PRIMERA LECTURA
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel
Lectura del libro del profeta Isaías 5, 1-7
Voy a cantar en nombre de mi amigo
el canto de mi amado a su viña.
Mi amigo tenía una viña
en una loma fértil.
La cavó, la limpió de piedras
y la plantó con cepas escogidas;
edificó una torre en medio de ella
y también excavó un lagar.
El esperaba que diera uvas,
pero dio frutos agrios.
Y ahora, habitantes de Jerusalén
y hombres de Judá,
sean ustedes los jueces
entre mi viña y yo.
¿Qué más se podía hacer por mi viña
que yo no lo haya hecho?
Si esperaba que diera uvas,
¿por qué dio frutos agrios?
Y ahora les haré conocer
lo que haré con mi viña:
Quitaré su valla, y será destruida,
derribaré su cerco y será pisoteada.
La convertiré en una ruina,
y no será podada ni escardada.
Crecerán los abrojos y los cardos,
y mandaré a las nubes
que no derramen, lluvia sobre ella.
Porque la viña del Señor de los ejércitos
es la casa de Israel,
y los hombres de Judá
son su plantación predilecta.
¡El esperó de ellos equidad,
y hay efusión de sangre;
esperó justicia,
y hay gritos de angustia!
Palabra de Dios.
SALMO Sal 79, 9. 12-16. 19-20 (R.: Is 5, 7a)
R. La viña del Señor es su pueblo.
Tú sacaste de Egipto una vid,
expulsaste a los paganos y la plantaste;
extendió sus sarmientos hasta el mar
y sus retoños hasta el Río. R.
¿Por qué has derribado sus cercos
para que puedan saquearla todos los que pasan?
Los jabalíes del bosque la devastan
y se la comen los animales del campo. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano,
el retoño que Tú hiciste vigoroso. R.
Nunca nos apartaremos de ti:
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.
¡Restáuranos, Señor de los ejércitos,
que brille tu rostro y seremos salvados! R.
SEGUNDA LECTURA
Pongan esto en práctica,
y el Dios de la paz estará con ustedes
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 6-9
Hermanos:
No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos.
Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Jn 15, 16
Aleluia.
«Yo los elegí del mundo,
para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero»,
dice el señor.
Aleluia.
EVANGELIO
Arrendará la viña a otros
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 33-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo.” Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»
Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
Jesús agregó:«¿No han leído nunca en las Escrituras:
“La piedra que los constructores rechazaron
ha llegado a ser la piedra angular:
esta es la obra del Señor,
admirable a nuestros ojos?”
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Palabra del Señor.
W. Trilling
Parábola de los viñadores homicidas
(Mt 21,33-46)
33 Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una torre; luego la arrendó a unos viñadores y se fue lejos de su tierra. 34 Cuando se acercó el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los viñadores, para percibir los frutos que le correspondían. 35 Pero los viñadores echaron mano a los criados, y al uno lo apalearon, al otro lo mataron, y al otro lo apedrearon. 36 Nuevamente envió otros criados más numerosos que los primeros, y con ellos hicieron lo mismo. 37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: A mi hijo lo respetarán. 38 Pero los viñadores, cuando vieron al hijo, se dijeron entre sí: éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedamos con su heredad. 39 Y, echándole mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando vuelva, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores? 41 Y le responden: Exterminará a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen a su tiempo los frutos correspondientes. 42 Díceles Jesús: ¿Nunca habéis leído en las Escrituras: «La piedra que desecharon los constructores, ésa vino a ser piedra angular; esto es obra del Señor, y admirable a nuestros ojos»? (Sal_118:22 s). 43 Por eso os digo: Os quitarán el reino de Dios, y lo darán a un pueblo que produzca los frutos del reino. 45 Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos oyeron estas parábolas de Jesús, se dieron cuenta de que se refería a ellos. 46 Y aunque intentaban arrestarlo, tuvieron miedo a las multitudes, porque lo tenían por profeta.
(…).
Esta segunda parábola tiene una fuerza insuperable. Sólo a duras penas puede verificarse el marco externo de una narración que sirve de ejemplo. El epílogo que está en el v. 43 saca explícitamente la consecuencia. No sólo pide cuentas de su actuación al incrédulo judaísmo contemporáneo, sino que, extendiéndose mucho más anuncia la sustitución del pueblo de la antigua alianza por un nuevo pueblo de Dios. En un cántico conmovedor, Isaías había comparado a Israel con la viña, que Dios había plantado y cuidado cariñosamente con la esperanza de obtener una buena y rica cosecha. «Y esperó hasta que diese uvas, y las dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros, ¡oh varones de Judá!, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué es lo que debí hacer, y que no haya hecho por mi viña?… Pues ahora os diré claramente lo que voy a hacer con mi viña: le quitaré su cerca, y será talada; derribaré su tapia, y será hollada» (Isa_5:2b.3.4a.5). Las primeras palabras de la parábola están configuradas de acuerdo con el cántico de la viña del profeta. Todos los oyentes fueron inmediatamente trasladados a la sombría atmósfera de este cántico.
Pero éste es sólo un punto de partida, y la historia de Jesús transcurre en otra dirección. No se altera el pensamiento fundamental de ambos textos: Israel es la viña; no ha dado ningún fruto y está maduro para el juicio. Con todo se patentiza la nueva dirección del relato de Jesús en que se arrienda la viña. En Isaías el dueño de la viña (Dios) y la viña (Israel) están fuerte y mutuamente enlazados. Dios planta la viña, se desengaña y amenaza con su destrucción. En esta parábola la viña ya no es Israel, sino el reino de Dios, lo cual se dice claramente en el último versículo: «Por eso os digo: Os quitarán el reino de Dios, y lo darán a un pueblo que produzca los frutos del reino» (21,43).
El reino de Dios fue confiado a los arrendatarios, así ha concebido san Mateo la parábola. Ahora empieza una cruel tragedia entre el dueño y los arrendatarios. En tiempo de la cosecha el señor de la viña envía a sus criados para ir a buscar el rendimiento. Pero los viñadores se portan cínica e indignamente. Se veja a los criados, más aún, se les da muerte. La próxima vez el dueño envía un número mayor para dar más peso a su voluntad e infundir mayor respeto a los arrendatarios. Pero eso tampoco hace ninguna impresión, se les maltrata y asesina del mismo modo. Por fin el señor se decide a mandar a su propio hijo con este encargo, esperando que los viñadores le respetarán. Ahora la malicia de los viñadores alcanza el punto culminante. Cuentan con el futuro, con que el hijo tome posesión de la herencia. Pero eso lo quieren impedir para ser ellos los que disfruten de la finca. Echan mano del hijo, lo arrojan fuera de su heredad y lo matan. Se cuenta una terrible historia de maldad humana, que ya no se puede exceder.
Casi es superfluo preguntar lo que hará el dueño con estos arrendatarios. Jesús hace sacar la consecuencia a los adversarios. Un doble castigo tiene que recaer sobre ellos: el dueño los matará y dará la viña a otros arrendatarios de confianza. La parábola es tan diáfana, que sólo la podemos entender aplicándola al pueblo desleal de Israel. No han obedecido a los mensajeros de Dios, sino que se han obstinado en su corazón. «Pero ellos no me escucharon, ni pusieron atención; sino que se abandonaron a sus apetitos, y a la depravación de su maleado ánimo; y volviéronme la espalda y no el rostro. Desde el día en que salieron sus padres de la tierra de Egipto hasta el día de hoy, yo os envié a vosotros todos mis siervos los profetas: cada día me daba prisa a enviarlos; mas no me escucharon, sino que se hicieron sordos y endurecieron su cerviz, y se portaron peor que sus padres», así es como se queja Dios nuestro Señor al profeta (Jer_7:24-26). Jesús continuará la letanía de la desobediencia (Jer_23:34-36). No han hecho caso de los profetas, tampoco harán caso del Hijo de Dios. Más aún, con él la malicia se vuelve especialmente grande, ya que no solamente echan mano de él y le matan como antes a los criados, sino que le arrojan fuera de la viña como prueba de especial oprobio. Así se trata al «hijo». Pero la sentencia que ellos llevan a término, reincide en ellos (cf. 27,25).
