Les compartimos una nueva actualización de la situación de los cristianos en Gaza
Parroquia Católica de Gaza
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo
La comunidad Parroquial, que en estos tiempos, es una comunidad de refugiados, está bien. “Junto a Jesús” o “en lo de Jesús” como les gusta repetir.
Aunque saben que el peligro sobre todos los habitantes de Gaza es real.
Estos días la situación en la Franja se ha agravado aún más ya que a la falta de todo, los bombardeos más fuertes y permanentes siguen sembrando todo el territorio de más muertos, heridos y desplazados.
Como saben, desde el comienzo de la guerra y por motivos ajenos a mi voluntad, me encuentro lejos físicamente de mi Parroquia aunque muy cerca de todos los parroquianos, religiosos y del Padre Iusuf, Vicario parroquial de Gaza, con mi oración, comunicación y trabajos.
Tuve la gracia hoy de participar en la Solemnidad de María Virgen Reina de la Palestina en su santuario, y en donde el Patriarca Latino de Jerusalén, Su Beatitud Pierbattista Cardenal Pizzaballa, consagró a todas las personas y territorios de Tierra Santa a la Virgen Santísima implorando al Cielo, Paz.
En la Parroquia de Gaza, como en todas las parroquias de la Diócesis de Jerusalén, que comprende los territorios de Palestina, Jordania, Israel y Chipre, se han unido a esta consagración.
Sigamos rezando por el cese de los bombardeos, la atención a todos los heridos, la libertad de los cautivos y la asistencia a las 2.300.000 personas que viven en Gaza, y que necesitan de todo: desde un lugar donde estar, un abrigo, agua, pan, electricidad, consuelo…
Aquí les dejo el texto de Consagración por si desean rezarlo:
«Oh María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Reina de Palestina y de Tierra Santa, en este tiempo de prueba acudimos a ti porque nos amas y nos conoces: ninguna preocupación de nuestros corazones te es oculta. Madre de Misericordia, ¡cuántas veces hemos experimentado tu cuidado vigilante y tu presencia pacífica! Nunca dejas de guiarnos hacia Jesús, Príncipe de la Paz.
Sin embargo, la humanidad se ha desviado de ese camino de Paz. Ha olvidado las lecciones aprendidas de las tragedias del pasado reciente, los sacrificios de los millones de caídos en las guerras.
Con nuestros pecados hemos quebrantado el corazón de nuestro Padre celestial, que desea que seamos hermanos y hermanas. Ahora, con vergüenza, clamamos ¡Perdónanos, Señor!
Madre Santa, en medio de nuestras luchas y debilidades, en medio del misterio de la iniquidad que es el mal y la guerra, tú nos recuerdas que Dios nunca abandona a su pueblo, sino que continúa mirándonos con Amor. Él te ha entregado a nosotros y ha hecho de tu Corazón Inmaculado un refugio para la Iglesia y para toda la humanidad.
Ahora llamamos a la puerta de tu Corazón. Nosotros, tus amados hijos. Confiamos en que, en los momentos más convulsos de nuestra historia, no despreciarás nuestras súplicas y acudirás en nuestra ayuda.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando intercediste ante Jesús. Para preservar la alegría de las bodas, le dijiste: “No tienen vino” (Jn 2,3). Ahora, oh Madre, repite esas palabras, porque en nuestros días se nos ha acabado el vino de la Esperanza, ha huido la Alegría, se ha desvanecido la Fraternidad. Hemos olvidado nuestra humanidad y hemos desperdiciado el don de la Paz. ¡Cuánta necesidad tenemos de tu ayuda materna!
Reina del Rosario, haznos comprender nuestra necesidad de orar y hacer penitencia. Guía a los lideres mundiales y a quienes deciden el destino de las naciones, para que decidan según la justicia y la verdad, y trabajen por el bien común.
Reina y Madre nuestra, muestra a los habitantes de tu patria el camino de la fraternidad. En medio del fragor de las armas, convierte nuestros pensamientos a la Paz, y nuestras espadas en rejas de arado. Que tu toque maternal alivie a los que sufren y huyen de los cohetes y las bombas. Que tu abrazo materno reconforte a los que están heridos u obligados a abandonar sus hogares, a los que han perdido a sus familiares, a los prisioneros y a los que están perdidos y cautivos.
Santa Madre de Dios, mientras estabas bajo la cruz, Jesús, al ver al discípulo a tu lado, dijo: “Ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26). De esta manera, Él te confió a cada uno de nosotros. Al discípulo, y a cada uno de nosotros, dijo: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,27). Madre María, ahora deseamos acogerte en nuestras vidas y en nuestra historia.
En esta hora, mientras el pueblo de Tierra Santa se dirige a Ti, tu corazón late de compasión por ellos y por todos los pueblos diezmados por la guerra, el hambre, la injusticia y la pobreza.
Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, a tu Corazón Inmaculado nos encomendamos y consagramos solemnemente a nosotros mismos, a nuestra Iglesia, a toda la humanidad, a los pueblos de Oriente Medio, y especialmente al pueblo de Tierra Santa, que te pertenece, ya que lo has honrado con tu nacimiento, tus virtudes y tus dolores, y desde allí has dado el Redentor al mundo. Haz que termine la guerra y que la Paz se extienda por nuestros pueblos y ciudades.
Que, por tu intercesión, la misericordia de Dios se derrame sobre la tierra y el suave ritmo de la Paz vuelva a marcar nuestros días.
Tú, que un día recorriste las calles de nuestra tierra; guíanos ahora por los caminos de la Paz»
Amén.
P. Gabriel Romanelli, IVE
Párroco de Gaza