[Manuela Antonacci – iltimone.org – 20/02/2024]
El arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz en Argentina, Sergio Fenoy, firmó el Edicto que abre el proceso de canonización de sor Cecilia María del Volto Santo, apodada “la monja de la sonrisa”, por su foto sonriente, poco antes de morir, que dio la vuelta al mundo en todas las redes sociales. Sor Cecilia María era una carmelita argentina que falleció de cáncer en 2016 a los 42 años y con una sonrisa en los labios que realmente parecía vencer a la muerte.
Su testimonio de “amor y confianza en Jesucristo, incluso en medio de las pruebas más duras, ha despertado en muchos corazones el deseo de un mayor compromiso con la vida cristiana “, se lee en el documento fechado el 14 de febrero. Y es debido a su creciente “fama de santidad y de signos” que se aprobó el inicio del proceso de investigación para la apertura de su causa de canonización. Por eso desde Il Timone quisimos recoger un testimonio particular: el de la hermana de Sor Cecilia María, la Madre María de la Ternura, Servidora del Señor y de la Virgen de Matara que compartió con nosotros algunos recuerdos.
¿Cómo surgió la vocación de tu hermana?
Entró al Carmelo cuando yo era muy pequeña, ella tenía 20 años más que yo. Cuando cumplió 10 años de vida religiosa ella misma describió así la historia de su vocación:
«Alguien se preguntará cómo una persona, una mujer, pudo haberse hecho monja, carmelita descalza (y además de clausura), de esas que viven en claustro.¿Qué debe haber pasado por tu cabeza y tu corazón para tomar tal decisión? Intenté explicárselo a mis padres, a mis hermanos, a mi abuela, a mis familiares y amigos con todos mis conocimientos e incluso con los que no tenía. Después de 10 años de vida carmelita ¿tengo el valor de decírtelo?
Todas las historias del llamado de Dios a las almas son maravillosas. Como cuando escalamos una montaña y descubrimos paisajes únicos que se quedan grabados en nuestra mente. Y aunque hagamos fotografías bonitas, no es lo mismo mostrárselas a otros que haberlas vivido. Por mucho que intentemos contar mil matices quedarán para el alma y para Dios.
Desde niña soñaba con casarme, en otras edades pensaba: “¡o monja o casada, nunca soltera!”. Ya a los 15 estaba muy enamorada de un chico, pero el Señor me detenía y siempre me hacía querer algo más, un “no sé qué”. Para hacerte reír, en mi quinto año ya había elegido la capilla para casarme, aunque me faltaba la materia prima. Dios usó un profesor de teología que me hablaba de Dios en sus lecciones, todo me hacía añorar el cielo. Empecé a ir a Misa todos los días, sobre todo con una amiga, y siempre nos encontrábamos con amigos a la salida. Estaba muy feliz de que éramos tantos.
Empecé a tener mis momentos de oración, a rezar el Rosario (que me resultaba muy aburrido), ¡pero quería amar a la Virgen!
Este mismo maestro nos hizo conocer y amar a santa Teresa de Jesús, me fascinó su intimidad con Cristo, porque en el libro de su Vida, aunque no sabía orar, ella me hizo orar con ella. Me hizo mirar a Cristo. Me enseñó a orar y también me enseñó que orar, en sus propias palabras, es “buscar la amistad, muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama”. Otra frase suya que me gustó mucho es que para estar con el Buen Jesús no es necesario romperse la cabeza, que Él no es amigo de que nos rompamos la cabeza, sino que sólo disfruta de nuestro cariño y de nuestra compañía.
Con otro amigo soñábamos con viajar a Europa, una vez jugábamos al Lotto o al Quini 6. Quizás intuyendo mis deseos, ese año mi abuela me invitó a viajar al viejo continente y pagó una excursión. No quería renunciar a ir a Ávila por nada del mundo (aunque no fuera parte del viaje). Quería ir a donde había vivido Santa Teresa, la madre carmelita descalza, pero no había pensado en las monjas en absoluto.
