No existe mortal que pueda alabar dignamente el tránsito de la Madre de Dios. Sin embargo, siendo agradable a Dios cuanto redunde en honor de su Madre, y complaciendo a ésta cuanto sea dar gusto a su Hijo, cumplamos la deuda de alabar a María, que cuanto más se paga, más crece. Séanos propicia Ella misma.
Hoy descansa en el templo divino, no fabricado por mano alguna, la que fue también templo del Señor. Hoy el Edén recibe a1 paraíso del nuevo Adán, donde fue otra vez plantado el árbol de la vida y remediada nuestra desnudez. Desde hoy la Virgen Inmaculada, que no tuvo jamás afectos terrenos, sino celestiales, ha dejado de habitar en la tierra, y como cielo animado es colocada en las mansiones celestes.
Dios arrojó del paraíso a los primeros hombres., porque desobedecieron. ¿Y ahora? ¿No recibirá el paraíso la que rechazó todo pecado y dio sólo frutos de obediencia, enseñando la vida al género humano? ¿No abrirá el cielo sus fronteras? Eva escuchó a la serpiente engañadora, y halagados sus sentidos acarreó la sentencia de amargura y de dolor en el parto. ¿Osará la serpiente devorar a María que, sumisa a Dios, concibió sin deleite, ni varón, por obra del Espíritu Santo?».
¿Cómo puede la corrupción apoderarse de un cuerpo que es fuente de la vida?».
El que es camino y verdad, dijo: Donde yo esté estará también mi servidor (Io. 12,26) ¿Con cuánta mayor razón no ha de vivir. Jesucristo junto a María?»
«María descansa como en lecho humilde en la ciudad de Jerusalén… Al llegar a este punto, siento arder en mi pecho las llamas de amor ferviente, y anegado en lágrimas dulcísimas, beso este lecho feliz…, que recibió al tabernáculo de la vida».
«¿Qué honores no le tributará el que decretó honrar a los progenitores?»
«Los discípulos, dispersos por la tierra, fueron, por mandato divino, reunidos en Jerusalén… Testigos oculares, ministros de la palabra, llegaron para servir, cual era su obligación, a la Madre de Cristo y pedirle su bendición. Los sucesores de los apóstoles quisieron participar de ella. Tampoco faltaron las legiones angélicas y cuanto obedece al sumo Rey… Todos ponían sus ojos en María con toda reverencia y temor filial».
«¡Adán y Eva exclamarían jubilosos: Bienaventurada tú, hija, que nos has librado de las penas merecidas por nosotros!… Cerramos la puerta del cielo y tú nos has abierto el camino del árbol de la vida».
“Oíd el coro de los santos: Tú cumpliste nuestras profecías y nos trajiste el júbilo que anhelábamos. Y la muchedumbre de los santos circunstantes le rogaban: Quédate con nosotros, consuelo nuestro y ayuda nuestra. No nos desampares huérfanos, tú que eres la Madre del más misericordioso Señor. Se el descanso en nuestras fatigas, el refugio en los trabajos. Si te alejas, llévanos contigo a los que somos tu pueblo y heredad».
«Y cuando, el mismo Rey vino a recibir entre sus manos aquella alma santa e incontaminada de toda mancha, la Virgen le diría a su Hijo: En tus manos encomiendo mi espíritu. Recibe este alma, a quien amas y has preservado de toda corrupción. A ti y no al sepulcro entrego mi cuerpo. Guárdalo salvo, ya que te dignaste nacer de él. Trasládame contigo, para que contigo viva, ¡oh fruto de mi vientre! Consuela también a estos mis hijos y hermanos tuyos. Aumenta el valor de mi bendición con bendiciones tuyas… Y luego se oyó la respuesta: Ven a mi descanso, bendita Madre mía, levántate, ven, amiga mía, la más hermosa de las mujeres. Porque el invierno ha pasado y ha llegado el tiempo de la recompensa (Cant. 2,10)»
El Santo describe el cuidado con que amortajarían a la Virgen, empleando aguas que, en vez de limpiar, quedaron ellas más puras, el cortejo funerario y el santo entierro.
«Colocado en el sepulcro, aquel cuerpo permanece allí tres días y al cabo de los cuales es conducido al paraíso, pues no convenía que quedase oculta en la tierra aquella divina habitación, mina inagotable, no arado campo de pan celestial, nunca regada viña de frutos inmortales, oliva emblemática de la compasión del Padre. Sino que del mismo modo que el cuerpo santo formado por la Virgen resucitó al tercer día, era justo que esta Señora fuese sacada del sepulcro y que la Madre fuera a reunirse con el Hijo, y puesto que Él bajó hasta María, Ella fuera conducida hasta el cielo».
«Convenía… que si el Señor había dicho que debía ocuparse en las cosas de su Padre (Lc. 2,19), habitara la Madre en la casa real del Hijo… Convenía que fuera reservado incólume después de la muerte el cuerpo que en el parto conservó íntegra su virginidad y que habitara en los eternos tabernáculos la que había llevado en su seno al Creador, bajo el aspecto de infante. Convenía que habitara en las mansiones celestes la esposa prometida por el Padre. Convenía que la que había visto (con sus ojos corporales) a su Hijo en la cruz, y cuyo pecho había sido traspasado con la espada del dolor, le viera ahora sentado con su Padre. Convenía, finalmente, que la Madre de Dios poseyera lo que era propiedad de su Hijo y fuera venerada por todas las criaturas».
«Ensalcemos este día con cánticos sagrados… Honremos a María con visitas nocturnas. Agrademos con nuestra limpieza de alma y cuerpo a Ella, la verdaderamente pura y limpia. Es natural que la semejanza alegre a los que son semejantes. Si ninguna cosa es más oportuna para dar culto a Dios que la misericordia, ¿podremos negar que le agradara también a su bendita Madre? (cf. n.15).
¡Oh sepulcro entre todos el más sagrado! ¿Por qué buscar en ti a la que ha sido elevada a los cielos?»…
(Cf. SAN JUAN DAMASCENO, Hom. 1 y 2 in Dormit.: PG 96,715 ss. y 741 ss.)