Contra la corriente del mundo, no contra el Evangelio
Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (1Pe 2, 21)
Los sacerdotes, a menudo predicamos acerca del amor a Dios y al prójimo, de la necesidad de las virtudes, del llamado universal a la santidad y, por contraste, de aquellas cosas que no corresponden a la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, como el espíritu mundano, la esclavitud a las pasiones desordenadas y los criterios que se vuelven eslabones de una cadena que, sin una verdadera y profunda conversión, no son posibles de cortar… o aniquilar. Y en esta sencilla reflexión, quisiera detenerme brevemente en algunos de esos eslabones que esclavizan y aferran a la tierra, impidiéndonos poder elevarnos a las cumbres de una sana espiritualidad, de una espiritualidad realmente católica, profundamente coherente con el Evangelio, efecto natural del deseo sincero de querer darle a Dios la gloria que le corresponde de nuestra parte, y que Él espera de nosotros. En concreto, nos referimos a esas actitudes tan “no cristianas”, simplemente porque Cristo no las vivió ni sería capaz de tenerlas con nosotros, los pecadores, los débiles, los heridos por el pecado, los que somos causa de su compasión, Encarnación y redención; las mismas frágiles vasijas llamadas a seguir el ejemplo de vida que el Hijo de Dios nos dejó en su humanidad y que, libremente, tenemos la capacidad de imitar o contrariar según nuestras acciones.
En primer lugar, Jesús siempre va en busca de la oveja perdida, y de esto no se cansa. Nosotros, en cambio, a veces sí nos cansamos y dejamos de buscar el bien espiritual para los demás -o para nosotros-, y le ponemos fecha de caducidad a nuestro sano entusiasmo. Y así, por ejemplo, podemos hacer el bien a quienes nos hacen el mal “hasta cierto punto, donde si no veo frutos, pues renuncio”, tentación constante en esta época tan compleja que nos toca vivir y donde la ley del más fuerte pretende imponerse sobre la mansedumbre y humildad que nos pide Jesucristo; o podemos bajar los brazos en algún punto del recorrido emprendido para combatir algún defecto o pecado personal. O qué decir del tan perjudicial y antievangélico “pagar al mal con mal”, expresado de muy variadas maneras, y siendo siempre el triste reflejo de un corazón que no termina de comprender y agradecer los bienes recibidos de parte de Dios, a pesar de nuestras faltas, y que tan santificante se vuelve si se comparte con los demás.
Un lugar especial le corresponde, por supuesto, al terrible veneno del rencor, que carcome, frustra, entristece, enceguece y aplasta al alma que le haya abierto la puerta y haya decidido convivir con él: renuncia implícita a la felicidad verdadera y razón del estancamiento espiritual, pues le cierra la puerta a Dios y a la grandeza a la cual el alma llegaría de tener lugar dónde asentar las virtudes que para ello necesita.
En fin, para nos extendernos en cada posible consideración, digamos que el hecho de “ponerle límite a las virtudes”, sea en su búsqueda, sea en su práctica, es exactamente lo que no hizo Jesucristo ni hace nunca con nosotros… y esto solo es materia de profunda meditación personal, pues cuántas cosas podemos hacer “para cansar a Dios”, si es que Él fuera como podemos llegar a ser nosotros mientras no emprendamos con sincera determinación la búsqueda de su gloria en nuestras vidas. Pero Dios es bueno, Dios es amor, Dios es misericordioso, perdonador y sumamente paciente con las almas, y no es capaz de detenerse en su hacer el bien, deseo que debiera anidar siempre en nuestro corazón… Miremos, pues, a Jesucristo, el Dios encarnado -para aprender de Él- quien no limita su bondad, ni su perdón, ni su paciencia con nosotros: Jesucristo fue paciente con sus discípulos y le llevó más de 3 años esculpirlos como las columnas de la Iglesia, a fuerza de bondad, de correcciones, de tiempo a solas con ellos, y aun así en el momento culminante de la cruz seguían inmaduros para comprender las implicancias del Evangelio, y no terminaron de convertirse sino hasta después de recibir el Espíritu Santo. Pero hay muchos más ejemplos: Jesús no se rindió con los fariseos, a quienes les predicó la verdad hasta la propia muerte; no se rindió con la Magdalena ni con tantos otros pecadores; no le puso límite al amor de sus entrañas con que miraba a las almas como ovejas sin pastor, pese al cansancio, pese a lo exigente de su ministerio; Jesús no dejó de perdonar, ni dejó de hacer el bien a quienes lo rechazaron; no condicionó su hacer el bien a los aplausos; no se detuvo ante la incomprensión ni las amenazas de muerte, ni las traiciones, ni el abandono; ni siquiera dio un paso atrás cuando comenzaba a caminar hacia la cruz… y todo esto, repetimos, lo ha hecho, lo hace y lo seguirá haciendo con nosotros, para que nosotros a su vez lo hagamos con los demás: ¿acaso nos podríamos imaginar a Jesucristo diciéndonos, “bueno, listo, ya te perdoné bastante así que se acabó mi perdón para ti”, ¡oh, qué terrible sería esto para nosotros!; o tal vez, “como me ofendiste con tus pecados reiterados, a partir de ahora te negaré mis gracias y mis bendiciones”, etc.
Jesús ante el pecado no se aíra ni se aparta, no le da la espalda al pecador “ni se cruzaría a la vereda de enfrente para no topárselo” como nosotros sí podríamos hacerlo (o quizás, tristemente, alguna vez lo hayamos hecho)… repito una idea que ya he compartido en otro momento: Jesús, ante nuestros defectos y hasta ante nuestros pecados, no decide alejarse de nosotros sino todo lo contrario, se acerca queriendo remediar, porque Él lo ve como una herida del alma y Él desea curar heridas, sanar almas, sacar a los malos del mal y llevar a los buenos a la santidad.
En este punto, simplemente hay que recordar que debemos confiar en Dios, mirar a nuestro Señor Jesucristo y preguntarnos seriamente ¿qué haría Él en mi lugar? Probablemente hayamos hecho más de alguna vez -incluso en el plano de la imperfección-, alguna cosa que Él no haría, así que la invitación en este día es a detestar toda actitud contraria el Evangelio, para ser verdaderos y fecundos discípulos y testigos de la Verdad; y dejarnos transformar por la gracia de Dios que a todos se nos ofrece: hay que entusiasmarse cada día con las virtudes, con el ideal del Evangelio, con la imitación de Jesucristo; pedir la gracia de hacer desaparecer los límites a nuestras buenas obras, y ser de esas almas cada vez más admirables que van contra la corriente del mundo -y no contra el Evangelio-, movidas por el viento del Espíritu Santo que las va purificando y moldeando según se dejen trabajar.
P. Jason
Comentarios 3
Padre amado ayúdame cada día para poder vivir y alejarme de los afecciones desordenadas que tengo. Ruego que no apartes tu mirada de tu hija.
Muchas gracias
Muy buena reflexión.
Excelente reflexión, en el momento justo para mí que estoy atravesando una situación delicada.
Gracias por esta hermosa reflexión . Hace falta en estos tiempos que escuchemos ese campanazo que nos haga reaccionar dejar de llevar el Evangelio como nos conviene . Dios los bendiga.