“Que mis pensamientos le sean agradables” (Sal 104:34)
A pesar de lo que ustedes piensen, no es hacer penitencias corporales a lo loco de las cuales leemos en los padres del desierto especialmente porque no hacemos mucho de eso. Lo que diría yo que es lo más difícil es cumplir la petición mencionada arriba del salmista: tener pensamientos agradables hacia Dios. Lo que sigue es una elaboración del tema.
¿Cuál es el oficio que distingue al contemplativo? Contemplar. ¿Qué es contemplar? Es una mirada amorosa a Dios. Entonces se puede entender que la tarea más difícil del contemplativo es retirar todo aquello que nos impide hacer nuestro deber, aquello que nos distrae de la contemplación de Dios. ¿Que nos imposibilita la contemplación? Nuestros pensamientos distractivos o divagantes.
Nadie puede escaparse de las distracciones. Son parte de la vida que acompaña nuestro ser racional. “A pesar de todo nuestro fervor, nos vemos asaltados con distracciones…las distracciones son inevitables. Somos débiles y hay muchos objetos que atraen nuestra atención y que disipan nuestra alma”[1] “Desde el momento en el cual el hombre deja de conversar con otros, empieza a conversar interiormente con sí mismo.”[2]
Para el contemplativo que dedica una gran parte del día en silencio, esta realidad antropológica está siempre presente. El hombre siempre está pensando en algo.
El P. Walter Ciszek experimentó lo mismo de un modo potentísimo durante sus años de celda en su aislamiento en Rusia: “La mente humana es inquieta y no puede estar limitada. Trabaja en cada momento que está despierta, siempre pensando, recordando, soñando, o temiendo del futuro con ansiedad y temor en el presente. Se puede controlar esta inquietud encauzándola, pero no se puede detener.”[3]
Aunque parezca que el contemplativo no hace mucho y aunque exteriormente de hecho no esté haciendo nada, su facultad más noble está trabajando a toda velocidad. Todos experimentamos esta calma exterior con la actividad interior durante los ejercicios espirituales, días de retiro, y diariamente durante la Adoración al Santísimo.
¿Entonces, qué debe hacer el monje con todos estos pensamientos? Simplemente debe rezar. El día del monje debe ser una oración continua en cumplimiento del precepto de San Pablo de “rezar sin cesar” (1 Tess. 5,17). Pero hay tantas maneras de oración que esto puede significar un sinfín de actividades. ¿Están los monjes haciendo meditaciones según San Ignacio a cada hora del día?, ¿estamos constantemente recitando versículos bíblicos de memoria?, ¿nos colocamos a menudo en los distintos escenarios de la vida de Cristo? Aunque estos ejercicios son laudables, sería un error el limitar la oración sólo a estas actividades. Como lo ha dicho un monje trapense, “ser un hombre de piedad, un hombre de oración, significa ser un hombre en quien todos los pensamientos, palabras, obras no son sólo sobre Dios sino dirigidos hacia Dios…un hombre piadoso es un hombre que reza siempre pero no uno que está siempre diciendo oraciones.”[4]
La oración que buscamos practicar todo el día es conocida en la espiritualidad Teresiana como recogimiento y no es fácil.
El P. Marie-Eugene nos recuerda que “debemos tener recogimiento dentro de nosotros mismo aun en nuestras ocupaciones ordinarias.”[5] No hay un momento en el cual no podamos practicar esta oración. Es siempre posible: en la celda, en el refectorio, en el taller, en el campo, en el pasillo, todos estos nos sirven como oratorios.
¿En qué consiste esta oración? Nada más que en recordar que la Santísima Trinidad está substancialmente presente dentro de nuestras almas, en la medida que estemos en el estado de gracia santificante.
Dando respuesta a una pregunta sobre sus sueños, St. Teresa del Niño Jesús menciona que está todo el día pensando en Dios. Una teoría simple pero ardua de poner en práctica.
