Al decir que el sacerdote, la religiosa, el bautizado, según su propia condición, a fin de alcanzar la perfección, deben ofrecerse cada día con Cristo como víctimas, aceptando generosamente las contrariedades que, según la divina Providencia, les están reservadas, no queremos significar el voto de víctima. Sólo bajo la inspiración del Espíritu Santo las almas muy generosas se ofrecen con este elevadísimo voto, a la justicia divina o al Amor misericordioso de Dios a aceptar todos los dolores que Dios juzgue convenientes, para satisfacer por los pecadores y por su conversión. Imitan en esto a san Juan de la Cruz
(P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, IVE Press, Nueva York, 2011, p. 65)
«Torcular calcavi solus» —yo solo he pisado el lagar— dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 63,3). Y el Místico del Carmelo no dejó pasar este versículo. Lo tomó, lo meditó, y lo puso como uno de los pilares de su doctrina del amor crucificado:
“Dos cosas sirven al alma de alas para subir a la unión con Dios: la compasión afectiva de la muerte de Cristo y el recuerdo de que en ella estuvo solo obrando nuestra redención, como dice Isaías: yo solo pisé el lagar” (Dictámenes, n.11).
Para el Doctor del amor crucificado, la cruz no es sólo instrumento de redención. Es también trono de soledad. Cristo murió solo. No rodeado de amigos, sino entre burlas. No sostenido por discípulos, sino abandonado por ellos. Pisó el lagar solo, como racimo exprimido hasta lo último.
Esto no era teoría para el Santo. La carmelita María de la Concepción, testigo de su vida, cuenta cómo lo impresionó un cuadro en el convento de las Descalzas en Segovia, donde Cristo aparece como racimo en el lagar, siendo triturado. Lo impresionó tanto porque eso era para él el amor verdadero: dejarse exprimir, sin esperar comprensión ni compañía.
Y es que, como él mismo vivió, la redención es obra de soledad. Y la unión con Dios también. La soledad de Cristo se paga con soledad. Soledad de amor con soledad de amor se responde.
No es un aislamiento neurótico ni una separación del prójimo. Es ese desierto interior donde el alma se queda sola con el Solo. Donde no hay testigos, ni halagos, ni excusas. Sólo Dios. Y el alma. Y la cruz. Es lo que el santo le intentaba explicar a la Madre Leonor de san Gabriel en una carta donde ponía: “los bienes inmensos de Dios no caben ni caen sino en corazón vacío y solitario, por eso la quiere el Señor, porque la quiere bien, bien sola, con gana de hacerle él toda compañía”.
A esta misma soledad, con otra voz y otra imagen, nos llama el padre Castellani. En una de sus críticas demoledoras a la piedad sentimental y cómoda, comenta una poesía moderna donde se le ruega a Cristo que vuelva… pero sin cruz. El poeta le pide que no lo crucifiquen otra vez. Y Castellani responde con su maza habitual:
“Cristo está volviendo, pero está volviendo como Rey. Está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar Él solo, con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas. Y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?”
Cristo no viene a agradar. Viene a reinar. No vuelve al mundo para que le aplaudan, sino para separar el trigo de la paja. Y mientras el mundo se entretiene con fuegos artificiales religiosos, Él pisa el lagar. Y busca almas que quieran beber de ese vino nuevo. Almas que no huyan del lagar. Que no le pidan consuelos, sino que lo acompañen en la prensa, bajo la piedra, bajo el peso de la redención.
¿Queremos estar con Él? Entonces hay que dejar de pedir compañía y empezar a abrazar la soledad. Dejar de mendigar emociones y empezar a ofrecer silencio. Como decía Ignacio, el capitán: “ofrecer todas nuestras personas al trabajo”. Pero también —y más difícil aún— al olvido, al abandono, al no ser comprendidos, al no tener más testigo que Dios.
Porque el que quiera reinar con Cristo, tiene que estar dispuesto a ser exprimido con Él.
Y el lagar ya está preparado.
P. Gabriel María Prado, IVE



Comentarios 3
¡Gracias, padre! Rezo por usted. El Señor lo haga muy santo.
¡Viva la Virgen de la Soledad!
Muy útil. MUCHO. Gracias.
Si