La viña fue entregada a los viñadores, para que produzca los frutos. Las imágenes aquí empiezan a confluir. La expresión de la parábola «pagar los frutos» viene a ser equivalente de «producir los frutos» en la vida. Las uvas de las cepas en la narración son los frutos del reino de Dios en el tema aludido. Los viñadores del relato corresponden al «pueblo» en la aplicación (21,43). Un pueblo ha rehusado, no ha entregado ningún fruto e incluso ha defraudado de mil modos las esperanzas del propietario. Ha sido traspasada la viña, es decir el reino de Dios, al otro pueblo, que no defraudará los deseos de Dios, sino que producirá los frutos de este reino. Pero los frutos son la justicia que debe superar la de los escribas y fariseos (5,20)… Así pues, la parábola sugiere un castigo y una promesa. Los primeros poseedores serán despojados de su cargo y sustituidos por otros. La recusación del antiguo pueblo de la alianza llega a su punto culminante en el asesinato del Hijo. El nuevo pueblo será fundado en la sangre de la alianza de Jesús (26,28). Allí se efectúa el prodigio inconcebible de que la piedra desechada como inútil pasa a ser piedra angular, que mantiene junto el edificio (Sal_118:22 s).
En tiempos del Nuevo Testamento apreció la Iglesia de forma especial estas palabras del salmo. En ellas la Iglesia vio prefigurado el gran prodigio de que el Mesías desechado fuera enaltecido como Señor mediante la resurrección (Cf. Hec_4:11; 1Pe_2:7.). Así pues, ya resplandece sobre el fondo sombrío la luz de la promesa. El plan de Dios de recibir el fruto que le ofrezca el género humano, no se frustra definitivamente por la recusación de Israel. Surgirá un nuevo pueblo, al que se confiará el reino y que producirá los frutos del mismo. Pero este fruto será «fruto del Espíritu» (Gal_5:22).
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Benedicto XVI
La parábola de los viñadores homicidas
En Isaías 5, 1-7 nos encontramos una canción de la viña. Probablemente el profeta la ha cantado con ocasión de la fiesta de las Tiendas, en el marco de la alegre atmósfera que caracterizaba su celebración, que duraba ocho días (cf. Dt 16, 14). Uno se puede imaginar cómo en las plazas, entre las chozas de ramas y hojas, se ofrecía todo tipo de representaciones, y cómo el profeta apareció entre los que celebraban la fiesta anunciándoles un canto de amor: el canto de su amigo y su viña. Todos sabían que la «viña» era la imagen de la esposa (cf. Qoh (Eclesiastés) 2, 15; 7, 13); así, esperaban algo ameno que correspondiera al clima de la fiesta. Y, en efecto, el canto empezaba bien: el amigo tenía una viña en un suelo fértil, en el que plantó cepas selectas, y hacía todo lo imaginable para su buen desarrollo. Pero después cambió la situación: la viña le decepcionó y en vez de fruto apetitoso no dio sino pequeños agracejos que no se podían comer. Los oyentes entienden lo que eso significa: la esposa había sido infiel, había defraudado la confianza y la esperanza, el amor que había esperado el amigo. ¿Cómo continuará la historia? El amigo abandona la viña al pillaje, repudia a la esposa dejándola en la deshonra que ella misma se había ganado.
Ahora está claro: la viña, la esposa, es Israel, son los mismos espectadores, a los que Dios ha mostrado el camino de la justicia en la Torá; estos hombres a los que había amado y por los que había hecho de todo, y que le han correspondido quebrantando la Ley y con un régimen de injusticias. El canto de amor se convierte en amenaza de juicio, finaliza con un horizonte sombrío, con la imagen del abandono de Israel por parte de Dios, tras el cual no se ve en ese momento promesa alguna. Se hace alusión a la situación que, en la hora angustiosa en que se verifique, se describe en el lamento ante Dios del Salmo 80: «Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste; le preparaste el terreno… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes…?» (vv. 9-13). En el Salmo, el lamento se convierte en súplica: «Cuida esta cepa que tu diestra plantó…, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve» (v. 16-20).
Tras los profundos cambios históricos que tuvieron lugar a partir del exilio, todavía era ésta fundamentalmente la situación antigua y nueva que Jesús se encontró en Israel, y habló al corazón de su pueblo. En una parábola posterior, ya cercano a su pasión, retoma el canto de Isaías modificándolo (cf. Mc 12, 1-12). Sin embargo, en sus palabras ya no aparece la vid como imagen de Israel; Israel está ahora representado más bien por los arrendatarios de una viña, cuyo dueño ha marchado y reclama desde lejos los frutos que le corresponden. La historia de la lucha siempre nueva de Dios por y con Israel se muestra en una sucesión de «criados» que, por encargo del dueño, llegan para recoger la renta, su parte de la vendimia. En el relato, que habla del maltrato, más aún, del asesinato de los criados, aparece reflejada la historia de los profetas, su sufrimiento y lo infructuoso de sus esfuerzos.
Finalmente, en un último intento, el dueño envía a su «hijo querido», el heredero, quien como tal también puede reclamar la renta ante los jueces y, por ello, cabe esperar que le presten atención. Pero ocurre lo contrario: los viñadores matan al hijo precisamente por ser el heredero; de esta manera, pretenden adueñarse definitivamente de la viña. En la parábola, Jesús continúa: «¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12, 9).
En este punto la parábola, como ocurre también en el canto de Isaías, pasa de ser un aparente relato de acontecimientos pasados a referirse a la situación de los oyentes. La historia se convierte de repente en actualidad. Los oyentes lo saben: Él habla de nosotros (cf. v. 12). Al igual que los profetas fueron maltratados y asesinados, así vosotros me queréis matar: hablo de vosotros y de mí.
La exégesis moderna acaba aquí, trasladando así de nuevo la parábola al pasado. Aparentemente habla sólo de lo que sucedió entonces, del rechazo del mensaje de Jesús por parte de sus contemporáneos; de su muerte en la cruz. Pero el Señor habla siempre en el presente y en vista del futuro. Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos, todo lo que se dice ¿no es de hecho una descripción de nuestro presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos, de nuestra época? Declaramos que Dios ha muerto y, de esta manera, ¡nosotros mismos seremos dios! Por fin dejamos de ser propiedad de otro y nos convertimos en los únicos dueños de nosotros mismos y los propietarios del mundo. Por fin podemos hacer lo que nos apetezca. Nos desembarazamos de Dios; ya no hay normas por encima de nosotros, nosotros mismos somos la norma. La «viña» es nuestra. Empezamos a descubrir ahora las consecuencias que está teniendo todo esto para el hombre y para el mundo…
Regresemos al texto de la parábola. En Isaías no había en este punto promesa alguna en perspectiva; en el Salmo, en el momento en que se cumple la amenaza, el dolor se convierte en oración. Ésta es la situación de Israel, de la Iglesia y de la humanidad que se repite siempre. Una y otra vez volvemos a estar en la oscuridad de la prueba, pudiendo clamar a Dios: «¡Restáuranos!». En las palabras de Jesús, sin embargo, hay una promesa, una primera respuesta a la plegaria: «¡Cuida esta cepa!». El reino se traspasa a otros siervos: esta afirmación es tanto una amenaza de juicio como una promesa. Significa que el Señor mantiene firmemente en sus manos su viña, y que ya no está supeditado a los criados actuales. Esta amenaza-promesa afecta no sólo a los círculos dominantes de los que y con los que habla Jesús. Es válida también en el nuevo pueblo de Dios. No afecta a la Iglesia en su conjunto, es cierto, pero sí a las Iglesias locales, siempre de nuevo, tal como muestra la palabra del Resucitado a la Iglesia de Efeso: «Arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Si no te arrepientes, vendré a ti y arrancaré tu candelabro de su puesto.» (Ap 2,5).