Era 31 de diciembre y unos amigos se ofrecieron a llevarme allí. Primero íbamos a Segovia. No sabía que allí estaba enterrado San Juan de la Cruz (Padre del Carmelo). Cuando vi el cartel casi por “casualidad”, pregunté si podía bajar a tomar algunas fotos. Y allí, sobre su tumba, con todo el fervor y la ansiedad de mi alma, le pedí que me iluminara sobre mi vocación. Pero la verdad es que no sentí que él me estuviera respondiendo en absoluto. Cuando llegamos a Ávila eran las seis de la tarde, en pleno invierno, y casi había oscurecido. Fuimos al Monasterio de la Encarnación, donde conocí a unas chicas encargadas del museo que estaban a punto de devolver las llaves a las monjas. El conserje, al ver mi entusiasmo, me indicó que me uniera a ellos.
Entraron en un lugar enteramente hecho de piedra (porque el edificio es muy antiguo, data del 1500), muy frío, y comenzaron a hablar con una monja muy simpática a través de un trozo de madera (después supe que se llamaba torno). Pero no podías verla, sólo podías oír su voz. Les dije a las chicas que le pidieran que por favor se quedara y que quería hablar con ella.
Fue como si hubiera hablado con la misma Santa Teresa. Lloré y lloré. Los dos amigos que habían entrado conmigo me dejaron en paz. La monja, que se hacía llamar “Teresa di Gesù”, me dijo que veía en mí “una vocación clara como el agua, que no esperara que viniera un ángel y me lo dijera al oído…”. Dentro de mí, mientras lloraba, sentí que el amor infinito de Dios se me ofrecía en su totalidad. Fue como si de repente descubrieras todo el amor que te tiene alguien a quien amas mucho. ¡Pero nunca imaginé que sería tan grande! Me sentí muy pequeña y avergonzada de sentirme amada de esa manera, pero al mismo tiempo estaba muy feliz y sentía una dulzura que no podría describir.
Ahora, a medida que pasa el tiempo, siendo cada vez más consciente de mis defectos y limitaciones, que yo mismo aún no conocía, me impresiona aún más el amor de Dios y el hecho de que Dios me ama y me ama ¡así como soy!
A pesar de estas señales, estaba convencida de que no eran suficientes para hacerme sentir segura. Así que me inscribí en logopedia, rezando para no ser ascendida, y luego pasé a la literatura.
A pesar de mis dudas e inseguridades, nunca me pregunté si ser religiosa activa o contemplativa. Yo quería ser de la Virgen (y me decían que “el Carmelo es todo de María” y de Santa Teresa). Finalmente entré en un monasterio carmelita en Buenos Aires, donde permanecí durante 5 meses. Me gustaba la vida, pero no sentía que perteneciera. Con todo el dolor y la oscuridad de mi alma, salí pensando que el Carmelo había sido una ilusión mía y no un llamado real de Dios, pero a pesar de todos mis esfuerzos, no podía sacarme el Carmelo de mi cabeza. Mientras tanto, la noche empezó a aclararse y con mucho sufrimiento, la paz entró en mi alma. El Señor me ha revestido de fortaleza, me ha dado la certeza firme y serena de su llamada. Esta noche oscura duró sólo 3 meses, pero mi espera para llegar al puerto duró 3 años. Con esta certeza en el alma fui a tocar las puertas del monasterio carmelita de Santa Fe, por el que siempre me había sentido atraído.
Por lo que sabía de oídas, me atrajo su pobreza, su radicalidad y su alegría, pero sobre todo el Señor que me hizo desearlo.
