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Pregunta:

¿Podemos conocer la verdad? ¿O todo es relativo y en definitiva cada uno tiene su verdad?

Respuesta:

Probablemente una de las primeras cosas que haga tambalear tu edificio intelectual o tu fe sea el relativismo, es decir, la concepción que no admite principios absolutos en el campo del conocer y del actuar. Normalmente un joven llega a sus estudios con una serie de principios o verdades que él admite como absolutas, ya sean convicciones de orden natural o sobrenatural (las verdades de fe) o verdades de certeza popular; un mal centro educativo comenzará a bombardear precisamente el valor de tales verdades. La primera verdad que te robarán es la convicción de que hay verdad, y que puedes conocer la verdad.

         Para el relativismo cada uno tiene su verdad, cada uno alcanza las cosas con una visión propia y personal basada en sus gustos, su educación o sus intereses. No solamente se hace difícil, para quienes así piensan, lograr comprender adecuadamente lo que piensan los demás sino que es imposible lograr un acuerdo, puesto que no habría propiamente hablando una verdad objetiva válida y obligatoria para todos. Así se empiezan a demoler los principios religiosos, los criterios morales por los que nos regimos, y la víctima de este aplastante ataque se sumerge en una auténtica “depresión intelectual”.

         El relativismo es el cáncer fatal que carcome la cultura contemporánea. Y sin embargo es también la falacia más grande que puede pasar por la mente humana y no puede hacerse aceptar a menos de engañarnos por medio de sutiles sofismas. El relativismo, en el ámbito del conocimiento, niega la posibilidad de alcanzar verdades universales y objetivas. En el ámbito moral es la negación de poder llegar a conocer los valores y bienes objetivos y actuar en consecuencia (o sea niega que pueda afirmarse que un comportamiento es malo para todos o que otro es siempre bueno). En la vida cotidiana caen en este error todos los que no aceptan verdades absolutas; los que sostienen que “cada uno tiene su verdad”, los que tachan de “fundamentalismo” a todos aquellos que mantienen con firmeza la verdad de la fe. Una de sus consecuencias más notables en nuestro tiempo es que ha abierto el camino para la New Age, la religión del relativismo: “El terreno [para la aceptación de la New Age] ha sido preparado por el desarrollo y la difusión del relativismo”[1].

         El relativismo adopta varias formas[2]:

         1) El relativismo individualista es el que enseña que lo que determina la verdad de alguna afirmación es cada individuo, por tanto, habrá (o podría haber) tantas verdades cuantos hombres. Algo puede ser verdadero para Juan y no para José, y ambos tienen razón: “su razón”. En un importante periódico argentino leí (mayo de 2004) la siguiente afirmación comentando un partido de futbol: “el partido terminó con un justo empate; aunque también habría sido justo que ganara o uno o el otro”. ¡Tres casos de justicia en tres situaciones contradictorias! Sin embargo no fue el periodista del poco afortunado artículo quien inventó la barrabasada que se le ocurrió escribir, sino Protágoras de quien es la tesis de que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Platón lo describe: “como decía Protágoras al afirmar que el hombre es la medida de todas las cosas; así, en consecuencia, como a mí me parece que son las cosas, tales son para mí; y, como a ti te parecen, tales son para ti”[3]. De aquí se sigue que no hay una verdad sino infinitas, es decir: tantas cuantas personas distintas. Es fácil darse cuenta de que esto está muy divulgado en nuestra sociedad; nosotros lo escuchamos bajo el título de “punto de vista”: cada uno tiene sus “puntos” de vista. Y así tiene más valor la opinión que la verdad. Y no solamente cada uno tiene su verdad, sino que cada uno tiene derecho a formarse su verdad aunque se trate de temas que desconoce en su casi totalidad; por eso a un deportista se le pregunta su opinión no solamente sobre su deporte sino sobre cuestiones de moral, sobre el Papa, la filosofía y la historia; de todos modos el valor de lo que diga es relativo, sólo valdrá para él. Desde este punto de vista (el más divulgado tal vez) el relativismo es el principio de aislamiento más grande entre los seres humanos: el ostracismo de las inteligencias que quedan desterradas a los límites de su dueño. Con la aceptación de la filosofía relativista no puede haber maestros, hay tan solo orientadores de opinión, o mejor todavía, cada uno ofrece su opinión por si a alguien le gustaría hacerla suya. Curiosamente esto vale para todo… menos para los que enseñan el relativismo, pues su enseñanza de que todo es relativo y de que no hay verdades objetivas, ¡es lo más objetivo y universal que pueda afirmarse!, y ¡cuidado con quien la ponga en duda o sugiera tímidamente lo contrario u opine que tal vez haya algo que sea absoluto! Inmediatamente se lo destruye como al más peligroso fanático: el fanático que piensa que hay una verdad y que se puede morir por ella. “No hay ninguna verdad objetiva”, ¡esa es la más objetiva de las verdades!, dice el relativista. A pesar del absurdo que estarás percibiendo al leer estos renglones, más habrá de sorprenderte el saber que esto lo afirmó  no un honesto pero rústico panadero sino un filósofo incensado como padre del relativismo, Augusto Comte, quien ya a los 19 años escribía: “todo es relativo, he aquí el único principio absoluto”. ¡Pobre Comte, de viejo decía las mismas tonterías!

         2) El relativismo cultural es el que hace depender la verdad de la cultura histórica. Fue defendido por Oswald Spengler en su conocida obra La decadencia de Occidente. Cada cultura –china, hindú, egipcia, babilónica, greco-romana, árabe, americana, occidental– realiza su propia valoración de lo real, tiene su modo de comprender el cosmos, distinta de las demás culturas e irreductible a cualquiera de ellas. Ninguna cultura puede aspirar a que su valoración sea absoluta, universalmente válida. No cambia mucho del relativismo individual solo que es menos radical y en lugar del individuo coloca como fuente de la verdad-opinión a cada cultura o pueblo.

