había de nacer en la humilde aldea de Belén en Judá. El Mesías no debía ser engendrado entre los poderosos de este mundo. Porque en la debilidad se mostraría su grandeza; por eso quiso nacer en un lugar pobre y despreciado, y en un paraje tan desolado como lo es una gruta de animales. Eligió todo lo pobre y humilde, para que no hubiese duda que era el Poder Divino el que venía a transformar el Universo entero.
Los judíos tenían en sus manos la posibilidad de interpretarlas Escrituras y sus profecías. Pero no supieron barruntar los signos de los tiempos mesiánicos. “Dios —dice San Teófilo de Antioquía—se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la luz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones”. Hay en los judíos un defecto de visión. Tienen todo para creer en el Mesías: la revelación, las profecías referidas a Él, los hechos portentosos, la Ley como guía moral. Pero están como ciegos…
Los Magos suman a la fe que ya tienen, las profecías sobre el Mesías, y creen aún más, disponiéndose a adorar a Aquel que, a no dudarlo, es Dios que ha venido a habitar entre nosotros.
La estrella de la fe
El llamado a creer en Cristo es universal. Dios es quien invita, de Él es la iniciativa. El hombre, poseedor del libre albedrío puede responderle que sí, con lo cual se acerca a la luz, o puede negarse a la convocatoria, en cuyo caso permanece en la noche tenebrosa.
La estrella de Belén invitó a los Magos a seguirla a través de un largo y dificultoso camino. Fatigas, hambre, vigilias, acecharon el itinerario. Pero ellos no se amedrentaron, deseosos como estaban de encontrar a quien ya no se hallaba lejos de sus corazones. La estrella de la fe brilla en la oscuridad de este mundo, haciéndonos buscar a Dios incansablemente. Ella no sólo será la luz que nos ilumina para poder ver, sino la guía del camino. Tal es el cometido de la estrella, figura de la fe, conducirnos por el sendero de la vida, hasta el encuentro definitivo con Cristo.
Los Magos la siguieron, y encontraron efectivamente al Señor. Su “orientadora” no les falló. Así también la fe, luz que guía nuestra inteligencia, no nos defraudará. Nos llevará hasta el final, y hasta el término en el camino de este peregrinar, que no es otro que el descanso en la contemplación del Verbo Encamado, y a través de Él, de la Santísima Trinidad.
Escribe San Juan de la Cruz: “La fe y el amor serán los lazarillos que te llevarán a Dios por donde tú no sabes ir. La fe son los pies que llevan a Dios al alma. El amor es el orientador que la encamina”.
Cuando los Magos llegaron a Belén, al final de tantas fatigas, de tanto buscar al que con Amor eterno ya los había llamado y germinalmente encontrado, por fin descansaron. Quizás esperaban hallar un palacio, riquezas, lujo y ostentación. Sólo vieron a un Niño en brazos de su Madre. Sin embargo, la luz que los trajo, suscitó en su interior un sagrado deber de piedad y religiosidad. Se arrodillaron entonces, ante el Niño, para expresar con tal postura su tributo de adoración. Habían encontrado, por fin, a su Dios y Señor. La fe, infatigable en su labor de alfarero sobre las almas, había consumado su labor, haciendo que estos hombres acabasen por descubrir detrás de la presencia de un Niño encantador el Misterio insondable de la divinidad del Dios todopoderoso. Se encontraron con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Es claro que en el marco de la fe. Detrás de lo que sus ojos carnales veían, estaba la nube que ocultaba la divinidad. Era una captación claroscura, ya que todavía caminaban en la fe y no en la visión. La fe es luminosa porque enfoca a Aquel en quien se cree, pero a su vez deja escapar algo. Cuando se cierre el telón del primer acto de la vida, y se abra el de las verdaderas realidades, entonces veremos a Dios cara a cara, y en Él todo lo demás.
“Hallaron al niño con María su madre”
¿Dónde más podían reconocer al Mesías sino en brazos de su Madre? Fieles continuadores de la descendencia de Abraham según la fe, los Magos vieron juntos al Niño y a su Madre, inescindiblemente unidos. Así “las naciones” fueron evangelizadas en Cristo y en María. Así nació la fe en nuestra América indígena y gentil. Heredera de esta fe, por designio de la Providencia, se puso detrás de los Magos para adorar al Niño de Belén. Ella también supo utilizar las profecías del pueblo de Dios, y hoy es Mundo Nuevo y Nación Santa.
