📖 Ediciones Voz Católica

Más leído esta semana

Hoy le he tenido que explicar a mis hijos que el lobo es malo. El lobo, malo. Y con el lobo no se juega, ni se habla, ni se comparte, ni mucho menos se le hacen fiestas de cumpleaños. Porque te acabará comiendo. “¡Qué obviedad!”- pensaréis. Sí, en tiempos cristianos; no en los tiempos apóstatas y de reingeniería social que vivimos actualmente. El motivo ha sido un cuento que estaba mirando uno de mis pequeños, que fue un regalo de la guardería para el día de su cumpleaños. El cuento se titula “Que viene el lobo”, y se va viendo a ciertos animales, medio asustados alarmándose entre ellos de la posible venida del lobo. Entre los animales contamos con un ciervo, un conejo, un cerdito y un osito cachorro. Estos se van arrejuntando en una casa en lo que parece un claro ejercicio de protección frente al mal que viene; sin embargo, la última escena representa al lobo entrando en la casa y… “¡SORPRESA!”. Sus amigos le han preparado una fiesta de cumpleaños.

Los hay culpablemente ingenuos que piensan que esto está bien. La realidad es que es perverso. Para mi generación el lobo simbolizaba el mal y así lo reflejaban los cuentos infantiles como Los tres cerditos o La caperucita roja. Y del mal había que huir y escapar, pues era algo temible ya que implicaba la destrucción de tu vida. El mal te aniquilaba, te mataba, por eso había que dejarlo bien lejos y no había ni que acercarse a él (esto queda bien reflejado en el cuento de La caperucita roja, por ejemplo). Que hayan escogido al lobo como protagonista del cuento al que se le hace una fiesta de cumpleaños no es en absoluto casualidad, pues la intención, la simbología y el significado es bien claro: el mal ya no es malo.

Lo mismo ha sucedido con la tradición popular de Sant Jordi, en Cataluña (España). La leyenda contaba que un dragón (malo) quería comerse a una princesa y el caballero San Jorge fue a rescatarla. Hoy, y desde hace ya más o menos una década, la leyenda ha sufrido una metamorfosis: el dragoncito, pobrecito, es tierno y bueno (y siempre ha sido mal juzgado por ser dragón) y el que realmente es malo es el caballero, pues es un hombre blanco, heterosexual y machista que cree que la princesa necesita de su rescate. La idea es la misma que la del cuento del que hablábamos: el mal no es malo.

Y si le preguntáramos al autor del cuento por las ideas y la intención de fondo que había en su obra (o a cualquiera de estos nuevos ilustrados sobre la leyenda de Sant Jordi), quizá podría contestarnos alguna tontería progre respecto al pobre lobo que siempre ha sido visto como el malo o cualquier otra sandez. Sin embargo, más allá incluso del autor, es verosímil pensar que se lleva tiempo tratando de subvertir la cosmovisión que ha edificado a Occidente. Y este cuento es un simple ejemplo más. La idea de fondo es que aquél mal que nos contaban nuestros mayores solo es fruto de una cosmovisión retrógrada y opresora que se dedicaba a asustar a los más pequeños con historias del demonio y el infierno para que no cometieran aquello que ellos mismos llamaban “pecados”. La intención de fondo es cambiar aquella cosmovisión. Y la idea que se impone en la actualidad es que, en realidad, nada es tan malo, pues todo con moderación está bien.

Es quizá esta una de las ideas más perniciosas de nuestro tiempo: todo está bien, todo es bueno, si se usa con moderación. Es la eliminación de facto del pecado original y de la inclinación natural del hombre al pecado (y, por tanto, la necesidad de la gracia a través de la oración y la frecuencia de los sacramentos). Esta perversión se ha colado incluso dentro de la propia Iglesia, pues para algunos todo se reduce a una cuestión de juicio subjetivo, de comprensión verdadera de la realidad. Para algunos, que el lobo sea malo no es verdad, sino que la verdad es que hay unas causas que mueven al lobo a actuar así de mal. Entonces, lo que se debe hacer es encontrar esas causas, comprenderlas, entenderlas, y veremos que el lobo está bien hecho (pues ha sido hecho por Dios y todo lo que hace Dios es bueno). Por tanto, realmente, no hay mal sino simplemente causas no encontradas, no comprendidas. El cristianismo es, entonces, aquello que nos hace comprender las causas y ver, al final, que todo es bueno. En el fondo, esta especie de intelectualismo cristiano conduce a la misma negación del mal.

Son estos buenistas progres (aquellos que se creen más buenos que Dios) los que aceptarían el libro y la idea arguyendo que durante mucho tiempo hemos juzgado mal a la gente, no hemos comprendido sus heridas o, simplemente, que no hemos tenido en cuenta la mochila del lobo que le hace ser lobo. Que de todo se oye últimamente en la viña del Señor. Pero la realidad es que el hombre está herido por el pecado original y tiene desde entonces una inclinación natural al mal. La realidad es que el mal existe, actúa y quiere tu perdición. Por eso, la vida del hombre sobre la tierra es un eterno combate[1]. Si no fuera así, la vida cristiana se reduciría a mero intelectualismo y psicologismo natural (¡ay, cuántas realidades eclesiales han caído en esta trampa!). Es cierto que jugamos con ventaja, pues la realidad es la que es y el mal sigue existiendo. Y sigue siendo malo y sigue devorando a sus presas (a las ingenuas y a las pretendidamente sabias), igual que el lobo sigue comiendo conejos, ciervos y lo que se le presente. Sin embargo, sería un error fatal pensar por ello que “no pasa nada”, que “no es tan grave” o que “estamos exagerando”.