         3) El relativismo sociológico fue creado y defendido por Émile Durkheim y hace depender lo que condiciona la verdad del juicio en los grupos sociales. “El grupo social presiona, según Durkheim, de modo irresistible e inconsciente sobre sus miembros, imponiéndoles normas de conducta y criterios de valoración. Esta coacción no se siente cuando el individuo acepta y cumple con las normas sociales y, por ello, cae en la ilusión de creer que es él mismo el que, espontánea y voluntariamente, se las impone. La fuerza de la presión social únicamente se pone de manifiesto al infringirse dichas normas… El individuo recibiría de la sociedad todo su mundo mental; el mundo ideológico del individuo sería el reflejo de la sociedad en que vive; lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, toda la gama axiológica, serían determinados en cuanto tales por el grupo social, y el individuo se limitaría a recibirlos pasivamente; se considera la sociedad como anterior al hombre y a la persona”[4]. Nuevamente el trasfondo es el mismo, cambia el factor que determina cuál es la verdad.

         4) El relativismo racista hace depender las verdades de la raza. Esta forma de relativismo fue defendida por el nazismo en general y de un modo particular por su teórico Alfred Rosenberg. “Toda manifestación cultural estaría determinada por la raza, que no hay que confundir con el grupo social, ya que una misma sociedad puede de hecho estar integrada por diversas razas. La filosofía, la ciencia, la moral, la religión, el arte serían la expresión de la raza, que en ellas plasma su fuerza vital. La raza sería el principio creador y el elemento condicionante de toda producción cultural, a la que habrá que valorar positivamente, si se trata de una raza superior, o negativamente, en los casos de las razas inferiores. Así, no habría nunca una verdad única, igual que no hay una raza única; habría sólo una verdad aria, otra eslava, otra judía, etc.”[5].

         5) El relativismo político es hoy en día una de las formas más extendidas en nuestra sociedad; este relativismo, como su nombre lo indica, hace depender la verdad de los compromisos políticos, ya sea de los votos de la mayoría o de los pactos entre los partidos políticos o de otros modos de lograr el común acuerdo (consenso). Así si todos estamos de acuerdo en que el aborto sea legal, el aborto será realmente legal y por tanto bueno; si todos estamos de acuerdo en permitir la prostitución, ésta ya no será ni delito ni siquiera pecado; si la mayoría ha votado que se enseñe un error, eso dejará de ser un error para ser una verdad. Este relativismo, metido hasta los huesos en nuestra cultura, produce gravísimos daños empezando por el descalabro de la misma libertad humana. Sobre él ha escrito Juan Pablo II: “Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo se entiende en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro, considerado como enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer sus intereses. Sin embargo, frente a los intereses análogos de los otros, se ve obligado a buscar cualquier forma de compromiso, si se quiere garantizar a cada uno el máximo posible de libertad en la sociedad. Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida. Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más propiamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte –aunque sea mayoritaria– de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el ‘derecho’ deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la ‘casa común’ donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos”[6].

En una próxima entrada continuaremos respondiendo a la pregunta principal, que no es otra que

“¿es verdad que no hay verdad?”

P. Miguel A. Fuentes, IVE

Publicado por el autor en Las verdades robadas, EDVE, San Rafael 2005.

Bibliografía para ampliar

–Jaime Balmes, El criterio, (hay numerosas ediciones), en: Obras completas, BAC, Madrid.

–J. Barrio Gutiérrez, Relativismo; I. Filosofía, Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1991.

–A. Aliotta, Relativismo, en: Enciclopedia filosofica, V, 2 ed. Florencia, col. 638-648.

–R. Garrigou-Lagrange, El sentido común, Palabra, Madrid 1980.

–Antonio Orozco-Delclós, La libertad en el pensamiento, Ed. Rialp, Madrid 1977.

–Pieper, Josef, El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid 1983.

__________, El descubrimiento de la realidad, Rialp, Madrid 1974.

__________, Defensa de la filosofía, Herder, Barcelona 1982.

–Jacques Maritain, Introducción a la filosofía, Club de lectores, Bs. As. 1950.

–Velazco, Miguel Angel, Los derechos de la verdad, MC, Madrid 1994.

–G. K. Chesterton, Ortodoxia, en: Obras completas, Plaza & Janés, Barcelona 1967 (hay ediciones con mejores traducciones).

[1] Pontificios de la Cultura y para el Diálogo Interreligioso, informe Jesucristo, portador del agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, 1.3.; cf. 2.3.1.

[2] Cf. J. Barrio Gutiérrez, Relativismo; I. Filosofía, Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1991.

[3] Platón, Cratilo, 3850.

[4] Cf. J. Barrio Gutiérrez, Relativismo; I. Filosofía, Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1991.

[5] Cf. J. Barrio Gutiérrez, Relativismo; I. Filosofía, Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1991.

[6] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 20.

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Comentarios 2

  1. Sofia Elisa dice:

    Graciaaas por sus análisis que tanto ayudan padre!
    Fundamental poder entender este tema ya muy bien estudiado y denunciado por Benedicto XVI como “la dictadura” más destructora. Si hasta parece que lo escucho en su propia voz!.Bendiciones.

  2. No,hay mayor verdad,que DIOS MISMO…
    Santa Edith Estein…
    Perdón.Mi ignorancia no se como se escribe…dijo:QUIEN BUSCA LA VERDAD BUSCA A DIOS…y así infinidad de Santos.

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