Pero a la amenaza y la promesa del traspaso de la viña a otros criados sigue una promesa mucho más importante. El Señor cita el Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte del Hijo no es la última palabra. Aquel que han matado no permanece en la muerte, no queda «desechado». Se convierte en un nuevo comienzo. Jesús da a entender que El mismo será el Hijo ejecutado; predice su crucifixión y su resurrección, y anuncia que de Él, muerto y resucitado, Dios levantará una nueva edificación, un nuevo templo en el mundo.
Se abandona la imagen de la cepa y se reemplaza por la imagen del edificio vivo de Dios. La cruz no es el final, sino un nuevo comienzo. El canto de la viña no termina con el homicidio del hijo. Abre el horizonte para una nueva acción de Dios. La relación con Juan 2, con las palabras sobre la destrucción del templo y su nueva construcción, es innegable. Dios no fracasa; cuando nosotros somos infieles, El sigue siendo fiel (cf. 2 Tm 2,13). El encuentra vías nuevas y más anchas para su amor. La cristología indirecta de las primeras parábolas queda superada aquí gracias a una afirmación cristológica muy clara.
(Ratzinger, J. – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Primera parte, Editorial Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 301 – 305)
P. José A. Marcone, IVE
La parábola de los viñadores homicidas
(Mt 21,33-46)
Introducción
La parábola que hemos escuchado hoy fue dicha por Jesús ya dentro de la Semana Santa. San Mateo la ubica el día lunes santo. El punto de partida de esta parábola está en la pregunta de los fariseos a Jesús: “¿Con qué autoridad has arrojado a los mercaderes del Templo? ¿Quién te ha dado esa autoridad?” (Mt 21,23). A dicha pregunta Jesús responde con la parábola de los dos hijos, que hemos leído el domingo pasado. En ella se insistía en la incredulidad del pueblo judío en general y de los fariseos en particular, que no creyeron en Jesucristo, en cuanto Dios hecho hombre y Mesías. En esa parábola se hablaba de dos clases de personas dentro del pueblo judío: los que habían creído en Jesús a pesar de ser muy pecadores (publicanos y prostitutas) y los que no habían creído en Jesús a pesar de decir de sí mismos que eran justos (fariseos). La persona de Jesús es signo de contradicción. La fe en el misterio de Cristo es la espada que divide a los distintos tipos de personas.
Pero con la parábola de hoy Jesús muestra todas las consecuencias que traerá el rechazo de su persona por parte del pueblo judío y, especialmente, de sus autoridades. Como bien dice Trilling, esta parábola es diáfana1 y su interpretación es clara. El rechazo de la persona de Cristo trae, fundamentalmente, dos consecuencias. Primero, la abolición completa de la religión del AT, significada tres días después, el viernes santo, con el rasgarse del velo del Templo (Mt 27,51), y 35 años después con la destrucción efectiva del Templo en el año 70. Segundo, el nacimiento de un culto nuevo, “en Espíritu y en verdad” (Jn 4,23), que tendrá como lugar de culto el Nuevo Templo, es decir, el Verbo Encarnado, en quien habita la plenitud de la divinidad (Col 2,9). El hecho de que el Nuevo Templo sea el Verbo Encarnado abre la posibilidad de la adoración a Dios a toda la humanidad. Ya no será privilegio de un solo pueblo, el judío.
1. Sentido fundamental de la parábola
El que planta la viña no es un simple patrón. Es, en griego, un oikodespótes, es decir ‘un dueño de casa’ (oikos en griego es ‘casa’). La Vulgata traduce por paterfamilias. Sin duda, es Dios, no sólo en cuanto Omnipotente sino también en cuanto Padre.
La viña es el pueblo de Israel que recibió la verdadera revelación hecha a Abraham y puesta por escrito por Moisés. La cerca, el lagar y la torre son todos los elementos necesarios para que la viña cumpla con su fin de dar frutos. Para Santo Tomás cada uno de ellos tiene un significado: la cerca es la Sagrada Escritura, el lagar es el altar de los holocaustos y la torre es el Templo2.
Los agricultores arrendatarios son en la parábola de Cristo las autoridades del pueblo judío que, en el momento en que Jesús habla, están representados por los miembros del Sanedrín (los ancianos y los sumos sacerdotes), los fariseos y los escribas.
Lo más importante de todo: ¿qué significa el fruto que Dios esperaba de esa viña? En la parábola del profeta Isaías que hemos leído en la primera lectura el fruto es la adoración al verdadero Dios y las obras de justicia. Por el contrario, los frutos agraces son la adoración a los ídolos y las obras de iniquidad del pueblo.
En la parábola de Cristo el fruto es la aceptación de la persona de Cristo, lo cual implica la fe en Él, en cuanto Dios hecho hombre y Mesías enviado por Dios.
Los siervos enviados a recibir el fruto son los profetas. Estos, desde Abraham en adelante, creyeron en Cristo y lucharon para que la fe del pueblo de Israel se encaminara a la aceptación de Cristo. Dice Jesús respecto a Abraham: “Vuestro padre Abrahán se alegró deseando ver mi día: lo vio y se alegró” (Jn 8,56). Y de Moisés dice: “Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí” (Jn 5,46). Y a Isaías, por ejemplo, se lo llama ‘el quinto evangelista’ porque describió la pasión de Cristo como si la estuviera viendo (Is 53). Y Daniel, de quien Jesús toma su nombre preferido de ‘Hijo del hombre’, describió al Mesías con rasgos divinos (cf. Dan 7,13-14). Y así, cada uno de los profetas creyó en Cristo y trató de que la viña diera esos mismos frutos de fe en Cristo.
Pero no lo consiguieron. Aún más, por dar testimonio de Cristo fueron perseguidos a muerte por las autoridades judías. A Daniel lo arrojaron al foso de los leones (Dan 6,12ss). Según una tradición judía, Isaías fue martirizado bajo el rey Manasés; y esa tradición era aceptada en el tiempo de Cristo. A Miqueas lo golpearon por decir la verdad (1Re 22,24). En fin, el mismo Jesucristo lo dice: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas!, que edificáis sepulcros a los profetas, adornáis las tumbas de los justos y decís: Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos participado con ellos en la sangre de los profetas. Así testificáis contra vosotros mismos, que sois hijos de los que mataron a los profetas. Colmad, pues, la medida de vuestros padres” (Mt 23,29-32).
La misma invectiva que Jesús arroja a los fariseos en Mateo capítulo 23, se halla en Lucas, pero con una redacción que aporta muchas variantes importantes y algunas novedades: “¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los profetas, y fueron vuestros padres quienes los asesinaron! Así manifestáis que estáis de acuerdo con lo que hicieron vuestros padres, pues ellos los mataron y vosotros construís los sepulcros. Por eso dijo también la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles; a unos los matarán y a otros los perseguirán. Pero Dios pedirá cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas asesinados desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el santuario. Sí, yo os digo que Dios pedirá cuentas a esta generación” (Lc 11,47-51).
Es tan diáfana la parábola que los fariseos reconocen inmediatamente que está hablando de ellos. Y como para ponerle su propio sello y confirmar que ellos son de la misma raza de aquellos que mataron a los profetas, quieren matar a Cristo en ese mismo momento. Pero no lo hacen por temor al pueblo que lo tenía por profeta (cf. Mt 21,45-46).
