De San Gregorio Nacianceno (330-390)
“Dios, emocionado por el gran desamparo del hombre, le dio la Ley y los profetas, después de haberle dado la ley no escrita de la naturaleza (cf Rm 1,26); finalmente, él mismo se entregó para la vida del mundo. Nos entregó a los apóstoles, evangelistas, doctores, pastores, curaciones, prodigios. Nos devolvió a la vida, destruyó a la muerte, triunfó sobre el que nos había vencido, nos dio la Alianza prefigurativa, la Alianza de verdad, los carismas del Espíritu Santo, el misterio de la salvación nueva…
“Dios nos colma de bienes espirituales, si queremos recibirlos: no vaciles en ayudar a los que lo necesitan. Da sobre todo al que te pide, y hasta antes de que te pida, dando incansablemente limosna de la doctrina espiritual… A falta de estos dones, proponle por lo menos servicios más modestos: dale de comer, ofrécele viejos vestidos, abastécele de medicinas, venda sus heridas, pregúntale por sus dificultades, enséñale la paciencia. Acércate sin temor. Ningún peligro te hará daño ni te contagiarás de sus enfermedades… Apóyate en la fe; que la caridad triunfe ante tus reticencias… No engañes a tus hermanos, no permanezcas sordo a sus llamadas, no los evites. Sois miembros de un mismo cuerpo (1Co 12,12s), aunque esté quebrantado por la maldad; igual que a Dios, ‘a ti se encomienda el pobre’ (Sal. 9,35 Vulg)”.
Cita San Gregorio el salmo 9: “Tú (Dios) ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano”. Eso mismo, dice San Gregorio, debe aplicarse a nosotros.
Nuestras obras se deben parecer lo más posible a las de Dios, a las de Jesús, a las de la Virgen.
Ellos tienen un amor universal, y dan sin esperar nada a cambio. Así nosotros tenemos que tener un amor universal y dar sin esperar nada a cambio.
Debemos evitar esas amistades particulares, que nos separan del amor universal y nos llevan a buscar consuelos egoístas.