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En la película argentina «El cuento de la comadreja», hay una escena en la que la joven Bárbara (interpretada por la actriz española Clara Lago) es invitada a jugar al billar por el anciano Martín (interpretado por el comediante argentino Marcos Mundstock). Fingiendo no saber jugar, ella le pregunta: «¿Me enseñas?». Martín la invita a comenzar la partida y pronto queda claro que ella es una jugadora experta, ya que emboca dos bolas rayadas en su primer tiro. Ella dice: «Te engañé», y tras una pausa, añade: «Me encanta engañar a la gente». Sin embargo, la que acaba siendo engañada es ella, porque Martín, sin que ella se dé cuenta, la ha hecho perder mostrándole los tiros fáciles, permitiéndole meter todas las bolas sencillas y dejando las difíciles para el final.

Cuando solo queda el tiro difícil, ella falla y pierde su turno. Cuando le toca el turno a Martín, él le dice: «¿Sabes cuál es tu problema?». Tras una pausa, continúa: «Te gustan los tiros fáciles, y nada bueno es fácil». Porque debería haber hecho el tiro difícil antes, cuando la bola blanca estaba mejor posicionada. Pero al elegir siempre el camino fácil, se quedó con el tiro más difícil en el peor momento posible, y por eso perdió. Porque nada bueno es fácil.

Más allá del juego de billar, este es un gran consejo para la vida. En la vida, si siempre buscamos el camino fácil, acabaremos perdiendo, porque para vivir bien hay que afrontar retos. Un matrimonio duradero, un título universitario, una carrera profesional estable… nada de eso es fácil. Si solo buscamos lo que no nos cuesta esfuerzo, pasaremos de un fracaso a otro: divorcio, abandono de la universidad, pérdida del empleo, etc.

El problema radica en complacer o exagerar nuestra tendencia natural a buscar el placer y evitar el sufrimiento.

Aquellos que solo quieren disfrutar y se niegan a soportar las dificultades, aquellos que siempre eligen el camino fácil y esquivan las dificultades, inevitablemente perderán en la vida, porque lo que realmente importa requiere esfuerzo, y el esfuerzo es lo que hace que las cosas sean difíciles.

Es cierto que no todo lo difícil o duro es bueno simplemente por ser difícil, pero también es cierto que lo que es bueno exige esfuerzo y, a menudo, cuanto mayor es el esfuerzo, mayor es la recompensa. Por eso, aquellos que construyen su matrimonio sobre el placer fácil en lugar del amor que exige sacrificio, o aquellos que intentan graduarse haciendo trampa en lugar de estudiando, terminan fracasando. Las cosas valiosas requieren esfuerzo, y sin esfuerzo, se escapan.

Lo mismo se aplica a la vida espiritual, especialmente a la santidad. Si buscamos la santidad por el camino fácil, esperando que Dios nos cambie sin nuestra cooperación, en lugar de abrazar el arduo trabajo de cooperar con Su gracia, no la alcanzaremos. Como dijo San Agustín: «El que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (Sermón 169, 11, 13). Dios nos santifica, pero no sin nuestra cooperación, porque respeta nuestra libertad.

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