(Mélanie Niemiec – melanieniemiec.substack.com)
Dirijo esta carta a todos los sacerdotes y futuros sacerdotes, a todos los seminaristas y a todos aquellos que se hacen mil y una preguntas sobre el sacerdocio.
Si ninguna de estas situaciones te aplica, te invito a seguir leyendo. Esta carta también es un pequeño fragmento de mi vida.
¡Cuento contigo para que lo compartas con quienes te rodean!
Conocí a Jesús en el sacramento de la reconciliación en abril de 2018, en Lourdes, durante la Fraternidad [encuentro de jóvenes católicos organizado por las diócesis de Île-de-France]. Esa noche, mi vida cambió.
En los ojos de un sacerdote vi el amor infinito de Dios por mí.
A través de las manos de un sacerdote, sentí el Espíritu Santo traspasar mi corazón y mi alma.
En las palabras de un sacerdote, escuché un pequeño eco de la insondable Misericordia de Dios.
Entré en esta basílica muerta por dentro. Salí llena de un nuevo aliento, una vida que no me pertenecía y que me fue ofrecida. Al igual que Madeleine Delbrêl, puedo decir que Dios me deslumbró. Gracias a un sacerdote. Él cambió mi vida; nunca lo olvidaré.
Durante mucho tiempo me pidieron que callara lo que estoy a punto de escribir, como si fuera posible que el silencio condujera al olvido.
Soy hija de un hombre alcohólico y una mujer que hizo todo lo posible por superarlo. Mi vida diaria estaba marcada por gritos, insultos, golpes, llantos, discusiones y portazos. A los 8 años, terminé en una comisaría porque mi padre, bajo los efectos del alcohol, intentó matar a mi madre.
Para sobrevivir, me atrincheré en el corazón. Sin embargo, la ira y la tristeza lograron abrirse paso.
Les escribo para decirles que no sé qué es un padre. No sé qué es una familia. Encontrar el camino hacia la Sagrada Familia ha sido largo, y todavía estoy en camino. Todavía me resulta muy difícil llamar «mi Padre» a mi Dios, a quien me salvó la vida. Por eso me aferro a San José.
Así que imagínense cuando me di cuenta de que para dirigirme a un sacerdote, ¡tenía que decir “mi padre”! Era simplemente inconcebible para mi pobre alma. Rebelde como era, mi interior gritaba: “¿Qué? ¡Llamar padre a un desconocido que no me conoce!”. Durante seis meses, evité a toda costa tener que dirigirme a un sacerdote. Y menos aún pensé que un día diría “mi padre”. Una vez más, el Señor vino y me ablandó el corazón.
De esta herida surgió un amor que, día tras día, me sorprende haciéndose cada vez más ardiente. No hay palabras en este mundo suficientes para expresar el amor que siento por los sacerdotes. Solo tengo mis ojos para derramar lágrimas de alegría y amor. No hay realidad más dulce que estar en cualquier parte del mundo y decirle a un sacerdote «mi padre». Ya no hay barreras geográficas ni lingüísticas. La paternidad de un sacerdote trasciende todas las fronteras precisamente porque es como la de Dios: universal.
“Mi padre”.
Estas dos palabras lo contienen todo. Es una gran victoria para mí poder pronunciarlas con alegría.
Padre mío, eres un regalo del Cielo. Prueba tangible de que Dios existe y de que Él es solo Amor. Aunque mi camino aún es largo, ten la seguridad de que veo en ti el reflejo de la paternidad de Dios que tanto anhelo conocer y que tanto extraño. Rezo por ti constantemente y, cuando me faltan fuerzas, le pido a mi querida amiga Santa Teresita que lo haga por mí. ¡Si supieras cuánto te ama ella también!
Ella seguirá lloviendo rosas y yo, mientras Dios quiera, la acompañaré con mis palabras.
No soy nada más que tu hija que te ama.
Melanie
Comentarios 2
La palabra que tarde…
Que buena carta.Ejemplo es para nosotros y nuestro amor y respeto a cada sacerdote,y nunca hablar mal de ninguno.En cada uno tenemos que ver a Dios.
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Pues eso es una conversión total, que alegría que el
Señor la haya iluminado así. Es verdad, para mí los sacerdotes son personas especiales llamadas por Dios, no son cualquiera y debemos pedir por ellos para que se mantengan firmes en su ministerio.