…Y el viejo titán de Nicea: Osio. Digo “el viejo”, porque si Atanasio tenía 30 años al momento de realizarse el Concilio de Nicea, Osio, en cambio, frisaba los 70, lo cual, para aquella época, equivalía casi a una ancianidad muy avanzada. De todos modos, todavía viviría mucho más, porque murió con 101 años si nos atenemos a las fuentes más serias (por ejemplo, la Real Academia de Historia de España). “Fue el principal defensor occidental de la ortodoxia en la lucha temprana contra el arrianismo”, dice la Enciclopedia Católica. Y Marcelino Menéndez y Pelayo lo califica, en su Historia de los Heterodoxos Españoles, como el “varón más insigne que toda España produjo desde Séneca hasta San Isidoro”. El nombre es griego, pero el personaje hispanolatino, razón por la cual en el Concilio de Nicea tuvo que usar intérpretes para hacerse entender de la mayoría de los Padres que hablaban griego. Según San Atanasio, nació en Córdoba y fue obispo de la misma, siempre según el mismo testigo, por más de 70 años. Fue confesor de la fe durante la persecución de Diocleciano, y mostró las huellas de sus tormentos a sus pares de Nicea. Constantino tuvo mucho aprecio por su consejo, y se hizo acompañar de él en Milán en el 313 y, según el pagano Zósimo, cuyo testimonio encontramos en el citado Don Marcelino, fue él quien decidió al Emperador a abrazar la fe cristiana, aunque se bautizara recién en su lecho de muerte. De Nicea, decía Menéndez y Pelayo: “Aquel concilio, el primero de los ecuménicos, debe ser tenido por el hecho más importante de los primeros siglos cristianos, en que tanto abundaron las maravillas. Viose a la Iglesia sacar incólume de la aguda y sofística dialéctica de Arrio el tesoro de su fe, representado por uno de los dogmas capitales, el de la divinidad del Logos, y asentarle sobre fundamentos firmísimos, formulándose en términos claros y que cerraban la puerta a toda anfibología. La Iglesia, que jamás introduce nueva doctrina, no hizo otra cosa que definir el principio de la consustancialidad tal como se lee en el primer capítulo del Evangelio de San Juan. La palabra homoousios (consustancial), empleada la primera vez por el Niceno, no es mas que una paráfrasis del Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum. El cristianismo no ha variado ni variará nunca de doctrina”. Y añadía como mucha razón: “¡Qué gloria cabe a nuestro Osio por haber dictado la profesión de fe de Nicea, símbolo que el mundo cristiano repite hoy como regla de fe y norma de creencia!” Y más adelante: “Que Osio redactó esta admirable fórmula, modelo de precisión de estilo y de vigor teológico, afírmalo expresamente san Atanasio”. Osio también presidió el concilio de Sardis, ciudad de Iliria, en 347. San Atanasio lo llamó “el príncipe de los concilios; cuanto él dice se oye y acata en todas parte, él redactó la profesión de fe en el sínodo Niceno; él llama herejes a los arrianos” (ep. Ad solitarios). Y a Constancio, que se empeñaba en doblegar su ánimo para que condenase a Atanasio, el viejo Osio, con casi cien años, le escribía “aquella su admirable carta, la más digna, valiente y severa que un sacerdote ha dirigido a un monarca”, en la que le decía: “Yo fui confesor de la fe cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la reiteras, dispuesto estoy a padecerlo todo, antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Mal haces en escribir tales cosas y en amenazarme… Acuérdate que eres mortal, teme el día del juicio, consérvate puro para aquel día, no te mezcles en cosas eclesiásticas ni aspires a enseñarnos, puesto que debes recibir lecciones de nosotros. Te confió Dios el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia. El que usurpa tu potestad, contradice a la ordenación divina; no te hagas reo de un crimen mayor usurpando los tesoros del templo. Escrito está: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, emperador, la tienes en lo sagrado. Te escribo esto por celo de tu salvación. Ni pienso con los arrianos ni les ayudo, sino que anatematizo de todo corazón su herejía; ni puedo suscribir la condenación de Atanasio, a quien nosotros y la Iglesia romana y un concilio han declarado inocente”. Como es de suponer, el mezquino Emperador no le perdonó tales palabras, y lo hizo comparecer en Syrmio, ciudad de Pannonia, donde se convocó un concilio para doblegar el ánimo de Osio y obligarlo a condenar a Atanasio. No lo consiguieron. Tan solo lograron que condescendiese a comulgar con los arrianos Ursacio y Valente, debilidad de la que, como testifica su amigo Atanasio, Osio se arrepintió más tarde, en su lecho de muerte. ¡Pero tenía ya más de cien años, y murió, según testifica Sócrates Escolástico, tras haber sido azotado y atormentado por los verdugos de Constancio, como leemos en las páginas admirables de Menéndez y Pelayo.
Como no lo quebraron en vida, sus enemigos mancharon su memoria después de muerto, y corrieron historias acusándolo de heterodoxo, afirmando que claudicó al final de su vida, firmó una profesión de fe arriana y, no contento con esto, volvió a la Bética a perseguir a los obispos ortodoxos. Esta es la fábula con la que sus enemigos quisieron vencer después de muerto al que vivo no se atrevieron ni a sostenerle la mirada. Estas calumnias, que algunos recogieron y divulgaron pensando que eran de buena fuente, solo lograron que la Iglesia latina no lo haya canonizado todavía; pero, en cambio, la Iglesia griega sí lo hizo y lo venera como santo.
Con un par de Osios —y quizá incluso con uno solo—, ¡cómo cambiaría el mundo y el potaje de necedades que nos estamos comiendo!
P. Miguel Ángel Fuentes, IVE
Comentarios 2
Ilustrativo e historico
Cuanta historia da tanta riqueza para aumentar nuestra fe. Y ver cuanto nos falta instruirnos para defenderla.
Gracias Padre Miguel. Todo su compartir es una riqueza invaluable. Gloria a Dios.