Sigue diciendo el evangelio que los Magos ofrecieron dones diversos al Niño: “oro, incienso y mirra”, el oro de la fe y las buenas obras, el incienso de la oración y la piedad, y la mirra de la mortificación y la castidad. Tres dones que la Iglesia ofrece constantemente a su Divino Esposo. El oro de la fe, que refulge hasta palidecer frente al Sol de la Gloria. El incienso de la oración, que se levanta de la tierra al cielo, en espera de la consumación total de los tiempos. La mirra de la mortificación, hasta que todos los hombres que han contemplado lo que falta a la pasión de Cristo, reciban el premio de la corona por sus esfuerzos y luchas.
Cuenta una tradición antigua que Herodes, al enterarse de que los Magos habían vuelto por otro camino, mandó esbirros en su persecución para matarlos. Ignoramos si esto se concretó. No sería extraño, ya que quien odia a Cristo, quiere perseguir y matar a sus seguidores. Pero el Señor también les dice a los Magos, a través de la estrella de la fe que los fortifica: “No temáis, Yo he vencido al mundo”.
Festejamos hoy en la figura de los Magos nuestro nacimiento a la luz de Dios. Ellos vieron con sus ojos carnales al Niño Jesús, nosotros los vemos con los solos ojos de la fe. En este tiempo de Navidad que se nos escapa, retornemos al pesebre para agradecerle a Jesús el nacimiento nuestro a la vida de la gracia. Pidámosle al Niño que nos afirme en este camino, guiados por la fe, y que toda América cristiana y los antiguos pueblos gentiles que hoy rezan a Jesucristo, no se aparten de la estrella que conduce a la definitiva manifestación del Señor en su gloria.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 57-61)
SS. Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, solemnidad de la Epifanía, la gran luz que irradia desde la cueva de Belén, a través de los Magos procedentes de Oriente inunda a toda la humanidad. La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, y el pasaje del Evangelio de san Mateo, que acabamos de escuchar, ponen la promesa junto a su cumplimiento, en la tensión particular que se produce cuando se leen sucesivamente pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Así se nos presenta la espléndida visión del profeta Isaías, el cual, tras las humillaciones infligidas al pueblo de Israel por las potencias de este mundo, ve el momento en el que la gran luz de Dios, aparentemente sin poder e incapaz de proteger a su pueblo, surgirá sobre toda la tierra, de modo que los reyes de las naciones se inclinarán ante él, vendrán desde todos los confines de la tierra y depositarán a sus pies sus tesoros más preciosos. Y el corazón del pueblo se estremecerá de alegría.
En comparación con esa visión, la que nos presenta el evangelista san Mateo es pobre y humilde: nos parece imposible reconocer allí el cumplimiento de las palabras del profeta Isaías. En efecto, no llegan a Belén los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos Magos, personajes desconocidos, tal vez vistos con sospecha; en cualquier caso, no merecen particular atención. Los habitantes de Jerusalén son informados de lo sucedido, pero no consideran necesario molestarse, y parece que ni siquiera en Belén hay alguien que se preocupe del nacimiento de este Niño, al que los Magos llaman Rey de los judíos, o de estos
hombres venidos de Oriente que van a visitarlo. De hecho, poco después, cuando el rey Herodes da a entender quién tiene efectivamente el poder obligando a la Sagrada Familia a huir a Egipto y ofreciendo una prueba de su crueldad con la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18), el episodio de los Magos parece haberse borrado y olvidado. Por tanto, es comprensible que el corazón y el alma de los creyentes de todos los siglos se hayan sentido más atraídos por la visión del profeta que por el sobrio relato del evangelista, como atestiguan también las representaciones de esta visita en nuestros belenes, donde aparecen los camellos, los dromedarios, los reyes poderosos de este mundo que se arrodillan ante el Niño y depositan a sus pies sus dones en cofres preciosos. Pero conviene prestar más atención a lo que los dos textos nos comunican.
En realidad, ¿qué vio Isaías con su mirada profética? En un solo momento, vislumbra una realidad destinada a marcar toda la historia. Pero el acontecimiento que san Mateo nos narra no es un breve episodio intrascendente, que se concluye con el regreso apresurado de los Magos a sus tierras. Al contrario, es un comienzo. Esos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a lo largo de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben avanzar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquel que aparentemente es débil y frágil, pero que en cambio puede dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre. De hecho, en él se manifiesta la realidad estupenda de que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, de que su grandeza y su poder no se manifiestan en la lógica del mundo, sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo la del amor que se confía a nosotros. A lo largo de la historia siempre hay personas que son iluminadas por la luz de la estrella, que encuentran el camino y llegan a él.