Como dice nuestro directorio, “una de las tareas más arduas será la lucha acética de adquirir el silencio interior, una lucha que presupone la purificación interna de los sentidos y de los pensamientos.”[6] El directorio continúa haciendo una conexión entre este silencio interior y el silencio exterior. Silencio exterior sólo es útil si lleva al monje al silencio interior; estamos en silencio por fuera para estar en silencio interiormente: ¿qué es el ruido interior?, “todo lo que nos quita la atención a Dios”[7]
Santa Teresa habla detenidamente sobre esta oración de recogimiento. No es “un estado sobrenatural sino que depende de nuestro querer.” [8] Dicho de otra manera, recogernos es algo que está al alcance de nuestras capacidades naturales. Se presupone la necesidad de la gracia que es necesaria para esta actividad[9] pero este estado requiere inicialmente mucha cooperación de nuestra parte. Sólo después de haber logrado adquirir este recogimiento por nuestros esfuerzos asistidos por la gracia, podremos recibir un estado de recogimiento más alto que es el estado infuso.
Sin embargo, el recogimiento natural adquirido no es fácil de obtener, por lo que santa Teresa anima a los que se esfuerzan por alcanzar este estado a “no cansarse de acostumbrarse al método descrito.” [10] Aunque “nos pasemos todo un año sin obtener lo que pedimos, preparémonos para seguir intentando por más tiempo aun.” [11] No es algo que se dá a aquellos que no se esfuerzan por conseguirlo, “el alma tiene que poner su esfuerzo vigoroso. El recogimiento implica un ascetismo difícil.” [12]
Todos hemos experimentado la lucha con las distracciones y nuestros pensamientos divagantes durante la Adoración, durante largas horas de estudio en preparación para el tiempo de exámenes, o en los días que estamos enfermos en cama. Ahora imagínense que este hecho se lleva a cabo durante todo el día. “Recogimiento y distracción son dos adjetivos que están en oposición.” [13] “Distracción es una invasión a una o todas las facultades por otro objeto que interrumpe nuestro recogimiento.” [14] Algunos de los padres del desierto hablan hasta de ahuyentar “el violento combate interior de nuestros pensamientos.”, y el beato Columba Marmion recomienda “estrellar los pensamientos distractivos contra la roca que es Cristo.” [15]
Si cumplimos esto de vencer sobre las batallas del combate interior contra los pensamientos que no sean Dios, lograremos que el monasterio sea verdaderamente una prefiguración, anticipación, o vestíbulo del cielo.[16] De hecho en eso consiste el cielo: en pensar en Dios. En la visión beatifica tendremos una visión intelectual de Dios. En el monasterio, estamos constantemente empeñados en una batalla espiritual contra nuestros pensamientos ociosos para que podamos amorosamente contemplarlo a Él en todo momento.
María, que siempre reflexionó sobre los misterios de la vida de Cristo en su corazón (Lc 2,19), nos alcance la gracia de perseverar en esta batalla para que podamos siempre tener a Cristo delante de nosotros.
P. Theodore Trinko, Monje, IVE.
[1] Bl. Columba Marmion, Jesucristo: Ideal del monje, 931.
[2] Garrigou-Lagrange, The Three Ages of the Interior Life, I, pg. 2
[3] Fr. Walter Ciszek, He Leadeth Me, 52-3.
[4] Fray M. Raymond, Incienso Quemado, Prefacio, 16.
[5] P. Marie-Eugene, O.C.D., I Want to See God, pg. 202.
[6] Directory of Contemplative Life, 111.
[7] Ibid. 109.
[8] St. Teresa of Jesus, Way of Perfection, Ch. XXIX.
[9] Cf. St. Thomas Aquinas, Summa Theologica, I-II, 109, 2.
[10] Ibid.
[11] Ibid. Ch. XXXVI.
[12] P. Marie-Eugene, O.C.D., I Want to See God, pg. 204.
[13] Ibid. 235.
[14] P. Marie-Eugene, O.C.D., I Want to See God, pg. 235.
[15] Bl. Columba Marmion, Christ: The Ideal of the Monk, Ch. 2.
[16] Cf. Christ: The Ideal of the Monk, Ch. 1.
Comentarios 1
Artículo muy interesante. Me surgen dos preguntas: ¿cómo conciliar el pensamiento de la presencia de Dios por la gracia con la atención requerida por las actividades? ¿esto también es practicable por un no contemplativo?