Todo en ella me habla de Jesús – Hna. María del Huerto

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En la fiesta de la Presentación de María – Jornada Pro Orantibus

El 21 de noviembre, la Iglesia celebra la Presentación de la Virgen María en el Templo: memoria luminosa de aquella niña ofrecida enteramente a Dios. En este mismo día se celebra también la Jornada Pro Orantibus, dedicada a las almas consagradas a la vida contemplativa. Es una ocasión para mirar hacia el corazón escondido de la Iglesia. SanJuan Pablo II decía a las contemplativas:

“Queridas hermanas… la Iglesia, en el nombre mismo de Cristo, tomó posesión un día de toda vuestra capacidad de vivir y de amar. Era vuestra profesión monástica. ¡Renovadla a menudo! Y, a ejemplo de los santos, consagraos, inmolaos cada vez más, sin pretender siquiera saber cómo utiliza Dios vuestra colaboración.”

Como expresión de gratitud a Dios por el don de la llamada a esta vida enteramente contemplativa, deseo compartir un escrito que compuse hace años y que hoy renuevo, confiándolo a las manos de María, modelo de toda alma contemplativa. A Ella le pido que todas las religiosas llamadas a esta vocación singular puedan vivirla en plenitud, agradeciendo a Dios este don inmerecido.

 

Amo mi vocación contemplativa

Amo mi vocación contemplativa,
porque en ella vivo en intimidad con Jesucristo.
Los que se aman desean estar siempre juntos,
y mi Esposo ha cumplido este deseo de mi corazón:
mi vida consiste en estar con Él.

Amo la soledad del monasterio,
lejos de mis seres amados —familia y amigos—,
y aunque la separación duele,
Jesús se ha convertido para mí en padre, madre, hermano, amigo, esposo.
Él es TODO, es Dios, y es ¡mi Jesús!
Amo esta soledad con Él.

Amo rezar cantando,
porque el canto nace del corazón que ama
y despierta los afectos más íntimos.
¡Amo cantarle al Amor de los amores!

Amo mi vocación con toda su aridez humana,
con sus dolorosas renuncias,
que me regalan un gozo y una alegría inefables.

Amo el silencio del monasterio,
porque sólo en el silencio se escuchan
los latidos del Corazón Hipostático.

Amo mi celda,
mi campo de batalla,
donde Lo conozco y me conozco.

Amo mi comunidad,
mi pequeña comunidad,
cada una de mis hermanas,
en quienes puedo hacer patente mi amor por Cristo.

Amo la casa del monasterio,
con todas sus incomodidades,
porque es el hogar que me ha dado Jesús.

Amo el trabajo manual,
que me permite confeccionar los ornamentos
que los Alter Christi usarán en el sacrificio
en el que se inmola el Cordero Inmaculado.

Amo el trabajo de la huerta,
donde entro en contacto con la naturaleza
y puedo ver y “tocar” la huella de Dios,
que “yéndolos mirando, con solo su figura,
vestidos los dejó de su hermosura” (Cántico Espiritual).

Amo la inmolación que esta vida pide.
Amo poder consumirme junto al Verbo Encarnado
por la salvación de las almas,
especialmente por las de los sacerdotes.

Amo a María, mi Madre y modelo,
porque en su entrega silenciosa aprendí a decir “sí”;
porque en Ella descubrí el camino hacia el Esposo.
Ella me precede, me acompaña, me sostiene.

Agradezco a Dios mi vocación contemplativa,
porque es un don inmerecido,
una elección de amor que me sobrepasa,
una llamada a vivir para Él y en Él.

En fin…
Amo esta vida,
porque todo en ella me habla de Jesús
y me lleva a Él.

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