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Aron Lee Ralston (nacido el 27 de octubre de 1975) es un montañista, ingeniero mecánico y orador motivacional estadounidense, conocido por sobrevivir a un accidente de barranquismo cortándose parte de su propio brazo derecho.

El 26 de abril de 2003, durante un descenso en solitario del cañón Bluejohn, en el sureste de Utah, se desprendió de una roca y se quedó atrapada en la pared del cañón con la muñeca derecha. Después de cinco días, con un cuchillo sin filo, comenzó a cortar la carne, los músculos y los tendones que lo mantenían prisionero. La operación, realizada con intenso dolor y una precisión desesperada, culminó con la amputación de su miembro derecho. Utilizó un trozo de tubo de su mochila de hidratación como torniquete para evitar la hemorragia.

Liberado pero debilitado, Ralston no permitió que la fatiga y el dolor lo detuvieran. Con una determinación increíble, logró regresar a través del resto del cañón, descendió en rápel un desnivel de 20 metros y caminó 11 kilómetros en busca de ayuda. Deshidratado y al borde del colapso, se encontró con una familia de excursionistas holandeses que alertaron de inmediato a las autoridades.

Quise resaltar dos cosas de esta historia para luego aplicarlas a nuestra vida espiritual. La primera es la necesidad de cortar drásticamente todo aquello que nos impida vivir. En la vida espiritual el pecado es lo que nos mata y las ocasiones de pecado son las que nos mantienen atrapados allí. Por eso, debemos pensar como probablemente pensó Arón después de estar atrapado entre la roca y el muro durante 5 días sin poder salir: “si me quedo aquí voy a morir” y debemos tomar la drástica decisión que él tomó: cortar las ocasiones que nos hacen o nos pueden hacer caer en pecado.

Para que esto suceda, es importante que aprendamos a sacrificarnos. Así, las mortificaciones externas que practicamos nos ayudan a aprender a hacerlo y también a sacrificar lo que debe sacrificarse para crecer en gracia y virtud ante Dios. Todas las personas que quieran vivir como buenos cristianos deben aprender a practicar la mortificación externa, particularmente en aquellas cosas que aún no dominan: sería el alimento para quienes aún no dominan el apetito de la gula, sería la lengua para quienes aún no dominan el apetito de hablar de los demás, etc. Por lo tanto, debemos aprender a mortificarnos no exponiéndonos a ocasiones de pecado.

La segunda cosa que quería señalar es que Aron tardó 5 días en tomar esa decisión drástica que le salvó la vida. Dejo de lado el motivo por el cual tardó tanto tiempo, que no viene al caso, para señalar que muchas veces nosotros hacemos lo mismo ante el pecado. Buscamos desvíos y otras maneras de salir del pecado sin llegar a salir de la ocasión de pecar por el placer que nos da, lo cual es una clara muestra de afición al pecado. Queremos dejar de pecar sin salir del afecto al pecado, que no nos deja crecer en gracia y virtud, que crecen en la medida en que nos desafectamos del pecado y de su entorno.

El problema es que muchas veces, cuando queremos reaccionar, no tenemos la suerte de Aron, que reaccionó a tiempo para salvar su vida. Muchas veces, cuando reaccionamos, ya es demasiado tarde, de modo que la ocasión del pecado no sólo se ha convertido en pecado real, sino también en vicio o, muchas veces, incluso en adicción.

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