El ángelus – hermoso saludo a la Santísima Virgen

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los ángeles en el cielo ofrecen a la bienaventurada Virgen esta salutación: ‘Ave’. No con la boca sino con el espíritu. Pues saben que por medio de él fue restaurada la ruina de los ángeles, Dios se hizo hombre y el mundo fue renovado. (BEATO ALANO).

«Cierta noche, un mujer –socia de la Cofradía del Rosario descansaba en su lecho. La bienaventurada Virgen se le apareció y le dijo: “Hija mía, no temas a tu tierna Madre, a quien rindes a diario tus piadosos servicios; te animo a perseverar. Pues has de saber que la salutación angélica me produce tanta alegría, que ningún hombre puede explicarlo” » (GUILLEMO PEPINO, en Rosario aúreo serm. 47).

«Esto queda confirmado por una visión de Santa Gertrudis. En el libro IV, capítulo XI, de sus Revelaciones se lee: “En la mañana de una fiesta de la Anunciación de la Bienaventurada Virgen María, mientras cantaban Ave, María en el monasterio donde moraba Gertrudis, la santa vio tres ríos que salían del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y penetraban suavemente en el corazón de la Virgen Madre. Desde ese corazón volvían con ímpetu a su fuente. Este influjo de la Santísima Trinidad daba a María el ser la más potente después del Padre, la más sabia después del Hijo, la más caritativa después del Espíritu Santo.’

La Santa supo también que cada vez que los fieles rezan la salutación angélica en la tierra, los tres ríos misteriosos envuelven con ímpetu a María y después de haberla inundado en admirable deleite, vuelven al seno de Dios. De esta abundante alegría participan los santos y los ángeles, y también todos los que en la tierra rezan esta salutación, que renueva todo bien en los hijos de Dios. »

«He aquí ahora las palabras de la misma Virgen a Santa Matilde: ‘Nadie ha hecho jamás cosa más bella que el avemaría. Es imposible saludarme de una manera más dulce a mi corazón que con estas palabras llenas de respeto, con las cuales Dios Padre me saludó.’ »

«La Virgen María decía un día a Santa Matilde: ‘Todas las salutaciones angélicas que me diste están escritas en este manto. Cuando esta parte del manto esté llena de avemarías, te llevaré al reino de mi Hijo querido.’ »

«Dionisio, el cartujo, a propósito de una aparición de la Santísima Virgen a uno de sus predilectos, observa: ‘Saludemos a María con nuestra boca, nuestro corazón y nuestras obras, para que no pueda decirnos con razón: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí’.»

Ricardo de San Lorenzo enumera los motivos por los cuales se rezaba el avemaría al comenzar la predicación:

  1. La Iglesia militante quiere imitar la conducta del ángel Gabriel; éste, antes de anunciar a María la Buena Nueva por estas palabras: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, la saluda respetuosamente con el avemaría. Del mismo modo, la Iglesia, antes de anunciar el Evangelio, saluda a la Virgen.
  2. Los que escuchan la palabra de Dios sacarán mayores frutos de la predicación. Los predicadores hacen las veces del ángel. Mas para que los oyentes den a luz, por la fe, a Cristo en sus almas, es preciso que obtengan esta gracia de María –quien fue la primera en darle a luz–, y con ella serán Madres del Hijo de Dios, pues sin María no pueden producir en sí mismos a Cristo.
  3. Por el avemaría, cuya eficacia nos muestra el Evangelio, obtendrán la ayuda de la Virgen María.
  4. Se evitan los grandes peligros de la predicación: María Iluminadora ilumina a los predicadores.
  5. Los oyentes, a ejemplo de la Virgen, escuchan con más atención y guardan con más cuidado la palabra de Dios.
  6. El diablo, enemigo del género humano y de la predicación del Evangelio, es arrojado lejos. Pues es de temer que, según la palabra de Jesús, venga el diablo y arrebate la palabra de su corazón para que no crean y se salven. »

«En su primer sermón sobre el rosario, Clemente Losow cuenta: Muerto Santo Domingo y llevado al cielo, la devoción al rosario había venido a menos y estaba como muerta. Fue entonces cuando una epidemia de peste empezó a hacer estragos en distintas regiones. Los pobres habitantes acudieron a un santo ermitaño que vivía en el desierto en la mayor austeridad. Le suplicaron que intercediera por ellos ante Dios. El santo varón implora a la Madre del Salvador, suplicándole que acudiera en su ayuda como abogada de los pecadores.

La Virgen se le apareció y le dijo: Han dejado de alabarme. Por eso han venido estos males sobre ellos. Que vuelvan a su devoción de antaño y se beneficiarán de mi patrocinio. Alejaré la peste. Procuraré su salvación si quieren honrarme con la recitación del rosario, pues me gusta mucho esta forma de rezar.’

Aquellos hombres obedecen a la Virgen, y fabrican rosarios que rezan de todo corazón…»

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