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Hay una fábula, escrita por Tolstoi, sobre un hombre que, al regresar a casa del trabajo, pasó frente a una iglesia donde había un pobre mendigando.  El mendigo le preguntó al trabajador, ¿podrías por favor llevarme contigo?  Necesito una ducha y una cama.  Este hombre decidió llevarlo a su casa, ya que tenía una habitación vacía en su casa.

 Al llegar a casa, le explicó a su esposa que el hombre necesitaba un lugar para dormir y por eso había decidido traerlo a casa ya que “tenemos una habitación disponible”.  Su esposa no estuvo de acuerdo con su decisión y se enojó con el mendigo.  Ella lo trató de una manera poco caritativa para hacerlo salir de la casa lo antes posible.

 Curiosamente, cuando el mendigo fue maltratado por la mujer, comenzó a hacerse pequeño y feo.  Cuando fue tratado bien por el esposo que lo cuidaba, el hombre comenzó a crecer en tamaño y belleza.  Tolstoi explica que el mendigo era en realidad un ángel y por lo tanto solo podía vivir en un ambiente amable y amoroso y por eso crecía cuando lo trataban bien y se empequeñecía cuando lo maltrataban.

 La moraleja de esta fábula es que las personas son mejores en un ambiente de amor y alegría que en un ambiente de maltrato y egoísmo.  Las personas crecen para ser buenas personas en un ambiente de amor y generosidad, mientras que las personas se vuelven rudas en una atmósfera de odio y egoísmo.

 Precisamente por eso, Nuestro Señor nos ha dejado el mandamiento del amor al prójimo: porque es lo mejor para todos.  Vivir en un ambiente donde reine el amor nos hace bien, nos hace crecer espiritualmente y hace crecer también a los demás, porque el amor es contagioso.

 Por el contrario, el desamor, el egoísmo y el odio nos lastiman y nos disminuyen como personas.  Así como el amor es contagioso, el egoísmo también es contagioso.  El egoísmo y el odio crean una sociedad egoísta y deshumanizadora, porque sólo transmite aquellos valores que son contrarios a nuestra naturaleza.

 Esto es así, porque el verdadero amor lleva a la renuncia a sí mismo, al sacrificio, a la entrega generosa, al perdón, entre otras cosas.  Son cosas que nos hacen mejores personas y mejoran la sociedad en que vive el que practica la caridad;  cualquiera que sea esa sociedad: familia, comunidad religiosa, escuela, trabajo, país, etc. También contrarresta el egoísmo y el odio de los que nos rodean, porque como dice San Pablo, la verdadera forma de combatir el mal no es añadiendo más mal  , sino al contrario haciendo el bien (cf. Rm 12, 21).

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Comentarios 1

  1. Maria Victoria Cano Roblero. dice:

    Que Dios nos de el don de la humildad para amar como El me ama.

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