Mis padres me pidieron que estudiara y terminara la carrera antes de ingresar, mis hermanas también pensaron que era más prudente esperar y mi padre espiritual me pidió que obedeciera la voluntad de mis padres. Fue un regalo más de Dios estudiar enfermería y haber estado al lado de tantos moribundos y enfermos. Por seguridad, todos los años iba a tocar las puertas de los enfermos, por si se arrepentían. ¡Mi obediencia no fue muy perfecta! En esta espera mi canto quedó todo en un poema escrito por el Cardenal Newman, antes de su conversión:
“Llévame, llévame,
En la noche espesa y densa estoy lejos de casa,
llévame, llévame.
No te pido que veas límites ni horizontes.
Me basta un paso más, hasta que la noche huya,
hasta que aparezca la sonrisa de los ángeles.
Lo que perdí, lo que siempre quise.
Llévame contigo”
Finalmente obtuve mi diploma y el 8 de diciembre Nuestra Señora me recibió en su casa. Nuestro dulcísimo Jesús me ha dado el don de la perseverancia en estos años y de una alegría muy profunda a pesar de mi pobreza, la alegría de pertenecer sólo a Él, de ser su esposa. Poder ayudarlo en mi pequeñez, salvar almas con su pasión, ayudar a sus ministros, a los sacerdotes, al Santo Padre y a la Iglesia, que peregrina hacia Santa Fe, y a nuestro pobre y sufriente país. Ahora me diría Santa Teresa Benedicta de la Cruz:
“No eres ni médico ni enfermera,
ni podrás vendar sus heridas.
Estás reunido en tu celda y no puedes acudir a ellos.
Escuche los gritos agonizantes de los moribundos
y te gustaría ser sacerdote y estar a su lado.
Mira el crucifijo, unido a él eres como el omnipresente…
Con la fuerza de la cruz, puedes estar en todos los frentes,
en todos los lugares de aflicción.”
Espero que me perdonéis si no he podido decirlo todo en pocas palabras, pero estas palabras son un agradecimiento por las oraciones de muchos a quienes debo mi vocación. Empezando por mi bisabuela Giuseppina, así como por las queridas Madres de la Encarnación, muchos sacerdotes y amigos, especialmente mis padres, mis hermanos, mis madres y mis hermanas de esta comunidad que Dios me regaló.
Una pobre y feliz niña descalza
que espera poder cantar todos los días
con una voz más clara y más ardiente
¡Las misericordias del Señor!»
¿Qué impulsó, en su opinión, el proceso de canonización? ¿Fue el testimonio de la gente o hubo algún evento en particular?
Creo que sólo el Espíritu Santo puede realizar algo así. Mi madre, desde que murió Cecilia, dice que no entiende por qué hay tantas monjas carmelitas que son mucho más santas que Cecilia y han permanecido desconocidas, mientras que Cecilia es conocida y querida por tanta gente en todo el mundo. Creo que sólo Dios puede responder a este misterio. Sabemos que Dios suscita santos para todos los tiempos, tendremos que descubrir qué mensaje Dios quiere darnos a través del testimonio de Cecilia.
Como en todas sus obras, creo que Dios quiso utilizar muchas herramientas para dar a conocer la historia de Cecilia y avanzar en el proceso de canonización. Por ejemplo, el hecho de que seamos una familia muy numerosa; también toda la cadena de oración durante su enfermedad, muchas personas en todo el mundo orando por su recuperación; también las fotos que se viralizaron en los medios, especialmente la que le tomamos 13 días antes de morir, con una sonrisa muy especial en el rostro. Hoy hay una fuerte influencia de la imagen en todo el mundo y esa foto habla más que muchas palabras, es un ejemplo de alegría en medio del dolor, de serenidad ante la cruz. Creo que tocó muchos corazones.