Todas viven, cada una a su manera, la misma experiencia que los Magos. Llevaron oro, incienso y mirra. Esos dones, ciertamente, no responden a necesidades primarias o cotidianas. En ese momento la Sagrada Familia habría tenido mucha más necesidad de algo distinto del incienso y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil. Pero estos dones tienen un significado profundo: son un acto de justicia. De hecho, según la mentalidad vigente en aquel tiempo en Oriente, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión. Quieren decir que desde aquel momento los donadores pertenecen al soberano y reconocen su autoridad. La consecuencia que deriva de ello es inmediata. Los Magos ya no pueden proseguir por su camino, ya no pueden volver a Herodes, ya no pueden ser aliados de aquel soberano poderoso y cruel. Han sido llevados para siempre al camino del Niño, al camino que les hará desentenderse de los grandes y los poderosos de este mundo y los llevará a Aquel que nos espera entre los pobres, al camino del amor, el único que puede transformar el mundo.
Así pues, no sólo los Magos se pusieron en camino, sino que desde aquel acto comenzó algo nuevo, se trazó una nueva senda, bajó al mundo una nueva luz, que no se ha apagado. La visión del profeta se ha realizado: esa luz ya no puede ser ignorada en el mundo: los hombres se moverán hacia aquel Niño y serán iluminados por la alegría que sólo él sabe dar. La luz de Belén sigue resplandeciendo en todo el mundo. San Agustín recuerda a cuantos la acogen:
“También nosotros, reconociendo en Cristo a nuestro rey y sacerdote muerto por nosotros, lo honramos como si le hubiéramos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo nos falta dar testimonio de él tomando un camino distinto del que hemos seguido para venir” (Sermo 202. In Epiphania Domini, 3, 4).
Por consiguiente, si leemos juntamente la promesa del profeta Isaías y su cumplimiento en el Evangelio de san Mateo en el gran contexto de toda la historia, resulta evidente que lo que se nos dice, y lo que en el belén tratamos de reproducir, no es un sueño ni tampoco un juego vano de sensaciones y emociones, sin vigor ni realidad, sino que es la Verdad que se irradia en el mundo, a pesar de que Herodes parece siempre más fuerte y de que ese Niño parece que puede ser relegado entre aquellos que no tienen importancia, o incluso pisoteado. Pero solamente en ese Niño se manifiesta la fuerza de Dios, que reúne a los hombres de todos los siglos, para que bajo su señorío recorran el camino del amor, que transfigura el mundo. Sin embargo, aunque los pocos de Belén se han convertido en muchos, los creyentes en Jesucristo parecen siempre pocos. Muchos han visto la estrella, pero son pocos los que han entendido su mensaje. Los estudiosos de la Escritura del tiempo de Jesús conocían perfectamente la Palabra de Dios. Eran capaces de decir sin dificultad alguna qué se podía encontrar en ella acerca del lugar en el que habría de nacer el Mesías, pero, como dice san Agustín: “Les sucedió como a los hitos (que indican el camino): mientras dan indicaciones a los caminantes, ellos se quedan inertes e inmóviles” (Sermo 199. In Epiphania Domini, 1, 2).
Entonces podemos preguntarnos: ¿cuál es la razón por la que unos ven y encuentran, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven? Podemos responder: la excesiva seguridad en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente la realidad, la presunción de haber formulado ya un juicio definitivo sobre las cosas hacen que su corazón se cierre y se vuelva insensible a la novedad de Dios. Están seguros de la idea que se han hecho del mundo y ya no se dejan conmover en lo más profundo por la aventura de un Dios que quiere encontrarse con ellos. Ponen su confianza más en sí mismos que en él, y no creen posible que Dios sea tan grande que pueda hacerse pequeño, que se pueda acercar verdaderamente a nosotros.
Al final, lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también la valentía auténtica, que lleva a creer en lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme. Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse y de salir de sí para avanzar por el camino que indica la estrella, el camino de Dios. Sin embargo, el Señor tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos. Así pues, pidámosle que nos dé un corazón sabio e inocente, que nos permita ver la estrella de su misericordia, seguir su camino, para encontrarlo y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él ha traído a este mundo. Amén.