El P. Castellani dice refiriéndose a la expulsión de los mercaderes del templo y a la controversia que sigue, de la cual nuestra parábola forma parte: “Toda estas perícopas están ahiladas por una clara lógica interna: Cristo terminaba su misión con una decisión terminante y una energía rayana en la violencia; del otro lado ya no hay más preocupación que la del modo de darle muerte”3.
El rechazo de Cristo es total, hasta el punto de matarlo. Por eso el Reino será entregado a aquellos ‘que hagan frutos’ (en griego, poioûnti toùs karpoùs), es decir, que crean en que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, que acepten la revelación completa que Él trae y que acepten también la salvación ofrecida por Él. No importa ya si pertenecen al pueblo judío o no; lo único importante es que ‘hagan frutos’.
2. La alegoría final
Jesucristo cierra la parábola citando el Sal 118,22-23, según la Biblia de los LXX: “La piedra que rechazaron los constructores, / se ha convertido en cabeza de ángulo. / Esto ha sido hecho por el Señor / y es admirable a nuestros ojos” (Mt 21,42). El Salmo 118 es mesiánico (y los fariseos lo sabían) y se refiere a la resurrección del Mesías. En efecto, el Salmo narra la situación del Mesías perseguido y acosado por sus enemigos. Pero Dios actúa y no permite que caiga en las sombras de la muerte. Y por eso, en los versículos 17-18, dice: “No, no he de morir, viviré, y contaré las obras de Yahveh; / me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte”.
Por lo tanto, la piedra de descarte que se ha convertido en piedra angular es el Mesías que no queda atrapado en la muerte. San Pedro, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, aplica este Salmo explícitamente a la resurrección de Cristo. Después de curar al tullido de nacimiento, Pedro les explica a los judíos en Nombre de quién se ha hecho este milagro: “Sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular” (Hech 4,10-11).
Es una lástima que el Leccionario en uso en Argentina no traiga el versículo de Mt 21,44, que está en los dos manuscritos más importantes: el Sinaiticus (letra alef) y el Vaticanus (B). Sólo en un manuscrito medianamente importante no está, en el Cantabrigiensis (D), y en algunos manuscritos secundarios. La Vulgata lo trae y la mayoría de las biblias modernas también: Martín Nieto, Nacar-Colunga, Torres Amat, Editorial de la Universidad de Navarra (EUNSA), Biblia de las Américas, etc. La Biblia de Jerusalén no lo trae. Tampoco lo trae la Biblia del Pueblo de Dios, traducción de los argentinos Levoratti y Trusso, y en base a la cual se ha hecho el actual Leccionario en uso en Argentina. Aunque en la primera edición de esta traducción sí aparecía dicho versículo, aunque entre corchetes.
El versículo de Mt 21,44 es el siguiente: “Quien caiga sobre esta piedra se destrozará, y al que le caiga encima será pulverizado”. Esta frase sí figura en la conclusión de la misma parábola en San Lucas (Lc 20,18). Esta frase es terrible y expresa, en su sentido global, las consecuencias tremendas que se siguen del rechazo de Cristo: la propia destrucción de una manera absoluta y duradera. No puede haber una imagen más terrible que la que Cristo presenta aquí. Lo primero (golpearse contra la piedra y despedazarse) hace acordar a lo que le pasó a Judas por, precisamente, rechazar a Cristo: “Era preciso que se cumpliera la Escritura (…) acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús (…). Adquirió un campo con el precio de su pecado, cayó de cabeza, reventó por la mitad y se desparramaron todas sus entrañas” (Hech 1,16.18). Lo segundo (ser pulverizado por la piedra que cae encima), también es muy gráfica y expresa la destrucción total. Santo Tomás compara esta acción con lo que hace una piedra enorme cayendo sobre una vasija de arcilla4. Y esa piedra, recordémoslo, es Cristo. Pierde aquí todo fundamento cualquier interpretación sensiblera acerca de lo que Cristo dice de sí mismo y lo que Cristo es en sí mismo.
La primera imagen (golpearse contra la piedra y despedazarse) hace mención a lo que la Escritura llama varias veces ‘la piedra de tropiezo’, que es sinónimo de ‘piedra de escándalo’. Es la piedra que sirve de trampa y hace caer moralmente, provoca una caída moral. Cristo se convierte en piedra de tropiezo y escándalo para aquellos que no quieren aceptar que Dios se haya vaciado de sí mismo (verbo griego kenóo, Filp 2,7) y haya tomado una naturaleza igual a la nuestra, abajándose y anonadándose, tomando la forma de siervo y obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Filp 2,7-8). Por eso dice San Pedro: “Jesucristo es para los incrédulos la piedra que rechazaron los constructores (…), y piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan, porque no obedecen a la Palabra: para esto habían sido destinados” (1Pe 2,7-8)5.
La segunda imagen (ser pulverizado por la piedra que cae encima) es más definitiva que la primera. Esa es la razón por la cual Jesús usa las dos imágenes para aplicársela a sí mismo. Cuando dice que Él será como una piedra que cae encima y pulveriza se refiere a que la perdición de aquel que lo ha rechazado es definitiva6.
Y no olvidemos que Jesús está hablando de aquella piedra que ahora ha sido constituida cabeza de ángulo, es decir, habla de sí mismo en cuanto resucitado. La piedra que es causa de destrucción para el que lo rechaza es Jesucristo resucitado. Esto significa que esta cualidad de la piedra no se aplica solamente a los fariseos presentes aquel lunes santo en Jerusalén, sino que se aplica a todos los hombres de todos los tiempos.
Así como gráfica es la imagen que usa Jesús, gráfico es también lo acontecido históricamente a Jerusalén y a su Templo en el año 70 por obra del general romano Tito. Sobre el lugar donde antes se alzaba Jerusalén fue pasado el arado y del Templo no quedó piedra sobre piedra. Basta leer el Libro VII de “Las guerras judías”, de Flavio Josefo, para darse una idea hasta qué punto es tremenda la piedra angular cuando es rechazada por los hombres. En efecto, dice Flavio Josefo: “El general Tito mandó que acabasen de destruir toda la ciudad y todo el templo también, dejando solamente aquellas torres que eran más altas que las otras (…). Esto lo hizo para que (…) se mostrase a los hombres venideros qué clase de ciudad, cuán fortificada y abastecida, era la que habían conquistado y ocupado los romanos. Derribaron todo el otro cerco de la ciudad, y de tal manera la allanaron toda, que cuantos a ella se llegasen apenas creerían haber sido habitada en algún tiempo”7.
De verdad que sobre la ciudad de Jerusalén y su Templo cayó la piedra angular que es Cristo y los pulverizó.
Conclusión
Para aquellos que rechazan a Cristo la piedra angular se convierte en piedra de tropiezo y piedra que hace trizas. Sin embargo, para aquel que lo acepta plenamente, Cristo cumple a la perfección su función de piedra angular: “Acercaos a Él, piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios; disponeos como piedras vivientes, a ser edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales agradables a Dios por mediación de Jesucristo; pues dice la Escritura: Yo pongo en Sion una piedra angular, escogida, preciosa; el que crea en ella no será defraudado. Para vosotros, los creyentes, es piedra de gran valor” (1Pe 2,4-7).
1 Cf. Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
2 Cf. Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 21, lectio 2.
3 Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 288.
4 Cf. Sancti Tomae de Aquino, Ibidem.
5 Ya en el AT Yahveh se presentaba, para los incrédulos, como piedra de tropiezo y piedra de escándalo: “Sólo al Señor todopoderoso tened por santo; temedle a él, sólo ante él temblad. Él será una piedra de tropiezo, una roca que puede hacer caer para las dos casas de Israel; un lazo y una trampa para los habitantes de Jerusalén. Muchos tropezarán en ella, caerán, se harán pedazos, serán prendidos en la trampa y apresados” (Is 8,13-15).
