El don de piedad
Como todos los dones, también en el de piedad podemos encontrar grados. Los dones no se dan a todos en el mismo grado, ni a cada uno siempre del mismo modo. Si el alma crece, se dan cada vez más, con mayor intensidad.
Y como en todos, como dijimos lo esencial es que es el Espíritu Santo quien mueve al alma, y el alma quien se deja mover. Como este don mueve, por ejemplo, a la confianza (que es como una conjunción actual de las virtudes teologales), es más difícil verse uno “movido”, porque confiar es algo que brota de lo más íntimo y personal.
Sin embargo, aún ese tipo de actos pueden ser movidos por los dones, por encima de lo que puede y debe hacer la virtud. Santo Tomás ilustra esto con un texto de Isaías: “El Señor me ha abierto el oído y yo no me resisto, no me echo atrás” (Is 50,5; en I-II 68,1).
En este don es donde eminentemente se ve esa unión entre la acción de Dios y la libertad humana. Por eso es tan importante reconocer la acción divina, para discernir y secundarla. Cuando describimos la acción de los dones es para que aprendamos a “no resistirnos” cuando reconocemos en nosotros su invitación a alguno de estos actos.
Se ve tan claro en el don de piedad porque es el don que perfecciona toda nuestra parte tendencial “hacia afuera”, volitiva (y por lo tanto, afectiva; “hacia adentro” la parte volitiva es perfeccionada, contra el miedo por la fortaleza, y por el temor de Dios contra la concupiscencia). Nuestra parte volitiva “hacia fuera” quiere decir nuestras relaciones interpersonales. Lo primero es nuestra relación con Dios, y el don tiene como nota distintiva que esta relación no es en cuanto Creador o fin (a lo que corresponde la virtud de la piedad natural), sino que es en cuanto Padre.
– Así, todo lo que el don de piedad hace en nosotros (y eleva los actos también de una constelación de virtudes) con respecto a Dios podríamos sintetizarlo en dos palabras:
reverencia filial.
Esto quiere decir una reverencia cada vez más confiada, y una confianza cada vez más consciente de la grandeza de Dios, más reverente. Hay quienes piensan que mientras más “Padre” consideremos a Dios, menos “Dios” es. Y es al revés.
Dios se hace nuestro amigo en Cristo, pero nunca es “amigote”. Este sentimiento de reverencia se extiende a todo lo que se relaciona con Dios, todo lo sagrado, porque busca el honor de su Padre. Y es también filial. “Habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos, en virtud del cual clamamos: ‘¡Abbá! ¡Padre!’“(Rm 8,15). Somos hijos por adopción, por gracia, no por propio derecho. De aquí que esta piedad filial está llena de gratitud.
– Allí es donde entra nuestro prójimo. Porque los demás nos han sido “dados” por el mismo Dios nuestro Padre. Por eso el don de piedad mueve a mostrar reverencia y respeto a todos en atención a Dios, por reverencia filial a Dios.
Lo que en el ámbito natural con respecto a las relaciones con los demás lo hacen todas las virtudes agrupadas en torno a la justicia (justicia, piedad, gratitud, etc), el don de piedad lo hace todo junto de un modo superior, eminente. Y simple. Dice el p. Lamellant: “Espíritu filial hacia todo representante de Dios (superior, consejero, director espiritual, autoridad), amor paterno hacia los súbditos, amor fraterno hacia los iguales, corazón tierno y compasivo hacia todo aquel que está en dificultades, disposición a socorrer…” (p. 234).
Sería interminable describir las maravillas que este don ha hecho en la vida de los santos, en sus dos vertientes: hacia Dios y hacia los demás. Allí donde la justicia humana siempre tiene que establecer una medida (qué es lo justo), en el don de piedad, la medida es dada por Dios mismo en su misterio inefable. La razón última es el mismo Dios.
¡Cuántas veces el Espíritu invita a ir más allá de la medida humana sólo por reverencia y amor a Dios, dejando atrás las medidas humanas! ¡Debemos prestar atención a esas inspiraciones, no sea que por rechazarlas contristemos al Espíritu Santo!
Dice el profeta Ezequiel: “quitaré de su pecho el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne” (11,19), como el de Cristo, desde donde aprendemos a clamar diciendo ‘Abba, Padre’. Y desde allí miramos a todos los hombres y mujeres con la misma mirada de Cristo. Eso es el don de piedad.
En síntesis, podemos decir que el ejercicio de este don se sustenta en dos palabras necesariamente unidas (ninguna es verdadera sin la otra) que nos enseñó Jesús: Padre nuestro. Dice Santo Tomás: “Con razón es que se llama piedad al don por el que uno es bueno con todos por reverencia a Dios”.
El ejercicio más elevado de este don, la bienaventuranza, es el de la mansedumbre. Es la máxima expresión del don de piedad. Y por él se posee la tierra, que como dicen los Padres de la Iglesia, son los corazones de los hombres.
A María Santísima, la Madre de Piedad, pedimos secundar con fidelidad la acción del Espíritu Santo.
P. Miguel Soler, IVE
Letanías al Espíritu Santo
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo ten piedad – Cristo ten piedad
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo óyenos – Cristo óyenos
Cristo escúchanos – Cristo escúchanos
Dios Padre Celestial – Ten piedad de nosotros
Dios Hijo Redentor del mundo –Ten piedad de nosotros
Dios Espíritu Santo –Ten piedad de nosotros
Santa Trinidad, un solo Dios – Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor, que aleteando sobre las aguas al comienzo de la creación la fecundaste – Ten piedad de nosotros
Espíritu por cuya inspiración han hablado los santos hombres de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu cuya unción nos enseña todo – Ten piedad de nosotros
Espíritu testigo de Cristo –Ten piedad de nosotros
Espíritu de verdad que nos sugiere toda cosa –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te posas sobre María –Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor que llenas la tierra –Ten piedad de nosotros
Espíritu de Dios que habitas en nosotros –Ten piedad de nosotros
Espíritu de sabiduría y entendimiento – Ten piedad de nosotros
Espíritu de consejo y fortaleza –Ten piedad de nosotros
Espíritu de ciencia y de piedad –Ten piedad de nosotros
Espíritu del temor del Señor –Ten piedad de nosotros
Espíritu de gracia y misericordia –Ten piedad de nosotros
Espíritu de virtud, de dilección y de sobriedad – Ten piedad de nosotros
Espíritu de fe, de esperanza, de amor y de paz – Ten piedad de nosotros
Espíritu de humildad y castidad –Ten piedad de nosotros
Espíritu de benevolencia y de mansedumbre –Ten piedad de nosotros
Espíritu de la gracia multiforme – Ten piedad de nosotros
Espíritu que sondeaste también las profundidades divinas –Ten piedad de nosotros
Espíritu que pides por nosotros con gemidos inenarrables –Ten piedad de nosotros
Espíritu que bajaste sobre Cristo en forma de paloma –Ten piedad de nosotros
Espíritu en el cual nacemos –Ten piedad de nosotros
Espíritu por el que la caridad es infundida en nuestros corazones –Ten piedad de nosotros
Espíritu de adopción de los hijos de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te apareciste sobre los discípulos en lenguas de fuego –Ten piedad de nosotros
Espíritu del cual están repletos los Apóstoles –Ten piedad de nosotros
Espíritu que repartes los dones como más te parece –Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Ten piedad de nosotros