(Basílica Vaticana, Martes 6 de enero de 2010)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
SEGUIDORES
“Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”1.
Una cosa, entre otras, en las que María meditaba:
+ Su Hijo pobre adorado por unos reyes venidos de Oriente.
María recordaba cuando estaba en Belén, en una casa con el Niño y como de pronto entraron en la casa unos reyes magos y se postraron ante el Niño y lo adoraron y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra2. Ellos comenzaron a contarle porque estaban allí. La aparición de la estrella, su largo viaje, la llegada a Jerusalén y su entrevista con Herodes y los sumos sacerdotes, la detención de la estrella sobre la casa3. Después de contarle todo se marcharon.
La Virgen comprende muchas cosas pero principalmente el valor de la fe. Con mucha razón su prima la felicitó “feliz la que ha creído”4. Los magos llegaron a adorar al Niño movidos por la fe.
La estrella es la fe. San Agustín dice “hemos visto su estrella en el Oriente. Dan la buena nueva y al mismo tiempo preguntan; creen y buscan a imagen de aquellos que caminan en la fe y desean la realidad”. Y San León: “Además de esta aparición de la estrella que hirió su vista corporal, el rayo más resplandeciente de la verdad instruyó sus corazones, lo cual correspondía a la iluminación de la fe”. Y la Glosa: “La estrella es la fe iluminando nuestras almas, llevándolas a Cristo”5.
El camino de los magos y nuestro itinerario en la fe
+ La fe es una gracia6.
Es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El.
Los magos conocen la revelación confusamente, han visto el signo de Dios en la estrella y son movidos interiormente a emprender el viaje.
Dios toma la iniciativa y se manifiesta a los magos.
+ La fe es un acto humano7.
Creer no es contrario ni a la libertad, ni a la inteligencia del hombre. En el caso de los Magos, sus estudios astrológicos le sirvieron para creer. Dice San Agustín “creo para entender, entiendo para creer”. Los magos indagan al llegar a Jerusalén a semejanza de María en la anunciación.
Dice San Juan Crisóstomo: “Dios al movernos a bien obrar no nos quita la libertad” y hace ver como los magos superaron todos los obstáculos del viaje y de los personajes en los que hallaron tropiezos al seguimiento de la estrella. Su libertad en el obrar los hizo superar todo.
Los magos creen que la estrella es manifestación de la divinidad y se ponen en camino porque “la fe, la inteligencia y la voluntad humana cooperan con la gracia divina”8.
En todo acto de fe es necesario arrojarse en manos de Dios, poner la confianza en Dios “que es el motivo de creer”9. Creemos por la autoridad de Dios que se revela.
Los magos dejaron su ciudad y sus comodidades confiados en que encontrarían al rey universal, movidos por la luz de la estrella y de la gracia interior.
Vivir en la fe, que es la conversión, implica una nueva vida, significa dejar atrás un montón de cosas pero principalmente la vida mundana en el pensar, en el hablar y en el obrar.
La tentación de volver estará siempre. Los magos habrán tenido la tentación de volver a su patria. Si volvemos atrás, a vivir como el hombre viejo perderemos la fe. “La trasgresión continua y culpable de la ley de Dios produce en el alma del pecador un desasosiego cada vez mayor contra la ley de Dios, que le prohíbe entregarse con tranquilidad a sus desórdenes. Esta situación psicológica tiene que desembocar lógicamente, tarde o temprano, en una de estas dos soluciones: el abandono del pecado o el abandono de la fe”10.
+ La fe es comienzo de la vida eterna11, es comienzo de la visión. El peregrinar de los magos siguiendo la estrella de la fe terminó en la visión del Niño Dios “creen y buscan a imagen de aquellos que caminan en la fe y desean la realidad” (San Agustín) aunque el termino de nuestro peregrinar en la fe termina en una visión mucho más perfecta.
La fe es a la vez luminosa porque es preludio de la visión pero es oscura porque todavía no es la visión. Y por eso “la fe puede ser puesta a prueba”12 como la de los magos.
Renuncian a Babilonia o a su ciudad, caminan por el desierto que es la experiencia de la cruz en nuestra vida.
Su encuentro con Herodes, príncipe de Judea, nos recuerda la decepción que experimentamos al ver las leyes, las doctrinas, la descristianización del mundo y de sus príncipes. Esto produce desaliento. Y ante esta tentación recordemos las palabras del Papa Juan Pablo II: “sois los preferidos, los íntimos del Señor. No olvidéis esta realidad […] saber que en medio de las dificultades, está con nosotros. Aquel que nos comprende, nos ayuda y recoge el valor de cada esfuerzo hecho por El”13.