Hoy mi hijo me ha dicho que hay un lobo que parece malo, pero que es bueno y le hacen una fiesta de cumpleaños. Esto es una idea (y con imágenes, que es más efectiva) que ya ha sido introducida en su mente: “el mal no es tan malo”, o “todo está bien”, o “no pasa nada con el mal”.  Y es una idea perniciosa para él. Y así, sibilinamente, es como des-educa el mundo (incluso el que se hace llamar “educativo”) y atrofia la mente de nuestros pequeños y jóvenes. Creo que es importante que recordemos siempre que estamos en guerra. Y que el adversario juega en el mundo y con el mundo (por algo es príncipe de este mundo). Lo digo porque no hay nada más nocivo que aquel pensamiento según el cual el mundo[2] no está tan mal y no hay que exagerar. Creo que no hay nada peor que esta actitud de falsa benevolencia, de buenismo tontuno, pues lo único que hace es desvirtuar la realidad y darle más cancha al enemigo, más terreno y más presas a las que devorar.

Termino con un ejemplo más: una hucha infantil que le regalaron a mi hijo mayor. El dibujo de la hucha son dos criaturillas simpáticas, tiernas y agradables; lo que pasa es que son monstruos-demonios. De nuevo, la idea: el monstruo y el demonio pueden llegar a ser seres entrañables. El mal es bueno. Y, para rematar, un mensaje: “don’t touch my money”, como si los niños pudieran poseer dinero y ni siquiera sus padres pudieran tocárselo. Es el mundo al revés, y es intencionado.

No estamos ante modas de monstruitos graciosos y demonios simpáticos, no estamos ante tonterías, no estamos ante simples maneras distintas de explicar los cuentos. Estamos ante una tarea amplísima de ingeniería social para acabar con lo que queda de la cosmovisión cristiana. Podríamos hacer un análisis de los dibujos infantiles, las series de televisión de moda, las películas de moda, las obras de teatro… y veríamos lo mismo. Es la expansión global de la ideología anticrística, aquella que transforma el mal en bien (el lobo es bueno) y pone al hombre en el trono de Dios (“don’t touch my money”).

El problema de borrar el mal (o pretender borrarlo) es que le dejas campar a sus anchas, pues ya no hay que batallar sino solo comprender intelectualmente. Y algún idiota se tragará el cuento. Y será zampado por el lobo.

 

 

[1] Un simple repaso por el Magisterio de la Iglesia nos permite ver con claridad lo que estamos presentando. Por ejemplo, en el numeral 409 del CIC, podemos leer lo siguiente: «Esta situación dramática del mundo que “todo entero yace en poder del maligno” (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:

“A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo.” (GS 37,2).» Si no hay poder de las tinieblas, si no hay mal, no hay nada que combatir; solo hay que entender; y es así como el cristianismo se convierte en simple intelectualismo.

 

[2] Utilizo la palabra mundo en su interpretación católica, como enemigo del alma junto con la carne y el demonio.

Seguir Leyendo

Comentarios 8

  1. Martin Augusto dice:

    Muy bien explicado en el articulo de como ataca el enemigo en distintos frentes.

  2. Alma Hernández dice:

    Hay mucha verdad en todo, muchas veces he escuchado lo mismo y también he caído pero al leer la palabra de Dios me doy cuenta que el mundo cada vez está más contaminado y si hay que enseñar a nuestros hijos a cuidarse del maligno que es muy engañoso, me encanta y agradezco estás reflexiones que nos enseñan

    • Pilar dice:

      Qué bueno. No puede estar mejor explicado. Dios Trinidad nos guíe y a nuestras familias, para que sepamos seguir al Único Camino, a la Única Verdad, y a la Única Vida, que es Nuestro Señor Jesucristo.

    • JACQUELINE dice:

      EXCELENTE!!!
      POR FALTA DE CONOCIMIENTO, EL MUNDO ESTÁ PRESO DE LAS TINIEBLAS!!!
      Y HAY QUE VER CÓMO, LA IGNORANCIA, PECA DE ATREVIDA, EN NUESTROS DÍAS!!!
      GRACIAS POR ESTE REGALO!!!

  3. Elena Murga dice:

    Mil gracias por la explicación y por esta hermosa reflexión, Dios los bendiga, nuestra Madre Santísima los mime y proteja!!!

  4. Sonia Silvia Ale dice:

    Excelente!

  5. Daly Flores Fernandez dice:

    Clarísimo, gracias.

  6. Damaris Gonsalo Nuñes dice:

    grasias ignición por esos consejos de bondad, se te ve un homvre de vuena familia, dios le vendiga mucho corason y abrasos mutmuts kova