“No ponemos la mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas”[1]. Esto le escribe San Pablo a los Corintios, pero la verdad es que para muchos de nosotros esto es más un ideal que una realidad, ya que en general tenemos la mirada en las cosas que se ven, y no en las que no se ven. Las realidades que no se ven, la gran mayoría de las veces, nos son ajenas, distantes, casi incomprensibles.
Pero, como recuerda el Cardenal Newman “Existen dos mundos, “el visible y el invisible”, como habla el Credo, el mundo que vemos y el mundo que no vemos; y el mundo que no vemos existe tan realmente como el mundo que vemos. Existe realmente, aunque no lo veamos”[2]. Esta realidad, que para el cristianismo es una verdad desde siempre, es la contenida en la famosa frase del Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir, no solo lo invisible existe, sino que es lo prioritario. Lo primero a considerar en un orden jerárquico, ya que las cosas invisibles son eternas como enseña San Pablo.
Dando un paso más, Jesús sitúa el mundo invisible que está en nuestro interior como la fuente de la que emana el mal: “Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. ¿No saben que lo que entra por la boca pasa al vientre y se elimina en lugares retirados? En cambio, lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre.
Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos»[3].
Entonces, tenemos que existe un mundo invisible, que es más importante que las cosas que se ven, y que, además, referentes a nosotros mismos, es desde ese lugar donde brotan las acciones malas, donde se fabrica el mal por decirlo así. Siendo esto así, es de gran importancia dedicar tiempo a nuestro mundo interior, para que no se convierta en fuente de donde emana el mal.
Esta idea, aunque completamente cristiana, tuvo un momento también en la antigua Grecia. Nos lo cuenta Irene Vallejo: “Ante el eclipse de la vida ciudadana, ciertas personas decidieron dedicar sus energías a aprender; a educarse con la esperanza de permanecer libres e independientes en un mundo sometido; a desarrollar hasta el máximo posible todos sus talentos; a conseguir la mejor versión posible de sí mismos; a modelar su interior como una estatua; a hacer de su propia vida una obra de arte”[4]. En definitiva, el arte no aplicado solo a los objetos y lo externo, sino a la vida de cada individuo. ¿Por qué solo puede ser arte una confección externa -un cuadro, una construcción-, y no nuestra alma, nuestro mundo interior?
Como ya sabemos, “lo que sale de la boca procede del corazón”. Entonces tenemos el deber de cuidar nuestro corazón, de preocuparnos y ocuparnos de nuestro mundo interior, tanto como cuidamos lo que se ve: el cuerpo (dietas, ropas, moda, etc.), o nuestra casa (adornos, muebles nuevos, etc.). Porque, en definitiva, del cuidado que pongamos en nuestro mundo interior se rebasará hacia el mundo exterior, hacia mi relación con los demás, el prójimo. Porque los que me rodean se relacionan con “lo que sale de mi boca”, con las cosas externas que emanan de mí, y, por tanto, ellos serán los recipientes de la obra de arte que debe ser mi corazón. Nadie da lo que no tiene, por eso el amor el prójimo comienza por querer el corazón propio.
Jesús también sitúa el mundo interior como el lugar donde está su reino, ante una pregunta que le formulan responde: “Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está dentro de ustedes»”[5]. Es decir, las enseñanzas de Jesús, toda su doctrina debe encontrar un lugar dentro de nosotros. Es el mundo interior el lugar propio donde deben encarnase las bienaventuranzas, los consejos evangélicos del divino maestro. Es acá donde debemos aprender, por ejemplo, a amar a nuestros enemigos, a ser mansos y humildes, a pedir con confianza, a ser como niños, etc. De este modo, nuestro mundo interior en vez de ser el lugar donde se fabrique el mal, se convertirá en un espacio que se pueda llamar propiamente el Reino de Dios. Eso es dejar que Dios haga una obra de arte con nuestro corazón.
Miguel Ángel Contreras C.
Diciembre 2021
[1] 2° Corintios, 4,18
[2] Cardenal John Henry Newman. Homilía, El mundo invisible.
[3] Mateo, 15, v. 17 en adelante. Misma idea en Marcos Capítulo 7.
[4] El Infinito en un Junco
[5] Lucas 17, 20 – 21. La parte final dice en latín: “ecce enim regnum Dei intra vos est”. Se traduce habitualmente “ente ustedes”, pero la expresión dice dentro.
Comentarios 6
Gracias por esta información me gusta compartirla con mi esposo e hijos nos ayuda a reflexionar en nuestras vidas. Que Dios lo Bendiga.
Muchas gracias. Mi corazón necesitaba escuchar algo así. Gracias y bendiciones.
Dios siga dándonos esta gran oportunidad de conocerle en nuestro mundo interior y de implantar su REINO…DE AMOR…DE JUSTICIA…DE PAZ…
Gracias porque me enseña a vivir y sentir la palabra de Dios , que Dios pone en corazón su palabra para hacerla vida y para trasmitirla a los demás , gracias Dios por tu infinito amor, gracias Señor porque tu eres mi todo y todo lo pongo en tus benditas y venerables manos para que seas tú quien obras en mi , amén.
Excelente blog, me hace mucho reflexionar y ratificar la importancia de trabajar con el interior y con lo que no se puede ver, y creer sin ver. Dios los bendiga gracias por compartir.
Muchas gracias por la reflexión, pido a Dios la gracia para que en mi interior y en el de mi familia tenga lugar su Reino.