Herodes tiene falta de rectitud. Quiere averiguar donde había nacido el Niño pero no con el fin de adorarlo sino de matarlo. También en nuestras vidas nos encontraremos con personas que piden que les demos razón de nuestra fe, pero no para creer sino para destruirla. Debemos estar atentos para no echar las perlas a los puercos14, como Jesús que ante el otro Herodes calló15.
Nuestra fe choca contra los malos ejemplos en la Iglesia. El más terrible, el escepticismo religioso, la fe muerta, el conocimiento cadavérico de la fe. Los judíos de Jerusalén conocían el lugar donde nacería el Niño, lo dicen a Herodes, pero no se mueven de su comodidad para ir a buscar al Niño.
Dice el Apóstol Santiago hablando de la fe muerta: “muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe”16. De los fariseos decía el Señor “dicen y no hacen”17. Este puede ser un escándalo grande para nuestra fe.
¿Nuestra fe la trasmitimos con convicción? ¿Buscamos a Jesús después de haber enseñado donde esta Jesús? Dice San Pablo en la carta a los Gálatas “la fe que actúa por la caridad”18. Así debe ser nuestra fe.
También se ve en los judíos de Jerusalén un desconocimiento de los signos de los tiempos que es resultado de la falta de oración. Dice San Agustín: “en esto, los judíos fueron semejantes a los artífices que construyeron el arca de Noé y que perecieron en el diluvio, después de haber preparado a otros los medios de salvarse”.
Por eso la fe es permanentemente atacada por los escándalos de los malos cristianos y del mundo con sus respectivos jefes, en los cuales, los escándalos se magnifican.
¿Puede perderse la fe sin haber pecado contra ella? Si. Dios castiga a algunos hombres los pecados contra algunas virtudes que no son la fe dejándolos en tinieblas y entonces sobreviene la pérdida de la fe. Cuando se da un largo período de descristianización surgen necesariamente multitud de dudas contra la fe que producen la lejanía de Dios.
Lo que es del todo claro es que nadie puede perder la fe sin culpa propia, porque “los dones y la vocación de Dios son irrevocable” (Rm 11,29)19.
Siguiendo el ejemplo de los magos debemos perseverar en la fe.
San Pablo le dice a Timoteo: “combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe”20. Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios (estudio de la fe en general), debemos pedir al Señor que la aumente (oración); debe actuar por la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia21.
La fe tiene (como antes dijimos) luces y sombras. Desierto y consolación. A los magos en su camino se les desapareció la estrella, pero también se les apareció nuevamente y por eso “al ver la estrella sintieron grandísimo gozo”22. La fe nos da alegría. Dice comentando el pasaje San Juan Crisóstomo “se regocijaron porque en vez de ver fallidas sus esperanzas, fueron por el contrario, confirmadas más y más, y porque veían recompensadas las penalidades de un camino largo”.
La fe verdadera termina en la visión.
Encontraron a Jesús y lo adoraron, reconocieron en Él a un Rey y por eso le ofrecieron oro, el Rey de las naciones; lo reconocieron Dios y le ofrecieron incienso y hombre verdadero por eso le dieron mirra. Creyeron con pureza de fe: “aunque ellos no comprendieron que misterio era este ni que significaba cada uno de sus dones, poco importaba, porque la misma gracia que los inducía a hacer estas cosas; lo tenía todo dispuesto y ordenado” (San Juan Crisóstomo).
También debemos alegrarnos en los magos de Oriente, primicias de nuestro llamado a la fe católica. “Los tres hombres que ofrecen a Dios sus dones representan a sus pies, las naciones venidas de las tres partes del mundo: mientras abren sus tesoros, hacen salir del fondo del corazón la confesión de la fe” (La glosa)23.
La Virgen vio en aquellos magos las primicias de las naciones a las cuales también se iba a manifestar su Hijo según habían dicho los profetas24 y también el homenaje de las naciones a su Hijo rey25.
María va contemplando con más claridad el misterio de su Hijo, el Verbo Encarnado.
La Virgen recuerda a aquellos seguidores perseverantes de la estrella que desde Oriente vinieron buscando incansablemente al rey universal y no se detuvieron hasta alcanzar su fin, ver al Niño Dios. En ellos María seguirá viendo a través del tiempo muchos hijos suyos buscadores incansables de su Hijo.
