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es el mejor amigo del hombre. Lo acompaña sin descanso día y noche desde el nacimiento hasta más allá de la muerte, hasta que llegue a gozar de la plena felicidad de Dios. Durante el tiempo de purgatorio, está a su lado para consolarlo y ayudarlo en esos difíciles momentos.

Sin embargo, para algunos la existencia del ángel guardián es sólo una costumbre piadosa para el que la quiera aceptar. No saben que está claramente expresada en la Escritura y en la doctrina de la Iglesia y todos los santos nos hablan de él por propia experiencia. Algunos, incluso, lo han visto y tenido una relación personal muy estrecha con él, como veremos.

Ahora bien ¿cuántos ángeles tenemos? Por lo menos, uno, que es suficiente. Pero algunas personas, por su oficio como el Papa o por su grado de santidad, pueden tener más. Conozco una religiosa, a quien Jesús le reveló que tenía tres y me dijo sus nombres. A Santa Margarita María de Alacoque, cuando estaba avanzada en su camino de santidad, le dio un nuevo ángel, que le dijo: “Yo soy uno de los siete espíritus, que están más próximos al trono de Dios, y que más participan en los ardores del Sagrado Corazón de Jesucristo y mi designio es comunicároslos en cuanto seáis capaz de recibirlos” (Memoria a la M. Saumaise).

Dice la Palabra de Dios: “Yo mandaré un ángel delante de ti para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. Acátale y escucha su voz, no le resistas… Si escuchas su voz y haces cuanto yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y adversario de tus adversarios” (Ex 23,20-22). “Para el hombre hay
un ángel, un protector entre mil que le haga ver al hombre su deber” (Job 33,23). “Mi ángel está con vosotros y os pedirá cuentas” (Baruc 6,6). “El ángel del Señor está en torno a los que le temen y los salva” (Sal 33,8). Su misión es “guardarte en todos tus caminos” (Sal 90,11). Y dice Jesús que “los ángeles de los niños ven
continuamente el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10).

El ángel guardián te cuidará como a Azarías y sus compañeros en el horno. “El ángel había descendido al horno con Azarías y sus compañeros y apartaba del horno las llamas de fuego y hacía que el interior del horno estuviera, como si soplara un viento fresco, y el fuego no los tocaba absolutamente ni les causaba ninguna molestia” (Dan 3,46-50). El ángel te salvará como a Pedro. “Un ángel se presentó en la cárcel que quedó iluminada y, golpeando a Pedro en el costado, lo despertó diciendo: Cíñete y cálzate tus sandalias… Envuélvete el manto y sígueme… La puerta se les abrió por sí misma y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo luego el ángel. Entonces, Pedro, vuelto en sí, dijo: Ahora sé que el Señor ha enviado a su ángel” (Hech 12,7-11).

En la primitiva Iglesia se creía normalmente en el ángel custodio y, por eso, cuando Pedro es liberado de la cárcel y va a casa de Marcos, la sirvienta Rode, al darse cuenta de que era Pedro, llena de alegría, va corriendo a anunciar la noticia sin haberle abierto la puerta. Pero los que la escucharon creyeron que estaba equivocada y dijeron: “Será su ángel” (Hech 12,15).

La doctrina de la Iglesia es clara en esto: “Desde la infancia hasta la muerte la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. Cada fiel tiene a su lado un ángel protector y pastor para conducirlo a la vida” (Cat 336).

También José y María tenían su ángel. Es probable que el ángel que avisó a José para que tomara a María como esposa (Mt 1,20) o que huyera a Egipto (Mt 2,13) o que regresara a Israel (Mt 2,20) fuera su propio ángel. Lo cierto es que desde el siglo I ya aparece claramente en los escritos de los Santos Padres la figura
del ángel custodio. De él se habla en el famoso libro del siglo I “El Pastor de Hermas”. San Eusebio de Cesarea los llama “tutores” de los hombres; San Hilario, “mediadores”; San Basilio, “compañeros
de camino”; San Gregorio Nacianceno, “escudos protectores”.

Orígenes afirma que “cerca de cada hombre hay siempre un ángel del Señor que lo ilumina y lo guarda y lo protege de todo mal”. Del siglo III hay una antigua oración al ángel de la guarda en la que se le pide que ilumine, proteja y guarde a su protegido. San Agustín nos habla también con frecuencia de la intervención angélica en nuestra vida. Santo Tomás de Aquino le dedica un artículo de su Suma Teológica (Sum Theolo I, q.113) y escribía: “La custodia angélica es como una extensión de la divina providencia, ahora bien, como ésta no falta a ninguna criatura, todas deben encontrarse bajo la custodia de los ángeles”.

La fiesta de los ángeles custodios en España y Francia se remonta ya al siglo V. Quizás desde entonces se comenzara a rezar la oración que aprendimos desde niños: “Angel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”. El Papa Juan Pablo II decía el 6 de agosto de 1986: “Es muy significativo el hecho de que Dios confíe a los ángeles a sus pequeños hijos, siempre necesitados de cuidado y protección”.
Pío XI invocaba a su ángel al principio y al fin de cada jornada y, a menudo, durante el día, sobre todo, cuando las cosas se complicaban. Recomendaba la devoción a los ángeles custodios y decía al despedirse: “Que el Señor te bendiga y su ángel te acompañe”. Y le dijo a Juan XXIII, cuando era delegado apostólico en Turquía y Grecia: “Cuando tengo que tratar con alguien una conversación difícil, tengo la costumbre de pedir a mi ángel que hable al ángel custodio de la persona con que debo tratar para que ayude a solucionar el problema”.

Pío XII les decía el 3-10-1958 a unos peregrinos norteamericanos sobre los ángeles custodios: “Ellos estaban en las ciudades que habéis visitado y eran vuestros compañeros de viaje”. Otro día en un radiomensaje dijo: “Tened mucha familiaridad con los ángeles… Si Dios quiere, vosotros pasaréis toda una eternidad de
alegría con los ángeles, aprended a conocerlos desde ahora. La familiaridad con ellos nos da un sentimiento de seguridad personal”.

Juan XXIII, en una confidencia a un obispo canadiense, atribuyó la idea de la convocación del Vaticano II a su ángel custodio. Y recomendaba a los padres que inculcaran a sus hijos la devoción al ángel de la guarda. “El ángel custodio es un buen consejero, intercede cerca de Dios a favor nuestro; nos ayuda en  nuestras necesidades, nos defiende de los peligros y de los accidentes. Me gustaría que los fieles sintieran toda la grandeza de esta asistencia de los ángeles” (24-10-1962).

A los sacerdotes les dijo: “Pidamos a nuestro ángel custodio que nos asista en el rezo diario del oficio divino para que lo recitemos con dignidad, atención y devoción, sea agradable a Dios, útil para nosotros y para nuestros hermanos” (6-1-1962). En la liturgia del día de su fiesta (2 de octubre) se dice que son “celestiales compañeros para que no perezcamos ante las insidiosas acometidas de los enemigos”.

Invoquémosles con frecuencia y no olvidemos que, aun en los lugares más ocultos y solitarios, hay alguien que nos acompaña. Por eso, San Bernardo nos aconseja: “Anda siempre con prudencia como quien tiene presente a su ángel en todos los caminos”.

¿Eres consciente de que tu ángel observa lo que haces? ¿Lo amas?

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