6 Respecto a esto dice San Jerónimo: “El que es pecador y sin embargo cree en Él, cae en verdad sobre esta piedra y se quebranta, pero no se destroza por completo, sino que se le espera por medio de la paciencia para obtener su salvación. Y cuando cae sobre alguno (esto es quien de corazón ha negado a Jesucristo), lo quebrantará de tal modo que no quedará de él una sola teja en que pueda beber un poco de agua” (San Jerónimo, en SAnto Tomás de Aquino, Catena Aurea).
7 Flavio Josefo, Las guerras judías, Libro VII, cap. 18.
Benedicto XVI
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, así como la página del evangelio según san Mateo, han propuesto a nuestra asamblea litúrgica una sugestiva imagen alegórica de la Sagrada Escritura: la imagen de la viña, de la que ya hemos oído hablar los domingos precedentes. El pasaje inicial del relato evangélico hace referencia al “cántico de la viña”, que encontramos en Isaías. Se trata de un canto ambientado en el contexto otoñal de la vendimia: una pequeña obra maestra de la poesía judía, que debía resultar muy familiar a los oyentes de Jesús y gracias a la cual, como gracias a otras referencias de los profetas (cf. Os 10, 1; Jr 2, 21; Ez 17, 3-10; 19, 10-14; Sal 79, 9-17), se comprendía bien que la viña indicaba a Israel. Dios dedica a su viña, al pueblo que ha elegido, los mismos cuidados que un esposo fiel reserva a su esposa (cf. Ez 16, 1-14; Ef 5, 25-33).
Por tanto, la imagen de la viña, junto con la de las bodas, describe el proyecto divino de la salvación y se presenta como una conmovedora alegoría de la alianza de Dios con su pueblo. En el evangelio, Jesús retoma el cántico de Isaías, pero lo adapta a sus oyentes y a la nueva hora de la historia de la salvación. Más que en la viña pone el acento en los viñadores, a quienes los “servidores” del propietario piden, en su nombre, el fruto del arrendamiento. Pero los servidores son maltratados e incluso asesinados.
¿Cómo no pensar en las vicisitudes del pueblo elegido y en la suerte reservada a los profetas enviados por Dios? Al final, el propietario de la viña hace un último intento: manda a su propio hijo, convencido de que al menos a él lo escucharán. En cambio, sucede lo contrario: los viñadores lo asesinan precisamente porque es el hijo, es decir, el heredero, convencidos de quedarse fácilmente con la viña. Por tanto, se trata de un salto de calidad con respecto a la acusación de violación de la justicia social, como aparece en el cántico de Isaías. Aquí vemos claramente cómo el desprecio de la orden impartida por el propietario se transforma en desprecio de él: no es una simple desobediencia de un precepto divino, es un verdadero rechazo de Dios: aparece el misterio de la cruz.
Lo que denuncia esta página evangélica interpela nuestro modo de pensar y de actuar. No habla sólo de la “hora” de Cristo, del misterio de la cruz en aquel momento, sino de la presencia de la cruz en todos los tiempos. De modo especial, interpela a los pueblos que han recibido el anuncio del Evangelio. Si contemplamos la historia, nos vemos obligados a constatar a menudo la frialdad y la rebelión de cristianos incoherentes. Como consecuencia de esto, Dios, aun sin faltar jamás a su promesa de salvación, ha tenido que recurrir con frecuencia al castigo.
En este contexto resulta espontáneo pensar en el primer anuncio del Evangelio, del que surgieron comunidades cristianas inicialmente florecientes, que después desaparecieron y hoy sólo se las recuerda en los libros de historia. ¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? Naciones que en otro tiempo eran ricas en fe y en vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna. Hay quien, habiendo decidido que “Dios ha muerto”, se declara a sí mismo “dios”, considerándose el único artífice de su destino, el propietario absoluto del mundo.
Desembarazándose de Dios, y sin esperar de él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que se le antoje y que puede ponerse como la única medida de sí mismo y de su obrar. Pero cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara “muerto” a Dios, ¿es verdaderamente más feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y dueños únicos de la creación, ¿pueden construir de verdad una sociedad donde reinen la libertad, la justicia y la paz? ¿No sucede más bien —como lo demuestra ampliamente la crónica diaria— que se difunden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus manifestaciones? Al final, el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.
Pero en las palabras de Jesús hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su suerte a los viñadores infieles, el propietario no renuncia a su viña y la confía a otros servidores fieles. Esto indica que, si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, siempre habrá otros pueblos dispuestos a acogerla.
Precisamente por eso Jesús, citando el salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (v. 22), asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Tras su muerte no permanecerá en la tumba; más aún, precisamente lo que parecerá ser una derrota total marcará el inicio de una victoria definitiva. A su dolorosa pasión y muerte en la cruz seguirá la gloria de la resurrección. Entonces, la viña continuará produciendo uva y el dueño la arrendará “a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo” (Mt 21, 41).
La imagen de la viña, con sus implicaciones morales, doctrinales y espirituales aparecerá de nuevo en el discurso de la última Cena, cuando, al despedirse de los Apóstoles, el Señor dirá: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15, 1-2). Por consiguiente, a partir del acontecimiento pascual la historia de la salvación experimentará un viraje decisivo, y sus protagonistas serán los “otros labradores” que, injertados como brotes elegidos en Cristo, verdadera vid, darán frutos abundantes de vida eterna (cf. Oración colecta).
Entre estos “labradores” estamos también nosotros, injertados en Cristo, que quiso convertirse él mismo en la “verdadera vid”. Pidamos al Señor, que nos da su sangre, que se nos da a sí mismo en la Eucaristía, que nos ayude a “dar fruto” para la vida eterna y para nuestro tiempo.
El mensaje consolador que recogemos de estos textos bíblicos es la certeza de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final vence Cristo. ¡Siempre! La Iglesia no se cansa de proclamar esta buena nueva, como sucede también hoy, en esta basílica dedicada al Apóstol de los gentiles, el primero en difundir el Evangelio en vastas regiones de Asia menor y Europa. Renovaremos de modo significativo este anuncio durante la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tiene como tema: “La Palabra de Dios en la vida y en la
misión de la Iglesia”.
Cuando Dios habla, siempre pide una respuesta; su acción de salvación requiere la cooperación humana; su amor espera correspondencia. Que no suceda jamás, queridos hermanos y hermanas, lo que relata el texto bíblico apropósito de la viña:
“Esperó que diese uvas, pero dio agrazones” (Is5, 2). Sólo la Palabra de Dios puede cambiar en profundidad el corazón del hombre; por eso, es importante que tanto los creyentes como las comunidades entren en una intimidad cada vez mayor con ella. La Asamblea sinodal dirigirá su atención a esta verdad fundamental para la vida y la misión de la Iglesia. Alimentarse con la palabra de Dios es para ella la tarea primera y fundamental. En efecto, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las pobrezas de los hombres que la componen. Sabemos, además, que el anuncio de la Palabra, siguiendo a Cristo, tiene como contenido el reino de Dios (cf. Mc 1, 14-15), pero el reino de Dios es la persona misma de Jesús, que con sus palabras y sus obras ofrece la salvación a los hombres de todas las épocas. Es interesante al respecto la consideración de san Jerónimo: “El que no conoce las Escrituras no conoce la fuerza de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo” (Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24, 17).
En este Año paulino oiremos resonar con particular urgencia el grito del Apóstol de los gentiles: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16); grito que para todo cristiano se convierte en invitación insistente a ponerse al servicio de Cristo.