No puedo dejar de mencionar, como un instrumento más de Dios, el trabajo arduo y sacrificado que hicieron las carmelitas para responder a lo que Dios pedía a través del pueblo que tantas preguntas hacía sobre la vida de Cecilia. Creo que Dios bendijo muchos años de trabajo escondido y sacrificado, y de mucha oración, con el inicio del proceso. Finalmente, también creo que la nueva Santa, Mamá Antula [fundadora de la congregación de las Hijas del Divino Salvador, en Argentina] sin duda habrá ayudado desde el Cielo. ¡Los santos se entienden!
En el documento con el que el obispo abre la causa de canonización leemos: «Su testimonio de amor y de confianza en Jesucristo, incluso en medio de las pruebas más duras, ha vuelto a despertar en muchos corazones el deseo de un mayor compromiso con la vida cristiana». ¿La sonrisa la ha caracterizado toda su vida?
Mi madre dice que cuando era niña tenía sus momentos de “rabietas” y “malos humores”. Incluso las carmelitas dicen que tuvo que luchar contra su fuerte temperamento, pero personalmente, en los años que la conocí, nunca le faltó una sonrisa. Cada vez que íbamos a visitarla al Carmelo, siempre nos sonreía así, y siempre nos daba mucha paz y serenidad. Para nosotros era algo normal, estábamos acostumbrados a verla como la “santa de la familia”, la que nos daba consejos, la que nos ayudaba ante cualquier problema. Nos habíamos acostumbrado a esa sonrisa, así que no creo que nos diésemos cuenta de que, en esos 6 meses de dura enfermedad y dolor, su sonrisa era algo fuera de lo común, para nosotros sonreía como siempre nos había sonreído. Sólo después de su muerte comprendimos que no era algo normal, era la sonrisa de alguien que está con Dios.
¿Hay algún recuerdo tuyo que te gustaría compartir con nosotros?
Para agradecer a mi querida hermana Cecilia, quisiera decir que ella oró por mi vocación religiosa desde que nací y me defendió fuertemente cuando quise ingresar a mi Congregación. Mi madre me presentó algunas de las cartas de Cecilia donde escribía: “No hagas planes con la menor (soy la última de 10 hermanos), será para Dios”. Y desde muy pequeña me escribía cartas para enseñarme a orar, para crecer en la intimidad con Dios, no tengo duda de que haber sentido el llamado a la vida religiosa, haber dicho sí a Dios, haber entrado en esta querida Familia Religiosa, haber perseverado hasta el día de hoy es fruto de sus oraciones y de su sacrificio escondido. ¡Cuánto oró por las vocaciones sacerdotales y religiosas! Creo que lo seguirá haciendo desde el Cielo. Rezo para que su ejemplo como esposa de Cristo, madre de las almas, mueva el corazón de muchos jóvenes a seguir sus pasos. Y también rezo para que su ejemplo de oración por las vocaciones nos anime a todos a orar y trabajar más para que a la Iglesia no le falten almas generosas que quieran amar y servir a Cristo como ella lo hizo.
Comentarios 5
Maravilloso testimonio! Muchas gracias por compartir esos recuerdos. Dios la bendiga, Hermana.
Hermoso testimonio , conocí el caso de Cecilia estando fuera de Argentina realmente dió la vuelta al mundo fue impactante para mucha gente conocer a la monja de la sonrisa, gracias hermana por compartirlo Dios la bendiga .
¡¡¡Qué alegria, hermoso testimonio, me anima para seguir aun en medio de las nubes oscuras, me hace repetir lo que decía san Ignacio de Loyola ¿Sí ellos pudieron, por qué yo no?
Aun que pareciera dificil, todo es posible con la ayuda de Dios.
Bendiciones y muchas gracias por compartir.
Me encomiendo a sus oraciones, ¡¡ cuénten con las mias!!
Mons. Fenoy…, el mismo que parece que encabeza, a juzgar por la respuesta del Papa, la Carta de los obispos de la región de Bs. As. autorizando la sagrada Comunión a los separados que viven en una nueva unión more uxorio, es decir, a los adúlteros.
Que historia más linda que Dios la bendiga