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la espiritualidad cristiana ha relacionado de modo particular la virtud de la confianza con el Corazón de Jesucristo y con la  devoción a la Divina Misericordia, sustancialmente coincidentes. No debe extrañarnos pues la devoción al Sagrado Corazón de Cristo es devoción por su encarnación y por la naturaleza humana asumida hipostáticamente.

Al mostrarnos su Corazón, Jesús nos muestra lo que ha asumido de nuestra realidad: tiene sentimientos humanos, un querer humano y un entender humano; sabe lo que es amar, lo que es peregrinar, lo que es ver las cosas con ojos humanos. Sabe, sobre todo, lo que es sufrir. Ha experimentado nuestras limitaciones, nuestras dificultades y nuestros dolores.

Todo lo humillante y doloroso, mientras no implique pecado, ha sido conocido por Jesús por experiencia propia. Ha sido “probado en todo” para poder compadecerse de nosotros (cf. Hb 4,15). Además, el Corazón que me muestra está herido: herido de amor, pues solo el amor explica que se haya hecho hombre y que se haya entregado a la muerte: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20); y herido de dolor, porque es un corazón traspasado por la lanza y lastimado por ingratitudes, traiciones y sacrilegios… Por eso confío en Él. ¿Cómo no va a entender lo que me pasa, si Él ha pasado cosas peores? ¿Cómo va a ser ajeno a mis angustias si Él quiso angustiarse y llorar para poder comprenderme? ¿Cómo van a resultarle extrañas mis quejas de debilidad e impotencia si Él sabe mejor que yo lo que es la fatiga y el quebranto físico camino al Calvario y lo que significa necesitar que alguien cargue tu propia cruz para no morir en el camino? ¿Cómo le van a resultar extraña mi necesidad de consuelo si en el Huerto Él tuvo que ser consolado por un Ángel? Al mirar su Corazón me siento entendido y confortado; escucho en mi interior sus promesas de ayuda y sus palabras de aliento; y no puedo dudar de su ofrecimiento de misericordia infinita.

Postrado a vuestros pies, humildemente,
vengo a pedirte, Dulce Jesús mío,
poderte repetir continuamente:
¡Sagrado Corazón, en ti confío!

Si la confianza es prueba de ternura,
esta prueba de amor darte yo ansío,
aun cuando esté sumido en la amargura,
¡Sagrado Corazón, en ti confío!

En las horas más tristes de mi vida,
cuando todos me dejen, ¡Oh Jesús, mío!
y el alma esté por penas combatida,
¡Sagrado Corazón, en ti confío!

Aunque sienta venir la desconfianza,
y aunque todos me miren con desvío,
no será confundida mi esperanza,
¡Sagrado Corazón, en ti confío!

Si contraje contigo santa alianza
y le di todo mi amor y mi albedrío,
¿cómo ha de ser frustrada mi esperanza?,
¡Sagrado Corazón, en ti confío.

Y siento una confianza de tal suerte,
que sin temor a nada, Jesús mío,
espero repetir hasta la muerte:
¡Sagrado Corazón, en ti confío!

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