“La mies es mucha” (Mt 9, 37), repite también hoy el Maestro divino: muchos aún no se han encontrado con él y están a la espera del primer anuncio de su Evangelio; otros, a pesar de haber recibido una formación cristiana, han perdido el entusiasmo y sólo conservan un contacto superficial con la Palabra de Dios; y otros se han alejado de la práctica de la fe y necesitan una nueva evangelización.
Además, no faltan personas de actitud correcta que se plantean preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y de la muerte, preguntas a las que sólo Cristo pude dar respuestas satisfactorias. En esos casos es indispensable que los cristianos de todos los continentes estén preparados para responder a quienes les pidan razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), anunciando con alegría la Palabra de Dios y viviendo sin componendas el Evangelio.
Al participar en la celebración eucarística, experimentamos siempre el íntimo vínculo que existe entre el anuncio de la Palabra de Dios y el sacrificio eucarístico: es el mismo Misterio que se ofrece a nuestra contemplación. Por eso “la Iglesia —como puso de relieve el concilio Vaticano II— siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, sobre todo en la sagrada liturgia, y nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (Dei Verbum, 21). El Concilio concluye con razón: “Como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la Palabra de Dios, “que dura para siempre”” (ib., 26).
Que el Señor nos conceda acercarnos con fe a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que nos obtenga este don María santísima, que “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19).
Que ella nos enseñe a escuchar las Escrituras y a meditarlas en un proceso interior de maduración, que jamás separe la inteligencia del corazón. Que también nos ayuden los santos, en particular el apóstol san Pablo, a quien durante este año estamos descubriendo cada vez más como intrépido testigo y heraldo de la Palabra de Dios. Amén.
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pablo extramuros el domingo 5 de octubre de 2008 en la inauguración de la XII asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos)
P. Gustavo Pascual, IVE
LOS VIÑADORES HOMICIDAS
Mt 21, 33-42 (Mc 12, 1-12; Lc 20, 9-19)
Esta parábola está en los sinópticos. El evangelio mismo dice que es una parábola aunque podríamos decir que es una parábola alegoría porque cada uno de los elementos tiene un significado.
Así dice la Biblia de Jerusalén que “el propietario es Dios; la viña, el pueblo elegido, Israel; los siervos, los profetas; el hijo, Jesús muerto fuera de las murallas de Jerusalén; los viñadores homicidas, los judíos infieles; el otro pueblo al que se le confiará la viña, los gentiles y los judíos creyentes”.
La parábola enseña que los judíos infieles y principalmente los dirigentes del pueblo rechazaron una y otra vez a los enviados de Dios y finalmente a Jesús el hijo amado del padre. Perdieron la administración del pueblo de Dios que paso a manos de la Iglesia. La sinagoga dejó de regir al pueblo de Dios y comenzó a hacerlo la Iglesia.
¿Se dieron cuenta los escribas y fariseos, los jefes religiosos que la parábola la decía por ellos? Sí y querían matar a Jesús, lo cual, iban a hacer. Por ahora la muerte del hijo era una profecía como así también el cambio de dirección del pueblo de Dios. Era un hecho el rechazo que habían hecho de los profetas y el rechazo que en germen hacían de Jesús.
Cuando en Mateo les pregunta Jesús que hará con los viñadores homicidas, los jefes religiosos, se indignan contra ellos, pero al aclarar más la parábola se indignan contra Cristo que les decía la verdad.
Después de decir la parábola les cita el Salmo 118, 22-23 en donde dice que la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Los arquitectos, los expertos en construcción, dejan de lado una piedra, la desechan… Ellos matan a Jesús creyendo con esto que se quedarían con la herencia pero a quien rechazan es la piedra angular del nuevo pueblo de Dios. Perdieron la herencia, se les quitó la administración del pueblo de Dios y Jesús recibió la herencia convirtiéndose en rey del nuevo pueblo de Dios y piedra fundamental sobre la que se asienta la Iglesia. La piedra invisible que sostiene a la Iglesia.
Es maravilloso lo que sucedió con los judíos. Rechazaron por su ceguera a Jesús. Al que tanto tiempo habían esperado lo rechazaron y lo mataron. Pero, además, es maravilloso lo que hizo Dios: quitarles la herencia y dársela a otros.
La piedra que cae sobre alguno lo aplastará y el que caiga sobre la piedra será destruido.
Si bien esta sentencia hace alusión a Dn 2, 34ss, en la cual, la piedra que se desprende del monte destruye toda la estatua que representaba a todos los reinos anteriores a la venida de Cristo podemos también hablar de los hombres que tropezaron en la piedra, Jesús, condenándose por rechazarlo ya que en Él es en el único que hay salvación. Caen por Jesús los hombres que rechazan su doctrina y sus mandatos. Por otra parte, aquellos que luchan contra Jesús se destruyen a sí mismos porque Jesús es la piedra indestructible que ha puesto Dios y sobre la cual se construye el verdadero reino de Dios.
Es una parábola que se refiere al Reino de los cielos y a un aspecto particular del Reino. Dios quiere comenzar su Reino con un pueblo que Él elige de entre todos los pueblos, pueblo al que llena de gracias, porque Dios da la gracia a cada uno según la misión que le encomienda. Dios da todas las gracias al pueblo de Israel para que dé los frutos a su tiempo, para que cuando venga el Mesías lo encuentre bien dispuesto para fundar en él su Reino definitivo y pactar con él su Alianza Eterna. Sin embargo, este pueblo no da fruto, y Dios una y otra vez le recuerda que tiene que rendirle los frutos de su administración, pero, por el contrario, Israel maltrata y mata a los enviados. Finalmente Dios envía a su único Hijo pensando que a Él le obedecerán y lo matan para quedarse con la herencia. Lo matan fuera de la viña.
El pueblo de Israel se envanece de su elección y se engrandece sobremanera por el cumplimiento de la Ley. Tiene la Ley, tiene los frutos. No necesita redención. Cuando viene el Redentor lo desconoce. Rechaza la Redención y se queda con la Ley. Rechaza la libertad y se queda con la esclavitud. Rechaza el espíritu para quedarse en la carne. Rechaza la Nueva Alianza y se queda con la Antigua. Rechaza a Abraham nuestro padre en la fe y se queda con Abraham el padre de la raza, el padre según la carne. Rechaza a Cristo y se queda con Moisés.
El Reino pasa a otro pueblo que dará fruto a su tiempo, el pueblo de Dios, la Iglesia. Formada en su mayoría por el pueblo pagano.
¿A qué aspecto particular se refiere la parábola? Al Reino de Dios en el aspecto de su conformación. Primero, según los planes de Dios, iba a ser constituido por el pueblo de Israel pero por el rechazo voluntario de éste pueblo a Dios y a su Reino, el Reino pasó a los gentiles.
La solución la trae el mismo desenlace de la narración: la pregunta de Cristo a los dirigentes de Israel y su respuesta de justicia, deben morir estos malvados y hay que darles la administración a otros viñadores que rindan cuenta a su tiempo.
Jesús confirmando su respuesta cita el Salmo 118 y se lo aplica a ellos haciendo una pequeña exégesis de la piedra angular que es Él mismo.
Cristo, el Redentor, a quién ellos matarán será la clave de bóveda de toda la historia de la salvación y la razón de ser de toda la historia sagrada. Ellos que por tantos años esperaron este momento lo han de ignorar. Ellos que tanto han esperado al Mesías para aclamarlo Rey de Israel lo van a crucificar. Contra la piedra angular se estrellarán y la piedra angular los aplastará. Al estrellarse contra Cristo lo llevarán a la muerte y su muerte será el fin de la sinagoga.
No necesitaban más explicación de la parábola. Estaba clara como el agua. Ellos se dieron cuenta y quisieron perder a Cristo pero no pudieron en ese momento.
