Domingo de la Misericordia Indulgencia Plenaria

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Domingo de la Misericordia, Indulgencia Plenaria

El día de la canonización de Santa Faustina, la mensajera de la Misericordia decía San Juan Pablo II: “Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad”

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (…) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23).

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón sor Faustina Kowalska,  verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: “Estos dos haces ―le explicó un día Jesús mismo― representan la sangre y el agua”

¡Sangre y agua! … Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua,  no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: “Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona”.

Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un “segundo nombre” del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?

Jesús dijo a sor Faustina: “La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina”

¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.

Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: “Paz a vosotros”. Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.

Cristo nos enseñó que “el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a “usar misericordia” con los demás:

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”(Mt 5, 7)”

(Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.

Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: “Misericordias Domini in aeternum cantabo”.

En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!

En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: “En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía” (Hch 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las “obras de misericordia”, espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente “prójimo” de los hermanos más indigentes.

Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: “Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo” (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!

En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre.

Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.

Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación “Jesús, en ti confío”, que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.

Hoy se puede ganar Indulgencia Plenaria

Jesús de la Divina Misericordia
A pesar de las dificultades para confesarse y acceder a la Comunión debido a la cuarentena por coronavirus, es posible obtener la indulgencia plenaria que se concederá el segundo Domingo de Pascua por la Fiesta de la Divina Misericordia.

En sus apariciones a Santa Faustina Kowalska, Cristo, bajo la devoción del Señor de la Divina Misericordia; aseguró varias gracias a los que se acogieran a su misericordia.

“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores… El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas… Que ninguna alma tema acercarse a mí, aunque sus pecados sean como escarlata”, 

Más adelante, San Juan Pablo II instituyó oficialmente la indulgencia plenaria para esta fiesta que se celebra el segundo Domingo de Pascua en el “decreto sobre las indulgencias recibidas en la Fiesta de la Divina Misericordia”, un don que también puede alcanzar a los enfermos y los navegantes en altamar. Este año tendrá lugar el 19 de abril,

La indulgencia plenaria se concede al fiel que participe en actos de piedad realizados en honor de la Divina Misericordia con las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Papa.

El sacerdote del Santuario Nacional de La Divina Misericordia (Estados Unidos), P. Chris Alar, reconoció que por la cuarentena establecida en varios países para combatir el coronavirus es muy difícil acceder a la confesión y a la Sagrada Comunión por la cuarentena, sin embargo, aseguró que se pueden recibir las gracias especiales de la Divina Misericordia siguiendo estos tres pasos:

1. Hacer un acto de contrición

Según el catecismo de la Iglesia Católica, si una persona no puede confesarse, puede realizar un acto de contrición.

“Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es ‘un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar’”, señala el catecismo.

Este acto, aunque perdona los pecados veniales, obtiene el perdón de los mortales si se realiza con “contrición perfecta” y “si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental”.

2. Realizar la Comunión espiritual

Al no poder acceder a la Sagrada Comunión, el P. Alar aconseja realizar la Comunión espiritual, donde se pide a Dios que entre en el “corazón como si lo hubieras recibido sacramentalmente”, con la intención de acudir a la Eucaristía lo más pronto posible.

Para ello, se puede realizar la siguiente oración:

Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el Cielo

y en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma,

pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente,

ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti.

Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti.

Amén

3. Realizar una oración especial

El sacerdote recomienda realizar la siguiente oración:

Señor Jesucristo, Tú prometiste a Santa Faustina que el alma que ha estado en confesión (no puedo, pero hice un acto de contrición) y el alma que recibe la Sagrada Comunión (no puedo, pero hice una Comunión espiritual) recibirá el perdón completo de todos los pecados y castigos. Por favor, Señor Jesucristo, dame esta gracia.

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