1 Lc 2, 51
2 Cf. Mt 2, 11
3 Cf. Mt 2, 1-11
4 Lc 1, 45
5 Santo Tomás de Aquino, Catena Áurea, comentario a Mt 2,2. En adelante Catena Áurea…
6 Cat. Ig. Cat., 153
7 Cat. Ig. Cat, 154
8 Cat. Ig. Cat, 155
9 Ct. Ig. Ct, 156
10 Royo Marín, Teología Moral para Seglares (I), BAC Madrid 1973, 253.
11 Ct. Ig. Cat, 163
12 Ct. Ig. Cat, 164
13 A los sacerdotes del seminario de Moncada, 21-09-1982, Valencia (España).
14 Cf. Mt 7,6
15 Cf. Lc 23, 7-9
16 St 2, 18
17 Mt 23, 3
18 5, 6
19 Cf. Royo Marín, Teología Moral para Seglares (I)…, 246-47.
20 1 Tim 1, 18-19
21 Cf. Cat. Ig. Cat, 162
22 Mt 2, 10
23 Las citas de los Santos Padres son de la Catena Áurea, comentario a Mt 2, 1-12 y de San Juan Crisóstomo, comentario a Mt 2, 1-12.
24 Jr 23, 5 ss.; 33, 15; Is 11.32 y 60; Ez 37, 23 ss.
25 Nm 24,17; Is 49, 23; 60, 5 ss.; Sal 77, 10-15
San Gregorio Magno
Los Magos de oriente
Habéis oído, hermanos carísimos, en la lectura del Evangelio de este día, que, habiendo nacido el Rey del cielo, se turbó el rey de la tierra; porque la grandeza de este mundo se anonada en el momento que aparece la majestad del cielo. Más se nos ocurre preguntar: ¿qué razones hubo para que inmediatamente que nació a este mundo nuestro Redentor fuera anunciado por los ángeles a los pastores de la Judea, y a los magos del Oriente no fuera anunciado por los ángeles, sino por una estrella, para que viniesen a adorarle? Porque a los judíos, como criaturas que usaban de su razón, debía anunciarles esta nueva un ser racional, esto es, un ángel; y los gentiles, que no sabían hacer uso de su razón, debían ser guiados al conocimiento de Dios, no por medio de palabras, sino por medio de señales. De aquí que dijera San Pablo: «Las profecías fueron dadas a los fieles, no a los infieles; las señales a los infieles, no a los fieles» , porque a aquéllos se les han dado las profecías como fieles, no a los infieles, y a éstos se les han dado señales como infieles, no a los fieles. Es de advertir también que los Apóstoles predicaron a los gentiles a nuestro Redentor cuando era ya de edad perfecta; y que mientras fue niño, que no podía hablar naturalmente, es una estrella la que le anuncia; la razón es porque el orden racional exigía que los predicadores nos dieran a conocer con su palabra al Señor que ya hablaba, y cuando todavía no hablaba le predicasen muchos elementos.
Debemos considerar en todas estas señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de profecía, ni por los milagros. Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron reconocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos, los cuales aún hoy no quieren romperse para penitencia y rehúsan confesar al que los elementos, con sus señales, declaraban como Dios. Aun ellos, para colmo de su condenación, sabían mucho antes que había de nacer el que despreciaron cuando nació; y no sólo sabían que había de nacer, sino también el lugar de su nacimiento. Porqué preguntados por Herodes, manifestaron este lugar que habían aprendido por la autoridad de las Escrituras. Refirieron el testimonio en que se manifiesta que Belén sería honrada con el nacimiento de este nuevo caudillo; para que su misma ciencia les sirviera a ellos de condenación y a nosotros de auxilio para que creyéramos. Perfectamente los designó Isaac cuando bendijo a Jacob su hijo , pues estando ciego y profetizando, no vio en aquel momento a su hijo, a quien tantas cosas predijo para lo sucesivo; esto es, porque el pueblo judío, lleno del espíritu de profecía y ciego de corazón, no quiso reconocer presente a aquel de quien tanto se había predicho.
