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Hoy celebramos a San Nicolás de Bari, obispo santo del siglo III que se destacó por sus obras de caridad hacia los más necesitados. Es precisamente por la ayuda a los pobres que su figura se difundió en el mundo como el santo que trae regalos para Navidad (bajo distintos nombres).

Una historia poco conocida es cómo ayudó a su ciudad para que no pagase excesivos impuestos. Ésta es la historia:

La reducción de las tasas

La tradición cuenta que entre las numerosas iniciativas del santo en favor de la población se cuenta su intervención para que se redujeran los impuestos a los habitantes de su ciudad, Myra.

Varios historiadores conocen la tendencia de Constantino a gravar a la población del imperio con impuestos exorbitantes. Y aunque los cristianos buscaron atenuantes, paganos como Zósimo recordaron que Constantino se vio obligado a aplicar una pesada política tributaria debido a su excesiva prodigalidad. El escritor anónimo que compuso el Epitome de Caesaribus describió así su política tributaria: durante diez años fue excelente, durante los doce siguientes fue un desvalijador, durante los diez últimos se le llamó derrochador por su excesiva prodigalidad.

Cuando la ciudad de Mira también tuvo que pagar impuestos exorbitantes, los representantes del pueblo pidieron a Nicolás que escribiera al emperador. Nicolás hizo más. Marchó a Constantinopla y pidió audiencia. El escritor anónimo afirma que los obispos de la capital le rinden homenaje reuniéndose en el templo de la Madre de Dios en el Blacherne y pidiéndole su bendición.

En el encuentro con el emperador, éste arrojó su manto, que quedó suspendido milagrosamente en el aire ante la presencia del santo. El prodigio hizo que el emperador se mostrara temeroso y benévolo. Cuando Nicolás le contó cómo los mires estaban agobiados por los impuestos y le pidió que hiciera una importante reducción, el emperador llamó al notario y archivero Teodosio, y de acuerdo con los deseos de Nicolás hizo una fuerte reducción a sólo cien denarios.

Nicolás cogió el papel en el que constaba esta concesión, lo ató a una caña y lo arrojó al mar. Por voluntad divina, la caña llegó al puerto de Myra y a manos de los funcionarios de hacienda, que se quedaron muy sorprendidos pero acataron. Mientras tanto, en Constantinopla, los consejeros de Constantino señalaron al emperador que tal vez la concesión había sido un poco exagerada. Así que el emperador volvió a llamar a Nicolás para que corrigiera la cantidad de impuestos que debían pagar los mires. El santo contestó que la carta se había recibido en Myra tres días atrás. Como esto era imposible, Constantino prometió que, de ser así, confirmaría la concesión anterior. Los nuncios, enviados por él para verificar lo sucedido, regresaron e informaron de que Nicolás había dicho la verdad. Cumpliendo su promesa, el emperador confirmó la concesión.

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