Los apóstoles escuchaban la explicación de las parábolas, se unían más a Jesús y lo seguían más de cerca.
San Juan Crisóstomo
Parábola de los viñadores homicidas
1. ¡Cuántas cosas nos da el Señor a entender por esta parábola! La providencia de Dios para con los judíos, tan de antiguo demostrada; su instinto de asesinos, que les viene también desde el principio; cómo nada omitió Él de cuanto atañía a la solicitud por ellos; cómo, aun después de asesinados los profetas, no los rechazó, sino que les envió a su propio Hijo. Allí vemos también cómo uno solo es el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, las grandes cosas que llevaría a cabo la muerte de Cristo, el terrible castigo que los judíos habían de sufrir por su crimen de crucificarle, la vocación, en fin, de los gentiles y la reprobación de los mismos judíos.
De ahí que el Señor pusiera esta parábola después de la anteriormente comentada, pues con ella demuestra la mayor culpa de ellos y lo absolutamente imperdonable de su pecado. —¿Cómo y de qué manera? —Porque después de ser objeto de tanta solicitud por parte de Dios, ellos se dejaron adelantar -¡y en qué medida!- por publicanos y rameras.
Y mirad, por otra parte, la grande providencia de Dios y la inexplicable indolencia de ellos. A la verdad, lo que tocaba a los labradores lo hizo Él mismo: poner la cerca en torno, plantar la viña. Sólo les dejó a ellos un cuidado mínimo: guardar lo que ya tenían, cuidar de lo que se les había dado. Nada se había omitido, todo estaba acabado. Mas ni aun así supieron aprovecharse, no obstante los grandes dones de Él recibidos. Porque fue así que al salir de Egipto les dio la ley, les levantó una ciudad, les aparejó un altar, les construyó un templo, y Él se ausentó. Es decir, tuvo paciencia con ellos, no castigándolos siempre inmediatamente por sus pecados. Porque esta ausencia, la inmensa longanimidad de Dios quiere decir.
Y les despachó sus criados, es decir, a los profetas. Para percibir el fruto, es decir, la obediencia que debían mostrar por sus obras. Mas ellos también aquí mostraron su maldad, no sólo en no dar fruto después de ser objeto de tanta solicitud, propio efecto de su indolencia, sino también en enfadarse de que vinieran. Porque, ya que no tenían para dar y, sin embargo, eran deudores, lo que debían hacer no era irritarse, sino suplicar. Más ellos no sólo se irritaron, sino que mancharon sus manos de sangre. Reos de castigo, lo infligieron ellos. De ahí que Dios les mandó por segunda y aun tercera vez a otros, lo que era poner en evidencia la maldad de los labradores, por un lado, y la benignidad del amo que los enviaba, por otro.
—Y ¿por qué no envió inmediatamente a su propio hijo? —A fin de que, reconociendo lo que habían hecho con los criados y calmado su furor, respetasen al hijo cuando llegara. No faltan otras explicaciones; pero de momento pasemos a lo que sigue. —¿Qué quiere decir lo de: Tal vez lo respetarán? —No que el amo ignorara lo que iba a pasar, ni mucho menos; lo que quería era mostrar el enorme pecado de sus colonos, que no habían ya de tener perdón ninguno. Él sabía que lo habían de matar, y, sin embargo, se lo envió; pero dice: Respetarán a mi hijo, anunciando lo que debiera haber sucedido. Porque, en efecto, debieran haberlo respetado. Es lo que en otra ocasión dice: Por si acaso me escuchan1; donde tampoco ignora lo que va a pasar. Mas por que no digan algunos insensatos que la predicción fuerza la desobediencia, el Señor se vale de esas expresiones: “tal vez”, “acaso”. Porque ya que con los criados se mostraron ingratos aquellos labradores, de esperar era que respetaran la dignidad del hijo.
¿Qué hacen, pues, ellos? Cuando debían haber corrido a su encuentro, cuando debían haberle pedido perdón de sus pasados crímenes, ellos se abalanzan a cometer otros mayores, añadiendo abominación a abominación, dejando constantemente atrás lo pasado con lo presente. Es lo que el Señor mismo les declaraba, diciendo: Llenad la medida de vuestros padres2. Y lo mismo les echaban de antiguo en cara los profetas: Vuestras manos están chorreando sangre3. Y: La sangre se mezcla a la sangre4. Y: Los que edifican a Sión sobre sangre5. Pero no entraban en razón. Y, sin embargo, el primer mandamiento que se les había dado fue: No matarás6. Y con miras a él se les mandaba abstenerse de muchas otras cosas, y de este modo y por otros muy variados se los inducía a la guarda de este mandamiento, Y, sin embargo, no abandonaron su mala costumbre. Mas ¿qué dicen al ver al hijo? ¡Ea! Vamos a matarle. ¿Por qué y para qué? ¿De qué crimen, grande ni pequeño, teníais que culparle? ¿De que os honró y, siendo como era Dios, se hizo hombre por vosotros y entre vosotros obró todas aquellas maravillas? ¿Porque os perdonaba vuestros pecados y os convidaba al reino de los cielos? ¡Mirad, juntamente con la impiedad, la grande insensatez de estos asesinos y la locura de la causa que alegan para matar al hijo! Porque: Matémosle—dicen—y la herencia será para nosotros7. ¿Y dónde deciden matarle? —Fuera de la viña.
2. Mirad cómo el Señor profetiza hasta el lugar en que había de morir: Y, echándole fuera, le mataron. Lucas nos cuenta haber sido el Señor mismo quien dijo lo que ellos habían de sufrir, a lo que habrían replicado: ¡Dios nos libre! Y que fue entonces cuando alegó el testimonio del profeta. Porque: Dirigiéndoles su mirada, les dijo: ¿Qué quiere, pues, decir lo que está escrito: La piedra que rechazaron los constructores, ésa vino a ser la piedra angular?8 Y: Todo el que cayere sobre ella, se hará pedazos. Pero, según Mateo, fueron ellos mismos los que pronunciaron su sentencia. Sin embargo, no se trata de una contradicción. En realidad sucedieron las dos cosas. Ellos pronunciaron sentencia contra sí mismos, y luego, dándose cuenta de lo que decían, exclamarían: ¡Dios nos libre! Y entonces fue cuando el Señor les opuso el testimonio del profeta para convencerlos de que así sería irremediablemente.
Ni aun así, sin embargo, les reveló claramente el destino de las naciones, para no darles asidero ninguno. Sólo aludió a él diciendo: Dará en arriendo su viña a otros. Y justamente, si les propuso una parábola, fue porque quería que ellos mismos pronunciaran su sentencia. Lo mismo que sucedió con David, cuando él mismo sentenció en la parábola del profeta Natán9. Mas considerad, os ruego, cuán justa es la sentencia aun por el solo hecho de que los mismos que han de ser castigados se condenan a sí mismos.
Luego, para hacerles ver que no sólo la justicia pedía su castigo, sino que de antiguo lo había predicho la gracia del Espíritu Santo, y era, por ende, sentencia de Dios mismo, el Señor les alega la profecía y vivamente los reprende diciendo: ¿Nunca habéis leído que la piedra que los constructores rechazaron, ésa vino a ser la piedra angular? De parte del Señor fue hecho eso, y ello es admirable a nuestros ojos. Modos todos de manifestarles que ellos, por su incredulidad, habían de ser rechazados e introducidas en su lugar las naciones. Esto les dio a entender por medio de la cananea, esto por la asnilla en su entrada en Jerusalén, esto por el centurión, esto por otras muchas parábolas, y esto también ahora. De ahí que añadiera: De parte del Señor fue hecho esto, y ello es admirable a nuestros ojos. Con lo que de antemano les declaraba que los gentiles creyentes y cuantos creyeran también de entre los mismos judíos, vendrían a ser una misma cosa, no obstante ser tan grande la distancia que antes los separaba.