Inmediatamente que supo Herodes el nacimiento de nuestro Rey, recurre a la astucia con el fin de no ser privado de su reino terreno. Suplica a los magos que le anunciasen a su vuelta el lugar en que estaba el Niño; simula que quiere ir también a adorarle, para si pudiera haberle a las manos, quitarle la vida. ¿Más qué vale la malicia de los hombres contra los designios de Dios? Escrito está: «No hay sabiduría, ni prudencia, ni consejo contra el Señor» . Así la estrella que apareciera guio a los Magos, que hallan al Rey recién nacido, le ofrecen sus dones y son avisados en sueños para que no volviesen a ver a Herodes, y de esta manera sucedió que Herodes no pudiera encontrar a Jesús, a quien buscaba. ¿Quiénes están representados en la persona de Herodes sino los hipócritas, los cuales, pareciendo que con sus obras buscan al Señor, nunca merecen hallarle?
Los Magos ofrecen oro, incienso y mirra; el oro conviene al rey, el incienso se ponía en los sacrificios ofrecidos a Dios; con la mirra eran embalsamados los cuerpos de los difuntos. Por consiguiente, con sus ofrendas místicas predican los Magos al que adoran: con el oro, como rey; con el incienso, como Dios, y con la mirra, como hombre mortal. Hay algunos herejes que creen en Jesús como Dios, pero niegan su reino universal; éstos le ofrecen incienso, pero no quieren ofrecerle también el oro. Hay otros que le consideran como rey, pero no le reconocen como Dios: éstos le ofrecen el oro y rehúsan ofrecerle el incienso. Y hay algunos que le confiesan como Dios y como rey, pero niegan que tomase carne mortal: éstos le ofrecen incienso y oro, y rehúsan ofrecerle la mirra de la mortalidad. Ofrezcamos nosotros al Señor recién nacido oro, confesando que reina en todas partes; ofrezcámosle incienso, creyendo que Aquel que se dignó aparecer en el tiempo era Dios antes de todos los siglos; ofrezcámosle mirra, confesando que Aquel de quien creemos que fue impasible en su divinidad, fue mortal por haber tomado nuestra carne.
En el oro, incienso y mirra puede darse otro sentido. Con el oro se designa la sabiduría, según Salomón, el cual dice: «Un tesoro codiciable descansa en boca del sabio» . Con el incienso que se quema en honor de Dios se expresa la virtud de la oración, según el Salmista, el cual dice: «Diríjase mi oración a tu presencia a la manera del incienso» . Por la mirra se representa la mortificación de nuestra carne; de, aquí que la Santa Iglesia diga de los operarios que trabajan hasta la muerte por Dios: «Mis manos destilaron mirra» . Por consiguiente, ofrecemos oro a nuestro rey recién nacido si resplandecemos en su presencia con la claridad de la sabiduría celestial. Le ofrecemos incienso, si consumimos los pensamientos carnales, por medio de la oración, en el ara de nuestro corazón, para que podamos ofrecer al Señor un aroma suave por medio de deseos celestiales. Le ofrecemos mirra, si mortificamos los vicios de la carne por medio de la abstinencia. La mirra, como hemos dicho, es un preservativo contra la putrefacción de la carne muerte. La putrefacción de la carne muerta significa la sumisión de este nuestro cuerpo mortal al ardor de la impureza, como dice el profeta de algunos: «Pudriéronse los jumentos en su estiércol» . El entrar en putrefacción los jumentos en su estiércol significa terminar los hombres su vida en el hedor de la lujuria. Por consiguiente, ofrecemos la mirra a Dios cuando preservamos a este nuestro cuerpo mortal de la podredumbre de la impureza por medio de la continencia.
Al volver los Magos a su país por otro camino distinto del que trajeron nos manifiestan una cosa que es de suma importancia. Poniendo por obra la advertencia que recibieron en sueños, nos indican qué es lo que nosotros debemos hacer. Nuestra patria es el paraíso, al que no podemos llegar, conocido Jesús, por el camino por donde vinimos. Nos hemos separado de nuestra patria por la soberbia, por la desobediencia, siguiendo el señuelo de las cosas terrenas y gustando el manjar prohibido; es necesario que volvamos a ella, llorando, obedeciendo, despreciando las cosas terrenas y refrenando los apetitos de nuestra carne. Por consiguiente, volvemos a nuestra patria por un camino muy distinto, porque los que nos hemos separado de los goces del paraíso con los deleites de la carne, volvemos a ellos por medio de nuestros lamentos. De aquí que sea necesario, hermanos carísimos, que con mucho temor y temblor pongamos siempre ante nuestra vista, por una parte las culpas de nuestras obras, y por otra el estrecho juicio a que se nos ha de someter. Pensemos en la severidad con que ha de venir el justo juez, que nos amenaza con un estrechísimo juicio y ahora está oculto a nuestra vista; que amenaza con severos castigos a los pecadores, y, no obstante, todavía los espera: que está dilatando su segunda venida para encontrar menos a quienes condenar. Castiguemos con el llanto nuestras culpas, y prevengamos su presencia por medio de la confesión, poniendo por obra lo que dice el Salmista . No nos dejemos engañar por fugaces placeres, ni tampoco nos dejemos seducir por vanas alegrías. No tardaremos en ver al juez que dijo: « ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis»! Por eso dijo Salomón: «La risa será mezclada con el dolor, y el fin de los goces será ocupado por el llanto» .
