Inútilmente buscaríamos entre la multitud innumerable de los santos uno que haya sido elevado a una dignidad comparable a la de San José, la cual consiste en haber sido elegido por padre legal del hijo de Dios humanado. ¡He ahí un hombre, pues, a quien va a llamar Padre el Hijo de Dios; como a tal va a servirlo y obedecerle; y a cuyos pies va a implorar, con sumisión filial, la bendición paterna!
El Padre celestial se ha despojado, por decirlo así, de sus derechos sobre el Hijo de Dios, ha abdicado de ellos en las manos de San José; y si por acaso hubiera sido posible que el Padre terrestre mandase algo distinto de lo decretado por el Padre celestial, a aquél y no a este hubiera obedecido Nuestro Señor, puesto que San José había recibido de Dios la autoridad sobre Jesucristo.
Entraba, pues, en los designios de Dios que Jesús cumpliese respecto de San José todos los deberes de un hijo sumiso.
¡Ah! los Ángeles admiran, se asombran y no alcanzan a comprender cómo este hombre da órdenes al Verbo que ellos adoran. Y San José hace con toda sencillez lo que ellos no hubieran osado jamás.
El Hijo de Dios confía su divina Madre a San José. Él será guardián y tutor de esta Virgen Inmaculada, la criatura más santa y augusta que haya podido salir jamás de las manos del Criador.
Aún más, él será su verdadero y legítimo esposo: tendrá pleno derecho a su sumisión y a su amor; y María le honrará y lo amará con el amor de la esposa más fiel.
¡Qué honor para San José hallarse unido con vínculos tan estrechos a aquella a quien el Verbo de Dios llama Madre, y que pronto ha de ser declarada Reina de cielos y tierra y Soberana de los Ángeles y de los hombres!
Padre de Jesús, Esposo de María, tales son las dos fuentes de donde surge la grandeza incomparable de San Jose; grandeza que lo coloca en un rango particular, superior a todas las jerarquías celestes: él forma parte del misterio de la Encarnación, hallándose muy próximo al Verbo de Dios hecho carne.
Sólo en el cielo comprenderemos la grandeza de San José, y las dignidades con que ha sido honrado serán el objeto de nuestras eternas alegrías.
Ya desde ahora en la tierra podemos prever lo que será él en la gloria. En los días de Belén y Nazaret existían dos cielos: en el cielo de la gloria el Padre se manifestaba a los Ángeles en toda su hermosura: en Belén y en Nazaret se hallaba el segundo cielo, donde el Hijo de Dios se manifestaba en toda la magnificencia de su amor. Jesús tenía dos Padres a quienes prestaba obediencia.
Y casi me atrevería a decir que el cielo de la tierra era preferible al de la gloria, porque en aquél el Hijo de Dios sufría por nosotros y nos manifestaba mayor amor; abundando asimismo en mayores gracias, porque en él habitaba el Verbo como Dios y como hombre: y San José era el jefe de esta Trinidad terrestre, en que se hallaban reunidas todas las riquezas del paraíso.
Aspiración. Dadnos hoy, ¡oh San José! el Pan supersubstancial del alma.