Y por que cayeran en la cuenta que ninguno de aquellos hechos había de ser contrario a Dios, sino muy acepto a Él y muy maravilloso, capaz de impresionar a cuantos habían de verlo—y a la verdad era milagro inefable—, prosiguió diciendo: De parte del Señor fue hecho esto, y ello es admirable a nuestros ojos. Por lo demás, llámase a sí mismo piedra, y constructores a los maestros de los judíos. Lo mismo que dice Ezequiel: Los que construyen la pared y la untan sin orden ni concierto10. Y ¿cómo rechazaron al Señor los constructores? Diciendo: Éste no viene de Dios. Éste extravía al pueblo. Y otra vez: Eres un samaritano y estás endemoniado11.
Mas por que se dieran cuenta que su daño no había de consistir sólo en ser echados fuera, añade también los castigos, diciendo: Todo el que cayere sobre esta piedra, quedará hecho pedazos, y aquel sobre quien cayere ella, será aplastado. Con lo que les indica dos modos de ruina y perdición: uno, tropezar y escandalizarse en la piedra, que es lo que quiere decir: El que cayere sobre esta piedra. Otro el que había de venirles de la toma de su ciudad, de su desastre y ruina general, que claramente les anuncia de antemano al decirles: Lo aplastará. Y también aquí anuncia su propia resurrección.
Ahora bien, el profeta Isaías nos dice haber sido Dios mismo quien acusa a su viña; mas aquí condena también el Señor a los príncipes del pueblo. Allí dice: ¿Qué debí hacer yo por mi viña que no lo hiciera?12 Y otra vez por otro profeta: ¿Qué te he hecho y qué falta hallaron en mí vuestros padres?13 Y otra vez: Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿O en qué te he contristado?14 Palabras todas que descubren la ingratitud de sus almas y cómo, gozando de todo, correspondieron a Dios con ingratitud. Más aquí hace el Señor resaltar eso con más fuerza. Porque no es Él mismo quien sentencia, diciendo: ¿Qué debí hacer yo, que no haya hecho?, sino que los introduce a ellos mismos sentenciando no haber quedado nada por hacer, y ellos son los que se condenan a sí mismos. Porque cuando dicen: A esos, miserables, miserablemente los hará perecer y arrendará su viña a otros labradores, no otra cosa hacen sino pronunciar más que abundantemente su propia sentencia.
Esto fue lo que Esteban les echó en cara—y ello fue lo que les hirió más en lo vivo—: que, habiendo gozado de particular providencia divina, ellos correspondieron ingratamente a su bienhechor. Lo cual era la mejor prueba de que su castigo no era culpa de quien se lo infligía, sino de los mismos que se lo habían atraído y merecido. Y esto es también lo que aquí pone de manifiesto el Señor, tanto por medio de la parábola como con la profecía. Porque no se contentó con la parábola, sino que añadió una doble profecía: la de David y la suya propia.
Ahora bien, ¿qué debieran haber hecho los judíos al oír todo esto? ¿Por ventura no era su deber adorar al Señor y admirar su solicitud, la de antes y la de ahora? Mas, si nada de esto los movía a corregirse, por lo menos el temor al castigo debía haberlos hecho entrar en razón. Pero no fue así. —¿Qué hacen, pues, seguidamente? —Oído que oyeron la parábola—dice el evangelista—, comprendieron que iba para ellos. Y queriendo echarle mano, temieron a las muchedumbres, pues le tenían por un profeta. Es que se habían ya dado cuenta que a ellos aludía el Señor. Ahora bien, hay veces que, queriéndole detener, pasa por medio de ellos y no es visto; otras, ante sus mismos ojos contiene la impetuosa pasión de sus contrarios. Lo que la gente, maravillada, decía: ¿No es éste Jesús? Mirad cómo habla públicamente y nadie le dice nada15. Mas aquí, como el miedo a las muchedumbres los contenía suficientemente, el Señor se contenta con eso, y no hace, como en ocasiones anteriores, milagro alguno, pasando por entre medio de ellos sin ser visto. Porque no en todo quería Él obrar de modo sobrehumano, pues también quería que se diera fe a la Encarnación. Mas ellos ni por la muchedumbre ni por lo que oyeron quisieron entrar en razón. No respetaron el testimonio del profeta, ni su propia sentencia, ni el sentir del pueblo. Tan absoluta y totalmente los había cegado el amor al dinero, su ambición de vanagloria y su apego a las cosas pasajeras.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 68, 1-3, BAC Madrid 1956, 387-94
1 Ez 2, 5
2 Mt 23, 32
3 Is 1, 15
4 Os 4, 2
5 Mi 3, 10
6 Ex 20, 13; 21, 12
7 Lc 20, 14
8 Sal 117, 22
9 2 R 12, 5
10 Ez 13, 10
11 Jn 7, 12; 8, 48
12 Is 5, 4
13 Jr 2, 5
14 Mi 6, 3
15 Jn 7, 25-26
Guion del Domingo XXVII Tiempo Ordinario
8 de octubre 2023- Ciclo A
(Jornada mundial de las misiones)
Entrada:
Celebramos hoy la Jornada Mundial de las Misiones. Participemos digna, atenta y devotamente del Santo Sacrificio de la Misa y ofrezcámoslo por todos los misioneros y misioneras católicos que gastan sus vidas predicando el Evangelio en todo el mundo.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Isaías 5, 1- 7
El profeta canta en la “canción de la viña” el cuidado delicado y amoroso de Dios y la falta de respuesta de su pueblo.
Salmo Responsorial: 79
Segunda Lectura: Filipenses 4, 6- 9
Las realidades terrenas y las cosas nobles de este mundo son buenas y pueden llegar a tener un valor divino.
Evangelio: Mateo 21, 33- 46
Escuchemos la parábola de los viñadores homicidas, en la cual Jesús nos exhorta a dar frutos de fe y conversión. El rechazo de Cristo es la perdición del hombre.
Preces: D. T. O XXVII
Movidos por la fe, pidamos por todas nuestras necesidades a Dios Padre por medio de Jesucristo.
A cada intención respondemos cantando:
-
Por el Papa y sus intenciones, especialmente las que se refieren a la custodia de la familia para que recupere sus sentido original según el plan de Dios. Oremos.
-
Para que el Señor conceda la paz a las regiones del mundo más afectadas por la guerra y la violencia. Oremos.
-
Por los abundantes frutos de este domingo en que se celebra la jornada mundial de las misiones, para que aumenten los operarios en la mies y así las almas conozcan el mensaje de salvación hasta los confines de la tierra. Oremos.
-
Por nosotros aquí reunidos, para que en este mes del santo Rosario nos unamos más al corazón Inmaculado de la Santísima Virgen y por Ella lleguemos más fácilmente a Cristo, nuestro Redentor. Oremos
Señor y Dios nuestro que has puesto a Jesucristo como piedra angular, aumenta nuestra fe y concédenos lo que confiados te hemos pedido. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Presentamos
-
Cirios, y con ellos el testimonio de una vida sostenida por el amor a Dios y al prójimo.
-
Pan y vino, fruto del esfuerzo de nuestro trabajo diario en la viña del Señor.
Comunión: Jesús bueno, haz que esta Santa comunión dé en mí los frutos de santidad que Tu esperas ver en mi para que me convierta en consuelo y gloria de tu Sagrado Corazón.
Salida:
Después de haber participado del Sacrificio de Cristo y habernos alimentado de los sagrados misterios vayamos al mundo sin olvidar que todos somos misioneros enviados a predicar el evangelio en nuestros ambientes de vida.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)