Hoy, memoria del místico doctor de la Iglesia san Juan de la Cruz, ofrecemos un fragmento del artículo La práctica religiosa de la obediencia según San Juan de la Cruz del padre Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi, monje del Instituto del Verbo Encarnado, de la provincia Nuestra Señora del Pilar, España.
Hay ejemplos de sobra en la vida de san Juan de la Cruz
Pobreza: sin pan en la mesa por poco tiempo.
Uno de sus súbditos en el Convento del Calvario relató una anécdota que nos pinta nítidamente todo su sentido de la pobreza. Era su primer priorato y no contaba aun 40 años:
«Algunas veces, cuando iban a comer, no habían qué. Una
particularmente, entrando la comunidad en refectorio, no
había en las mesas pan alguno. Preguntó el padre fray Juan
de la Cruz por qué no se ponía pan, y respondiéndole que
porque no lo había, mandó que se buscase algún mendrugo
de pan, y hallaron uno, y puesto, se bendijeron las mesas, y
en lugar de la comida les hizo el padre fray Juan de la Cruz
una plática de gran espíritu, animándolos a llevar con hacimiento de gracias aquella pobreza, pues era lo que habíamos venido a
buscar para la imitación de Cristo. Y con esto se fueron cada uno
a su celda. A eso de las dos llegó a la portería un hombre con
una cabalgadura, y dio al hermano fray Brocardo una carta
para el padre fray Juan de la Cruz, el cual se la llevó, y en
comenzándola a leer el padre, se le comenzaron a caer las
lágrimas de los ojos, y preguntándole el hermano qué nuevas
le había traído aquella carta, que le causaba aquel sentimiento, respondió: “Lloro, hermano, que nos tiene el Señor
por tan ruines que no podemos llevar por mucho tiempo la
abstinencia deste día, pues ya nos envía la comida”. Porque
en la carta le decían que le enviaban una fanega de pan cocido
y otra de harina. El mismo día, a la tarde, vino de Úbeda un
esclavo de doña Felipa, madre del padre fray Fernando, con
dos cabalgaduras cargadas de bastimento, que lo enviaba esta
señora para los religiosos de Calvario»1 .
Castidad: roca dificil de golpear.
Siendo confesor de las monjas de la Encarnación en Ávila demostró también una probada castidad, y aquella no fue la única vez. Vivía entonces el santo junto a un compañero en una casita al lado del Convento, y estando un día solo, después de su cena frugal, se presentó a él «una doncella de buen parecer y bien nacida y en la opinión común virtuosa» que tenía su casa vecina a la de los frailes:
«saltó la tapia y se le puso delante, estando él bien descuidado
de tal suceso. Comenzó con palabras también modestas a
quejarse de la violencia de su afición, pues la había traído a
aquel estado de saltar paredes para procurar o su deshonra o
su muerte; porque estaba tan resuelta a no salir de allí sino
deshonrada, o para echarse con desesperación en un pozo, y
por camino de piedad trabajaba por moverle al pecado. Fue
terrible batería ésta, a no estar tan defendido de virtudes y de auxilios
divinos; porque la hora, el lugar, el buen parecer de la mujer,
la buena fama que tenía, con que se aseguraba el secreto, la
modestia con que representaba su pasión y la desesperación
que mostraba si no hallaba satisfacción de ella, y otras buenas
cualidades que tenía, estaba todo junto haciendo en favor de
su tentación contra la pureza del combatido».2
Pero con el socorro de la gracia evitó caer y liberó también de tentación a aquella alma, que acabó diciendo luego: «Ningún tiro es bastante, según Dios tiene fuerte esta roca, a batirla»3
La obediencia, cruz meritoria como ninguna otra.
Señalados estos ejemplos como muestras, debemos decir con todo seguridad que es en el campo de la obediencia donde dio Juan cuenta del concepto decidido que tenía del ser religioso. Para él obedecer es
cruz, pero cruz meritoria como ninguna, y cruz particular e irremplazable del estado abrazado en profesión.
En el pasaje del Cántico que se refirió recién, señala Juan de la Cruz que a los demonios se los llama allí fuertes por la grande fuerza que emplean contra el alma «y porque también sus tentaciones y astucias
son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne», y da como remedios, aludiendo citas de la Escritura, la oración y la cruz, en la cual está la humildad y mortificación, porque «el alma que hubiere de vencer su fortaleza no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad» 4. En las Cautelas profundiza la idea al declarar, en una línea claramente ignaciana, que «entre las muchas astucias de que el demonio usa para engañar a los espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de especie de bien y no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán» 5. Este opúsculo está dirigido directamente a los religiosos y por eso apunta tentaciones más sutiles, pero cuyo engaño no se resuelve sino con las mismas armas: mortificación y humildad, que en el caso particular del consagrado se traducen en obediencia (santo Tomás dice que la obediencia es el «modo de
la humillación y el signo de la humildad»2º), y de hecho a la obediencia refieren las advertencias contra el demonio:
«siempre te has de recelar de lo que parece bueno, mayormente cuando no interviene obediencia [ … ] jamás, fuera de
lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena
que parezca y llena de caridad, ahora para ti, ahora para otro
cualquiera de dentro y fuera de casa, sin orden de obediencia
[ … ] pues Dios más quiere obediencia que sacrificios (1Re
15, 22), y las acciones del religiosos no son suyas, sino de la
obediencia, y si las sacare de ellas se las pedirán como perdidas» 7.
1. Declaración del propio fray Brocardo en el documento titulado Fragmentos historiales para la vida de nuestro santo padre fray Juan de la Cruz (Manuscrito 8.568 de la
Biblioteca Nacional de Madrid, f. 310).
2. QUIROGA, J., Historia de la vida y virtudes del Venerable P. Fr. Juan de la Cruz, Imprenta de Iván Meerbeeck, Bruselas 1628, l. I, c. 54
3. ALONSO DELA MADRE DE Dros, Vida, virtudes y milagros del santo Padre Fray juan de
la Cruz, EDE, Madrid 1989, 186.
4. CB 3, 9 [Obras, 727-728].
5. Cautelas, 10 [Obras, 122-123].
6. S. TOMÁS DE AQUINO, Comentario a la Carta a los filipenses, c. 2, l. 11, 65, Ediciones
del Verbo Encarnado, San Rafael 2008, 137.
7. Cautelas, 10-11 [Obras, 123].