Y en otro lugar dice: «He considerado la risa como un error, y he dicho al gozo: ¿por qué engañas en vano?» . Temamos mucho los preceptos de Dios, si con sinceridad celebramos las fiestas de Dios; porque es un sacrificio muy grato a Dios la aflicción de los pecados, como dice el Salmista: «Es un sacrificio a Dios el espíritu atribulado» . Nuestros pecados antiguos quedaron borrados al recibir el bautismo; más después de recibido hemos cometido muchísimos, pero no nos podemos volver a lavar con su agua. Puesto que hemos manchado nuestra vida después de recibido el bautismo, bauticemos con lágrimas nuestra conciencia, para que, volviendo a nuestra patria por distinto camino del que llevamos, los que nos hemos separado de él atraídos por los bienes terrenales volvamos a él llenos de amargura por los males que hemos obrado, con el auxilio de Nuestro Señor Jesucristo.
San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, Rialp Madrid 1957, 115-23
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Domingo 8 de enero 2023
Entrada: Celebramos hoy la Solemnidad de la Epifanía del Señor. En ella celebramos el hecho de que Jesucristo se manifiesta como verdadero Dios y verdadero hombre ante todos los pueblos de la tierra, representados por los Reyes Magos, quienes adoraron al Niño Dios puesto en el pesebre. Ese mismo sentido de adoración, de reverencia y de admiración que tuvieron los Reyes Magos debemos tenerlos nosotros en esta Santa Misa.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Isaías 60, 1- 6
La gloria del Señor brilla sobre Jerusalén, Cristo es la Luz que alumbra a las naciones.
Salmo Responsorial: 71
2° Lectura Efesios 3, 2- 3ª. 5- 6
También los paganos participan de la misma promesa hecha desde antiguo al Pueblo de Dios.
Evangelio Mateo 2, 1- 12
Los Magos se rinden ante Cristo y lo adoran. Con sus dones lo reconocen como Rey, como Dios y preanuncian su muerte y resurrección.
Preces
Pidamos a Dios humildemente lo necesario para caminar iluminados por la virtud de la fe, de la esperanza y de la caridad.
A cada intención respondemos cantando…
— Por todos los pueblos que no conocen a Cristo, para que por este misterio de la manifestación de Cristo lleguen al conocimiento de la verdad que salva. Oremos…
— Por todos los misioneros que se esfuerzan por hacer conocer el nombre de Cristo entre los pueblos paganos, especialmente aquellos que están solos o atribulados, para que no decaigan ante las adversidades. Oremos…
— Por la paz en el mundo, especialmente en Siria, para que cesen las hostilidades y venga para este país un tiempo de paz y progreso. Oremos…
— Por los que sufren hambre, enfermedad o soledad, para que sean ayudados en su cuerpo y en su alma por el misterio de la manifestación de Cristo. Oremos…
— Por las familias de nuestra comunidad, para que aprendan a recibir a Cristo, acogiéndolo en los pobres. Oremos…
Escucha nuestras súplicas, Dios todopoderoso, y ayúdanos a ser testigos tuyos delante de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio
Al descubrir la grandeza de Cristo y su soberanía, y sobre todo al descubrir su misterio insondable, brota en nosotros espontáneamente el reconocimiento y la adoración.
Son nuestros dones:
+ Incienso y nuestro acto de fe en el misterio de la Encarnación.
+ Cirios proclamando el triunfo de la Luz surgida en la Noche santa de Belén.
+ Pan y vino, expresando nuestra participación en el memorial del Señor.
Comunión: Nos rendimos ante Cristo y lo adoramos comulgando con fe y devoción.
Salida María Madre de Dios, te pedimos nos ayudes a ser luz que brillando en medio de las tinieblas de este mundo ilumine a todos los que viven en sombra de muerte.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)