📖 Ediciones Voz Católica

Más leído esta semana

Cuenta la leyenda que en un monasterio vivía un monje de temperamento irascible que se enfurecía con facilidad. Tras calmarse, el monje sentía vergüenza, pero la vergüenza nunca fue suficiente para contener su ira. Un día, pensó: «Voy a vivir como ermitaño, solo en el desierto. Allí nadie me hará enfadar y podré vivir en paz». Y así, se fue al desierto.

Un día, cuando se quedó sin agua, fue con dos cubos a buscarla. Llenó el primero y lo puso en el suelo para llenar el otro, pero lo colocó mal, el cubo se volcó y el agua se derramó. Lo volvió a llenar, y una vez más el cubo se volcó y el agua se derramó. Entonces, lleno de ira, agarró el cubo y lo arrojó al suelo con tanta fuerza que se rompió. El cubo ya no le servía, pero el monje aprendió la lección: la culpa de su ira no era de los demás, sino de sí mismo, y la solución no era huir de las situaciones, sino trabajar para superarlas.

Si bien es cierto que el estímulo externo desencadena esta pasión (el comportamiento de los monjes en la historia), también es cierto que el estímulo es solo un estímulo y no la pasión, que reside en nuestro interior. Por lo tanto, no podríamos superarla simplemente huyendo de los desencadenantes, ya que la ira es una pasión interior. Por eso siempre habrá desencadenantes (como la caída del cubo en la historia) que avivarán la ira.

Según los psicólogos, si la ira se gestiona de forma inadecuada, es probable que afecte negativamente nuestra salud física y mental, desde dolores de cabeza y trastornos gastrointestinales hasta trastornos psicológicos y emocionales. Gestionar la ira no significa deshacerse de ella, ya que es imposible, sino más bien, significa controlarla.

¿Cómo lo ordenamos? ¿Cómo lo superamos? En primer lugar, debemos reconocer nuestra ira ante nosotros mismos y ante Dios. Es importante no fingir que no estamos enojados ni llamarla de otra manera, porque eso no ayudará a superarla, sino a no manifestarla. En segundo lugar, debemos intentar detenerla en lugar de alentarla, lo que significa encontrar razones para no enojarnos en lugar de buscar razones para enojarnos y, por lo tanto, sacar conclusiones precipitadas. Debemos buscar razones sobrenaturales para ser misericordiosos y perdonar en lugar de buscar justicia y venganza. También debemos reconocer los excesos que cometemos con nuestra ira y confesarlos, en lugar de justificarlos. Finalmente, cuando la ira parezca apoderarse de nosotros, miremos al crucifijo, el símbolo del control de la ira. Jesús siempre nos enseña cómo manejarla.

Seguir Leyendo

Comentarios 1

  1. María Victoria Cano Roblero dice:

    Gracias Dios por hablarme para poder controlar mi defectos y emociones.
    Muchas gracias y bendiciones Ministerio Vozcatolica

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Acepto los Términos y condiciones y la Política de privacidad .

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.